Amor de Viejo. - Bicentenario

AMOR DE VIEJO
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LA MA'JRA(A

LA MATRACA

[I
Ireneo Paz
VAMOR DE VIEJO
007909
Pubkcaciones y Bibliotecas CIJIIUI*) ER
PREMIA editora s.a
.

La ilustraciOn de la cubierta reproduce un fragmento de
upa piitura del pintor mexicano DIEGO RIVERA.
Discno (IC Ia coleccion: Marambio.
Planeación y produeu ton
1 )i reecion General (k Puhi ica(•mne
Bibliotecas/SEP v l'remi:i Editora de Libros. S. A.
Supt'ri':sión
Hilda Bautista. Rafael Recerra. Carlos Mapes.
Enrique M. Limón. Ft'lix Moreno v Hilda Rivera.
610 A
Derechos reservados por los coeditores:
Consejo Nacional de Fomento Educativo
Thiers 251-b. piso. cobonia Nueva Anzures
15590 Mexico, D. F.
PremiS Editora de Libros. S. A.
Morena 425-A, colonia del Valle
03100 Mexico, D. F.
ISBN 968-434-239—X
Impreso y hecho en Mexico
Printed and made in Mexico
I

PRESENTACION
Abogado, periodista, escritor, lreneo Paz nace en Guadalajara,
Jalisco, el 3 de julio de 1836.
Una dilatada existencia Ic perrnitió asistir a los acontecirntentos
claves del siglo XIX y del XX: guerra con
Es! ados Unidos de Norteamérica, Ref orma, Interuención
Pro neesa, restauración de la Repáblica, Port irismo, Revolucton.
En efecto, Paz muere en la ciudad de Mexico ci 4
de rlOt'teml)re de 1924.
Q
uizci la circunstancia anterior decidió su inclinación
tanto por el periodismo, com.o por In novela histórica. En
cuanto a lo prirnero funda y dirige El Padre Cobos y La
Patna. En cuan.to a lo segundo publicó: Amor y suplicio
(1873), Doña Marina (1883), ademds de: Datos biográficos
del general de division C. Porfirio Diaz, con acopio
de documentos (1884). Leyendas histOricas de la Independencia
(1886-1894), Leyendas históricas (1895-1914) y
Mexico actual, galeria de contemporáneos (1898).
Junto a! periodismo, la novela y la narración histórica.
!reneo Paz ejercio también diversas actividades p6blicas.
Corn bate contra ci ejército frances y obtiene ci
grady de coronel. Ocupa la secretaria del Gobierno del
estado de Sinaloa; se une al ,novimiento rebeide que termina
por ilevar a Port irio Diaz a La presidencia de la Republica.
Ya durante la pax port iriana es regidor del Ayuntarniento
de Mexico v diputado a! Con greso de La Union.
Pero Paz frecuentO igualmente Ia novela costumbri.sta
Y rorndntica: La piedra del sacrificio (1871), Las dos Antornas
(1883), y ci tjtulo que hoy publicamos Amor de
viejo (novela dada a con ocer por la imprenta y litografia
7

del padre Cobos en 1874).
Sdtira divertida de card cter costumbrista la considera
el inevitable J. S. Brushwood. Amor de viejo describe
la transformación que sufre un viejo avaro al pretender
conquistar el amor de una joven.
Por ültimo, cabe senalar que no escaparon al interés
del autor jalisciense el teatro: La bolsa o la vida (1863),
Los heroes del dIa siguiente (1871), La manzana de la discoidia
(1887), y la poesia: Cardos y violetas. - H. R.
8 -

AMOR BE VIER
NUVELA ORIGINAL
E'RITA
FOR JPENEO PAZ.
TEBOERA EDICION
MEXICO.
IMPRENTA Y LITOGRAFIA DE IRENEO PAZ,
Calla de 1a5 F4caIeriIlas nmero 7.
1882.

I i • -

I
EL BUEN DON FACUNDO
,Acaso saben ustedes, lectores muy amados, qué es lo que
ha sucedido a don Facundo Cabeza de Vaca, que de pocos
dias a esta parte se encuentra casi inconocible? 6Qu6 arana
le habrá picado que presenta un semblante muy distinto,
pero muy distinto de aquel que nosotros todos le conocimos?
,Es posible, igran Dios!, que una especie de motIn
ocurrido entre los pliegues del alma (dispensen la figura),
sea capaz de producir tales cataclismos en las personas,
tales transfiguraciones, tales metempsicosis?...
He aqui que el autor va a explicar en dos palabras el
motivo de t.anta admiración.
Don Facundo Cabeza de Vaca usaba no hace mucho
tiempo, un frac raldo y sucio desde el cuello hasta la partIcula
iltima de los faldones, sobre que no se lo quito para
nada dui'ante doce años, haciendo esta cuenta p01' supuesto
econOmicamente. En compañIa de ese frac ilevaba un
sombrero alto tan mantecoso, como quebrado y lieno de
picaduras, sumido hasta las cejas y dejando ver por detrás
de [a cabeza algunos mechones de pelo lacio y muy desordenado.
Su chaleco y su corbata eran dos hilachas verdaderamente
inservibles. De la cintura para abajo trala unos
que él ilamaba sus pantalones, pero que no eran sino un
zurcido de puntadas con hilos de todos colores y un hacinarniento
de sustancias aceitosas. En los pies ostentaba
unas botas ilenas de remiendos, con los tacones, es decir,
11

con los restos de tacones queriendo locar retirada por
sendas opuestas, botas que hubiera de.sechado el más infeliz
pordiosero. La camisa... ustedes dirán: acostumbraba
mudársela cada dos, y hasta cada tres semanas... i,cómo
estaria? Con todas estas suciedades, con toda esta grasa
encima, don Facundo estaba asqueroso, repugnante, feo!
Pero de la noche a la mañana, se ha presentado con
botines y sombrero nuevos... con levita, chaleco y pantalones
flamantes, acabados de salir de la sastrerIa... con
corbata de raso azul... con camisa y panuelo limpios...
con reloj y cadena de oro, pues esas prendas que antes eran
de plat.a, las vendió en medio de sus ardides por el doble de
lo que le costaron. Por ültimo, se niveló los pocos cabellos
que andaban en confusion por detrás de la cabeza, se
afeitO, se cortó las unas, etc., etc.
Por eso preguntáhamos a! principio: ,qué es lo que ha
sucedido a don Facundo Cabeza de Vaca?
Lucido quedarla un autor de novelas con ver esas
cosas extraordinarias y quedarse solo haciendo cruces o
contentarse con preguntar al que va pasando: —Dispense
usted, caballero, Lpuede usted decirme en qué consiste que
la esposa de don Nicomedes ha echado carruaje, doña
Escolástica no sale ya a paseo con su marido y el empleado
de rentas, don Nabor, ha comprado una casa? —Que vergüenza
para un novelista que se pusiera a preguntar esas
puerilidades! No, señor; el que profesa la noble misión de
contar vidas ajenas debe ser curioso, debe meterse en
cuanto hay, debe averiguar, pero con vista de ojos, cuanto
aparezca para los demás como un misterio, debe, en fin,
cerciorarse de todo para no quedarse con duda de nada, y
poderlo contar letra por letra.
He aqul explicada la razón de que el autor de esta
veridica historia pueda entrar en los siguientes pormenores.
Don Facundo Cabeza de Vaca, aqui para entre nosotros,
se ha enamorado como una bestia feroz de un pal-
12

mito que, francamente, vale la pena: es frondosa la muchacha
como una lechuga, tiene unos brazos que parecen
de mantequila, unos ojos que alumbran, una boca como
un botón de rosa, canta bien y no cuenta más que diez y
ocho años.
Pero antes de entrar de ileno en la materia, séanos
permitido echar una ojeada, una ojeada que será muy
rápida, sobre los antecedentes y consiguientes de don Facundo.
Tenia nuestro héroe unos treinta aflos cuando contrajo
sus primeras nupcias con una joven de veintitrés, que
segün las crOnicas era linda como un querubIn; pues quién
sabe por qué raros caprichos de la suerte, los hombres horrorosamente
feos saben hacerse querer de las mujeres
extremadamente hermosas, lo mismo que los calaveras de
las niflas de juicio y los pIcaros de las que tienen una buena
hacienda que poner en derroche.
Dos años solamente duraron para nuestro protagonista
las duizuras del matrimonio, muriendo al cabo de
ellos su cara mitad, de un mal desconocido en las cimnicas:
de hambre!
La infeliz fue vIctima de las exageradas economias que
introdujo en sus gastos domésticos don Facundo Cabeza
de Vaca.
Dio a luz la bella Dolores (asI Se ilamaba aquella
cOnyuge infortunada) un nino primoroso; vino después de
eso la dieta de cuarenta dIas, aconsejada por una comadre
de thrcei grado que la asistió, y don Facundo, en vez de
permitir que la enferma despachara una gallina diana,
para lo cual le sobraba apetito, sOlo consentia en que se
comiera medio pollo, pretextando que se encontraba aün
muy delicada para que anduviera con gollenlas.
Luego vino la debilidad, después los vértigos y al fin
una consunciOn que la hizo cerrar los ojos para siempre...
Don Facundo la llorO con todo el dolor de marido,
asegurando en medio de las lágrimas con que estuvieron
13

tres dIas inundados sus ojos, que su conciencia estaba
tranquila porque habIa hecho cuanto cabla en to humano,
sin omitir gasto alguno, para evitar que sucediera aquella
desgracia, pero que ya estaba de Dios seguramente que su
idolatrada esposa falleciera en el primer alumbramiento.
El nino siguió a la madre, a los tres meses, de la misma
enfermedad. Don Facundo luchó como un héroe buscando
nodrizas que consintieran en ganar dos o tres pesos at
mes... jvana esperanza! no hubo una sola que se prestara
a amamantar at niño por tan poco dinero. Entonces se
compró una cabra panda y con leche de ésta, con atolitos,
agua de cebada y otros alimentos baratos, tratO don Facundo
de nutrir at angelito: pero seguramente su naturaleza
no se quiso prestar a este género de vida. pues pronto
le sobrevino una diarrea fulminante que no Se pudo cortar
sino en el cementerio.
Es preciso advertir que at casarse don Facundo contaha
con unos veinte mil pesos de capital: mas habIa dicho
a su mujer que era preciso. hacer economlas, hasta cornpletar
cuarenta mil.—El dia que completemos esa cant idad
indispensable para no morirse de hambre ni verle la cara
a nadie en ci mundo, le dijo, ese dIa comenzarernos a ser
espléndidos en nuestros gastos: anadiremos por ejemplo a
la comida un nuevo potaje, que ahora está rnuy escasa, to
confieso: habrá fruta los domingos, dulce el dia de mi
santo y del tuyo, nos alumbraremos con velas de a cuartilla
e iremos en el año dos o tres veces at Coliseo... ya
verás, ya verás cOmo nuestra vida va a ser entonces una
fiesta continuada.
Perc, say! la infeliz esposa murió precisamente la vispera
del gran dia en que, despues de consumado un negocio
soberbio, iban a completarse los cuarenta mil pesos.
Después de esos acontecimientos fñnebres sucedió una
cosa muy natural: don Facundo lloró a su mujer y a su
hijo muertos por espacio de seis mese.s, en que no hablaba
de otra cosa a cuantos ocurrIan a pedirle dinero a premio.
14

Una vez que hubo expirado ese término fatal, ya no volvió
a pensar en tal cosa, pero en cambio tampoco pensó en
volver a casarse.
Como era hombre que tenIa una pasion decidida por
el dinero, consideró difIcil encont.rar una mujer con las
mismas inclinaciones. Calculó, como huen calculador, que
el matrimonio requerIa gastos, y se resolvió a permanecer
en solterla. No cultivaba amistad con ninguna familia, por
no caer en tentaciones; hula de los paseos, y aun bajaba
los ojos en la calle para no ver a las mujeres, comprendiendo
que este era el más flaco de sus lados: asj es que
estaba consagrado enteramente a la austeridad de una
vida mercantil y ascética.
Siempre que le acometla alguno de esos deseos que
dicen andan en alas de los demonios, don Facundo se persignaba,
porque era un poco beato, y luego decla con acento
Ileno de firmeza:
—Yo no me casaré sino cuando tenga ochenta o cien
mil pesos de capital: las mujeres son derrochadoras...
uno es frégil, y es preciso que la retaguardia esté bien cubierta.
Es fuerza tener siempre un peso desahogado para
cualquier evento.
Siguió, pues, el héroe de esta novela aumentando su
caudal por espacio de diez y ocho años, y como estaba dedicad()
a eflo con alma, vida y corazón, y como era tan
económico... pues no solo Jo dobló el maldito, sino que
consiguió triplicarlo.
He aqui su método de vivir y de hacer dinero.
Jamás gastaba un real fuera de los dos que tenla destinados
a hacer sus tres comidas diarias, que no podIan ser
más frugales: se desayunaba un plato de frijoles sin manteca,
una gran taza de atole blanco, y un centavo de pan o
tortillas, segOn el humor: precio total del desayuno, seis y
cuarto centavos. Comla un plato de sopa muy aguadita,
un escaso puchero, frijoles, y un huevo frito los domingos;
precio total del almuerzo, doce y medio centavos. Cenaba
15

unas tostadas, unos envueltos con un trago de puique, o se
salIa a la calle y compraba medio de tortas compuestas.
Precio total de las tres comidas: veinticinco centavos.
Durante esos diez y ocho años don Facundo tuvo tres
negocios buenos que le dejaron ganancias locas, haciéndole
como él decIa, salirse de sus casillas, y cometer tres calaveradas:
estas calaveradas consistieron en meterse a una
fonda, y pedir una comida de a cuatro reales, con una
botella de vino tinto que entrara en el piecio. Fuera de
esos desarreglos, no tuvo otros sino en alguna Noche Buena,
en que agregó a su colación un poco de an'oz de leche
en lugar de ensalada.
Don Facundo no gastaba jamás en velas para alumbrarse,
pues o se acostaba al oscurecer para levantarse
temprano a oir su misa, o se iba a La botica de su compadre,
a charlar sobre cualquier cosa hasta las nueve y media en
punto. Don Facundo no recibia a nadie en su casa por la
noche.
De esta manera profesaba prácticamente la ciencia de
la economia doméstica en todos sus detalles, al grado de
que su mismo compadre ref erla de éI la siguiente anécdota:
Una mañana, a pesar del mucho esmero que tenia con
su ropa, amaneció la ünica levita que Le acompanaba a
todas partes, en un rincón de su cuarto lastimosamente
destrozada por las ratas... Aconteció que la vispera habIa
tenido don Facundo una invitaciOn para almorzar con un
empleado de hacienda, que le pedla cuatro mil pesos prestados
para cubrir un deficit: que en la mesa, entre otras
cosas, descollaba un buen queso de Flandes, y que nuestro
hombre habia cortado un cuarterón, y se lo habia metido
diestramente en el ünico bolsillo que quedaba ütil a los
faldones. Pues sucedió lo que habia de suceder: las ratas,
que ya no hallaban La puerta de pura hambre, olieron el
queso, y haciendo uso de sus fueros nocturnos, y en justa
represalia de que nunca habla para ellas ni una migaja de
la mesa de don Facundo, cargaron con la levita, preten-
16

diendo sin duda introducirla a sus oscuras mansiones; pero
como no cupiera por el agujero, tuvieron que hacer destrozos
para sacar el comestible, dejándola en un estado
verdaderamente lastimoso.
Figñrense ustedes la cara que pondrIa don Facundo
al estar examinando al dIa siguiente las huellas que las
ratas habian dejado en su malaventurada levita! Ya no era
posible resolverse a salir a la calle con aquel andrajo; pero
en cambio Se paso el dia echando doscientas mil maldiciones
a las ratas, al empleado en rentas, y a su suerte negra
que lo puso en el caso de pillar un cuarterón de queso sin
que le costara nada.
Ya no habla más remedio que la resignación, y despues
de ese, el de meditar un arbitrio que le proporcionara
un reemplazo de levita sin necesidad de ocurrir a los sasties:
éste era el busilis para don Facundo, ésta era la piedra
filosofal.
—Lo que es esta levita, decla, no admite remiendo
posible, 110 tiene hueso sano... necesito, pues, otra...
de dOnde agarro otra levit.a si no me la ha de hacer tin
sastre?... iSupiera yo hacer levitas! ... pero aun dado el
supuesto de que las hiciera, ,y el paño?
El caso era peliagudo, y ms que peliagudo, sedicioso
contra los bolsillos de don Facundo, a los cuales consideraba
él amenazados de un desastre.
En aquel momento don Facundo era un Argos inspeccionando
los intrincados laberintos del palacio de la
economIa: no debe habet' meditado tanto ColOn en ci descubrimiento
del Nuevo Mundo, como nuestro personaje en
el descubrimiento de una levita.
Al fin una sonrisa triunfal apareciO en los labios descoloridos
de don Facundo, se dio una palmada en la frente
y exclamó con gozo infantil:
—No veré a los sastres!
,Que hizo, pues, el endemoniado prestamista? Vean
ustedes.
17

Don Facundo ocupaba una miserable vivienda en ci
piso bajo, y tenia de vecino en el entresuelo a un elegante,
uno de esos leones que no se sabe por dónde les sopla la
fortuna, pew que siempre andan hechos un figurIn a la
dernière.
El elegante tenIa un criado, este criado habla trabado
conocimiento con don Facundo porque éste lo ocupaba
de vez en cuando, como a todos los de la vecindad, COfl
pequeñas molestias, esquivando en lo posible todo lo relativo
a reinuneraciones.
El susodicho criado se Ilamaba Toribio.
Don Facundo se puso en acecho asomado a la yentana
del patio, esperando que pasara Toribio. Era precisamente
la hora en que éste debla ir a la pension por ci
caballo del elegante.
—Ven acá, Toribio, le dijo luego que lo vio pasar.
—,Que manda usted, señor don Facundo?
—Hombre, entra un momentito. Se me ocurie una dificultad
de que t.ü sOlo puedes salvarme.
El criado entrO y don Facundo, después (Ic darle palmaditas
cariflosas, siguió diciéndole:
—Hombre, Toribio, tü puedes disponer de la ropa vieja
de tu patrOn, ,no es esto?
—Si, señor, me da todo lo que ya no se pone.
—,Y qué haces con ello?
—Lo vendo o lo uso, segOn me acomoda.
—Pues oye, chico, es ci caso. . . que yo necesito un frac,
una levita, un saco... cualquier cosa que sirva para disimular
la pobreza... porque has de saber que hay un
pariente mio que está en la miseria... y tienes tO que yo
me he comprometido a dare una caridad... Y como por
desgracia vino cuando yo acababa de dar mi ropa vieja a
otro pobre...
Toribio se sonrió, pues demasiado sabIa que la ropa
de don Facundo era no sOlo vieja, sino decrépita.
—Bueno, señor, yo huscaré.
18

—Pero ha de ser ahora mismo... el negocio es urgente.
. . ya sabes, no me dare por bien servido.
Toribio volvió con el caballo de su amo; éste montó,
y don Facundo, que estaba a la mira, hizo al criado una
seflita. Este subió al entresuelo y volvió pocos instantes
después con un frac, un hermoso frac, que salvas tres o
cuatro manchas de grasa, pecata minuta, para don Facundo,
estaba como si acabara de salir de la sastrerla.
—Toma, toma esta peseta por ahora para que bebas
a mi salud un trago. Solo espero que me paguen un piquito
y verás si soy hombre de pelo en pecho.
Gracias a aquel ardid, el más ingenioso de los ardides
aconsejados por la economIa, don Facundo encontró el
medio de no pagar sastre y de poder salir a la calle muy
bizarro y muy guapetón.
He aqul cómo los lectores saben ya poco mAs o menos
quién era el buen don Facundo Cabeza de Vaca, héroe
principal de esta novela.
19

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LO QUE ES EL DESTINO
Yendo y viniendo tiempo, es decir, pasando dias y más
dIas, llego uno en que don Facundo Cabeza de Vaca conoció
a la interesante Dorotea... Ay! pero necesitamos detenernos
para referir también a nuestros lectores tan raro
como inesperado incidente.
Erase una fresca mañanita, una de esas mañanas deliciosas
que convidan a aspirar todo el ambiente que trae en
sus alas el crepsculo, cuando sucedió la cosa. Don Facundo,
segün su costumbre, se levantó temprano, hizo su
frugal desayuno y se fue en seguida, a oir su misa en la
Santa Veracruz, arropado hasta los ojos con un remedo
de capa de color de piel de ratón. Al volverse de la pila
del agua bendita, en donde se habla mojado con suma
devoción los cinco dedos de la mano derecha, sintió que se
le subia toda la sangre a las orejas, que el piso se le escapaba,
que las fuerzas le abandonaban y... dejó caer el
sombrero.
Don Facundo, después de diez y nueve ans de abstinencia,
involuntariamente habla fijado los ojos en una
muchacha boni•ta.
Levantó sit sombrero y fue a arrodillarse a larga distancia
del lugar aquel en que lo habIa tentado el demonio:
pero como este caballero no es amigo probablemente de
dejar las cosas comenzadas, tenth a don Facundo segunda
vez, lo hizo volver la caheza y encontrarse con los negrotes
23

ojos de la muchacha que pareclan dos carbunclos entre la
semioscuridad del templo.
Don Facundo se quedO alelado al extremo de soltar
el libro de devociones que tenIa asido con ambas manos.
Lo que path nuestro hombre en aquella media hora de
misa, solo Dios lo sabe; el caso fue que apenas recibiO la
bendiciOn, salió a apostarse fuera de la iglesia en un lugarcito
donde no podia ser visto. Alli esperO a que saliera la
rozagante flechadora.
Ay Dios! don Facundo la vio un pie al bajar el escaiOn
de Ia puerta... y en seguida la vio el cuello... y algo
más abajo del cuello... y la vio un brazo... y aquellos
ojos que alumbraban... y luego la vio andar... Oh! aquelb
si ya no tuvo remedio: ver andar a Dorotea era perder
la cabeza, era morirse de ganas de acercarse a ella y...
adorarla. Y por desgracia no era tan incombustible la
sangre de don Facundo para no incendiarse a la vista de
una muchacha que tenIa tanta sal, tanto garbo, tanta soltura,
tanto donaire, tanta gracia, en fin, para andar...
Don Facundo se hubiera salvado tat vez si el diablo no le
pone donde viera andar a Dorotea. . . pero LcuAntos santos
por tin talle asI no han estado a punto de condenarse? Don
Facundo, que no tenIa más que humos de sant.idad, Zqu6
podia hacer contra las tentaciones del enemigo malo? Lo
que hizo fue irse pian, pianito, detrás de la muchacha.
Don Facundo, al irla siguiendo, concibió entre suspiro
y suspiro esta reflexión consoladora: —Creo que con un
capitalito que pasa de ochenta mil pesos... ya lo que hay
basta para doblar nuevamente el cuello a la coyunda matrimonial.
Con los intereses se hacen todos los gastos y no
hay para qué entrarle al capital... Eso es. lEntonces no
tienen peligro estos pasos!
Y continuO dando caza a Dorotea. Después de andar
otras cuantas calles entrO ella a su domicilio, él tomó in formes
con el portero, y se fue en seguida a contar la aventura
a su compadre el boticario.
24

Oh suerte envidiable la de los viejos ricos, tontos y
avaros! El compadre de don Facundo era nada menos que
tio en tercer grado de la hermosa Dorotea. Verdad es que
dicho parentesco, con el transcurso del tiempo estaba ya
casi ignorado; pero el astuto farmacéutico se dio maña
para que lo reconociera la familia y en menos de un mes se
hizo tan de la casa, que ya más bien parecla tio en primer
grado o papa politico, que pariente retirado.
Luego que se encontró a semejante altura, anunció la
presentación de su compadre don Facundo, haciendo un
encomio de sus buenas cualidades que duró tres dbas,
mientras liegaba el momento que se eligió para la ceremonia.
Don Facundo fue brillantemente recibido por doña
Nicanora, su futura suegra, aunque con marcado desgano
y frialdad por parte de la hermosa Dorotea, que estuvo
conteniendo un diluvio de bostezos dur ante la visita.
Al despedirse don Facundo le fue ofrecida la casa con
amahilidad, ofrecimiento que no echo en saco roth, pues
volvió en la semana dos veces más, acompanando a su
compadre.
En el mes siguiente era ya intimo amigo de doña
Nicanora: a tal extremo habIa fraternizado con ella, tal
mfluencia ejercIa ya en su ánimo, que por insinuaciones
suyas fue despedido un primo en quinto grado que hacIa
la corte a Dorotea, con muy poca expectativa para que
pudiera ponerse la casaca, pues no se le conocIa oficio ni
beneficio.
Doña Nicanora tampoco habia perdido el tiempo: no
pudiendo dar entero crédito a los informes de su pariente
el boticario, averiguO por otro lado cuáles eran los posibles
de su futuro yerno, es decir, comenzó a hacer sus pesquisas
desde el mismo dIa en que comprendió que el quincuajenario
tomaba mucho interés por la mozuela, y como los
datos que acumuló, salvo lo tacaño del pretendiente, eran
tales cuales los deseaba, se hizo desde luego el propósit.o
25

no solo de aprobar la boda, sino de trabajar en ese sentido
hasta dar la toma de posesión al carididato.
A los tres meses don Facundo era casi el amo de la
casa, concluyendo de cautivar a doña Nicanora con un
famoso regalo que la llevó el dIa de su santo y que consistla
en un elegante devocionario con su pasta de concha y en
un fino rosario engarzado en oro.
Por esa época fue cuando don Facundo, con alarma
de todos los vecinos, apareció un dIa sin su frac raIdo, su
sombrero viejo, ni sus botas chuecas, prendas que habIan
cedido el lugar a un traje todo nuevo con su respectiva
camisa limpia, que no sOlo quitO a nuestro protagonista
unos diez anos de encima por lo bajo, sino que vino a dare
el valor de un ciento por ciento. La misma Dorotea se vio
precisada a rendir culto a aquella transformación exciamando
a la vez que desplegaba una sonrisa placentera:
—Ah! muy buenos dIas, señor don Facundo, 1qu6
peripuesto viene usted ahora!
Por todo esto se vera que don Facundo estaha ya en
el grado nümero dos del amor, toda vez que comenzaba a
desprenderse de algün dinero en aras de la divinidad que
habIa metido fuego en aquel, no digamos envejecido, sino
metalizado corazOn.
A esta altura se encontraban las cosas el dIa en que el
autor se propuso coger los hilos a esta verIdica y ejemplar
historia.
26

III
MILAGROS DEL AMOR
A don Facundo Cabeza de Vaca no le gustaba pagar contribuciones,
en lo que se parecla ni más ni menos a todos
los propietarios habidos y por haber: bajo tal concepto
su giro principal consistla, como antes hemos indicado, en
prestar dinero a premio con el doce, con el veinticinco y
hasta con el ochenta por ciento, cuidando de afianzar su
dinero con buenas firmas o con buenas hipotecas. También
compraba barato todo aquello que estaba seguro de poder
vender caro: asI fue como grunendo, pujando y después
de mil vacilaciones, se decidió a hacer ofrecirniento por una
buena casa que le costó doce mil duros, peso sobre peso,
alculando que sacaria el rédito con el aiquiler de los
compartirnientos que no ocupaba.
El dIa en que salió definitivamente de la pocilga en
que habla vivido, lanzó un prolongado suspiro: ialli era
donde habIa hecho su fortuna pagando ocho pesos cada
mes de renta!
Dorotea, entretanto, con esa fina perspicacia que distingue
generalmente a las mujeres, comprendió desde las
primeras visitas que iba a ser victima de las solicitudes del
vejete; pero ella, con la más cOmica frialdad, se hacla no
solo la desentendida, sino que aparentaba comprender que
don Facundo hacla la corte a doña Nicanora.
27

—,Cómo está, don Facundo? —decla luego que éste
ilegaba .— siéntese usted, don Facundo. Mama —gritaba en
seguida—, aqul está don Facundo, te busca don Fcundo.
V se retiraba luego discretamente a las piezas interiores
o tomaba su labor agregando:
—Con permiso de usted, don Facundo.
Pero el caso era que nuestro hombre, lejos de desalentarse
con tales desdenes, se enamoraha más y más cada (ha.
Cansado de estas monótonas visitas, to mismo que de
las frecuentes contrariedades que se presentaban a su
paso, se resolvió al fin a declarar su pasión a la hermosa
Dorotea.
—Venga el trueno gordo! habla dicho.
V un domingo, después de oir su misa, se dirigió a
la casa de su adorado tormento para dar el paso decisivo.
Por supuesto que se perfumó y prendió como un jovencito
de veinte años.
Don Facundo estrenó en este dIa solemne, un segundo
traje, agregándole iina pelucarubia, una dentadura cornpleta
y una cafla de bejuco con su correspond iente puflo
de oro y su gran topacio.
Llegó a la casa de la novia, tocó a la puerta, se la
abrieron, entrO, saludó ceremoniosamente como queriendo
imprimir solemnidad al acto y Dorotea rio de buena gana,
exciamando:
—Mira, mama, qué extrañito viene ahora don Facundo!
Como era dIa primero del mes, doña Nicanora estaba
vistiéndose para ir al mercado con objeto de hacer cornpras
para surtir la despensa.
—Queda usted en su casa, dijo a don Facundo.
—COmo, mama! ,siempre te vas? exclamó Dorotea.
—Si, hija: voy al comercio a hacer mis compras y
vuelvo pronto. Conque usted me hace favor de dispensarme...
El corazón del enamorado don Facundo dio un vuelco
28

de gozo a! considerar que se iba a quedar mano a mano
con la mujer amada, y contestó con timidez:
—Doy a usted mil gracias, doña Nicanora, por la confianza
que me dispensa: yo solo descanso aqui unos cuantos
minutos y me marcho...
—Se marcha usted?
—Tengo hoy muchisimos negocios...
— uAh! entonces no salgo todavIa.
— uDios me favor ezca que usted se detenga por mi!
No señora, ya sabe usted que yo no quiero ser nunca un
obstáculo para nada. Vaya iisted, vaya usted.
—Bueno, pues haciendo uso de esa confianza, me voy.
Aqul queda Dorotea haciéndole compania, mientras usted
guste permanecer en su casa. Hasta luego, don Facundo.
—Hast.a luego, doña Nicanora.
Y no hubo remedio; se quedó sola Dorotea al lado de
su pretendiente. Ella en el sofA; él en una silla, a tres
pasos de distancia.
—Que calor hace! exclamO don Facundo, no encontrando
por donde empezar la conversaciOn.
Dorotea se sonriO con malicia, y contestO con aire
pica resco:
—Efectivamente, estS haciendo mucho calor: ahora
figürese usted a las personas que tienen La desgracia de
ilevar mucho pelo... cOmo sentirAn la cabeza de acalorizada...
Don Facundo se llevó la mano instintivamente a su
peluca rubia, ruhorizAndose hasta las orejas. Fijó luego
una mirada en su interlocutora, como para cerciorarse de
la int.ención con que eran dichas esas palabras, pero
Dorotea estaha ya muy seria viendo para otro lado.
Siguió a este principio de conversaciOn un silencio de
cinco minutos.
Don Facundo volvió a interrumpirlo haciendo est.a
pregunta:
—,Y qué tenemos boy de modas?
29

—Hay muy pocas que yo sepa, don Facundo, contestó
Dorotea.
—Entiendo que el uso ahora estâ simplificando el lujo
de un modo extraordinario.
—Si?
—Me parece, segün he observado entre las señoras,
que todo se arregla ahora con listones, alfileres y blondas.
—Ah! si señor, y también entre los señores sucede lo
mismo.
•-, Cómo?
—Dicen que estAn muy en boga los dientes postizos.
Esto lo dijo Dorotea con la cabeza baja, y como arreglando
algo de su vestido.
El infeliz don Facundo se llevó el pafluelo a la boca,
como queriendo ocultar su nueva dentadura, temeroso de
que fuera a ser vista. Volvió a fijar en Dorotea otra mirada
investigadora, y encontró la misma formalidad que anteriormente.
—Fatales coincidencias! pensó don Facundo.
Y el silencio que siguió en esta vez, estuvo a punto
de durar un cuarto de hora.
Dorotea habla cogido una flor de un t.iesto que estaba
cerca de ella, y se ocupaba en deshojarla poco a poco, sin
aizar los ojos a mirar a don Facundo. Este daba vueltas a
su bastón, y parecla fatigarle hasta tal punto este ligero
ejercicio, que hacia gran ruido con la respiraciOn, y sudaba
gotas gordas.
—Pero esto es perder el tiempo de una manera lastimosa
—pensó don Facundo—; doña Nicanora puede volver
de un momento a otro, y no es probable que se me vuelva
a presentar una oportunidad como ésta, que tanto he
estado codiciando. Desde que amaneció Dios y me vestI,
hice el propOsito firme de dat el paso decisivo, declarando
mi amor a Dorotea... ello tiene que suceder... pues no
hay más que hacer de tripas corazón. Animo, Facundo,
ánimo, cobardón, y manos a la obra.
30

Luego, lanzando un enorme suspiro, uno de esos suspiros
capaces de conmover a las pied ras, metió mano a la
bolsa de pecho de su paletó, sacando de ella una cajita muy
envuelta en papeles, que con mano temblorosa estuvo
desenvolviendo. Dorotea no lo perdla de vista con el rabo
del ojo, pero segula muy disimulada.
(,Qué piensan ustedes que contenla aquella cajita?
Apenas van a creerlo: era un relicario de oro con un
retrato... Don Facundo habla tenido la debilidad, por
no decir la locura, la insensatez, la demencia, de retratarse
a los cincuenta años de edad, para hacer un obsequio a su
novia, y ni siquiera a su novia, sino a la mujer que pretendIa.
Ahora bien: don Facundo, además de ser viejo, era
horriblemente feo, e.spantaba: con sus ojos amarillentos,
con su cara enjuta, con su nariz colorada hecha bola, con
sus labios gruesos, con sus orejas gigantescas que pareclan
tin par de abanicos, con su frente estrecha, y con dos bernigas,
una en el carrillo izquierdo, y otra al pie de la nariz,
estaba verdaderamente abominable.
Una vez lanzado el suspiro y descubiert.a la cajita, dijo
con voz temblorosa:
—c,Me permitirá la hermosa Dorotea hacerle este insignificante
regalo?
Ella, aunque estaba preparada, no dejó de ruborizarse,
y contestó rechazando suavemente la mano de su
amartelado galán:
—Mire usted, don Facundo, cuando esté aqui mama,
puede usted ofrecerme lo que guste, y acaso podré aceptar
complacida. .. ahora no es conveniente.
—Pero es el caso, que esto no debe ser visto de su
mama, dijo el viejo con timidez.
—Ah! exclarnó ella sonriendo, y al mismo tiempo
hizo una mueca como para retirarse.
Don Facundo hizo retroceder su silla para no ahuyen-.
tarla.
Dorotea, a pesar de sus melindres, estaba sonriéndose
31

de curiosidad: cualquier cosa hubiera dado por saber lo
que contenla aquella misteriosa cajita. ,SerIa un aderezo
de brillantes? Lseria una valiosa sortija? Lseria una cruz
de piedras preciosas? Lseria un reloj? En medio de sus
vacilaciones, lo que juzgó más prudente, fue entretener
al marchante.
—,Y qué quiere usted regalarme que no pueda ver
mama don Facundo? preguntó ella con un candor digno
de la mejor de las comediantas.
—Esto, por ejemplo, que es un secreto, dijo el enamorado
don Facundo, dando golpecitos a la caja.
—Vamos! exclamó riendo con malicia la hermosa
Dorotea. Y luego, como queriendo aludir a otras intenciones
de su interlocutor, agregó—: yo creo que nada tiene
usted secreto para mama... estoy segura de que ustedes
se entienden...
—Ay! Dorotea de mi alma —exclamó el amante suspirando—,
hay una cosa que no la he dicho todavIa... lo
que va en esta cajita, agregO poniéndose como unas granas.
—De veras?
—Si... si... esto!
—En fin, yo no sé lo que usted me ofrece, don Facundo,
pero sea lo que sea, ya que usted me habla de reservas...
pues creo que menos debo recibirlo.
—,SerIa usted capaz de hacerme un desprecio semejante?
Don Facundo estaba a punto de liorar.
—Pero hombre de Dios, ,por qué no habla usted
claro? Z.Por qué no dice usted: esto es lo que contiene la
caja? , Por qué no la abre usted y me la ensena? ,Para
qué son esos misterios?
—Porque... dire a usted. . - ésta es una ligera muestra
de confianza... que yo esperaba que no tuviera dificultades.
-. creyendo que usted no me despreciaria.
—,Pero es posible que usted lo atribuya a desprecio,
cuando usted conoce mejor que nadie los deberes que
32

tenemos las jóvenes que somos hijas de familia? iAunque
fuera allá, don Facundo!
—Por Dios. Dorotea! Hágame usted el favor de recibir
este obsequio insignificante. . . es muy insignificante...
yo se lo juro a usted: no vale nada.
Esto to dijo con un tono tal de humildad, que la joven,
no enternecida, sino un poco humanizada, contestó:
—Está bien; lo tomaré, pero con una condición.
—,Cuá1?
—Que me diga usted antes to que contiene la misteriosa
cajita.
—Eso ya es más fácil: contiene un relicario.
—Ah! 6un relicario?
—Si, un relicarito.
_cY qué reliquia guarda ese relicario?
—Eso es to que no me atrevo a decir.
ye usted? —le dijo ella sonriéndose porque empezaba
ya a comprender—, ,10 ye usted. hombre?
— 4,Lo recibe usted, Dorotea, o no lo recibe? Resuélvase
usteci para saber hast.a qué punto desprecia a sus
amigos.
—EstA bien, lo tomaré, pero lo he de enseñar a mama,
luego que vuelva y antes de que yo lo yea. Esta si es una
condición indispensable.
Don Facundo vaciló un instante, pero como habIa ido
resuelto a jugar el todo por el todo, y como demasiado
comprendla que a doña Nicanora no le disgustaban sus
pretensiones, cedió diciendo:
—Enhorabuena, cuando usted tenga esto en sus manos,
será libre para hacer de ello el uso que le parezca.
Y alargó la mano con la cajita. Dorotea, sin mirarla
siquiera, la colocó sobre una mesa que estaha al alcance
de su brazo.
Una vez que don Facundo hubo logrado su objeto, se
despidió ileno de alborozo, lievando el corazón bench ido de
felicidad y de esperanzas...
33

Cuando se vio en la calle y notó que estaba poco
concurrida, dio doso tres brincos a impulsos de su rnmensa
ventura.
Llegó a su casa, tómó un punado de dinero de su
gaveta, y subió en el primer coche que pasaba.
A dônde iba? Nada menos que a! Gran Teatro Nacional,
a tomar un abono de palcos segundos, para su
futura farnilia.
Don Facundo estaba entonces en el tercero y óltimo
grado del amor!
34

Iv
DELIRIO
Dorotea aguardó a que su amante el de la peluca se
alejara: aun se asomó a la ventana para cerciorarse mejor
de que no aparecIa por alli ni su sombra. Entonces volvió
al estrado, tomó en sus manos la misteriosa cajita, la abrió
cuidadosamente y... loh sorpresa desagradable! lo primero
que apareció a sus ojos al saltar el resorte del relicario,
fue el repugnante trasunto del señor de Cabeza de
Vaca... 1no estaba alli el cintillo o cruz de diamantes que
ella se habla imaginado! No obstante, un papel muy dobla -
dito cayO a sus pies y éste podia contener algo de provecho.
Dorotea lo levantó, lo desdobló y encontró escritos en
él los siguientes renglones, que estaban, a lo que parecIa,
hechos con mano temblorosa:
Mi idolatrada Dorotea:
Solamente mi infinito amor y la suma benevolencia
de usted, son los que me han determinado a dar el
atrevido paso de obsequiarla con mi retrato, declarándola
a la vez que me encuentro subyugado bajo el
dominio de una pasión que se ha desarrollado a la
vista de sus encantos en lo más Intimo de mi pecho.
Este amor que usted debe haber comprendido en todas
mis acciones, ha echado tales raIces en mi corazOn,
que no acabará sino con mi vida.
Dorotea, yo, el más humilde, pero el mAr, amante,
35

el más leal y ci ms sincero de sus adoradores, aspiro
a la más grande de las felicidades, a poseer su mario
por medio del santo sacramento del matrimonio, abrigando
la risueña esperanza de que usted no se rehusara
a aceptar por marido a un hombre que pone a
sus pies su fortuna y su corazón, y que quiere consagrarle
en esciavitud el resto de sus dIas.
Mi natural timidez me ha hecho preferir este
medio para expresarle mis sentimientos; pero su respuesta
la aguardo impaciente, de palabra, en la primera
oportunidad.
Dc usted, amante hasta la muerte,
Facundo
OmitiO ci Cabeza de Vaca porque comenzaba ya a avergonzarle
su apellido, pensando que podia ser motivo de
nsa para su novia.
Un rayo no hubiera producido en Dorotea más terrible
impresión que esta carta.
Comprendió que el amor de viejo es un amor pegajoso,
del cual es difIcil librarse sencillamente, y comprendió
también que iba a ponerse en lucha abierta con doña
Nicanora; asI es, que lejos de echarlo a la broma como en
su lugar lo hubiera echado cualquier otra muchacha, se
preocupó hasta ci punto de quedarse meditabunda, entregada
a los más supersticiosos temores.
—Pero esto no puede ser —exclamó al fin como queriendo
desterrar de su imaginación aquellas ideas—. Qué
desgracia tan grande serla que fuera yo a casarme con
un viejo... icon un viejo como don Facundo!
Y relicario, carta y retrato, fueron a dar encima de
la consola, lanzados affi en un arrebato de ira y de despecho.
No tardó en ilegar doña Nicanora, y como ya se sospechaba
que algo extraordinario debIa pasar durante su
ausencia, pues precisamente para dar lugar a ello dejó
36

ci campo libre, echo una ojeada por la sala y algo adivinó
de lo que habIa sucedido.
Dorotea estaba no solo preocupada, sino que tenla
además los ojos liorosos; don Facundo no se encontraba
ya en su puesto, que era raro abandonara los domingos,
las flores del jarrón estaban despedazadas... todo concurrIa
a creer en un acontecimiento.
Doña Nicanora, queriendo abordar de una vez la cuestiOn,
preguntO con lianeza:
—(,Por qué se fue tan pronto don Facundo?
—Qué sé yo, contestO la joven con un tono bastante
desabrijlo.
—Yo no me tardé nada, y pensé encontrarle todavIa.
—Ello es que valia más que nunca hubiera venido.
—COmo! (,has tenido con éi algñn disgusto?
—No, pero es tan fastidioso, tan chocante.
—.Hija, no se trata asI a los buenos amigos.
—En fin, mama, te lo dire de una vez porque yo no
puedo aguantar esta plidora...
—Vamos a ver: qué ha sucedido?
—Que ci tal don Facundo ha tenido la desfachatez,
ci atrevimiento, de darme su retrato que para nada necesito.
—

casamiento a mi edad! No, yo no me he equivocado en ese
particular: siempre juzgué que don Facundo venla por
ti... y mira, si quieres que te hable con franqueza, no
desapruebo sus inclinaciones... es todo un buen sujeto y
no dudo que serlas muy feliz a su lado.
—Pero mama...
—Ya yes, hija, que ahora estãn escasos los hombres.
—Que me importa! ,Acaso estoy rabiando por Casarme?
—Yo no digo otro tanto, sino que don Facundo, no es
un mal partido.
—Pero es viejo, y yo soy joven.
—Quita allá, como si los años fueran defectos en un
hombre. Los hombres, hija mIa, son jóvenes a cualquier
edad.
—Menos cuando son viejos.
—Pero don Facundo tendrá a lo SU() cuarenta y cinco
años.
—Cincuenta y pico, mamé, y adernas es muy feo, muy
repugnante, muy asqueroso...
—No sé por qué le has cobrado mala voluntad, siendo
tan bueno.
—No es mala voluntad, es que me chocan sus absurdas
pretensiones. No está ciego para que no yea la diferencia
tan grande que hay entre los dos.
—No hay mucha: tü eres pobre y él es rico.
—,Rico?... y suponiendo que lo sea, LquV
—Mira, Dorotea, sientate y vamos hablando con formandad.
—Bueno, vamos hablando, pero no me nombres a tu
don Facundo.
Madre e hija se sentaron, y doña Nicanora hablO de
esta manera:
—Ya es fuerza que pensemos en el porvenir. Hasta
ahora hemos vivido y seguiremos viviendo con esa miserable
pension que me pasa el Gobierno, por los servicios que
38

presto mi marido en la independencia. Eso es muy poco y
muy inseguro. Maflana o pasado me retiran el socorro
y nos quedamos a morir de hambre, y sin que eso suceda
tenemos que estar haciendo continuamente sacrificios, y
más que sacrificios, drogas, para que tü puedas ponerte
uno que otro vestido decente. Muchas veces un solo perendengue
tuyo nos hace apagar la lumbre de la cocina...
durante veinticuatro horas.
—Válgame Dios, mama! pero qué, Lsoy tan fea que
ya no he de tener otro novio en mi vida mas que don
Facundo?
—A eso voy. Don Facundo es un hombre grande; es
cierto, feo, también es cierto, pero es honrado, tiene
buena educaciOn y buenas costumbres, está establecido,
sabe trabajar, posee una fortuna y se encuentra adornado
de un catheter franco y ileno de amabilidad... ,qué más
puede pedirse a un pretendiente? ,en dónde está el novio
que pudiera salirte, con todas esas cualidades, hoy que las
muchachas se araflan las manos para arrebatarse otros
menos apetecibles? ,Quieres acaso uno de esos mozalbetes
calaverones que no saben ma's que vestirse a la moda a
fuerza de trácalas sin traer jamás un duro en el bolsillo?
Querras dar tu mano a un medico sin enfermos, a un
abogado sin litigios, a un militar sin edücación o a un
dependiente de almacOn que se ayuda con la caja de su
patrOn para poder jugar billar los domingos y asistir a la
comedia por las tardes? 6Te atreverás a casarte, en fin, con
tu primo Enrique, que no es nada, que sOlo se ocupa en
rondar las calles de Plateros y que vive de la caridad de
los parientes o de pegar chascos a sus amigos? Es necesario
que te convenzas, Dorotea: estamos en una época
en que los hombres, los verdaderos hombres para hacer un
matrimonio, son muy escasos, y en que los vagos y los
libertinos son los que más abundan como una amenaza
constante para el reposo de las familias. No estamos para
desperdiciar esa oportunidad que provtdencialmente se
39

nos presenta. Mira, que Si flOS dormimos, corremos un
grave peligro: esté. atestado Mexico de mujeres que no
tienen ya ninguna expectativa de casamiento, las cuales
pueden arrebatarnos a don Facundo. Mira, que es una
loteria la que nos hemos sacado con conocer a ese hombre.
Mira, que es muy rico... iYa verás, ya verás cuántas envidiosas
vas a tener el dIa que te cases!
—Tü dirás cuanto quieras, mama, pero lo cierto es
que don Facundo es un hombre viejo y feo que me repugna
invenciblemente. No quiero ni pensarlo ni suponerlo...
pero serla la mujer más infeliz a su lado... no, no, si no me
puede entrar...
—Todo será que te acostumbres... una infinidad de
muchachas se casan asI y nadie dice que sean desgraciadas...
estamos viendo que tales matrimonios son los más
pacIficos del mundo. De una cosa puedes estar segura: de
que no hay como los hombres de expel iencia para ser
buenos casados.
—HabIari de andar esas pobres contando sus penalidades!
—Pero ,no se conoce?
—Si: infelices de las que se casan con viejos; comienzan
por tener que sepultarse para toda su vida en su casa
como en un sepuicro, a rezar el rosario, si es beato el señoi:,
o a curarlo de la noche a la mañana si es enfermizo. Y
agregue usted que hay que est.arlo mirnando si padece
del genio, o que estarle dando cuentas del ültimo real si es
tacaño, o que ocuparse de hacerle bocaditos porque es delicado
de estómago... Ah! y adiOs hailes, adiOs teatros,
adiOs paseos, adios amigas y amigos, iadi6s todo! porque
el senor, por remate de cuentas, resulta celoso...
—Tü exageras...
—Pero no es eso lo más, sino los chascos que suceden
con frecuencia. A fuerza de ruegos consigue una salir a la
calle acompaflada del inseparable señor: como una no es
fea y es joven, creen las gentes que no está casada, sino
40

que el caballero que La acompana es el papa... y luego los
ociosos La dicen a una flores delante de su marido, que se
pone hecho una fiera: todo esto es niuy natural. Al ilegar
a la casa pisotea el sombrero, muy (lisgustado, y protesta
no volver a salir acompaflando a su esposa, y entonces se
resiste hasta a comprar a ésta un traje nuevo, gritando
que no anda vistiendo monas para que otros las bail.en.
—Y lo que sabes, Dorot.ea! Pues mira, Dorotea de mi
vida, ya estoy creyendo que eres mãs instruida de lo que
yo me figuraha.
—No, yo lo digo porque he visto asI algunos matrimonios...
sin ir rnuy lejos, recuerda lo que paso con don
Cándido y Vicentita: tuvo él la debilidad, segó.n dijo
después del lance, de lievar a su mujer, que tü sabes es
joven y bonita, al haile que dieron en el 5. Era la media
noche, cuando don Candido, que se fastidió de ver a Vicentita
tan rodeada de admiradores, y tan solicitada a
cada pieza que se bailaba, pidió el abrigo de la señora y
tomO su sombrero. Entonces fue cuando se le rodearon
todos los jOvenes, instánclole asI:
—No se lieve usted a la nina todavIa —decla uno.
—Nada mts que pase La danza que me tiene prometida
—añadIa el segundo.
—Es usted un papa rnuy poco complaciente —agregaha
el tercero.
—Si usted tiene sueño, aquI se le puede faciitar una
cama —se apresuraba a hablar el cuarto.
—Hombre —preguntaba otro—,han ilevado ustedes
a tornar una copa al papa de Vicentita? Hasta que por
ültimo, don Cándido exclamó muy enojado:
—Señores, no soy su papa, soy su marido, icaramba
con los polluelos insustanciales—. i Y salió entre las risa.s
de toda la concurrencia. ,No recuerdas cuán chistoso
estuvo ese percance? Pues a ese ridIculo estan expuestos
los matrimonios desiguales y... a otras cosas peores.
—En fin, hija mIa, yo no quiero torcer tu voluntad:
41

pero plegue a Dios que nunca te arrepientas de haber
desechado las solicitudes de un hombre como don Facundo,
que en mi concepto no tiene tacha para marido.
—No, no tiene tacha para marido: iun avaro de la
peor especie que dicen mató de hambre a su prirnera
mujer!
—Don Facundo avaro! Solo W lo dices, Dorotea.
—Yo y todo el mundo.
—Pues tO y todo el mundo están equivocados. Don
Facundo cuida su dinero y hace muy bien, es decir, sabe
gastarlo en orden y de hecho lo ga.sta como otro cualquiera.
Ha comprado una casa, nos hace a cada momento
regalos de consideraciOn, viste con decencia, y un hombre
ruin no hace tales cosas. Yo, por mi parte, encuentro más
mérito en un hombre que cuida su caudal, que en el que
sin ton ni son lo despilfarra. AsI lo piensa cualquier persona
de juicio.
—Sobre todas esas razones, tengo una que es la principal.
—Dila.
—Don Facundo 6s para ml mucho, muy antipático.
—Ah!
—Y corno además yo soy pobre y él es rico, todas las
gentes van a decir... dirian en caso que sucediera la desgracia,
esa horrible calamidad, que me enlazaba con él
por interés... 1Ah! iDios me libre!
—Pero, yen acá, Dorotea, y hazme favor de decirme:
,qué nos importan a nosotras las gentes? Ellas no te han
de consolar en tus aflicciones si liegas a casarte con un
libertino, con uno de esos calaveras lienos de presunciones,
ni han de aliviar tus necesidades site toca por compañero
un pobrete que no tenga segunda carnisa, ni te han de
amparar siyo me muero y te quedas sola en el mundo.
—Sea lo que fuere, he tornado ya por de pronto una
resoluciOn.
—,Cuál?
42

—Contestar la cartita de don Facundo.
—,En qué sentido?
—Dándole calabazas.
—Mira, ,por qué no hacemos una cosa, Dorotea?
—( Que cosa?
— &Por qué no detienes la contestación a esa earth
unos ocho o quince dIas, mientras lo pensamos mejor?
—Es que ya lo tengo muy bien pensado.
—Sin embargo, nadie te urge, y en estos asuntos de
porvenir es necesario obrar con cordura. Yo no me opongo
a que rechaces la pretension de don Facundo, pero creo
necesario al menos, ya que nos dispensa su amistad, que
obremos de modo que no se ofenda. Está bueno que perdamos
el pretendiente, pero no perdamos también al amigo.
—Hum!
—,Te resuelves?
—Si. Cuidaré, pues, de no decirle una palabra, ni del
retrato, ni de la cartita, durante quince dIas. Le dire a
lo más, que te entregué todo sin verlo y tU te arreglarás
con él como puedas. Te advierto, sin embargo, que no
he de cambiar de resolución.
—Estamos conformes. Aguarda, y Dios dispondrá lo
que ha de suceder.
Y madre e hija se separaron.
Dorotea se quedO en el estrado pegada al cartOn de
una novela.
Doña Nicanora se encerrO en su comedor en miniatura
para arreglar su despensa.
La primera no se volviO a acordar de don Facundo, o
si se acordó, fue para confirmarse en el propósito de dare
calabazas, transcurridos que fueran los quince dIas. La
segunda, mientras acomodaba sus semillas, pensaba lo siguiente:
—Serla una fatalidad que este partido tan bueno se
nos escapara. Un hombre rico... con esto queda dicho
todo. El que tiene dinero es virtuoso, es noble, es enten-
43

dido, es considerado, es lo que se quiera... iEl dinero! oh!
lo que vale el dinero!
Y doña Nicanora lanzó un suspiro tan largo como de
aqul a Rusia.
—Es preciso —continuó pensando—, que Dorotea se
case con don Facundo, yo la persuadiré, y si es preciso, yo
la obligare.
Un corazón de mujer no es una fortaleza. (Esto lo dice
el autor.) Y en caso de que lo sea, no es una fortaleza
inexpugnable, pues al fin y al cabo es compuesta de una
materia tan frágil, tan combustible, que no es más que
atacarla con ciertas reglas, con cierto tino, reglas y tino
que son el caudal de los viejos, para tomarla por sorpresa.
La voluntad más firme y más resuelta de una mujer,
convertida en un reducto (seguiremos con la figura) cae
fácilinente en poder del enemigo cuando este es astuto y
tenaz. Ni más ni menos fue lo que paso con la pobre Dorotea,
a la cual desde ahora, por lo que pudiere acontecer, comenzaremos
a ilamar desgraciada.
Hemos dicho que don Facundo era viejo, y tan lo
hemos dicho, que tal vez a fuerza de repetirlo tenemos
hastiado al lector. Hemos dicho también que los viejos
son generalmente hombres diestros para enredar a las muchachas;
pero lo que no hemos dicho todavIa, es que don
Facundo, con esa habilidad que ahora y siempre le reconoceremos,
se abstuvo de volver pronto por la respuesta de
su carta, comprendiendo que era echarlo todo a perder,
porque estaban frescas las impl'esiones, y éstas, pudiera
ser que no le fueran del todo favorables... jmiren ustedes
hasta dónde liegaba la perspicacia del maldito viejo! AsI
es que dijo con socarronerla:
—Ya está dado el primer paso; dejemos ahora al tiempo
que haga el resto.
—Y también a doña Nicanora —agregO cerrando un
ojito, y haciendo un gesto particular.
44

Don Facundo era, piles, el vivo diablo. Don Facundo,
ademas, justificaba aquello de no sabe tan to el Diablo por
Diablo, como por viejo.
Por ese dIa, nuestro hombre, que raras veces gastaba
un real en vino, compró una caja de Burdeos, y se encasquetó
dos sendas botellas... Figürense ustedes la facha
que pondria: poco acostumbrado a este género de luchas
con el dios Baco, se achispó de tal modo, que a eso de las
once de la noche, perdió los estribos y ya no pensó más
que en hacer locuras. A esas horas mandó por media
docena de müsicos, se puso otras dos botellas debajo del
brazo, y tomó con su tropa la dirección de la casa de
Dorotea. lIba a dare una serenata!
No vais a creer una cosa, queridos lectores. Don Facundo
estaba tan alegre, tan rete alegre, tan subido de
punto; su amor por un lado, y la müsica y el vino por el
otro, lo entusiasmaron en tan sumo grado, que se aproximó
resueltamente a la ventana, y... iDios de los ejércitos!
se soltó cantando una trova arnorosa de sus tiempos,
una trova muy tierna y muy liena de pasión, aunque también
la más destemplada.
Se hubiera podido apostar un ojo de la cara, a que la
persona más grave en presencia de aquel raro espectáculo,
hubiera echado las tripas de nsa, perdónesenos la expresión,
y no solo ante el espectáculo, sino también al considerar
que don Facundo, aquel honrado negociante que no
comiO durante diez y ocho años más que fideos, estaba a
aquellas horas ebrio de vino y de amor...
Dorotea, por su parte, gusto de la müsica y gusto del
canto, aunque no la llegai'on las armonlas con todo su
vigor, ni miró la facha de su amante, que era lo más chistoso,
y gusto del escandalito, en fin, porque como todas
las mujeres, tenIa una gran dosis de amor propio, y se
gozaba en la consideraciOn de que todas sus vecinas Than
a saber que tenia quien le lievara serenatas, quien se
muriera por sus pedazos, Than a saber que tenIa novio...
45

AsI es que, lejos de indignarse se sonrió por la ocurrencia,
la agradeció en el alma y se conformó con decir a doña
Nicanora:
—Ese de la serenata es el viejo don Facundo que se
ha vuelto muchacho; estoy segura de ello.
—Pobre! —contestó la mama, agregando para su capote—:
no prorrumpe en denuestos, luego le gusta.
Al dIa siguiente amaneció don Facundo mortificado, y
hasta pesaroso, recordando su noche toledana, aunque es
verdad que no vela tales locuras del tamaño que en sj eran,
puesto que el dios Cupido lo tenia completamente ciego.
AsI es que desde que concluyera de arreglarse la peluca, no
pensó más que en buscar Los medios para borrar la mala
impresión que hubiera dejado en Dorotea. Luego que llego
la tarde mandó su carruaje a doña Nicanora, con un astuto
recado: El señor don Facundo Cabeza de Vaca verIa con
sumo placer que sus amigas más queridas, y realmente las
ünicas, tuvieran la condescendencia de estrenar aquel coche
del xnás humilde de sus servidores, yendo a pasear a
donde lo tuvieran por conveniente.
Doña Nicanora y Dorotea, que apenas contaban con
lo muy necesario para vivir, que raras veces podlan disponer
de una peseta para ocupar por media hora un horrible
simon, que estaban rabiando de ganas de darse una
sacudida, recibieron el recado como si liegara del cielo,
acogiendo con gusto la delicada atención de don Facundo,
a quien calificaron con los nombres del más bien criado y
más afectuoso de sus amigos.
Dorotea se prendió con ochenta y tres alfileres, esto
es, con todos los alfileres que habIa en casa: lo mismo, poco
más o menos, hizo doña Nicanora: ambas se arrellanaron
en el carruaje, y frondosas como unas verdolagas, echaron
a pasear, no solo por los airededores, sino por las calles
principales de Mexico, dando muestras de una satisfacciOn
colmada. Cualquier observador hubiera leIdo en sus
miradas, y aun en sus movimientos, estas palabras: en
46

nuestra mano está que esta elegante carretela nos pertenezca
en propiedad exciusiva.
Durante las tres horas de paseo, doña Nicanora no
perdió el tiempo.
—,Que dices, Dorotea? —dijo a su hija—, icuAn diferente
es la vida de los ricos!
—Ya lo creo.
—Este carruaje lo mismo que cuantos quieras, podrán
ser tuyos con una palabra que pronuncies.
—Mama, alil está Enrique y no lo saludaste.
..Quita allá con tu Enrique... hf irichi más insustancial...
,pero no oyes que estoy hablando de cosas serias?
—Vinimos a divertirnos y no a fastidiarnos.
—Pero...
—Después, mama, después hablaremos de eso.
Doha Nicanora siguiO, sin embargo, predicando sin
perder ninguna oportunidad, y la joven, respondiendo con
distancias o escuchando con ligereza, pues solo se ocupaba
en gozar de aquella primorosa tarde con toda su alma y
de construir también lindos jardines, en los cuales no
entraba por supuesto la imagen de su viejo adorador.
Al dIa siguiente entraron cuatro cargadores a la casa
de doña Nicanora, que ilevaban sobre los hombros canastas
y cajones, con los efectos siguientes: frutas, vinos, pasteles,
conservas alimenticias, abrigos, géneros, pañuelos y
hasta botoncitos. Aparte fue entregada una coqueta canastilla
para. Dorotea, conteniendo flores, una sortija, unos
pendientes y algunos otros dijes de poco valor, pero de
aquellos más indispensables y de que más carecia la muchacha
para presentarse en una concurrencia.
Tanto doña Nicanora como Dorotea, se estremecieron
a la vista de todo aquello, con gozo y con susto, vacilando
sobre la actitud que debieran guardar en aquel caso imprevisto...
Una esquelita firmada por el pariente farmacéutico
vino a tranquilizarlas. En ella les rogaba tuvieran
la amabilidad de aceptar aquel humilde presente, pues a
47

hacerlo se habla arriesgado, autorizado hasta cierto punto
por el parentesco. Convinieron ambas, sin que hubiera
acaloramiento en el debate, en que no les quedaba mãs
salida que aceptar el regalo y contestar con otra esquelita,
dando al pariente las más expresivas gracias.
—Pero oye, mama —dijo Dorotea con cierto candor—,
,de dónde nacerIa a mi tio en tercer grado, don CrIspulo,
hacernos un obsequio tan valioso cuando se han pasado
años sin que nos visite?
—Es que cree que nuestra situaciOn ha mejorado:
tendrá como hecho tu casamiento... y como ya sahes lo
que es el mundo... Las gentes se descoyuntan por ponerse
bien con los que tienen dinero.
—Pohre tb! jcómo lo juzgas!
yes que nunca nos ha dado nada.
—También es un pobre que apenas gana lo necesario
para corner.
Lo cierto es que ni Dorotea ni doña Nicanora tragaron
la farsa aquella del regalo, pues no eran tan lerdas
para ignorar de dOnde venla.
Demasiado les constaba que el pariente estaba poco
menos que arruinado, que no le sahba dar agua ni a un
pájaro y que aun las recetas del medico no eran despachadas
en la botica si no ilevaban por delante la paga correspondiente.
,De dOnde, pues, contaba con medios para
hacer un regalo casi suntuoso cuando no los tenja para hacer
uno ni de a veinticinco centavos?
—Me lo clavaba en la frente! —habIa dicho cada una
para su sayo.
Pero buen cuidado tuvieron de manifestarse rnutuamente
sus sospechas ni menos de darlas a conocer delante
de don Facundo: demasiado bien comprendlan que les
tenIa cuenta vivir en el error, pues nada habla de particular
en recibir un regalo de un pariente, mientras que
serla muy indecoroso recibirlo de un aspirante a la plaza
de marido.
48

Por otra parte, aquello habla sido tan oportuno, tan
providencial, habla caIdo tan bien, que era fuerza cerrar
los ojos a la luz y pasar por las vIctimas de un inocente
engaño.
Al otro dia, don Facundo mandO una carta a doña
Nicanora, manifestándola que sus muchas ocupaciones lo
privaban del placer de hacerlas una invitación personalmente,
pero que les daba el aviso de que habia tornado
un palco para La Opera y que en la noche irla por ellas, si
era que no tenjan inconveniente en aceptar la invitaciOn
y su compania. Doña Nicanora contestO que se aceptaba
la invitaciOn y su compañia con mucho gusto.
A las ocho en punto estaba el carruaje en la puerta.
Don Facundo llegO engalanado como un prIncipe. Dorotea
se adornO como una princesa, doña Nicanora simplernente
como una reina madre, y toda la familia real apareciO en
el palco, un cuarto de hora antes que empezara la funciOn.
De vuelta del teatro dio orden don Facundo al cochero
para que se detuviera en el café de la Concordia. En
un gabinetito apart-ado estaba ya servida una espléndida
cena... Cenaron, y a las tres de La mañana se levantaron
los tres de la mesa, no solo satisfechos, sino muy alegritos,
bajo los efectos de la Oltima botella de champagne.
Durante aquellos momentos de solaz, don Facundo
habla oido decir a Dorotea que le gustaban extraordinariarnente
las flores, los árboles, las fuentes, los pájaros, las
ventanas con persianas verdes, en una palabra, esas quintas
de recreo en que nada falta para causar las ilusiones
de la vida campestre.
—,Le gust-an a usted las fincas de Tacubaya con jardin
y todas esas cosas?
—Ah! son mi encanto...
Don Facundo no hablO otra palabra sobre esto, sino
que a la mañana siguiente se fue a Tacubaya a buscar una
casa con jardIn, que tuviera persianas verdes en las yentanas,
la cual compró por el precio que le pidieron, pues
49

ya no hacIa ofrecimientos cuando trataba de complacer
a su novia.
Dispuso que en tres dIas se aseara la casa y se urnpiara
el jardIn perfectamente: cuando todo estuvo listo
conforme a sus deseos, mandó preparar una magnIfica
comida, que habIa de ser rociada por los mejores vinos
que encontró en los almacenes de Mexico. El dIa que designó
para dar el convite por sorpresa, fue ilegando muy
temprano en su carruaje a la casa de doña Nicanora, y la
dijo: —He comprado una humilde posesión en los extramuros
de la ciudad, una casita de campo con sus arbolitos...
cualquier cosa y... he pensado... que ustedes no
tendrIarr inconveniente en estrenarla... he mandado preparar
allI un ligero almuerzo... En fin, ustedes me perdonarán
todas estas libertades que me tomo, fiado en el
cariño, más que en la confianza, que ustedes me dispensan.
—Bien hecho, don Facundo, ya sahe usted que puede
disponer... entre amigos todo es permitido... quieres ir,
Dorotea, al convite que nos hace el señor don Facundo?
—Mama, anda tü, pues ya sabes que no se puede
dejar sola la casa...
—La casa se cierra, Doroteita, nos lievamos la have y
la criada tendrá libre el dia —dijo tImidamente el enamorado
don Facundo.
—Quien sabe si mama no tendra inconveniente...
—Tengo algo que hacer, pero Si flOS hemos de volver
pronto...
—Por supuesto: a la hora que ustedes lo dispongan.
El objeto es pasarnos un bonito dia, clebajo de los árboles...
el huertecito no vale gran cosa, pero yo ofrezco lo
que tengo: ya saben ustedes que soy pobre.
—Como quiera que sea. nosotras se ho agradecemos,
contestó doña Nicanora.
—Y corno Dorotelta me manifestO deseos en noches
pasadas de un dIa de campo asI...
50

—Pero fue usted a molestarse, don Facundo!
—No diga usted, señora...
—,Que resuelves por fin, Dorotea?
—Pues mama, haz lo que tü quieras.
—Entonces vIst.ete luego; no es justo que dejemos a
don Facundo con sus gastos hechos.
—Eso no importarla.
—No, no: y aunque entendiera que ardla la casa durante
nuestra ausencia, no por eso hablamos de desairarle,
,verdad, Dorotea?
—Es cierto, mama; don Facundo, mostrándose iempre
tan atento con nosotras, se ha hecho merecedor de toda
nuestra estimación...
Un rayo de alegrIa se desprendió de las pupilas del
enamorado don Facundo, quien expresó su agradecimiento
en frases que se atropellaban unas con otras.
Las dos señoras entraron a vestirse y una hora despues
aparecieron en la sala. Dorotea estaba tan hermosa
corno nunca. Con su traje de muselina color de rosa, su
sornbrerillo de paja, su banda roja y su chaleco de terciopelo
negro con hotones de metal amarillo, aparecla más
hermosa que Diana Cazadora, que la befla Elena y que las
nueve Musas juntas.
Cuando don Facundo La vio, y sobre todo, cuando se
fijó en aquel talle tan tentador, sohrecogio al hombre un
temblor tal en todo su cuerpo, que hizo que los dientes
postizos se repicaran y que le saliera del pecho tin ruidosIsimo
suspiro. Se metieron al coche... don Facundo estuvo
próximo a morirsp cuando sintió el calor y hasta el roce de
las pier nas de Dorotea cerca de las suyas.
—Pero es que vamos a Tacubaya —observo ésta un
momento después, sacando La cabeza por la ventanilla del
coche, para examinar el camino.
Don Facundo se sonrió con aire de triunfo, y contestO:
—Alli está la finquita.
—En el mismo lugar que Hi dijiste te gustaha —exciamó
dona Nicanora i m pi udentemen te.
51

En efecto, se apearon en una casa muy regular, de las
muchas y tan bonitas como hay en Tacubaya.
—Pero si es muy preciosa esta casa —exclamó doña
Nicanora.
—Tiene jai-din —dijo con cierta timidez Dorotea.
—Felicito a usted, don Facundo, tiene usted muy
buen gusto para comprar sus casas.
—Fue la mejor casita que pude encontrar en yenta.
—Está excelente! Aqul hay todo lo que puede apetecerse.
—Mira qué lindas flores, mama! ... ,y es una fuente
aquella?
—Si seflorita, es una fuente con dos cenadores a los
lados.
—,Y hay peces de colores en la fuente?
—Si, hay algunos.
—Que linda casa! 1hay peces en la fuente! y el jardIn
tiene cenadores... ,lo yes, mama?
—Si, ya lo estoy viendo.
Siguieron a éstas, otras exciamaciones.
En fin, les gusto extraordinariamente la casa.
A las doce del dIa se sirvió un opIparo almuerzo debajo
del más fresco de los emparrados, lugar en donde las
fibres esparcIan como en ningün otro sus fragancias.
—Oh! si no fuera viejo don Facundo —pensaba Dorotea
al estar saboreando una copa de Borgoña.
—Ellos se casarán —pensaba doña Nicanora al tiempo
de servirse una rica ensalada—, es indispensable que se
casen.
—Su amor o la muerte —pensaba don Facundo, en un
momento en que su pie se encontró con el de Dorotea—,
Si no se casa conmigo, no sera' para ninon otro... iel yeneno
para ambos!
Pero como el capItulo del delirio se va alargando más
de lo necesario, pasemos a otro que seth el del frenesI.
52

AMORVOLCANICO
El dIa aquel se paso alegremente en la quinta de don Facundo.
Tan espléndido estuvo el anfitrión, corno sus convidadas,
dispuestas siempre a hacer con apetito los honores
al banquete.
Nadie se quedo sin corner ni beber... (hacemos gracia
al lector de una descripción concienzuda del festIn con
todo y sus brindis, por haber tantos y tan suculentos en la
época que atravesamos, que nada dejan que desear.)
Don Facundo mandó hacer tres coronas de flores,
encargando que de estas entraran las de rnás estimación,
y en verdad que quedaron primorosas. Pidió permiso, que
le fue concedido, de colocarlas en las sienes de sus amigas,
lo cual verificó reservándose para si la de mayor volumen.
Una vez coronados de flores nuestros tres personajes
y habiendo ya ilegado casi al ültimo término de la confianza,
comenzaron a correr por el jardIn y aun a jugar
a las escondidas. 1Nada provoca tanto a la intimidad como
la vida campestre!
Don Facundo, cuyas piernas hablan cobrado un vigor
parecido al que tenIan a los quince años, alcanzó tres o
cuatro veces a Dorotea, ya para dare una pera 0 un melocotón,
ya para agregar una for más exquisita a su tocado,
ya para decirla a] oldo alguna palabra inocente.
Don Facundo estuvo en este dia amable, soilcito, tierno,
inimitable, rnagnIfico, espléndido... 1hasta seductor!
Todo esto, unido a sus ménitos de los dias anteriores
53

vino a disminuir en el corazón de Dorotea diez grados lo
menos de su repugnancia por aquel matrimonio. Aun llegO
a pasearse por su imaginación esta idea, y no una sino
varias veces: si yo quisiera... con una palabra que pronunciara...
jvamos! esta quinta, esta preciosa casa COfl su
jardIn, estanque, peces y cenadores... seria mIa, mia cornpletamente...
eh! iqui6n sabe qué persona vendrA al fin
a disfrutarla! Y ese pensamiento la habia arrancado tarnbién
varios suspiros.
Ay Dios! tarnbién don Facundo suspiró luego que
empezó a oscurecer y que doña Nicanora anunció que
tenlan que volverse a Mexico. Pronto, rnuy pronto... rnás
que pronto, con la velocidad del rayo. habIan huido para el
dichoso amante aquellas fugaces horas de delicia infinita,
de gloria más pura que la de los angeles! ... de amor vu!cánico!
Cuando don Facundo se recogió en su lecho, cornenzó
a hacer memoria de todos los episodios de aquel dIa feliz
y... no pudo conciliar el sueño .en toda la noche. Si cerraha
los ojos, era para ver más distintamente la imagen de
Dorotea, que andaba cirniéndose en la cahecera de su
cama... Cuando no eran los ojos, era el talle, cuando no
era el talle, era aquel pecho... cuando no era el pecho,
eran los pies. . . aquellos pies unidos a algo de pierna, icomo
habia visto ambas cosas en el jardin!
Si don Facundo hubiera podido enamorarse más en
esta noche, es seguro que mas se habria enamorado; pero
ya no era posible que aquel corazón sintiera otro poco, ni
que aquel pensamiento se ocupara otra lInea de aquel amor
sin ilegar a la demencia. Bien es que ya estaba en los
umbrales de la locura el pobre don Facundo.
HabIan ti'anscurrido cuatro dIas desde aquella fiesta,
cuando doña Nicanora y Dorotea fueron invitadas a un
baile con recomendación de que a su vez invitaran al señor
don Facundo Cabeza de Vaca, fueran con él ø no. Don
Facundo estaba presente cuando se recibió Ia invitacion.
54

—Diga usted a Tomasita, contestó doña Nicanora,
que por allã pasaremos, si es que de aqui a la noche no
t.ropezamos con algñn inconvenient e.
—Es mejor, mama, que le mandes decir a Tomasita
que no podemos ir.
—;Por qué?
—Porque no tenemos tin senor que nos acompane...
desde que no nos visita Enrique.
—Las acompañaré yo —exciamo don Facundo.
—,Usted?... pero t.anta molestia...
—Que mo!estia! No es ninguna ... . i ustedes tienen
deseos (Ic COñCUFI'iF.
—Yo por mi no tengo alboroto; pero ya yes, mama,
que no nos podernos negar con Tomasita... por lo deniãs,
me es igual ir o quedarme.
—Pues si ustedes aceptan mi compaflIa, yo lo tendré
a mucha honra.
—Como lo disponga mama.
—Aceptamos el favor, don Facundo.
Esto dijo doña Nicanora, y luego agregO dirigiendose
al criado:
—Diga usted a Tomasita, que por allá pasaremos todos,
esta noche temprano.
Don Facundo se despidió para dejar a las señoras
tiempo de hacer sus pieparativos. El, por su parte, luego
que llego a su casa, se vistió ropa limpia, se afeitó, se perfumó,
se puso en fin, relamido, desde la punta del pie
hasta la punta de la peluca.
Cuanclo volviO en alas de su impaciencia a casa de
doña Nicanora, Dorotea no habIa concluido de vestirse
todavIa.
De repente oyó don F'acundo que exclamó ésta desde
la recámara:
—jQué descuido, mama! ... no tengo guantes, yo no
voy al bade sin guantes.
No acal)al)a Dorotea de decir esto, cuando ya don
55

Facundo estaba en la calle. Poco después volvió con tres
pares de guantes, envueltos en un papel de China.
—Ya no hay alfileres! —gritó Dorotea con desesperación;
mama, se me han acabado los alfileres.
Don Facundo en tres saltos fue a la tienda de la esquina,
y trajo un paquete de alfileres.
—Jesüs de mi alma! ... Que hago, mama? Me hace
falta un listOn amarillo para hacer un mono... ,Que hago
de un listón amarillo?
Don Facundo saliO de nuevo, y no volvió hasta que
se consideró bien cargado de listones amarillos.
Después de estos y otros ligeros percances, lograron
salir a las nueve y media, encaminéndose a la casa en
donde debla tener lugar el baile.
Liegaron, fueron bien recibidos, se les hizo tomar
asiento, menos a Dorotea, que fue arrebatada casi del
i)zo de don Facundo, por una decena de pollos que se
disputaban la preferencia en aquella polka que se estaba
hailando.
Don Facundo no bailaba iqu6 habIa de bailar! pero
tuvo que contentarse con ver a Dorotea que lo estuvo haciendo
muy bien, sin que ella, por su parte, volviera a
recordar que existIa un don Facundo en aquella sala.
En cambio, hubo alguno que dijera que el viejecito
de la peluca tenla dinero, y desde ese momento no le faltó
a Cabeza de Vaca compañia, ni quien brindara a su salud
cada vez que tralan la charola con las copas de anisete y
los pastelillos.
Allá como a las cuatro de la mañana, don Facundo
estiró los brazos y las piernas, se arreglo el nudo de la corbata,
al descuido, en frente de un espejo, y luego se dirigiO
tern blando a donde estaba Dorotea.
—,Que tal? ,se ha divertido usted, Doroteita? —le preguntO
con su timidez de siempre.
—Mucho, don Facundo, ha estado primorosa la tertulia,
,no es verdad?
56

-1Ah! si... primorosa.
—Pero no lo he visto bailar, don Facundo, i,por que
no baila usted?
—En efecto... no he bailado... nunca 1)ailo... quiero
decir... en fin... si usted se dignara acompañarrne...
Esta invitación fue una puñaiada pala Dorotea.
—,A bailar? —pi'eguntó.
—Si, unas cuadrillitas...
—Si.
—EstesI, que salió extraIdo corno COfl Un tjrai)uzon
de los labios de Dorotea, causó en don Facundo tal efecto,
que tuvo que apoyarse en la pared, para no caer desfailecido:
casi tambaleando como un ehrio, se diiigio a su
asiento para esperar ansiosamente a que empezala ci pieludio
de las cuadrillas.
—Mama —exclamó Dorotea entretanto acercándose a
doña Nicanora—, jestoy en un compromiso atroz!
—,Que ha pasado?
—Que don Facundo me pidiO las cuadrillas...
-, Para bailarlas?
—Si, las que van a tocar para Tomasita y su marido...
—,Y se las has negado?
—No, sino que ya tenha comprometida la pieza con
Alfredo... ya yes tü... Alfredo es insoportable.
—Hiciste bien: ahora yo arreglare el asunto con Alfredo.
Y doña Nicanora, como sucede en estos casos, tuvo
con Alfredo una larga explicación, que no satisfizo a éste;
y Ilamando a Dorotea coqueta y otras cosas, tomó su sombrero
y se saliO del bade diciendo que habia de matar a
(ion Facundo.
Nuestro héroe, ignorante dc todo aquello, y sin notar
siquiela ci desasosiego de Dorotea, que no cesaba de mirar
hacia la puerta, se levantó a darle la mano con toda la soltura
de un nene, luego que se oyo tocar los preludios de
las cuadrillas.
57

Era la primera vez que don Facundo I ai!aI a en su
vida. y lo hizo tan defestal)lemente mat, que no ejecutu
una sola piiueta ajustada a las reglas: pero to(l() se Ic
perdono en gracia dc La hora, pues precisaniente las cuadrillas
aquellas elan pala que las bailaran ci señor V La
senora de la casa, to mismo que las (lemas personas ma yores.
A las cuatio de la mañana, es no solo peimitido, sino
festejado que los viejos echen la pierna y la cana al aile...
bencIito el gran mundo que hasta para !a senectud tiene
sus probaditas de felicidad!
Estuvo don Facundo tan expansivo, tan gracioso, tan
jovial, y sobre todo tan verdaderamente fino y delicado
con Dorotea, que la hizo olvidarse del feroz Alfredo, y que
se mostrara casi cariñosa.
Durante estas cuadrillas tuvo Dorotea dos pensamientos:
don Facundo, dijo, no es celoso, una vez que no manifiesta
mal humor porque he bailado con tantos jóvenes,
porque me bromean, sonrien conmigo y me dicen tales
cosas de!ane de él... Don Facundo no es enemigo de los
bailes, agregó a poco, supuesto que ha permanecido hasta
estas horas sin dormirse, y supuesto que se alegra v baila.
El complemento de estas dos ideas no necesitamos
más que apuntailo: Dorotea era decidida partidaria de las
tertulias, ,por qué no habla de alegrarse interiormente dc
que también lo fuera don Facundo?
Concluyeron las cuadrillas, concluyó ci baile: todo el
mundo se marchó, unos despidiéndose con besos y apretones
de mano, otros a la francesa, pero la sala quedo casi
desierta. Solo don Facundo y su presunta familia quedaron
alli hasta que se apagaron ]as luces: no se podia
ped ir rnâs prudencia al enamorado pretendiente. Dijeron
por fin adios a Tomasita, y salieron a la calle. Nuestro
hombre iba que no cabla en si de gusto, porque habla
bailado y porque lievaba del brazo a Dorotea.
Al liegar a la casa de doña Nicanora, se despidiO en La
puerta suspirando.
KI

Se metió después en su cama, y a las ocho de la mañana
soñaba todavia con la imagen de Dorotea. Los acentos
de la müsica resonaban ain en sus oldos... y en medio
de una aureola de nubes y de arcángeles, brillaba siempre
pura, siempre hermosa, la sin par Dorotea. . . ella solo abrIa
entonces los labios para decit' a don Facundo: ite amo! ite
amo! ite amo!
59

VI
ULTIMAS CALAVERADAS
Ya estahari para aspirar los quince dIas que doña Nicanora
habia fijadu a Dorotea para resolverse, y en todo este
periodo no huhu (ila en que don Facundo no diera cuando
menos una prueba de su arnor y de sus finezas, pareciendo
haberse fijado como regla de conducta aquel adagio que
dice: dcidivas quebrantan peñas. El dIa rnás pobre en obsequios
fue aquel en que se iimitó a mandar unos ramilletes
de flores en dos jarrones de fina porcelana. Dorotea, sin ser
un rnonstruo de dureza, tenia forzosamente que sentirse
ieconocida: y asi era en efecto: todas sus repugnancias
habian ido devaneciéndose, todo su odio se habia convertido
en afecto, todo su desprecio habIa tornado un carãcter
de iástirna.
—Pobre don Facundo! —decIa a sus solas—, jqué pena
da que Se halie tan enarnorado!
Cuando ya parecIa coirnada la medida de los favores,
don Facundo encontró oportunidad de hacer uno nuevo
que casi vino a dar ci goipe de gracia a Dorotea.
Sobrevino la siguiente desgiacia a dona Nicanora: en
una de tantas veces en que Se V jO apurada para cubrir su
presupuesto, a ca.usa de que el Gobierno suspendIa los
pagos a las clases pasivas, con frecuencia, empeñó la tnica
casita que tenla.
61

Las gentes de la uña larga, los facinerosos de las pobla -
ciones, los especuladores de la desgracia, los bandidos que
se ocupaban en robar a los que se encuentran apurados, so
pretexto de pre.starles dinero con el tanto por ciento, eos
vampiros de la sociedad, en fin, cornpañeros de don Facundo,
hablan prestado a dofla Nicanora doscientos pesos,
haciénclola firmar una escritura de quinentos, con el pacto
de retroventa. Iba a cumphrse el plazo. V dona Nicanora
estaba en completa imposibilidad de pagarlos.
El acreedor implacable se habIa presentado a dar el
ultimatum: madre e hija lloraI)an suplicandole en vano
que el plazo se prorrogara, cuando lleg() don lacundo. Se
enteró de lo que pasaba, unió sus instancias a las de las
sefloras tarnbién in6tilmentc. pues el tenedor (Ic la esci'itura
no parecia tener entrañas, era Un cornpanclo. Don
Facundo las dijo algunas palabras para que se consolaiaii
y se despidio como para no seguir presenciando aquel I riste
cuadro.
Por la tarde volvió en efecto: Ilevaba en la man la
escritura chancelada y el recibo de los quinientos pesos.
La querida casita, aquella finca de alX)lengo estaha salvada!
Doña Nicanora y Dorotea lioraron de agradecimiento.
Era el décimo cuarto dia de aquellos quince que dona
Nicanora veja transcurrir con zozobras. para que su hija
diera su resolución sobre las pretensiones de don Facundo,
cuando ocurrió otro incidente, la ültima calaverada arnorosa,
el postrer golpe asestado por el anciano amante a los
buenos sentimientos de su novia, el que casi vino a fijar
el porvenir de la desdichada Dorotea.
La joven se habla quejado la noche anterior, delant.e
de don Facundo, de que un petimetre la inquietaba, un
petimetre por supuesto que no era del agrado de Doi'otea,
el cual se acercaba frecuentemente a su ventana, al oscurecer,
y alli aparecla plantado haciendo instancias para
que le recibiera una carta.
62

Ya no tenha libertad La infeliz de salir un momento a
la ventana.
—Ya daremos su merecido a ese pretendiente —murmuró
don Facunclo, con uria leccioncita que yo le dé, buen
cuidado tendra (le no volver a pasar por esta calle.
Dorotea se sonrió con aire poco crédulo y don Facundo
permaneció pensativo dur ante una hora madurando
un proyecto que (lebja poner esa misma tarde en ejecución.
En efecto, apenas empezal)a a anochecer, cuando el
petirnetre se apareció como todos los dIas, se plantó a un
lado de la ventana y estuvo esperando pacienternente a
que se asomara la hermosa Dorotea. Ella, por curiosidad
o porque le gustara ci trote del macho, como dicen vulgarmente,
salió radiante de belleza y se clavó de codos, apoyando
la cabeza contra las rejas. El pretendiente entonces
se acercO de puntillas y.con una carta en La mano.
—Senorita, dijo.
Dorotea no respondio.
—Señorita —instO el galán—, yo ruego a usted que se
digne recibir esta carta... después de leerla, es usted libre
de arrojarla al fuego o de hacer con ella lo que guste...
Dorotea volvió al otro lado La cabeza.
—Señorita, en nombre del cielo...
El petimetre no acabó Ia frase pues fue interrumpido
bruscamente por un tercer personaje que apareció en la
escena.
Ese personaje no era otro que don Facundo, el cual
fuerte con su amor, fuerte con su derecho, fuerte con un
sólido bastón en la mano, hahIa hecho de tripas corazón y
se lanzaba a una camorra...
No usó de muchos miramientos para anunciarse, pues
la primera noticia que tuvo de él el caballero de la yentana,
fue la de recibir en la espalda un terrible bastonazo.
Este, por su parte, no tenIa trazas deser un espadachIn,
lejos de eso, parecia el representante de Ia mansedumbre,
pero como dicen que hasta un buey embiste
63

cuando le pican, se volvió furioso para hacer uso del sagrado
derecho de defensa...
—El papa! —exclamó luego que reconoció en su antagonista
a un anciano.
Y echo a correr con toda la ligereza de sus piernas,
llevándose en la retirada otro par de bast.onazos.
Don Facundo, pues, quedó victorioso y dueño del
campo de batalla.
Dorotea salió a abrirle la puerta pagándole tan poderosa
hazafla con un expresivo apretón (Ic manos y con tres
0 cuatro cariñosas sonrisas.
Alejandro, el gran Alejandro, debla parecernos un peiOn
cualquiera cuando se le tributahan ovaciones por sus
victorias, si se le hubiera comparado con don Facundo Cabeza
de Vaca, en esos momentos en que se puso más ancho
que una verdolaga.
Resumiendo: don Facundo se habia mostrado en estos
quince dIas que acabal)an de transcurrir, generoso,
liberal, fino, desprendido, obsequ ioso, galan te, desi nteresado,
fogoso, valiente, despreocupado, constante, entusiasta,
artista, etc., etc., etc. Dorotea, por lo mismo, dandole
vueltas y más vueltas para hallarle defectos, no le
encontraba más que el de estar un poco entrado en años,
en cambio de todas las virtudes del mundo. Dorotea, en
consecuencia, le profesaba ya un cierto cariño, capaz de
hacerle sacrificarse por él en cualquier terreno, menos en
el del matrimonio.
Dorotea estaha ya: que caigo, que no cai go.
—Algo diera por poder ilamarle mi padrastro, decIa
a sus solas, ipero mi marido!
Y sin embargo, permanecia pensando en éI más de lo
que ci pobre viejo se figuraba, y no CO() quiera, sino que
se ponla frecuentemente en el caso de ser ci ama (le su
casa, de entrar en plena posesión de aquel carruaje, de
aquella casa de campo y de aquel anciano corazón que se
estaba derritiendo de pulo amot'.
64

Amaneció esplendoroso el décimo sexto dIa después
de Ia conversación aquella de que hemos hablado: doña
Nicanora, de propósito, habla dejado pasar el décimo
quinto, ya para proporcionar a Dorotea mãs respiro, ya
para verla venir o para dar tiempo al tiempo; pero como
observara que su hija permanecIa como si tal cosa, se
resolvió a ahordar La cuestión entiando a la sala donde la
joven se hallaba, como de costumbre, junto a una mesita
de costura muv cuca, que don Facundo le habia regalado.
—,Quieres que hab lemos? —la preguntó doña Nicanora.
—;Ya vas a empezar con tus cosas, mama!
—Es preciso.
Doña Nicanora se sentó a su lado.
—No quiei'es dejar pasar ni un dIa.
—Cómo no! Acuérdate que desde aver se cumplió el
plazo.
—,Y qué vienes a decirme, vamos?
—Ya lo sabes, que te decidas a dar alguna contest ación
a don Facundo. Este hombre esth esperando que respondas
algo a su caita.
—No me ha dicho ni una palabra.
—Por delicadeza: pero precisamente por eso es por 10
que no debes guardar silencio más tiempo. Después de
la condttcta tan fina que observa con nosotras, de los ser-
VICIOS que le debemos, los cuales no Se pagan con nada,
seguir manteniendo esa reserva, será no sOlo mostrarte
descortes sino (lesagradecida.
—Pucs es que yo me encuentro muy perpleja. .. no es
la cosa tan sencilla, no creas.
—Bueno, dijo para si doña Nicanora, ya vacua, luego
es clam que (Ion Facundo ha ganado mucho terreno. Yo
terrninaré la ohra.
En seguida agregó en voz alta:
—,Pues qué cosa es la que te det,iene? ,Que defecto
encuentias a don Facundo?
65

-, Defecto?
—Si.
—A decir verdad, no le encuentro ninguflo.
—,Entonces?
—En cuanto a sus cualidades morales, no puede ser
sino el hombre más bueno y ms afectuoso. peru.
—Ese pero, es el que no puede jarnãs desaparecer de
t hoca.
— (,Que quieres que haga?
—Concluye, pues.
—Pero vu Soy muchacha y éì tiene cincuenta años.
—,Y qué?
—Que todas las gentes (liran que me caso por interés.
—Ya otra vez me to dijiste y yo te persuadi (IC que
nada nos importan las gentes. Ahora agrego que to que interesa
es que te trate hien y que seas feliz a so lado. ,Crees
que don Facundo te ha de tratar bien?
—Ni quien to (tilde.
—No le expresarás el meflor deseo sin que to yeas cumplido:
ya verás.
—Si, si.
—Yo le he estado observando.
—Me quiere mucho, ni quien to niegue, hasta locuras
hace por flli. . . pero. i,no cambiara?
—Qué ha de cambiar! Si precisamente tü vas a ser...
—El baculo de su vejez!
—No tanto, no tanto; pero si te aseguro que en so
edad es en to que ilevas la principal garantia. Los jovenes
se fastidian pronto del mat rimonio: on hombre maduro Ic
encuentra cada (ha más encantos. Yo soy to madre, Dorotea,
,cómo no he de interesarnle p01' tu felicidad?
—Ni quien se imagine lo contrario.
—Entonces deja que digan las gentes lo que quieran.
—Bien mirado. tienes i'azOn: poco debe importal'nle lo
que digan las gentes, al fin soy muy fibre para hacei' lo que
se me antoje.

—,Pues qué te detiene?
—Tengo otro esci6pu1o.
-, Cuái?
—Ternu no poder profesar a don Facundo el amor que
se debe tener a Lin marido.
—Ha hecho ya, y seguirá haciendo tanto, que no dudo
liegue hasta conseguir con el tiempo que lo adores, jy en
sal)iendo ser t6 mujer de tu casa!
—Oh! en cuanto a eso...
—,Acaso no Ic tienes ya estimación?
—Si, si se la tengo.
—Pues eso es todo lo que se necesita. No todos Los que
se easan estãn muriéndose de amor; el trato mntimo, la
costumbre de verse todos los dIas, es lo que viene a engendrar
el cariño de la farnilia. Resuélvete, y sabrás por experiencia
propia cómo se hacen los mejores matrimonios.
—Voy a pensarlo un poco todavia; pero desde luego
te ofrezco que no se pasath el dia de hoy sin que dé mi
resolución a don Facundo.
—Piénsalo bien, Dorotea: no sea que hagas una tonterla.
Reflexiona que tu porvenir depende de esa reso-
I ucion.
—Creo que serA favorable.., at menos...
I)oña Nicanora se retiró muy contenta de La entrevista,
y a ]as dos horas, cuando ya consideró que ilegaba ci
mornento en que debla aparecer don Facundo, segün su
costumbre, volvió a la carga.
En esta vez no necesit.ó más que unos cuantos disparos
para ver derribada la fortaleza: Dorotea dijo que to
habla reflexionado madurarnente, que estaba segura de
que con dificultad hallarIa Un hombre que la quislera tanto
como don Facundo y que tuviera sus cualidades, que le
interesaba bien poco lo que hahiaran las gentes, que otros
más viejos y mâs feos hablan hecho felices a sus mujeres,
que sobre todo, clespués dc lo que habla hecho aquel señor
por ella, no Se consideraba con valor suficiente para hacerle
67

un desprecio: ciue en fin, estaba resueit.a, enterarnente resuelta
a ilar su mano a don Facundo.
—Bendito sea Dios! —exciarno doa Nicanora, esto
ha sido providencial.
No parecla sino que don Facundo habIa estado acechando
detrs de la puerta, o que ci dios de la casualidad,
protector de los viejos, lo favorecia, pries llego en aquel
mornento contento corno unas pascuas... Aigo cuando
menos le aVisal)a su coiazofl.
Doña Nicanora le dirigio una guinada (Ic ojos y se
retiró poco después, con pretexto de hacer encargos a la
criada.
Con menos habIa para que don Facundo, que Va no
era más que una pasión andando, tornara alas y se decidiera
por su parte a dar el trueno gordo.
Lo primero que hizo fue echarse a los pies de Dorotea
con ambas rodillas.
Este rapt.o de amor estuvo a pUflt() de dat al traste
con todo ci negocio, pites Ic pireció tan ridIculo a Dorotea,
que por poco deja escapar una carcajada. Lo que hizo fue
sonreirse y retirar su asiento fingiendo asornbio.
—La contestaciOn a mi carta.
e.s eso, don Facundo? exclamó, levántese usted.
—No: de rodillas es como espero mi sentencia.
—,Que sentencia?
—Bien, bien: hablaremos sobre ci particular, pero ievãntese
usted.
—No, no me 1evintar6 hasta el dia del juicio.
—Pero hombre de Dios, ,quiere usted que lo sorpren-
(Ia asi mama o que vaya a liegar alguna visita?... iNo se
reirán de nosotros?
—,Y qué cuesta a Listed, hermosa Dorotea, desengañarme
con una soia palabra?
—Nada, y en prueba (Ic ello voy a deciria a usted.
Don Facundo cambio en un instante (IC mil colores, se
sintiO vacilar y duo con voz desfailecida:
68

:t 4:
-
A •.
-3
I L.-
Ok.^.
^,
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- _;•' '.-
3'
:
- Nome levanlaré has/a e/ dia de/juicio.
..•
•::
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I
I.
I
a
if
rt•.
I -.

- \a ( cuchu!
—Esta es mi mano.
Aqui el autor no eneti(?nt ra frases hastante pateticas
pala explicar cu.l file la impresion (1es()nocida que estas
palal)IaS piliijeioii (fl I 0li) p1 ser (IV (lOfl Facundo: olt)
(lila que PSI L1V() a punt() (k rodar por t ieiia (lesniavado,
pPfl) que. sacarido fuerzas de qu in sal e dnde, se supo
sost Pilel (IPIPch() V lo (1UP hi/A) tue prv('ipitarse (0m() un
cIleigumefl() sob re hi mano (le I )orot (l a hi (WIl i mprim io
(los aid ietit VS V estrepitosos bes( s: en segu ida se levant o
(01lI() i la (iilIC olvidatido el otil )lVFO.
Ii)orotea tuvo que sahr I la ventana y iifar1e:
—Don Facundo! ;(lufl FacUfl(I0! aqul deja usted e]
sombrero.
71

VII
OTRAS BODAS DE CAMACHO
El trenético aniante se volvio, coglo su sombrero sin hahlai
palal)ra, saijo ot ia vez (le la casa en donde acal)al)a de
trastornirsele el juiclo, Si era susceptible de sufrii mäs
trastoino, y echo a correr poi las calles como si realrnent.e
estuviera loco y no pura y simplemente enamotado hast.a
las cachas.
, A (londe iha don Facundo?
A tomar aire, y más que a tomar aire, a hacer publica
su feliciclad.
Como su corazón necesital)a expandii'se, a todos cuantos
conocidos encontraba en la calle, y a veces aun a los
iue no lo eian, les referIa en breves palabras su historia.
—Soy feliz, gritaha, soy ci hombre rnis feliz: voy a
casarme con la muchacha mS herrnosa, mis espiritual,
mãs entendida, mãs seductota V ms simpatica del mundo.
. , fl() lo sabia usted?
-No, don Facundo -le contest abangeneralniente las
gentes haciendo esfuerzos por contener la nsa.
—Pues si señor, me caso con la muchacha más linda
del mundo. ;Adiós! adiós!
Y don Facundo segula adelante tocando con todos
SUS pulmones La gran trompeta de la fama.
Unos se relan, otros le haclan piguntas, algunos Se
quedaban mirandole (Ic pies a caheza como expresando
adrniiaciOn de que hubiera muchacha que apechugara con
73

el vie jecito. V los rns creian que don Facundo sufrIa una
enfeimedad jut elect ual. pouque era Ia primela vez que tin
hombre (IC sus años se present aba en püblico tan ioco
('ircuflspect 0.
, ( ?ué hahlillas no se soltarian en la ciu(la(I con las manifestaciones
de gozo (lespairamadas en tudas las calles,
pot don Factindo? Compadeced a la (lesgracia(Ia Dorotea,
(1ueridos lectores, compadece(lla, porcjue ella era la mo-
('ente victima.
Lo PrmIneI() que hizo don F'acundo despues de haher
respiIa(I() suficiente aiie, fue meterse a tin estaI)Iecir1ient()
(Ic litoguafia para mandar hacer un millar (le tat'jetas que
(leheilan contener el si guiente i'eci 1 ado:
'Facundo Caheza de Vaca v I)orotea Ramiicz, acaban
de unirse con los dos (lulces lazos del mat Iirnoflio, y se
ofue('en en sit estado a la (hsposi('iofl (Ic tisted, calle
(lei iNiño PeI(li(1) nunier()
Don Facundo no conuo en este dma ni ilego a permatiecet'
en su casa CiflcO minutos segui(h)5 todo se Ic fue
en ir v volver y no hacer nada.
Los vecmnos curiosos (IC la calle de la Mai'iscala le
vicion entrar dui'ante la tar(le, treinta veces en la casa (Ic
la her mosa Dorotea.
Al (ha siguiente, que amaneció ya tin poquito calruadO,
comenz() a hacer con mas orden los pieI)alat ivos
(Ic la boda.
Pagó con flifl() esplendida to(Ia clase (IC dispensas
civiles y e('lesiasticaS, con ci fin de al)revmar ci negcio,
pues faItmndole s6lo vemnte (has para cargat con ('mucuenta
v Lin anos (IC edad, quei'ia a 10(10 trance que no lo soupiendieia
esa fecha aün en soileima.
—Cuando tenga cmncuenta v un anos. habia dicho,
o'onienzai'e i h1CdITfl€ vmejo. V es pie('iso casaine antes de
que tal cosa suceda.
74

En segui(ia cumpl() la cama matrimonial.
Esto de la cama matrimonial fue aquello en que don
Facun(io puso COn mas empefl() to(iOs 5115 CI11CO sentidos.
1)esde los resortes del coichon hasta ci tilt imo encaje de
las fundas estUV() bajo su iflme(iiala vigilancia. Fuera del
I)ianco y 0113, 110 quiso consent ii' otro color en el lecho
nupcial, pues (lecia que la mezcla (Ic hianco y 010 era el
ernhierna del amor apasiOnado) y ( IC La cast idad.
Don Facundo juiaha que tenIa tal vencracion por
Doiotea, que Se proponia respetarla com() si fuera un Angel
que huhiera descefl(iidO (IC los cielos con ci solo objeto de
hacerle compania.
Tan luego com() estuvierun hechos los principales pre-
1)arati\'os (Ion Facundo file a ver a su nueva familia.
- ' CuAndo quieren ustedes que se verifique ci casa-
rnient? —( —preguntO.
—Es Dorotea quien debe resolveulo, señor don Facundo,
contestó doña Nicanora.
Dorotea salió de la recámara con los ojos ilorosos,
dijo que acababa de despertarse para que atribuyeran a
otra causa su desabrimiento y se sent.O cerca de don Facundo.
Se la dirigiO la pregunta supradicha.
Dorotea hizo est.a reflexión en su interior: "al mal
paso dare prisa" y contestO que cuando don Facundo lo
tuviera por conveniente.
—,Les parece a ustedes que mañana se firme ci contrato
civil y que dentro de ocho (has se verifique la ceremonia
de la igiesia?
—,Que te parece, Dorotea?
—Está bien.
No espero ms don Facundo. Sall(') de la casa a camera
abierta.
En estos ocho dIas no paró un momento don Facundo:
las mulas de su carruaje ilegaron a enflaquecei'se con la
buena t.unda que sufnieron.
75

Constantemente estuvo Ilevando a las modistas a La
casa de Dorotea para que le probaran los trajes hechos o
le tomaran medidas para otros nuevos.
Puso en movimiento a todos los sastres, costureras
cornerciantes, corredores, joyeros, tapiceros, el)anistas, y
cocineros de la capital de La Repñhlica. Unos por venderle
algo ' otros porque los ocupara, otros en espera de la invitación,
el caso es que todos le seguian y su casa parecia
un ministerio.
Compró infinidad de muebles, jo yas, vestidos, y cuanta
chucheria iban a venderle, con tal que le dijeran que
era cosa de gusto, para una señora que realmente lo tuviera
bueno.
El, por su parte, se mandó hacer dos trajes completos
del niejor paño en la principal sastreria.
Habla transcurrido en estas cosas unos seis dias.
Don Facundo ocurrió el séptimo a ver si por parte de
Dorotea no habIa inconveniente para que la boda tuviera
lugar.
Dorotea no tenia inconveniente.
Entonces pidió una lista don Facundo de Las personas
que debian ser invitadas por parte de La novia.
Las relaciones de Dorotea eran pobres, en su mayor
parte, asI es que La lista fue limitada.
Don Facundo Se encargO de aumentarla poniendo en
ella hasta a personas que sOlo de vista conocia.
Dos amigos del novio se encargaron de repartir las
invitaciones.
El sábado en La tarde, vispera del gran dia, se presento
don Facundo en la casa de su esposa, con el programa.
Doña Nicanora y Dorotea lo oyeron recitar guardando
un religioso silencio.
He aqul cul seria, siempre que no merecieza modificación
alguna por parte de las señoras:
Pasarian el dIa en familia en Ia casa de don Facundo,
que ya era desde aquel mornento La de Dorotea.
76

A las ocho de la noche comenzarIafl a vestirse arnl)Os
novios con Jos trajes de ceremonia.
A las nueve, doña Nicanora y su pariente el farmacéutico
recibirlan a Jos convidados.
A las diez, estando presente el cura, se abriria repentinamente
la estancia nupcial, apaiecien(lo como por encanto
Jos novios delant.e de la concurrencia. En ese mumento,
una grande y escogida orquesta haria oir con todo
estrépito y majestad una iumbosa marcha. Don F'acundo
opinaria porque esa marcha fuera del himnu nacional.
Sinsaludar a fla(lie, Se arrodillarlan ambos novios a Jos
pies del sacerdote para que éste les echaia la bendición e
hiciera todo aquello del caso.
Los padrinos, por su parte, desempeñarlan sus funciones.
Mient.ras durara La ceremonia religiosa, la musica tocarla
una tierna plegaria.
Al quedar casados definitivamente los dos pichoncitos,
se tocaria una diana y cada uno se dirigirla p01 su
lado a recibir ls felicitaciones de Jos concwrentes.
Después de pasar media hora en el estrado oyendo
una rumbosa obertura, el padrino dana La mano a la novia,
el novio a la madrina, y se diiigirian it comedor a La
cabeza de la gran comitiva de Jos convidados.
El farmacéutico y dona Nicanora, encargad)s del
ambigu, cuidarian de que no faltara nada, (IC que to(lo
estuviera en su lugar y de que no se quedaia sin cenar
ninguno de Jos concurrentes.
En seguida volveria a La sala toda la concwTencia, en
donde se seguiria bailando hasta Las doce de la noche: una
vez dadas las doce de la noche y que se hubieran ret irado
Jos convidados...
Dorotea hizo observar, poniendose coLorada, que ella
opinaria porque no hubieia bade; peru que en caso (Ic
haberlo, to mejor era dejai a los concurrentes en lihertad
para que se fueran a la hora que quisieran, pues conside-
77

aba altamente ridIculo ponerles aquel lImite inconvenien-.
te y desacostumbrado.
—Y además de eso, —agregó doña Nicanora, La ceremonia
religiosa, durará una hora larga, y me parece que
la cena tiene que prolongarse forzosamente más de tres
horas. —El baile es de rigor! —exctamó don Facundo, to que
es el baile no puede suprirnirse por ningün motivo, estoy
comprometido a darlo... casi no hay persona entre mis
conocidos que no to pida... el haile es esencial.
—Pues si hay baite —dijo doña Nicanora, tiene que
durar hasta las cuatro.
-o hasta las cinco —agregó Dorotea—, quién sabe lo
que tenga que durar.
—Pues en ese caso, se modificarã esa parte del programa,
quedando resuelto que habrá baile, pero que Los
concurrentes estathn en libertad de retirarse cuando lo
juzguen oportuno.
El programa de don Facundo terminaba con el bade:
no contenIa ni siquiera un articuto transitorio para ci (ha
siguiente.
AmaneciO el domingo... y desde que la aurora asomo
sus rosadas narices en el Oriente, desde que el rutilante
Febo esparció sus primeros resoplidos, comenzó el terrible
movimiento en la casa de don Facundo, que por fort una
era grande y podia contener diez cocineros, doce galopines,
ocho viejas de la vecindad, catorce chiquillos y mIs de
veinte personas conocidas o desconocidas, de esas que buscan
donde pasar el dia, de esas que husmean desde lejos
donde hay desperdicios, siendo por lo comun las prirneras
en comenzar a disfrutar de La fiesta.
Se mataron veinticuatro pavos y ochenta gallinas, seis
carneros, doce lechoncitos, cuarenta conejos, v veinte docenas
de ayes distintas de esas que se dejan corner con
agrado en una buena mesa. Sc destazaron diez lomos, catorce
lenguas y veinte espaidillas. Se quebraron ochocien-
78

tos huevos de gallinas y se consumieron quinientos cuartubs
de leche.
En niateria (be vinos, nada viene a ser ponderacion,
pues desde rnuy ternprano se pusieron cuatro mozos a abrit
cestos de champagne y cajas de diversos licores de los ms
exq uisitos.
Dieron las diez de la noche y. . . utodavia estaban
abriendo cajas v cestos!
Con una cosa queda dicho 10(10: las bodas de don
Facundo Cabeza (IC \'aca dejaron atis, pero muv atis,
a las celel)res hodas de Camacho.
TIa Narcisa, (joe era la que hahia estado sirviefld() (le
cocinera en tienip() de la (Ilfunta Dolores, Y quc en esta
vex se presentO como antigua ct)nocida de la casa, a pesal
(IC que era hahitualmente callada, no pudo menos que
cxc lamar:
—Cuatido nu amo se caso con la difunta Doloritas, no
hobo ni la (lecima parte de este bajullo, jque diferencia
entre una V otia lioda!
—Era —le contestaron al oiclo—, que el senor don Facondo
tenia entonces veinte u 1 reinta años menus.
Ella rflOVi() la cabeza COfli() diciendo: "j,Y quY?"
—Que los vie jos se vuelven locus cuando se enamoran
—volvieron a decirle.
Entunces hizo ella on gest() I1uUV exptesiv() que (l(LIa
dccii: Pues es verdad!"
Respect 0 del programa de (Ion Facundo ditemos: que
tod() 5C hiz() C0fl() ('I lo hahia pensadu, salvas algunas
alt eIaciones que no nca fall an por aquellu (IC lo imprevist u.
Por ejempli): I)urotea flu I UVO apetit() a la hora del
alniuerzu: cieitos detalles en los nluel)les v vest idus no
Ic parecieron (IC lonu III mucho menus de gusto: a las ()(h()
de la noche se not() el olvidu (Ic unas but as (Ic raso hianco
que la hacian falta, y on abanico. blanco tambkn, para que
hiciera juego con ci I raje. lo cual tuvo que I)ucarse a esas
horas put cualquier (Ilneru: ci cura, en vex (be 11e ,,,ar a las
79

diez, llegó a las diez y media y el matrimonio tuvo que
verificarse a las once... en fin, hubo todas esas pequeñas
contrariedades que raras veces dejan de interponerse aun
entre Los negocios mejor arreglados.
Pero en general, todo estuvo espléndido.
Come filtima piflcela(la a este cuadl'() que pudiera hamarse
El bodorrio, diremos: que las puertas de la casa de
don Facundo estuvieron todo el dIa y toda la noche abiertas
de par en par, como diciendo a todos Los transeilntes:
"Pasen ustedes," que sOlo ci que no quiso no entro a (usfrutar
de Ia fiesta, aunque no estuviera convidado: que
una tercera parte de ha concurrencia pertenecia a este género
abundante en la plaza: que aihi hubo comida para
reventar y vinos de distintas ciases para pegarse una emborrachada
que no dejara lugar para otra: que en ese (ha
se encarecierOfl los artIculos de primera necesidaci en el
mercado, y en fin, que todos fueron amos de Ia casa (le
don Facundo, menos el pagano, come dicen las gentes
(let bronce.
Dorotea estuvo cabizbaja y como avergonzada durante
La ceremonia religiosa: se ha vio temblar at recibir las
arras y algunos maidicientes agregaron que a ha vez se Ic
hablan deshizado por las mejihlas un par de lagrimones
gruesos como dos avehlanas. Sea come fuere, todos Ia lienaron
despues de atenciones, todos brindaron per ella y
por su futura dicha, todos Ia hicieton instancias per fin
pal'a que desocupara una tras otra las copas de champagne.
Asi es que Le paso ha impresión y ya no pens() en to
que acaha de hacer, sino en baihar y divertirse.
Después de ha opipara cena se pusieron todos tan de
buen humor, que ha casa de (Ion Facundo se convirtiO casi
en twa barahunda del infierno.
Unos iban y venlan, otros gritaban, otros daban ordeties
a los criados, otros se despachaban por mane propia,
otros sacaban a sus parejas a tomar aire en los corredores,
otros bailaban, otros reIan, V. todos, en fin, se ahando-
80

naban al placer con las tres potencias de su alma. La
müsica entie tanto, se hacIa rajas, secundándola el estallido
constante de los tapones del champagne.
A las cIflcO de la mañana, los convidados, rendidos
poi el cansanciu, empezaron a tomar SUS abiigos y a retirarse.
Los que tenian la amahilidad de despedirse, lo hacian
entie bostezo v hostezo deseando una l)Uefla noche
a los ieden casados.
Maliciosos! Era ya casi de dia v les deseahan una
buena noche!
Jocos en (amhi() se at revieron a (lesearles, esto es, a
decides que les (leseahan una larga vida de duizuras matn
mon iales.
Dorotea se echo Ilurando en brazos de dona Nicanora,
mient ias (Ion Facundo se ocupaba en despedir a los tiltimos
convi(lados v en arreglar la cuenta con los misicos.
Dc este mo(lo concluyo aquella gran fiesta, que no
piecisamente el autor, que se encontraba entonces a mucha
leguas dc distancia, sino los que asistieron a ella,
compararon a voz en cuello con las hodas dc Camacho.
81

VIII
LUNA DE MIEL Y DE HIEL
Cuando Dorotea quedó plenamente convencida, (pues ya
el champagne habia retirado sus efectos) de que todo
aquel torbellino de placer Se habIa desvanecido como ci
hunio, cuando se consideró frente a frente de los dientes
postizos y la rubia peluca de don Facundo, cuando vio
delante de si La espantosa realidad... exhaló tin profundo
suspiro, y en est.a vez derramO otto par de lágrimas casi
tan gruesas como dos perones.
Ay! ipobre Dorotea! iDesgraciada Dorotea! Ya tenia
una bendición parroqwal sobre su cal)eza, ya el juez del
registro civil habla tornado nota de su consentirniento, ya
la sociedad entera sabla que era mujer casada... Detrás
de ella habia quedado tin vaclo, Lin abismo sin fondo por
el cual era irnposil)!e retroceder.
Cuando se liega al convencirniento de que una cosa
es imposible, se buscan naturalmente las ventajas que hay
en no hacer aquello que uno quisiera.
—En' fin, voy a set rica, pensó Dorotea, voy a set adorada,
voy a set el ama, voy a ejercer un dorninio absoluto..
. ,sOI)re quien? sobre ci corazon de un hombre anciano
y rnás ciue anciano, desgraciadillo.... iqu6 importa? él sabrA
hacerse amar corno se ha hecho querer... y si acaso
no sucede, como l)ien me lo temo... al menos veré satisfechos
todos mis gustos.
Pobre Dorotea! iinfeliz Dorotea! ... Cuán fácil te
83

fue, CO() lo es a todo el mundo, construir castillos doraclos
en ci campo impalpable de La imaginacion!
Dorotea ilamó de esa manera en su auxilio a la conformidad;
Se sintiO un tanto cuanto consolada y entrO
resuelta a la estancia matrimonial, acompanada de su
macire.
Esta Ia dejó aigunos consejos indispensabies, la abi'azó
después con ternura y la (ho tamhién las buenas noches.
Dorotea no permaneció sola más que cinco minutos;
pero en esos cinco minutos, jqué de pensamientos no cruzaron
por su mente abrasada!
Aquel suntuoso lecho, aquelia lámpara de oro, aquelbs
lucientes pehetes, aquelios magnIficos jarrones, aquelbs
1)riiLantes espejos, aquel lujoso tocador cuhierto de
mármoles, ci conjunto, en fin, que reinaba en la alcoba
saturada de embriagantes perfumes... todo eso le hacia
sonar en un ser ideal que no era don Facundo: ensueño
fue que no le (luró mas que cinco minutos.
Al fin apareció en La puerta su marido...
Cosa particular! Don Facundo, que no hahia probado
una gota de vino, tuvo que cogerse de la pared para entrar
a la alcoba nupcial...
Don Facundo estaba ebrio de amor y de felicidad!
Don Facundo no atinaba con lo que tenIa que hacer
o decir!
Don Facundo perdiô los estribos!
Apenas habIa entrado a aquei santuario de la dicha,
a aquei tabernáculo donde habia depositado todo el incienso
de su corazón, sintió que la hahitación daba vuel -
tas, que las luces giraban deslumbrandole, que Dorotea
estal)a envuelta en este torhellino de nuhes voluptuosas
y que mil cupiclitos revoloteaban sobre su cabeza esparciendo
una fragancia adormecedora.
Don Facundo pudo apenas da y dos o tres pasos...
sintió que las rodillas se le doblaban, dobló, en efecto, una,
luego la otrà, y como acabara de perder la cabeza con
84

aquel extraño mareo, extendió los brazos y... catap1um!
cayó inánime sobre el pavimento.
Dorotea no Se atrevió a dare socorro, de suerte cue
tuvo por conveniente dejanlo aill hasta las doce del dIa,
hora en que doña Nicanora vino a avisar que el desayuno
estaba servido.
Despertaron a don Facundo que, rendido por tantas
fatigas, habIa acabado poi- dejarse dominar del sueño, y
se lo ilevaron a la mesa...
Cuãn plácidos se deslizaron para ci honorable sexageflario
los treinta pnimeros dIas de la luna de mid!
Durante este mes, no estuvo en la tielTa sino en el
cielo. De nada se acordaba, de nada querIa hablar, de nada
absolutamente se ocupaba, que no fuera de Dorotea, de su
amot' inmenso, de sus delicias conyugales...
Si de novio habia siclo tan pegajoso, de marido se
hal)ia convert ido en una sombra, en una parte integrante
de la infeliz Dorotea...
Pew pasaron los treint.a (Ilas y don Facundo acabO
pot' despertar de aquel sueño que se hizo más profundo
desde la noche de sus bodas, de aquel sueño que lo habla
envuelto con una capa tan espesa pnivndo1e de todas sus
facultades...
Y ustedes van a yen qué rnodo tan raro tuvo de despertar.
Amaneció este nefasto dIa un poco nebuloso, pues
quién sabe pot' qué rara coincidencia los dIas malos han de
ser nebulosos.
Dorotea, a eso de las diez, se arreglo como para salir
a la caile.
—,Vas a salir? la preguntó don Facundo.
—Si, amigo nib —contestO la joven—, quiero hacer a!gunas
compras.
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—Ah! y necesitas dinero...
—Es verdad.
- Cuánto?
—Dame el que quierás, y si me falta, dejaré apartadas
mis compras para que las mandes pagar después.
—Perfectamente.
Y don Facundo se dirigió por primera vez con los ojos
abiertos a aquella caja, a la que durante el término de tres
meses no se habla acercado sino con los ojos cerrados.
La abrió con mano temblorosa. .. desde luego se estremeciO
de pies a cabeza al notar que no encontraba su caja
tan ilena de dinero como estaba acostumbrado a verla,
metió el brazo poco a poco y lo siguiO metiendo hasta
tocar el fondo con los dedos.
Un grito desgarrador, un quejido que parecIa el estertor
de un moribundo, se escapó de su pecho...
La caja estaba vacla!
Por la primera vez en su vida se veja don Facundo sin
dinero, pero lo que se llama sin dinero.
Don Facundo, en el vertigo de su amor, habla gastado
a manos lienas, como podrIa gastar un furioso, como gasta
un hombre que no tiene familia a quien dejar herencia,
como gasta el pobre que se casa con una rica, como gasta
un tahur que ha ganado una fortuna sin costarle nada,
como gasta un revolucionario que coge dinero del montOn:
habla gastado, en fin, sin mirar lo que gastaba.
Asómbrense ustedes! Don Facundo habIa gastado en
tres meses toclas sus ganancias de veinte años, ganancias
que habla logrado hacer en medio de las privaciones más
horribles, reuniendo su fortuna grano a grano, como suele
decirse.
Todas aquellas onzas de amarillo claro, todos aquellos
pesos de águila muy chinitos, todos aquellos escudos americanos,
todas aquellas monedas que una a una habla estado
escogiendo en veinte altos, sepultándolas en una caja de
ferro con ciñco cerraduras y de la cual no salIan ni para
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los préstamos a interés,, porque era el dinero privilegiado,
todo aquel querido tesoro habia ido a henchir los bolsillos
de ]as modistas, de los jo yeros, de los tenderos, de los sastres
y hasta de los galopines de cocina...
Don Facundo estaba a las puertas de la bancarrota:
estaba poco menos que arruinado.
Aquel amor volcánico, aquella pasión, pasión funbunda,
casi bestial, le costaba hasta aquel momento un
pico que pasaba de sesent.a mil pesos.
Sesenta mil pesos!!!
Después que encontró su caja vacia, que lanzó un
grit.o de agonla y luego esta ültima exclamación: isesenta
mil pesos! se cayó de espaldas y estuvo desmayado tres
horas sin que nadie pudiera socorrerle, porque se habla
encerrado por dentro, como de costumbre, en el cuarto
donde estaba la caja.
Cuando volviO en si y se persuadió de que no era una
pesadilla sino realidad aquello de los sesenta mil pesos, se
paso la niano por la frente, exhaló el mts lastimero de los
suspiros y... volvió a registrar su caja. Inütil registro! la
caja no tenia pliegues para poder ocultar siquiera una
moneda de diez centavos.
EchO sus cuentas y vino a sacar en limpio que de aquelbs
sesenta mil pesos gastados, todavia podnia extraerse
algün jugo. Utilizaha, por ejemplo, una casa y una quinta,
que ahora que estaba en sus cabales conocIa que habia
comprado demasiado cat-as y calculal)a que en un caso
dado no lograrIa sacarles la tercera parte de lo que le habIan
costado. Utilizaha una carretela, algunos muebles,
varias aihajas que habla adquirido por treinta mil pesos y
que podia vender con muy buena suerte en cuatro mu...
Utilizaba también una mujer que la moralidad no le permitia
vender en publica almoneda para reducirla en caso
ofrecido a dinero contante...
Le quedaban, pues, entre esas chácharas y dinero en
negociaciOn, cerca de unos cuarenta mil pesos, pero sin
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poder disponer de un solo centavo, porque el dinero prestado
a premio tenia sus plazos y estos tardaban en cumpurse.
Don Facundo se iba a ver, pues, en el duro sacrificio
de ocurrir por aquella vez a los que tenian el mismo giro
que el, de comprar bar ato para vender caro y de prestar
hast.a con el sesenta y cinco por ciento, segün los apiiros
de Ia victima. Esto es, iI)a a verse prácticarnente realizado
aquello de machetazo a caballo de espadas.
Dorotea, entre tanto, se habla puesto de un humor
negro. Viendo que don Facundo no volvIa después que
pasaron dos horas, se quito el vestido y se sentó a almorzar.
Estaba ya concluyendo cuando entró el pobre hombre
ilevando en el semblante retratada la rnás grande de las
aflicciones.
Se cruzó de brazos en frente de Dorotea y exclamó con
tono trágico.
—No hay dinero!
—Ah! ... ,y para decirme eso solo, estabas haciendo
tiempo?
—El tiempo que ha transcurrido, que no sé cuánto
seth, Dorotea de mi alma, lo pase desmayado...
—Desmayado?
—Si, me desmayé al encontrar mi caja vacIa...
—Ah! lo que vienes a contarme es que te han robado.
—No: lo que vengo a decirte es que ya gasté cuanto
tenja, jque estoy arruinado!
—Arruinado! ja! ja! ja! ja
—Te iles?
—Si, hombre: más sencillo era decirme que ya no quiere.s
gastar, y no echarme en cara que soy la causa de tu
ruina. ,Acaso yo te he dicho alguna vez: mira, hijo, gasta
a manos lienas? No. La primera vez que te pido dinero,
como todas las mujeres les piden a sus maridos para sus
gastos, porque para eso se casan, vas saliendo con que
estãs arruinado... Bien, hombre, bien: iasunto concluido!
[I

—Pero es que positivamente no tengo tin real, ni un
humilde real... yen a ver mi caja, y te convencerás de que
estA vacIa. iTe lo juro por todos los santos del cielo, Doi'otea!
—Anda, anda: no me lo jures... creo que ya te voy
conociendo...
Y Dorotea se levantó hecha una furia, y Se dirigió a
sus habitaciones, cerrando con estrépito la puerta que
dejaba a sus espaldas, por la cual pretendió seguirla don
Facundo; pero no pudo porque le pegó con ella en las
na rices.
Después de estos truenos, el resto del dIa no podia ser
sino de tempestades.
En efecto, después de otro y otros altercados ciue tuvieron
mujer y marido, principalmente al llegar la noche,
Dorotea acabó por llorar a mares maldiciendo su suerte y
declarando que hasta aquel momento comprendla todo lo
horroroso de su situación, porque hasta aquel momento
sal)ia que se habla casado con tin hombre que, además de
estar cargado de años, era tin mezquino.
Don Facundo, en tin momento que tuvieron de tregua,
tranquilo ya en la apariencia, manifestO su invariable resolución
de tornar a su vida de economias para reparar su
deteriorada fortuna.
A ese primer disgusto es ms que probable que siguieran
otros muchos todos los dIas y a todas horas. Esto es de
constitución natural.
El matrimonio de don Facundo Cabeza de Vaca y de
Dorotea Ramirez, sigue, después de dos años de esos sucesos,
viviendo en la calle de las Maravillas.
,Bajo qué pie?
;Quien sabe!
Lo que es el autor no responde de averlas.
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IN DICE
PresentaciOn 7
Portada facsimilar de la tercera ediciOn ............9
1.—El buen don Facundo ........................11
11.—Lo que es el destino .........................23
111.—Milagros del amor ..........................27
IV.—Delirio .....................................35
V.—Amor volcánico ..............................53
VI.—Ultimas calaveradas .........................61
VII.—Otras bodas de Camacho ....................73
VIII.—Luna de miel y de hiel .....................83

1.l I tigar n:is aproj)ia( It 1U& cOl'I(S.'Ofltie
a I r 11(0 Paz (1836-192-11 ti'i la 1 I I ei - a -
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V(5R)11(s de lii Ii It)111 del j)aI. Iti 191). Ia
revit a Biblos decia : "Analizai' In labor Ii-
I eiaria del sell( n Paz seria I'll-ca punt
P 11)5 (11R i111j)t)iIIe. pue It) (111t (I1 (i
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Ia (lull iiva ui)(iOnal . flU)? (I 1/i/f) (S. (Id)-
I 10 (Ic est a vast", 0i)ra. till u'etilanst ) I F )I1I(( ).
(II\eI titlo. Liii breve chi.,fe 501 )1(
el (laski ) I (IlL) del auitUl1i() (l(Se()S() \ I titlilliii)!
d (11 5(1 alan (Ic ( (,oil 1SU5euulla
joVellcita
lI \l0I' V 511 gratin. (5IL P11 la agili-
(lad nailat iva, en la amen idad (IC Ins
(tiaIo()5 v las sit 11I(i01WS. V ('11 la pINil)ili-
(lid de una onll)alai(n favorable con
ot i -as uiuvelas sinuilares