Grado 6, Unidad 4, Semana 2 - McGraw-Hill - Macmillan/McGraw-Hill
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Capítulo 3<br />
Los juegos de Berlín<br />
Las Olimpíadas se inauguraron en Berlín con<br />
carteles y esvásticas en todas partes. Los soldados<br />
alemanes marchaban por las calles. Los alemanes<br />
aplaudían y saludaban con orgullo. Pronto el propio<br />
Hitler estaría llegando a los juegos.<br />
Ese primer día, un atleta alemán llamado Hans<br />
Woelke ganó una medalla de oro. Los espectadores<br />
vitorearon desenfrenadamente.<br />
Pero luego, Jesse Owens estableció una marca<br />
mundial en la carrera de 100 metros planos. La multitud<br />
también lo vitoreó. Vitoreaban a los mejores atletas, no<br />
sólo a los que le gustaban a Hitler.<br />
El día siguiente también comenzó bien para Owens.<br />
Estableció otra marca mundial. Esta vez fueron los 200<br />
metros planos y ganó otra medalla de oro.<br />
En seguida fue la hora de calificar para el salto<br />
largo. No estaba preocupado. La distancia para<br />
obtener la calificación era mucho menor a la distancia<br />
del salto en que estableció una marca.<br />
© Mm/MG-H<br />
Owens corrió por la pista y cayó en el foso.<br />
Este cartel<br />
muestra a un<br />
atleta olímpico<br />
posando detrás<br />
de un carro de<br />
cuatro caballos<br />
que adorna<br />
una puerta en<br />
Berlín.<br />
Pensaba que era sólo una carrera de práctica. Pero<br />
el juez no la valió así. Agitó la bandera roja. Señalaba<br />
una falta. Jesse ensayó de nuevo. La bandera roja se<br />
agitó de nuevo. Esta vez el juez dijo que había pisado<br />
delante de la línea de partida.<br />
Si Owens cometía una falta en el salto siguiente,<br />
no se le permitiría competir. Tenía que asegurarse de<br />
hacer un salto perfecto. No podía darse el lujo siquiera<br />
de un error diminuto.<br />
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