Documento - PADRES CARMELITAS. Provincia de Aragón y Valencia

actuación se intuye (por lo poco que el P. Tito -poco amigo de exhibicionismos
de ningún tipo- nos ha dejado entrever) una honda experiencia espiritual, una
vivencia de fe profunda y un encuentro personal con Jesucristo.
Vamos a intentar describir muy brevemente algunos rasgos de esa
fisonomía espiritual que pueden servirnos como carmelitas del siglo XXI. La
figura del P. Tito es muy rica, “poliédrica”, por lo que estos son sólo unos rasgos
que, entre otros, se pueden destacar y pueden sernos útiles para nuestro propio
caminar. No obstante conviene tener en cuenta dos dificultades con las que nos
encontramos de antemano:
- No tenemos acceso a la gran
mayoría de las obras del P. Tito:
escribió muchísimo (su obra está
muy dispersa en revistas, periódicos,
etc.) pero hay poco recogido en
ediciones críticas y casi todo está sin
traducir.
- El P. Tito fue bastante parco
y sobrio a la hora de exponer sus
propias experiencias espirituales.
Sólo al final de su vida, en los
momentos trágicos de la prisión, sus
escritos nos dejan entrever su honda
vivencia mística, muy influenciada
por la espiritualidad renanoflamenca,
por Santa Teresa (por
quien sentía una verdadera
fascinación) y por la experiencia de la
cruz. Esas pocas pinceladas, sin
embargo, nos dicen mucho del
paisaje interior del P. Tito.
1. Talante ecuménico
El P. Tito tradujo la vida de Sta. Teresa y un
Vía Crucis. Se le agotó el papel y no hay
posibilidad de que se le suministre más. Sin
embargo, él sigue escribiendo en los espacios
interlineales del libro que sobre la vida de
Jesús está leyendo.
Cuando hablamos de talante ecuménico no nos referimos solamente a su
delicadeza y actitud de dialogo ante el mundo protestante (Holanda es un país
de amplísima mayoría calvinista), sino a una actitud vital, que se manifiesta en
todas las actuaciones del P. Tito y que consiste esencialmente en una apertura
sincera y cordial al otro, a los otros, a los que son o piensan de otra manera.
Cuando estaba encargado de la prensa católica por parte del Episcopado
holandés, y en circunstancias delicadas (relaciones con los sindicatos, con los
directores de periódicos, etc.) se ganó el apodo de “el conciliador” lo que nos
dice mucho de su forma de ser. En su proceso de beatificación fueron varios los
pastores protestantes que testificaron y que -pese a su rechazo de principio a
todo tipo de canonización- manifestaron su aprecio y afecto por aquel carmelita
con el que coincidieron generalmente en los campos de concentración.
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