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EL PASO DE CRISTO<br />

“Chicotá” importante, Lelo, la que llega ahora…<br />

A lo lejos… Impresionante en su majestuoso “Pasocristo” llega, como<br />

desde hace ya cincuenta años, con el izquierdo por delante… Bajando, como<br />

antaño, por Cervantes hasta desembocar en tu casa, aquel Cristo vivo… Y<br />

Donde tú, como tantos y tantos Jueves de nuestras vidas, esperaras el paso<br />

de la comitiva… La llegada del Santísimo Cristo de la Humildad y Paciencia.<br />

Lelo, yo que nunca había tenido el honor de ser costalero de ese Cristo<br />

al que llaman el de los Estudiantes… Yo que jamás tuve la dicha de portar<br />

sobre mis hombros a ese Jesús siempre arropado por tus hombres… Los<br />

Regulares de Tetuán… Yo que siempre fui, tan lejano, a la <strong>ver</strong>a de tu Madre…<br />

Y fue a raíz de mi enfermedad cuando empecé a buscar la forma de<br />

devol<strong>ver</strong>le a Dios, representado en esa bendita imagen que tanto fervor<br />

profesan los míos, todo cuanto hizo por mí en aquellas duras noches de<br />

hospital… Conectado a cientos de cables, de monitores, fue fraguándose esta<br />

promesa… Mientras empezaba a mo<strong>ver</strong>, hoy un dedo y mañana el otro…<br />

Junto a aquel hermano del alma, costalero a carta cabal, que no se se<strong>para</strong>ba<br />

de la cabecera de mi cama ni a sol ni a sombra… Como en aquellas duras<br />

“faenas”, el en un zanco y yo en el otro, ya fuera bajo los faldones de nuestra<br />

virgencita de las Penas o en aquellos otros días de <strong>ver</strong>ano, cuando el calor<br />

de Agosto se une al fragor de nuestro pueblo, con nuestra Patrona, Santa<br />

María de África… Promesa de que si yo un día salía de esta encrucijada por<br />

mis propios pasos, correría a buscar el calor de sus trabajaderas, a sentir<br />

el peso excelso de su Sagrada Imagen… Y ese maravilloso día llegó… Y ya<br />

lo creo que llegó.<br />

Fue un ocho de Octubre reciente. Uno de esos días del otoño caballa que<br />

tanto me gustan y que amaneció ya vestido de Jueves Santo. Desde hacía ya<br />

varias jornadas se palpaba, se presentía en el ambiente cofrade que, como<br />

en las grandes tardes de toros allá en el coso de la Maestranza sevillana,<br />

durante aquella tarde-noche se vivirían momentos de una gran intensidad<br />

por vol<strong>ver</strong> a <strong>ver</strong> en la calle a ese Cristo que impresiona al que lo sigue, que<br />

enmudece al resentido y que reconforta, y de eso puedo dar fe este que<br />

ahora os habla, al desvalido… Y todo ello a los sones inconfundibles de una<br />

exquisita Banda de cornetas y tambores ”Las Cigarreras”…<br />

Y yo estaba allí, Lelo ¡Gracias a Dios! yo también estaba allí… Y fueron<br />

sonando incom<strong>para</strong>bles aquellos tambores y cornetas cual música celestial…<br />

Una tras otra, sin solución de continuidad, aquellas maravillosas marchas<br />

fueron poniendo el punto álgido a aquel Ani<strong>ver</strong>sario pleno de actos… y la<br />

cuadrilla se creció cuando sonó un fervoroso y agustiniano “Requien” por<br />

los nuestros, por los que ya no están… y volvió a engarzarse cada nota<br />

con cada nota como en aquellos “Albores de una prima<strong>ver</strong>a” que hicieron<br />

brotar los primeros aplausos, las primeras lágrimas y hasta algún sentido<br />

¡Ole! de los que abarrotaban aquella salida desde la Santa Iglesia Catedral<br />

y llegaron con un “Aromas de un recuerdo” los recuerdos… Recuerdos de<br />

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