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nuevo, por ello muchas realizaciones humanas se ejercitan con una fuerte nota de innovación, este término se ubica como axioma primero en cuanto a la validez de los comportamientos. Parece ser que hoy la sociedad se siente amenazada con valores morales que tienen su origen en principios trascendentes y universales; toda moral en la que asome el término de conservación, merece recelo y suspicacia. En ese sentido, una revitalización lucida de valores fundacionales, sería una alteración a las concepciones del progreso creativo que los tiempos actuales exigen. Pero, aún cuando el hombre moderno considere más valioso un comportamiento moral ajustado a tendencias ideológicas, la necesidad de su salvación prevalece. Según Eliade, las sociedades que se han desarrollado en una desacralización del mundo, no han retirado del fondo del alma humana, la aspiración de un bien absoluto y perfecto. La situación del hombre moderno consiste en dotarse de una vivencia neutralizada, es decir, constituida por un espacio homogéneo en el que no existan rupturas de tiempo radicalmente diferentes que, le obliguen a ingresar en el reconocimiento de los valores religiosos fundacionales. En su esfuerzo por dominar un mundo infinito, compuesto de cosas y lugares desunidos entre sí, la modernidad ha querido desarrollar una vida terrena con carácter de eternidad. Por ello, la sociedad actual se ubica en una situación problemática respecto de la experiencia sagrada, nuestra fuerte idea de un tiempo humano inagotable, hace que la conexión entre vida pasada y vida contemporánea sea escasa y difícil. En relación a esto y, para sostener las necesidades vitales, la imaginación del hombre insiste en la adquisición de bienes económicos producidos por una ciencia y una tecnología que, de acuerdo a su visión, representan la indetenible perfección humana. No se trata de poner atención a los objetos tecnológicos que ya todos conocemos, pues estos vienen a confirmar la operación de una inteligencia humana que es capaz de producir medios materiales que ayudan a organizar la realidad convivencial, sino de la invasión que el cientificismo y el tecnicismo han extendido hacia la voluntad del hombre invalidándola completamente en sus decisiones morales 13 , puesto que como también sabemos, la ciencia y la técnica no son creadoras ni de los fines humanos ni de los valores para alcanzarlos. De esta forma, al no reconocer un posible acceso a bienes espirituales, a causa del materialismo impuesto por el umbral 14 ideológico-económico, el hombre ha transmutado valores humanos por otros meramente mercantiles. La fe de la actualidad, es en la economía dominante, el mismo avance de las ciencias económico-sociales aparece como contenido de fe. Los éxitos de las grandes empresas serán ahora los gestos fundacionales, los hombres que las gobiernen los arquetipos dignos de imitar. El mismo Estado entiende que sólo en alianza con estas fuerzas, puede triunfar en todos los ámbitos de su competencia. Así mientras los valores espirituales pierden su espacio en la moralidad, lo económico se transforma en el valor por excelencia 15 . El ser moderno, al verse lanzado a lugares que no están normados ni gobernados desde un referente moral asentado en la verdad universal, puede verse y sentirse sin puntos referenciales, en la incertidumbre constante respecto de qué es y cómo se hace posible la felicidad o, como diría el filosofo Luis Cencillo, desfondado sin directrices para guiar la vida. Debemos tener en cuenta que la moral no se ejercita en una pura acción cognoscitiva de la cual nos desprendemos si lo deseamos; el verdadero valorar que permite la actuación moral se ubica en nuestra interioridad humana, proyectándose hacía el mundo exterior por medio de 13 Cf. Retamal Favereau, J. Y después de Occidente ¿qué?, Andrés Bello, Santiago, 2003. 14 “ El umbral es a la vez el hito, la frontera, que distingue y opone dos mundos y el lugar paradójico donde dichos mundos se comunican, donde se puede efectuar el tránsito del mundo profano al mundo sagrado.(...). El umbral, la puerta, muestran de un modo inmediato y concreto la solución de continuidad del espacio; de ahí su gran importancia religiosa, pues son a la vez símbolos y vehículos del tránsito”. (Eliade, M.; Lo Sagrado y lo Profano, p. 30). 15 Müller-Armack, Alfred; El siglo sin Dios, Fondo de Cultura Económica, México, 1968, p. 223.
comportamientos voluntarios, libres y concretos. Los valores y la moral no son entidades de la pura aprehensión racionalista del hombre, más bien precisan de una intimidad con lo trascendente que compromete a la persona toda. Según la perspectiva de Eliade, los elementos que dan forma a una comunidad siempre dependerán del tipo de religiosidad que ésta tenga. Lo que cada sociedad se permite y se prohíbe a sí misma contiene un sustrato religioso que, como hemos visto se inicia en la captación de un orden sagrado muy superior al que la secularización ha podido entregar. De ahí que, en nuestro caso la aceptación de nuestra religiosidad, nos obligue a la reflexionar en qué términos reconstruiremos nuestra moralidad mucho más allá de las disposiciones de la relatividad imperante que, en un momento de dolor relciente, ha evidenciado su debilidad e injustificación formal. Para terminar, citaré al Papa Benedicto XVI en su escrito “Los Apóstoles y los primeros discípulos de Cristo”, sus palabras aclaran mucho más la vocación que hoy se nos hace imperiosa para recobrar nuestra fuente moral original. “La tradición no es una transmisión de cosas o palabras, no es un catálogo de cosas muertas. La tradición es el río vivo que nos une con los orígenes, es río vivo en el cual siempre están presentes los orígenes. El gran río que conduce al puerto de la eternidad. Y siendo así, en este río vivo siempre cobra vida renovada la palabra del Señor” 16 . 16 Benedicto XVI. Los Apóstoles y los primeros discípulos de Cristo, Planeta, Santiago, 2009, p. 38.
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