Los días del Venado - Campus Virtual ORT
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husihuilke giró la cabeza, el mar estaba allí tapándole el cielo,<br />
derrumbándose sobre su casa, su bosque y su vida. Dulkancellin prolongó<br />
un grito salvaje y, por instinto, levantó el escudo. Pero el mar detuvo su<br />
caída y se abrió como un surco de la huerta de Kush. Por el surco,<br />
pisoteando hortalizas, avanzaban hombres descoloridos a lomo de grandes<br />
animales con cabellera. Estaban lejos y cerca, y sus ropas no ondeaban con<br />
el viento de la carrera. Por primera y última vez en su vida, el guerrero<br />
retrocedió. Para entonces, el soplido de los lulus se había transformado en<br />
una estridencia insoportable. A través de los hombres descoloridos<br />
Dulkancellin vio una tierra de muerte: algunos venados, con la piel<br />
arrancada, se arrastraban sobre cenizas. <strong>Los</strong> naranjos dejaban caer sus<br />
frutos emponzoñados. Kupuka caminaba hacia atrás y tenía las manos<br />
cortadas. En algún lugar Wilkilén lloraba con el llanto de los pájaros. Y<br />
Kuy —Kuyen, picada de manchas rojas, miraba detrás de un viento de<br />
polvo.<br />
El guerrero se despertó sobresaltado. Otra vez resultaban verdades<br />
los decires de Kush. El hacha seguía apoyada contra la pared. Y el silencio<br />
seguía.<br />
Dulkancellin recordó que era día de fiesta. Faltaba muy poco para el<br />
amanecer, y un poco menos para que su madre se levantara a encender el<br />
fuego y a comenzar con los trajines de la jornada.<br />
Cubierto con un manto de piel, Dulkancellin abandonó la casa<br />
con la sensación de que era la segunda vez que lo hacía en el curso de esa<br />
noche. Afuera estaba el mundo familiar y el guerrero lo respiró hondo. Un<br />
gris opaco aparecía detrás de la noche. Por el sur, cubriéndolo, venía otro<br />
gris, macizo como las montañas.<br />
El cabello de Dulkancellin estaba sujeto con un lazo en la parte<br />
superior de la cabeza, como lo llevaban los husihuilkes cuando iban a la<br />
guerra o cuando adiestraban su cuerpo.<br />
La distancia que lo separaba <strong>del</strong> bosque le alcanzó para la canción<br />
que sólo los guerreros podían cantar. Cantando prometían honrar, cada<br />
mañana, la sangre que se había tendido a dormir por la noche y a cambio,<br />
suplicaban morir en la pelea.<br />
Cuando Dulkancellin llegó a los grandes árboles se quitó el manto y<br />
lo abandonó sobre unas raíces. Comenzó doblándose como una caña<br />
nueva, corrió a través de la maleza, saltó la distancia de un jaguar, trepó<br />
hasta donde parecía imposible y por último, se sostuvo colgado de una