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HORACIO.-<br />
(Parodiando a la Ofelia de Hamlet.) Y yo, la más desconsolada y<br />
mísera de las mujeres, que gusté algún día la miel de sus promesas.<br />
Oh, dulce príncipe, veo ahora aquel noble y sublime entendimiento<br />
desafinado. Oh, cuánta, cuánta, cuánta es mi desdicha de haber visto<br />
lo que vi para ver ahora lo que veo. <strong>La</strong> ventana, la ventana! Que los<br />
sepultureros vayan preparando sus herramientas y los esqueletos su<br />
mejor baile. (Abandona la parodia.) ¡Ah¡ ¿Dónde están las niñas<br />
doradas? Conservadas en llanto. Gritando en sus bañeras. ¿Dónde<br />
están esas mandíbulas desesperadas? ¿Dónde? ¿Dónde están<br />
aquellas niñas románticas, de ojos vesánicos, al pie de la tempestad,<br />
dispuestas a ser tragadas por la naturaleza? Si pudiera ofrecerle un<br />
motivo para que enmendara su falta. Si pudiera conseguir un<br />
sobresalto en su rostro. No de asco, no de enfado sino de melancolía.<br />
Si encontrara el modo de ensombrecer su mirada. Un motivo, hace<br />
falta un motivo para que rezume en su frente un profundo cansancio,<br />
el cansancio que nos produce la vida, nada más que la vida. Si<br />
consiguiera que inclinara el cuello hacia un lado, así, dejando caer la<br />
cabeza como si la hubieran lastrado de incertidumbre y de tiempo. Le<br />
hace falta realidad. Si pudiera hacerla morir en escena.<br />
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