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Los días del Venado - Campus Virtual ORT

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territorio y, a pesar de eso, acabas de atravesar el desierto?"<br />

Acababa de atravesarlo, ¡claro que sí! Disfrutó su primer paso fuera<br />

<strong>del</strong> puente, y miró hacia arriba en busca <strong>del</strong> águila. Quería pedirle que se<br />

riera con él, pero no pudo encontrarla. Al fin, de puro contento, se rió solo.<br />

Detrás de él, quedaron la desolación, el Pantanoso y los rebaños de<br />

llamellos. El bosque se veía cercano. Y con el bosque, aparecía la promesa<br />

de un viaje más grato.<br />

Siguió andando. Al poco tiempo notó que el águila no lo había<br />

seguido; pero entonces no se preocupó porque, ya lo sabía de sobra, era su<br />

costumbre desaparecer. Cuando arribó a las primeras sombras ciertas<br />

comenzó a buscarla. Miró tanto al cielo que la confundió con otros pájaros.<br />

Por culpa de llevar los ojos hacia arriba, tropezó con cuanto obstáculo<br />

había en el camino. Dijo "águila" bajito, porque no podía gritar. Dijo<br />

"amiga". Buscó y buscó, hasta que comprendió que el águila se había<br />

quedado en el desierto. "¡Y yo, pensando en los llamellos!" A pesar de la<br />

benevolencia <strong>del</strong> bosque, no pudo olvidarla. "Vean que aún no he podido".<br />

Nadie fue enviado en lugar <strong>del</strong> ave para brindarle ayuda. O al menos,<br />

él no lo advirtió. Y aunque anhelaba tener alguien con quien conversar, lo<br />

cierto es que, cruzando el Pantanoso, el viaje se hizo tan fácil que no<br />

necesitó socorro. El camino elegido lo mantuvo a buena distancia de las<br />

regiones donde se enclavaban las aldeas de los guerreros <strong>del</strong> sur. El resto<br />

lo hicieron su oído, su olfato y su habilidad para caminar sin ruido.<br />

"¡Ignoro si las estrellas me asistieron!"<br />

Por esquivar las poblaciones husihuilkes tuvo que seguir una ruta<br />

enrevesada, llena de desvíos, serpenteos y contramarchas. Sin embargo,<br />

jamás equivocó sus pasos. En <strong>Los</strong> Confines los indicadores <strong>del</strong> rumbo<br />

resultaron ser inconfundibles. ¡Cuánto más que en la Tierra sin Sombra!<br />

Allí no había otra cosa que las Maduinas al este, el Lalafke al oeste, y<br />

siempre arena. En cambio, en el bosque de <strong>Los</strong> Confines era imposible no<br />

advertir la gran cascada o el estero que señalaban cómo continuar. Era<br />

imposible extraviarse en un lugar donde cada cosa parecía un gesto que<br />

apuntaba al buen camino. Ríos que se derrumbaban hacia el oeste, un<br />

enorme cipresal quemado por el fuego <strong>del</strong> rayo, lagunas gemelas,<br />

surgentes, extensiones de lava, cavernas... "Tanto me guió el paisaje que,<br />

como hacía en mi tierra, caminé cantando", contó después.

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