Los días del Venado - Campus Virtual ORT
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verla nuevamente, volando alto sobre su cabeza. "Me alegraba como al ver<br />
la propia casa cuando uno vuelve bajo los relámpagos". ¡Y claro que tenía<br />
motivos para la alegría! Viajando solo y por tierras extrañas no es difícil<br />
perder el rumbo, confundir una referencia, desconcertarse en la llanura o<br />
en la encrucijada. Siempre que eso sucedía, el ave bajaba graznando. Y con<br />
su vuelo, ida y vuelta entre un viajero desconcertado y el camino certero,<br />
indicaba por dónde continuar. Además, el águila acostumbraba traer en su<br />
pico unas hojas carnosas, llenas de jugo reconfortante, que aumentaron la<br />
reducida provisión de agua que únicamente podía renovarse en los pocos<br />
oasis cercanos a la costa.<br />
Así anduvieron interminables jornadas. "Ella por el cielo, yo por el<br />
arenal; y nunca al revés".<br />
Aquel desierto parecía no tener fin. Días de penoso calor, noches<br />
heladas. Días y noches, noches y <strong>días</strong>, y el paisaje siempre idéntico. De<br />
tanto en tanto, el que andaba solo por el desierto tiraba un guijarro <strong>del</strong>ante<br />
de sí para convencerse de que estaba avanzando. "Has alcanzado el<br />
guijarro que tiraste. Serénate, estás caminando. Y con un poco de fortuna,<br />
será en la dirección correcta", así decía para su propio consuelo.<br />
<strong>Los</strong> Supremos Astrónomos le habían enseñado a ordenar el esfuerzo<br />
y el descanso, a fin de soportar el desierto. Mientras estuviese en la Tierra<br />
sin Sombra, debía iniciar su marcha al atardecer. "Envolverme en mi<br />
manta y caminar. Ganar terreno durante la noche y en las horas tempranas<br />
de la mañana, porque apenas el sol se alzaba debía armar mi toldo a la<br />
mezquina sombra de los espinos, beber mi agua y dormir. Dormir y<br />
despertar con cielo rojizo, sumergirme en el mar, comer mi vianda y<br />
proseguir el viaje".<br />
Con frecuencia, en medio de la noche, se alzaba un viento lleno de<br />
arena, lastimador. ¡Ni pensar en seguir! <strong>Los</strong> ojos cerrados, la boca apretada<br />
y agazapado bajo su manta, se quedaba añorando el aroma de aquella<br />
tortilla envuelta en hojas, y esperando a que el viento amainase. Eso<br />
sucedía de a poco. Las ráfagas se demoraban en llegar y azotaban menos,<br />
la arena volvía a la arena. Y recién entonces, a la cola <strong>del</strong> viento, podía<br />
reanudar la marcha.<br />
"¡Extraño país es la Tierra sin Sombra, donde el mar y el desierto se<br />
encuentran en la costa y no se sabe cuál muere y cuál mata!"<br />
Pero un amanecer, un día antes de que su correa tuviera ciento<br />
cuarenta marcas, llegó al Pantanoso. El viajero sabía que después de aquel