Empieza a leer - Alfaguara Infantil
Empieza a leer - Alfaguara Infantil
Empieza a leer - Alfaguara Infantil
Create successful ePaper yourself
Turn your PDF publications into a flip-book with our unique Google optimized e-Paper software.
La Tenacidad<br />
Yo pude haber sido alegrense, inmundés, digniteco<br />
y hasta prosperita, pero mi madre quiso que<br />
naciera en su pueblo natal:<br />
—Se lo prometí a mis padres. Nacerás en La<br />
Tenacidad.<br />
Me decía ella, mientras yo, en su interior,<br />
pensaba en que a mí la verdad no me importaba si<br />
nacía en un pueblo o en otro. Lo que yo quería era<br />
nacer, pero ya. Quería saber qué eran todas esas<br />
cosas que se contaban mis padres y que se oían<br />
tan extrañas: el sol, las casas, los insoportables<br />
insectos, pero sobre todo: el destino y la incierta<br />
situación económica. Por eso yo empujaba como<br />
podía con mis piernas y brazos.<br />
—Aguanta otro poquito, hijo...<br />
Oía entonces cómo mi padre le decía:<br />
—Pero mujer, ¿qué caso tiene todo esto?<br />
Vamos a un hospital, ahorita. Nada más hay que<br />
decirle al chofer que frene.
8<br />
—¿Y que mi hijo sea alegrense, Francisco?<br />
No, de ningún modo. Él será tenacitino, como mi<br />
padre, mi madre, mi hermano y yo. La gente de La<br />
Tenacidad siempre aprovecha las oportunidades y<br />
logra lo que se propone; por eso es respetada por<br />
todos. En La Tenacidad toda la gente da frutos.<br />
Mi hijo cultivará el maíz en mi pueblo natal como<br />
toda mi familia lo ha hecho siempre.<br />
La verdad yo no quería sembrar maíz, ni me<br />
interesaban las oportunidades o el respeto. Yo sólo<br />
quería nacer, y si no me apresuraba, no podría<br />
saber lo que eran un chofer inconsciente y un<br />
camión destartalado (que habían sido tan mencionados<br />
durante todo el viaje). Por eso, desde antes<br />
que llegáramos al pueblo de La Alegría, me había<br />
propuesto empujar con fuerza cada ochocientos<br />
latidos, luego lo haría cada cuatrocientos, y así,<br />
hasta que mi mamá entendiera mi ansiedad por<br />
ver el mundo. Es cierto que estaba en un lugar<br />
muy cómodo, pero yo ya llevaba (por lo que les<br />
había oído decir a mis padres) casi nueve meses<br />
ahí, ¿y quién puede soportar nueve meses en el<br />
mismo lugar?<br />
Pero mi mamá persistía en su plan, y cada vez<br />
que yo daba una patada o un manotazo, decía:<br />
—Mira, hijo, no insistas. Vas a nacer en La<br />
Tenacidad y punto. Se lo prometí a mi padre.<br />
Escuché que papá le respondía:
9<br />
—Mejor no recuerdes a tu padre, Amalia. Ya<br />
sabes lo que te pasa. Cuenta hasta doce.<br />
Cada vez que mamá recordaba a su papá,<br />
perdía la vista por unos minutos, o sea que se<br />
quedaba como yo: sin saber cómo era el mundo.<br />
No sabía por qué pasaba esto, pero cada vez que<br />
sucedía, yo sentía cómo ella hervía en su interior,<br />
y eso era muy incómodo para mí. Lo bueno fue<br />
que papá descubrió que contando hasta doce mi<br />
mamá podía controlar su enojo y quedarse ciega<br />
sólo por unos momentos.<br />
Según mi padre, todavía faltaba medio día de<br />
camino para llegar al pueblo. En ese momento<br />
no tenía idea de cuánto era medio día, pero me<br />
sonaba a que tal vez faltaban otros nueve meses.<br />
Además, con el golpeteo constante del camión<br />
destartalado en el que íbamos, yo la verdad estaba<br />
cada vez más harto.<br />
Y así fue todo el viaje.<br />
Cuando pasamos por La Dignidad mi mamá<br />
respiraba con fuerza, yo pateaba y mi papá decía:<br />
—Aquí, Amalia.<br />
—De ninguna manera. Todo menos digniteco.<br />
Cuando llegamos a La Inmundicia:<br />
Yo manoteaba y mi padre discutía con mi<br />
madre:<br />
—Vamos, ya casi estamos en La Tenacidad.
10<br />
—Nadie es “casi tenacitino”. A los inmundeses<br />
les apesta la boca y la educación.<br />
Y así fue también al pasar por La Prosperidad.<br />
Mi mamá sudaba, respiraba contando hasta doce y<br />
amenazaba a mi padre con algo llamado divorcio<br />
si se atrevía a decirle al chofer que detuviera el<br />
camión. Mientras tanto, yo había decidido ahora<br />
golpear con la cabeza. Mi mamá intentaba calmar<br />
mis ganas de salir contándome todo lo que veía a<br />
través de la ventana del camión. Me habló de cosas<br />
que sonaban muy bien: tres vacas pastando, la niebla<br />
deslizándose por la montaña, el sol hundiéndose<br />
como una cereza en una suave gelatina y las nubes<br />
pintadas de color uva. Sí, sí. Todo se oía muy bien.<br />
Pero ya estaba harto de tantas palabras, ya me sabía<br />
demasiadas, ahora lo que quería era ver cómo lucía<br />
todo. Tampoco quería seguir oyendo todo el tiempo<br />
los pensamientos de mamá (ya hasta sentía que<br />
pensaba como ella). ¡Me urgía salir de ahí! Pero mi<br />
madre era muy terca y no parecía percatarse de<br />
mi impaciencia. Pronto me cansé de tanto manotear<br />
y me di cuenta de que lo mejor era darle gusto y<br />
aguantar otro poco. Pero eso sí, yo ya estaba decidido,<br />
en cuanto el camión llegara a La Tenacidad,<br />
yo nacería; yo también tenía mis derechos.<br />
Así que pacté una tregua con mi madre justo<br />
cuando me hablaba de lo maravilloso que era su<br />
pueblo natal:
11<br />
—Las tierras de mi familia se llaman Los Maizales,<br />
y en otoño son como un mar dorado que se<br />
mueve al ritmo del viento que pasa cargando hojas<br />
secas. No falta mucho para que las veas, hijo.<br />
Las últimas palabras que escuché desde el<br />
vientre de mi madre fueron dichas por el chofer<br />
del camión: “Bienvenidos a La Tenacidad”. Al<br />
oírlas empujé con todas mis fuerzas: uno, dos<br />
y... tres.<br />
Un baño de agua tibia salió del interior de<br />
mi mamá y fue tal la cantidad que comenzó a<br />
invadir todo el camión, que el chofer tuvo que<br />
frenar y abrir la puerta para que nadie se ahogara.<br />
Unos minutos después, mi padre y un resplandor<br />
extraordinario me recibieron. Tomé mi primer<br />
respiro de aire tenacitino y justo cuando lloraba<br />
por el esfuerzo, en brazos de mi madre, ella gritó<br />
a todos los empapados pasajeros del camión:<br />
—Todos ustedes son testigos, mi hijo ha nacido<br />
en el pueblo donde todo crece: el hermoso<br />
pueblo de La Tenacidad.<br />
De inmediato yo intenté ver a mis padres, y<br />
aunque todo estaba muy borroso (hay que recordar<br />
que acababa de nacer), pude distinguir por fin<br />
lo que mi papá había descrito en mi mamá como<br />
una boca delicada, una nariz respingada, una piel
12<br />
apiñonada, un cabello negro lacio, unos ojos ligeramente<br />
alargados y una barbilla que reflejaba<br />
su firmeza de carácter. Mamá era atractiva. A mi<br />
padre, por su lado, mamá lo había descrito varias<br />
veces como de rostro apacible, nariz larga y recta,<br />
ojos, bigote y cabellos del color del maíz maduro.<br />
Sí, el rostro de papá también me agradaba. Eso<br />
fue lo primero que hice al llegar a La Tenacidad;<br />
lo que hicieron mis padres fue conseguir un papel<br />
que decía que yo había nacido ahí, lo cual tenía<br />
muy orgullosa a mi mamá. Ella no sabía <strong>leer</strong> y<br />
sin embargo miraba y miraba el papel. Yo no<br />
comprendía cómo le podía emocionar tanto algo<br />
que no entendía. Claro que en cuanto pude ver<br />
las primeras “borrosas” imágenes de su amado<br />
pueblo entendí por qué mi madre insistía tanto en<br />
que yo naciera ahí. Todo el lugar estaba cubierto<br />
de campos cultivados. A donde uno dirigiera la<br />
mirada podía ver árboles llenos de frutos y flores.<br />
Y había de todo. Escuché que mi mamá le decía a<br />
papá que había desde plátanos hasta berenjenas,<br />
y desde sandías hasta ejotes.<br />
Mamá no quiso que tomáramos siquiera un<br />
momento de descanso. Quería llegar cuanto antes<br />
a la tierra de Los Maizales, aquella que sus<br />
papás —o sea mis abuelos— le habían dejado.<br />
Y como siempre se hacía lo que decía mi mamá<br />
(ella había decidido que yo nacería en su pueblo,
13<br />
ella había decidido que debíamos trabajar la tierra<br />
en La Tenacidad y también había decidido que<br />
yo me llamaría Bruno), papá tomó las maletas y<br />
comenzamos el recorrido.<br />
Para llegar hasta Los Maizales, según escuché<br />
decir a mis padres, tuvimos que pasar por muchos<br />
sembradíos y huertos. Yo en ese momento no sabía<br />
cómo se veía un mar dorado, pero en cuanto vimos<br />
las tierras de la familia de mi madre me encontré<br />
ante lo único triste y desolado de toda La Tenacidad.<br />
No había nada. Era un llano enorme, totalmente<br />
desierto y polvoriento. Mi madre dijo con tristeza<br />
mientras me acomodaba en sus brazos:<br />
—Esto no puede ser Los Maizales.<br />
Mi padre se inclinó a tomar un viejo letrero<br />
que estaba tirado en el suelo y que leyó: “Los Maizales.<br />
Donde siempre encontrará el mejor maíz”.<br />
Entonces se levantó apenado y miró al frente:<br />
—Mira, Amalia. Ahí está la casa de la que<br />
tantas veces me platicaste.<br />
Ella sonrió y le dijo:<br />
—¿Lo recuerdas?<br />
Mi papá no dijo nada, y supuse que él también<br />
le había sonreído, pero no lo pude ver porque en<br />
ese momento mi mamá me había cubierto el rostro<br />
con su rebozo.<br />
Cuando las mamás que aún no son mamás<br />
tienen ganas de platicar y resulta que no está su
14<br />
esposo cerca, suelen hablar con el hijo que está en<br />
su vientre. Así me pasó. Mi mamá alguna vez me<br />
contó que mi papá, antes de conocerla, tenía una<br />
muy mala memoria y que todo lo olvidaba, pero<br />
que en el momento de conocerse, ella le preguntó<br />
si la recordaría y él dijo: “Jamás podré olvidar ese<br />
hermoso rostro”. Ya sé que se oye cursi, pero eso le<br />
dijo y realmente él ya no olvidaba las cosas como<br />
antes, y eso era algo que hacía muy feliz a mamá.<br />
Papá no era el único que recordaba lo feliz que<br />
había sido su esposa en la casa de su infancia, a<br />
mí también me lo había contado.<br />
Mis padres caminaron todavía un buen trecho<br />
sobre ese terreno para llegar a la que era la vieja<br />
casa de mis abuelos. Estaba ansioso por verla.<br />
Pero al descubrirme mi madre el rostro pude ver,<br />
por su expresión, que no era lo que ella esperaba<br />
encontrar. La casa era tan sólo un edificio viejo,<br />
limitado por cuatro paredes grises, sin puertas,<br />
con apenas medio techo y con un fuerte olor a<br />
humedad.<br />
Mi papá dijo entonces:<br />
—¿Y Luis?<br />
—Se supone que nos esperaría para entregarnos<br />
las tierras.<br />
—Tal vez llegamos un poco tarde.<br />
En ese momento no supe quién sería ese tal<br />
Luis, pero era obvio que no estaba por ahí. Mi
15<br />
mamá, que nunca se dejaba vencer por nada, sólo<br />
dijo:<br />
—En realidad él no tenía la obligación de estar<br />
aquí —hizo una pausa y continuó—. Bueno, hay<br />
mucho que arreglar. Yo me haré cargo de la casa,<br />
y tú, Francisco, del campo.<br />
Mi papá miró hacia el gran llano y quitándose<br />
el sombrero se limpió el sudor. Se arrodilló frente<br />
al campo y pasó una mano por el terreno. Mamá<br />
le preguntó extrañada:<br />
—¿Qué pasa, Francisco?<br />
Ella se agachó y también sintió la tierra con<br />
sus dedos.<br />
Descubrieron que ahí, debajo de una engañosa<br />
capa de polvo había algo semejante a...<br />
—Parece un piso de cemento —dijo papá.<br />
Y el piso no estaba sólo en la entrada de la<br />
casa. Mamá me acomodó sobre una de las maletas,<br />
fue por una escoba y comenzó a buscar los bordes.<br />
Papá hizo lo mismo, y después de un tiempo los<br />
dos habían cubierto (o más bien descubierto) una<br />
buena parte de Los Maizales.<br />
Alguien había convertido el terreno en un<br />
gran piso.<br />
Mamá estaba furiosa:<br />
—Primero abandonan Los Maizales y ahora<br />
lo cubren de cemento.
16<br />
Mientras papá pensaba en cómo destruir ese<br />
piso, mamá y yo fuimos directo hasta el pueblo.<br />
Era claro que deseaba quejarse. Yo estaba contento<br />
de no estar ya en su vientre. Podía sentir en<br />
su abrazo cómo debía de estar hirviendo de furia<br />
por dentro.<br />
No recuerdo a qué oficinas entramos, pero lo<br />
que sí recuerdo es al hombre de cara redonda y<br />
gran bigote que atendió a mi mamá:<br />
—Desde que tu padre murió, Amalia, nadie<br />
ha sembrado esa tierra.<br />
—Eso no es cierto. Mi hermano Luis vino este<br />
año a sembrar.<br />
—¿Luis? Él no ha pisado La Tenacidad desde<br />
hace dos años.<br />
Esto pareció impresionar mucho a mi mamá<br />
porque se quedó callada. Entonces el hombre<br />
continuó:<br />
—La Ley de Desuso de Suelo dice en su artículo<br />
12, fracción cuarta, que una tierra que no<br />
ha sido sembrada por más de dos años debe pasar<br />
a formar parte de la comunidad.<br />
—¿Y por qué la comunidad no usó Los Maizales<br />
y siguió sembrando maíz?<br />
—Porque nadie sabe sembrar maíz. Sólo los<br />
de tu familia. Todos querían sembrar sus vegetales<br />
o sus árboles frutales. Los Pérez querían que<br />
se sembraran las famosas uvas que cultivan en
17<br />
El Vergel; los Jiménez querían que se sembraran<br />
las zanahorias que se dan en sus tierras... Todos<br />
querían Los Maizales y nadie estaba dispuesto a<br />
cederla a los demás. Repartirla era ridículo, así<br />
que se hizo lo que la ley estipula para estos casos.<br />
Afortunadamente, la ley tiene soluciones para<br />
todo: construir una pista de patinaje.<br />
—Pero nadie sabe patinar en La Tenacidad.<br />
—Por eso la encontraste cubierta de tierra y<br />
polvo. Pero no te preocupes. Ahora que un miembro<br />
de la familia Constantino regresó, podremos<br />
volver a tener maíz en La Tenacidad.<br />
—Sí, pero ¿cómo voy a deshacerme de la pista<br />
de patinaje?<br />
—Puedes hacerlo tú misma o puedes solicitar<br />
que el gobierno de La Tenacidad se haga cargo.<br />
—Pues claro que voy a pedirle al gobierno<br />
que lo haga.<br />
—Yo no te lo recomendaría, recuerda que<br />
todos en La Tenacidad somos muy… cómo decirlo...<br />
Mamá le ayudó a completar la frase:<br />
—¿Tercos?<br />
—No, Amalia, iba a decir “persistentes”... y<br />
tú sabes que el trámite puede tardar mucho.<br />
A mi mamá eso no le importó, ella quería que<br />
quitaran la pista de patinaje los mismos que la habían<br />
construido. Así que el gordo le proporcionó unas
18<br />
solicitudes que tenían que ser llenadas por quintuplicado<br />
(después me enteré de que eso significaba cinco<br />
veces). Ella tuvo que tomar los papeles, ir conmigo<br />
hasta Los Maizales a que papá los llenara y regresar<br />
para que el trámite empezara cuanto antes.<br />
—Esperemos que en una semana las máquinas<br />
vengan a quitarte la pista de patinaje —dijo<br />
el hombre mientras comía un perón salido de la<br />
huerta de la familia Torres.<br />
Mamá salió furiosa de ahí (creo que hasta vi<br />
salir un poco de humo de sus oídos). Y mientras<br />
caminaba por la calle, la escuché decir:<br />
—Si tan sólo mi padre le hubiera dejado encargadas<br />
las tierras a mi hermano... No sé si voy<br />
a poder con esto.<br />
Entonces se detuvo y me di cuenta de que sus<br />
ojos se veían raros. Se recargó en una pared y me<br />
acarició el rostro sin mirarme. Se había quedado<br />
ciega. Había recordado otra vez a su papá y no<br />
había contado hasta doce.<br />
Estuvimos un rato ahí mientras a mamá le<br />
volvía la vista. De pronto me dijo:<br />
—Nunca odies, hijo. No sabes lo terrible que<br />
puede ser.<br />
Mientras regresábamos a Los Maizales me<br />
puse a pensar si sería el odio el que le hacía perder<br />
la vista a mamá y sobre todo ¿a quién podía<br />
odiar?, ¿a su papá?
19<br />
Pasó una semana, dos, cuatro. Mamá no dejaba<br />
de ir todos los días a reclamar por el retraso,<br />
y el gordo le seguía diciendo que no tardarían las<br />
cosas en resolverse. Ella pedía llenar una queja,<br />
la llevaba a casa para que papá la llenara y luego<br />
al otro día la entregaba.<br />
Yo pensé que ella ganaría, pero finalmente<br />
cuando ya habían pasado tres meses, fue hasta la<br />
oficina del hombre gordo y le dijo:<br />
—Está bien, préstenme la herramienta para<br />
hacerlo nosotros.<br />
—No podemos hacerlo —le dijo el señor, que<br />
ahora manchaba sus bigotes con una rebanada de<br />
sandía—; una vez que el trámite de solicitud al<br />
gobierno ha comenzado, no podemos hacer otra<br />
cosa que esperar.<br />
—Pues nosotros compraremos la herramienta.<br />
—Yo te recomendaría que esperaras. Las herramientas<br />
para destrucción de cemento son muy<br />
caras, y además, sólo las usarías una vez.<br />
Mamá se quedó callada. Era cierto. Mis papás<br />
no tenían dinero para algo así.<br />
Por suerte para nosotros, todos los vecinos,<br />
apenados por haber peleado por Los Maizales,<br />
nos daban de comer diario una ración de frutas y<br />
legumbres.<br />
Mi papá ya estaba desesperado. Él quería<br />
sembrar. Se quejaba con mamá de que por eso
20<br />
había estudiado tanto, de que se sentía inútil y<br />
aburrido, pero sobre todo se quejaba del artículo<br />
12, fracción cuarta, de la Ley de Desuso de Suelo,<br />
y la presencia de una pista:<br />
—¿Por qué no pusieron siquiera campos de<br />
futbol o unas canchas de tenis? Si hay algo que<br />
odie es el patinaje.<br />
Así decía al menos tres veces al día. Y aunque<br />
intentó con el pico y otras herramientas romper el<br />
cemento, no logró nada; la verdad es que era una<br />
pista de patinaje muy bien construida.<br />
El día que se encontró en una orilla de la pista<br />
unos patines olvidados, yo creí que les daría un<br />
golpe con el pico o que de menos los patearía, pero<br />
los miró un buen rato y luego los llevó adentro de<br />
la casa. Ya no vi qué les hizo pero en ese momento<br />
estaba seguro de que los había quemado.<br />
Mientras llegaba la ayuda, papá y mamá se<br />
habían encargado de arreglar la casa y la habían<br />
convertido en un edificio completo. Entre tanto,<br />
no nos quedaba otra que ver a los habitantes de La<br />
Tenacidad llegar con sus patines e intentar usar la<br />
pista. Pero todos eran muy malos, claro que, como<br />
buenos tenacitinos, no se daban por vencidos y<br />
patinaban y se caían, se levantaban y se caían y lo<br />
intentaban... y se caían y lo volvían a intentar... A<br />
mamá no le divertía ver gente cayéndose en vez de
21<br />
grandes mazorcas creciendo y meciéndose con el<br />
viento. Papá se moría de aburrimiento y le decía<br />
a mamá mientras comían una papaya sentados a<br />
la mesa:<br />
—Amalia, no podemos seguir esperando.<br />
Hay que pedirles a los vecinos que nos ayuden a<br />
quitar la pista.<br />
—Ojalá pudiéramos, Francisco, pero nadie en<br />
La Tenacidad tiene herramientas de destrucción<br />
de cemento. Además, los que hicieron esto tienen<br />
que arreglarlo; no pueden salirse con la suya.<br />
—Pero no podemos seguir así. ¿Qué tal que<br />
se me olvida todo lo que aprendí en la escuela de<br />
agronomía? ¿Por qué no mejor nos vamos a otro<br />
pueblo?<br />
—Yo no puedo irme de mi pueblo natal.<br />
—Pero hoy cumplimos seis meses de estar<br />
así.<br />
Mamá se levantó molesta.<br />
—¿Seis meses? Hay que llevar una queja<br />
especial.<br />
Le pidió a mi papá que le llenara otra queja.<br />
Y por primera vez vi a mi padre muy enojado. Yo<br />
lo entendía. La espera ya era mucha.<br />
Mamá salió con tanta prisa a llevar la queja,<br />
que se olvidó esta vez de llevarme. Papá dejó su<br />
papaya y se puso a hablar como si estuviera su<br />
esposa por ahí:
22<br />
—Pues yo no soy así, Amalia. Si quieres esperar,<br />
tú espera. Yo tengo que hacer algo.<br />
Mi papá se veía muy molesto. Se levantó y<br />
me tomó en sus brazos. Abrió la puerta y salimos<br />
a mirar el sol ocultándose tras la pista de patinaje<br />
de Los Maizales. Entonces los dos pudimos ver<br />
cómo el hijo de los Morales —cultivadores de<br />
zarzamoras azules— hacía intentos por patinar<br />
mientras un señor lo observaba sentado a un lado<br />
de la pista. El niño apenas podía sostenerse, y después<br />
de uno, dos, tres pasos, le gritó al hombre:<br />
—Mira, papá, lo hice.<br />
El señor sonrió, claro que no por mucho<br />
porque al cuarto paso el niño, ¡cuas!, cayó en<br />
tremendo sentón que hizo que su padre corriera<br />
a ayudarlo. Vi entonces que papá tenía el rostro<br />
como perdido; no parecía seguir viendo a los dos<br />
Morales. Sacudió la cabeza como si despertara de<br />
un sueño y de inmediato entró a la casa:<br />
—Ya sé qué tengo que hacer —dijo mientras<br />
se dirigía a la cama donde él y mamá dormían—.<br />
Si me apresuro, hasta un tractor podremos comprar.<br />
Me colocó sobre la cama y aproveché para<br />
quitarle el sombrero y morderlo un poco (reconozco<br />
que no fue algo muy inteligente, pero yo<br />
todavía no tenía ni un año y estaba en la edad de<br />
morder cosas). Él continuó hablando:
23<br />
—Como no tenemos papel ni lápiz, no puedo<br />
dejarle un recado a tu mamá, así que te voy a pedir<br />
que le digas que me fui a la frontera a buscar lo que<br />
nos puede salvar. Dile que me espere aquí.<br />
Y sin decir más, sacó de debajo de la cama<br />
una caja donde estaban los patines que se había<br />
encontrado aquel día y que creí que había quemado.<br />
Yo dejé de morder el sombrero, estaba muy<br />
asombrado: él se estaba poniendo los patines. Un<br />
minuto después salió por la puerta deslizándose<br />
mientras yo dejaba caer el sombrero. Me di la<br />
vuelta sobre la cama y pude ver cómo tomaba la<br />
pista de patinaje. Alcancé a oír al señor Morales<br />
que le decía:<br />
—Pero qué bien lo hace, Mendieta.<br />
No escuché que papá le respondiera. Patinaba<br />
como no había visto a nadie hacerlo. Parecía volar.<br />
Y detrás de él iba dejando algo, era polvo, pero no<br />
como el polvo que deja un camión cuando pisa el<br />
suelo, éste era un polvo negro que parecía salir de<br />
sus pies y entre más se alejaba, más polvo dejaba.<br />
Pronto lo perdí de vista, sólo escuché a la<br />
distancia el sonido de sus patines que se iban<br />
perdiendo entre el chipchip y el cricri de los insectos<br />
de la tarde.<br />
Vaya que me preocupé. Papá realmente estaba<br />
olvidando las cosas otra vez: se olvidó de su<br />
sombrero, de que odiaba los patines, de cerrar la
24<br />
puerta, de que mamá se enojaría si no lo encontraba<br />
al regresar, pero sobre todo, de que yo aún<br />
no hablaba y no podría darle el recado que me<br />
había pedido que le diera a ella.<br />
Mamá regresó. Su primer enojo vino cuando<br />
encontró la puerta abierta, pero su segundo<br />
enojo fue peor cuando descubrió que su esposo<br />
no estaba. Yo no sabía cómo darle el recado. Me<br />
miró por un momento, como esperando que yo<br />
le dijera algo, pero no pude sino poner unos ojos<br />
enormes, y cualquiera que los hubiera mirado con<br />
atención habría sabido que decían: “Papá se fue<br />
a la frontera y vendrá por nosotros”.<br />
Ella me miró intrigada y aunque no entendió<br />
exactamente lo que yo quería, dijo asombrada:<br />
—Nos dejó, ¿verdad?<br />
El tercer enojo vino entonces.<br />
—¿Ahora quién me llenará esta forma?<br />
Esperamos a mi papá todo ese día, y el siguiente.<br />
Al tercer día, mi mamá se convenció de<br />
que él no había ido al pueblo por cigarros o a dar<br />
un paseo. Recordó entonces su última conversación<br />
y dijo:<br />
—Se fue. Se fue a sembrar a otra parte... y se<br />
olvidó de mí...<br />
Por un momento pensé, por la cara de enojo<br />
que puso, que podía quedarse ciega en cualquier<br />
momento. Pero no fue así.
25<br />
Mi mamá se puso a averiguar con la gente del<br />
pueblo. Nadie había platicado con mi papá en su<br />
salida de La Tenacidad. Algunos le dijeron que lo<br />
habían visto alejarse patinando, recorriendo toda<br />
la pista de patinaje y después continuando sobre<br />
la tierra. Decían que parecía que volaba sobre el<br />
suelo cuando pasó por el huerto de los Limonta,<br />
justo antes de salir del pueblo. Le dijeron que al<br />
patinar iba dejando un polvo negro que se esparcía<br />
por todo el aire. Nadie había visto algo así antes,<br />
tampoco nadie sabía qué era esa cosa oscura que<br />
ahora descansaba sobre los árboles de limón de los<br />
Limonta. Otras personas le dijeron que lo habían<br />
visto tomar un camión, pero no como toda la gente<br />
lo hace, sino con patines puestos, agarrado de la<br />
parte trasera del vehículo.<br />
Mamá no lo podía creer, sobre todo la parte de<br />
los patines y el polvo. Por eso decidió que lo mejor<br />
que podíamos hacer era esperar un poco. Ella tenía<br />
todavía muchas quejas que le había llenado papá,<br />
así que aún podía seguir llevando documentos a<br />
las oficinas de agricultura del pueblo.<br />
A la semana de la partida de papá, llegaron<br />
a la casa el señor y la señora Limonta. Estaban<br />
furiosos. Le dijeron a mamá que muchos de sus<br />
árboles parecían enfermos y decaídos. Mamá no<br />
entendía qué tenía ella que ver con eso, pero los<br />
señores Limonta insistieron en que los acompaña-
26<br />
ra. Me cargó y me llevó con ella. Mucha gente del<br />
pueblo se había reunido ahí. La señora Limonta<br />
gritaba:<br />
—Es ese polvo que dejó su esposo al irse.<br />
El señor Limonta estaba aún más furioso:<br />
—Vea nuestros árboles, mire qué tristes y<br />
desguanzados están.<br />
Y le preguntaban todos a mamá gritando:<br />
“¿Qué nos dejó su esposo?” “¿Qué polvo negro<br />
es éste?” “¿Dónde está él?”<br />
Yo estaba asustado.<br />
Mamá les decía que no tenía idea, que no sabía<br />
a dónde había ido mi papá:<br />
—Lo último que me dijo es que quería sembrar,<br />
que necesitaba sembrar pronto.<br />
Entonces el señor Romero, el hombre más viejo<br />
del pueblo, dueño del sembradío de betabeles<br />
de La Tenacidad, dijo:<br />
—Nos dejó su desesperación —todos lo miraron<br />
con atención mientras él intentaba recoger<br />
del suelo un poco del polvo—. La desesperación<br />
puede acabar hasta con el árbol más frondoso.<br />
Alguien dijo con nerviosismo:<br />
—Hay que recoger esa desesperación.<br />
Pero cuando intentaban recogerla, los tenacitinos<br />
veían cómo al contacto de sus manos el polvo<br />
se multiplicaba y se escapaba por entre sus dedos<br />
volando. Los Limonta eran los más apurados, y
27<br />
comprobaron que con nada se podía recoger el<br />
polvo. El señor Romero dijo:<br />
—¿Lo ven? La desesperación lleva a más<br />
desesperación. Nadie puede acabar con la desesperación<br />
de otro. Sólo el mismo que la creó puede<br />
hacerlo. Si quieren combatir la desesperación de<br />
Francisco, primero deben estar en calma.<br />
Pero el señor Limonta ya se veía muy nervioso<br />
y le decía:<br />
—¿Cómo quiere que me calme? Mire los<br />
limones.<br />
Y su desesperación hacía que más polvo<br />
saliera de sus manos y que volara y se dispersara.<br />
Esto hizo que los demás habitantes de La<br />
Tenacidad se comenzaran a desesperar también,<br />
sobre todo los que tenían sus huertos y hortalizas<br />
cerca de ahí:<br />
—No hagas más desesperación —gritaba la<br />
señora Galán.<br />
—Si sigues así, vas a hacer que la desesperación<br />
se disperse por todos lados —decía el señor<br />
Morales.<br />
Pero nadie hablaba con calma y esos gritos<br />
hacían que el polvo se levantara de la tierra como<br />
ahuyentado por un soplido. Entonces el señor<br />
Romero le dijo a mamá:<br />
—Sólo hay uno que puede recoger ese polvo:<br />
aquel que lo sembró. Tienes que ir por Francisco.
28<br />
La señora Guzmán —excelente sembradora<br />
de berenjenas y alcachofas, pero pésima patinadora—<br />
se acercó a mamá y le dijo:<br />
—Vete ahora, antes de que quieran desquitarse<br />
contigo.<br />
—Pero, ¿a dónde?<br />
Y para mi sorpresa, la señora dijo:<br />
—¿No se habrá ido a la frontera, Amalia?<br />
—¿A la frontera? ¡Cómo cree, Sofía! Mi marido<br />
nunca se iría tan lejos.<br />
—Cuando se desesperan, muchos hombres se<br />
van al País Vecino a conseguir trabajo.<br />
Yo esperaba que mi mamá le hiciera caso a la<br />
señora, pero sólo le dijo:<br />
—Tal vez por fin recordó todo y se fue desesperado<br />
hasta su pueblo natal para ver a sus padres<br />
y decirles que ahora está casado y viviendo en La<br />
Tenacidad.<br />
—¿Y cuál es su pueblo?<br />
—Nunca me lo dijo porque lo había olvidado<br />
—se quedó un momento pensativa y continuó—.<br />
Pero sé quién me lo puede decir...<br />
Mamá dejó de discutir, me acomodó en sus<br />
brazos y se dirigió a la casa; mientras, todos los<br />
demás seguían gritando e intentaban juntar polvo<br />
negro con sus manos, pero no lograban sino crear<br />
más y más polvo.
29<br />
El plan de mamá era que esperáramos a papá<br />
o las máquinas que quitarían la pista de patinaje; lo<br />
que viniera primero. Pero después de lo sucedido<br />
en el huerto de limones, decidió que debíamos<br />
ir en busca de su esposo. ¡Cómo deseaba que a<br />
mi mamá se le ocurriera que él se había ido a la<br />
frontera!<br />
Mamá empacó sólo nuestra ropa, incluyendo<br />
algunas cosas de papá. Me cargó y fuimos hasta<br />
la terminal de camiones, pero antes le encargó a<br />
la señora Guzmán que le cuidara Los Maizales; le<br />
pidió que entregara algunas de las cartas que había<br />
dejado pendientes y que siguiera quejándose por<br />
ella ante el gobierno de La Tenacidad.<br />
Al tomar el camión nos dimos cuenta de que<br />
un denso polvo se levantaba volando en todas<br />
direcciones.<br />
Teníamos que traer pronto a papá si queríamos<br />
salvar La Tenacidad.<br />
Escuché que el camión desvencijado iba<br />
rumbo a El Silencio, el pueblo donde mis padres<br />
habían vivido antes de emprender el viaje a La<br />
Tenacidad. No tenía idea de a quién íbamos a<br />
buscar, pero sí sabía que mi mamá creía que su<br />
esposo se había acordado de sus padres y había<br />
decidido regresar con ellos. ¡Y yo sin poder decir-
30<br />
le que lo que debíamos hacer era ir a la frontera!<br />
Y aunque lo hubiera podido hacer, mi mamá era<br />
de La Tenacidad y cuando una idea se le metía<br />
en la cabeza...