Despiertos en la lluvia ED01_11287.indd - Aula Avatares

DESPIERTOS EN LA LLUVIA
AVATARES IX AÑO IX

MARTA ROSA MUTTI
Compilación
Despiertos en la lluvia
Avatares IX año IX
Cuentos y poemas
Teresa Del Valle Baruzzi
María del Carmen Cárdenas
Dolores Fernández
Beatriz Fernández Vila
Carmen Florentín Cabrera
María Leone
Mirian Claudia López Camporro
Edith Migliaro
Patricia Moltedo
Sara Lidia Novas
Juana Rosa Schuster
Hilda Trezza
Silvia Mabel Vázquez
Norma Vinciguerra
EDITORIAL DUNKEN
Buenos Aires
2011

Despiertos en la lluvia : avatares año IX / compilado por Marta Rosa Mutti. -
1a ed. - Buenos Aires : Dunken, 2011.
152 p. ; 16x23 cm.
ISBN 978-987-02-5571-0
1. Antología Literaria. 2. Cuentos . 3. Poesía. I. Mutti, Marta Rosa, comp.
CDD 860
Impreso por Editorial Dunken
Ayacucho 357 (C1025AAG) - Capital Federal
Tel/fax: 4954-7700 / 4954-7300
E-mail: info@dunken.com.ar
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Hecho el depósito que prevé la ley 11 ֽ 723
Impreso en la Argentina
© 2011 Marta Rosa Mutti (compilación)
e-mail: centroavatares@yahoo.com.ar
ISBN 978-987-02-5571-0

A LA HORA DE ESCRIBIR…
PRÓLOGO
VELOCIDAD NARRATIVA
Uno de los efectos a considerar en el armado de la fi cción es la velocidad
narrativa, ahora bien, cómo manejar el tiempo cuando luego de gestar la historia
la vamos a levantar en el papel desde las palabras, y entiéndase levantar
como sinónimo de echarla a andar fuera, en el espacio pensamiento – animación
del lector.
Si la intención es detener el tiempo (ralentizar), bien se puede echar mano
a recursos que adopta el cine: sueños, recuerdos, (racconto) en tanto las cámaras
para ello toman paisajes que no tienen que ver con lo narrado, pero sí con
los estados de ánimos y emociones de los personajes, esto también es válido
y aplicable en el texto. ¿Cómo? a través del uso del monólogo interior y sus
pares afi nes, el soliloquio, y la corriente de conciencia, dado que esta acción
de recuerdo o cita del personaje consigo mismo, detiene la escena. Gramaticalmente
se ejecuta con el uso de frases que extienden su signifi cación a través
de las subordinadas que contienen, en el caso primero– los sueños.
En el segundo caso –los recuerdos– se conseguirá detener el tiempo a
través de la descripción de paisajes relacionados con el estado de ánimo del
personaje, donde el entorno conforme una pintura del interior emocional. Se
tendrá especial cuidado al efectuar estas detenciones temporales, si se las
hace en exceso, se puede ir al extremo opuesto y caer en un texto demasiado
detenido. Si se busca rapidez las descripciones serán mínimas y se trabajará
en la narración de las acciones unas tras otras, sin muchos detalles, las frases
serán breves y coordinadas.

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Recapitulando
PRÓLOGO
Fragmentar las secuencias narrativas. Si en el desarrollo del texto se respeta
el orden lógico, ejemplo:… nacer, crecer, morir, el relato probablemente
pierda esencia, y se torne mediocre, bien se sabe que dada esta circunstancia,
pasará desapercibido para el lector, sin pena ni gloria, pues es lo conocido por
todos.
La utilización de los diferentes tiempos verbales hará que el narrador se
coloque en una u otra posición temporal y desde ahí cuente o haga contar lo
que sucede. Puede narrar en pasado los sucesos pasados; desde este mismo
pasado, puede predecir valiéndose indistintamente del presente, por ejemplo, la
narración de un sueño o algo de lo que fue testigo. Por otro lado el relato, puede
ser contemporáneo a lo que ocurre o su incursión en el futuro, por ejemplo,
el avance de una acción de próximo desarrollo, o una profecía.
Emplear la prospección (Adelantar acontecimientos) para crear suspense.
La retrospección (Volver atrás) a través de la narración directa o mediante
cartas, confesiones, transcripciones de mails, noticias tomadas de otros medios
de comunicación, diálogos radiales, televisivos, etc., para aclarar un incidente
o una reacción de un personaje.
La aceleración, es decir dedicar un fragmento breve del texto a un período
extenso en la vida del personaje o de la historia narrada, (Sinapsis) para
economizar lenguaje o la desaceleración, esto es, dedicar un fragmento largo
del texto a un período breve, para explorar un punto clave.
Evitar las discordancias internas en el manejo de las acciones temporales,
y sí utilizarlas para hacer creíble la historia.
El escritor es un hacedor de tramas por lo que es importante para él, no
descuidar ningún detalle en el manejo de los hilos que darán cuerpo a la tela,
con la plena convicción que nunca estará totalmente perfecta, ni acabada,
algún hilo queda fuera o bien… puede llegar a soltarse, y si esto no fuera así,
Atenea no se hubiese puesto en litigios con Aracne.
MARTA ROSA MUTTI

TERESA DEL VALLE BARUZZI
PRÓLOGO
La poesía es la pureza que sostiene al mundo. Es el soplo de Dios, puesta
en ella, sin el cual, el mundo desaparecería.
La luz es el motor que dirige mi mano para pintar con la exactitud que
yo deseo a la poesía desde el color de la rosa, las gotas transparentes de tus
lágrimas, la piedra desnuda. Hacerlo con la sencillez y el amor incondicional,
utilizando mi herramienta proactiva: la palabra escrita, esperando llegar a tu
corazón, creándote una felicidad interna. Que la risa, el asombro, la avidez de
la lectura, purifi quen siempre los espacios corporales de cada uno. Que los
ángeles que viajan por el mundo físico, trasmitan la fuerza de energía para
cumplir los sueños, ya que el placer comienza con este desafío: El de escribir.
La plenitud que busco sucede ya, me desprendo de muchas capas de ilusiones
falsas que coloqué en mi mente y la realidad está acá, exactamente en este
prólogo.
A mi esposo David, Gracias.
A mis hijos: Aurelio David, Darío Exequiel, Sandra Cecilia Del Valle, mi
hijo político Carlos Alberto, a mis ángeles, Ayelén, Lilén y Esteban David,
los amo.
Gracias a los muchos amigos que tengo y a los que con sus actos bondadosos,
me trasmiten su tibieza, día a día, mil gracias.

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TERESA DEL VALLE BARUZZI
VIAJE
El Doctor Thomas Brien reconocido psiquiatra estadounidense, está
radicado en Buenos Aires, explota la parasicología, el nebuloso campo de
fenómenos paranormales, pero por sobre todo se especializa en Terapias De
Regresión De Vidas Pasadas. Decidí acudir a su consultorio, en el elegante
Barrio de Recoleta, una fría y desteñida mañana de invierno. Al llegar debí
aguardar unos momentos en la sala de espera. El ambiente era cálido, con colores
tenues y cuadros en prolijas hileras, cuando abrió la puerta del consultorio
el Doctor, me reconoció de inmediato, a pesar de haber transcurrido casi veinte
años, de nuestros anteriores encuentros. Mi padre, y él, médicos del Hospital
Rawson tenían hermosos y gratos recuerdos de sus años de juventud. Después
de saludarnos muy efusivamente, el doctor Thomas me preguntó, sobre el motivo
de la consulta, a lo que le respondí un tanto avergonzada, que me sentía
muy confundida, por cosas que estaba viviendo. Con una infi nita paciencia
y dulzura me calma y me explica, que la mente también tiene males, como
cualquier órgano de nuestro cuerpo. Le comento que mi vida transcurre sin
sobresaltos económicos, soy traductora de inglés y francés, en una importante
empresa naviera, además poseo un pequeño departamento en Olivos y mis
vacaciones transcurren en la costa Atlántica, con algunos viajes a Europa. Mi
gran y doloroso problema, son las horribles pesadillas, que desde niña vivía y
ahora de grande, se acentuaban cada día más. En las pesadillas acuden voces
que me susurran y no alcanzo a entender. Veo en ellas un bello rostro femenino
nacarado, que emerge siempre de un estanque, que a mi parecer esa bella
mujer, es una princesa egipcia o algo similar. Esto me llevó a consumir literatura
referida al antiguo Egipto. El médico me escuchaba sin mediar palabra,
yo proseguía con mi relato. En mi primer viaje a Europa, concurrí al museo
de egiptología en Londres, deambulé por sus espléndidas galerías, llenas de
antigüedades y al entrar en la sección del Antiguo Egipto, mi pulso aceleró,
me vi presa del miedo y la angustia, ¿qué buscaba allí?, ni yo misma lo sabía.
Me movía con lentitud maravillada ante esos mudos objetos bellísimos custodios
del pasado y voceros del futuro. En este preciso momento mi atención se
centra en un hombre que observa embelesado, la vitrina donde se encuentra el
Escarabajo Sagrado. Nos miramos largamente sin decir una palabra sentí mi
boca reseca, y luego no dejé de pensar en él y en el escarabajo sagrado símbolo
de la eternidad. El doctor me confesó no saber nada sobre cuestiones de egiptología,
pero que apasionarse por ello no signifi caba acudir al consultorio, le
contesté que después de aquel episodio no tenía paz. Se reiteraba mi sueño de
la princesa que me habla sin poder yo escucharla. Pregunto si padezco algún

DESPIERTOS EN LA LLUVIA
tipo de neurosis. El Doctor me habla de la muerte prematura de mis padres en
un accidente, yo le manifi esto, haber crecido solitaria, rehuyendo al mundo,
a la luz, al amor. Cada día se hacía más pesada mi vida, no teniendo fuerzas
para continuarla de esa manera siempre con mis recuerdos marcados por la
melancolía y la tristeza de ser única hija.
Pasaron casi los tres meses de sesiones, el doctor Thomas, en su diario
cuenta las experiencias con el sujeto: Liz Monden (mí nombre), había hecho
en Liz, terapia de regresión a vidas pasadas, encontrando que se producía una
conexión y profunda refl exión sobre el amor, la muerte y la eternidad. Tres
misterios sin respuesta, que me hicieron recordar, ¡yo era Nailah! Y escuchaba
la voz de Nafré, mi amor. Mi gran amor que me decía “princesa de mi vida
no debes sacrifi carte por mí, yo solo soy un capitán de la Guardia Real. Yo
Nailah, he de amarte para toda la vida y no podré vivir sin tener tus besos, sin
concebir un hijo tuyo en mi vientre, te amo más que a la vida misma. Sabíamos
que este amor era una locura y nos encomendamos a la Diosa Kempis,
El Escarabajo, símbolo de la eternidad, para que escuche nuestras plegarias
y nos conceda la gracia de volver a encontrarnos, suceda lo que suceda. Yo
como Princesa y Sacerdotisa, le pedía que no me olvidase, pues conocíamos
la oposición de los hombres y el destino ya estaba marcado. Kempis (El Escarabajo),
sería la presencia del amor que nos uniría nuevamente. El Faraón, mi
prometido impuesto y todo el séquito de soldados que lo acompañaban, descubrieron
nuestro sublime amor y deciden matar a Nafré. El amor no importa
a las razones de Estado. Nafré no quiere morir pero en un absoluto silencio, la
muerte hace su entrada. Veloz como el aire, sale la fl echa en estocada perfecta
hacia el pecho. Se antepone Nailah a una segunda para rematarlo, en agonía
lenta, ambos juran su amor, en otro tiempo, otro lugar, otra geografía y el suspiro
fi nal de ambos voló a la eternidad buscada. Recordé nítidamente que ese
brazalete con el escarabajo que estaba en el Museo, me pertenecía. Encontré a
mi amor, bajo otro rostro, otra piel, otra vestimenta, el joven del museo, el que
miraba el Escarabajo, en la vitrina… – Seguramente mi vida será diferente a
partir de esto… Hay un antes y un después para el amor y la verdad…
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TERESA DEL VALLE BARUZZI
AUSENCIAS
Siempre el corazón, envía luz donde
no la hay…
Tengo tendencia a ser como un pescado frío, a ponerme de chaleco la
coraza protectora, encerrarme en mí. Tengo un corazón de payaso, hago a
veces bromas, pero sufro desde aquel día en que me diagnosticaron que sería
ciego para toda la vida. El tiempo reunió a los tiempos, y jamás se produjo
ningún milagro, solo que alguien se compadeció de mi extrema pobreza, y
sabiendo que yo necesitaba estar siempre en movimiento. Me regaló a Dexter,
el que sería mi guía. Con él y mi bastón blanco, recorrimos los lugares más
increíbles, el Parque Japonés, el Rosedal, donde nos inundábamos de frescura
y agradables olores. En mi salida habitual del viernes, todo, o casi todo,
cambió en nuestras vidas. Probablemente, Dexter, se adelantó al semáforo,
todo fue un ensordecedor frenar de vehículos. A pesar del día destemplado,
mi corazón se detuvo. La aparente frialdad que me caracterizaba se esfumó.
Gruesas y calientes lágrimas, brotaron de estos ojos secos, sin vida. Huérfano
de todo lloraba. Dexter, mi ángel guardián y mi bastón, se fueron volando por
el aire. Quedé inmóvil. Alguien bondadoso me ayudó a cruzar. Alguien se
ocupó de Él.
SENTIMIENTOS NOBLES
Mi padre siempre buscaba despertar en mí, sentimientos nobles, el aprendizaje
era continuo y de forma ejemplifi cadora, así iba tejiendo mi vida. En
vivo y en directo, suelo decir hoy. Cierto día me llama y nos encaminamos al
galponcito, que era su lugar más querido donde guardaba las cosas más increíbles
de imaginar. Allí me muestra un pepino muy gordo, pero muy gordo,
adentro de una botella. Estaba sorprendida y fascinada. Millones de preguntas
hacía mi cabecita loca. ¿Sopló la botella e hizo entrar el pepino? ¿Cómo una
cosa tan grande podría haber entrado en el gollete tan pequeño de la botella?
Miraba a papá con ojos más que de asombro, y ya fuera de sí, le dije, ¡Papá
necesito que me expliques esto! Mi padre con su habitual parsimonia tomó
una botella vacía y me llevó a la huerta. Vi meter un pepino, pequeñito, en la
botella sin desprenderlo de la rama, y como quedó allí prisionero. Ahí me di

DESPIERTOS EN LA LLUVIA
cuenta de que el ejemplar grande que había visto antes, creció hasta quedar
prisionero. Ahora sí, papá se puso serio, mirándome a los ojos, como era su
costumbre, me dijo, Kuskina, hay malos hábitos en las personas que se forman
en ellos cuando son muy jóvenes, como el pepino que viste en la huerta, y luego
no se puede hacer nada para desarraigarlos, tú no los contraigas jamás hija,
pues serán como aquel pepino que quedó prisionero en su cárcel de cristal.
Aún tintinean, sus palabras, en mis oídos y a mis años, me deleito al saborear
una rica ensalada de ellos, fresca, olorosa y libre.
MICRO RELATOS
El verano tiene el pasaje en la mano
I
II
Amo desesperadamente el proyecto de mi vida, no el destino que está
dibujado en mi mapa.
POESÍA
QUISIERA
Yo quisiera poder darte una rima
que no produjera en ti
la indiferencia o la risa
sino que la contemplaras
en tu plácida alegría
y después de leerla
te quedaras pensativo.
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TERESA DEL VALLE BARUZZI
A LUISA, UN SER DE LUZ
… Estás en todas partes, ayer, hoy,
siempre mi memoria te recorre.
De mi Madre aprendí
que los ojos transparentes miran de frente,
las palabras frescas, manantial de luz,
forman círculos musicales que viajan
dejando sensaciones de eterna paz
o en bellas canciones de cuna.
¡Qué bello abecedario de eternas arpas desgranando el día!
remedando el canto de las aves con las fl ores de la vida
engalanada siempre con guirnaldas de coraje
sin dejar jamás que el dolor empañe el alma.
Qué maestra, maestra admirable, fuiste, madre.
Qué magnífi ca estrella te pidió permiso al engendrarme.
Soy lo que deseas que sea, siento calor de amor,
no estás ahora.
Extiendo mi mano, descubro tu presencia celestial
cargada de alabanzas. Oh, Madre, Madre, Madre,
bendita seas en la eternidad del alma
en el reposo esclavo de mi mente.
¡Qué presente estás a cada instante
para cantarte mi amor en gratitud eterna!
Mamá, ángel hacedor de LUZ, ¡TE AMO!
MI LUGAR
En el país del nácar y el aromo
cerca de las nubes platinadas, levanté mi casa.
No existen tiempos, ni distancias
las huellas se pierden en lontananza.
Por el entorno de mi ventana pasa el arroyo de la vida
con peces de colores, y en un rincón
a la cabecera de mi lecho mis libros
¡Descansan honrosos!

DESPIERTOS EN LA LLUVIA
EL VINO
Te rindo homenaje
señor de los rojos manantiales,
amigo del cielo y las estrellas.
No hay en la Tierra
nada que iguale tu sabor,
amarte no debe avergonzarnos,
después de dos copas descubrimos tu virtud.
Ebria de dicha, donde alcanzamos sabiduría
… al despertarnos, solo recuerdos de la vida.
LA ESTACIÓN DEL AMOR
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Para llegar al corazón de la persona
amada, es necesario detenerse en
el andén.
La estación del Amor no tiene trenes ni paradas.
Solamente se mueve con el maravilloso músculo del corazón
que bombea colores, simetrías, encuentros, desencuentros.
La estación del Amor es la continua primavera,
de dos ancianos tomados de la mano, que llegan a destino.
FUGAZ
Caen hojas verdes, ocres, lastimando
el aire diáfano cual cortinas caen
en la ensoñación de mi alma.

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TERESA DEL VALLE BARUZZI
FINITUD
Quiero dormir
mi fi nitud
entre aromas de jazmines y madreselvas
quiero que invadan el aire
volando su perfume al cielo.
Que invadan
bellas melodías
de jazz,
que el contrabajo susurre
mi nombre,
y los bajos inviten a bailar.
Quiero dormir
mi fi nitud
acompañada de grillos
y chicharras,
del perfume salvaje
del pasto
en un campo de margaritas
Que abaniquen graciosos
sus pétalos
despidiéndome así…
en comunión divina
partiendo en ese eterno adiós
que lo sublima todo.
MI BARCA
He soltado
las amarras
de mi barca de juncos
con estrellas de oro plata
para viajar las rutas
desconocidas
y traerte el corazón intacto.

DESPIERTOS EN LA LLUVIA
BIOGRAFÍA POÉTICA
AL ESCRITOR
La casa
la de antes que cobijaba un ser
aparentemente solitario,
gris
es ahora la estampa
viajera que circula
en aviones y barcos
llevando en colores
la magia enternecedora
de un escritor
llamado Ernesto Sábato.
Caminas tus caminos
acompasados con la lluvia porteña,
tintineante y sabedora
de miles de secretos acumulados
otros tantos olvidados.
Transitar por la casa
de Santos Lugares
es encontrar en cada esquina
el lastimero acordeón
de tu heroico
corazón de hombre.
Uno y el Universo,
Hombres y engranajes,
Sobre héroes y tumbas.
Ella edifi có por ti,
cuando tú hacías añicos
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“Hay dos clases de escritores geniales:
los que piensan y los que hacen
pensar”.
ROUX

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TERESA DEL VALLE BARUZZI
los manuscritos
que tirabas
en el viejo cesto
de escritorio.
Ella fue tu sombra
Tú, el Hacedor que construyó
y dibujó las letras
de ese abecedario indolente
infernal, decisivo
transformador
del trajinar vanidoso de tu alma.
Tu melancolía la llevaste a cuesta
ni una sonrisa dibujó tus labios.
Sí… tus manos
cuyos dedos febriles
daban vuelta las páginas de tus libros,
fruto hermoso
transmitido en heredad
a una juventud que nace.
Sos un pilar
en cada escritor que se perfi la
eres el más humilde,
el más genuino,
el más auténtico…
para ti, este homenaje.
GRACIAS, ERNESTO SÁBATO.
TERESA DEL VALLE BARUZZI

MARÍA DEL CARMEN CÁRDENAS
PRÓLOGO
En estas palabras está mi esencia. Un padre que me avistó como lectora
voraz cuando apenas me insinuaba; una madre que me hizo degustar lo bello
en la armonía; una tía Alcira en la que aún busco la ternura cuando se me
niega. Siete locos bajitos que con las correrías por la casa grande me llenaron
de historias. Ammy que supo revelarme la poesía a la que mi natural rebeldía
le daba la espalda. Carlos, mi compañero del alma y cómplice enamorado
de esta urgente necesidad de escribir. Las clases de literatura de Elena. Los
amigos, los verdaderos, aquéllos que sin apremios ni juicios de valor supieron
bancar mi timidez y mis silencios pero no cejaron en su aliento. Mario que
descubrió la salida de mi laberinto recurrente. Hilda, paciente y sabia, que me
llevó a atravesarla. Marta, la herramienta de Dios, humilde y generosa en su
grandeza, para mostrar estas páginas. Por sobre todo, los hijos: Carlos y Juan
Manuel. Porque soy lo que escribo y yo soy por ellos, de ellos y para ellos.

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MARÍA DEL CARMEN CÁRDENAS
EL CAJÓN
Iba detrás. Flaco. Desnudo. Manso y fi el como perro callejero que espera
un mendrugo. De vez en vez la joven madre lo miraba por la luneta posterior.
Mientras acariciaba distraída el pelo de su hija. Atrás había quedado el General.
Y con él las cabezas de los que lo habían deshonrado por amantes de su
esposa. Sus ojos de indio bravo escudriñaban el polvo que ya ocultaba lo que
nunca iba a recuperar.
–En Caramiñal 1 , uno va dentro y los demás lo siguen para agradecer a la
Santa –dijo Pedro, el gallego que conducía el carruaje.
–¡Estas damas de ciudad tienen costumbres raras! –contestó el postillón.
Ya en su destino y a su tiempo, lustraron su corteza deteriorada por el
polvo del camino y lo vistieron con encajes y puntillas. De ser llevado a la
rastra, menos por precaución que por venganza, fue depositado con devoción,
al morir su dueña, sobre mármol blanco.
El viejo General nunca olvidaba aquella noche, cuando Carlos María lo
había dejado solo, dentro de esa cámara oscura del Templo, para ser iniciado.
Necesitaba el renombre que los prejuicios le negaran en la cuna. Lo consiguió.
Reposaría en el ataúd ritual con todos los honores. Sin embargo, en sus últimos
instantes, sólo recordaba un féretro. El acarreado por el despecho de la niña
que había hecho su mujer como parte de su plan de gloria. Gloria que nunca
pudo mitigar el remordimiento por haberla desterrado de su vida. Y obligarla
a cargar con un pecado que él mismo instigó con su abandono.
ENEMIGO
El ruido, aunque minúsculo, lo despertó. Aún adormecido, contempló
desde el sillón todo el cuarto. Al fi n, lo vio. Otra vez se burlaba de él. Trotaba
a su alrededor. Invitaba a perseguirlo.
–No, esta vez corré cuánto quieras. Nada voy a hacer por atraparte–, pensó.
Trató de volver a dormir. Pero el sonido se hizo más intenso.
1 Galicia: La Romería de los ataúdes. Aquellos que han sido salvados de la muerte por
rogar a Santa Marta, salen en procesión dentro de sus ataúdes con sus mortajas portados por
sus familiares que dan gracias de llevarlo vivo.

DESPIERTOS EN LA LLUVIA
Reía. Ensayaba grotescas piruetas para llamar su atención. Lo desafi aba…
Él no podía perder la calma. Sabía que siempre su desesperación terminaba
en un desaliento que le pesaba hasta el agobio. Un nuevo golpe, esta vez sobre
un mueble, lo conmovió. Fue entonces que decidió acabar con lo que ya era su
pesadilla cotidiana. Observó que se había instalado en la mesa, distraído. Se le
acercó con sigilo. Inútil. Las paredes rebotaron las carcajadas de su enemigo
que de nuevo lo instigaba a apresarlo, mientras se balanceaba desde un gancho
junto al único retrato que conservaba. La clásica foto familiar: un chico que
sonríe abrazado a sus padres. Eso lo enfureció. Así cobró la fuerza necesaria
para derribarlo y enmudecer sus demandas para siempre.
La dueña del hotel contaba, cuántas veces le rogaran, la forma en que
había encontrado el cadáver.
El ocupante del cuarto Nº 18 estaba tendido sobre un reloj deshecho.
Una de las piezas le había atravesado el corazón. Pero lo extraño era la quieta
sonrisa en su rostro que más que la mueca ritual de la muerte parecía ser un
gesto de satisfacción.
PANGEA
Soledad. Niebla. Confusión y muerte.
El cielo se derramaba insensible, denso. Convertía la brisa en un plomizo
bloque que impedía respirar. Las aguas se afanaban por sobrevivir. En vano
buscaban la guía de la madre luna. Sin control, se agredían unas a las otras, se
devoraban, huían despavoridas, huérfanas de principio y de fi nal.
La tierra se insinuaba en grandes lanzas que intentaban resistir la loca
invasión. Los árboles se erguían menos como tales que como cubos gigantescos
de ojos apagados e insondables. Los vuelos y chillidos de los habitantes
del aire ya no los rozaban. Y algunos, cansada y enferma su áspera corteza,
comenzaban a inclinarse, vencidos. Formas extrañas fl otaban sobre la espuma
regada por el infi erno. Negras siluetas que intercambiaban sombras. Danza
tenebrosa. Rito mortal.
Gris sobre gris, su mirada. Cajas de resonancia con gritos incomprensibles,
sus oídos. Erizo encrespado por la angustia y el asombro, su piel. Frente
a él, sin saberlo, toda una Era desaparecía. Testigo retenido por la Justicia de
los tiempos, cerró sus ojos para caer en un profundo sueño que lo despertara
de esa pesadilla.
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22
MARÍA DEL CARMEN CÁRDENAS
El blackberry lo sacudió como un trueno. –Venite ya –urgieron desde la
redacción.
Salió disparado con la netbook y su videocámara.
–¿Qué pasó ahora? –El tsunami ya había barrido costas y todo cuanto encontrara
a su paso. Luego, sismos imprevisibles abrieron los suelos y edifi cios
enteros se derrumbaron como castillos de arena.
Volcanes dormidos se habían activado y una espesa placa de cenizas
cubría lugares que fueran retazos del Paraíso. Habían encallado barcos contra
las pirámides y contra los moais. Remedos humanos se entreveraban en peleas
míseras y mortales por abrigo o comida.
Al subir al helicóptero recordó a su abuelo. Lo llamaban “el loco Alfred”
por su teoría poco creíble a principios del siglo XX.
Descendió. Un viento helado penetró sus huesos y clavó en su cerebro
agudos puntazos como de puñal de piedra. Frente a él, la criatura yacía dormida
entre fogonazos de cámaras, arpones que los marineros esgrimían por
temor a ser atacados, alaridos de animales y de personas en pánico.
Mientras se acercaba, comenzó a abrir sus ojos. Alfredo quiso creer
que aún estaba en una pesadilla y cerró fuerte los suyos. En ese instante, el
dinosaurio vio que todavía seguía allí y Alfredo entendió que ambos habían
quedado atrás. El círculo del tiempo trazaba un nuevo punto en su evolución.
“Cuando despertó, el dinosaurio
todavía estaba allí”.
ATRAPAR AL POETA
AUGUSTO MONTERROSO
Me lanzaría al Océano. Atracaría mi barca en Murano. Junto al lago de
piedras de cambiantes colores. Pediría al artesano que con mágico soplo,
construyera un globo de cristal azul. Que en él te envolviera, como el frasco al
mensaje. Dentro, la lumbre del fuego cedido por Prometeo. Tu perfi l insinuado
por el ocre de pantallas: antiguos pergaminos que un espejo revelaría como
ocultos secretos. Dentro, destellos que contrastarían con la penumbra cálida.
Odres de cuero que envolverían la erudición del Universo. Savia consagrada
en nervaduras de doradas hojas otoñales.

DESPIERTOS EN LA LLUVIA
Beberías licores prístinos en copones de peltre. Marcel te ofrecería con
gesto elegante, una magdalena. Para recobrar los perdidos tiempos.
Y revelarías misterios…
Entonces, sólo entonces, lograría yo abandonar mis laberintos recurrentes.
Mi sufrimiento intenso. Mi tristeza acallada. Mi soledad temprana. Mis
suicidios cotidianos. Descansaría en tu palabra. Nave ausente, tu palabra, de
muchedumbre vana. Estrella oculta de miradas mediocres. Música con sordina
para oídos vacuos.
Caería la nieve sobre las Catedrales… Guerreros rojos hendirían las
aguas. Los claros del bosque acunarían mis cansados huesos. Recuperaría
jazmines en veredas cálidas. La espuma diluiría mis huellas violetas. Sería
gaviota en nido de piedra que sueña con desplegar sus alas, en loco desafío a
las intemperantes olas. Se deslizarían, desde tus labios, las páginas atesoradas
de todos los libros. Mientras observa Norah, me hablarían personas quietas
en la Sala. Llegaría al Castillo ansiado por Kafka. Conocería el Cuarto de
Virginia. La lluvia de Jorge Luis recobraría la voz de mi padre que me habla.
Y me permitirías descolgar el teléfono, para enterarme en confi dencia,
quién llama a Alfonsina. Las Mil y una Noche serían todas las noches. No
tendrían números los relojes: sólo compases de canciones viejas. No bastaría
la mirada: debería admirarte. Guardarte. Y llevarte para que desbroces el
intrincado sendero de mis tiempos.
LA NEGRA
Pasó tan digna como si fuera alta. El calor decidió nuestro almuerzo en el
patio. La seguimos con la mirada. Ese mediodía su quehacer no se adecuaba
al rito cotidiano. Se detuvo junto a la mampara. Un cristal de color hizo que
por un momento el sol se entremezclara con su pelo.
Pareció pelirroja de tanto fuego que revoloteaba por sus rulos negros.
Mi padre, alteró su imperturbable expresión en un pliegue sólo insinuado
de su cuello blanco. Ella se demoró apenas frente a la vidriera que la separaba
del interior. Sabíamos que cabalgaba sobre su memoria una historia de abandono,
de frío y de lloviznas soportadas con estoicismo.
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24
MARÍA DEL CARMEN CÁRDENAS
Habíamos adivinado alguna vez una lágrima. Nunca un llanto en busca
de compasión. Pero aquel mediodía era ella la que caminaba sobre la nube
orgullosa del que posee un don especial.
Nunca como entonces palpité un lazo. Nunca como entonces supe que ya
no me abandonaría ni la abandonaría.
Cruzó la puerta. Segura. Erguida. En franco desafío.
Fue al cuarto deshabitado. El de los viejos trastos. El del rincón lejano y
casi olvidado. Buscó el antiguo armario. Y con sus pocos recursos pero con la
fuerza que le daba el saberse importante, abrió el último cajón. Se hizo dueña.
La observamos volver sobre sus huellas. Ninguno de nosotros se atrevía a
interrogar ni a demandar. Ya no con sigilo, sí con fi rmeza, iba y venía como el
tañido lejano de la campana que nos suspende en un silencio respetuoso. Llevaba
consigo, en cada viaje, su tesoro. Afanosa por brindarle todo aquello de
lo cual, en su origen, había carecido. A partir de ese día, ese espacio rezagado
del viejo mueble, fue la vivienda de sus hijos.
Con voz solemne murmuró mi padre: –Negra, te lo ganaste– Y allí se albergaron
todos sus cachorros. Aún el que una noche, entre sus quejidos y mis
lágrimas, fuera enterrado por sus propias uñas, en la greda húmeda del fondo.
Era la maternidad. Era el ángel. Era mi perra. Era la que se había atrevido. Y
era mi hermana en el sentimiento recién amanecido de mis entrañas.
CABALLITOS DE MADERA
La tía contaba que a él le gustaba la calesita. Era una fi esta cuando su padre
decidía llevarlo. Casi no podía esperar que su madre atara los cordones de
sus zapatos de charol, para salir. Su corazón se aceleraba al escuchar la música
y el caer de las monedas que anunciaban las vueltas prometidas.
Corría hacia la cerca de madera. Parantes verdes, colorados y amarillos
lo separaban de esa mágica isla que iluminaba su tarde convirtiéndose en la
primera estrella de la noche. Mientras su padre compraba los boletos, quedaba
inmóvil sobre el piso de tierra ondulado y seco, para observar con atención
el avión celeste, los botes naranja, los autos de carrera y por sobre todo, los
caballitos con sus monturas relucientes que subían y bajaban. Parecían sonreír,
con sus dientes blancos y grandes y parecían mirar de reojo a los chicos que
aguardaban: como si los invitaran a elegirlos para su paseo.

DESPIERTOS EN LA LLUVIA
A un costado, el poste azul descascarado sostenía una sortija que el viejo
calesitero agitaba a cada giro, hasta que algún afortunado se la llevaba y con
ella, la vuelta gratis. Esperaba impaciente que la calesita se detuviera. Luego,
de un salto y luchando con los demás chicos, corría por la plataforma de madera
sucia y descolorida hasta apoderarse de un caballito. Desde allí, el mundo
era un planeta lejano y chiquito. Desaparecían veredas, casas, árboles y hasta
su papá quedaba perdido en un saludo mudo y sin importancia.
Miraba ansioso hacia el cartón pintado que ocultaba esa música pasada
de moda que echaba a andar su fantasía. Y allá iba. Guerrero en su corcel,
Belorofonte en su Pegaso, cacique en su potrillo, ángel poderoso, se remontaba
al cielo en cada vaivén y casi podía tocar las nubes. Esa tarde, en una de las
vueltas, azuzó a su potro negro, lustroso y fuerte, con un golpe de talones.
Se elevó y consiguió la sortija. Fue todo uno. La mirada de triunfo sobre los
demás por llevarse el premio, la emoción de saberse conquistador y el dolor
en la pierna, punzante y agudo.
Dio la última vuelta, ganada con bravura y riesgo. Al bajar, no rogó por
otro viaje. Tomó la mano de su padre y en el momento de irse le comentó:
–¡Papá, el caballito me mordió!-Su padre sonrió. La imaginación infantil
no reconoce límites. Volvieron a casa. Pero ese atardecer, Braulio iba ensimismado
y sin hablar. Al llegar, ya a su mamá, volvió a comentar: –¡el caballito
me mordió!
Ella sonrió y lo besó. Sin embargo, creyó sentir en sus labios el calor de la
fi ebre. Lo miró inquieta y luego supuso que quizás la excitación de las vueltas
lo había alterado y elevado su temperatura.
Braulio no quiso comer. Su madre lo acostó pero a cada instante, inquieta
lo observaba y tocaba su frente. El calor era cada vez más intenso. Y el chico
respiraba con mayor difi cultad. Alarmada, convenció a su marido de llamar
al médico. Cuando llegó, Braulio deliraba. El doctor intentó hablarle y ante la
insistencia de que el caballito lo había mordido preguntó dónde.
–En la pierna!– Miraron. Con horror, comprobaron que en efecto, en la
parte superior de un tobillo, había una marca amoratada e infl amada que parecía
crecer con cada segundo. Al amanecer, Braulio estaba muerto.
Sus padres fueron hasta la calesita. Ése había sido su último viaje y aún
recordaban el comentario del niño, Buscaron el corcel negro, reluciente y
hermoso como salido de un cuento. Sonreía, como siempre, y como siempre,
miraba de reojo, invitando a subir. El calesitero, de mala gana, les permitió
revisar el muñeco. Cuál no sería el horror de todos al descubrir que en el hueco
interior arrollada, viscosa y quieta, anidaba ¡una serpiente!
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26
MARÍA DEL CARMEN CÁRDENAS
Por alcanzar la sortija, su pasaporte al Cielo de los ganadores, Braulio
había despertado con su taloneo el veneno que acabó con sus vueltas en caballitos
y sus sueños de pibe bueno. Las lágrimas de su madre siguen oliendo a
tierra seca y a madera pintada y en esa esquina del barrio, un baldío, de vez
en vez, deja oír lo que parece música de calesita, mezclada con risas de chicos
y caer de monedas que venden pasaportes a una isla mágica.
IDENTIDAD
Suave, casi etérea. Parecía de seda. Color gris de mar bajo una tormenta.
Sus iniciales la califi caban austera y elegante. Con cada ondulación se
ajustaba leve pero fi rme y acompañaba sin cobardes repliegues las curvas,
las sinuosidades y las delgadas puntas. Envolvía como una madre al hijo. Lo
abrigaba y lo contenía. Una podía imaginarla como la piedra basal de Apolo. O
como el búcaro del que emergen, soberbios, velludos, todo músculo y nervio,
los tallos fuertes y hermosos de un retoño joven. Una podía admirarla en su
lealtad cotidiana, en su fi delidad íntegra que la conservara indemne y hasta en
su humilde estoicismo que la mantuviera alejada de toda mancha y de cualquier
fi sura. Ni una sola veta roja la había mancillado; ni un solo fragmento
del horror la había perforado. El médico forense, sudoroso, agotado, en medio
de olores fétidos, latas de gaseosas, restos de comida apresurada, los guardó
en una bolsa, a ella y a su dueño, junto a dedos, trozos de manos, fragmentos
de huesos, lenguas, cabelleras, labios. Añicos, en fi n, de cuerpos que habían
sido mucho más: seres humanos. La luz de la morgue, atestada de cadáveres y
restos, había sido apagada. Sin embargo, en esa bolsa transparente, en medio
del dantesco fárrago, ella brillaba.
Quizás en el intento, gesto postrero de devoción y apego, de lograr que sin
profanación alguna, aquel pie mutilado, por su mediación, pudiera recobrar la
identidad de su dueño.
Dueño desintegrado por odios absurdos y violencias deleznables en la
explosión de la A.M.I.A. Explosión que en un gesto de irónica bondad, la había
dejado a ella, una simple media abrazada a su pie, intacta.

DESPIERTOS EN LA LLUVIA
POESÍA
AUSENCIAS
Hay ausencias que dejan
en suspenso la mirada;
que desaparecen sonrisas
y agotan las palabras.
Hay ausencias que visten
las calles con invierno;
que varían los trinos
en ásperos lamentos.
Hay ausencias que borran
las lágrimas y el eco;
que mutilan las rocas
y disipan los puertos.
Hay ausencias que logran
aletargar al alma,
embozarla en su sueño,
y eclipsar para siempre
todas las mañanas.
TRISTEZA QUIETA
Si es esta soledad una costumbre,
si es una amiga antigua y conocida,
si andamos juntas desde el primer sueño,
si juntas celebramos la llovizna.
Si es esta soledad mi paso lerdo
que burla soles por las viejas calles,
si es la memoria tierna de mis ojos
cuando me acuna desde el viejo sauce.
¿Por qué entonces su tristeza quieta,
frente a mis versos, sobre nuestra mesa,
duele tanto esta noche de verano
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MARÍA DEL CARMEN CÁRDENAS
y parece recién amanecida
ante el blanco papel, con cada trazo,
en el cielo sin estrellas de mi llanto?
NÁCAR EN SI BEMOL
Gotas. Perfectas. Hermosas.
Cristales de luna pálida.
Sonido de azul profundo.
Temblores leves del alma.
Pequeños brotes de piedra.
Quejas de muerte temprana.
Rituales secretos del niño.
Caricias. Memoria. Palabras.
Sueños de mares tristes.
Huecos de ternura blanda.
Espejos de la vida nuestra.
Tus lágrimas. Sus lágrimas.
Mis lágrimas.
PRESENCIA
Esta muerte tuya siempre viva,
Se duerme cada noche en nuestra cama
Y despierta conmigo cada día
MARÍA DEL CARMEN CÁRDENAS

DOLORES FERNÁNDEZ
PRÓLOGO
Este sueño hecho realidad, se lo dedico a la niña que fui.
La recuerdo. Apenas si levantaba un metro del suelo. El pelo le caía sobre
los hombros frágiles. El fl equillo, jugaba al escondite, con la mirada oscura,
cargada de luciérnagas. La boca, cerrando silencios.
Se tendía, en el campo de amapolas a perseguir, nubes algodonosas, cargadas
de cuentos, jamás contados.
Dibujaba paisajes, sobre la tierra seca, para mirarlos desde lo alto del
columpio.
La reencontré hace un tiempo. Ahora llueva o truene, salimos a inventar
caminos, nos contamos historias, desentrañamos silencios.
Las dos sabemos, que algún naranjo perfumado, nos brindará cobijo.

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DOLORES FERNÁNDEZ
LOS BENEFICIOS DE LAS NOCHES SIN LUNA
Moroii apreciaba los benefi cios de las noches si luna. Los pasillos en
penumbra, las sombras del jardín. Cuando la familia se reunía a charlar o
escuchar música, ella dejaba sus muñecas y bajaba silenciosamente las escaleras
para internarse en los senderos. Le deleitaba asustar al perro viejo que
dormía bajo el olmo. Cuando le aburrió ese juego, persiguió a los gatos que
dormitaban en los almohadones de satén. Los hacía girar en el aire y luego los
soltaba en las jaulas de los pájaros, debilidad de su madre, pequeños paraísos
enrejados. La familia, asustada, ordenó colocar faroles alrededor de la casa.
Sin explicarse lo que pasaba. La niña creció, sus inocentes juegos pasaron
a ser historia. El perro viejo, murió, una noche sin luna y los gatos huyeron
de la casa. Los sirvientes no permanecían mucho tiempo en sus puestos. El
jardinero, se marchó sin cobrar su paga, olvidando sus herramientas. Pero los
sustituían, por otros, ansiosos de encontrar trabajo.
Moroii cumplía, 15 años y la casa estaba de fi esta, vestido de princesa,
invitados importantes. La luna no estuvo presente, los jóvenes que bailaban
en la terraza se sobresaltaron con el apagón, no ella que se irguió en sus tacones,
desplegó las alas de su falda y bebió sorbo a sorbo la tibia sangre de su
compañero de baile.
LAS VIUDAS
Solían reunirse en el cementerio, los viernes, para que el fi n de semana,
los visitantes encontrasen las lápidas en todo su esplendor.
No había mucho en que entretenerse en el pueblo y ser viuda, era una
buena excusa para visitar la iglesia, arrodillarse en el confesionario y liberarse
de pecados veniales. La voz del cura párroco, era la única fantasía que se
permitían. Las tres habían enviudado en los últimos doce meses. Los maridos
pasaron a difuntos luego de una terrible agonía.
El viejo médico del pueblo, llegó a la conclusión, de que habían contraído
algún virus, en una de sus cacerías. A los tres les gustaba la caza, como eran
socios, uno se quedaba al cuidado de la hacienda y de las mujeres, que no
tenían familiares en la zona.

DESPIERTOS EN LA LLUVIA
A pesar de la gran amistad que unía a los hombres, sus mujeres permanecían
distantes. La primera agonía nos la unió, pero cuando el segundo comenzó
a perder el pelo y en menos de una semana lo enterraron, se ligaron como
hermanas. No dejaban ni a sol ni a sombra al sobreviviente. Las viudas, se
turnaban para cuidarlo. Le leían las noticias, ya que estaba perdiendo la vista.
Su mujer era la más débil de las tres, por eso las otras tomaron el mando
y comenzaron a ocuparse de la comida y los medicamentos.
No fue por mucho tiempo, ya que murió en un mes.
El médico, estaba en la Capital, informándose del extraño virus. Llego a
tiempo de tirar el último puñado de tierra.
Pasaron los meses lentos y ásperos. La soledad las fue cercando. No tenían
apremios, económicos. Sin hijos.
Los viernes, llegaban a la cita, cada vez más temprano. Parecían no distinguir
las tumbas, ya que se las veía llorando, sin consuelo, en cualquiera de
las tres. Lustraban con el mismo frenesí los bronces y sangraban sus manos,
acomodando las rosas en los jarrones.
Ofrecieron misas y siguieron la rutina en el confesionario. Una a una,
recobrando la paz, hasta la próxima semana, arreboladas las mejillas, el pulso
inquieto. No había pasado un año del último entierro, cuando los pobladores
se sorprendieron con la noticia de que el cura párroco, contrajo el mismo virus
que los difuntos.
Se preguntaron ¿Cómo ocurrió? Al sacerdote, no le gustaba la caza.
TU MIRADA
Tu mirada me encuentra más allá del azogue y repite preguntas que no
tienen respuesta. Cómo explicar, que la plaza se pintó de rojo y las palomas se
espantaron de luto. ¿Sos vos o yo? El que mira hacia el cielo desde el desierto
violento de la plaza. Ululan sirenas y no son de cuento.
No sé qué hacer con los brazos vacíos. Ya no estás. Sí estás. En el espejo
más allá del ahora. Más allá de las balas.
El silencio sabe a lágrimas. Voy a guardar algunas en el puño cerrado, por
si llego a saber por qué llorarlas.
¿Qué hago frente a esta caja de madera que no puede contener tanta vida?
Todo era fi esta esta mañana cuando partimos con bombos y pancartas.
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DOLORES FERNÁNDEZ
Mamá, como siempre aconsejando. Pobre santa. Aguantando la risa repetíamos:
–Me hago cargo, soy el mayor.
–Por diez minutos. Contestabas.
Así marchamos, espalda contra espalda.
¿Qué hago entonces con los puños cerrados y la boca sellada? Si todo era
un juego de niños, a quien grita más alto.
Huyeron. Hasta los solidarios se volvieron ajenos y el sol, se escondió,
para no dar la cara. Te vi caer sometido. Me partí en dos, cuando tus ojos
mudos se cerraban.
Íbamos a regresar temprano de la plaza. No podías faltar a tu cita, que
prometía noche de campanas.
AROMA A MENTA
La última vez que te vi, fue el sábado 20 de febrero a las 5 de la tarde. Lo
anoté en mi libreta. En las paredes. En el nogal del fondo, que ha crecido tanto,
apenas llegaba a mi cintura y hoy me cobija, mientras leo las noticias de los
diarios y las cartas que me envían.
Dejaste un beso sonoro en mi mejilla. Llevabas una pollera azul y zapatillas
blancas, las piernitas fl acas, el pelo rubio y saltarín sujeto por un lazo
rojo. Al día siguiente cumplías 12 años. Ibas camino a la plaza, que estaba de
festejos. Canciones, payasos saltarines. Te gustaba la música. ¿Aún te gusta?
Pasaron 5 años y te sigo buscando. Removí tierra y piedras. Entré a cuevas de
ladrones, descendí a los infi ernos, subí a los cielos.
Me dejaron sola. Ya no escriben tu nombre en primera página. Otros reclaman.
El mismo dolor, la esperanza tibia, de los primeros tiempos. La misma
culpa de no haberlo previsto. En cada cueva que recorrí, encontré miradas
cargadas de vergüenza. Aprendí del silencio y del martirio de tu ausencia.
Te busqué esa tarde entre la gente, no quería esperar al domingo para
darte la sorpresa. Casi un año guardando monedas. Cinco años guardando tu
regalo, un teclado mudo, tan inútil como yo.
Entre paredes oscuras, sin ventanas donde lánguidas vírgenes son crucifi
cadas, busqué tu rastro, aroma a menta del beso que dejabas en cada hasta
luego. Día a día, me pierdo en los rincones de Internet. Te adivino, oculta en

DESPIERTOS EN LA LLUVIA
mil disfraces. Temo, que ya no quieras verme. Quizá te duelan mis recuerdos.
Quizá te lastime el pasado inalcanzable.
Cuando desando este camino con los brazos vacíos, los ojos secos, me
dejo vencer por la impotencia y abrazo fl ores, que dejo en los caminos de la
plaza
LOS GRITOS DEL SILENCIO
Ensayo el papel más cruel del diario vivir. ¿Cómo decirlo?
Con los ojos abiertos soy un fantoche. Si achico la mirada el espejo me
devuelve mi quimera. Las líneas del rostro se suavizan, el pelo suelto me permite
jugar con mí imagen. La bata se transforma en vestido de fi esta. Festejan
mis sentidos.
Me avergüenzan los recuerdos. Espiando detrás de las puertas de las niñas.
Ellas acunaban muñecas. Retorciéndose sobre tacones altos, frunciendo
las bocas coloradas. Imitarlas. Sólo eso, quería imitarlas.
La pelota iba y venía. Había que rasparse las rodillas. Escupir de costado.
Descubrir a las jóvenes en los baños del colegio. Sin saber para qué.
Ser machos, orgullo de padres, que se pavoneaban con nuestras ridículas
picardías.
Tengo derecho de vivir como elija. ¿Cómo? Recuerdo el rostro de mi madre
cuando encontró esa revista que nos pasábamos de mano en mano y todos
escondíamos debajo del colchón. Ruborizada se la llevo a mi padre. Con alivio.
–Mira lo que encontré. Es una chanchada.
Certifi caba que hizo bien su trabajo. Mi padre, rió hasta las lágrimas.
Si digo la verdad todos dirán: Ya me parecía, Me lo veía venir.
Aquellos que en alguna noche de copas o euforia deportiva, se apretaron
en un abrazo. Un roce. Todos los que compartieron el vestuario. Las bromas.
¿Quién levanta el jabón del piso? Ellos, mirarán las baldosas, tratando de borrar
los recuerdos.
Mi padre no soportará el escándalo. Huirá al campo. Prohibirá comentarios.
Evitará la mirada socarrona de los peones. Le quitará, el don de la palabra
a mi madre, para que no me nombre. Borrará sus recuerdos. Condena cruel que
es peor que la muerte. Ellas. Que alboroto. Rabia, vergüenza. Cuanto tiempo
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DOLORES FERNÁNDEZ
perdido en conquistarme. Que bochorno, recordar las salidas. Adiós fl ores secas,
guardadas en los libros. Exorcizarán recuerdos con tijeras fi losas. Clara, la
novia eterna, que guarda a desgano su pureza. Harta del respeto anticuado de
la espera. Querrá olvidar besos. Abrazos. Seducciones frustradas. Maullidos
de gata callejera.
Con ella, saldé todas mis deudas. Ya no más encuentros en la arena Basta
de palabras y caricias lastimeras. Recuerdo la tarde adolescente, cuando fi ngí
perder pie en el arroyo. Corriste a salvarme. Recordaste las clases de primeros
auxilios. Tu boca en mí boca. El miedo en tu cara. Lágrimas. Hubiese muerto
en ese instante. El más feliz. El único. Estabas aterrado. Tosí para que supieras
que me habías salvado. Murmuré, Santiago…
Rodamos por el pasto, como cachorros festejando la vida.
Llegamos a casa acalorados. Gritando palabrotas que escandalizaron a
nuestras madres y alborotaron a las chicas, que no querían quedar afuera del
festejo. Si me atrevo a decirlo. Si te atreves a oírme. Tendremos que huir, a una
vida de amores escondidos.
–Agustín. ¿Te falta mucho? ¿Pensás dejar a la novia plantada en la Iglesia?
–Ya voy, Santiago. Ya voy.
A LA HORA DEL ÁNGELUS
Delfín, provocó dolor desde el momento en que fue concebido.
Su madre, casi niña, saboreo amarguras desde el atardecer en que volvió
sangrando, temblorosa de miedo, deshabitada.
Fue largo el embarazo, sintió brazas en el vientre. El rostro moreno se
agrieto en lágrimas. El cuerpo arqueado por el peso pérfi do, con olor a barro
del arroyo, que perduró en el tiempo, como marca imborrable. Cuando aquella
tarde, fue elegida, no encontró abrazos de consuelo a su regreso. La madre
bajó la mirada y siguió amasando el pan, que por primera vez, fue amargo. Los
perros aullaron. El padre montó su zaino y no regresó, hasta que los ijares del
animal no soportaron más. En el otoño, alucinó, viendo llamas entre las hojas
muertas. La escarcha, le quemó las manos toscas y llagó los pies en fuga. El
calor ardiente de diciembre, la envolvió en miedos. Comenzó a sangrar. De

DESPIERTOS EN LA LLUVIA
tanta soledad, aprendió de los animales, que había llegado el momento de
parir.
Delfín, nació a la par del 25 de diciembre, en un colchón de paja, sin rebozo,
envuelto en trapos gastados. En la casa, brindaban por el salvador que
llegó guiado por estrellas. Sus gemidos se perdieron en el aire, el llanto niño le
borró la tristeza, blanco como la luna llena. Hambriento, se prendió al pecho
moreno. La madre, olvidó. Sepultó, el atardecer de su martirio. Abrazada al
tibio cuerpo, casi, dio gracias al verdugo. Doblegada con su carga de leña, la
madre sonríe, el primogénito corre frente a ella. Un coche negro y lustroso
como toro bravío, se detiene. Imponente. Suntuoso. El niño no teme. La madre
tiembla. ¿A quién pedir ayuda? Todos le han dado la espalda, hasta el cura
de la Capilla, le negó el bautismo. Siempre solos, en las ruinas de la casa. El
hombre, huele a carbones encendidos. Baja del coche, extiende los brazos.
Abraza al niño. La madre quiere protegerlo. Llama. Implora. El jadeo de fi era,
profana el aire del atardecer. El coche inicia su marcha. Corre desolada, los
brazos abiertos en cruz. Quiere detener al impío. El hijo ríe, el padre ríe cuando
la sangre mártir cubre el parabrisas.
El cuerpo mutilado, se funde en la tierra, una leve llovizna la consagra,
el aire, aroma a lirios.
LAS TINIEBLAS TAN TEMIDAS
Despierto. Con las pestañas, atrapo un sueño recién nacido. Tengo que
aprovechar el momento, el Controlador de sueños se acerca. No debe encontrarlo.
Ya he visto de qué se trata su trabajo. Toma al recién nacido y lo coloca
sobre una mesa blanca y fría. Hasta los más olvidadizos saben, que los recién
nacidos, necesitan calor. Pero allí quedan los pobrecitos, tiritando y luego esa
luz que los enceguece. No me atreví a ver el fi nal. Debo ocultarlo, lo colocaré
entre los libros. Nadie se ocupa de ellos, son el mejor escondite. Ellos guardan
ternura y quizá, alguno, tenga una nana para susurrarle. Eso dicen.
Desayuno. Vestido de blanco, está el que repite: Cuchaaara y me muestra
cómo se lleva a la boca. Me divierto, cargo el té con leche con el preciado
instrumento y cuando mi entrenador, sonríe satisfecho, descargo el líquido
dentro de mi oreja. Me espera la que pregunta, no le contestaré. Ella no entiende.
En el mundo, que renace, cuando el sol se junta con la línea oscura, están
los que controlan. Allí no pueden entrar los que tienen recuerdos, esos que
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DOLORES FERNÁNDEZ
se arreglen como puedan. Pero nosotros, los que borramos las vidas pasadas,
tenemos derechos. Los perdemos, si durante el día le complicamos la vida a
los de blanco. Entonces llegan las pastillitas de colores y el sueño te cuelga en
los rincones junto a las arañas que mueven sus patas peludas. La que escucha,
mueve la cabeza y anota. Los anteojos se le deslizan por la nariz y se detienen
en la punta. Yo, pellizco la seda de mi blusa y miro el cielo esperando, que el
círculo amarillo se pierda detrás de la línea.
Es hora de visitas. Llega el hombre triste, él dice que se llama Hijo, tiene
el pelo con hilitos grises, los ojos mojados, dice que me llamó Mamá. Cuenta
que lo llevaba al colegio de la mano y a la salida, tomábamos helados. Yo creo
que Hijo, es un sueño perdido. Sé que le duele el alma. Alma, es una cajita que
tenemos en el pecho, donde guardamos los recuerdos, cuando ellos desaparecen,
estamos vacíos. Él asegura que yo escribía cuentos, que pasaba las horas
enredada en nostalgias. Asegura que me gustaba columpiarme y le aseguraba,
que alcanzaríamos a las nubes más altas que corretean por el cielo.
Hijo está tan triste. Siento un dolor fuerte, como cuando quise atrapar
el fuego con la mano. A veces olvido lo que habla, es que soy una niña y las
penas, son cosa de grandes. Escuchamos música. Bailo, bailo sin parar, me
gusta girar como un trompo, que el piso se mueva bajo mis pies, entonces,
tengo alas, soy un ángel. Aunque no sé qué es un trompo, ni un ángel. Siempre
hay desconocidos a mí alrededor. Por la mañana, me recibe la señora de pelo
blanco y líneas en la cara, con sombras violeta rodeándole los ojos. No sabe
reír. Extiende la mano para tocarme, pero está prisionera y no me alcanza. En
esos momentos revolotean en mi cabeza pájaros negros y recuerdo. Me escondo
detrás de una nube y vuelvo a ser niña.
Me gusta dibujar caminos y montañas, estrellas y molinos, a veces recuerdo
el vuelo de los pájaros y el aroma a jazmines. Hijo me trae esas fl ores
blancas, me dan un dolor blando, en el medio del pecho. Asegura que yo los
cuidaba en el jardín. Pobre, está confundido. Tengo que buscar al bebé sueño,
lo guardé entre los libros. Cuando lo encuentre lo esconderé en el alma, donde
nadie mira. Lo recordé, guardé al recién nacido, entre los libros de Cortázar
y Benedetti. Ellos escribían cuentos y poemas. ¿Poemas o cuentos? No me
acuerdo. No está. Que pícaro, jugando a la escondida, se ocultó, en el libro de
una escritora que no conozco ¿o sí? La foto de la tapa, me recuerda a alguien…

DESPIERTOS EN LA LLUVIA
PUNTO FINAL
Qué hacemos en estos laberintos interminables enfrentados a puertas, que
no sé lo que esconden. Ella es tan débil y se asusta por todo. La siento como
una giba enorme que no puedo ocultar. No quiero abrirlas. Estoy segura que
esconden los recuerdos del pasado. Ya olvidados. ¿O no?
Ella no dice nada. Surcamos las sombras tomadas de la mano, atentas por
si algún enemigo nos acecha. Nos deslizamos como fantasmas fugitivos de una
pesadilla. ¿Dónde está la salida? ¿Y si abro la puerta pequeña?
Ella, tiembla. Presiente que ahí se esconde nuestra niñez, acunada con
gritos. Siempre fui la más fuerte. La que protege. Corremos, las bocas secas.
El grito hecho nudo. Los corazones a punto de estallar. Es imposible seguir
con esta carga. Recuerdos dolorosos, ocultos bajo siete llaves. La adolescencia,
donde ni el ángel de la guarda nos trató con clemencia.
Allí está la salida Soy libre. Tapié mis oídos, apreté los labios, nublé mi
mente, abrí mi mano. Cerré la puerta detrás de mí.
PERSONAJE
Se acerca el momento, ella, se va a deshacer de mí.
Lo presiento. No me incluye en la trama en los momentos claves. Insiste
en mostrarme con el pelo largo, la barba desprolija.
Eso me alerta. En sus apuntes era un héroe moderno. Un hombre irresistible,
exitoso. Bet seller, que todos comprarían sin dudar. Todo dio un giro
inesperado. No quiero inmiscuirme en su vida privada. Pero ahí se esconde
el motivo. No es feliz. Me dejará fuera de las historia. Seré un comodín para
rellenar pasajes en blanco. No le va a ser tan fácil librarse de mí, a muchas
personas le gustan los fracasados. Espían cada señal, lo imaginan tirado en el
sofá. Una botella vacía como única compañía. La ropa sobre la alfombra, el
cenicero desbordando, la piel mustia. Su próxima movida magistral, será empujarme
hasta confundirme entre la multitud, la espalda encorvada. Un triste
recuerdo. Insistirá. Tiene que hacerlo ahora. Es el momento en que los demás
protagonistas se luzcan, crezcan, conquisten. Seré descartado. Acudirá al fl ash
back. Hoy la noté extraña, cuando no está segura tamborilea con sus dedos,
sobre el teclado. Ensimismada. Buscando como quitarme del medio sin vio-
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DOLORES FERNÁNDEZ
lencia. Opacando mi imagen, tanto, que a quien fi je su mirada sobre mí, ya no
le importe lo que me suceda o tenga que hacer un gran esfuerzo para recordar
que papel juego en la historia. Me eliminará sin culpa. El insomnio la acosa.
Despertó de madrugada, dio vueltas hasta enroscarse en las sábanas. Cuando
tiene una idea brillante, su despertar es plácido, se estira como un gato. Busca
a tientas su cuaderno de notas. Escribe. Luego se duerme y no despierta hasta
que el sol está alto. Canta y se sienta a teclear sin descanso.
Hoy se enfrentó a su cara. Trató de borrar los signos del cansancio. No
es tan fácil como borrar unas líneas, un capítulo. Lloró. Quizá sea una buena
señal. Volveré a ser el personaje estrella, presente en cada nudo. Se cruzará
conmigo en las calles sombrías. Apasionado la besaré mientras prepara la
cena. Dudará entre una escena erótica sobre la mesa cubierta de frutas o la
espera ardiente hasta llegar al dormitorio. Razona, especula, en los últimos
tiempos no es fácil competir con la TV que lo muestra todo. Puede optar por
la ternura, le besaré los párpados, logrará que espere con paciencia el momento
indicado. Al lector femenino le gusta la ternura. ¿Quién está libre de
la soledad? ¿Cuántos, suspiran por un tierno abrazo? No podes negármelo, yo
te gusto. Estoy seguro. Ya no me borrará de la historia. No hay tiempo, debe
entregarla. El editor la presiona. Hay tantos escritores en la lista de espera.
¿Ternura o pasión? Qué importa, llegué hasta el fi nal. Cerrará el libro con
cuidado, como lo harán todas, con miedo de herirme, con temor de que salte al
vacío en la última frase y no esté presente en la próxima, donde seré príncipe
o mendigo, dueño y señor, personaje, mientras ella lo quiera.
DOLORES FERNÁNDEZ

BEATRIZ FERNÁNDEZ VILA
PRÓLOGO
Comencé en este ofi cio, hace mucho tiempo. Mi primera herramienta fue
la poesía, anduve con ella, o ella conmigo no sé bien. Creo que esta última opción
es la real: ella conmigo, que me tuvo paciencia y me siguió acompañando
hasta que mis palabras no la hicieron pasar tanta vergüenza. Hace también mucho
tiempo se subió conmigo a un escenario, para ser parte de los espectáculos
de música y poesía de los grupos que integré; “Juancito Caminador” y “Grupo
del Conventillo”. Y aunque esas presentaciones me dieron mucha satisfacción,
siempre tuve latente la necesidad de contar, de poner en el relato un montón
de ideas que se agolpaban desordenadas y pujantes. Creo haber encontrado el
comienzo de ese camino que abrazo deslumbrada.

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BEATRIZ FERNÁNDEZ VILA
LUGARES
Son las cinco y diez de la mañana, hace frío. La calle estaba vacía hace
un rato, pero ahora se llenó con toda esta gente. El guardapolvo que traía en el
brazo está manchado de sangre, se le cae cerca de la chica que está frente a su
asiento, y que acaba de desvanecerse por el impacto. Las sirenas suenan cercanas,
y baja al andén porque también allí hay heridos. Por acá, le dice enérgico
a un camillero que se acerca, y él se dispone a ayudar al anciano que tiene el
brazo destrozado. El escenario es devastador; bolsos y zapatos desparramados,
gritos, y heridos tratando de incorporarse.
Entre los médicos que bajan de una ambulancia reconoce a su jefe de
servicio, pretende guiarlo hacia los que necesitan rápida ayuda, pero pasa de
largo. Él prefi ere pensar que no lo vio, no puede creer que en medio de esta
desolación alguien pueda seguir ofendido por una discusión sin importancia.
Lo ve perderse entre el tumulto, mientras trepa de nuevo al tren. Cuando sube,
la chica desmayada está despertando, tiene las piernas ensangrentadas, pero
no lo sabe por el shock en el que se encuentra. Una mujer mayor le pone en los
brazos a un bebé que la mira a los ojos, pero la mujer cae al piso. En minutos,
la rutina habitual se trastoca; un infi erno de luces que se desplazan hacia todas
direcciones, gemidos, y pedidos de auxilio. Se le confunden entonces los sonidos
de las sirenas; bomberos, ambulancias, y el trajinar de grúas que vienen
al rescate. Del colectivo que quedó atrapado entre el tren y el andén, baja un
hombre con un chico en brazos, alcanza a subir un peldaño de la escalera de
la estación y cae desvanecido, están muy lastimados, él se acerca, sabe que no
hay nada que hacer por el chico.
Sonríe cuando ve aparecer a una compañera del hospital; le grita desde
lejos, para decirle dónde hay mayor urgencia, pero es tanto el ruido, que ella
no lo escucha. Después la ve llegar hasta una mujer embarazada, que se aprieta
el vientre y pide ayuda para el marido. La oscuridad es espesa en algunos
lugares, las luces de la estación, se apagaron; sólo las de las ambulancias y
los carros de bomberos recortan un paisaje lúgubre y desconocido. Los gritos
se uniforman en un murmullo devastador, se vuelven intensos y se pierde
la noción de dónde provienen. Su compañera, comenta con un policía que
la guardia está repleta, que algunos llegaron por sus propios medios, pero
pronto tendrán que derivar a otros hospitales. Suben a la embarazada a una
ambulancia y también al anciano del brazo destrozado; está desmayado y su
cuerpo enjuto no parece más pesado que el de una criatura. La confusión es
grande. Las linternas no son sufi cientes; hay que guiarse por las voces y los

DESPIERTOS EN LA LLUVIA
gemidos que se distinguen con esfuerzo entre el eco intenso del caos reinante.
Él se detiene al lado de una mujer que está rezando, no tengo nada le dice ella,
estoy bien, que Dios lo bendiga.
Una luz tenue aparece lentamente, de a poco los contornos empiezan a
recortarse con mayor nitidez porque el sol está saliendo; tímidamente se detiene
en las ventanillas donde él se encuentra, y hasta le parece sentir un poco
de abrigo en medio de esa desolación. Desde ahí puede ver otras ambulancias
que vienen al rescate, y lo tranquiliza la efi ciencia del operativo. Ya no ve a
su compañera, que se metió en otro vagón, con un bombero que vino a buscarla.
Dos asientos increíblemente aplastados atrapan al canillita al que todas
las semanas le compra su revista de comics, alcanza a mirarlo de cerca en el
momento que el muchacho cierra los ojos.
Algunos pensamientos se agolpan desordenados; recuerda a su padre, y el
desencanto que le causó, cuando lo puso al tanto de que no seguiría sus pasos.
Hasta el título sí, le había dicho, es todo lo que te prometo, pero trabajo en
tu clínica no, lo mío está en otro lugar. No puedo quedarme acá donde sobra
todo, mientras otros me necesitan. El padre fue asimilando de a poco que ese
lugar estaba junto a los Qom. Simuló calma durante un tiempo, y lo llenó de
regalos importantes, distante tal vez, de un hijo al que desconocía, y que había
abrazado esta profesión desde sus juegos de infancia.
Volvió a encontrar a su jefe en medio de los heridos del andén, lo miró de
lejos, y se subió a la ambulancia que partía; acababa de ver a los heridos que
llevaban a quirófano, y pensó que sería más útil en el hospital. En segundos
estaba surcando la ciudad. El sol ya había salido por completo, y las calles
que habitualmente cruzaba caminando se consumían en su mirada llena de
ansiedad. Las calles que guardaban parte de su historia; la escuela, la plaza, la
avenida, llena habitualmente de gente que se va al trabajo, y tan triste en ese
momento, trastocada por la desgracia del accidente.
La llegada le pareció una vivencia de otro tiempo. En la guardia, sus
compañeros hacían esfuerzos por volver a la vida a un herido. Tenía la remera
arrancada en jirones, ensangrentada. “Cuando veas la primera gota de sangre,
te dedicás a la siquiatría”, le había dicho su hermano en broma, el día que dijo
que quería ser cirujano. Se lanzó precipitadamente para ayudar, mientras repicaban
esas palabras ¡No me hagas esto pendejo! gritó el Chino, con bronca,
antes de pegar un puñetazo contra la pared. La enfermera se largó a llorar.
Él dio un paso atrás, desolado. Después, le costó reconocerse en ese cuerpo
inerte, lejano ya; su cuerpo, y él, que tenía tantas ganas, y había soñado que
su lugar era otro.
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BEATRIZ FERNÁNDEZ VILA
MIEDOS-MEDIOS
Información que no forma, deforma
y se amontona en tu oído.
PAMPA YAKUZA
–¡Mirá Paula!… ¡Parece que es tu pueblo! Dejó la plancha a un lado y
miró el televisor.
–Sí… es mi pueblo… –respondió. Y se quedó pensativa, mirando el lugar
que reconocía, pero le resultaba extraño a través de la pantalla.
–Mirá vos… los de la ciudad creemos que la inseguridad sólo la vivimos
nosotros, y en ese pueblo insignifi cante, fi jate las cosas que pasan.
Los noteros le cerraban el paso a una mujer que salía de una casa. Una
muchedumbre le gritaba asesina. Los titulares en rojo furioso, hablaban de
justicia por mano propia, y pueblada.
–¿Qué es pueblada? –preguntó inocente.
–Quiere decir que los vecinos la van a linchar-le dijo la señora.
A ella le pareció reconocer a la mujer que intentaba evitar los golpes que
le daban, a pesar de la custodia policial. El televisor repicó la noticia el resto
de la tarde, y ella se metió en la cocina a preparar la cena. Durante la comida,
los patrones comentaron el episodio y después pasaron de un canal a otro, para
ver cuál lo cubría mejor. En un momento que entró al living tuvo la certeza de
quién era la mujer que había visto por la tarde. Tenía moretones en la cara y
las manos esposadas. Un enjambre de micrófonos y celulares se abalanzaban
sobre un hombre de traje que explicaba que estaba incomunicada.
–¡Creo que es la Herminia! –dijo por lo bajo, y los señores la escucharon.
–¡¿Qué… la conocés?!
–Me parece que sí –susurró apenas.
–¿Quién es? –dijo el señor.
–Una señora que tiene un comedor. ¿Qué hizo?…
–Secuestró a un nene y lo mató. Parece que lo tenía encerrado mientras
los padres lo buscaban por todas partes.
Ella recordó una mañana fría. Un hambre tenaz que la acompañaba. Y un
tazón de leche humeante, que le había servido la Herminia en la misma mesa

DESPIERTOS EN LA LLUVIA
donde comían también sus hijos. Y otras mañanas que pasó por la casa hasta
que su hermano mayor, la llevó a trabajar al pueblo.
–¡Pero fíjate che! ¿Quién va a decir? Un pueblito tranquilo, perdido por
ahí, y pasan las mismas barbaridades que acá.
–Lo mismo le decía yo esta tarde. ¡Si vieras cómo estaba la gente! No te
imaginás, querían matarla.
–Justo ahora que te estabas yendo para allá, mirá lo que vas a encontrar
–dijo el señor.
–¿Pensás ir igual? Mirá que aquello es un lío. Fíjate cómo está todo; el
clima que hay, y la gente del pueblo que la quiere matar a esa asesina –dijo la
señora.
–¡No es verdad! alcanzó a decir tímidamente.
–¡¿Qué?!… ¿La televisión va inventar una noticia como esa? No seas
tonta.
–Acá, sentate acá, cerca de la Tami. Este es tu plato, y ellos son tus nuevos
amiguitos. ¿Te gusta el guiso?
¡Si tenía que ir! iba a ir igual, porque extrañaba. Además, estaba tan cansada,
necesitaba estar allá. En el quiosco de la terminal miró los diarios, una
revista mostraba la cara de la Herminia. La señora que se sentó junto a ella en
el micro, le habló del tema; leía la misma revista que había visto antes de subir,
le comentó que era del pueblo vecino, y que estas cosas antes no pasaban.
Después le mostró una serie de fotos que la impresionaron. Unos adolescentes,
subieron en el camino contando a gritos las últimas novedades. A pesar
del barullo, ella se quedó dormida, y soñó que le servían un plato de comida
envenenada. Cuando despertó, agitada, la señora del asiento de al lado ya no
estaba. Más tarde, tuvieron que esperar auxilio en una estación de servicio
por un desperfecto del micro. En el bar, la chica del mostrador miraba absorta
el televisor; las imágenes eran las mismas de la tarde anterior, y mientras la
atendía, le dijo que no tenía ninguna duda de que había sido esa mujer, bastaba
con mirarla. “Yo lo vi en el canal 17, ellos te cuentan todo. ¿Viste los diarios?”
le preguntó. “Fue ella, a mí que no me digan”.
Ahí, Paulita, fíjate ahí, esa remerita era de mi hija, a ella le queda chica,
llevatela y también esa bolsa de pan. Pensó en sus hermanos, en la próxima
parada compraría golosinas para llevarles.
–¡¿Se da cuenta?!… ¡Qué barbaridad! Con sólo mirarla se le nota en la
cara –comentó un señor a una joven que tenía cerca.
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BEATRIZ FERNÁNDEZ VILA
–¡Estas son las peores! Vaya uno a saber qué les hacía a los chicos que
iban a su casa. ¿La vio a la hija? Igualita a ella. En cualquier momento cae
también. No me extrañaría.
–¡Más bien!… Vaya a saber si no andan en drogas y todo eso.
–Tráfi co de órganos, dicen.
–Yo la vi cuando le querían pegar, ni se defendía.
Paula prefi rió mirar por la ventanilla, y el paisaje la fue relajando.
No te preocupes. Mirá Paulita no les hagas caso. Ellos te molestan porque
son unos tontos, ya se les va a pasar, vos tranquilita, no tenés que hacerles
caso. Además una señorita no anda agarrándose a trompadas. Secate esas
lágrimas y vení. Me vas ayudar a servir la leche, vos repartí el pan.
En el televisor del micro apareció una señora a la que le preguntaban si
estaba confi rmado lo del cráneo destrozado y el tórax abierto. Si estaba al
tanto de los mensajes mafi osos, y si podía confi rmar que era una venganza.
La señora les dijo que no era verdad. Ella era la jueza y desmentía esa versión.
Pasaron de inmediato a las imágenes del día anterior, cuando golpeaban a la
acusada.
¡Bueno Pauli… no llores! Yo sé que decís la verdad, y sé que los chicos
están mintiendo. Vos sos una nena inteligente y tenés que entenderlos. Después
hablo con ellos y todo se va arreglar. Yo te creo. El micro se detuvo poco después,
porque la policía hizo señas para llevar a unos periodistas. La combi en
la que viajaban se había roto, y tenían que llegar a tiempo para la pueblada de
la noche. El señor que hablaba con la chica, les preguntó si tenían novedades.
Era bastante tarde cuando llegaron. Los primeros en bajar fueron los periodistas,
que se sentaron en el hall de la estación para preparar las cámaras. Los
pasajeros se detenían frente al televisor; en un canal debatían un sicólogo y un
criminólogo. El conductor dio paso a un fl ash de último momento, y el fi scal de
la causa explicó que la detenida no tenía nada que ver en el caso; fue el propio
padre quien mató a golpes al chico, y acababa de confesar. Alguien preguntó
si era cierto que la causa se complicaba, porque un nuevo testigo acusaba a
la mujer. El fi scal volvió a decir que no era así, por el contrario, todo se había
agilizado por la confesión del padre. La imagen se desplazó rápidamente a los
estudios donde se había sumado una familia víctima de la inseguridad. Uno
de los periodistas que venía en el micro, antes de salir de la terminal, bajó el
volumen del televisor; en la pantalla quedó latiendo un cartel “Se complica la
causa, aparición de un testigo” Por casualidad, cuando salía, Paula se cruzó
con su prima.

DESPIERTOS EN LA LLUVIA
–¡Viste lo de la Herminia! –le gritó desde lejos. Ella quiso explicarle lo
que acababa de escuchar – Siempre me pareció rara esa. ¿Te acordás que yo
nunca iba al comedor? ¡Más bien!… ¡Qué iba a ir! si se le notaba. Siempre
mandona, siempre tenía algo para decir ¡Andá a saber de qué me salvé! Ahora
me voy para la plaza. ¡Están los de la televisión! ¿Vas a venir?… ¡Esta noche
le quemamos la casa a la asesina esa!
A LOS CERDOS
–Se lo di al Ramón, porque que se queda con hambre.
–¿Y quién sos vos para decidir? ¿Por qué no me lo dice a mí? ¡Que venga
y me lo pida! A ver si ahora voy a tener que andar adivinando si esos se
quedan con hambre. Y vos china, mirá si estarás vieja que te manejan como
quieren. ¿No decís nada?
–¡Que sí doña, que sí!
–Que sí… ¿Qué?
–Que le voy a decir que se lo pida a usted.
La patrona se recostó en el sillón de la sala porque el dolor de cabeza la
estaba matando. Ella corrió las cortinas para que descansara, y se fue apurando
los pasos rumbo a la cocina. A la una venía el patrón del campo, y se
había demorado con la conversación. Aunque le había quedado claro que en
adelante debía cumplir una nueva orden. A través de la neblina que levantaban
las ollas en el fuego, miró por el ventanal hacia el molino. Los nuevos peones
trajinaban con unos fardos que cargaban en un carro. Tendrían la edad de sus
nietos, pensó en ellos. El invierno estaba llegando, y no tenía claro cómo era
el clima en el lugar donde estaban. Era una mañana escarchada cuando se fueron,
y le quedó en la memoria ese día que era más triste que todos los demás.
Hacía tiempo que su hijo había ido hablar con la maestra porque los gurises se
dormían en clases. Al mediodía los vio llegar a los tres en el caballo, y jamás
volvieron a la escuela. Al mes siguiente se fueron a la cosecha de algodón, y
no supo más, estarán hombres pensó.
Cuando los patrones se sentaron a la mesa, ella estaba lista para servirlos.
Los escuchó referirse al asunto del Ramón.
–¡Figurate vos! –dijo la señora– Le andan reclamando a esta fl oja, que se
quedan con hambre. ¡Faltaba más, tener que escuchar esas zonceras! Si hay
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BEATRIZ FERNÁNDEZ VILA
algo que abunda en esta casa es comida. Después, llenó los platos de los que
comían en la cocina, y ordenó que el resto se lo dieran a los cerdos.
CANDELARIA
Fue la Mari, desde que llegó cubierta de miedo, y hasta que la desazón se
le hizo costumbre. Aprendiendo a servir, mientras soñaba que el agua de la
laguna volvía a rozarle los pies, o que las noches de su pueblo venían a curarle
el alma. Y acunó en sus brazos morenos, a los hijos de sus patrones, desde
antes que supieran hablar, cuando ella era todavía la sabia, hasta que sabían
tanto que ya no la tomaban en cuenta. La falta de escuela se le hizo carne, y
con los años pareció más ignorante de lo que era, porque la frescura se le fue
yendo, y ni siquiera preguntaba con la espontaneidad que trajo al llegar.
–Guaynita 2 . Mire que si no está lista para las cinco, la Mercedes no la
puede esperar.
–No me quiero ir abuela.
–No me haga eso m’hija… usted sabe que acá no la puedo tener.
–¿Pero qué voy hacer sola en la capital? ¡No me haga ir que la voy a extrañar!
–Duérmase ahora y pídale a la virgencita de Itatí que la proteja.
Aquella noche, fue el último retazo de caricias que recordaría hasta el
fi nal de sus días. El tren surcaba veloz los maizales. En un abrir y cerrar de
ojos, las cosas que miraba ya no estaban, sólo a lo lejos los ranchos parecidos
al que había dejado, se perpetuaban en el paisaje con obstinación para que el
dolor que llevaba no se le fuera más. La Mercedes le dio unas cobijas para
taparse, y que el único vestido que tenía no se viera impresentable por el polvo
del camino. Llevaba unas galletas en el bolso, pero no probó ninguna.
Por suerte la noche inmensa tuvo piedad y le trajo un sueño profundo. Se
quedó dormida arrullada por el sonido de los acordeones, que desgranaban un
chamamé quejumbroso, y le traían rumor de camalotes.
2 Guaynita: muchachita.

DESPIERTOS EN LA LLUVIA
–Candelaria, quédese adentro m’hija, duerma la siesta, que si no duerme
se la va a llevar el Jasi jateré 3 .
–Abuela, ¿es verdad que a la Glide se la llevó el Jasi?
–Basta m’hijita, duerma. Se me ha puesto muy habladora. ¿Sabe lo que
ese viejo feo hace con las guainytas habladoras?
–Le arranca la lengua para que no hablen nunca más. ¿Es verdad que un
día se le apareció en la laguna, y usted se escapó arriba de un yacaré?
–Duerma m’hija, duerma. No pregunte zonceras.
Enero se derramaba sobre el arenal. La desazón, le arremolinaba los sueños
que la llevaban de nuevo a su lugar.
–¡No me deje ir abuela!
Golpeaba las paredes del rancho, y nadie la escuchaba
–¡No me deje ir! ¡Que tengo miedo!
Nunca había sentido tanto temor, ni cuando se cayó del naranjo salvaje.
Ni cuando la picó esa víbora, y se pasó la noche entera rezándole a Lega 4 para
que no le pasara nada. Ni cuando se llevaron a su madre para el hospital y no
volvió más. Nunca, nunca tanto miedo como el que sentía ahora que la Mercedes
la llenaba de recomendaciones. Y le decía que la señora que la esperaba
era muy exigente. No quiso preguntar qué era eso, pero no le gustó. De seguro
no era algo bueno, porque cuando se lo decía se ponía seria.
Cuando despertó en la mañana, los musiqueros ya no estaban, ni el señor
con la jaula de conejos, ni la señora con las bolsas de naranjas. Iban llegando
a un lugar desconocido, y la gente que subía al tren era muy rara. No dijo una
palabra, aunque se moría de curiosidad. Si la gente de la capital era como esa,
no le iba a gustar. Se quedó muda por el resto del viaje, y cuando el tren se
metió en ese lugar inmenso donde había otros trenes, ya no entendió nada. En
el andén esperaba una señora muy bonita, alta y rubia.
–¿Esta es la chinita Mercedes? Es medio fl acuchita. Espero que sirva.
¿Cómo te llamás?
–Candelaria
–Demasiado largo, te voy a decir Mari. Y espero que aprendas rápido.
3 Jasi jateré: personaje de la mitología guaraní, con el que se asusta a los niños para que
respeten la siesta.
4 Lega: modo familiar con el que se nombra a Olegario Álvarez, bandido rural de principios
del siglo XX. Que en Saladas, en la provincia de Corrientes se venera como santo.
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BEATRIZ FERNÁNDEZ VILA
Después, el desarraigo. Los proyectos de otros, en los que ella no contaba.
La angustia y el extrañar, y el no haber vuelto jamás a su pueblo.
Sentía el cuerpo dolorido. Las paredes del cuarto se derrumbaban en un
sopor pantanoso. La fi ebre la estaba consumiendo, o los años tal vez.
Lejos la laguna, lejos el paraisal, y lejos sus años de Candelaria. Un rumor
de agua tiraba de su sangre, y la volvía a los naranjos, a las siestas, y al arenal.
–Quiero estar con usted abuela.
–Duerma m’hijita duerma.
UN PACTO CON ELLA
Afuera, ella esperaba. Ansiosa como había estado en esos días. Desconfi ada
tal vez, por haber caído en la telaraña del jugador. Adentro, los parroquianos
indolentes, se consumían en un truco manso. Él entró, y con él, el soplo
violento que los despertó del letargo. Instalado en la mesa, el naipe certero
fue a parar a sus manos. En la primera vuelta lo dejó pasar, una y otra vez, lo
dejó pasar. Hasta que la sustancia de esos hombres afl oró plena y dispuesta a
la partida. Nadie sabe decir qué fue lo que propuso, qué ponía en juego. Pero al
fi n ganó la vuelta. Y se quedó adentro, en el espacio límbico, con la certeza de
una noche más ganada a la suerte. Afuera, ella se conformaba con el trueque.
El perdedor la miró, y se dejó cubrir por el negro manto.
BEATRIZ FERNÁNDEZ VILA

CARMEN FLORENTÍN CABRERA
PRÓLOGO
Como mujer nacida en el Paraguay, me duele el alma como constantemente
se habla de la trata de blancas, sé que casi el noventa por ciento son
mujeres de mí mismo origen, escucho de sus padecimientos, sus angustias y
los traumas que quedan para siempre en sus almas.
No puedo creer que en tanto tiempo nada cambie, que sigan siendo engañadas,
producto de la inocencia y la ignorancia.
Me pregunto, es tan difícil concientizar a un pueblo sobre un fl agelo que
afecta a un ser tan querido como puede ser una hija, una hermana o una querida
amiga.
Quisiera que la mujer paraguaya sea recordada como aquella que ama
como ninguna a un hombre, por su pasión, su calidez. Entronándolo a él como
su rey.
Dedico mis obras a todas aquellas niñas que dejaron de serlo en forma
violenta, mancillando para siempre la fl or que llevaba en su alma, que ahora
yace marchita.
Para las mujeres de mis antepasados, que forjaron lo que soy, que a pesar
de vivir en una tremenda pobreza, siempre trataron de pelearle a la ignorancia,
cuna de los peores vicios. A MI MADRE EN ESPECIAL.

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CARMEN FLORENTÍN CABRERA
CON EL ALMA EN LA PALMA
Clotilde Urrutia acababa de arrancarse el corazón, un chorro rojo punzó
ensució la vereda recién lavada por su querida y bien odiada vecina María
Cornicheli, a quién siempre le envidió el buen marido que le había tocado en
suerte siendo ella una bruja, desaliñada y de costumbres ordinarias. Sería que
su destino ya había sido señalado y defi nido por una gitana que le leyó las
manos a su madre y le dijo: –Tendrás una niña de cualidades únicas y dones
especiales.
–¿Qué cualidades y dones tendrá mi niña?
–Nunca se ha de enojar, perdonará todo tipo de error ajeno, ayudará aún a
quien no conozca, creerá todo lo que le digan y como dones especiales podrá
ver el aura de cada ser humano, pero recuerda, dile que si ve un aura negro
mire hacia abajo y corra lo más lejos posible de esa persona.
La tarde en esa confi tería no podía ser más hermosa, unos gruesos y
dorados rayos de sol entraban por la ventana convirtiendo todo en color ocre
tornasolado. La cita a ciegas fue arreglada por María, quien le dijo: –he conseguido
el clon de mi marido, justito lo tú necesitas. Llevaba una rosa fresca
en su mano como contraseña, la cual se secó al ver al apuesto caballero de tez
muy blanca que contrastaba con su negra capa de terciopelo. Sus nervios y
expectativas se multiplicaron al ver lo opuesto que era al marido de su vecina,
pero igual se entregó ante tantas palabras empalagosas y terminó en sus brazos
durmiendo en aquel altillo abandonado. Al llegar la mañana nada de él había
quedado ni siquiera su perfume a incienso. Esperó dos semanas pero fueron
en vano, no aguantó más y le preguntó a María por su amigo, ella dubitativa
le dijo creo que viajó a Transilvania a ver a sus parientes y siguió baldeando
su vereda, la cual la tenía obsesionada al punto de baldearla tres veces en día,
ya que no soportaba verla sucia, su madre desde niña la amenazaba que si
ensuciaba la vereda vendría Drácula a comerla. No contenta con esa respuesta
cruzó la plaza para ir a la iglesia ya que solo con rezos encontraba la paz, pero
de pronto vio a María cruzar en forma opuesta y abrir un pesado portón de
hierro, la siguió y lo que observó no tenía nada que ver con sus costumbres
cristianas, de pronto se sintió vigilada, perseguida y recordó lo que su madre
le habría dicho del aura negro, la única forma de mantener su alma limpia y
salvar al mundo de otros seres sería arrancándose el corazón.

DESPIERTOS EN LA LLUVIA
GANSO SALVAJE
Siempre pensé que no hay aroma más tranquilizante que la mezcla de
lavanda con eucaliptus, te relaja y si lo aspiras muy profundamente, tus fosas
nasales olvidan ese olor. Porque no recuerdo mucho, solo retazos de ese
momento, pero el olor no se me olvida. Aquí me dicen que el tiempo todo lo
cura, como se ve que a ellos no les pasó, lo que los libros te explican no coinciden
con lo que sentiste, ni el asco que causa, ni el pánico que te paraliza. Lo
bueno es que recuerdo muy bien su rostro, transpirado, bigote canoso amarillento,
cabello graso y el olor que despedía su piel mezcla de grasa de motor
y pescado putrefacto. Esa mañana caminaba mirando el piso, desde lejos una
fi gura se acercaba, al pasar al lado mío sentí su olor. Como si un rayo hubiera
atravesado mi cerebro, giré y lo seguí; entró en una pensión, desde el fondo se
escuchaba una cumbia villera. Adopté el chamullo villero y fui a su encuentro.
No me costó más de diez minutos meterme en su pieza y cinco minutos en
atarlo a la cama, sin olvidarme de taparle los ojos. Le daba a entender esto será
único, inolvidable; como todo acto sádico todo sería muy doloroso, traté de
encontrarle el corazón con un gran cuchillo comencé a clavar y a clavar, ¡cómo
gemía! Sus músculos por momentos tensos como si fuera un cerdo llorón.
Cuando cayó de costado, le corté la yugular como a los gansos. Hoy llegué a
este Spa, solo dije que quería olvidar el pasado, encontrar mi paz interior, y
leer mucho, me traje: El Crimen Perfecto, Los Crímenes más Sádicos, Mujeres
Abusadas, y Como Olvidar una violación.
GUIÓN
SIEMPRE ELEGISTE TODO LO VIEJO
Escenografía: Un desván, abandonado, desprolijo. Conteniendo muchos
sombreros. Tres maniquíes de mujer (Torso solo) dos de hombres (torso solo)
todos con sombreros, una bicicleta colgada en la pared y un gran dado.
Iluminación: sobre la protagonista siguiéndola cuando se desplaza.
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CARMEN FLORENTÍN CABRERA
–Así es que este es el lugar que tanto resguardabas, siempre te gustó todo
lo viejo, lo usado pero con poco pasado.
–Qué raro que dejaste todos los sombreros que le daban el toque al personaje,
como siempre decías. Pero miren si hasta tiene reproducidas las cabezas
de esas tres mujeres que perdieron la cordura por vos… mirá que tenés que
ser turro, ah pero si me quedé corta, tenés la cabezas de esos dos pobres tipos
a quienes le sacaste el amor de sus vidas.
La bicicleta la colgaste también, no podías con tu genio o tenías miedo
que te lleve por el otro camino, ese que termina justo en la casa de ella.
¿Mirá?, el dado, ahora entiendo cuando me decías no lo decido yo… siempre
fuiste cobarde, no sé de qué me asombro.
¿A que ella anduvo por acá?, ese perfume rancio mezcla de colonia La
Franco Inglesa y naftalina, otra que conserva todo a cualquier precio como
vos. Debe mirarte por la ventana de la cocina y pensar “como diría mi abuela,
todo potro viejo termina domado” Shh creo que ahí subís para estar con tus
recuerdos. Sabés, te perdono porque no he visto mi cabeza. Espero que la
hayas guardado en tu corazón.
UN CASAMIENTO MUY POBRE
CON UN OCULTO SECRETO
Pancrasia Estigarribia mucama de mi archienemiga Mónica Alderete se
casaba de una forma muy apurada y precaria. El salón que eligió fue un quincho
que había pertenecido a un colegio ya abandonado, yo había sido invitada
nada más porque me ofrecí por si necesitaban de mi ayuda, solo me pidieron
que colabore con los centros de mesas, el carbón, el pan, diez latas de duraznos
en almíbar para el postre, y el traje de mi marido para el novio, ya que ambos
eran petisos. Mi generosidad y mi astucia para organizar eventos notó que faltaban
algunos detalles más. Un desodorante para el baño, papel higiénico, un
pequeño botiquín de primeros auxilios y un bidón de kerosene para las estufas
ya que era pleno julio. El ansiado día llegó y yo tuve que cambiar mi tapado
de zorro plateado por el viejo de nutria sin depilar para no desentonar con
los invitados. Mónica Alderete como siempre queriendo sobresalir, llevó uno
de zorro colorado largo hasta los pies. No bien llegué observé que el cotillón
había sido prestado, en uno decía “Feliz cumpleaños” en otro “Feliz Navidad”
y hasta había un pasacalles “Estamos felices y orgullosos de vos, Bienvenida

DESPIERTOS EN LA LLUVIA
Doctora”. Comencé a mirar mis centros de mesa dignos del Hilton, una vela
de color rosa rodeada de rosas rococó rosadas, sobre diferentes manteles que la
familia había reunido. Vasos y platos descartables, regalo de boda de Mónica
su patrona. Al salir del quincho te encontrabas con una vieja pileta semienterrada
de los cuales veía sobresaltar cosas, pensé serán velas aromáticas que
fl otan y van de un lado a otro, no simplemente eran sapos. Entré nuevamente
al salón para ver si todo estaba en orden. Las estufas andaban, el equipo de
música tenía para pasar diez CD y los invitados ya mostraban cara de hambre.
Bueno dije, me prestan atención en un rato hacen su arribo los novios, no bien
terminé de decir eso… se cortó la luz, grité para que no haya pánico, está todo
bajo control y encendí mis diez centros de mesa.
Al Llegar los novios se emocionaron al ver todo a la luz de las velas, pero
luego quisieron llorar al saber que no había luz, por suerte no hay mal que dure
cien años, así fue que la luz volvió a las dos horas. El momento más esperado
por ellos estaba por llegar, me pareció una idea original, que los invitados les
den a los novios sus respectivos regalos en presencia de todos. Así fue que recibieron
media docena de vasos, una toalla, una ensaladera, otra media docena
de vasos, dos tarros que decían azúcar y yerba, repasadores, pero yo veía que
el tío de ella era el más ansioso y el que llevaba el paquete más grande, por eso
lo dejé para lo último, sabía que sería una gran sorpresa y vaya si lo fue, en su
turno se acercó a la novia y le dijo, querida sobrina les compré esta bañaderita
amarilla porque no sabemos si va ser nena o varón. La novia empalideció y
se desmayó, el suegro del novio lo llamó a un costado y las dos madres de los
novios pidieron que les tomen la presión. Yo para calmar los ánimos pedí que
pongan… la Vida es un Carnaval.
HIJOS NEGREROS
Néstor Santibáñez abrió los ojos despacio, cada pestaña le pesaba más
que una bolsa de pan, Se estiró en la cama y de reojo vio cómo su madre había
llegado de trabajar.
–Vieja ¿qué comemos hoy?
–No sé todavía hijo, voy a ver lo que me dieron de las sobras y preparo
algo.
–A ver si un día te la jugás y me haces un pastel de papas, vos sabés que
es mi locura.
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CARMEN FLORENTÍN CABRERA
–Lo que pasa que no me pagaron y todavía no sé cuándo cobro.
–No te estarán tomando por boluda, porque si es así voy y les prendo
fuego la panadería.
–Y… vos no conseguiste nada, una changa, algo. Me dijiste que te levantabas
temprano y averiguabas El Plan Todos Comeremos Igual.
–Pero ya sabés, cayó anoche el Cacho y me invitó a tomar algo, yo le aclaré
mirá que no tengo un mango, pero como es un amigo de fi erro me dijo pago
yo, y vos podés creer que cuando me di cuenta ya eran las cinco. Hablando de
mangos necesito un préstamo hoy juega mi yegua favorita.
–Mirá todo lo que tengo es para la garrafa.
–Y bueno dámelo, vas a ver que gano y te doy el doble.
–No, esta vez no me hacés más el cuento, andá a buscar un laburo y pagate
vos tus vicios.
–¿Qué dijiste? Yo Laburar, ni en sueños, así que dámela o estoy perdiendo
la paciencia.
–Y yo perdí las ganas de vivir, así que hacé lo que quieras.
–Decime donde está la guita.
–En la lata de tabaco, arriba del ropero.
Pobre vieja creo que le hice un favor, estaba cansada de trabajar, ya era
hora de que descanse.
LA MALA LUZ
Estaba Ciriaca Quintana dándoles de comer a sus muchas, chillonas y
regordetas gallinas, cuando al levantar su vista se vio cegada por una luz
brillante y caliente, parecía un gran brasero dijo, cuando se lo describió a su
marido. Eleuterio Samaniego hombre de no temerle a nada ni siquiera al señor
de las tinieblas. Salió con su viejo y muy usado machete a meterse en el monte.
Lo primero que notó fue que las lianas se multiplicaron, formando una especie
de telaraña difícil de cortar, no dejaban avanzar más de un metro por hora,
las cortezas de los árboles parecían cocinadas, se volvieron blandos y estaban
calientes. Los frutos de las palmeras parecían en almíbar, pero recién ahí notó
el silencio que le penetró por los oídos y lo dejó casi sordo, sin ningún indicio
animal o alma animada. Un zumbido de micrófono no calibrado lo aturdió y

DESPIERTOS EN LA LLUVIA
se volvió a su casa. Ciriaca le pregunto qué quería comer pero solo le respondió
raíces, ese día le dio papa y zanahoria, a la tarde le ofreció unos mates,
pero solo tomó agua del arroyo. Se estará purgando pensó su mujer y se fue a
dormir, esa noche pasó de su vida terrenal a la celestial sin sentir dolor que no
es común. Hoy Eleuterio Samaniego vive solo, no come otra cosa que raíces,
toma agua del arroyo, plantó cada una de las gallinas para que no se muevan
y se calienta las manos con el gran brasero.
MUJER ENSAYA TRES VECES SU MUERTE
ANTES DE QUE CANTE EL GALLO
No me acuerdo bien el nudo como era, pero cuanto más lastime mejor
total será el último dolor que sentiré. DIOS PERDONAME, cierro los ojos
para no seguir viendo este inmundo mundo… ¿qué pasó? me golpeé la cabeza
contra la pared ¡ay! me duele mucho, pero qué perra suerte la mía tirante de
mierda estabas podrido. Tres pisos serán sufi cientes para que mi cabeza se
reviente en el asfalto.
DIOS PERDONAME abro bien los ojos quiero ver mi muerte… no, no
sobre el árbol, no ¡ay! ¿Qué hago en su copa parezco un pajarraco todo desplumado
che? ¿Qué hacen? nunca vieron una persona trepando, semidesnuda,
con la ropa hecha girones, chusmas, les grité y me fui furiosa. Son las cuatro
el gallo canta a las cinco, tengo que demostrarle que lo amaba cuando le dije,
me mataré por ti antes de que cante el gallo.
Ya sé, esta no me va a fallar, camino agitada las tres cuadras que me separan
de la muerte segura y una de las más espantosas. Me acuesto en forma
de cruz falta cinco minutos para que pase el rápido a Junín, pobre gente se les
retrasará su viaje pero que se jodan yo estoy primero, DIOS PERDONAME,
cierro los ojos espero… espero… pasaron como veinte minutos ¿qué pasó?
desde el suelo le grito a un vecino que andaba por ahí. Otra vez, ¿qué pasó con
el tren a Junín? Lo suspendieron hasta mañana, hay paro general.
–Buen día doña Clementina ¿no sabe porqué su gallo no ha cantado hoy?,
¡ay querida!, lo que pasó es que antes de anoche soñé que si mi gallo cantaba
alguien iba a morir, entonces hice un buen caldo con él.
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CARMEN FLORENTÍN CABRERA
LA MUJER DE LOS MIEDOS
Siempre me gustaba ver pasar a Jacinta Cabrera, ese andar de pasitos
cortos pero rápidos me hacían recordar el correr de las gallinas de mi tía Pepa,
pero también me generaba lástima, su cara denotaba una angustia antigua de
la cual no podía desprenderse me intrigaba saber ¿a qué le tendría miedo?
De los cuchicheos del mercado me enteré que su padre había muerto en
circunstancias extrañas antes de que ella naciera, pero lo más raro fue ver
salir del hospital a su madre teniendo a Jacinta en sus brazos junto con un
apuesto caballero de apellido Cabrera, cuando en realidad el apellido paterno
era Reynoso. De la nueva relación de su madre hubo muchas especulaciones
desde maltrato hasta… no quiero referirme a eso como lo llamaban las viejas
chismosas. Sé que tuvo un festejante que la pretendía pero su envidiosa madre
llegó a decir, si yo no fui feliz ella tampoco lo será y fue así que dispuso su
futuro con un primo lejano, al cual conoció el mismo día del casamiento, me
contaron que sus huesudas piernas no paraban de temblar en el altar y que de
vuelta de la luna de miel no salió de su casa por un mes.
Las malas lenguas también insinuaban que para salir un rato del infi erno
en que vivía, se enredó con un peón de la estancia de su tía y que al parir su
primer hijo eran dos gotas de agua. Un día no aguanté más y la llamé Jacinta,
pero parecía que no escuchaba. Volví a gritarle, de golpe paró sus pasitos
apurados y mirándome fi jo me dijo ¿qué querés preguntarme? –¿a qué le tenés
miedo?, al amor, me contestó –¿por qué vas siempre apurando tus pasos? nada,
siguió caminando –¿en qué puedo ayudarte le grité? –¿por qué miras al piso al
caminar?, para no verlo y ahora ya es tarde los verdaderos hombres no esperan
veinte años para preguntarte ¿en qué puedo ayudarte? y de lejos la vi caminar
ya despacio sin prisa y mirando al frente.
LOS QUINOTOS FUERON A LA FIESTA
La cocina se inundó de ese aroma meloso, dulce y ácido que largan los
quinotos, el almíbar hervía con tanta ebullición, que parecía superar a un
volcán. La cacerola de aluminio se veía pegajosa, difícil luego de lavarla, pero
contenía en ella los mejores quinotos en almíbar, que darían el toque fi nal a
esa esperada y hermosa fi esta: El Día del Amigo, festejo que debería incluir
solo a aquellos que nuestro corazón haya señalado.

DESPIERTOS EN LA LLUVIA
–María alcanzame los clavos de olor, casi me olvido, qué cabeza la mía,
justo yo que tengo todo y a todos en cuenta. No veo la hora que llegue el sábado.
–Señora, discúlpeme que le pregunte ¿Por qué lo pasa con la señora Estela?
–Es que tuvo la gentileza de invitarme, la última vez que la vi, ¿Te acuerdas?,
cuando le llevé a su casa el vestido que me pidió prestado.
–Discúlpeme otra vez, pero hay algo en ella que no me gusta.
–Es que no la has tratado, es una persona muy inteligente, de muchos
conocimientos y con dos títulos Universitarios.
–Mi madre no tenía tantos títulos, pero era de cara más confi able.
–Bueno María, luego de apagar el fuego, pongamos la cacerola al patio
para que se enfríe y ya lo envasaremos. He comprados uno frascos hermosos,
papel celofán y cinta de terciopelo, aparte de quedar bien con los dueños de
casa, haré unos individuales para cada pareja invitada.
–¿Usted los conoce?
–En realidad no, solo sé que somos cinco parejas. Que cada una de ellas
frecuenta otro círculo. Pero eso no importa pienso que serán buenas personas
y pasaremos un rato agradable, hablando cada uno de su vida cotidiana, amenizando
con humor. Salieron al patio, apoyaron el dulce hirviente sobre una
mesada y esperaron que el viento haga su trabajo.
–María acompáñame al cuarto que debo elegir el vestido que me pondré.
–Señora todos le quedan bien.
–Pero no entiendes son personas importantes, debo ir a la altura de las
circunstancias. Ayudame… a ver este celeste es muy escotado, el traje verde
es hermoso pero está muy gastado, creo que me pondré como siempre el traje
negro y le agregaré a mi vieja camisa blanca, una puntilla.
María la miraba desde la puerta, hacía meses que no la veía jubilosa o con
ganas de ir algún lugar, más precisamente desde hacía seis meses, momento
en que decidió poner fi n a su matrimonio, algo que la dejó con unas ojeras
y el fi n del brillo de sus ojos, los que empeoraron al tener que trabajar doce
horas al día para pagar el alquiler y sus pequeños, pero muchos gastos ya que
debía ayudar también a sus padres a quienes no le alcanzaba la tan ansiada
jubilación. Por eso ese día decidió darle una mano con los quehaceres, ya que
cuando ella necesitó una ayuda, ella siempre estaba. El día llegó, solo faltaban
dos horas para salir. Los Frascos envueltos parecían joyas y no unos simples
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CARMEN FLORENTÍN CABRERA
quinotos en almíbar. La ansiedad la consumía. De pronto sonó el teléfono y la
voz de Estela del otro lado asomaba.
–Hola Elsa, soy Estela.
–Hola! Ya terminé de envasar los quinotos, me cambié y solo espero que
me pasen a buscar. ¿Pasa algo?
–En realidad solo sé que vos me entenderías… Fui al cristalero y solo
encontré ocho copas de cristal…
–No te preocupes tomo en vaso… ¿qué problema hay?
–Es que… también tengo solo ocho platos de porcelana y odio ver que
algo no haga juego y para completar el cuadro conté y solo cuento con ocho
sillas tipo thonet. Yo sé que me comprendería si te pido que no vengas, pero
también te tengo que pedir, que todo esto no lo cuentes y solo di a los demás,
que preferiste ir a otra reunión ¿Cuento con vos, no?
–Si por supuesto, solo me queda una pregunta ¿Qué hago con los quinotos?
–De eso te iba a hablar, ya te mando un remis para que me los mandes,
los necesito para el postre. Ah… y no te hagas problema entregaré los otros a
mis invitados en nombre tuyo. Espero que tengas un feliz día del amigo. Adiós.
–Adiós… Elsa se empezó a descalzar, tiró sus viejas botas debajo de la
cama, dejó caer toda su ropa al suelo y repetía en voz alta, muchos conocimientos,
dos títulos Universitarios, una casa de dos plantas, un auto cero K,
vacaciones en Europa… Pobre mujer.
CARMEN FLORENTÍN CABRERA

MARÍA LEONE
PRÓLOGO
Una historia como otras tantas, no pretende ser un ejercicio literario, ni
un cuento ni parte de una novela, es simplemente lo que enuncia su título.
Nació de un ofrecimiento de homenajear a los inmigrantes con motivo de los
festejos de Bicentenario de la Argentina. Recogí el guante, padres y hermanos
italianos, me permitía contar una historia, como las cientos de miles que
hubo, solo que esta es especial, pues es la mía, abreviada toda ella en la fi gura
de mi madre. En los trabajos que le continúan, podrán notar que he tomado
cierta simpatía por las “micro”, ya sea fi cciones, narrativas, poesías. Espero
que lo que estoy aprendiendo con la Sra. Marta Mutti, se vea refl ejado en las
formas, si no lo logro, es porque todavía me falta mucho por incorporar. Sí, les
puedo asegurar que escribí a corazón abierto, en medio de un río de lágrimas
de dulce emoción, sabiendo que desnudaba parte de mi intimidad, pero que
seguramente acompañaría por unos momentos no solo a mi Gente, sino también
a todas esas personas, que con vivencias parecidas, formamos ese grupo
de hijos de inmigrantes, con todo el aporte cultural que eso conlleva y con ese
“aire” especial que nos damos, mezcla de nostalgia, dolor, temor a recorrer el
camino inverso, también alegría, tener nuestros pensamientos un poco aquí,
otro poco allá, siempre queriendo marcar algo diferente, cuando en realidad
solo somos personas del mundo con historias del mundo. Con todo el respeto
que los lectores se merecen, aquí va mi pincelada de sangre siracusana… A
Corazón abierto…

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A la Mamma Enzina
MARÍA LEONE
UNA HISTORIA COMO TANTAS OTRAS
Era una tarde como tantas. Su esposo, en Italia, visitando a la familia.
La hija en su trabajo. Hacía frío, la estufa convertía en agradable estar todo el
tiempo dentro la casa. La muchacha que la acompaña, mirando esa novela que
a ella tanto aburría. Se sentó a intentar sacar un punto nuevo con las agujas
de crochet, quería tejer algo lindo para los nietos. Entretenida estaba cuando
sonó el teléfono.
Del otro lado de la línea, él preguntaba cómo estaba todo, contaba lo
emocionante que era reencontrarse con los suyos, y así como si nada, le dice:
–Te tengo una sorpresa, esperá que paso el teléfono –y una voz que la
paraliza le pregunta:
–¿Cómo estás? Soy Graziella, tu hermana. No pudo decir nada, después
de un eterno silencio, colgó el tubo y se dejó caer en el sillón.
Nadie pudo reparar en la palidez de esta envejecida joven mujer. Sola, fue
recobrando el aliento y para aquietar su espíritu, se refugió en sus recuerdos.
Sus pensamientos anclaron por sus dieciséis años, esa mañana en que la
casa estaba revolucionada, todos agitados desde temprano por el casamiento,
menos la novia, su hermana, que dormía plácidamente, ajena a todo preparativo.
Hubo que sacudirla para que despierte y comience a arreglarse. Qué
extraño temperamento tenía de joven, ¿seguiría así?
Al fi nal de ese día, los recién casados partieron hacia Trípoli en donde
vivirían, dejándola a cargo de su papá, su madre muy enferma y un hermano
de ocho años, a quién cuidaba como su hijo. Había conocido a quién sería su
amor por siempre y esperaba a ser un poco más grande para que los padres
bendijeran el noviazgo.
Junto con el compromiso llegó la muerte de su madre, el primer gran dolor
en su vida. Pasados los tiempos del duelo y a pesar que Europa ya estaba
hirviendo con la segunda guerra mundial, los novios y familias, así era en
aquellos tiempos, deciden la boda. Sonríe al recordar cómo estaba emocionada
ese día, lo hermoso que fue el viaje de luna de miel a Roma, cómo tuvo que ingeniárselas
para mantener la armonía en la casa, pues se habían quedado a vivir
con su papá, pero eran jóvenes, estaban llenos de proyectos, había alegría.

DESPIERTOS EN LA LLUVIA
Italia entró en guerra pero los combates eran tan lejos del pueblo, que no
tomaban plena conciencia del peligro. Así pasaron algunos años, la llegada del
primer hijo, buscando a la nena, otros dos varones más.
La lucha, era cada vez más cerca. Empezaron los racionamientos de comida,
aunque nunca les faltó lo indispensable. Hasta estuvieron viviendo un
tiempo en el campo de unos amigos, en un exilio forzado, hasta el desembarco
de las tropas aliadas. Otra vez se sonríe al recordar que una de las abuelas del
lugar, la hacía esconderse cuando sabía que había soldados cerca.
La pobre anciana no sabía diferenciar entre leales y enemigos y a pesar
que los combatientes regalaban chocolates y goma de mascar a los niños, desconfi
aba y a ella la dejaban en el granero, tapada con fardos.
Joven, rubia y con ojos claros, era invitación al pecado, así que en tanto
el marido estaba trabajando en la ciudad, ella tenía como compañía a los animales
y a la cosecha recién levantada.
A los festejos por el fi n de la guerra, siguieron tiempos difíciles. Todas
las familias tenían pérdidas que llorar. A pesar de las fuerzas que ponían en la
reconstrucción, siempre se hablaba que en cualquier momento otro confl icto
estallaría. Para quien tenía hijos, la palabra guerra, era la peor de todas.
Y llegó el día en que tanto oír hablar de la Argentina, más las cartas de la
cuñada invitándolos al paraíso que ella ofrecía, hizo lo suyo.
Paz y prosperidad fueron tentación sufi ciente y hacia allí partió él. Otra
pena, quedarse sola con los niños, el bebé ni caminaba. Su papá la consolaba
diciendo, seguro se vuelve en el primer barco. Él juraba que apenas juntase el
dinero, les mandaba el pasaje para los cuatro.
En su corazón sabía que el destino la llevaría lejos, al esposo hay que seguirlo,
así lo haría. Poco tiempo pasó entre llorar el hasta pronto a su marido
y el llanto de su propia despedida.
Cuando llegaron los billetes para el barco la alegría se trocó en desesperación,
debía dejar a su padre, ya mayor y a su hermano muy joven, ambos la
necesitaban, pero sus hijos también tenían papá y los reclamaba. Entre todos
la ayudaron a preparar su equipaje, a darle fuerzas, tenía un largo viaje por
delante, sola y con los pequeños, necesitó tanto de aquella gente tan querida, le
hacía tan bien oír a su papá decir, pronto estarán de vuelta, harán la América,
y aquí, todos juntos otra vez.
Ahora, después de tanto tiempo, podía entender que ese dolor que le partía
el pecho, era presentir que no los volvería a ver, que nunca más retornaría a
esa casa, en donde habían nacido ella y después sus hijos.
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MARÍA LEONE
Al fi n llegó el día, el adiós fue en la estación de trenes, de allí a Génova
y a seguir. Su cuñado la acompañó ese tramo hasta subir al barco y después,
solos. Las otras gentes, en igual situación, llorando y agitando pañuelos, así
empezaron a conocerse, acompañarse y confortarse unos a otros. La mañana
del arribo, se despertaron rodeados de agua de color extraño, ¿qué es?, el Río
de la Plata, el río color de león, fue la respuesta, y ella no entendía, un río tan
inmenso y de ese tono ¿Dónde está el Mediterráneo que salpicaba mi ventana
los días de tormenta? Lejos, muy lejos.
A la emoción del reencuentro, le siguió la sorpresa y el espanto bien disimulado,
al ver cuál era su nuevo hogar.
Dos grandes habitaciones y un espacio improvisado para cocinar, de chapas
metálicas, en una propiedad que compartían muchas familias, al igual que
el único baño. Después aprendió que se los llamaba conventillos y allí pasó
los siguientes siete años, en donde nada fue peor que saber que su hermano
había fallecido, y nada fue mejor que dar a luz a esa nena con la que tanto
habían soñado. ¡Ay niña!, pensaba, algún día me reprochará que sus hermanos
nacieron mirando el Mediterráneo y ella bordeando el Riachuelo. Y sí, seguido
lo menciona, pero no enojada, lo hace más bien con ironía, ella se siente
argentina, vaya si lo es.
Un nuevo recuerdo la turbó. Fue aquel el día en que su alma confi rmó que
ya no volvería a su tierra. Estaban contando el dinero que tenían ahorrado. A
pesar del sacrifi cio, no habían hecho la América, pero sí podían comprar una
casa, y en ese nuevo sueño se aventuraron.
Al fi n fueron a vivir en una casa como tenían allá, de material, los chicos
tenían su habitación, la cocina cómoda y un baño dentro la casa, ¡sí! después
de años, podían bañarse bajo una ducha. Y lo importante, eran propietarios.
Más la vida es un ir y venir y la alegría del techo propio se vio opacada
por una enfermedad, tanto clima húmedo, tanto lavar bajo la lluvia en el conventillo,
pues había que respetar los horarios asignados para el uso del piletón,
que apareció el reumatismo que de a poco afectó su corazón y más tarde una
parálisis que le difi cultaba la movilidad. ¡Bah!, pensó, qué importancia tiene
eso, si tuve que pasar por lo peor que le pueda suceder alguien, la muerte de un
hijo. Pensar que emigramos para que una bomba no nos arrebatara a nuestras
crías y un conductor endiablado, terminó con los sueños de ese joven y solo
nos quedó su hijita como consuelo.
Ese niño, que a sus cinco años correteaba por el barco, ganándose la
simpatía de los cocineros y todos los días nos traía al camarote los pancitos
calientes, recién horneados. Fue creciendo lleno de amigos por su carácter ale-

DESPIERTOS EN LA LLUVIA
gre y bondadoso, Dios se lo llevó. América debía darnos riqueza y se terminó
quedando con parte de mi sangre.
Después de más de veinte años de vivir aquí, haber estudiado junto a sus
hijos para aprender el idioma y la historia de esta tierra, haber sido abuela, a
su esposo le llega la jubilación y decide que es momento de visitar a la familia,
pretende que ella lo acompañe, sin medir la importancia de la propuesta, dado
su estado de salud, pero esta vez dejó a un lado la sumisión y amable pero
fi rme dijo, ve tú solo, no te preocupes, yo salí de mi país llena de salud y con
un hasta pronto, no pienso regresar a que me vean así y se compadezcan de
mí. Mi hermana, bueno, ella sabrá comprender.
Ni su marido ni su hermana lo entendieron. Hoy, esa voz que fue tan querida,
a la distancia que marca el tiempo, le resultaba simplemente desconocida.
El sonido de la puerta abriéndose la trajo a su presente.
–Hola mamá, ¿por qué tienes esa expresión en la cara? ¿Qué ocurrió?
–Nada hija, es que llamó papá para ver cómo estamos y me pasó el teléfono
para hablar con mi hermana. No pude. Corté.
–¡Este padre mío!, él está de festejo visitando a los suyos y se olvida lo
mal que te hacen las emociones fuertes. Él siempre para adelante, sin medir
consecuencias. Vamos a hablar seriamente cuando regrese.
Y con una sonrisa forzada, piensa, hijita siempre fue así, él tomo las decisiones
y mi tarea fue acompañarlo, lo seguí cuando hubo que emigrar y en
todo lo que después vino, así pudimos ser familia en una tierra que no era la
nuestra.
ELECCIÓN
A la Sra. Berta de Merel
A la Sra. Lilia Lasagna
Te levantarás una mañana, en armonía. Ya tenías decidido que ese sería
el día. Le ofrecerás, con cariño, su desayuno. Lo acompañarás. Te vestirás,
arreglarás tus cabellos, el espejo devuelve una agradable imagen. Sonreirás.
Él, ya dispuesto a salir, se acercará a saludarte, le ayudas a ponerse el abrigo,
acomodarás su bufanda y con voz pausada, mirada fi rme, le dirás “cuídate,
afuera está frío, he retirado de tu portafolio, las llaves de la casa y en el au-
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MARÍA LEONE
tomóvil he puesto una valija con algunas de tus cosas. El resto las enviaré al
domicilio que me indiques ¿o acaso, al de la calle Florida?”. Se irá callado,
nada hay para agregar. Lo verás partir, te parecerá que camina erguido, quizás
sin peso en sus espaldas, pensarás. Tendrás resuelto llegar más tarde a tu
empleo. Te servirás otro café, Tomarás el periódico recién llegado. En tanto
lees, la libertad, caerá sobre ti como cuentas doradas. Disfrutarás, al fi n, la
soledad, a solas.
DESVELOS
¡Qué increíble! Acabo de vivir uno de mis días más felices y no puedo
dormir. Antes, me desvelaba la soledad y ahora lo hace la felicidad ¡Tonta, mil
veces tonta! ¿Cómo puede hacerlo él y tan profundo? Hasta tuve que tocar su
pecho, para asegurarme que respira. ¿Soñará con nuestro paseo? El sol nos
acompañó desde temprano. Esa playa lejana. Nuestros cuerpos desnudos. El
mar tibio, nos hizo amarnos hasta el cansancio. ¡Cuántas cosas nos contamos!
Fuimos por muchas horas, un hombre y una mujer, que sintiéndose solos en el
mundo, comenzaron a proyectar su destino. Quiero despertarlo y contarle que
temo dormirme y que al abrir los ojos, en la mañana, el futuro que planeamos,
se haya esfumado. ¡No! Eso no sucederá. Estoy bien despierta. Todo es real.
¿Es real? Mejor lo abrazo, lo beso y acaricio y dejo que el placer me sume a
sus sueños.
MONÓLOGO
Cómo me duele ver sufrir a mi amiga. Ya pasé por esto, por eso me lo
cuenta, sabe que la entiendo. ¿Cómo puedo ayudarla? Me pide consejos, se los
doy. Estoy dispuesta y la escucho en cada momento en que necesita desahogo.
Ofrezco compañía. Sé que agradece mi apoyo. Quisiera decirle mil cosas, pero
¿debo? ¿Cómo expresarle con palabras el desconsuelo, el desgarro que sentirá
en su corazón, cuando llegue el momento? Apenas puedo insinuarle la tremenda
experiencia que signifi ca ver partir, a quien nos dio la vida. Sólo podré
estar a su lado, sosteniendo. Sería aconsejable que yo también comenzara a
prepararme. No podré evitar, revivir mi propia pérdida.

DESPIERTOS EN LA LLUVIA
SED
En la vastedad de la playa, camino hasta desfallecer. Sediento busco alrededor.
Solo el mar. Nadie repara en mí. Nada puedo esperar. Apenas soy un
granito de arena.
MUERTE
Es la hora señalada. No puedo equivocarme. Los escalofríos anuncian su
llegada. Puntual. Responsable en su tarea. Llama a mi puerta. Ha llegado la
Señora.
PERDIDOS
Desencuentros en las cosas mínimas. No entenderse en los temas importantes
del vivir. Todo es andar a tientas, en las tinieblas.
COMBATE
Mi sombra, se ha revelado. No se conforma con acompañarme. Quiere
más protagonismo. No tiene en cuenta que estoy ocupada, luchando con mis
fantasmas.
SOL DE MEDIANOCHE
Todo era oscuro y no por falta de estrellas. Hasta la luna resplandecía. Un
alma en pena no entiende de lunas llenas. Cuando el dolor ocupa lugares vacíos,
hasta una suave brisa, se siente como vendaval y una gota de agua suena
a copiosa lluvia. Al irse dijo que no retornaría. En sombra mi vida convirtió.
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MARÍA LEONE
Cuando logro dormirme y con él sueño, la dicha se hace presente por algún
instante y a la medianoche vuelve a salir el sol.
FOTOGRAFÍA
Los niños con sonrisa fotográfi ca, posan juntos. Piensan: ¿cuándo cortarán
la torta? El cumpleañero en el centro de la foto, tiene las piernas cruzadas,
pose de niño superado. En tanto abraza fuerte a los otros, aún a Juanito, que
muestra los dientes, forzado, tratando de soltarse de esa mano que aprieta su
cuello.
POESÍA
DE SUEÑOS Y REALIDADES
Voy caminando feliz y compruebo
que las palomas viraron su plumaje
al azul cielo y van esparciendo la paz
fundidas en el fi rmamento.
Ya en el hospital pregunto
qué emergencias tenemos y
tan solo me responden ni una,
solo son nacimientos,
qué maravilla la vida nos regala vida y
la muerte se recogió en un largo descanso
¿pues entonces hoy que hacemos?
todos los médicos cuestionan
a traer pintura y brochas
coloreemos las paredes,
no hay niños enfermos, ni desnutridos
todos juegan en la plaza
sonriéndoles a su destino.
Regreso a casa en una suerte de alfombra mágica
no molestan tránsito ni gentes
un vecino me sonríe y me ayuda con las bolsas

DESPIERTOS EN LA LLUVIA
al entrar veo la mesa puesta con velas encendidas
la comida que prefi ero en los platos y
un fuerte abrazo dando la bienvenida.
Del radio reloj una voz taladrante
anuncia el momento de levantarse
abro los ojos y descubro amargada
que todo un sueño ha sido y
me queda por delante otra
dolorosa y apesadumbrada jornada.
COMPAÑÍA
Quiero comerme tu dulzura
y así desterrar por siempre
el amargor de la soledad
en la que aquella traición me condenó.
Quiero comerme tu paz
y así acallar este corazón que late agitado
como un tambor aguerrido
sin saber de compases ni melodías.
Quiero comerme tu esperanza
y así mirar el mañana, sin temores ni fantasmas
y atreverme a emprender el viaje
sabiéndote mi compañía.
Dulzura, paz, esperanza.
Y tú a mi lado, en la ruta de la vida.
DESCREÍDA
Necesitaba el mar
para calmar su angustia.
Necesitaba un milagro
para volver a ilusionarse.
Necesitaba a ese Dios
que antes había repudiado.
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MARÍA LEONE
Solo así volvería a eso que
simplemente llaman vida.
BREVES
INVITACIÓN
La lluvia atrae la quietud. El frío insta a la refl exión. El gris mezcla al día
y su noche, todo es melancolía. Tú, ojos de océano inquieto, polvo de estrellas
doradas en la piel, sonrisa que solo sabe de rebeldías, tú ¿a qué me invitas?
BENDICIÓN
Alcé la vista. El cielo era una paleta de pintor.
DELIRIO
Al fi n llegó el diario. Estoy tan ansiosa. Busco, busco ¡aquí está! Qué
sentimiento inexplicable leer la noticia sobre mi glamorosa muerte.
INICIO
Crecer, dejar la niñez, el amparo. Adueñarse de las llaves que abren el
paso a la libertad. Transitar el sendero, a veces lento, otras rápido, riendo,
llorando. Viviendo.
MARÍA LEONE

MIRIAN CLAUDIA LÓPEZ CAMPORRO
PRÓLOGO
¿Tienes algún tesoro oculto? Sí, el bello y delicioso delirio que esconden
mis borradores.
La vida se nos presenta con innumerables matices. Explosiones de alegría
y momentos de triste oscuridad. Transito el camino tratando de equilibrar.
Fácil, no. Imposible, tampoco. Mas cuando escribo, pierdo conciencia de la
realidad. Es mi guarida.
Mi música, mis libros, mis borradores… Placer, esperanza, creación…
Simple para mi felicidad, complejo para mi humanidad. Metáforas alocadas,
licencias poéticas, fi cciones inverosímiles…, ésta es mi riqueza. Te la ofrezco
con la humildad de quien sólo desea transmitir sensaciones, sentimientos con
el simple objetivo de compartir mi placer.
Para lo más bello que me pasó en la vida, mis soles. La razón que me
empuja día a día a seguir remando.

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MIRIAN CLAUDIA LÓPEZ CAMPORRO
DIFERENCIAS, COINCIDENCIAS
Un bar tranquilo. Buena música, suave. Era su lugar preferido. Se sentaba
sola, leía y dejaba que el ambiente la envolviera. Lo hacía dos o tres veces por
semana, era su cable a tierra. Su momento. Desenchufarse de la realidad y sentir
el placer de la música y la lectura. Se abstraía, no necesitaba más que eso.
Sintió que alguien se sentaba frente a ella, a la misma mesa.
–¿Qué hacés? –su voz sonó agresiva, quién era ese que tenía el tupé de
invadirla.
–Nada, tengo una cita en este lugar –respondió totalmente relajado y con
naturalidad.
Ella lo observó perpleja, no tenía más de 25 años. Muy atractivo y demasiado
osado.
–Perdón pero yo no soy tu cita.
–Bueno, pero hasta que llegue puedo esperar acá.
–Hay otras mesas vacías.
–¿Te molesta mi presencia? A mí no me incomoda la tuya.
¿De dónde salió este personaje? No sabía si quería seducirla o estaba
planteando un juego.
–No me molesta. Sólo que cuando llegue tu cita te verá con una mujer
mayor y no creo que quieras vender esa imagen.
–Me gustan las mujeres mayores.
Redoblaba la apuesta.
–Pero sos demasiado joven, tendrías que buscar chicas de tu edad.
–Me aburren. Me gustan las mujeres como vos.
No pudo más que explotar en una carcajada.
–¿Me estás seduciendo?
–No, para nada. No necesito hacerlo con vos.
Bien planteó de frente el juego. Ella lo siguió.
–Estás perdiendo tu tiempo.
–Y vos el tuyo. –La miró a los ojos. –¿Qué hace sola una mujer tan linda
e inteligente?
Ella sabía manejar la ironía y ese juego le gustaba.

DESPIERTOS EN LA LLUVIA
–Será por eso, porque soy linda e inteligente soy perfecta. Sólo un hombre
perfecto puede estar a mi lado.
–Ya llegó.
–¿Tu cita?
–No, tu hombre perfecto.
Rieron juntos. Hablaron de mil cosas. Y se despidieron como buenos
amigos.
Volvió a su casa, su rutina, la realidad. Pero ese encuentro le cambió el
humor. Recordaba la situación y se reía de ese chico desfachatado que osó
entrar en su vida.
Como de costumbre, regresó al bar, música, lectura. La misma escena, el
joven se sentó frente a ella.
–Ja ja, ¿otra cita?
–Algo así– le respondió con su mejor sonrisa.
–Tendrías que cambiar de bar. La otra vez tu cita no llegó.
–Igual la pasé bien con vos –redobla la apuesta.
–Yo también –se puso nerviosa– pero…
–No sigas, sos una mujer mayor, yo soy un chico y bla bla bla… Me
gustás.
La dejó sin palabras. Hacía tiempo que su corazón no vibraba como mujer.
Sus ojos se empañaron. Ya no le servía la ironía ni las máscaras. Era hermoso
pero imposible.
–Creo que tendríamos que dejar las cosas así.
–¿Por qué tu miedo? Siempre a la defensiva. Dejate querer, déjate desear–
y mientras lo decía la miraba a los ojos. Encantador, seductor.
–Creo que estás muy loco y sos muy arriesgado.
–Me gusta la adrenalina y de loco todos tenemos un poco. Perdón llegó
mi cita.
–Ok.
Quedó sola en la mesa. Aturdida. Ella supo desde un principio que esto no
iba a funcionar. Quedará como un buen recuerdo. Volvió a su lectura.
El mozo se acercó con una rosa, una caja de bombones y un sobre.
–Disculpe señora, me pidieron que se lo entregara.
Miró alrededor desorientada. Abrió el sobre. “¿Cenarías conmigo?”.
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MIRIAN CLAUDIA LÓPEZ CAMPORRO
Sintió la respiración en su cuello, la embriagó su perfume y al oído escuchó:
–Decime que sí, por favor. –La abrazó con la ternura de un amante y la
fortaleza de un hombre.
Hoy siguen juntos. ¿Diferencia de edad? No existe, viven en la misma
dimensión.
LA MIRADA DEL TREN
Desde hace mucho tiempo me persigue una inquietud que creía peculiar.
Y digo creía porque al comentarlo en rueda de amigos o en alguna reunión
familiar, advertí que no era el único que la sufría. Muchos confesaron la misma
manía, otros rieron en forma burlona, algunos me miraron con lástima
creyendo que no estaba demasiado cuerdo.
Mi obsesión se hacía siempre presente allí donde había gente desconocida.
Podía suceder en la cola de un banco, en el subte, en el tren… Ahí comenzaba
a mirar a las personas e imaginar historias según su rostro, sus actitudes, sus
gestos. Todo me servía para fantasear. La triste mirada de una humilde mujer,
una conversación entre hombres trajeados, las carcajadas histéricas de un
grupo de adolescentes hasta aquellos que daban el aspecto de espectros sólo
se dejaban llevar.
Pero esa manía se convirtió en obsesión cuando la vi. No ostentaba gran
belleza, sencilla al vestir y maquillada con delicadeza. Desde que la descubrí
en aquel tren no pude dejar de observarla. Día tras día coincidíamos: el mismo
vagón, la misma hora.
También se repetían en el viaje los mismos rostros. Cotidiana rutina. Advertí
la presencia de una mujer mayor que me miraba sin pestañar. Al principio
me intimidó, mas luego no me importó su presencia.
Ella ya había captado mi atención. Lo que más me atrajo fue su mirada.
Tiene unos hermosos ojos verdes con destellos de inocencia y tristeza. A veces
los mantiene muy abiertos como pretendiendo tener poderes para cambiar la
realidad. Otras parece tener un velo, lágrimas a punto de estallar. Su presencia
diaria logró que ignorara al resto de los pasajeros. Aún a la dama de edad,
que me observaba sin disimulo. Ya no me interesaba inventar historias, quería
conocer la suya. Una que otra vez intenté un diálogo estúpido y común. Sólo
me miró y sonrió. Bueno, dije, no es poco.

DESPIERTOS EN LA LLUVIA
Bajaba siempre en la misma estación y se mezclaba con los demás.
Un día me decidí y bajé tras ella. Entró a un geriátrico bastante sencillo.
Hipnotizado hice lo mismo. Inventé una excusa, pedir datos para la supuesta
internación de un familiar. No sólo fueron muy amables al darme la información,
sino hasta me invitaron a recorrer el lugar. ¡Bien! Allá vamos.
La descubrí entre un grupo de abuelas. Les leía y las ancianas la miraban
con admiración y dulzura. Esto no puede ser realidad. Es como un ángel.
¡Cuidado Pedro!
El día siguiente vivimos la misma rutina, volví a seguirla pero esta vez la
observaba desde afuera mientras paseaba con algún abuelo por el jardín o les
leía a sus ávidas oyentes.
Pedí unos días de licencia en mi trabajo con el solo objetivo de verla
aunque fuese de lejos. Pero ya tramaba una estrategia segura para acercarme.
Poco a poco se iría dando cuenta de mi presencia. Luego vendría un pequeño
diálogo y así llegaría a confesarle mi amor.
Todo iba bien. Despacio pero bien. Tren, vagón, mi mirada y sus hermosos
ojos que, de cuando en cuando, se posaban en los míos y delataban una
tímida sonrisa.
Estallido. Ruidos ensordecedores. El vagón se tambaleó violento hasta
descarrilar. Momentos de pánico, gritos confusión.
La noticia tomó protagonismo de inmediato: “CHOQUE DE TRENES;
VARIOS HERIDOS Y ALGUNAS VÍCTIMAS FATALES”.
Yo estaba entre los primeros, ella entre los segundos.
Ahora no imagino historias cuando viajo. Si alguien tiene esa manía, yo
seré un espectro que sólo se deja llevar.
Esta es la historia de Pedro. Le di forma el día en que nuestras miradas
se cruzaron en un vagón.
SIETE LETRAS, UNA PALABRA
Llegó un día a casa sin que nadie la advirtiera. Fue ocupando rincones
olvidados; lugares intransitados y, con delicada sutileza, su presencia inundó
todo el lugar.
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MIRIAN CLAUDIA LÓPEZ CAMPORRO
La rutina de quienes compartíamos ese espacio cambió de manera rotunda.
Fue su obra. Cada uno enfrascado en lo suyo, sin advertir la presencia
del otro ni la existencia de esa intrusa que llegó con un objetivo muy claro.
Después de ocupar cada rincón de la casa, se abocó a su víctima. La conocía
muy bien: débil y vulnerable. Manjar servido en bandeja. Se regocijaba con su
plan siniestro. La tenía en sus manos. Yo continuaba con mi vida y, al igual
que los demás, no había percibido su presencia. Hasta que un día nos vimos
cara a cara. Charlamos horas. Fue un diálogo encantador, comprendió, me dio
tranquilidad, paz… Nos hicimos amigas. Demasiado.
Hoy puedo decir que me acostumbré a su presencia. Peligrosa, amenazante.
Fui su víctima, me ofrecí como cordero.
Soledad. Siete letras, una palabra.
DESTINO
Era el momento de emprender el viaje. Su equipaje llevaba lo indispensable,
me atrevería a decir lo mínimo. Ni siquiera él sabía su destino igual se
lanzó a la aventura.
El mito de la otra orilla sobrevolaba entre nosotros. Él fue el primero en
develarlo. Más no regresó. Su mirada cristalina quedó detenida en los espejos;
su sonrisa, una mueca; sus pasos no dejaron huellas.
Sólo reinó alrededor un abrumador silencio haciendo eco en corazones
desprovistos de emoción. El misterio sólo sería revelado a unos pocos elegidos.
Por ahora, él fue el único. Al resto sólo nos queda fantasear con lo que
vendrá. Esperar pacientes o devorar la vida, es simplemente una cuestión de
elección. Si de algo estamos seguros, es que también nosotros develaremos el
gran secreto.
Cuando nuestra mirada quede detenida en los espejos; nuestra sonrisa sea
una mueca; cuando nuestros pasos… ya no dejen huellas.

DESPIERTOS EN LA LLUVIA
LA ADVERTENCIA
Hablaba demasiado. Reproches, pensamientos trágicos, amenazas de
suicidio. Se encargaba de explicarme día a día cómo elegiría su muerte. Imaginación
morbosa. Nuestra convivencia se limitaba a eso, ella hablaba yo me
abstraía. Compartíamos el mismo lecho pero ni siquiera nos tocábamos. Ella
seguía su monólogo suicida, yo dormía y soñaba con la libertad del mar.
Día tras día. Noche tras noche. Amanecí empapado, pensé en el mar y
en las olas.
Desperté y la vi. Sus muñecas habían sangrado toda la noche. Inundaron
el colchón, mi cuerpo, mi conciencia.
DESAMPARO
Solitaria. Como un elemento más del paisaje, se apoya humildemente en
las vías que simulan la eternidad.
Su única pertenencia es esa muñeca motosa y algo descuidada. En ella
pone su ilusión y su pequeña historia.
Desde su posición puede observar la destartalada casilla que hizo las veces
de hogar. También percibía los gritos enardecidos. No pudo soportar más
insultos, golpes, maltratos que se propinaban sus padres. Salió despavorida.
Corriendo por el terraplén mientras cristalinas lágrimas surcaban sus mejillas.
Abraza con fuerza su motosa y sentadita en las vías se menea hacia delante
y hacia atrás. Péndulo constante.
Más a su pequeñez la acompaña la enorme soledad. La fría ausencia de
caricias.
Ya se oye el ronco sonido del tren, se anuncia peligroso y amenazante.
Las vías tiemblan. La niña acompaña el movimiento con su nimio tesoro entre
sus brazos.
El tren avanza, las vías tiemblan, ya se ve, ella lo mira…
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MIRIAN CLAUDIA LÓPEZ CAMPORRO
POESÍA
TUS OJOS
Permíteles a tus ojos
que brillen.
Deja que tu mirada
refl eje la bondad de tu alma.
No escondas tu dulzura
detrás de un verde triste,
opaco, sin vida.
El brillo de tus ojos
está oculto tras una lluvia
de lágrimas contenidas.
Tus ojos pueden brillar
de amor, de ilusión,
de proyectos y esperanza.
Deja que exploten
en millones de destellos.
Tienes una mirada muy bella
para ocultarla tras el llanto.
Mírame a los ojos,
déjame mirar los tuyos
y regálame, al menos,
un destello de alegría.
DE ANA PARA ALE
Te conocí por casualidad.
Poco a poco fuiste
llenando mi vida
de risas sinceras,
alocadas, espontáneas.
Sé que eres un imposible.
Somos fi chas de un juego
que no supe jugar.
Porque siento, porque vibro

DESPIERTOS EN LA LLUVIA
y esas no son las reglas.
La fantasía y la realidad
pasaron a formar parte
de una misteriosa alquimia.
Te pienso, te extraño, te sueño.
Cuando el tiempo pase
y mire hacia atrás,
te encontraré en mis mejores recuerdos.
Un loco lindo que supo
provocarme una sonrisa,
un pseudo ladrón
de besos y suspiros.
Mis ojitos brillan,
gracias por hacerme reír.
VIVIR SOBREVIVIR
Vivir sobrevivir
en un mundo
complejo
cibernético
donde no existe
la comunicación humana
y los monstruosos medios
se mofan de eso.
Vivir sobrevivir
tratando de lograr
un propósito
una meta
un fi n bueno
sin rebusques
ni marañas absurdas.
Vivir sobrevivir
defendiendo
con uñas y dientes
mi simplicidad
mi sincero yo
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defendiendo
en defi nitiva
mi esencia.
MIRIAN CLAUDIA LÓPEZ CAMPORRO
HUELLAS
La vida pasa y deja huellas.
Lo curioso que las más profundas
hablan de dolor, sufrimiento, impotencia.
Lo curioso que las más profundas
enseñan y empujan obstinadamente
a seguir marcando huellas.
MIRIAN CLAUDIA LÓPEZ CAMPORRO

EDITH MIGLIARO
PRÓLOGO
Inútil es decir que todo se pueda expresar con palabras, los más profundos
pensamientos quedan escondidos por siempre en los rincones de la mente;
igualmente inútil es creer que expresamos nuestros sentimientos a aquellos
los que amamos, los mejores de ellos también se ocultan en los rincones del
corazón; del mismo modo recordar los mejores momentos es difícil, se entremezclan
con otros no tan buenos.
A pesar que todo pareciese un infructuoso esfuerzo, hoy más que nunca
volveré a escribir mis pensamientos, a recordar mis alegrías y a gritar cuanto
los amo.
La maravilla de expresar mis ilusiones, la dicha de saber que las comparto
hace de mi vida un viaje extraordinario.

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EDITH MIGLIARO
DESDE EL ATAÚD
Aurora vivía en un coqueto chalet de Adrogué, una anciana dama que en
otro tiempo moraba en Palermo, en la época en que era Palermo y Palermo
viejo, no en varios sub-barrios con nombres raros inventados por algún agente
inmobiliario, pero al quedarse viuda más los vaivenes de la bolsa hicieron que
perdiera parte de su fortuna y tuvo que vender algunas propiedades y trasladarse,
no sin cierto desencanto, a los suburbios. Es juntamente allí donde
Aurora pasaba plácidamente su vida.
Fue en una tardecita fría y nublada de julio cuando Aurora descansaba
recostada en la su cama cuando entreabrió sus ojos y vio un hombre, sobresaltada
se incorporó a medias.
–¿Quién es Ud., qué hace en mi casa? Un ladrón, ¡SOCORRO!
–Calma Aurora, no te alteres –le contestó el hombre.
–¿Cómo sabe mi nombre? Dios mío, sálvame.
–Dios está en una reunión con proveedores.
–¿Qué? –preguntó Aurora.
–Que Dios está…
–Ya escuché. ¿Dios tiene proveedores? –Interrumpió Aurora
–Sí, por supuesto, parece que no entregaban exactamente lo que facturaban.
Aurora lo mira atentamente, no muy convencida.
–¿Nunca oíste aquí en la tierra como en el cielo?, ¿pensaste que todo lo
inventaron los hombres?
–¿Quién es Usted?
–Tu ángel custodio
–Ohhh, mi ángel de la guarda.
–Digamos solamente Ángel.
–Pero yo imaginaba que los ángeles eran pequeños, con hermosos rulos
rubios y maravillosas alas –y mirando al hombre de arriba a abajo prosiguió–
Y usted, es decir vos sos algo mayor y esas alitas.
–Tuvimos problemas con los permisos de trabajo de los menores, y con
respecto a las alas, es cuestión de jerarquía.

DESPIERTOS EN LA LLUVIA
La mujer miró a su alrededor y se dio cuenta que estaba sola en su casa
hablando con un extraño y volvió a inquietarse.
–¿Qué pretendes? ¿No te das cuenta que me podría haber muerto de un
susto?
–No, de un ataque al corazón –aclaró el Ángel– Moriste de un ataque al
corazón.
Sorprendida y enojada a la vez le preguntó:
–¿Y ahora qué? ¡Viniste a buscar para llevarme al Cielo, al Más Allá, al
Paraíso!
–Digamos arriba –agrego Ángel
–¿No voy con el Señor? –dijo horrorizada.
–Sí tranquila, saliste sorteada para ir arriba.
–¿Un sorteo? La gente va al cielo ¿por sorteo? Yo pensaba que los buenos
iban al Cielo y los malos al Infi erno.
–Bueno tratamos de mantener el equilibrio, algunos arriba otros abajo,
buenos y malos mezcladitos, no queremos demandas por discriminación.
–¿Y el infi erno, el fuego?
–Es que el infi erno no es tan infi erno. En realidad se parecen, un poco
menos de fl ores y pájaros, un poco más de calor y mosquitos, sino bastaría con
dejarlos en la tierra, primer mundo, tercer mundo.
–Ahhh. Es decir que puede que a un ladrón le toque el cielo y a un buen
samaritano, el infi erno, un político al cielo, otro al infi erno, no parece muy
justo.
–No, no, no…, sin exagerar, los políticos tienen un lugar aparte, junto con
algunos ministros de economía, algunos músicos, asesores. Bueno basta de
charla tenemos una eternidad para hablar, ahora van a venir tus parientes y te
llevarán al velatorio.
–Yo dejé todo arreglado.
En el velatorio, Aurora acostada en el ataúd y a su lado Ángel continúan…
–¿Y ahora qué hago?
–Nada, te tenés que quedar callada dejando que tus amigos te despidan.
Se acercan los sobrinos:
–¡Ay tía!, como te vamos a extrañar –dijo uno llorando.
–Qué velatorio tan elegante elegiste –dijo otro.
–Espero que no haya gastado todo el dinero –agregó el tercero.
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EDITH MIGLIARO
–¿De cuánto estamos hablando? –interrumpió el primero reponiéndose.
Aurora habla con Ángel:
–Son unos sinvergüenzas, jamás me visitaban.
–¡Silencio! quizás alguno te pueda escuchar.
Se aproximan unas ancianas amigas
–¡Qué tragedia! Pensar que le dije que no la quería volver a ver ni muerta,
y aquí estoy –dijo María.
–¿Por qué se pelearon? –quiso saber Ana.
–Bueno, le gustaba quedarse con cosas de otro.
–¿Era ladrona?
–Digamos, se quedó con algunas amigas, luego con algunos novios y por
último con mi marido.
–¿Te robó tu marido?
–Mejor ni me acuerdo, con el trabajo que me costó sacárselo a mi prima,
y Aurora lo conquistó.
Las damas se alejan y se acerca un viejecito del brazo de una joven deslumbrante.
–¡Ay mi querida Aurora! Ahora que te fuiste me voy a refugiar en los
brazos de esta muchacha ¿Qué más puedo hacer?
Aurora indignada comenta.
–Se nota que me querías mucho, ya me reemplazaste.
–¿Quién es ese? –pregunto Ángel.
–Mi amigovio.
–¿A mí qué?
–Amigovio, mitad amigo mitad novio, es la moda. ¿Hace mucho que no
venís a buscar gente?
–Vine en el cincuenta y seis.
–Con razón pasaron más de sesenta años, eso es mucho tiempo.
–Para mí eso es un ratito, el tiempo es eterno, ya lo vas a entender.
Se acercan los vecinos.
–La voy a extrañar, venía todos los sábados, y dejaba bastante propina
–dijo el peluquero.
–Parece mentira verla muerta, y pensar el muerto que me dejó en la verdulería
–comentó una mujer con acento boliviano.

DESPIERTOS EN LA LLUVIA
–¿Quedaste debiéndole a esa mujer?
–Siempre decía –No tengo monedas, le doy una mandarina, un día me
cansé y le hice un pedido grande y no fui más –reconoció Aurora avergonzada.
–¡María! ¡María! ¿Cómo pudiste morir? –gritaba una vecina cuando otra
le dijo algo al oído– Aurora sí claro, el dolor me hizo confundir de nombre.
–Esta vecina va a todos los velatorios aunque no conozca al muerto, eso
sí grita y llora por todos con el mismo dolor.
Entraron juntos el cura y el pastor rezando cada uno en su estilo.
–Bueno Aurora, ya es hora, vamos yendo.
–No quisieras escuchar lo que tienen para decir los representantes del
Señor.
–No hacen mal trabajo, pero te cuento en el camino.
–¿Volamos al cielo?
–No, todavía tenés que despedirte de alguien más.
SOMBRERO
Sentada en las vías, alejada de las casas y de su gente. Planea otra vida,
distinta. Sin penas, de perfi l al horizonte, de reojo a lo que viene, ella, inocente,
espera.
Mientras piensa en mil sombreros diferentes, si pudiera elegir uno pero
no me atrevo Solo si encontrara alguno grande que pueda tapar, un poco, mis
ideas, y olvidarme de ella allí sentada, esperando.
Todo quedó en aquel día, nos cruzamos en silencio, escondidos por la
lluvia. Solo podíamos escapar y en un momento, mirarnos a los ojos fi ngiendo
indiferencia, acariciarnos a distancia, besarnos como nunca. En el remolino
de pasiones, se llevó mi prudencia y yo me marché feliz con inconsciencia.
El tiempo y el desamor descascararon las paredes de nuestra casa, de
nuestra vida. Ahogados por reproches silenciosos, nos dejamos caer a lo más
bajo, la indiferencia.
Lo mismo permanece, por eso, ella está allí sentada y yo sólo pienso con
qué taparme.
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EDITH MIGLIARO
EL ENSAYO
Ha decidido ensayar la muerte, por eso se durmió en el asiento. Un ruido
fuerte lo hizo despertar. No sirve, fue una muerte corta. Prueba otra vez.,
duerme en el jardín, un cálido descanso, lento, suave, tan dormido que soñó en
colores, el trino de un pájaro lo ha despertado. Este ensayo fue mejor. Ahora
que la noche ha envuelto todo, en la casa las sombras grises y las sombras
negras se reparten los rincones. Una cama blanda, sabanas de seda, el canto
de los grillos, la brisa profunda y la luz de la luna perversamente hermosa se
cuelan por la ventana. Hay olor a lluvia nueva, hay color a noche negra, hay
abismo eterno, ya no puede ensayar.
Se ha dormido para siempre.
LA CORTADA DEL DISIMULO
Amanecía en la cortada de “El Disimulo”, un auto con los vidrios polarizados
estacionado, la silueta de un hombre recostado en el asiento del conductor,
dormido, desmayado o quizás muerto yacía en medio de la calle. Los
primeros vecinos en acercarse fueron el Pai Cai y Abel, dos hermanos, que
no se hablaban, de la última casa de la cortada, la de dos puertas de madera
iguales, a la derecha de una un cartel que rezaba “TEMPLO DEL PAI CAI” a
la izquierda de la otra “PLOMERO-GASISTA” con letras de molde y con pintura
agregaron matriculado, debajo de una azulejo con la imagen de la virgen.
–No es feligrés de mi iglesia.
–Yo no le hice ningún arreglo.
–Hay que llamar a la policía– opino el sodero que oportunamente dejaba
el pedido en la casa de la divorciada profesora de música que ni se asomó.
–Nooo, la policía no –gritaron todos al unísono.
Del chalet adjunto se animó el Sr. Gómez, corredor de bolsa y su esposa
con un libro en su mano, Belle de jour. Él, era un hombre sumamente nervioso,
correcto y misterioso, ella una mujer sobria y reservada, con un diagrama
estricto de actividades. Se levantaba 7.00hs., llevaba sus hijos al colegio, iba
al gimnasio dos horas, y luego de organizar la cena dedicaba las tardes de los
lunes a su cabello, aunque las peluquería estaban cerrada, martes: a la psicóloga,
a pesar de haber abandonado el tratamiento hace años, miércoles: té con

DESPIERTOS EN LA LLUVIA
amigas, no obstante pasar años sin hablarles, jueves: médico o dentista, por
lo que tenía una dentadura perfecta y una salud de hierro y viernes: clases de
cocina francesa, a pesar de odiar la comida agridulce.
–No sé quién es, no le hice ninguna inversión…
–No lo conozco, aún…
De la mitad de cuadra, se asomó de la carnicería de Don Vito, Hilario,
el yerno, un paraguayo no muy agraciado pero de pícara sonrisa enmarcada
por amplias orejas. Conocido por su tendencia a susurrar piropos a la clientela
femenina, muchas de las que sucumbían al encanto guaraní.
–¿Qué pasó?
–No sé, pero ese auto no lo vendí yo –se atajó el gitano Ivanof, dueño de
una concesionaria de autos dudosamente importados que vivía en la esquina
con su familia y solía desaparecer preventivamente por largas temporadas.
–La viuda Mirella, dejó bien en claro que sus amistades la visitaban después
de la 18hs. Y se retiraban a 3 ó 3.30 hs., de la madrugada por razones de
trabajo.
–-Doctor, acérquese –gritó Abel– quizás no esté muerto.
–-No, no, no, yo ya no tengo licencia para ejercer la medicina.
–-Por estar jubilado –rápidamente aclaró su esposa.
–Los asustados y sorprendidos vecinos formaron un ronda alrededor del
extraño automóvil, sin decidir qué hacer, cuando, abriéndose paso entre ellos,
la pequeña tímida y delicada esposa de Hilario, que recientemente había dado
a luz su sexto hijo, golpeó la ventanilla del auto y con ademanes le comunicó
al conductor que volviese más tarde, éste puso en marcha el automóvil y se
retiró y la tierna esposa y madre retornó a su hogar ante la estupefacción de
todos los presentes.
¿QUIÉN LO BUSCA?
Los benefi cios de las noches sin luna son muchos, para los amantes, para
los melancólicos suicidas, para los asesinos pero por sobre todos para los vampiros,
que vagan entre ellos sin ser vistos saboreando de antemano el dulzor de
la sangre de los amantes, la agria de los suicidas y la picante de los asesinos.
En una de esas noches, en un parque con muchos pinos, los pinos de Dalí,
de los cementerios, con farolas de luces amarillentas, y caminos sin destino,
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EDITH MIGLIARO
él paseaba su perro ignorante del peligro. Se sentó en una banca, tranquilo
aspirando su tabaco y la humedad, sin pensar en nada. Creyó oír unos pasos
y prestó atención a los sonidos que lo rodeaban, murmullos de la ciudad casi
totalmente dormida, algún pájaro quizás una lechuza. Otra vez escuchó pasos,
esta vez por la vereda, era inconfundible el taconeo rápido, giró la cabeza y
una joven mujer se acercaba. Su piel era blanca como la luna y su cabello negro
como la noche, inconscientemente se paró y caminó a su encuentro, era
tan bella, tan perfecta que su corazón dio un vuelco. Con un susurro tan dulce
como el canto de una sirena ella dijo:
–Te estaba buscando, te escapaste muchas veces, y con una sonrisa fría y
calma se fueron juntos.
DECEPCIÓN
Después de pasar toda la noche en el sillón, hasta su canario lo había
abandonado, decidió hacer las valijas y tomar el primer tren, sin importar donde
lo llevara solo debía ser lejos, muy lejos. Que tan lejos debería ir para dejar
de sentir el dolor del desamor. Existiría un lugar en que se acalle el alma, los
ojos no lloren y el corazón dejase de sentir. Pero algo lo ataba, y se dejó volar.
LA CALESITA
Como en los asientos de una calesita, cada uno de nosotros ocupa su lugar
rodeados por el destino, creemos avanzar distraídos por la música creemos ser
felices, con el viento que produce nuestro propio movimiento nos sentimos
avasallados por la naturaleza, y al fi nal de la vuelta, que es la vida volvemos
al punto de partida.
HOY
Cuando algo termina, nos apodera la nostalgia, los sueños dejados, los
perdidos. Pero hoy es mañana, ayer y siempre. Si sentimos alegría, dejemos

DESPIERTOS EN LA LLUVIA
que se apodere de nosotros, disfrutemos el perfume, los sonidos, la ternura.
Un minuto de dicha intensa aunque sea breve nos dará la maravillosa dicha
del recuerdo.
CIUDAD
Más allá de las torres y las iglesias, los campanarios y de los techos rojos,
de las calles cargadas de pasado, historia, dolor y sangre. De lo bello, lo
ruinoso del progreso y la bonanza. No puedo contemplar tu belleza sin sentir
que me robaste.
LA CURANDERA
Todos apreciaban mucho a Mechi, preferían sus curas. Si bien podía tratar
con excelentes resultado males como empacho, mal de ojo, culebrilla, ataque
de susto, su especialidad era mal de amores y curas espirituales. A raíz de esto
sabía más pecados que el cura del pueblo. Si bien nunca hizo mal a nadie, se
comentaba que ayudó a varios mejorar sus fi nanzas sin gran esfuerzo de ambas
partes. Pero una mañana una vecina, con un problema crónico de jaqueca,
subió hasta su casa y la encontró degollada detrás de su humilde vivienda. El
pueblo quedó conmocionado con la noticia. La policía investigó aunque no
demasiado y cerró el caso como “Robo seguido de muerte” ya que la vivienda
estaba revuelta y seguramente faltaban cosas. Todos sabían que Mechi no tenía
nada de mucho valor. Era improbable que alguien se aventurara de noche por
la montaña, por un camino de difícil acceso. Sus restos descansan el extremo
norte del cementerio. Muchos vecinos extrañaban sus ayudas místicas, pero
uno de ellos ahora duerme más tranquilo.
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EDITH MIGLIARO
POESÍA
PRINCESITA
Princesita de mis sueños
llegaste a mi vida
una fría mañana de julio
para iluminarme la vida
y colmarla de ternura.
Llevas el nombre
de quien yo más quise,
heredaste de él, lo mejor
Eres el remanso.
Manantial de agua clara,
sonrisa franca, lágrimas prestas.
Tienes la belleza
que traspasa el alma.
La luz de la dicha
das a tu paso.
Tus ojos esconden
las entrañas del suelo.
Tu cabello ha robado
el brillo del sol.
Eres mi orgullo, mi reina
mi verso mejor, mi esperanza
la ilusión, y mis sueños.
El cielo y la lluvia
el mañana.
Alegras mi existencia,
mujercita perfecta,
Hija querida.
EDITH MIGLIARO

PATRICIA MOLTEDO
PRÓLOGO
Querido Lector, si me es permitido, os llevaré a un Mundo que, ojalá,
fuera de imaginación, de Fantasía. ¡No! todo lo que hayáis percibido, habrá
sido la pura Verdad, toda mi Verdad. (O casi). Es, o puede ser trágico… Lo
dejo en vuestras evaluaciones mentales.
¡Oh!!! ¡Adelante!!! ¡Entrad!!!

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PATRICIA MOLTEDO
CRÓNICAS DE PIPPA
Pippa es la cronista de “El País de Todos”, es el diario del País de Ensueño.
Nos cuenta, El Hada azul.
El Hada azul descansa sobre el rascacielos tercermundista. En su forma
invisible, no quiere que la interrumpan. Tiene una misión muy importante:
hacer que los niños despierten del embrujo a que los sometió la bruja Crisha,
quién les dio un elixir por el cual, primero caen en un sopor y luego, ríen y
ríen, hasta que desfallecen. Los adultos dicen que es mejor, más cómodo.
Cada vez, quieren más elixir, por último se desvanecen. Sólo unos pocos
son buscados por sus padres, los niños van a parar a un sitio de devastación,
donde reina Crisha. Algunos son encontrados. Pero pocos pueden volver. Pero
ya es tarde, para las lágrimas que vierten.
Crisha ríe, con una risa distinta a la de los niños. Esa risa eriza el vello.
En el fondo de los tiempos, allá lejos en el país de la pesadilla de los sueños
cruzados, se ven a los esclavos.
–¡Esclavos!, ¡esclavos! –grita la loca y arrugada bruja del pueblo.
–¿Qué es esa palabra? –dicen muchos–. Está loca –confi rman casi todos.
No ven el fondo de los tiempos.
EL HADA DE OTOÑO
El otro día, barriendo, la escoba chocó con el hada dorada, unas ramitas
la tocaron y voló a las entrañas del Potus, dejando una estela preciosa.
CONCILIO DE HADAS
En el centro comercial estaba el conciliábulo, todas las hadas de oro reunidas,
sus alitas mostraban distintas gamas del color. Todas yendo y viniendo,
comentaban, la llegada del Otoño. ¡Lo presencié!

DESPIERTOS EN LA LLUVIA
COSA DE GNOMOS
Yiyuta limpia, asea, cocina, se ocupa de sus hijos, teje al telar, teje en
dos agujas, borda, cose, el calor del caldero sale por la chimenea en forma de
humo, la paja del techo da color dorado al cielo del niño en la cuna. Las paredes
de piedra dan límites a la noche rodeada de lobos y brujas y a los otros
niños, que juegan en caballitos por ellos fabricados. Ángel elabora sueños,
grandes, pequeños, coloridos, deshecha los grises y muy oscuros.
Fuera, en el negro fondo, detrás de los árboles, ojos grandes, famélicos,
buscan, vigilan, aguardan.
El humo gris inunda las almas perdidas foráneas, lo mismo que la voz de
Ángel, potente, gruesa e inconmensurable.
La noche de los Gnomos avanza.
De pronto la sopera gigante, lidera la mesa, junto al cucharón que ayudará
a servir en los tazones de los niños y de los padres. Mientras Yiyuta toma al
pequeño, lo lleva en brazos, hasta el enorme sillón, donde se sienta, saca su
enorme ubre y le da de mamar, madre e hijo se unen en una sinfonía de miradas,
irrompibles, donde la comunicación va más allá de las frases.
Ángel llama a los niños a la mesa, cada uno se acerca con su cuchara, toman
asiento en la silla del color que les gusta: azul, rosa, roja, verde, amarilla,
y recibe el cazo que le toca, la sopera se ha sacado su sombrero, y el húmedo
vapor se reparte.
–¡Yiyuta! A comer.
El pequeño ha terminado y Yiyuta lo pone amorosamente en la cuna de
madera tallada, y colgante de la viga del techo con gruesas sogas. Duerme el
chicuelo. Se sienta en el extremo de la mesa, frente a Ángel, toma la cuchara se
dispone a cenar. Un aullido profundo e interminable, precede a otros, la nieve
cae, la luna allá arriba blanca, todo blanco…
La hipérbole de la inocencia. “Leyó un anuncio de seguros contra robo a
la propiedad privada. Tiró el panfl eto. Luego del robo, pensó, qué casualidad,
lo hubiera comprado. Moraleja: serán los humos trashumantes que van de una
cabeza a otra…”.
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92
PATRICIA MOLTEDO
CUENTO DEL HADA AZUL Y ALEDAÑOS
Hada Azul, tiene ojos grandes, y está en la mediana edad. Sus alas son
pequeñas y blancas.
Fauno, perdido en el bosque y muy amigo del Hada Azul. Cuerpo de
cabra y cabeza de hombre con orejas animalescas, toca el fl autín. Enamora a
las hadas, a todas.
Hada Rosa, pequeña, grácil, y jovencita, con alas grandes, fuertes y transparentes.
Tiene hermosos ojos, no muy grandes, ve hasta ahí no más.
Los pájaros levantan una escenografía verde, el palomón remonta vuelo y
las palomitas comentan el día con los periquitos, salvajes y libres, que no dejan
de responderse. Yo camino al trabajo, ¡No traje la cámara!
El sol empuja desde el Este y no puede. Una brisa acaricia mi piel, acomodo
el cuello de mi abrigo. Es la Primavera que se anuncia.
Mi cerebro sabe, mi corazón ¡Oh! Anduve por los aledaños, no vi pobreza,
vi decadencia.
UN ACTO DE UN DRAMA
Habitación de paredes grises, un gran póster de una cantante popular en la
pared. Distintas sillas y banquetas alrededor de una mesa grande rectangular.
Sobre la misma, la pava eléctrica, el mate y bizcochos de grasa en una bolsa
o en un plato. Sobre otra de las paredes, un plasma.
Una voz, entrando desde la derecha:
–¡Juaaan! ¿Pagaste el digital? –Entra Matilde con un bebé en brazos,
adherido a la teta. La cual lleva al aire sin ningún preámbulo.
–¡Juaaaannn!, ¡Este hombre! No me da bolilla. –al niño– Bueno, Nataniel,
tomá, tomá.
Con el control remoto, prende la televisión, el chico sigue adherido, ella
ni lo mira, hace los movimientos de siempre, como siempre.
–Alejoooooo!!! Este chico también, yo no existo, ¡Alejooooo!!!
Se acerca a la pequeña cocina, va preparando las hamburguesas que saca
de una caja. Abre una bolsa, saca pan, las cocina mecánicamente, y va preparando
los sándwiches.

DESPIERTOS EN LA LLUVIA
–Aleejoooo!!!
El pequeñuelo, sigue prendido al pecho, en un momento parece que va a
llorar, lo cambia de mama. Entra un hombre joven como de unos treinta años.
–¡Hola! Pedro, ¿No viste al Alejo?
–No, ¿y Juan?
–No sé, supongo que se fue a hacer una changa.
–¿Te contaron lo último?
–No.
–Lo de la Andrea, se fue con Ignacio.
–Y esa mina, anda en la dura. En la pesada.
–Sí, pero dejó a los hijos.
–Mejor así, para los chicos, igual la Madda, la hija, le había puesto los
ojos al Ignacio.
–¿No digás?
–Sí, así es la vida.
–Prepará un mate, mientras yo sigo buscando al Alejo.
La televisión sigue de fondo. Vuelve Pedro.
–Y no lo encontré.
–Andará por ahí con los amigos o haciendo alguna changa. Ya tiene doce
años, que empiece y ¿Qué puedo hacer? Aunque yo no quiera, él va hacer lo
que le venga en ganas.
–Y qué se va a ser.
La mira con lascivia, ella le responde –Esperá que pongo al crío en la
cuna, se durmió.
Vuelve, se le acerca mimosa, lo rodea con un brazo primero y después
quedan uno frente al otro, desaparecen detrás de una cortina, se oyen suspiros
y palabras dulces. Vuelven. Se acomodan la ropa.
Pedro –¿Y el resto de la familia?
–La Romina con Evaristo, viste que el hombre le tenía ganas. Y ella
también, además le conviene, económicamente hablando. Leticia anda por la
capital, espero que bien. Y así estamos, yo estoy con Alejo y Nataniel. Y el
Juan, ¿Qué haría sin el Juan? No es perfecto pero, ¿Qué haría sin él?
–¡Vamos! Te la rebuscarías.
–Dejate de joder. Pero no pensemos en eso.
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94
PATRICIA MOLTEDO
–Y de la Clara, ¿Qué onda?
–Vés, esa te vendría bien, un poco joven pero, pocos kilómetros recorridos,
en una de esas le podés enseñar algo. Ríen.
–¡Matilde! Sos de lo que no hay, tiene catorce años. Pero… preséntamela.
–¡Dale! Pero a mí no me abandones!
–No ¿Por qué?
La televisión anuncia, mientras se van a besar e interrumpen: –¡Terrible
accidente en la ruta! ¡Cuarenta muertos! Se cuenta de un changarín dijo llamarse
Juan. Ampliaremos.
PERDIDA
La vez pasada encontré a Lola, estaba ella muy preocupada, pues, su hija
muestra signos de rebeldía que la pone mal. Ve en ella cosas que no sabe de
dónde las sacó. Como que no quiere, como hacen otras chicas, hasta ella misma
a la misma edad, mantener relaciones sexuales con su novio, la muy loca
se quiere casar y virgen. ¡Desequilibrada la pobre! ¡Quiere criar ella misma a
sus hijos ¡Quiere estar en su casa con sus niños! ¡Con el nivel mental que tiene!
Lo quiere desperdiciar en una casa, esperar a su hombre, dice, estrenar mantel
y cuerpo con el mismo. ¿Dónde? pregunto yo, encontrará un hombre que la
acepte. A semejante loca. ¡Dios! ¡¿En qué me equivoqué?! Le oí decir –Cree
en Dios, además. ¿Qué voy a hacer con esta hija?
Traté de calmarla, claro, pero ¿Qué podía decirle? Pienso en realidad que
su hija no tiene remedio, con esas ideas la humanidad está perdida.
OTRA HISTORIA
–No tengo con quién dejar a Anahí, la madre la tuvo de soltera, yo soy
la abuela, y la cuido, pero, también tengo que hacer mi vida. Tiene ahora
problemas de obesidad. De concentración, y tiene pesadillas. Dice la doctora
que tiene que comer lo que comemos todos o que todos tenemos que comer lo
mismo, lo que come ella. Pero si ella no quiere, no quiere. Además no tengo el
dinero. No sé qué vamos a ser, Anahí no le hace caso a nadie.

DESPIERTOS EN LA LLUVIA
Hay una ventana por donde miro el interior, todo está negro, pero es que
venimos de afuera, estamos encandilados. Afuera hay rosas… ¿Dentro? Me
lleva a numerosos infi nitos.
No pasé la guerra de Europa, otras guerras pasaron por mí. Por eso lo
sé. Sé cómo estamos, presentido por mí. Ambiente enrarecido, voy a vencer,
¿En qué bando estoy? Lo peor, lo más difícil es aprender a despedirse,
de uno mismo.
–Te leo las manos, ¡Qué las leo yo!
–Te tiro las cartas. ¡Que lo hago yo!
–¡Que Ángel de la Guarda! ¡Te Guarda!
Desde el jardín-Voy a hacer jardín.
El sol brilla desde el norte, y lo contagia a las hojas, a las lajas, y al cabello
de la jardinera, que va y viene, llevando, cortando, barriendo, baldeando,
trasplantando, y en una de esas el barro que no quiere salir de la maceta, fuerza,
golpes, y ¡Pum! Lodo y ella al suelo, se sonríe. Otro sol en otra tarde, se
iba poniendo en el cercano horizonte, –¡Vamos a hacer tortitas!-¡Tortitas¡¿De
barro? ¿De dónde sacamos la tierra?– Del arrial. –¡Puaj! Qué asco. –¿Nunca
las hiciste? ¡Vamos!
El sol mediaba y las manos café con leche iban haciendo los postrecitos,
con los moldes que mamá le había regalado.
La cocinera venía del caserío humilde cercano, nueve años despiertos y
buenos.-Mamá no quiere que juegue con tierra, ni barro. –No es nada malo,
es divertido. Mirá se hace así, después los dejamos secar. Nunca más volvió,
nunca más se supo. La mujer jardinera vuelve el barro al recipiente, luego lo
echa al cantero, usa guantes, trabaja tranquila. El sol melancólico se pone y en
el horizonte la tristeza se borronea en una lágrima. Siempre el campo me pone
melancólica. Melita, corre, huye del gigante, y hace que el agua caliente llueva
sobre él. Nunca la alcanzará. –Melita, ¿Cómo pasaste la tarde?
–Bien, mamá.
–-Pasame las lanas, voy a tejer.
–Tomá, mami. A mí no me gusta tejer.
–Tenés que aprender, ¿Qué vamos a hacer en el campo?
–No me gusta el campo.
–Mañana nos volvemos a Buenos Aires.
Siempre mirará hacia atrás.
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PATRICIA MOLTEDO
ZAINETE
Casa relativamente moderna, pintada de blanco. En escena, Martina
y Alejandra. cincuentonas, con sobrepeso, teñidas de rubio, con ropa muy
ceñida, apretada, una de ellas lleva un pantalón tipo babucha como si llevara
pañales gigantes, de color negro.
–¿Cómo estás, Martina?
–Bien, cada vez mejor, salvo por algunas cosas.
–¡Qué bien!
–Sí, mi hijo cobra la confabulación.
–¿La confabulación?
–Sí, eso que le dan por hijo.
–No, el plan.
–¡Ah! Sí, lo que pasa es que quiero hablar fi no, y busqué la palabra en el
diccionario, y decía que es lo mismo confabulación que plan.
–Yo de eso no sé nada. Será lo mismo pero todos le dicen plan.
–Será. Pero lo que me preocupa es que…
–¿Qué?
–Este… se me apareció mi abuela la Paca. Y me decía.
–¿Qué le decía? ¿Le cantó un número?
–Noooo, que me va a cantar, si me cantó algo, fue las cuarenta., ¡Qué era
lo que hacía! ¡Qué por qué no trabajaba! Imaginate, trabajar, ¿Dónde? A mi
edad No, la vieja está desubicada, aunque esté en el más allá, no tirarme un
número, para ganar.
–Decime ¿Y la dieta? ¿Cómo va?
–Supongo que bien.
–No se te nota.
–Claro, sí la dejé, ella andará bien.
–Che, nena, tenés que cuidarte.
–A mi edad es lo mismo, no bajo, no es que no me cuide, como sano ¿Eh?
–Hablando de todo, el José me dijo que el Nahuel, te arrastraba el ala.
–¡El ala! ¡Qué antigüedad! Bueno, puede ser que seamos amigos con derecho
al roce. Pero… no sé qué decirte.

DESPIERTOS EN LA LLUVIA
–Yo creo que tendrías que agarrar viaje.
–¿Vos andás sola?
–Nunca, pero nada más que regar la plantita.
Aun así, se te ve bastante seca.
–¡¿Cómo?!
–De dinero, se entiende.
–Es que, bueno, los muchachos no son para mantenerme.
–Y ¿Para qué son?
–Para pasarla bien, una vez y chau.
–La usan y si te he visto…
–¿Cómo decís?
–Que me alegra haberte visto.
–A mí también, tenemos que juntarnos.
–Si pasá y tomamos unos mates.
–Sí, chau, estamos en contacto.
Alejándose. –Tomar mate, a ver si me pasa algo.
Telón
ANÉCDOTAS
–Doctora, usted no creerá que como mal. Ella, mi madre nos enseñó a
comer bien. Ahora estoy en sobrepeso, porque me embaracé. Pero hay noches
que no ceno. Y listo, me siento bien. Si, Luis me trae algún chocolatito, pero
¡Je! Si no los como ahora, ¿Cuándo? Los placeres en vida. ¿Qué tengo presión
alta? Pero, como le dije, una noche que no cómo y estoy nueva. Además no
me voy a poner a dieta ahora que estoy embarazada. Sí, estoy toda hinchada.
¿Qué puedo hacer? ¿De cuánto estoy? De cinco meses o sea de veinte semanas,
más o menos. Dice que tendría que haber aumentado dos o tres kilos.
Bueno, es genético, toda mi familia tiene sobrepeso, son grandotes. Mamá
pesa cien kilos, mide un metro cincuenta. ¿Papá? Es diabético. Pero ahora, no
es momento de ponerme a dieta, lo dijo el obstetra. Por otro lado ya no estoy
para bikini. ¡Ya no!
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98
PATRICIA MOLTEDO
FIN DE ACTO
En la puerta de la Escuela. La directora de la elección, trata de organizar.
–A la derecha los que tienen el número trescientos en adelante. A la izquierda,
del uno al trescientos. Los llamaremos por número.
En la cola:
–Tanta gente ¿Por qué no dejan entrar?, Yo tengo mucho que hacer, aunque
sea domingo.
–¡Queremos entrar! ¡Por lo que vamos a votar!
–¡Avalancha!
–¿Cómo cuando éramos chicos? Pero, somos muchos, demasiados.
–¡Tranquilos!
Una abuela con la nieta en brazos, me deja entrar, ¿Y la madre?
Una cuarentona, dejé mi hija de quince años al cuidado de mi beba de dos
meses, tengo que darle de mamar cada tres horas, déjeme pasar.
–Mi mujer se desmaya, tiene presión.
–¡Señora! Córrase un poco, estamos charlando, y saque el dedo de ahí que
no va a poder robar en mi riñonera.
–¡Aaaaaaahhhh! ¡Oooohhh!
–¡No empujen! ¡Están las rejas!
–Pasarán de a veinte personas.
–¡Es injusto!
–¡Aaaaaaahhhh! ¡Oooohhh!
–Pasé, no lo puedo creer, no lo puedo creer, ¿Dónde voto?
–Al fondo.
Un cartel, sentencia: CÓMO QUIERE TERMINAR, CON PESTE O EN
LA CÁRCEL… –Menos mal que podemos votar.
PATRICIA MOLTEDO

SARA LIDIA NOVAS
PRÓLOGO
Hace varios años, en el Centro Cultural Recoleta, en una clase abierta
de literatura, descubrí el hechizo de la palabra. A partir de ese momento, me
cautivó. Comencé a profundizar un juego para mí, maravilloso. Cuando intento
escribir percibo una situación, la llevo a mi universo interior y le doy vuelo.
La palabra transforma lo cotidiano y simple en emblemático. Es imprescindible
proyectarnos en la imagen que nos dispara esa situación y hurguetear
en nuestras emociones dando como resultado la metáfora. Nada es estático.
Todo trasciende.
El viento y la lluvia me borraron
como a un fuego, como a un poema
escrito en un muro.
ALEJANDRA PIZARNIK

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SARA LIDIA NOVAS
VIVIRÁS ENTRE MIS PASOS
El cielo me acompaña como único testigo y el aire besa el plumaje del vértigo
de esta quietud que no replica. Recorro el lugar donde la inmortalidad cayó
en un cántaro vacío. En medio de un silencio quebrado, mis lágrimas gritan. El
mármol desnuda un acurrucado gesto de rostro dormido y lloran los huesos el
destierro de su ejército, alas rotas en la hoguera del espejo. Escucho tu susurro,
huella que persiste y juega con la luna en una barca azulada. A cada paso choco
con las piedras que empuñan el misterio mientras la impotencia desangra a
estos ojos velados y el alma gime un ¿Por qué? que devuelve convulsa la nada.
Pájaro peregrino… Tu voz acuna la congoja, se adormece el viento. Late tu
nombre en un bosque impregnado de aurora y la lluvia se fi ltra por el umbral
sembrando pétalos. Sirena entre las estrellas. Salgo de aquí con la certeza que lo
más sublime de vos vivirá entre mis pasos. Cruzo la calle corriendo al colectivo
que me llevará a casa. Por suerte, lo alcancé. Ocupo uno de los asientos que da
a la ventanilla. El sol acaricia mis ojos y entibia mi corazón.
UNA MONEDA
Quieta sobre el escritorio yace una moneda. Su destino depende de mí.
Es el mío propio. Puedo dejarlo a la deriva sin horizontes o por el contrario
remontarlo a ser protagonista.
La soledad reseca los sentimientos cuando el abismo se apodera de los
sueños. ¿Puede ser el mar ese abismo, si lo transitamos a ciegas dejando caer
la moneda en un mar sediento que nos trague o será fortaleza, y nos impulsará
a soltar las amarras siempre y cuando sepamos dibujar nuestro camino?
Alguien que merodea es el miedo. También él puede colaborar para que
esa órbita, que es nuestra vida, acelere o no. Es una decisión de cada ser humano.
Una moneda es el trabajo laborioso de cada día para amasar las metas
propuestas a fi n de no sucumbir en la nada. Yo la necesito como parte de un
todo, por tal razón nunca la consideré un simple objeto.

DESPIERTOS EN LA LLUVIA
PESADILLA
101
Enero se fi ltra por la pollera volátil de la semana. Ella sonrojada se deja
cautivar por su aliento embrujado. Enardecida muestra una timidez fi ngida.
Desea estallar en sus brazos pero juega a ser una temblorosa jovencita virgen.
El experto seductor la manipula con una suavidad que la excita. Ella, se agazapa
a su piel devorando las gotas de sudor.
Enero vibra y enaltece la lujuria. Ella, grita gozosa. El, orgulloso de su
hombría esboza una sonrisa. Ella, agotada descansa sobre el cuerpo transpirado
de Enero. Por la mañana Enero despierta con el canto de los pájaros. Piensa
en Ella y tiembla. Sigue con el juego erótico.
Un día cualquiera la dulce niña lo amarró a sus deseos y destruyó su
autoestima. Desde ahora Enero corre detrás de la semana mendigando una
mirada.
NI LO HUBIERA IMAGINADO
Salí de las profundidades para alertar a quienes incautos de las travesías
se internan a una emboscada.
No estoy sola, Anfi trite y Galatea están conmigo.
–Eh, Galatea ves algo.
–Nada.
–¿Anfi trite por dónde andas?
–Aquí.
–Es imposible verte.
–Tetiiiiiis.
–Sí, ya te ubico.
–Me parece que una criatura extraña está moviendo las aguas.
–Aléjate, Anfi trite.
–No tengas miedo.
–Estoy bien.

102
SARA LIDIA NOVAS
Se divisa a lo lejos una nave. Al cabo de unos segundos un monstruo con
varios tentáculos emerge a la superfi cie. Yo y mis hermanas estamos decididas
a enfrentarlo. Muy cautelosas y acostumbradas a los peligros avanzamos. La
embarcación se adelanta y llega al lugar. Los tripulantes junto con el comandante
empiezan una lucha con esa criatura gigante. Después de unas horas, lo
matan. Me acerco con reserva a uno de los tripulantes.
–Perdón, quedé sorprendida con la rapidez con que actuaron. El marino
dejó de enrollar las sogas, levantó la cabeza. Sus ojos impertinentes invadieron
todo mi cuerpo. Su boca entreabierta no lo podía creer.
Pregunté: –¿Cómo hicieron para terminar con esa fi era?
El marino volvió a la realidad y explicó la verdadera hazaña.
–Es que, nuestro comandante tuvo el asesoramiento de un amigo conocedor
del mar, quién le confesó algunos secretos para sobrevivir mientras durara
la navegación.
–Nos untamos con grasa de animal y así pudimos vencerlo.
–Tengan cuidado con los peñascos, son escollos que al pasar el navío los
encierra y los deja atrapados.
–Sí, Poseidón nos alertó. Gracias. Volví a internarme en las aguas hacia
el Palacio. Al llegar, mi madre me informa que me nombraron custodia del
barco que trasladará a la reina María de Médicis a Marsella donde contraerá
matrimonio con Enrique IV.
Pasaron los años y aquí estoy en el Museo del Louvre. Los turistas de
todo el mundo se deleitan con las obras de arte. Yo soy parte de la custodia
del Desembarco de la Reina. Tantos años, todos nos hicimos muy compañeros.
A veces cansada de estar en la misma posición salgo a disfrutar del arte.
No es tan fácil para mí acostumbrarme a vivir en tierra fi rme pero lo logré. Me
encuentro en el Museo del Prado, en Madrid. Una pintura me impacta y trae
a mi memoria hechos de la infancia. En realidad, de niñas con la protagonista
del cuadro jugábamos y nos escondíamos entre los acantilados. Cuantas anécdotas.
No quiero llorar. Extraño mucho a los míos. La pobre Andrómeda fue
capturada por un horroroso monstruo de mar que la hizo cautiva: –¡¡¡Ayuda,
que alguien me ayude por favor!!! Un soldado que cabalgaba por el lugar sintió
los gritos desgarradores de la joven y la puso a salvo.
–No te impacientes, no llores, todo saldrá bien. Obnubilado por tanta belleza
la tomó en sus brazos y nunca más se separaron. Alguien me dijo que son
muy felices. Hace rato que observo la imagen y espero que ella me reconozca.

DESPIERTOS EN LA LLUVIA
Decido irme. Caminé unos pasos y sentí un chistido. Me doy vuelta y allí está
Andrómeda con una sonrisa y los brazos extendidos.
LA EMBOSCADA
103
Solo la ofi cina de Asuntos Jurídicos ubicada en Colodrero y Monroe se
defi ende de la sombra que la acapara. La puerta se queja. Los pasos avanzan.
Entra Fernández, el abogado del estudio. Él no imagina que sus horas están
contadas.
–Hola
–¿Hay alguien aquí? preguntó el abogado
–García
–Domínguez. El estruendo de la voz se funde. El reloj marca las 9:00 en
punto. El personal debería estar en sus puestos.
El Doctor Fernández se queda pensando. Se rasca la cabeza. La ofi cina
está abierta. El perchero cubierto de abrigos.
Se sienta un instante. Se levanta. Va hacia la escalera. Sube. En el primer
piso se encuentra la sala de reunión. Entra. Sale. Baja rápido.
Desde una de las ventanas, ve al personal de maestranza
Lo saluda nervioso y lo llama.
–Buen Día, Lalo.
–Venga, por favor
–Buen día, enseguida Señor
–¿Que sucede?, ¿Sabe usted dónde está mi personal?
–No señor.
–No me explico, murmura, Fernández. Un ruido viene del sótano. Los dos
hombres bajan. Ahora son gritos. Cada vez más cerca.
–Por Dios, ¡qué pasó! Exclamó el Doctor.
El personal esta maniatado. Uno de ellos lucha por desatarse. El doctor va
en su ayuda. Una voz fi rme lo detiene.
–Quieto, es Lalo.
El Doctor Fernández no obedece y va hacia Domínguez.
–Pero, Lalo, hay que desatarlos.

104
SARA LIDIA NOVAS
–Quieto.
El hombre se da vuelta y lo mira. Lalo lo apunta con una pistola. Fernández
funde sus ojos en la fría mirada del personal de maestranza. Por su cuerpo
corre un horrible presagio. Vuelve a dar la espalda para ayudar a su gente. Lalo
con los ojos fi jos, como un autómata, descarga el revólver encima del abogado
quien se desploma. Un estruendo calculado da por terminado el designio. El
resto del personal se desamarra. Se abalanzan sobre el cuerpo para despojarlo
de sus pertenencias. Huyen. Después de unos minutos llega la policía. Ingresan
armados con atacas. Dan la voz de alto.
–Tiren las armas
Solo el silencio acurrucado contesta. El cadáver tendido con ojos pasmados
y la sangre desorientada los reciben.
EL IMPULSO, SU VERDUGO
Como todas las mañanas, Marta sale de su casa. Cierra la puerta de calle
mirando para todos lados. Con paso apresurado cruza la avenida. Sus cuarenta
y tantos años son llevados con resignación. Es de una estatura agraciada. La
cabellera rubia desplomada sobre su espalda, luce con desparpajo. Camina con
lentitud. Sus ojos inclinados hacia el suelo rezan una plegaria. Yo intento descifrar
cada día quién es en verdad. Parecen dos personas en un mismo cuerpo.
Entra a la ofi cina. Me saluda con cordialidad.
–Hola Juan, Buen día dice sonriente.
–Buen día, Martita, le contesto.
Es compañera de Lucero Antorchas. Mujer asturiana, servicial por afuera.
Es decir, un tanto impulsiva. También ella encierra algo indescifrable en sus
gestos que a veces la torna abominable. Hace unos meses ambas estuvieron
involucradas en un hecho demencial.
Se los contaré en otro momento. Me necesita mi jefe, disculpen. Marta
cruza el pasillo y se sienta frente a su computadora. Abre una carpeta y comienza
a trabajar. En el escritorio enfrentado al suyo se encuentra Lucero.
Después de casi media hora de silencio suena el teléfono.
–Alonso Propiedades, Buenos días, atiende Marta.
–Sí, Señor: –Sí, Señor, enseguida.

DESPIERTOS EN LA LLUVIA
105
Deja lo que está haciendo y se dirige a cumplir con una guardia. Cuando
Lucero queda sola revisa la documentación que tiene Marta en su escritorio.
Con una sonrisa diabólica rompe dos hojas ya foliadas, de un documento listo
para entregar. Entra personal de limpieza. Hace un bollo de papel y lo tira al
cesto que pronto será vaciado. No dejó ningún rastro. Las horas se atropellan
sin dar tregua. El reloj marca la salida. Al otro día el personal de Alonso
Propiedades vuelve a su rutina. Marta se sienta como de costumbre en su
escritorio. Su jefe se acerca.
–Buen día, Marta, dice con diplomacia.
–Buen día, Doctor Alonso, le responde con una voz amable. El doctor
Alonso se inclina hacia los hombros de la muchacha.
–Martita, necesito el boleto de compra de la Calle Obligado al 4000. Enseguida,
Doctor, esbozó Marta.
El Doctor Alonso toma la documentación y se va a su despacho. Al rato,
la voz urgente del Doctor la llama. Marta obedece. Cuando vuelve la palidez
brota en su rostro. Sus labios apretados acumulan bronca. No entiende que
pasó. Siempre es muy prolija y detallista. Una voz con sorna la devuelve al
lugar
–Te sentís bien Martita, le pregunta Lucero.
Ella vuelve la vista hacia su compañera. La mira fi jo.
–Sí, Sí, todo está bien, acota despacio.
–¿Seguro? ¿no lo parece?
–No te preocupes, Lucero. Seguí con tu trabajo.
Marta está obnubilada.
No quiere maltratarse ni pensar mal.
–Martitaaaaa, volvé, insiste Lucero.
Marta no contesta. El fi nal de la jornada la despabila. Toma su cartera y
camina hacia el pasillo. Es inútil no puede reponerse de lo que sucedió. Segura
de haber hecho bien su trabajo le cuesta comprender esa situación. Hace un
gesto de intolerancia cuando recuerda la mirada acusadora de su jefe. Las lágrimas
inundan su cara y el maquillaje de los ojos se diluye dejando surcos. Se
limpia la suciedad que ocasiona el llanto y se va. Los días siguientes continúan
sin nada en particular. Marta se esmera cada día Siempre fue muy responsable.
–Hola, Martita, la saluda Juan, con su cordialidad de siempre.
–Juan, ¡qué alegría!! hacía tiempo que no te veía.
–¿Tomaste vacaciones?

106
SARA LIDIA NOVAS
–Sí una semana., asienta Juan.
¡Hola amigo lector!
Volví de un descanso merecedor. Estoy en condiciones de contarles
aquella historia protagonizada por Lucero y Marta. Un mediodía como otros
se reunieron a comer. Al pasar por al lado de Lucero, Marta sin darse cuenta
volcó gaseosa en su pollera. Lucero, creyó que su compañera la agredió y con
una ira incontrolable tomó un aerosol que estaba en la mesada y se lo tiró a
los ojos. Era Cif limpiador. Marta fue hospitalizada. Lucero estuvo suspendida
por una semana. Marta jamás la perdonó. Se preguntarán cómo lo sé.
Intuición, solo eso. Hasta mañana. Un nuevo día comienza muy cercano a la
ansiada primavera. Marta llega más temprano. Deja su bolso y las llaves que
corresponden a un departamento próximo a vender. Va al baño. En ese instante
la ofi cina queda sola. Llega Lucero. Cierra la puerta y comienza a revisar la
cartera. Al ver las llaves, las esconde en un bolsillo de la chaqueta. Marta la
observa hasta que de su cuerpo sale una mujer enardecida de odio. Los harapos
de aquella dama cordial se diluyeron. De su boca chorrea una rabia rancia
que la invade. Toma una tijera de uno de los cajones del armario y con paso
silencioso llega hasta hundirla en la barriga de Lucero. Sus compañeros llaman
a la ambulancia. Llega tarde. La señora Antorchas muere desangrada. Marta
fue a la cárcel. Le dieron perpetua. Ganó la intuición
–Juan, tenías razón.
DERRIBAR MIS MUROS
Los hábitos se arraigaron en mí que seguí sin decir palabra hasta aquel
momento, uno cualquiera, donde me detuve. Fue mi espejo vívido, una voz
que solo yo escuché.
A partir de ese momento no necesité del torbellino. Miré y acepté mi
camino. Sumergida en mis recovecos más profundos puedo ver que no son
tan oscuros e indago y encuentro el refulgir de lo callado. Intento construir un
oasis con lo que no creía sublime. Me despojo de la arrogancia de querer tener
la última palabra y aprendo que el silencio en muchas ocasiones es lo mismo
pero en son de paz. El remanso se divisa, el viento lo empaña pero la tenacidad
empuja a mi despertar. No hay calendario que marque el cambio. Solo yo y la
adversidad de aquello que me impedía ver lo que había detrás de mis muros.

DESPIERTOS EN LA LLUVIA
Hoy me fi ltro en ellos logrando amasar los preceptos impuestos, para volver a
renacer las veces que sean necesarias. De esta manera tránsito.
Soy el día y la noche
en el transitar del camino.
Soy el trigo que ahonda
para renacer.
Soy peregrino hacedor
de piedras en mi cautiverio.
Soy un madrigal regado
por el roce de una alondra.
Soy trueno dentro de
un cántaro sin lunas.
Soy tempestad aferrada
al caparazón de mi reino.
Soy crepúsculo concebido
por una torbellino.
Soy arena indomable
en la gigantez
de una mano.
Soy alba en el chispeo
de una estrella.
Soy el aleteo de un instante
en el pico del barranco.
Soy una gota en
los pliegues del suspiro.
Soy el fuego y el agua
exiliados en las raíces
de un álamo.
POESÍA
COMPROMISO
107

108
SARA LIDIA NOVAS
ESTADIOS
Soles fundidos
en poros abiertos
palpitan húmedos de rocío, mientras
pájaros azules mastican llanuras
canturreando amaneceres.
A lo lejos una luz mortecina
sangra lamentos que atrapan
viejas voces como lluvia seca.
En las garras de la vejez, una fl or late.
FLUIR
Las brasas se consumen
en el esqueleto silencioso,
titubean entre las hebras
paganas del ser.
Relámpagos soplones
hablan de una vida
que enmudece.
El crepúsculo sonríe.
SARA LIDIA NOVAS

JUANA ROSA SCHUSTER
PRÓLOGO
LA RECETA MÁGICA
Preparo el caldero. Una porción hiperbólica de imaginación. Agrego aquella
cantidad de vocablos. Incorporo esta mezcla de metáforas. Añado las oraciones
que compartiré con el lector. Uno bien los ingredientes con el bolígrafo
y el resultado es siempre una obra, testigo del pasado o espejo del presente.
Entonces, una se siente orgullosa, rodeada por el placer de la tibieza del
argumento e intuye un encuentro con muchas personas que la han estado esperando
para hacer ese ejercicio sin interrupción que conforma el fascinante
hábito de la lectura.

110
JUANA ROSA SCHUSTER
COMENZARÁ A NEVAR
Comenzará a nevar y un silencio vivo hará que el agua modele mis
formas de mujer, en el sufrir de las distancias, en el querer de los recuerdos.
Comenzará a nevar. Seré una nube gris deshilachada en penas. Afuera
cantará el río inquieto por sonidos que duelen. Tipas, casuarinas, jilgueros,
pronunciarán tu nombre. Mi recuerdo se desvanecerá en vos como una ceniza
de luz en el aire. Comenzará a nevar y me enredaré en un manojo de violetas
tímidas. Más allá, la ciudad, seguirá con sus luces que encandilan. En las
cunas habrá niños, en las mecedoras, un abuelo. Comenzará a nevar, gritaré
la palabra perdida, me tenderé en el lecho impregnado por tu aroma a sándalo
y cerraré los ojos.
DESENCUENTROS
ROSARIO: Ayer ha muerto mi padre. No es que no lo quisiera. No nos
llevábamos bien.
–Quiero ser azafata.
–El ambiente no es bueno.
–Soy una mujer honrada.
–Así te hemos educado.
–Déjame seguir mi vocación.
–Te acosarán. Estarás ausente de la casa.
Me encerraba a llorar en mi cuarto. Estudié corte y confección. Tengo
alumnas en casa. No estoy satisfecha. Además, prefería a Milagros. Ella fue
siempre la dilecta.
PILAR: Ha fallecido papá. Vino mucha gente al velatorio. Los amigos de
Asturias estaban casi todos. No teníamos una buena relación.
–Voy a estudiar medicina.
–Ni lo pienses.
–¿Por qué?
–No es una carrera de mujer. Tendrás que hacer guardias nocturnas.
–No importa.

DESPIERTOS EN LA LLUVIA
111
–Por la noche quiero a mis hijas en casa, como corresponde.
Me dediqué a estudiar piano. Doy clases en un conservatorio. Me siento
frustrada. Siempre quiso a Rosario. Nunca hubo un mimo para mí.
MILAGROS: Mi padre no está con nosotros fue muy trabajador como
todos los inmigrantes. Cierto es que discutíamos mucho.
–Seré arquitecta en el futuro.
–De ninguna manera.
–Qué razón tienes.
–No te puedo pagar esa carrera.
–Lo puedo intentar trabajando.
–¿Dónde?
–En la fábrica de tejidos piden una ayudante.
–No permitiré que exploten a una hija.
Acabé en un curso de mecanografía que no me sirvió cuando llegó la
computadora. Lo que más duele, es que su favorita era Pilar. Se desvivía por
ella.
ESPOSA: Manuel ha partido. Dios lo tenga en la gloria. Fue un buen compañero
a pesar de su carácter. Tenía la sartén por el mango, como debe ser. Le
enseñé a las muchachas a no enfadarlo. Él siempre decía: –La mujer honrada,
la pierna quebrada y en casa.
Hay algo que me mortifi ca. Siempre quedé a un lado. Sus caricias eran
para las tres. Vivió sólo para ellas.
EL HIJO
Valentina pasó la noche en una estación de Petrogrado, como los demás.
Ya no revisaba el listado de Cruz Roja Internacional pegado debajo del reloj.
Una esperanza de equivocación la mantenía en el sucio andén, donde todos
dormitaban o masticaban semillas de girasol. Altas vigas se elevaban hacia un
techo gris. Las claraboyas no dejaban pasar algo de luz.
Un cuadro con imágenes de las estepas rusas, parecía zurcido por telas
de araña. El gorro abrigado y con una borla negra, le ocultaba los cabellos. Su
rostro extenuado cambió de expresión. La locomotora se acercaba cansada.
Gritos, corridas, empujones, paquetes que rodaban, fardos. Parafernalia de

112
JUANA ROSA SCHUSTER
abrazos, llantos, alegrías. Un paroxismo, muchas voces que se escuchaban
envolviéndolo todo. Los muchachos descendían. Muchos vendados. La estación
quedó vacía.
–¿Y Dimitri?… Mareada, con los ojos enrojecidos, tomó el camino hacia
la aldea.
–¡Mamá! Se dio vuelta.
–Disculpe. Ojalá fuese cierto.
–Sí.
La mujer caminó unos metros. Sólo algunos segundos. Apuró el paso para
alcanzar al soldado.
–¿Por qué no? En casa hay patatas fritas y té caliente. Se abrazaron. El
frío viento ruso fue testigo.
EL VIAJE
El autobús de las 12.30 no estaba lleno ese día. El chaufeur había sido
contratado por las autoridades de la universidad para llevar a las alumnas a sus
casas. La clase de enfermería para jovencitas, fi nalizaba a esa hora.
Las pocas pasajeras comentaban el tema que mantenía en zozobra a la
comunidad: cuatro muchachas declaradas como desaparecidas, fueron halladas
sin vida. La policía tardó demasiado en hallar los cuerpos. Cierto es que era
una zona difícil de rastrillar. Altos pastizales y plantas silvestres que rodeaban
granjas. Decenas de personas se presentaron a declarar. Algunos padres creían
haber visto un hombre que rondaba la casa de estudios. Llevaba el pelo muy
corto, teñido de rubio.
–¿Qué más puede decirnos?
–Solía jugar con una pelotita en los dedos.
–¿Por qué no telefonearon?
–Podía haber sido familiar de una de las estudiantes. El detective estaba
exasperado. Los padres le exigían mayor rapidez. Con sus años de experiencia,
se dio cuenta que estaba frente a un hombre muy astuto. Hablaría con el
psiquiatra para saber por qué las elegidas habían sido chicas que pronto serían
enfermeras. Las pasajeras no habían podido concentrarse en clase. El tema
había sido el peligro al que estaban expuestas.

DESPIERTOS EN LA LLUVIA
113
Gloria se sentó en otro asiento, junto a la ventanilla. El aire golpeaba en
las mejillas como si fuese el ala de un pájaro. Era cansino el sonido del motor.
A medida que las compañeras iban bajando, Gloria pensó que en veinte minutos
estaría en su hogar. Seguro que nacerían esperanzas para el alma atormentada.
Pronto descendería. Se decía que el detective era efi caz, para sentir
mayor sosiego. De pronto, el paisaje no le fue familiar. Tal vez el conductor
habría tomado un atajo. Gloria se dirigió al hombre del volante.
–Ya estamos llegando. Cambié el camino porque Doña Sara va a entregarme
una vianda. Regresó al asiento. No notó que el pelo corto y rubio no se
debía a que el chaufeur siguiera la moda. Tampoco vio la pelotita que mientras
conducía con la mano derecha, manipulaba con la izquierda.
ELLOS CREÍAN
No sé de dónde apareció el camión. Sabía que no debía atravesar las calles
solo. Reconozco que soy rebelde. La bocina del camión sonó como una fl auta.
Ya era tarde. Estoy en una clínica. Me llenaron de cables. Fui conectado a muchos
aparatos que hacen rayas raras. Una doctora le dijo a mis patrones: –Se
nos va –A cada rato levantan un párpado y me miran con una linterna. Niegan
con la cabeza. El director, el Dr. Márquez, le dijo a todos que entré en estado
de coma. Es ahora cuando me doy cuenta quién es quién.
Doña Mercedes: –No podemos seguir pagando. Que le apliquen una inyección.
No somos millonarios. Es una lástima que no se haya muerto el mes
pasado, al ingerir veneno.
Don Alfredo: –Siempre te fastidió. Tus quejas son continuas. Me resulta
incomprensible por qué no pudiste darle amor.
Hija: –Es sólo un perro, papá.
Don Alfredo: –Sí. Es sólo un perro. Es por eso que es muy importante. No
tienen sentimientos. A veces, no los comprendo.
Hijo: –Acordate cuando mordió a Enrique. Tenés mala memoria. Pasó
sesenta días vendado, protegido por un guante quirúrgico.
Sí. Atrapé con los dientes la mano del Tío Enrique. Me molestaba. Le gustaba
quitarme los juguetes que traía mi amo. Después no los devolvía. Hice lo
que debía. Tenía rencor porque fui recogido de la calle. Él tiene un Rottwailler
registrado. Lo pagó en dólares. Recuerdo todo. No soporto ver a un racista.

114
JUANA ROSA SCHUSTER
¿Acaso era yo el culpable del abandono? Los hombres no conocen el vocablo
“responsabilidad”. Piensen cuántos terneritos murieron de frío. Sé muy bien
que podían haberse salvado.
Don Alfredo me acaricia de manera constante. Dice que me pondré bien.
Sé que no será así. El golpe quebró las patas. Tengo traumatismo de cráneo.
Quiero creer que volveré a la casa. Don Alfredo va a extrañarme. Hace
dieciocho años que me lleva al Parque Rivadavia. Siempre compra el mejor
balanceado.
Doña Mercedes: –Podríamos tener otro auto con lo que ya hemos gastado.
Hija: –Reconozco que me da lástima. Cierto es que molestaba a los
vecinos con los ladridos. A partir de ahora podremos ir a Punta del Este sin
problemas. Siempre en búsqueda de pensionados.
Doña Mercedes: – Lloraba si se quedaba solo. No podíamos ir al country
seguido.
Hijo: –Me tenía cansado. Venía a saludarme y me ensuciaba la ropa. Me
llenaba de saliva.
Don Alfredo: –No hablen así. Me ponen nervioso.
Doña Mercedes se iba furiosa. Encendía cigarrillo tras cigarrillo en el
corredor. Inés y Gabriel se retiraban insultando. Sabía que mi patrona no me
amaba. Lo de los chicos fue una sorpresa. Supieron disimular los trastornos
que les pude haber causado.
Algo importante: ayer, la señora Mercedes hizo una llamada muy extraña
desde su celular.
–Reynaldo, ¿a la hora de siempre? Ignoro qué respondió el tal Reynaldo.
Ella agregó: –No sabés qué blusa me compré.
Don Alfredo llorará. Rememorará esos días en el parque donde leía bajo
el tibio sol de la tarde. Le daba de comer a las palomas y me espiaba con sus
grandes ojos verdes. También se va a acordar de las noches de crudo invierno.
Me ponía el tapado de lana escocés, y hablaba bajito. Levantaba las patas
con mucha ternura. Un día vomité. No sintió repugnancia. Me dio las gotas.
Limpió el pasillo cuando sin darme cuenta tragué sorbos de un veneno para
las plantas.
Vuelve la doctora. Me dará una inyección analgésica en la pata rasurada.
Don Alfredo: –Pobrecito.
Doctora: –Hacemos lo que podemos. Ya está viejo.

DESPIERTOS EN LA LLUVIA
115
Me quedé pensando. Aún corría y saltaba los cercos. Si uno tiene los bigotes
blancos, ¿es comprensible que no siga viviendo? ¿Dónde irá a parar mi
amor por Diana, la mascota del diariero? ¿Qué sucederá con Tobías, mi mejor
amigo? Tengo que contarle lo de la llamada. ¿No ver más los juguetes que
logré esconder del Tío Enrique?
Estoy entrando en un túnel. Veo luz, mucha luz. Me molesta la vista. Sigo
caminando. Las patas están curadas. Más luz. Mucha luz…
ENHEBRANDO RECUERDOS
¡Levántense! decía mi padre con voz suave. Abría mis ojos en la penumbra
del amanecer, y aún, adormilada, miraba las paredes de los troncos de mi
habitación. Mi hermana apartaba los cobertores y se incorporaba. Cada año
veníamos a pasar un mes del verano. Río Ceballos tenía un atractivo especial
para mis padres. Allí habían ido de luna de miel y se prometieron traernos
cuando tuviesen hijos. Queríamos que mamá viniese también, pero no se
animaba a dejar sola a la abuela. Nos entregó un termo y una cámara fotográfi
ca. Bajamos los escalones. Tomamos el sendero hacia el lago. El camino era
sinuoso. El fulgor rojizo sobre las copas de los árboles, nos encandilaba.
El fi rmamento de tonos naranjas, rosados y ámbar, se nos ofrecía con
toda su belleza. Brillaba allá arriba, una estrella rezagada. La neblina se fue
alzando del lago. El paisaje se tornó visible. De pronto, la moneda de un sol
resplandeciente, hizo que todo ganase vida. Un pájaro de pecho rojizo se alzó
desde una orilla lejana. En su vuelo abanicó el agua. Unas lagartijas pasaron
trepando un tronco, confundiéndose con las hojas. Una pata pasó por el lago
con sus retoños trepados sobre su lomo. Era una maravilla ver cómo los pequeños
no caían, adheridos a las plumas de su madre. El rápido planeo de un
águila, llamó nuestra atención. Papá señalaba todo con su dedo, sorprendido
ante tanta belleza. Un benteveo llamaba a su compañera. Ésta vino saltando
de piedra en piedra. Después de disfrutar tanta majestuosidad, corríamos a la
cabaña y nos acostábamos. Papá era el último en llegar. Escuchaba sus pasos
desde nuestro dormitorio. Hoy, mes de enero del año 2000, susurro a mis hijos:
¡Vamos! ¡Levántense! ¡Vengan al lago!
Salen somnolientos, aún atraviesan sueños y reciben el termo de café
caliente. Admiramos el revoloteo de un pájaro multicolor. Una pata pasa con
sus polluelos sobre la espalda.

116
JUANA ROSA SCHUSTER
–¿No es hermoso?– Pregunto emocionada, Los chicos asienten con la cabeza.
Toman fotos que serán digitales. Suben corriendo a la cabaña a retomar
el sueño. Mi padre y yo nos quedamos allí, atrapados por el paisaje. Se alzan
las volutas de bruma. Un águila planea entre las montañas. Nos dirigimos a
la cabaña, que ya tiene 90 años. A mitad de camino, giro la cabeza. No veo a
mi padre… Tal vez cambió de parecer, me digo. Quizás se quedó en la rivera,
inmóvil, embriagado con tanta sinfonía.
HAMBRE
Amaso el pan. Mezclo la levadura y el trigo candeal. Le añado mi amargura.
Miro las manos enrojecidas por el jabón ordinario y las faenas rurales.
Un trozo de madera de quebracho hace perpetuar ese fuego sin humo que da
calor al lugar. Las nubes grises han oscurecido todo y un trueno aterrador me
estremece. Las criaturas se aprietan a mi cintura envueltas en llanto. Son las
cinco de la tarde, pero no parece. Se diría que estamos en plena noche. Mientras
calmo a mis hijos, enciendo el farol oxidado del abuelo. Se ha cortado la
luz de este lado del campo. Otra vez el generador que está a pocas leguas de
aquí. Van a tardar en arreglarlo. Siempre es así.
Vas a llegar cansado y de mal humor. No te quieren pagar como merecés.
Tampoco son puntuales. Los chicos se calman y juegan con esos juguetes que
les hiciste con corchos de vino y escarbadientes. Sé que les decís a tus patrones
que Anita, Pablo, Valentina y Juliana se van a dormir con un tazón de leche y
mendrugos fl otando en las tazas heridas. Lastimada con esos rayones que les
producen las caídas. Doloridas como nosotros, que no sabemos cuáles puertas
golpear. Además tu empleador sabe que estoy encinta otra vez. El médico
recetó medicamentos con hierro y calcio, imposibles de comprar. Por suerte,
la curandera me regaló unas hojas de un té especial para embarazadas. Bajan
dos policías. Es extraño. ¿Qué pueden querer? Nunca andan por acá. Entran
golpeando las manos. Llevan el pelo mojado.
–¿La señora Maldonado?
–Sí. Los miro interrogante y atemorizada. Uno de ellos acaricia al perro
que nunca le pusimos nombre.
–Su marido está preso.
–¿Cómo?

DESPIERTOS EN LA LLUVIA
117
Froto las manos en el delantal descosido. Siento que el corazón va a partirse
en dos pedazos como cuando preparo los jugos sin azúcar y pretendo
llenar los vasos sin lograrlo.
–Lo capturamos cuando intentó asaltar la pollería de don Ramón.
–No puede ser.
–Venga con nosotros.
–¿Y los gurises? Hay barro. Llueve mucho.
–Los llevamos. El viaje se hace interminable. Los vidrios están empañados.
Faros potentes iluminan el camino pantanoso. Una comadreja cruza
delante de nosotros. Llegamos a un edifi cio que no conozco. Obligada a bajar,
dejo a los pequeños con un cabo. Camino por pasillos. Oigo puertas que se
cierran. Hay un murmullo insoportable. La atmósfera es asfi xiante. Siento el
vientre pesado. Se detienen ante una celda oscura. Otra puntada en la barriga
me hace proferir un grito. Vienen más agentes y soy acostada en el suelo. Una
mujer vestida de azul, les dice que viene el bebé. Lloro y grito. Las contracciones
son cada vez más fuertes. Alguien pide que puje.
–Es un varón– dice la mujer policía. Giro mi cuerpo y aprieto las rejas de
hierro. No te veo. Acostumbro la vista, hay escasa luminosidad. Algo humano
se tambalea desde un caño de una de las paredes. Acercan más velas que
amplían la imagen movediza sobre la pared.
UN CUERPO DE CALLES SIN ATAJOS
Un hombre la espera detrás del paredón. Ella acude, es que no sabe de otra
cosa. O porque paga culpas ajenas.
La llevan a la corrupción hechos que sucedieron antes de su primer llanto.
En su alma se mezclan el ayer y el hoy. El afuera y el adentro. El negro y
el blanco. No lo conoce, también ignora al otro que pagará después.
Las sienes palpitan y ella crea una historia que no acontecerá.
Mientas camina con sus tacones altos y su falda corta, lo piensa, lo arma,
lo imagina. Alto, delgado, sonriente. ¿Qué más da?
Deletrea en las estrellas las sílabas de cualquier nombre. Alguien que recorrerá
su cuerpo de calles sin atajos. Ese ser, un cuarto precario, un cigarrillo,
unas palabras. Una esperanza para su alma atormentada.

118
JUANA ROSA SCHUSTER
POESÍA
NO TE OLVIDES
No te olvides de felicitar a la novia.
¡Qué bonita luce con el vestido blanco!
Ella me amó. La besé junto al sendero que baja hasta el arroyo.
Una corona de plata ciñe la frente altanera.
No te olvides de saludar a la novia.
El párroco se acerca ya al púlpito.
¿Para qué agregar otro leño a la hoguera de mis lamentos?
A la vez que permanezco, voy a muchas partes.
Golondrina de luz tu nombre, pájaro tibio
sobre mi hombro vencido.
No te olvides de abrazar a la novia.
Viviré con la angustia de su ausencia
sin aquella risa en las noches más oscuras.
Cuidaré que el fuego de crudos inviernos
no se apague como su amor en un instante.
Ella, que fue el dulce néctar que penetró en mi alma.
No te olvides de sonreír a la novia.
Ella, quien evade mi mirada con intención.
La que eligió al hombre equivocado.
Me pedirá perdón cuando la nieve
cubra mi cabeza quebrada.
No te olvides de decirle que la quiero.
JUANA ROSA SCHUSTER

HILDA TREZZA
PRÓLOGO
Las letras son el cuerpo de un texto, representan un género de la literatura,
participan del amor, el fervor, el rito, la danza, el canto, que transfi guran
nuestra existencia.
Quiero decirles que desde mi humilde lugar como escritora agradezco
que la vida me haya orientado para alcanzar este camino maravilloso que es
escribir, gozar de ello, disfrutar de la belleza de la cual todo ser humano debe
ser partícipe.
Ser escritor en dosis bien servidas, alimenta y nutre el espíritu, asusta una
soledad, aleja las tristezas.
Primero se siente, luego se escribe, este es el principio con que escribo,
para que, como en una galería de espejos, el lector goce, sufra, se sonría, se
reconozca a comprender lo que escribo.
“Si amas lo que haces, nunca será un trabajo”.
CONFUCIO
“Un libro como un viaje, se comienza con inquietud y se termina con
melancolía”.
JOSÉ DE VASCONCELOS
Esta publicación se la dedico con todo mi amor a mis hijos: Gastón, Matías,
Ezequiel y a mis dos amadas nietas: Valentina y Francesca. Le agradezco
profundamente a Marta, mi profesora, que con su enseñanza, consejos y apoyo
incondicional ha hecho posible que mi sueño se haga realidad.

120
HILDA TREZZA
ELLOS
Estamos en el año 3000, una era en la que la humanidad viaja a través de
los espacios estelares. Acabo de llegar a bordo de la estación espacial Nébula
sede de la sección de investigación y pacifi cación de la RED MUNDIAL. Desde
este satélite artifi cial me ocuparé como miembro de Nébula de resolver los
confl ictos de la galaxia. El sistema de teletransporte de Nébula puede enviarme
instantáneamente a cualquier lugar de la galaxia. Justo cuando empezaba a
imaginar mi próxima misión llegó una llamada urgente del capitán Polaris,
cuando lo atendí me dijo:
–¿Puede venir a verme?
–Cómo no capitán.
Cuando llegó estaba serio. ¿Qué tal están tus conocimientos sobre historia
antigua? –preguntó.
¿Qué antigüedad capitán?
–Año de la Tierra 1810.
–Desde luego eso es realmente antiguo –trataré de ayudarlo.
–Ese año –dice el capitán –ocurrieron hechos históricos importantísimos
en América, sobre todo en la llamada República Argentina; cuando logró obtener
su libertad de los españoles, según se decía logró gobernarse por sí sola,
tuvieron también gran progreso económico.
–Asombroso.
¿Qué tiene que ver todo esto conmigo?
Se ha descubierto que últimamente vienen ocurriendo confl ictos en el
cúmulo estelar de Thonex, quieren derrocar al actual capitán galáctico, cuya
actitud guerrera que lo caracteriza ha provocado situaciones límites entre galaxias.
Muchas familias dejan atrás todo para marcharse de Thonex; viajan en
vagones muy grandes, algo parecido a los carros que utilizaban los antiguos
pobladores de la tierra pero propulsados por un gas especial para que los lleven
a través de la galaxia, – estos viajeros son llamados “buscadores”.
Y yo ¿qué debo hacer?
Los buscadores tienen un problema, muchas veces, sus carros se ven atracados
por bandidos que pertenecen al grupo guerrero de Thonex; la frecuencia
de los ataques ha crecido; esta gente necesita nuestra ayuda.
¿Cuándo me voy?

DESPIERTOS EN LA LLUVIA
121
–Primero tienes que decidir dos alternativas: unirte a un carro de buscadores
en el camino a Thonex y podrías ayudarlos a luchar con los guerreros o
bien puedes intentar buscar a los guerreros por tu cuenta; tenemos informes
que su base se encuentra en el planeta Hybora.
–Prepararé las coordenadas e iré a dicho planeta –respondí–. Me encontraba
en esa tarea cuando de pronto veo en la video-pantalla de Nébula algo
que inmediatamente se lo comunico al capitán: –Parece un crucero de gran
tamaño –le digo– quizás sea la nave principal de los guerreros.
Entonces, de pronto, hay un punto de luz brillante al que siento como un
alfi ler en mis ojos, inclusive antes de pestañear, la luz se expande como un
millón de fl echas luminosas en todas direcciones, cierro los ojos pero la luz
sigue siendo dolorosamente brillante.
El capitán rápidamente viene hacia mí y me propone ir a investigar, da la
orden de reducir la velocidad y dejar la nave estacionada en una órbita permitida
y poder abordar aquella nave extraña.
Al salir fuera, estábamos acompañados por unos seres ubicados entre
nuestra nave y la de ellos. Nos llevan a su nave y partimos a una velocidad
jamás lograda, estoy pegado a mi asiento, horrorizado, siento que entro en un
sopor inexplicable, mi corazón late cada vez más rápido… De pronto me veo
ante la entrada de una gran cueva, me miro y llevo un abrigo grueso, un saco
de piel con capucha, además medias y pantalones de lana.
–Ya no me acuerdo de que época eran.
Desorientado estaba preparado para enfrentar cualquier situación.
Arrastrándome con pies y manos, penetro en un túnel que según pensé me
conduciría a la cámara principal. El túnel parecía infi nito, según mis cálculos
después de unas horas de andar siento que se me endurecen los músculos de la
garganta… el comienzo del pánico. No tengo sufi ciente espacio para darme vuelta,
ni siquiera estoy seguro de poder retroceder. Penosamente sigo arrastrándome
de derecha a izquierda y allá arriba de pronto encima de mi cabeza, una voz
entona un cántico. Es una melodía misteriosa y galáctica; llego a una cámara débilmente
iluminada, una fi gura delgada y fantasmal deja de cantar abruptamente
y me mira fi jo. Apenas puedo encontrar palabras, pero, este hombre extraño –si
se trata de un hombre– me dice: –Has encontrado la cueva del tiempo. –Por un
momento siento miedo, pero veo que su expresión es amable y sabia.
¿Qué es el tiempo? –pregunto.
–El tiempo es lo que permite que todas las cosas sucedan a la vez.
¿Cuándo comenzó, cuándo terminará?

122
HILDA TREZZA
¿Te gustaría verlo? –preguntó.
–Por supuesto –dije.
–¿Por dónde prefi eres, por el principio o por el fi nal?
No contesto y aparecen en una pantalla sucesivas escenas desde el hombre
de la prehistoria (recuerdo esto porque me lo enseñaron en algún momento),
sus herramientas para sobrevivir, como cazaban y súbitamente me veo en una
precaria balsa en el agua acompañados por ellos. Me siento perturbado y lo
más curioso es que veo transcurrir los años desde mi niñez hasta mi alistamiento
en la nave Nébula.
–Dime – le pregunto a aquella delgada fi gura, ¿ocurrió algo antes de que
empezara el tiempo y ocurrirá algo después que el tiempo termine?
–Nada puede ocurrir a menos que el tiempo transcurra –me responde–
pero pueden ocurrir cosas fuera de nuestro tiempo.
–¿Alguna vez podría visitar otro tiempo?
–Es posible… lugares donde percibes a otros tal cual serán en su futuro,
mientras ellos te perciben en tu pasado.
–Creo que preferiría permanecer en mi tiempo, le digo. Mientras pronuncio
estas palabras siento que pierdo el conocimiento, me despierto y encuentro
a mi alrededor gente conocida, escucho la voz de mi capitán… ¿cuál era
su nombre?… ah… Polaris y me dicen que fui rescatado del espacio, estaba
dentro de una cápsula, que fueron los seres que vi cuando salí de la nave; sólo
tengo grabado en mi memoria aquellas imágenes del tiempo de cómo había
sido mi vida y ese futuro que no pude descifrar. Sorpresivamente, veo aquel
punto de luz brillante, dónde la luz se expandía en todas direcciones, cerré
los ojos, grité. Pero no me salió ningún sonido; regreso a la oscuridad, poco
a poco mis ojos comienzan a acomodarse a la luz que me rodea y comprendo
una vez más que me encontraba nuevamente en la cámara del tiempo.
EPIDEMIA
Desde los comienzos de la historia, la humanidad viene luchando una guerra
contra las enfermedades. El enfrentamiento ha sido largo y difícil a veces
incluso parecía que la humanidad estaría ganando. Fuera de las descripciones
bíblicas de las plagas éste era un virus que al igual que la mayoría de los virus,
nadie podía estar completamente seguro sobre su origen. Algunos decían que

DESPIERTOS EN LA LLUVIA
123
su fuente yacía en un arroyo subterráneo en el norte de África, otros que han
estado en la tierra desde mucho antes que la humanidad. Este virus microscópico
altamente contagioso y completamente intratable pasó el tiempo esperando para
atacarnos cuando nos encontráramos en el momento de mayor debilidad. Todo
lo que podíamos hacer era sentarnos y esperar, estar atentos y actuar cuando
llegara el momento de pelear. Todos decían que el fi n de la raza humana estaba
por llegar con una epidemia y llegó. La desdicha es diversa. La desgracia cunde
multiforme sobre la tierra abre la huida silenciosa de las horas de alas negras.
Voces mezcladas con sordos lamentos de dolor y pena repite el eco de los muertos
y puestos en hileras en los cerros, como un ancho e irregular desgarrón en el
abdomen, sucio de tierra y hojas muertas que se rinde frente a la eternidad de la
roca indiferente. En el aire ahora se levanta un pueblo con fantasmas.
¿Dónde se encontraban las respuestas para resolver éste fl agelo? ¿Estaría
sobre los hombros de los científi cos que a partir de ése momento tenían el destino
del mundo? ¿Sus archivos servirían para recordarnos que nunca estamos
demasiado lejos del precipicio que termina en el desastre?
ENTENDER O NO ENTENDER
Ella nunca estuvo allí, donde los dioses bailan sin cesar, donde algún día
el hombre por azar logre vivir. Y es cuando trato de entender o de razonar las
cosas que me pasan, no entiendo, no comprendo, no encuentro un patrón en mis
ideas. ¿Por qué tengo esa sensación? Algunos dicen que la vida sería parte de un
castigo eterno, no quiero crecer, quisiera volver a tocar el portal mágico infantil,
quisiera vivir una noche para siempre, allí, donde seguro a ella encontraría.
EL ESPEJO… LA CASA
Está colgado ahí, extraña fascinación que se siente al mirarlo, porque sin
percatarnos puede guardar en sus honduras misterios no revelados y, refl exionando
entonces sobre la existencia, cosa esta bien compleja, podríamos pensar
que la silueta que nos devuelve es un desdoblamiento de dos imágenes de lo
que fuimos y la que queremos ser. Atrapados entre la bruma de la memoria
perdida o entre los ecos de un futuro inaprensible.

124
HILDA TREZZA
Y es que el hombre, aunque no lo sepa extraña esa fuga de los muebles, el
piano de la abuela y el gran espejo con dorado marco donde los viejos se miraron
jóvenes, guardando todavía sus imágenes bajo un formol de luces melancólicas.
EL SER DE NADIE
¿Qué es el ser? Será esa fuerza absoluta y profunda que tenemos al nacer.
Es aquello que nos convierte en nosotros mismos a través del cual el hombre
deja vislumbrar su propio centro. Eso que violenta y escandaliza a los demás,
que nos abre brechas insondables a través de la vida. Ser es dar lo que se puede,
es pertenecer o ser de nadie.
El ser es todo, es oposición a no ser, sin embargo esta oposición, que es
una corriente eterna de lucha se ve muchas veces ininterrumpida por ideas abstractas,
que comprender el porqué de la vida solo con el poder de la razón. Es
absurdo, decir, que nuestras abstracciones nos sirven como ejemplos. La razón
sola no puede comprender la vida, con ella la analizamos. Abstraernos en algo es
separar, comprender que los puntos principales de nuestra vida es el yo, hacedor
de nuestro destino. El fl ujo de la conciencia no se interrumpe por ninguna razón.
Cada cosa del ser se esfuerza en perseverar en su logro una duración indefi nida,
este esfuerzo es la emoción por excelencia, aquella que nos hace sufrir, amar y
compadecer. Nos haremos una pregunta: ¿es posible estar en plenitud de conciencia
con todo? La cuestión es que lo real es plantearnos si existe una relación
cuando hay un compromiso entre razón y sentimiento, porqué ni la razón nos da
de la verdad consuelo, ni el sentimiento nos da del consuelo la verdad.
APARICIÓN 5
Agosto de 1945, Europa estaba metida en una catastrófi ca guerra y se abría
un período de discursos, batallas, pero, por encima de todo esto, lo importante
era el protagonismo de las masas, orientada en función de los intereses, de mentiras
y difusión de rumores, los objetivos eran quebrar la moral del enemigo, dividir
y enfrentar a las fuerzas adversarias y lograr la colaboración de los aliados.
5 Los textos en cursiva pertenecen al cuento: Noche de Epifanía de José Revueltas.

DESPIERTOS EN LA LLUVIA
125
Formar el testimonio, el espíritu de la época, conciencia moral, las pugnas entre
grupos y partidos, la lucha de clases y el crecimiento social y moral del hombre.
Es así que refi riéndome a testimonio social el medio más usado en ese entonces
era la radio por excelencia, por su rapidez, inmediatez y ubicuidad.
Esta historia me la contó mi abuelo, periodista de profesión, siendo protagonista
de ella y conocida por la sociedad a través de la radio.
Rebeca era una muchacha judía que vivía en un quinto piso custodiado
por dos vigiladores.
Gendarmes, estruendos y el rumor tremendo de motores y sirenas rodeaban
el ambiente. Un silencio de sombras.
Rebeca fue entregada a la morgue como ella un millar de mujeres, o de
hombres… o de niños.
Yo, practicante de medicina y periodista por hobby, no había contemplado
un caso parecido. Mi abuelo –el practicante– estaba de guardia ese día. Al ver
el cuerpo de Rebeca exclamó: “Parece que es lo último que nos queda” –debía
concentrarse justamente en la observación del cuerpo de Rebeca– no quería
tener otro pensamiento absurdo.
Dos enfermeras que trabajaban conmigo se ocuparon de rasurar el
cuerpo de Rebeca. Mientras conversaban una dijo –“Me gustaría tropezarme
con cualquier hombre en la calle e irme a dormir con él”–. Yo pensé. –¡Qué
absurdo lo que ha dicho!
Cuando ellas se estaban marchando una le propone… Podemos caminar
juntas, así usamos una sola linterna; ahí en el sótano, dónde nunca había faltado
la luz, la voz del practicante enunció entusiasmado – ¿No es extraordinario?…,
en los ojos del practicante brillaba un destello de asombro –observen
Uds.– una puñalada en mitad del pecho.
Su muerte ponía ciertas dudas, no era igual a otras, a como morían todos
en esos tiempos, con un horror sin límites por la muerte.
–Todo este misterio cada vez se va convirtiendo en un complejo laberinto
y a su vez sumamente interesante – pensó el practicante haciéndose la idea de
decirlo en la radio en su programa periodístico.
Incontables eran los muertos, incluyendo a Rebeca, pero su muerte era
otra cosa –enfatizó mi abuelo por la radio–. La noticia quedó inconclusa. Tal
vez su cuerpo sería llevado mañana al crematorio.
La historia a esta altura se hace sumamente interesante y misteriosa –
comentó mi abuelo en la radio. Rebeca había bajado las escaleras rumbo al
refugio antiaéreo, cuando escuchó una voz que a pesar del estruendo de las

126
HILDA TREZZA
bombas alcanzó a reconocerla, era la de su marido quién le decía… ¿Por qué
te resistes? ¿Por qué?
Por estos tiempos ninguna de las mujeres se negaba –¿Cómo te llamas?
–le preguntó él como aquel primer día en que la conoció en el autobús que
los llevaba a la fábrica, ambos eran judíos y eso contribuyó a que se casaran.
Rebeca hizo silencio.
Mientras el practicante escrudiñaba el cuerpo apareció ante el un joven
clérigo. La situación entre el diácono y mi abuelo fue áspera; el fastidio, la poca
seguridad que éste demostraba acerca de su misión como clérigo; esa actitud
al ver una mujer desnuda sin reparar en la larga fi la del resto de cadáveres
dándole en su conversaciones un énfasis extraordinario a la palabra envejecer.
El practicante tendría que escribir el informe diario, el diácono para él
era un estorbo.
–Acaso yo sea el culpable de ése crimen, Rebeca era de mi diócesis –dijo
el diácono– su marido la trataba mal y yo un tanto diabólico le aconsejé…
¡qué lo engañase con otro hombre!
Rebeca no podía encontrar la salida, Isaac quizás ya no la quería o
nunca la quiso.
La enfermera subalterna tuvo que hacer un gran esfuerzo para superar
las situaciones que vivían en aquel sótano, dónde después de mirar todo el día
esa cosa repugnante que eran los sexos de hombres muertos tuviesen ganas
de acostarse con alguno.
Ambas se tomaron las manos con fuerza, la subalterna tomó la decisión,
se encaminaron hacia su casa, se sentían temblar como presas de fi ebre. La
enfermera mayor pensó –“tengo un miedo pavoroso de arrepentirme, a avergonzarme,
a tener remordimientos, Dios mío –.
De pronto… en este momento de la historia a mi abuelo lo noté turbado,
nervioso, ansioso ¿por qué?… apareció en escena frente a las enfermeras alguien
con pasos horriblemente seguros y les dijo: Sólo Uds. pueden ayudarme
–suplicó– en la morgue está mi mujer, digo, el cuerpo de mi mujer, a la que
yo mismo maté de una puñalada en el pecho… ¡Quiero verla por última vez!
Isaac la besó con pasión salvaje pero se presentía un desenlace fatal…
¡Igual a las demás! ¡Igual a las demás! Te entregas en las calles como todas
las demás ¿creías que yo era otro hombre no?… la clave fueron palabras que
por imprudencia, por goce, Rebeca dijo.

DESPIERTOS EN LA LLUVIA
127
La situación fi nal fue vertiginosa, quizás ni el mismo se dio cuenta cuando
sepultó el puñal en el pecho de Rebeca, ni cuando vinieron los gendarmes
y dos hombres que cambiaban el turno, subían a la azotea, indiferentes, para
vigilar los ataques aéreos.
Fue así como mi abuelo terminó su transmisión por la radio, único medio
para informar sobre la manera en que la familia, la religión, la política y la
sociedad movieron a esos personajes y de qué manera la pasión y la refl exión
defi nieron la historia del hecho.
POESÍA
SUEÑOS
… mensajes simbólicos del inconsciente
con lenguaje propio.
Herramienta efi caz
para saber más acerca de nosotros,
personajes disfrazados,
situaciones, informaciones muy valiosas
evolución que nos conecta con la magia de la vida y la razón.
CONVERGER
Metamorfosis de diosas,
ropajes que se ignoran
vientos soplando en direcciones diferentes
un heraldo alado surca los caminos
con colores y olores contrastantes
antesala adyacente al placer y el reposo de la paz.
VICISITUDES
La naturaleza ha dotado al hombre de la razón, dado que tiene como fi n
que éste pueda procurar su felicidad a través del uso de su pensamiento. De
esta manera, el hombre ha sido equipado sólo con lo mínimo indispensable ya

128
HILDA TREZZA
que todo lo demás lo logrará por sí mismo. Para que se logre el completo desarrollo
de todas las disposiciones, la naturaleza ha usado como medio la sociedad,
es decir, que dicha idea reside en la inclinación del hombre a integrarse a
la misma, pero que a su vez va unida de una resistencia constante que amenaza
con disolverla. El hombre tiene una inclinación a entrar a la vida social, ya que
solo así se siente que acrecienta el desarrollo de sus disposiciones naturales,
pero también tiene una gran tendencia a aislarse, posee una cualidad insocial
donde quiere disponer todo como le plazca. Con el afán de transcender, de
elevarse sobre sí con fundamentos de conocer todos los principios particulares
del ser, de aprender en el obrar, trata de integrarse ya sea desde sus aspectos
negativos como la humanísima sensación de angustia, de las neurosis, originadas
por los miedos a las crisis de nuestros tiempos, a los que dará equilibrio,
haciendo hincapié en los otros aspectos positivos: el dinamismo, el esfuerzo
por ocupar un sitio dentro de su espectro social y emocional, el sentido de la
libertad, la esperanza y el afán de plenitud entre otros.
SOY EL QUE SOY
Lo importante del “Yo soy” es mantenerse arraigado en el centro de uno
mismo, no vivir por el otro, si el trabajo es interno.
Felicidad y amor están emparentados en primer grado, ser feliz está estrechamente
ligado a la pregunta “Quién soy”, en la respuesta está la clave y esto
nos enfrenta a lo más profundo de nosotros mismos, nos parece mejor vivir distraídos
que contraernos dentro de nuestro ser, el verdadero ser olvidado. ¿Cómo
se hace para saber quiénes somos?... no hay una serie de reglas ni un método
específi co, hay un contemplar, un meditar, un diálogo con nosotros mismos. La
cuestión es iniciarnos ayudados por alguien que comprenda y escuche, a través
del que iremos tomando conciencia de nuestros límites y de ése modo vamos
adoptando una existencia más humilde, más comprensiva ante los demás y más
abierta a un auténtico mejoramiento, consiente de nuestras debilidades.
HILDA TREZZA

SILVIA MABEL VÁZQUEZ
PRÓLOGO
Todas las sensaciones se combinan para ingresar en el mundo mágico de
las palabras. Los cuentos visitan poesías y las poesías, cuentos. Trepan como
enredaderas fl orecidas a los árboles plenos de historias.
Tal como contar la vida con ojos de pájaro.
Los personajes se combinan y dejan marcas en el alma.
Llega la fantasía, el deseo, el amor o el desamor, un aroma a tostadas
recién hechas, a canela, a dulce, un sol pleno y el corazón dispuesto. Todos los
resortes de la imaginación comienzan a moverse a pleno.
Acomódese Ud., en un viaje imaginario y siéntase uno más dentro de cada
historia para disfrutarla.

130
SILVIA MABEL VÁZQUEZ
EL CUIDADOR
Lara sabía que a su padre no le quedaba demasiado tiempo, pero estaba
haciendo lo imposible para sacarlo de ese estado desesperante. No había médico
en la ciudad para consultar, a pesar de que su situación económica no era
óptima.
Cada mañana era un milagro verlo sentado en la cama, rodeado de almohadones
para sostener su cuerpo débil. Su rostro pálido solo tomaba un
poco de color cuando su hija se acercaba con una sonrisa simulada a darle los
buenos días. El panteón de la familia estaba esperando la llegada de su nuevo
inquilino. Aunque sonaba cruel, esa era la verdad. A pesar de todo, Lara tenía
esperanzas y no bajaba los brazos. Aquella tarde, después arreglar la cama y
haberle dado la medicación, se recostó a su lado y se adormeció por un rato.
Cuando el refl ejo del atardecer le pegó en los ojos, despertó. Su padre ya no
respiraba. Médico, enfermera, corridas, trámites, visitas y dolor, la acompañaron
durante las últimas horas del día.
Cuando salieron de Recoleta, el viejo portón se cerró y se sintió sola. Esa
noche no durmió bien. Un presentimiento atroz la despertaba a cada rato. Se
levantó a tomar un vaso de leche fresca y se sentó al lado de la ventana semi
abierta que daba al jardín. Dos horas después se sobresaltó cuando el timbre
sonó repetidas veces, hasta que bajó corriendo a abrir la puerta.
Envuelto en una frazada gris, estaba el cuidador del cementerio, parado
frente a ella, extendiéndole la mano fría.
–Acompáñeme Señorita… Voy a mostrarle algo. Tomó su abrigo, cerró
la puerta y lo siguió. Frente a ella, la puerta del cementerio. A la derecha, el
panteón con las puertas entreabiertas y el cajón de su padre, sin tapa, vacío.
–Yo sabía que esto iba a pasar –dijo él, corriendo las fl ores que aún olían
frescas.
–¿De qué me habla?– preguntó Lara, con voz temblorosa.
–Yo les dije, yo les dije… y nadie me creyó. Entre y véalo Ud. misma.
Abrió la puerta pesada que aún olía a pintura, y ahogó un grito con su
mano.
–¡Dios! ¡papá!… Dios mío! Se dio vuelta, no había nadie a su lado. Se
escuchó el golpe de su caída en el umbral del panteón. Por la mañana, recogieron
el cajón arañado desde adentro y lo llevaron al incinerador. Nadie supo

DESPIERTOS EN LA LLUVIA
131
del cuerpo. Nadie supo de la historia. Lara despertó en su cama, rodeada de
médicos que intentaban en vano recuperarle la memoria. Con los ojos abiertos,
miraba al infi nito, y le corrían las lágrimas por su rostro.
Ella, jamás pudo decir lo que había visto. Aquella noche los diarios titularon
“Cuerpo desaparecido en el cementerio local”. El panteón de la familia
aún hoy conserva tres candados en su puerta pesada.
EL ELEGIDO
“Lucharás por voluntad de los dioses”.
Esa fue la frase que escuchó al salir del templo. Lo esperaban caminos
largos y grises, sembrados de odio, violencia y terror. Ya estaba su destino escrito
y nadie podía volver atrás. Los asesinos andaban sueltos por las ciudades.
Todos comunicados y esperando que apareciera. Ellos sabían que el elegido
estaba listo para defenderse. Aun así, se preparaban para el ataque, dispuestos
a terminar con él, ni bien se cruzara en sus caminos.
Varias ciudades podían ser su refugio temporal. Nadie le había dicho a
ciencia cierta cuántos eran sus enemigos pero él debía reconocerlos y actuar.
Lo prepararon toda la vida para ese fi n. Partió temprano por la mañana con la
mochila al hombro, el turbante anudado a su cabeza y la espada de su padre a
un costado del cuerpo. Evitó despedirse de su madre. Sabía que ese momento
iba a ser difícil para ella y se lo ahorró.
Caminó por la ciudad aún dormida pasando inadvertido entre los pocos
que habían madrugado para recoger agua de la fuente. Su apariencia era la de
uno más y aun así, se sentía observado. El calor lo agobiaba. Siguió su camino
por el sendero que iba a las afueras. A su alrededor los grises árboles inertes
se balanceaban acompañando sus pasos. Llegó a Kabul, se alojó en la Casa de
los Ángeles. Aquella noche durmió plácidamente. Al abrir los ojos estaba ahí,
delante suyo, el Gran Maestro, saludándolo con una reverencia para darle las
últimas instrucciones.
–Deberás partir ya. No podemos esperar más. Que los dioses te acompañen
y guíen tus pasos. Recuerda: lucharás contra tu voluntad, salvarás a
nuestro pueblo y a ti mismo, todo dependerá de tu mente. Piensa, decide, todo
tiene una respuesta. La decisión es tuya. Cada movimiento estará coordinado
para vencer. Aunque creas que fracasas, sigue adelante. Los dioses están con-

132
SILVIA MABEL VÁZQUEZ
tigo. Cargó agua y se asomó. A ambos lados de la puerta, unos hombres con la
cabeza baja lo esperaban. Alcanzó el techo enrejado y saltó a la terraza. Desde
allí observó a los hombres apostados esperándolo. Corrió hacia el otro lado
de la casona y se lanzó al balcón de la torre de enfrente. Había huido. Debía
seguir escondiéndose. La misión debía cumplirse. Desde la torre, agazapado
detrás del muro que rodeaba la escalera, esperó hasta verlos desaparecer. Bajó
por las escaleras de madera y volvió a la calle. Caminó hasta el amanecer.
Lejos se veían las puertas de la ciudad gris.
El camino estaba oscuro y frío. Nadie había podido llegar sin haber sido
atacado al menos por uno de los terribles guardianes de la Orden.
Guerreros invencibles, aparecían a los lados del estrecho sendero a medida
que se acercaba algún valiente a los enormes portones de la ciudad.
Enérgicos, decididos, sin temor a nada ni a nadie, sumaban a sus cualidades
la más preocupante. No dudaban en dar su vida por aquel que se decía
su rey. Fueron hombres de la ley, defensores de la justicia, y ahora habían
prometido al monarca apartarse del blanco y unirse al gris, para permanecer
en ese sitio.
Él se apareció envuelto es su túnica sudorosa. Parado en el medio del
camino, hizo que los guardias lo rodearan. Sacó su espada y luchó con ellos.
Venían a su memoria las palabras del maestro y siguió adelante. De a uno
los venció, de a uno los apiló a la sombra del muro de piedra. Cuando estuvo
frente a los impresionantes portones del reino, se arrodilló y rezó. Lo esperaba
adentro lo más terrible. El rey no le daría tregua No tendría piedad
A pesar de eso, se levantó y miró hacia arriba. Apartó los maderos que
trababan los portones y entró. Nada era como lo había imaginado. Cada cosa
permanecía perfectamente ordenada. La claridad invadía los rincones de los
enormes jardines y las fl ores alfombraban los campos delante del Palacio.
Volaban los ángeles sobre él. Y sobre los ángeles, enormes copos de nubes
purísimamente blancas se asomaban.
El olor a canela y manzana le llenaba los pulmones y venían a su mente
tiempos viejos, donde fue feliz.
Se tendió en el pasto apenas húmedo y cerró los ojos. Lo venció un sueño
profundo. La mañana apareció acariciándole la piel. Se sintió bien. Por fi n
estaba en paz.

DESPIERTOS EN LA LLUVIA
LIMPIEZA GENERAL
133
La loca de la limpieza, le decían sus hijos. No había puerta en la casa que
no tuviera un felpudo. Las mesas estaban cubiertas por nylon y había prohibido
andar por el parquet del living sin los patines de lana.
Ella era delgada, sus manos jamás estaban quietas. Cada cosa tenía un
exacto lugar en la casa.
Repasaba minuciosamente con una gamuza seca todos los muñequitos de
porcelana Imposible dejar un camino con los dedos sobre alguno de los muebles.
Todos los sábados abría el garaje y acomodaba su batallón de ayudantes:
escobas, escobillones, trapos, plumero. Infaltable el lustra muebles para pasarle
a la impecable madera del portón barnizado por enésima vez. No quedaban
rastros de las intrusas que por la noche ocupaban su tiempo tejiendo entre los
barrotes. Tenía un pañuelo para cada actividad. Con ellos, envolvía su cabeza
para esquivar el polvillo.
Con sumo cuidado para no mojar a los feriantes que armaban sus puestos
bien temprano en la mañana, deslizaba el agua jabonosa hasta el cordón.
Terminaba horas después secando el pavimento para no dejar huellas de su
temprana actividad.
El nuevo puesto de la feria se había instalado frente a su casa. Botellas
plásticas multicolores, escoltaban infi nidad de frasquitos con etiquetas.
–Buen día, ¿nuevo aquí?
–Sí, señora. ¿Puedo ayudarla?
–Quisiera saber qué uso le da a todos esos líquidos de colores y los frascos
que tiene detrás.
–Ah, ¿no los conoce? Bien, le comento que son multilimpiadores de suma
utilidad. Cada uno de ellos está especialmente preparado para diferentes usos.
El azul, es para pisos de cerámica, el amarillo para azulejos, el blanco para
madera. ¿usted qué necesita?
–Se sentía como nene en una juguetería. Le encantaría tener en el mueble
del lavadero todas esas botellas de colores.
–Mire, como yo quiero que mi casa luzca espectacular, voy a comprarle
una de cada una. Eso sí, me hace precio, seguramente volveré a buscar más.
El vendedor la llevó a un costado y le dijo:
–Mire, yo no tengo problemas en venderle todas, pero tenga cuidado, ni se
le ocurra mezclarlas. Sería peligroso no solo para usted, sino para el resto de la

134
SILVIA MABEL VÁZQUEZ
familia. Ella no lo escuchó. Solo le interesaban aquellos trofeos de colores que
en segundos estarían decorando el lavadero. Le pagó. Entró. Acomodó casa
frasco y cada botella formando un arco iris. Ansiosa esperaba el lunes para
comenzar la batalla. Ya mediando la semana, las botellas estaban por la mitad.
–¿Qué pasa si refuerzo el uso mezclando dos o tres? –pensó.
Tomó la botella de líquido amarillo y volcó su contenido en la azul. Unas
burbujas salieron por el pico. Ella se hizo hacia atrás. Intentó taparla, sin suerte.
Las burbujas la envolvieron, y la introdujeron en la botella. Un olor fuerte
fl otó en el aire. La botella se sacudió y rodó por el piso. Los chicos llegaron
con su padre más temprano del colegio. Abrieron la puerta del frente y fueron
a la cocina. Sobre las piedras negras del patio, un líquido verde corría. Él tomó
el secador y arrastró el resto hasta la rejilla. Esa noche, cenaron sobre la mesa
de madera y nadie se volvió a poner los patines de lana.
A TIENTAS
Abrí el diario del domingo. Rubro 59. Nunca lo leo. Hoy es un día especial.
Mis ojos ya no soportan mucho la luz del sol, por eso prefi ero la noche.
La noche es luz, no ciega. La disfruto. Tiene vida. El aire huele a pasión y hoy
estoy apasionado. Ahí la veo, 32, exige lectura… mmm. Leo bastante, clásica
no, pero leo
¿Aceptará 50 años? Mitad vivida, mitad por vivir (soy optimista).
Llamo. No es muy lejos. No tarda. Tiene linda voz. EL perfume de mujer
se huele en el aire. Suena el timbre. Está ahí: pechos de paloma, piel liviana,
verde mirada. Desafi ante, segura. Cierro la puerta.
–¿Tomamos algo?
–Sí, claro, lo que quieras. –Tanteo la botella de whisky sobre el barcito.
Sirvo.
–Bueno, ¿te parece si empezamos?
–Sí, claro, quiero el mejor recuerdo de Venus esta noche última, aunque
recorra el mapa de tu fi gura sin la mirada. No soporto la luz.

DESPIERTOS EN LA LLUVIA
135
–¿Apago?
–Me da igual, el velo de mis ojos me permite imaginarte.
–¿Y mañana? No sé, mañana me despertará la noche de una vez y para
siempre.
BUENOS AIRES
Brillan los pétalos de una fl or pesada al amanecer. Unas cuadras más
al fondo, el río marrón acaricia las orillas de la ciudad de plata. Se hamacan
sobre las calles, los palos borrachos. Los canteros del Rosedal anuncian brotes
de jacarandás.
Se perfi la el rumor de voces cantando tangos antiguos. Un par de zapatos
de tacón camina por Florida para encontrarse con su pareja y deleitar a los
turistas con una milonga. Erguido a la sombra de los edifi cios de balcones
grises, está él, echando su mirada por sobre los hombros de una ciudad convulsionada.
Su imponente altura deja perplejas a miles de cámaras fotográfi cas
de ojos rasgados.
Atardece sobre mi ciudad. Mañana, la luz del sol se colará por las hendijas
de las persianas de San Telmo.
ESCAPADA DE FIN DE SEMANA
Piedad, por favor, fíjese adentro si está todo en orden antes de irnos. Recuerde
que hasta el verano no volvemos y no quiero dejar nada fuera de lugar.
Ya había recorrido el enorme jardín de la quinta y revisado todos los rincones.
El portón del galponcito estaba con candado y las ventanas del quincho
cerradas.
Volvió a pasar por el garaje. El auto gris ya estaba en marcha con el tanque
lleno, para no perder tiempo en el viaje. Controló las cubiertas y el agua.
Pasó un trapo al parabrisas y lo secó. Vencido por el cansancio, se frotó los
ojos y se puso los lentes.

136
SILVIA MABEL VÁZQUEZ
–Vamos, no se quede ahí, suba al auto que ya es tarde. Quiero llegar antes
del amanecer.
La barrera de la salida se abrió y salieron a la calle. Dobló por la colectora.
El sonido del teléfono lo sobresaltó. Unas cuadras más adelante, tuvo que
bajarse del auto para secar la sangre que chorreaba del baúl. Seguramente,
Piedad, no había envuelto y atado como corresponde los dos cuerpos.
VOLAR
La autopista soportaba el peso de camiones cargados de autos y autos que
pasaban como aviones. Él, parado sobre el alambrado de la fábrica, esperaba
su turno para poder cruzar volando bajo, para que esa noche, al llegar a su
nido, no tuviera que tomar otra vez las pastillas para los nervios.
POESÍA
PROPUESTA
Asomaba la tarde entre los pinos
del patio de baldosas rojas.
El olor a peperina, inundaba el aire,
los recuerdos silabeaban en la conciencia.
El sol, resignado,
espiaba entre los algodones tibios del cielo
y los pájaros de espuma
bajaban a comer las manzanas con canela
apoyadas sobre la mesa.
Y de pronto, se abrió la puerta del frente:
el entró, como lo hacía siempre,
con la sonrisa clavada en mi mirada,
un ramo de jazmines en una mano,
y el libro de Neruda bajo el brazo.
Nos sentamos, bajo la sombra

de la vetusta parra.
Me tomó de las manos
(jamás lo había hecho)
Y momentos después
la brisa de la tarde
fue testigo,
entre mates y poemas,
de su propuesta de amor.
DESPIERTOS EN LA LLUVIA
CUANDO PARTISTE
A veces, por las noches
el espejo me habla.
Me invita a recorrer
ese camino extenso
poblado de recuerdos.
A veces, por las noches
el mar me abraza
y me sumerge en sus vaivenes
de espumas sedosas y blancas.
A veces, por las noches
sangre con sangre una pluma escribe
y moja el papel con lágrimas
para sellar el olvido.
A veces, por las noches
el árbol me grita con sus ramas
ajadas de dolor
y el pájaro nocturno trina
con el pecho lastimado.
A veces, por las noches
me encierro en una caja
negra de suspiros.
Ahí, ahogo poco a poco
el llanto de la ausencia.
137
“…blanco el corazón de quien se
fue y está eternamente”.

138
SILVIA MABEL VÁZQUEZ
A veces, te veo partir
así de repente, sin respuesta
con las alas blancas en tu espalda.
Aprendiendo a volar
y volviendo cada tanto a consolarme,
a contarme como es, allá a lo lejos.
A dejarme sobre la cama
aquella rosa blanca
con la que soñé cuando partiste.
LLANTO Y LLUVIA
Llora el cielo una ausencia.
Gotas frías caen sobre el asfalto gris
y canturrean tristes canciones de amor.
Salpican el alma con sollozos.
Mueren, sin vivir siquiera.
Regresan vacías, vuelven a nacer
acorraladas por un viento cruel
que las empuja.
Lánguidos cristales
mojan las hojas marchitas
de los árboles que fueron cobijo.
Esa lluvia, la misma lluvia que
alguna vez fue bendecida,
hoy arruga, oxida.
La luz enceguece desde el cielo
y ataca por segundos al paisaje.
El sonido de la brisa
arrulla ahora los oídos.
Se serena el cielo.
Se opaca la luz, como se opacan las almas
cuando se está solo.
SILVIA MABEL VÁZQUEZ

NORMA VINCIGUERRA
PRÓLOGO
VIAJE ASTRAL
Dos mil doce anuncia el fi nal de una era. Según las profecías barajan
varias hipótesis, que podemos creer o no. Lo cierto es que el tema aventura
a realizar viajes por lo fantástico y lo real. En el recorrido pasé por trayectos
cósmicos y terrenales. Desde el cuento como punto de partida, hasta arribar
en microfi cciones y poesía narrada. Igual que los astros giran alrededor de las
órbitas, las ideas daban vueltas en mi cabeza. Tramos de noticias, refl exiones
e incluso un brote erótico, motivaron a la creación del material elegido. Monté
la maleta y salí a buscar la llave que abre la puerta a la ilusión. Pero como no
me gusta caminar en soledad, los quiero invitar que vengan conmigo. Pueden
encontrar el pasaje en las palabras impresas en éste rincón del planeta.

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NORMA VINCIGUERRA
EL PUEBLO DEL OLVIDO
Algo cambió desde aquel día. En quince años la vida se modifi ca, se adelanta,
gira, vuelve al principio, pero aquí quedó estancada. Cuando llegué el
tren pasaba con frecuencia. Los habitantes se extinguen, los jóvenes emigran
y los viejos mueren. Parece dormida y más joven, hasta tiene color y todo,
comentan. Si bien todos me conocen, nadie se anima a pedirme que maquille
a una novia o a una quinceañera.
Son mis clientes personajes como Doña Roberta que tenía ochenta y
cinco, aunque hay quien la sobrepasa en años, no es mala edad para morirse.
Se hubiera ahorrado el infarto si sus dos hijos no hubiesen discutido por la
herencia enfrente de ella.
Distinto es el caso de Don Simón, siempre rodeado de familiares. En un
descuido lo encontraron sentado detrás del mostrador de la fl orería con los ojos
cerrados, creyeron que dormía la siesta. Esos son los muertos, también están
los vivos que parecen muertos. Por ejemplo Elena, una mujer de cincuenta y
cinco que no sale para nada de su casa y cuando digo para nada así es.
Los dueños del almacén le dejan los alimentos y los artículos de higiene
en la puerta. Ella los entra cuando todos duermen y deja el dinero que al día
siguiente pasan a retirar. Me cuentan que era alegre, que reía y cantaba que no
se sabe el motivo un buen día dejó de hacerlo, es como si el pueblo la hubiese
secado.
El cadáver está sobre la camilla, con costuras en forma de letra (y) talladas
desde el esternón hasta la pelvis. A pesar del rostro hinchado y las manchas
moradas en la piel, la recuerdo del circo que el verano pasado llegó. El
espectáculo de variedades cambió la cara al lugar.
La gente salía de sus viviendas para ver pasar la caravana. Por las noches
se escuchaba el rugido de los leones y el grito de otras fi eras. Esta vez es
diferente el poblado ahora se destaca en las noticias policiales. Desde que la
encontraron fl otando en el río no se habla de otro tema.
Declaran las vecinas que las discusiones entre la pareja eran insoportables.
No se trata solamente de ella. Mi mente se aleja a un período que creí
haberlo borrado. ¿Cuánto tiempo pasó?, ¿Desde que se fue el circo?, ¿O desde
aquello? De los dos. No sé. Que se fue la carpa tres meses, lo otro quince años.
Un lavado de cara nomás, me dijo el dueño de la funeraria, que va a cajón
cerrado. Unos primos lejanos se encargan del velatorio.

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¿Quién se habrá encargado de él? De llevarlo al hospital. ¿Habrá sobrevivido?
No sé. El hielo me recorre el cuerpo cuando lo pienso. No quiero volver.
No quiero saber. No quiero sentir otra vez miedo. Si no hubiese tenido el valor,
el féretro se cerraría conmigo adentro. Lo intento pero regresa. La sangre alrededor
de la masa voluminosa. El rostro desencajado. Los ojos llenos de odio.
Mudo. Sin aliento. Cae y me salpica.
La investigación es lenta. Sospechan del compañero, como siempre en
estos casos. La suerte quiso que la corriente la trajera a este pueblo donde todo
muere en el olvido.
Después de un año el viento pesado del verano arrastra la tierra y los
folletos de propaganda. Circo “Los hermanos”, payasos, trapecistas varias
atracciones.
EL SECRETO DE LOS RÁPIDOS
Brillante. Es como está la casa. Esa tarde en particular. Pasaron dos décadas
y Lila espera a sus mejores amigos, a sus cómplices. Federico, el primero
en llegar, la saluda con un abrazo emotivo.
–Siempre la misma, siempre tan prolija. Mirá esas cortinas blancas, seguro
que las almidonaste. ¿A qué hora les dijiste a los otros?
–A las cinco.
–Ya son y diez, creí que había llegado muy temprano.
–No, vos estás bien. La que está retrasada es Casandra.
–Esa también siempre igual, no sé cómo las dos pueden ser amigas si son
tan distintas.
–Eso era antes, desde que volvimos del sur que no hablamos. Le dejé un
mensaje en el contestador, espero que lo haya recibido.
Al abrir la puerta Lila mira de un lado a otro, como si fuera al encuentro
de alguien más, pero Casandra entra sola. La toma por los hombros, le da un
beso en la mejilla y repite el mismo gesto con el otro invitado. Los tres se
sientan a la mesa del comedor. Sobre el mantel de tulipanes rojos y amarillos
pintado a mano hay servido un variado menú.
–¿Cómo está tu marido?

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La pregunta hace a Lila quebrar la muñeca que sostiene la humeante tetera.
Con un trapo limpia el líquido caliente mientras piensa una respuesta al
sarcasmo de su amiga.
–Bien, en el exterior.
La conversación los lleva a revivir, desde el comienzo de la secundaria
hasta el viaje de egresados. Los cuatro eran unidos. Siempre juntos a todos
lados. Hasta el último día.
–Chicas, ¿Se acuerdan cuando Ezequiel le robó el examen a la de historia?
Es genial. Se mandó una de misión imposible. Gracias a él aprobamos el fi nal.
–Me acuerdo. Si me llevaba alguna materia mi viejo me hubiese cortado
hasta las llamadas telefónicas. ¿Vos tenés que recordarlo en especial?, ¿Verdad
Lila?
–Como ustedes. Ezequiel es especial.
–Sí, salíamos de levante. Él siempre fue un ganador. No había minita que
se resistiera. Y yo ligaba de rebote.
–A todas les gustaba. Menos a mí, yo estoy en otra. Lila puede hablar
sobre eso.
–¿Qué querés decir? Terminá con tus comentarios irónicos.
–Si se daba la oportunidad te echabas sobre él.
–La oportunidad no se dio por qué vos estabas continuamente metida en
medio.
–Se realista Lila. Jamás se fi jó en vos. A Ezequiel no le gustaban las
mujeres insulsas.
Casandra sabe cómo herirla. Sabe de su sentimiento. También sabe de
desengaños, de no ser correspondida, de callar por amor.
–Casandra, Lila, por favor. ¿Qué es todo esto?
–No te hagas el desentendido. O te olvidaste de aquello.
–No sé a qué te referís.
–De Bariloche, de la excursión, de los rápidos.
Las palabras de Casandra atravesaron la memoria de Federico. La riña
entre ellos dos. Cada vez más fuerte. Recordó su risa de burla, de agrandado,
de sabelotodo. La furia. Los empujones. Los golpes de puño. El horror.
–Basta, basta. No pudimos impedirlo. Fue un accidente.

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–De que accidente hablás. Vos eras la primera en odiarlo. Los celos te
consumían. Yo hice de todo para que te dieras cuenta Lila. Él no te merecía.
Ajeno a la discusión, Federico no olvida. Como cascadas, igual que el río
rápido, las imágenes pasan una tras otra. Todavía retumba el bramido del agua
y el grito agudo de su amigo.
–Nunca encontraron el cuerpo.
–No seas iluso Federico. Lo vimos caer.
–Lo veo en la calle, en mis sueños, en los rincones de la casa, en el trabajo.
–Es tu conciencia. No pudo haber sobrevivido.
–Ese es tu deseo, ¿Cierto Casandra?, así tendrías chance de estar con ella.
¿Creés que no me doy cuenta?, ¿Creés que soy estúpido?
En el centro de la pausa se escuchan las lágrimas de Lila, que mojan la
última foto donde la felicidad los juntó a los cuatro. Suena la campañilla del
teléfono y hace que el silencio sea más penetrante. Los tres se miran. Esperan
que alguien dé la orden. Ella adquiere valor, levanta el auricular y con voz
temblorosa responde.
–Hola, hola ¿Sos vos?…
DICE LLAMARSE ROCÍO
En la casa no se oyó el ruido sobre el pasto. La granja tiene pocas hectáreas
pero las sufi cientes para amortiguar los sonidos. Rocío, una típica niña
de siete años única hija de la pareja, saborea el café con leche del tambo familiar.
Esa mañana, los perros reciben a unas personas con atuendos blancos
cubiertos de pies a cabeza. Uno de ellos que vestía traje oscuro atina a golpear
la puerta, pero los ladridos hacen que se abra antes de lo previsto.
–Buenos días, señora –saludó el ofi cial y mostró una placa– Venimos a
inspeccionar el aérea.
–¿Por qué? Tenemos todo en orden.
–No es una inspección de rutina, hay sospechas que un trozo del satélite
pudo haber caído por aquí.
La mujer, que escuchó la noticia por la radio, no le quedó más remedio
que dejarlos examinar. Espero se vayan pronto, mientras limpia los trastos del

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desayuno piensa en todo lo que le queda por hacer. Ve por la ventana como
rastrean el suelo con los sensores de metal.
–Gracias por su colaboración.
–De nada. ¿Encontraron algo?
–Sí, ahora mismo lo llevamos para analizar. No se preocupe los daños no
fueron muchos, a penas pasto quemado. Seguro las vacas comen como si nada
y no hay daños a la vista.
En el laboratorio, al escribir el informe sobre la evolución, los científi cos
advierten perforaciones en la pieza. Esta situación los orienta a descubrir la
bacteria que las provoca. La separan y fusionan con los reactivos para un mayor
estudio. Después de algunas horas, los gérmenes cambian su coloración
neutra a una fl uorescente que pasa del naranja al rojo. Repentinamente las
llamas alcanzan a uno de los técnicos, a pesar de la vestidura que lo protege,
le causa serias lesiones. Superado el peligro las autoridades deciden sellar la
cámara y archivar los folios envueltos con una faja de seguridad. A la semana
el tema quedaría en el olvido.
Aquel acontecimiento anecdótico se enlutó cuando Rocío quedó en coma.
La temperatura subió hasta dejar a la niña inconsciente. Los padres constantemente
a su lado rezan y miran con desaliento la carita ulcerada.
–La suerte no puede ser peor. Primero la pérdida del ganado y ahora esto
– lamenta el padre.
–Dios nos ha de ayudar –contesta la mujer.
Pero la situación está alejada de todo milagro. Las convulsiones quiebran
la calma. El cuerpito frágil de la pequeña no para de temblar. Los médicos
hacen salir de la sala a los padres envueltos en la desesperación. A pesar de
las drogas inyectadas, los masajes cardíacos y los esfuerzos de resucitación
no logran salvarla.
En el momento de recibir la noticia aparecen los recuerdos. Los tratamientos,
el embarazo, las difi cultades. La dicha de tenerla había borrado esa etapa
oscura. Se sintió vacía, triste, impotente. ¿Qué sería sin ella? Se acercó a su
marido, lo abrazó y lloraron juntos. Dentro del cuarto preparan a la paciente
para llevarla a la morgue y antes de desconectarla, el aparato que en la pantalla
transmitía una línea recta comienza a moverse. Absortos por el asombro no encontraron
explicación. La pequeña había vuelto de la muerte. Desde entonces
la vida en la fi nca dio un giro. De forma espontánea también se recuperaron
las vacas. La normalidad volvió al hogar de los Pereyra, hasta que los citaron
de la escuela. En los últimos tiempos el comportamiento de Rocío fue distinto.

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Se alejaba de sus compañeros y se irritaba fácilmente. Pensaron que era por
el estrés provocado por la enfermedad. Pero ese día en particular la ira había
sido tal que ciertos objetos en el aula se incendiaron.
–Por suerte ningún niño salió lastimado. No obstante el incidente es
preocupante. –Les dice la directora –No sabemos cómo se iniciaron las llamas,
parecía salir de ella, según las versiones que tengo.
A pesar que parecía un hecho aislado, otros accidentes habían ocurrido,
en el granero y los corrales de algunas estancias linderas, sólo que los padres
lo negaban y todo coincidía con los berrinches de su hija. Lejos de la creencia
que pudiera ser emanado de su cuerpo, deciden encarar una conversación.
–Tu mamá y yo te queremos mucho, podes confi ar en nosotros, no te
castigaremos por eso.
–Es cierto lo que dice papá, ¿Con qué encendiste el fuego?
–Así –contesta con una mirada burlona carente de inocencia.
Extiende las manos hacia una silla y ésta arde hasta consumirse. Consultaron
todos los especialistas, las religiones y la sometieron a distintos métodos
de exorcismo. Donde acudían montaba en cólera y producía cataclismos. Frustrados,
acuerdan que lo mejor sería aislarla, pero ¿cómo?
–En la leche, se lo ponemos en la leche. –Susurra el padre.
–Sí, es la única forma, a ella le gusta mucho, tengo miedo –contesta la
madre.
–¿De qué?
–De que se dé cuenta.
–Estamos juntos en esto, hagamos el último intento.
Con naturalidad la madre prepara la merienda. Mezcla el café, la leche,
el azúcar y treinta gotas de una solución. Como si se tratara del más exquisito
manjar la niña bebe el tazón hasta el fi n. La madre espera el desenlace. La niña
comienza a bostezar y lentamente cae la cabecita sobre la mesa. La madre no
se acerca hasta estar segura. Sólo ahí la levanta en brazos y la lleva al sótano.
Le amarra las muñecas con fi rmeza contra los bordes de una cama en desuso,
acondicionada para la ocasión. Ya está, ya lo hizo. Ahora debería controlarla,
proporcionarle el sedante y evitar que despierte. ¿Hasta cuándo?, era la pregunta,
tal vez hasta encontrar una cura mágica.
Pasó un año y el fenómeno no se produzco. Durante doce meses la madre
acudió a darle cobijo, comida, amor y por supuesto la pócima que la tenía

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serena. Pero como los cuentos de hadas no son verdad. Una distracción, un
olvido, una visita agradable que nos haga divertir puede ser fatal.
Nada pudieron hacer cuando la casa se tornó una hoguera. Los bomberos
rescataron únicamente a un sobreviviente, a una niña que dice llamarse Rocío.
NECESITO UNA IMAGEN
¿Es necesario un Ícono para creer?
Se conoce que la humanidad siempre buscó algún ser poderoso para delegar
el destino. Los indígenas, por ejemplo, confi aban en la naturaleza para
enriquecer la tierra sembrada. Las religiones ponen a nuestra disposición todo
tipo de mártir espiritual, real o inventado. Existe uno para cada milagro. Para
curar enfermedades, para cosas imposibles, para encontrar trabajo y hasta para
conseguir marido. Dentro de los más populares está San la muerte, que a pesar
de su extremista nombre, se puede utilizar tanto para el bien como para el mal.
“El Santito”, como algunos lo llaman, con su magnitud no le hará faltar
nada a sus devotos y los protegerá como un abogado. El Santo, considerado
pagano para la Iglesia Católica, es venerado en la zona guaranítica de América
del Sur, sin embargo en la actualidad su culto se extendió hasta la provincia de
Santa Fe y Buenos Aires. Debido al amparo que éste ofrece, es que recurren
los maleantes para resguardarse de la mira policíaca. También están los que
consultan a diferentes horóscopos. Este hábito data desde la antigüedad. Era
tan importante que los griegos, pioneros en esta forma de adivinación, construyeron
templos especiales para dicha actividad. Fue tan bueno el resultado
que los romanos absorbieron y heredaron los oráculos helenos además de crear
los propios. ¿Alguna vez se informó sobre su signo zodiacal?, seguramente si,
podríamos decir que todos o la gran mayoría lo hemos hecho, la curiosidad
por saber que nos depara el futuro nos supera. A pesar de la oferta de artículos
para realizar predicciones, hay quienes creemos en la fi gura del hombre y la
mujer de hoy. En aquellos que silenciosamente trabajan, desde un laboratorio,
un escritorio, una obra en construcción, un aula o recolectando cartones. A
ellos y a nosotros que nunca nos falte la fi gura de la fe.

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COLORES SEPIA
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La fotografía muestra la escena familiar. La pareja reposa sobre el sillón
de la sala. Vestidos con ropas de colores sepia, pálidos y con los ojos cerrados.
No es la única antigüedad de la casa. La tierra cubre los muebles y en
los techos cuelgan las telas de araña. Cada cuarto encierra una historia, trae
un recuerdo. Todos mis antepasados la habitaron. Me parece escuchar a los
abuelos. La escalera rechina como entonces. Como aquella noche de verano
que creían que estaba dormido. No fue así. El calor era insoportable y me dio
sed. No pude evitar ser testigo de la más horrorosa escena. Una sombra deforme
tenía a la abuela acorralada, el abuelo quiso rescatarla, pero la mole negra
lo elevó con sus enormes brazos y lo arrojó contra la pared. Con una mano
alzó por el cuello a la anciana y lo presionó hasta dejarla sin aire. Un ruido
gutural salió de sus entrañas. Corrí al dormitorio y me quedé con los dientes
apretados debajo de la cama. El suceso jamás se esclareció. Existen leyendas
de fantasmas y de espíritus resentidos. Lo cierto es que mi pasado vive aquí.
Es el momento de comenzar de nuevo. La brisa levantó el polvo blanco de los
rincones y el retrato calló al cerrar la puerta.
MICROFICCIONES
I
Me tienta la idea de cruzar. Allí existen campos húmedos y verdes. Legiones
de pájaros que anidan en la copa de los árboles. En aquel mundo hay
riquezas. Sin embargo yo estoy aquí aferrado al suelo árido. Mis ganas de ir
son tan intensas que odio aquello. Lo odio por no alcanzarlo, por no llegar a
él, porque están las puertas cerradas. Construiré un túnel y apareceré en la
noche, callado, beberé de los manantiales, comeré sus frutos, respiraré su aire
y me iré.
II
El invierno amanece con su aspecto de azúcar cuajada sobre los techos.
Acá el frío duele más. Acá la vida castiga. Le gusta jugar en la vía muerta.
Hace más de una década que el tren no pasa por ahí. En su infantil universo

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no hay lugar para la realidad. Ella es feliz. En el desván de la tienda duermen
los empolvados sombreros, que cobran vida cuando se sientan en su cabecita.
Cualquier lugar es bueno para soñar, cualquier lugar es bueno para completar
la fantasía que la aleje del mundo que le tocó.
POESÍA NARRADA
SUEÑA CONMIGO
Ven, sueña conmigo. Déjate envolver con el tul libido de mi piel. Ven,
vuela conmigo hacia el centro de la tierra caliente, hacia la ancha espesura del
cielo. Déjame llevarte al máximo esplendor de las estrellas. Ahógate conmigo
en el mar de la ternura. Saborea la savia naciente. Se mi utopía que yo seré la
tuya. Ven, sueña conmigo.
NO
No me moja la lluvia cuando ríes. No me acecha la muerte si me miras.
No me alcanza la tristeza si te veo. No me alegra la mañana si te alejas. No me
cercan los fantasmas si te encuentro. No me niegues el misterio de tu boca.
No me cierres la frontera de tu alma. No me escondas la dulzura de tus dedos.
No me dejes de amar.
NORMA VINCIGUERRA

ÍNDICE
Prólogo ............................................................................................................ 7
Teresa Del Valle Baruzzi ................................................................................ 9
María del Carmen Cárdenas ......................................................................... 19
Dolores Fernández ........................................................................................ 29
Beatriz Fernández Vila ................................................................................. 39
Carmen Florentín Cabrera ............................................................................ 49
María Leone .................................................................................................. 59
Mirian Claudia López Camporro ................................................................. 69
Edith Migliaro ............................................................................................... 79
Patricia Moltedo ............................................................................................ 89
Sara Lidia Novas .......................................................................................... 99
Juana Rosa Schuster .................................................................................... 109
Hilda Trezza .................................................................................................119
Silvia Mabel Vázquez ................................................................................. 129
Norma Vinciguerra ......................................................................................139

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Noviembre de 2011