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Descarge la antología de estos cuentos. - Conafor

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a muerte no es más que una transformación y esto me consta. Me consta que parte <strong>de</strong> mí<br />

L<br />

viajó en penumbra hasta encontrar su lugar en ciuda<strong>de</strong>s lejanas. Yo me quedé aquí, en el<br />

terruño que me fue dado. Sintiendo cómo era absorbido por <strong>la</strong> tierra y mis cenizas se<br />

aliaban con <strong>la</strong>s semil<strong>la</strong>s ocultas en el cielo <strong>de</strong>l suelo.<br />

Tras días <strong>de</strong> húmeda negrura, <strong>de</strong>jé el seno maternal <strong>de</strong> <strong>la</strong> tierra y <strong>de</strong>sperté lentamente. Vi<br />

sin ojos, como en sueños, un paraje que se <strong>de</strong>sdob<strong>la</strong>ba hasta el horizonte. Pronto mis <strong>de</strong>seos se<br />

redujeron a apagar una sed cada vez más acuciante y recibir el beso <strong>de</strong>l sol. Mi figura fue<br />

creciendo <strong>de</strong> manera caprichosa, dotándome <strong>de</strong> un tronco y <strong>la</strong>rgos brazos que luchan por tocar<br />

<strong>la</strong>s nubes, como abrazando al viento. Mi ramaje se mecía con cada revoloteo <strong>de</strong> ave y por <strong>la</strong>s<br />

noches, sentía insectos zigzaguear mi corteza y entrañas. Caí <strong>de</strong>spués, en una inmóvil<br />

tranquilidad y me <strong>de</strong>diqué únicamente a observar el <strong>de</strong>sarrollo <strong>de</strong> p<strong>la</strong>ntas, flores y arbustos en <strong>la</strong><br />

tierra que acabarían sustituyendo su inicial verdor o colorido por tonos apagados, dorado reseco<br />

o un negro amoratado.<br />

Aprendí a saborear el viento y a escuchar el susurro <strong>de</strong> <strong>la</strong> tierra. Al tiempo en el que me volvía<br />

experto en <strong>la</strong>s señales <strong>de</strong>l mundo, mi memoria se <strong>de</strong>shojaba forrando <strong>de</strong> lágrimas secas el<br />

terreno que mi fol<strong>la</strong>je sombreaba. Apenas si podía re<strong>la</strong>cionar nombres con rostros y nombrar<br />

lugares <strong>de</strong> <strong>la</strong> infancia, tan sólo recordaba algunas frases, escenas y canciones perfumadas <strong>de</strong> mi<br />

otra vida. Había conocido a fondo a <strong>la</strong> especie humana, quizá por eso ahora me alegraba ser<br />

ajeno a el<strong>la</strong>. Al fin, el tiempo <strong>de</strong>jó <strong>de</strong> ser <strong>la</strong> espiral incomprensible <strong>de</strong> antes, para convertirse en<br />

una sustancia p<strong>la</strong>na y sin relieve, casi pre<strong>de</strong>cible. Fue un día <strong>de</strong> enero cuando un molesto ruido<br />

me a<strong>la</strong>rmó, una motosierra me sacudía y llenaba el ambiente con olor a gasolina quemada.<br />

Antes <strong>de</strong> dar contra el suelo, pu<strong>de</strong> ver el rostro <strong>de</strong> mi agresor. A partir <strong>de</strong> ese momento mi<br />

consciencia se vuelve intermitente. Sé que mi cuerpo transformado pudo amueb<strong>la</strong>r el cubículo <strong>de</strong><br />

un me<strong>la</strong>ncólico oficinista. Mi parte más amada fue cortada, a<strong>la</strong>rgada y repartida en pequeñas<br />

porciones para que el torno les diera forma hexagonal. Se pintaron color amarillo y se les inyectó<br />

alma <strong>de</strong> grafito a cada una en medio <strong>de</strong>l bullicio <strong>de</strong> <strong>la</strong> fábrica.<br />

El muchacho regresó agitado <strong>de</strong>l bosque, <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> haberlo admirado <strong>la</strong>rgo rato. Tomó asiento<br />

en una sil<strong>la</strong> chirriante dispuesto a escribir. A <strong>la</strong> vieja usanza empuñó un lápiz nuevo, sacó punta y<br />

se asomó al abismo <strong>de</strong> <strong>la</strong> hoja en b<strong>la</strong>nco. La enfrentó como el joven escritor que era y trazó <strong>la</strong>s<br />

primeras pa<strong>la</strong>bras: La muerte no es más que una transformación...

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