marconcini, benito - 10
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en ella se albergaba la justicia;<br />
pero ahora, asesinos.<br />
22<br />
Tuplata se ha vuelto escoria;<br />
tu vino, cortado con agua;<br />
23<br />
Tus príncipes son rebeldes,<br />
comparsas de ladrones,<br />
cada cual ama el soborno,<br />
anda a la caza de regalos.<br />
Al huérfano no lo defienden,<br />
la causa de la viuda no llega a ellos.<br />
24<br />
Por eso -oráculo del Señor,<br />
Yahveh Sebaot,<br />
el Fuerte de Israel-<br />
¡ah! me solazaré de mis adversarios,<br />
me vengaré de mis enemigos.<br />
25<br />
Volveré mi mano contra ti,<br />
limpiaré, como la lejía, tus escorias,<br />
apartaré todo tu estaño.<br />
26<br />
Haré a tus jueces como eran al principio;<br />
a tus consejeros, como al comienzo.<br />
Después te llamarán villa de justicia,<br />
ciudad fiel.<br />
27<br />
Sión será rescatada por el derecho;<br />
y sus convertidos, por la justicia.<br />
2%<br />
¡Ruina sobre rebeldes y pecadores a la vez!<br />
Los que abandonaron a Yahveh perecerán.<br />
Los profetas tienen como objetivo primario revelar<br />
la relación actual -a menudo inauténtica- del ser humano,<br />
individualmente y en grupo, con Dios. No se proponen<br />
definir al ser humano como hacen por ejemplo el<br />
Génesis («imagen y semejanza de Dios») y los libros sapienciales.<br />
Para que esta situación pase a primer plano<br />
apelan a las más diversas imágenes, comparando al pueblo<br />
con una viña, un hijo o una esposa. Oseas es el primero<br />
que aplica la categoría nupcial a las relaciones entre<br />
Dios y su pueblo. Así encuentra alivio el tormento<br />
58<br />
que le causa la infidelidad de su esposa Gómer, una vez<br />
que comprende que el mismo Dios sufre por una infidelidad<br />
más profunda y lacerante, en la que vive el pueblo<br />
desde hace tiempo, poniendo su esperanza en los<br />
ídolos, de los cuales espera obtener beneficios. «Me iré<br />
tras mis amantes, que me dan mi pan y mi agua, mi lana<br />
y mi lino, mi aceite y mis bebidas» (Os 2,7). Dirigirse<br />
a los templos cananeos para llevar a cabo actos de<br />
culto a los baales constituye una auténtica traición, un<br />
adulterio. Oseas, por lo tanto, apoyándose en su experiencia<br />
familiar se atreve a decir a sus conciudadanos:<br />
«¡Sois como mi mujer!»<br />
Jeremías vuelve a exponer este pensamiento: después<br />
de la fidelidad en el desierto, durante la época del amor<br />
de novios, del seguimiento confiado por una tierra inhóspita,<br />
ve en el pueblo un cambio repentino e inexplicable.<br />
«Me abandonaron a mí, fuente de aguas vivas,<br />
para excavarse cisternas, cisternas agrietadas, que no retienen<br />
el agua» (Jer 2,13). Para Jeremías el adulterio se<br />
consuma al otorgar de nuevo la confianza a las instituciones<br />
humanas, sobre todo en el templo, considerado<br />
como fuente de seguridad. «No confiéis en estas engañosas<br />
palabras: El templo de Yahveh, el templo de<br />
Yahveh, el templo de Yahveh es éste» (7,4). También<br />
Ezequiel, a través de perspectivas diferentes y complementarias<br />
(cf. las diferencias entre los caps. 16.20.23),<br />
considera como adulterio la desobediencia a la voluntad<br />
divina tal como se manifiesta en los preceptos de la ley:<br />
«no procedieron según mis leyes, despreciaron mis normas,<br />
por medio de las cuales vive el hombre que las<br />
cumple, y profanaron constantemente mis sábados» (Ez<br />
20,13.21). Cada uno de los tres profetas especifica de un<br />
modo distinto la acusación de adulterio: culto a los baales,<br />
en Oseas; confianza absoluta en el templo y en las<br />
instituciones, en Jeremías, y desobediencia a los mandamientos,<br />
en Ezequiel.<br />
Isaías se integra en esta tradición aportando una<br />
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