La lealtad de los delincuentes - tonisoler
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Toni Soler<br />
<strong>La</strong> <strong>lealtad</strong> <strong>de</strong><br />
<strong>los</strong> <strong>de</strong>lincuentes
Toni Soler nació en Valencia<br />
en 1974. Es licenciado en<br />
Administración y Dirección <strong>de</strong><br />
Empresas y ha trabajado en<br />
<strong>los</strong> últimos años en el sector<br />
inmobiliario.<br />
En 2009 publicó su primera<br />
novela, <strong>La</strong> <strong>lealtad</strong> <strong>de</strong> <strong>los</strong><br />
<strong>de</strong>lincuentes, a la que le siguió<br />
Delincuentes y venganzas,<br />
publicada en 2010.<br />
En el 2011 culmina la saga con<br />
la tercera y última entrega,<br />
El precio <strong>de</strong>l castigo, un<br />
sorpren<strong>de</strong>nte e inesperado<br />
final con un ritmo capaz <strong>de</strong><br />
<strong>de</strong>jar sin aliento.<br />
www.<strong>tonisoler</strong>.net<br />
Diseño Gráfico: www.hugosaiz.com<br />
Copyright © Fotografía: www.diegorando.com
TONI SOLER<br />
<strong>La</strong> <strong>lealtad</strong><br />
<strong>de</strong> <strong>los</strong> <strong>de</strong>lincuentes
Primera edición: diciembre 2009<br />
Segunda edición: noviembre 2011<br />
© Antonio Soler Palomares, 2009<br />
© Itbook Editorial, S.L., 2011<br />
Reservados todos <strong>los</strong> <strong>de</strong>rechos. Queda rigurosamente prohibida, sin la autorización escrita<br />
<strong>de</strong> <strong>los</strong> titulares <strong>de</strong>l “Copyright”, bajo las sanciones establecidas en las leyes, la reproducción<br />
parcial o total <strong>de</strong> esta obra por cualquier medio o procedimiento, incluidos la reprografía y el<br />
tratamiento informático, así como la distribución <strong>de</strong> ejemplares mediante alquiler o préstamo<br />
públicos.<br />
Diseño <strong>de</strong> cubierta: www.hugosaiz.com<br />
Copiright © fotografía: www.diegorando.com<br />
Maquetación: Itbook Editorial, SL<br />
ISBN: 978-84-613-6520-3
Para Anita,<br />
mi inspiración y<br />
aliento.
Todos <strong>los</strong> personajes <strong>de</strong> esta novela son ficticios.<br />
Todos.
CAPÍTULO PRIMERO<br />
<strong>La</strong> pandilla<br />
“(De panda) || f. Trampa, fullería, especialmente la hecha juntando cartas. ||<br />
f. Liga o unión. || f. Liga que forman algunos para engañar a otros o hacerles<br />
daño. || f. Bando, ban<strong>de</strong>ría. || f. Grupo <strong>de</strong> amigos que suelen reunirse para<br />
divertirse en común”. 1<br />
1 REAL ACADEMIA ESPAÑOLA. Diccionario <strong>de</strong> la Lengua Española, Espasa Calpe, Madrid, 2001,<br />
22ª ed.<br />
7
1. <strong>La</strong> rutina<br />
Valencia la nuit. Todos <strong>los</strong> colegas. Bueno, todos no, claro, Emilio y Quique ya<br />
se habían marchado. Era como si sus mentes estuviesen conectadas por ondas<br />
ultrasónicas con las <strong>de</strong> sus mujeres. Podían sentir, conforme avanzaba la<br />
noche, el malestar y el reproche que ellas emitían. Esa sensación se acentuaba<br />
cuando mejor se lo estaban pasando, y no podían más que reprimir sus<br />
instintos y ce<strong>de</strong>r en un acto <strong>de</strong> cobardía a las obligaciones que les esperaban<br />
en casa. Se <strong>de</strong>spedían con la cabeza baja y, con una evasiva <strong>de</strong>dicada siempre<br />
al bienestar <strong>de</strong> sus pequeños retoños, salían <strong>de</strong>l garito dispuestos a afrontar<br />
una soberana bronca al llegar al nido con varias copas <strong>de</strong> más. Aunque todos<br />
éramos conocedores <strong>de</strong> que la verda<strong>de</strong>ra autoridad recaía en las madres <strong>de</strong><br />
sus hijos, el<strong>los</strong> nunca lo admitirían. Por orgullo o por vergüenza, el abandono<br />
<strong>de</strong> la juerga entre amigotes nunca tenía una excusa clara.<br />
Sin embargo, allí estábamos <strong>los</strong> <strong>de</strong>más, Álex, Dani, Angelito, Car<strong>los</strong>, Fran<br />
y yo, en el local más <strong>de</strong> moda <strong>de</strong> toda la ciudad, a las dos <strong>de</strong> la madrugada y<br />
con un pedal <strong>de</strong> campeonato. Menos Álex, que había aprendido a <strong>de</strong>sconectar<br />
un interruptor oculto en su cabeza que le permitía ignorar las amenazas y<br />
reprimendas que le caían al llegar a su casa; el resto estábamos solteros en<br />
aquel<strong>los</strong> momentos y, por tanto, no le <strong>de</strong>bíamos <strong>lealtad</strong> a nadie, excepto a<br />
nosotros mismos. Los amigos eran lo primero y <strong>de</strong>spués todo lo <strong>de</strong>más.<br />
Resultaba chocante pensar así cuando todos habíamos pasado ya <strong>de</strong> <strong>los</strong><br />
treinta. Intentábamos alargar la juventud al máximo y la abundancia <strong>de</strong><br />
tiempo libre, unido a la imposibilidad <strong>de</strong> esquivar <strong>los</strong> difíciles tiempos que<br />
corrían, hacía que hubiese poco más a lo que po<strong>de</strong>r aferrarse.
—¡Jo<strong>de</strong>r, Car<strong>los</strong>, cómo nos ponemos! —exclamé.<br />
—¿Otro tirito?<br />
—No, por Dios, creo que me va a dar un ataque —le dije, agarrándome el<br />
pecho.<br />
—Venga, ¡no me jodas!<br />
—Que no, ¡hostias! Me piro.<br />
—Pírate si quieres, pero dame la farli.<br />
Car<strong>los</strong> era la exaltación <strong>de</strong>l egoísmo. Ramplón y mujeriego hasta la ofensa,<br />
podía convertir cualquier <strong>de</strong>sgracia en objeto <strong>de</strong> burla tan sólo por puro<br />
divertimento. No lo podía evitar. Veinte años <strong>de</strong> amistad hacían que se lo<br />
perdonara. Todos se lo perdonábamos.<br />
Saqué la bolsita con <strong>los</strong> polvos blancos que en ese momento eran su<br />
máximo anhelo, se la di y sin <strong>de</strong>spedirme <strong>de</strong> nadie me dirigí directo a la salida.<br />
—¡Tonelo! —oí que me llamaban, aunque no hice caso y seguí mi camino<br />
sin mirar atrás. Estaba dispuesto a realizar un acto <strong>de</strong> responsabilidad y<br />
cumplir con mis promesas.<br />
—¡Tonelooo! —volví a escuchar otro reclamo perdido en el ambiente.<br />
Me giré. Era Fran. Se dirigía hacia mí tratando <strong>de</strong> colocar correctamente<br />
un pie <strong>de</strong>spués <strong>de</strong>l otro para andar sin caerse. Iba apoyándose en la barra<br />
y me miraba con un ojo cerrado y el otro abierto, procurando adivinar a qué<br />
distancia me encontraba <strong>de</strong> él. En <strong>los</strong> aproximadamente diez metros que nos<br />
separaban tropezó con dos niñas muy monas y muy pijas que lo miraron con<br />
repulsión, y con un tipo pequeñito y con gafas que no se atrevió a <strong>de</strong>cir nada.<br />
<strong>La</strong> música y las luces cegadoras <strong>de</strong>l local parecían combinar a la perfección<br />
con la silueta <strong>de</strong> mi amigo, que se balanceaba <strong>de</strong> un lado a otro en un esfuerzo<br />
sobrehumano por alcanzar su objetivo.<br />
Por fin llegó hasta mí y casi <strong>de</strong>s<strong>de</strong> un metro <strong>de</strong> distancia se me abalanzó<br />
<strong>de</strong> un brinco y se colgó <strong>de</strong> mi cuello en un típico abrazo <strong>de</strong> borrachera entre<br />
amigotes con el que casi me tira al suelo.<br />
—¡Te quiero, tío! —me farfulló en el oído.<br />
Noté <strong>los</strong> restos <strong>de</strong> su saliva viscosa esparciéndose por mi cara. Me separé<br />
como pu<strong>de</strong> <strong>de</strong> él, apartando su cuerpo <strong>de</strong>l mío. Sus movimientos parecían<br />
<strong>los</strong> <strong>de</strong> un muñeco con las pilas <strong>de</strong>sgastadas al que sólo le llegase energía a<br />
interva<strong>los</strong> irregulares e intermitentes.<br />
9
—Sabes que yo también te quiero —le contesté irritado—. Pero me piro<br />
ya; mañana quiero aprovechar para preparar un currículum y a<strong>de</strong>más tengo<br />
comida familiar.<br />
—¿Un currículum? —preguntó Angelito, que se acercaba por <strong>de</strong>trás <strong>de</strong><br />
Fran.<br />
—¡Angelitooo, a ti también te quiero muchooo! —soltó Fran lanzándose<br />
sobre él y mordiéndole en un moflete.<br />
—Sí tío, <strong>de</strong>masiado tiempo tocándome <strong>los</strong> huevos, ya sabes —dije.<br />
—Dejjja te d´hossstias —balbuceó Fran.<br />
—Venga tío, si aún te queda un año <strong>de</strong> paro y te pagaron una pasta <strong>de</strong><br />
in<strong>de</strong>mnización. A<strong>de</strong>más, es per<strong>de</strong>r el tiempo.<br />
En ese momento llegaba también Álex, con la cara <strong>de</strong>sencajada y un<br />
chupito <strong>de</strong> tequila en cada mano. Me dio uno a mí y el otro se lo intentó<br />
arrebatar Fran en un movimiento <strong>de</strong>scontrolado. Acabó en el suelo.<br />
Álex y Fran comenzaron a reírse agarrados para no <strong>de</strong>splomarse, aunque<br />
no lo consiguieron. Sus cuerpos realizaron una serie <strong>de</strong> movimientos torpes<br />
y <strong>de</strong>sor<strong>de</strong>nados y acabaron restregando la poca dignidad que les quedaba,<br />
<strong>de</strong>spués <strong>de</strong>l exceso <strong>de</strong> alcohol y <strong>de</strong> drogas, por el sucio suelo <strong>de</strong>l local.<br />
Tampoco importaba mucho, seguro que al día siguiente no recordarían cómo<br />
impregnaron su ropa con aquel<strong>los</strong> lamparones <strong>de</strong> mugre imposible <strong>de</strong> quitar.<br />
Mientras tanto, Angelito, que abusaba muchísimo más <strong>de</strong> las drogas que<br />
<strong>de</strong>l alcohol, estaba ya pidiendo disculpas a unas chatis con <strong>los</strong> zapatitos <strong>de</strong><br />
tacón empapados en tequila. Angelito era un figura. Tenía un don especial para<br />
<strong>de</strong>senvolverse en situaciones embarazosas y poco aconsejables; distinguido<br />
encantador <strong>de</strong> las serpientes más venenosas, cautivaría a aquellas muchachas<br />
con su labia experimentada en el arte <strong>de</strong> la mentira, la invención y el engaño,<br />
y como siempre, ellas se lo perdonarían.<br />
Todo aquello ocurría a mi alre<strong>de</strong>dor <strong>de</strong> la forma más grotesca, mientras<br />
yo me <strong>de</strong>batía <strong>de</strong> nuevo, con un tequila en la mano, entre tomar la <strong>de</strong>cisión<br />
correcta o simplemente tomar una <strong>de</strong>cisión.<br />
—¡Qué <strong>de</strong>monios! —me lo bebí.<br />
10
2. El sermón<br />
“ Get up, stand up...”. Me <strong>de</strong>spertó la cantinela <strong>de</strong>l teléfono móvil. No lo<br />
cogí. Miré la hora: las dos <strong>de</strong> la tar<strong>de</strong>. Lo puse en silencio y volví a zambullirme<br />
en el reino <strong>de</strong> <strong>los</strong> sueños.<br />
Abrí <strong>los</strong> ojos cinco horas <strong>de</strong>spués. Todos <strong>los</strong> poros <strong>de</strong> mi cuerpo<br />
<strong>de</strong>sprendían un terrible hedor a alcohol que viciaba el aire y hacía que me<br />
costara respirar. Entraban pequeños rayos <strong>de</strong> luz entre las uniones <strong>de</strong> <strong>los</strong><br />
listones mal encajados <strong>de</strong> la persiana. Por más que intentaba cerrarla hasta<br />
conseguir la oscuridad total, esas malditas holguras me atormentaban en<br />
<strong>los</strong> días <strong>de</strong> resaca. Una <strong>de</strong>sagradable e intermitente lucecita roja <strong>de</strong>stellaba<br />
sin mi permiso en la mesita <strong>de</strong> noche. Tenía la incómoda sensación <strong>de</strong><br />
que había estado allí fustigándome durante horas. De nuevo se trataba <strong>de</strong>l<br />
móvil avisándome <strong>de</strong> que existía todo un mundo en movimiento fuera <strong>de</strong> mi<br />
habitación. Tenía siete llamadas perdidas: una <strong>de</strong> Angelito y seis <strong>de</strong> mi madre.<br />
Recordé mis compromisos adquiridos para ese sábado y me lamenté por<br />
haber pasado un día más enterrado entre las sábanas. ¡Jo<strong>de</strong>r! Había olvidado<br />
la comida <strong>de</strong> cumpleaños <strong>de</strong> mi hermana.<br />
Agarré el dichoso aparato y llamé a Angelito.<br />
—¿Qué pasa, tío? ¡Vaya resacón! ¿Me has llamado?<br />
—Sí, tío. Muy fuerte lo que pasó ayer. ¿A qué hora te fuiste?<br />
—No sé… Era ya <strong>de</strong> día —le dije, haciendo un esfuerzo por recordarlo—.<br />
¿Pasó algo luego?<br />
—Fran está jodido. Pero que muy, muy jodido —contestó.<br />
11
Me incorporé al escucharle y no tardé mucho en recordar la tremenda<br />
borrachera que mi amigo llevaba cuando <strong>de</strong>cidí que ya era hora <strong>de</strong> rendirme<br />
y marcharme a casa. Fran había pasado toda la noche bebiendo como un<br />
animal. Era anormal en él. No solía <strong>de</strong>scontrolar tanto, pero nueve meses <strong>de</strong><br />
paro obligatorio visitando las colas <strong>de</strong>l INEM convertían al más inofensivo<br />
cor<strong>de</strong>rito en un auténtico lobo nocturno. A<strong>de</strong>más, lo había <strong>de</strong>jado su mujer<br />
hacía unas semanas, <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> tres años <strong>de</strong> “feliz matrimonio”.<br />
—¿Qué ha pasado?<br />
—Muy fuerte. ¡Está jodido <strong>de</strong> verdad!<br />
—¡Jo<strong>de</strong>r, Ángel, dímelo <strong>de</strong> una puñetera vez!<br />
Empezaba a sentir verda<strong>de</strong>ra preocupación.<br />
—Bueno, ¿te acuerdas que cuando te fuiste nos quedamos con las tequilagirls,<br />
Fran, Álex, Car<strong>los</strong> y yo, verdad?<br />
—Sí…<br />
—Por cierto, la rubia <strong>de</strong> la minifalda a cuadros se acaba <strong>de</strong> pirar <strong>de</strong> mi<br />
casa. Una verda<strong>de</strong>ra fiera. No tienes ni i<strong>de</strong>a <strong>de</strong>…<br />
—Ángel, ¡jo<strong>de</strong>r!<br />
—Vale, vale… ¡ja,ja,ja!… Luego te lo cuento. ¡Fliparás!<br />
—Céntrate en Fran o te cuelgo, coño.<br />
—Pues la movida es que estábamos pasándolo fenomenal. Fuimos a aquel<br />
antro que está por la plaza <strong>de</strong>l Ayuntamiento en el que hay que llamar a la<br />
puerta, ¿lo recuerdas?<br />
—Sí.<br />
Era un sitio cutre <strong>de</strong> verdad en el que también acabamos el viernes anterior.<br />
—Estábamos con las chatis, ya sabes, todo el pescado vendido. Álex<br />
haciéndose amigo <strong>de</strong> todos <strong>los</strong> <strong>de</strong> la barra; ya lo conoces. Car<strong>los</strong> con la morena<br />
<strong>de</strong> <strong>los</strong> vaqueros apretados, yo con la rubita cachonda y Fran con la gordita,<br />
bailando y metiéndole mano como un auténtico buitre —hizo una pausa para<br />
reírse un poco y siguió—. Pues <strong>de</strong> repente viene y me dice: “Me piro a casa, no<br />
aguanto más, esto es una gilipollez. ¿Me das las llaves <strong>de</strong> mi coche?”.<br />
—No se las diste, claro —le dije.<br />
—El caso es que se puso muy pesado. Empezó a <strong>de</strong>svariar y a hacer el<br />
idiota con las chatis. Así que se las di y se marchó.<br />
—¿Y…?<br />
12
—Me ha llamado hace un rato Emilio, preguntándome por lo que hicimos<br />
ayer. Se iba a por Fran a la comisaría. Me ha dicho que ha pasado el día en el<br />
calabozo.<br />
—¡No me jodas!<br />
—No sé más, pero te puedo contar cómo acabamos Car<strong>los</strong> y yo —dijo sin<br />
parar <strong>de</strong> reírse.<br />
Colgué.<br />
Me levanté <strong>de</strong> la cama. Tenía resaca, pero había dormido lo suficiente<br />
como para adivinar lo que le había ocurrido a Fran. Era una auténtica putada.<br />
Seguramente le habría parado la policía conduciendo en un estado lamentable.<br />
Increíble, hacía tan sólo unos meses mi amigo tenía un buen trabajo como<br />
representante <strong>de</strong> una empresa <strong>de</strong> materiales para la construcción; entre el<br />
sueldo fijo y las cuantiosas comisiones que en <strong>los</strong> últimos años se podían<br />
ganar en el sector, conseguía embolsarse un verda<strong>de</strong>ro pastón al mes. Vivía<br />
con su mujer en un adosado en “<strong>La</strong>s Villas” <strong>de</strong> Rocafort y estaba pensando<br />
en tener un crío. Y ahora, con treinta y cinco años, probablemente no tendría<br />
ni carné <strong>de</strong> conducir. <strong>La</strong> crisis había <strong>de</strong>smontado su vida en un abrir y cerrar<br />
<strong>de</strong> ojos.<br />
Una ducha y ya estaba preparado para afrontar la fatídica llamada. No iba<br />
a ser nada fácil. Me había pasado el día durmiendo, <strong>de</strong>jando una vez más<br />
plantada a toda mi familia. Mi padre estaría furioso y mi madre seguro que<br />
se habría puesto a llorar como una magdalena. Al menos, estaba convencido<br />
<strong>de</strong> que a mi hermana le importaba un carajo que yo hubiese estado en su<br />
cumpleaños o no.<br />
—Hola, chiqui, soy yo.<br />
Sólo llamaba así a mi madre cuando sabía que me había pasado y esta vez<br />
lo había hecho <strong>de</strong> verdad.<br />
—Hemos estado a punto <strong>de</strong> llamar a la policía, a <strong>los</strong> hospitales, a<br />
Valentina…<br />
Valentina era mi ex novia, pero hacía ya un año y medio que habíamos<br />
roto. Mis padres la adoraban. Yo no podía ni oír su nombre.<br />
—Venga, mamá, te dije que iría a la comida, pero que te lo confirmaría<br />
antes —mentí, por si colaba.<br />
—Tu padre está calentito. Quedaste con él que vendrías y le traerías un<br />
currículum. No pue<strong>de</strong>s seguir así. He llamado a tu amigo Emilio y me ha dicho<br />
13
que ayer salisteis y que seguramente estabas durmiendo. Se ha ofrecido a<br />
pasar por tu casa para comprobarlo. Es un encanto y su mujer también. A ver<br />
si apren<strong>de</strong>s algo <strong>de</strong> él, vuelves con Valen, te casas, tienes hijos…<br />
—¡Mamá! Deja <strong>de</strong> darme la brasa siempre con lo mismo. Sabes que no la<br />
soporto. ¿Y <strong>de</strong>s<strong>de</strong> cuándo Emilio “el funcionario” es tan maravil<strong>los</strong>o? ¿Qué<br />
hay <strong>de</strong> eso <strong>de</strong> que en este país sobran funcionarios y hay que ser ambicioso y<br />
llegar a lo más alto? —<strong>de</strong>spotriqué retorciéndome en el sofá.<br />
—Pues quizá <strong>de</strong>berías ir pensando en estudiar unas oposiciones y…<br />
Colgué.<br />
“ Get up, stand up...”.<br />
Era mi padre. Ahora venía lo duro <strong>de</strong> verdad.<br />
—Hijo, un hombre que queda con alguien y no acu<strong>de</strong> no es un hombre,<br />
es un mono, ¿me entien<strong>de</strong>s? —soltó nada más oyó que había <strong>de</strong>scolgado el<br />
teléfono—. Si tienes cojones para pasarte todo el día por ahí <strong>de</strong> fiesta con tus<br />
amigotes, <strong>de</strong>berías tener cojones también para asumir ciertas obligaciones.<br />
Su tono empezaba a aumentar <strong>de</strong> volumen conforme se iba calentando.<br />
—Sé que has vivido muy bien estos últimos años, has ganado pasta y has<br />
sido el rey <strong>de</strong> la pista <strong>de</strong> baile. Pero ahora toca coger el toro por <strong>los</strong> cuernos,<br />
¿entien<strong>de</strong>s? Por <strong>los</strong> cuernos, ¡jo<strong>de</strong>r! ¿Que hay crisis? ¿Que no hay trabajo?<br />
¿Que la cosa está muy mal? ¡Pues me importa un huevo! El que quiere algo,<br />
algo le cuesta. ¡Y a ti no te está costando una mierda! Sólo tenías que traerme<br />
un currículum para que se lo diera a Molina. Sabes que me <strong>de</strong>be mil favores y<br />
está muy metido en el Banco <strong>de</strong> Valencia, ¿entien<strong>de</strong>s? Muy metido. ¿Y ahora<br />
qué le digo yo esta noche cuando vengan a cenar a casa él y su mujer, eh? ¿Qué<br />
le digo? Que tengo a un cabeza <strong>de</strong> chorlito como hijo, que prefiere irse por ahí<br />
<strong>de</strong> juerga en lugar <strong>de</strong> hacer lo que tiene que hacer, ¿eh? Dime, ¿qué le digo?<br />
—Tienes razón, papá —le dije sumisamente—. Ahora mismo te lo preparo<br />
y te lo envío por e-mail. No te preocupes, que antes <strong>de</strong> que empecéis a cenar<br />
lo tienes preparado.<br />
—¿Por e-mail?<br />
—Sí.<br />
—Mira, lo preparas y te lo traes a casa. Así se lo das tú mismo a Molina y le<br />
haces un poco la pelota, que falta te hace, ¿me entien<strong>de</strong>s?<br />
—Pero…<br />
—¡Ni pero ni hostias! ¡El toro por <strong>los</strong> cuernos!<br />
14
¡Jo<strong>de</strong>r! Menudo marrón. Tenía que preparar un currículum e ir <strong>de</strong>s<strong>de</strong> Mas<br />
Camarena hasta el centro <strong>de</strong> Valencia, todo en menos <strong>de</strong> una hora. Y con<br />
resaca. Y <strong>de</strong> las buenas.<br />
Tiempo récord.<br />
Allí estaba, a la hora convenida y con una ruina <strong>de</strong> currículum bajo el<br />
brazo, repleto <strong>de</strong> fechas inventadas y encabezado por la única fotografía<br />
que aún conservaba en el disco duro <strong>de</strong> mi or<strong>de</strong>nador. Era <strong>de</strong> cuando acabé<br />
en la Facultad <strong>de</strong> Derecho y se trataba <strong>de</strong> la foto <strong>de</strong> carné más rentable <strong>de</strong><br />
la historia <strong>de</strong> las fotos <strong>de</strong> carné. Me la hice para la orla <strong>de</strong> final <strong>de</strong> carrera<br />
y <strong>de</strong>s<strong>de</strong> entonces me había acompañado a todas partes: pasaporte, carné<br />
<strong>de</strong> i<strong>de</strong>ntidad, <strong>de</strong> conducir, <strong>de</strong>l vi<strong>de</strong>oclub, vamos, <strong>de</strong> cualquier sistema <strong>de</strong><br />
i<strong>de</strong>ntificación que requiriera <strong>de</strong> una maravil<strong>los</strong>a sonrisa. Ahora, diez años<br />
<strong>de</strong>spués, observaba en el espejo <strong>de</strong>l ascensor <strong>de</strong>l edificio don<strong>de</strong> vivían mis<br />
padres, a las nueve y media <strong>de</strong> la noche <strong>de</strong> un sábado, la misma sonrisa; eso<br />
sí, un pelín más estropeada, seguramente por el efecto <strong>de</strong> las prominentes<br />
entradas que comenzaban a aparecer en mi frente.<br />
Me miré con <strong>de</strong>tenimiento durante <strong>los</strong> treinta segundos que tardaba aquel<br />
elevador claustrofóbico en subir <strong>los</strong> cinco pisos que separaban a mis padres<br />
<strong>de</strong>l nivel <strong>de</strong>l mar y di el visto bueno al equipaje que había elegido para la<br />
ocasión: vaqueros Lee, camisa blanca <strong>de</strong> Armani y americana <strong>de</strong> Zegna.<br />
Arreglado pero informal.<br />
Vivían en un piso amplio, no como <strong>los</strong> que se habían hecho en el último<br />
boom inmobiliario. Doscientos metros cuadrados, techos altos, cinco<br />
dormitorios y un salón comedor <strong>de</strong> casi cincuenta metros. Mi padre había sido<br />
promotor <strong>de</strong> viviendas a pequeña escala y no le había ido mal <strong>de</strong>l todo en la<br />
vida, a pesar <strong>de</strong> jubilarse antes <strong>de</strong>l año 2000. Quizá por eso se había salvado.<br />
Salí al rellano y me preparé para pasar una velada cargada <strong>de</strong> reproches.<br />
—Hola, chiqui —saludé a mi madre al abrirme la puerta.<br />
—Menudo día nos has dado —contestó, dándome un achuchón cariñoso.<br />
Eso era lo bueno que tenía mi madre. No era capaz <strong>de</strong> permanecer<br />
disgustada conmigo más <strong>de</strong> diez minutos seguidos.<br />
—Tienes que llamar a tu hermana y disculparte.<br />
—Bueno, estoy aquí, ¿no? —solté <strong>de</strong> malas maneras.<br />
Ya se le había pasado el enfado, ¿por qué iba entonces a fingir con ella?<br />
Lo último que me apetecía era aquella cena, y para colmo, con el cansino<br />
15
<strong>de</strong> Molina. Era sábado noche y seguro que <strong>los</strong> colegas jugarían partidita <strong>de</strong><br />
póquer en casa <strong>de</strong> Angelito.<br />
Fui directo al <strong>de</strong>spacho <strong>de</strong> mi padre. Sin duda, él estaría allí, esperándome,<br />
satisfecho una vez más <strong>de</strong> haber dirigido con éxito mi voluntad. Sabía que yo<br />
no tragaba a Molina. Sabía que era casi imposible que Molina pudiera hacer<br />
nada por meterme en el Banco <strong>de</strong> Valencia. Sabía cómo estaban las cosas.<br />
Pero allí estaba yo para seguirle el juego. Cada vez que le votaba la canica<br />
conseguía lo que quería <strong>de</strong> mí, sabía cómo hacerlo. Es lo que tenía un padre<br />
como el mío. Le admiraba. Había conseguido todo lo que había <strong>de</strong>seado y todo<br />
a base <strong>de</strong> currar, currar y currar, en un sector muy complicado y encima <strong>de</strong><br />
forma honrada. De eso era <strong>de</strong> lo que más orgul<strong>los</strong>o me sentía.<br />
Yo había trabajado <strong>los</strong> últimos cinco años en el sector inmobiliario<br />
gracias, en parte, a <strong>los</strong> contactos <strong>de</strong> mi padre y al Máster en Urbanismo que<br />
precisamente él me sugirió que estudiara. Había llegado a ser, con tan sólo<br />
treinta y tres años, <strong>de</strong>legado <strong>de</strong> la Comunidad Valenciana <strong>de</strong> una promotora<br />
<strong>de</strong> ámbito nacional. Y había ganado pasta. Todo, en gran medida, gracias a mi<br />
padre: “El capitán Batallas”, como les gustaba llamarle a todos <strong>los</strong> promotores,<br />
arquitectos, aparejadores, notarios… con <strong>los</strong> que yo me encontraba y que eran<br />
<strong>de</strong> su quinta.<br />
—Hola, papá. Ya estoy aquí. ¿A qué hora llegan <strong>los</strong> Molina? —le pregunté<br />
como si no pasara nada.<br />
—Siéntate —or<strong>de</strong>nó.<br />
Acaté el imperativo y se quedó mirándome. Estuvo durante casi un minuto<br />
clavando sus ojos en <strong>los</strong> míos. ¡Menudo cabronazo estaba hecho! Consiguió<br />
que yo <strong>de</strong>sviara la mirada. Yo era bueno en eso, pero él era mejor y yo, a<strong>de</strong>más,<br />
tenía resaca.<br />
Le había fallado en una petición ridícula, aunque para él cualquier<br />
compromiso era cuestión <strong>de</strong> vida o muerte.<br />
—Lo siento, papá.<br />
—El primer paso para el perdón está en el arrepentimiento —sentenció.<br />
Era una <strong>de</strong> sus célebres frases. <strong>La</strong> había escuchado <strong>de</strong>s<strong>de</strong> pequeño y la<br />
tenía muy presente cuando metía la pata con él.<br />
—Sé que eres un tío listo. Lo has <strong>de</strong>mostrado. Has estado al mando <strong>de</strong> un<br />
equipo <strong>de</strong> personas, has asumido tus responsabilida<strong>de</strong>s y has creado mucho<br />
valor añadido. Has sido eficiente y has obtenido beneficios con ello. Tanto tú<br />
como yo sabemos que Molina y su puñetero banco no son una opción, pero te<br />
16
estás apartando, ya no <strong>de</strong>l mundo económico y empresarial, sino <strong>de</strong> lo más<br />
importante <strong>de</strong> todo: la información. Molina no es precisamente un crack,<br />
pero domina la información. Está don<strong>de</strong> está porque nunca ha <strong>de</strong>jado <strong>de</strong><br />
estar enterado <strong>de</strong> todo. Nunca ha perdido sus contactos. Mira, yo he pasado<br />
muchas crisis. Vale, no como ésta, pero he peleado y nunca me he rendido.<br />
¿Qué estás haciendo tú? Llevas seis meses <strong>de</strong> juerga. Si no funciona el sector<br />
que dominas, pues te cambias, pero <strong>de</strong>berías <strong>de</strong>jar <strong>de</strong> esperar y centrarte o<br />
per<strong>de</strong>rás el dominio <strong>de</strong> la información. ¿Me entien<strong>de</strong>s?<br />
—Te entiendo y…<br />
Bip-Bip. Sms entrante. “Pker mi csa. 11h.”<br />
—Vale, papá.<br />
Llegaron <strong>los</strong> Molina, cenamos y hablamos <strong>de</strong> lo realmente mal que estaba todo.<br />
Me dio la sensación <strong>de</strong> que nadie sabía hablar <strong>de</strong> otra cosa. <strong>La</strong>s <strong>de</strong>sgracias que<br />
la crisis estaba produciendo preocupaban a la mitad <strong>de</strong> la población, mientras<br />
la otra mitad, jodidos o no, entregaban sus esperanzas, con una fe ciega, a <strong>los</strong><br />
representantes <strong>de</strong> sus i<strong>de</strong>ales. Y luego estaban mis colegas, figurantes que en<br />
ese momento estaban jugando al póquer sin mí en casa <strong>de</strong> Angelito, mientras<br />
yo me empapaba <strong>de</strong> “información”.<br />
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3. <strong>La</strong> pesadilla <strong>de</strong> Fran<br />
Brillaba el sol. <strong>La</strong> primavera había <strong>de</strong>jado atrás <strong>los</strong> meses fríos y grises <strong>de</strong> uno<br />
<strong>de</strong> <strong>los</strong> inviernos más lluviosos que yo recordaba. <strong>La</strong> meteorología nos daba<br />
una tregua; sin embargo, <strong>los</strong> chaparrones financieros persistían, inundando<br />
<strong>de</strong> <strong>de</strong>socupados las terrazas <strong>de</strong> <strong>los</strong> bares y las listas <strong>de</strong>l INEM.<br />
Salí al jardín. <strong>La</strong> temperatura era <strong>de</strong> veinticinco grados. Yo vivía en un<br />
pareado en Mas Camarena, zona resi<strong>de</strong>ncial en la que había un porcentaje<br />
superior a la media <strong>de</strong> población infantil. Había críos por todas partes. Era<br />
como una enorme guar<strong>de</strong>ría en la que <strong>los</strong> padres podían soltar a sus pequeñas<br />
fieras con la tranquilidad <strong>de</strong> que no iban a sufrir ningún percance irreparable.<br />
Los conductores atemorizados <strong>de</strong> la zona, entre <strong>los</strong> que me incluía, vivíamos<br />
en una firme sensación <strong>de</strong> alerta.<br />
Los años <strong>de</strong> gloria y especulación habían animado a la gente joven<br />
a procrear como conejos y ahora tenían que hacer verda<strong>de</strong>ra ingeniería<br />
financiera para llegar a fin <strong>de</strong> mes, sin renunciar a <strong>los</strong> lujos que, sin duda,<br />
consi<strong>de</strong>raban <strong>de</strong>rechos fundamentales.<br />
Mi casa era una muestra clara <strong>de</strong> ello: me había costado trescientos sesenta<br />
mil euros y ahora no valía ni doscientos cuarenta mil, así que si consiguiera<br />
ven<strong>de</strong>rla, algo poco probable, no me darían ni para pagar la hipoteca. Pero,<br />
cómo no, tenía jardín y piscina.<br />
Cogí el móvil y marqué el número <strong>de</strong> Fran. Aún no sabía nada <strong>de</strong> su<br />
aventura policial y estaba hambriento <strong>de</strong> información. “Móvil apagado<br />
o fuera <strong>de</strong> cobertura”. ¿Seguirá en el calabozo? Estuve tentado <strong>de</strong> llamar a<br />
Emilio, pero lo imaginé con el carrito <strong>de</strong>l chiquillo dando paseos por el parque<br />
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con su mujer. Ella no me soportaba y yo no la soportaba a ella, así que mis<br />
sentimientos confrontados acabaron por hacerme renunciar y no le llamé.<br />
A<strong>de</strong>más, tenía la certeza <strong>de</strong> que el<strong>los</strong> apreciaban más a Valentina que a mí y<br />
eso era algo que yo, particularmente, no podía soportar. ¡Que les <strong>de</strong>n! ¡Es una<br />
zorra! Ya se darán cuenta.<br />
Marqué el número <strong>de</strong> Car<strong>los</strong>. Contestador.<br />
Marqué el número <strong>de</strong> Álex. Contestador.<br />
Marqué el número <strong>de</strong> Quique.<br />
—Tonelo, te llamo luego, me pillas cambiando pañales —contestó y colgó.<br />
Marqué el número <strong>de</strong> Dani. Contestador.<br />
Pensé en llamar a alguna chati, pero no tenía muchas ganas <strong>de</strong> compartir<br />
ese maravil<strong>los</strong>o domingo primaveral con ninguna <strong>de</strong> mis ocasionales<br />
amiguitas <strong>de</strong> juerga nocturna. Sólo quería ver a Marta, pero ella ahora tenía<br />
novio y seguramente estaría con él. Mala opción.<br />
Marta y yo nos conocíamos <strong>de</strong>s<strong>de</strong> hacía años. Habíamos estudiado juntos<br />
en la universidad. Ella era mi mejor amiga, podía contarle cualquier cosa.<br />
Inteligente, dulce, comprensiva, apasionada y a<strong>de</strong>más <strong>de</strong>cía que me quería<br />
con locura, aunque nunca hubiésemos tenido una oportunidad; cuando ella<br />
estaba sola yo estaba con alguien y a la inversa. Nunca había pasado nada. Yo<br />
también la quería. Me quedé con las ganas <strong>de</strong> llamarla.<br />
Marqué el número <strong>de</strong> Angelito. Última opción.<br />
—¡Tonelo! ¿Qué pasa, tío? Te perdiste una partidita ayer <strong>de</strong> las buenas, vino<br />
el cabrón <strong>de</strong> Quique. No sé cómo coño consiguió que su mujer le <strong>de</strong>jara. El muy<br />
bribón nos <strong>de</strong>splumó a todos. Tenías que haber visto la cara <strong>de</strong> Car<strong>los</strong>, con lo<br />
rata que es y perdió cincuenta pavos. ¿Por qué no viniste? —me preguntó <strong>de</strong><br />
forma un tanto inquisitiva.<br />
—Me salté el cumpleaños <strong>de</strong> mi hermana ayer a mediodía y me tocó ir a<br />
cenar con mis viejos por la noche.<br />
—Vaya putada.<br />
—Hay carreras. ¿Vienes y las vemos? —le pregunté, con la esperanza <strong>de</strong> no<br />
pasar el domingo solo en casa—. Sacamos la tele al jardín y encen<strong>de</strong>mos la<br />
barbacoa. Aún queda carne congelada <strong>de</strong>l fin<strong>de</strong> pasado.<br />
—No creo que pueda. Tengo que ir a recoger la caja <strong>de</strong> ayer y ya sabes que<br />
la pela es la pela.<br />
Angelito había nacido con un pedazo <strong>de</strong> pan <strong>de</strong>bajo <strong>de</strong>l brazo. Era hijo<br />
único y al jubilarse sus padres le habían <strong>de</strong>jado a cargo <strong>de</strong>l negocio familiar:<br />
19
el Mesón <strong>de</strong> Ángel, un restaurante en pleno centro, con una clientela <strong>de</strong> toda<br />
la vida. Era un clásico. Mi padre ya hacía negocios comiendo allí antes <strong>de</strong> que<br />
Angelito y yo fuésemos concebidos.<br />
Angelito se había hecho cargo <strong>de</strong>l Mesón hacía cuatro años y la verdad es<br />
que no curraba mucho. Como a él le gustaba <strong>de</strong>cir: “El negocio funciona solo,<br />
no voy a ser yo quien lo joda”. Tenía un encargado que se ocupaba <strong>de</strong> todo y<br />
que cobraba una pasta por ello, pero mientras el Mesón <strong>de</strong> Ángel estuviese<br />
lleno <strong>de</strong> martes a domingo, se lo podía permitir.<br />
—Bueno, te <strong>de</strong>jo, tío, que voy conduciendo y no quiero quedarme sin<br />
puntos como Fran —me dijo, soltando una risotada.<br />
—¿Ángel?<br />
Había colgado.<br />
<strong>La</strong>s once <strong>de</strong> la mañana y lucía el sol. Podría ser un día fantástico, pero estaba<br />
solo. Lié un canuto. Había vuelto a fumar; no era uno <strong>de</strong> mis vicios preferidos,<br />
pero servía contra el aburrimiento. ¡Vaya mierda! Antes cerraba operaciones<br />
<strong>de</strong> compra <strong>de</strong> activos inmobiliarios por valor <strong>de</strong> millones <strong>de</strong> euros sin apenas<br />
consultar con mis superiores. Era excitante: la prospección, la negociación<br />
y, por fin, el día <strong>de</strong> la firma. Y, por supuesto, la cuantiosa comisión. ¡Menudo<br />
subidón! Ahora, en cambio, estaba bloqueado, sin saber en qué pensar ni qué<br />
hacer y con el único aliciente <strong>de</strong> fumarme un porro yo solo en casa, viendo<br />
como Alonso ni puntuaba en la carrera.<br />
Necesitaba un plan. Tenía que volver a estar motivado con algo, sentir <strong>de</strong><br />
nuevo el stress <strong>de</strong> <strong>los</strong> negocios. Volver a estar en la vorágine <strong>de</strong>l merca<strong>de</strong>o<br />
empresarial. Había ganado pasta, sí. Podía aguantar un par <strong>de</strong> años sin currar<br />
y viviendo a todo tren, pero mi padre tenía razón. Una vez más, mi padre tenía<br />
razón.<br />
Cogí el móvil. Me proponía llamar a Raúl, un antiguo compañero y buen<br />
amigo. Raúl había sido mi homónimo en la zona centro. Él también había<br />
<strong>de</strong>jado la promotora antes <strong>de</strong>l procedimiento concursal, pero se había movido<br />
con rapi<strong>de</strong>z. Madrid era la Champion League y consiguió colocarse en una<br />
empresa participada por una entidad <strong>de</strong> crédito (no recuerdo cuál, o quizá<br />
no me lo dijo) que estaba <strong>de</strong>stinada a gestionar <strong>los</strong> trámites pendientes para<br />
sacar a<strong>de</strong>lante todos <strong>los</strong> sue<strong>los</strong> en gestión que tenían en cartera. Marrones que<br />
el banco <strong>de</strong>bía quedarse por impagos o por imposibilidad <strong>de</strong> refinanciación.<br />
Pensé en quedar con él, que me contara cómo le iba, qué hacía, empaparme<br />
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<strong>de</strong> “información”, pero justo antes <strong>de</strong> marcar su número, sonó el timbre <strong>de</strong>l<br />
vi<strong>de</strong>oportero <strong>de</strong> mi casa.<br />
Era Fran. Abrí.<br />
Caminaba cabizbajo por la urbanización directo hacia mi pareado y llevaba<br />
la misma ropa sucia con la que lo había <strong>de</strong>jado el viernes pasado.<br />
—¿Cómo estás? —le pregunté en cuanto lo tuve <strong>de</strong>lante, con la cara más<br />
compasiva que fui capaz <strong>de</strong> representar.<br />
—Mal. ¿Puedo darme una ducha? —preguntó sin <strong>de</strong>spegar la vista <strong>de</strong>l<br />
suelo.<br />
—Claro, tío. Pasa, te <strong>de</strong>jaré algo <strong>de</strong> ropa limpia y una toalla.<br />
—Gracias.<br />
A pesar <strong>de</strong> su fortaleza física, Fran siempre había sido un tío sensible. Le<br />
gustaba pasar tiempo con <strong>los</strong> amigotes, pero con lo que más disfrutaba era<br />
estando con Silvia. <strong>La</strong> quería. Si había algo en el mundo que <strong>de</strong> verdad adoraba<br />
era a su mujer. Estaba enamorado <strong>de</strong> ella, enamorado <strong>de</strong> verdad. Des<strong>de</strong> el<br />
día que la conoció había invertido el cien por cien <strong>de</strong> su tiempo intentando<br />
hacerla feliz. Admiraba su forma <strong>de</strong> ser, admiraba su cuerpo. Cuando ella<br />
hablaba, él callaba y atendía. Le regalaba sonrisas y piropos, incluso <strong>de</strong>lante<br />
<strong>de</strong> sus amigos. Para él, el significado <strong>de</strong> la felicidad era tener hijos con ella y<br />
pasar hasta el último minuto <strong>de</strong> su vida a su lado.<br />
Pero ella no <strong>de</strong>bía pensar lo mismo. Hacía unas semanas le había <strong>de</strong>jado.<br />
Necesitaba espacio y tiempo para reflexionar. ¿Reflexionar qué? Pensaba yo.<br />
Pero Fran estaba convencido <strong>de</strong> que tar<strong>de</strong> o temprano volvería con él. “Es mi<br />
<strong>de</strong>stino”, solía <strong>de</strong>cír, sonriendo como un niño.<br />
Salió <strong>de</strong>l cuarto <strong>de</strong> baño duchado y afeitado. Se enfundó el vaquero y la<br />
camiseta que le <strong>de</strong>jé y aun así permanecía entre tinieblas.<br />
—¿Mejor?<br />
Continuaba con la mirada clavada en el suelo.<br />
—No…<br />
—Tienes una pinta horrible. ¿Vas a contármelo?<br />
Le agarré por la barbilla e hice que me mirara a <strong>los</strong> ojos. Rompió a llorar<br />
durante un par <strong>de</strong> minutos y <strong>de</strong>spués se calmó.<br />
—Todo se ha terminado—susurró.<br />
—¿Qué ha pasado, Fran?—le pregunté intrigado.<br />
21
—¡Vaya mierda, Tonelo! Te habrás enterado <strong>de</strong> lo que pasó el viernes,<br />
¿verdad?<br />
—Algo he oído, sí.<br />
—Pues eso. Llevaba un colocón <strong>de</strong> cojones, salí <strong>de</strong>l antro aquel y cogí<br />
el coche para irme a Campolivar —<strong>de</strong>s<strong>de</strong> la separación se había instalado<br />
temporalmente en casa <strong>de</strong> su madre, en Campolivar—. Iba por Cortes<br />
Valencianas, paré en un semáforo en rojo y me quedé dormido esperando a<br />
que se pusiese en ver<strong>de</strong>. No sé cuánto tiempo estuve allí parado en el carril<br />
<strong>de</strong>l medio, pero cuando <strong>de</strong>sperté tenía a un policía aporreando el cristal y a<br />
otro <strong>de</strong>sviando el tráfico a ambos lados para que <strong>los</strong> coches pudiesen pasar.<br />
Acuérdate <strong>de</strong> cómo iba. Llevaba tal pedo que no podía ni hablar. Lo último que<br />
recuerdo es entrar en la comisaría esposado. Estuve hasta las seis <strong>de</strong> la tar<strong>de</strong><br />
en el calabozo. No veas la peña que había allí como yo. Menos un yonqui y un<br />
vagabundo, el resto éramos todos <strong>de</strong>l mismo palo. ¿Te acuerdas <strong>de</strong> Ramón, el<br />
director <strong>de</strong> Compras que trabajaba en tu empresa? Pues también estaba allí<br />
pasando la mona. Me dijo que lo habían echado a la calle con el último ERE.<br />
Recordaba a Ramón perfectamente. Estaba endiosado con el puesto,<br />
recibía infinidad <strong>de</strong> rega<strong>los</strong> y siempre andaba <strong>de</strong> comida en comida con <strong>los</strong><br />
industriales.<br />
—¿Qué más pasó? —le azucé para que me siguiera contando.<br />
—Lo intenté con Silvia, pero no me cogió el teféfono, y mi madre no era<br />
una opción, así que llamé a Emilio para que viniese a recogerme.<br />
—¿Cuánto diste?<br />
—0,9. Mil pavos <strong>de</strong> multa, retirada <strong>de</strong> carné un año y ocho puntos. Mañana<br />
tengo que ir a juicio.<br />
—Jo<strong>de</strong>r, tío, no es para tanto. Te meterán unas cuantas horas <strong>de</strong> servicios<br />
sociales y a correr. De todos modos, sin curro, ¿para qué necesitas el carné?<br />
—le dije, intentando quitar hierro al asunto.<br />
—¡El puto carné me importa una mierda! —gritó.<br />
—Vale, tío. Entonces, ¿qué <strong>de</strong>monios te pasa? —le pregunté, templando la<br />
voz para que no siguiera gritando.<br />
—Todo es una puta mierda, Toni. ¡Todo! —repitió. Hizo una pausa, respiró<br />
profundamente y continuó hablando—. Emilio me <strong>de</strong>jó en la puerta <strong>de</strong> casa<br />
<strong>de</strong> mi madre, pero como no tenía estómago para entrar y contárselo, me fui<br />
andando hasta Rocafort. En realidad, quería ver a Silvia. Necesitaba verla,<br />
¿compren<strong>de</strong>s? Tenía que compartir con ella lo ocurrido.<br />
22
—Ya.<br />
—Me costó más <strong>de</strong> media hora llegar y por poco no me atropella un camión<br />
por la puñetera carretera <strong>de</strong> Bétera. Al llegar a mi urbanización encontré el<br />
coche <strong>de</strong> Silvia aparcado en la puerta y vi que las luces <strong>de</strong>l salón <strong>de</strong> mi casa<br />
estaban encendidas, así que la volví a llamar con el móvil; no quería entrar<br />
sin avisar. Pero tampoco entonces me cogió el teléfono. Le mandé unos veinte<br />
mensajes, y nada. Sin respuesta. ¿Sabes el pino que hay justo enfrente <strong>de</strong> mi<br />
casa? —preguntó, dando por hecho que yo sí lo recordaba—. Pues me subí a<br />
él para intentar verla por la ventana. Estuve allí durante horas, subido en el<br />
jodido pino; parecía un acosador. Me vieron varios vecinos y ni siquiera se<br />
atrevieron a saludarme. Cuando ya no podía más bajé, saqué las llaves <strong>de</strong><br />
casa y me acerqué. Puse la oreja pegada a la puerta y oí voces. Metí la llave<br />
y… ¡Jo<strong>de</strong>r! ¡Ha cambiado la puta cerradura! Llamé a la puerta… ¡Qué cojones!<br />
Aporreé la puerta —hizo otra pausa. Estaba realmente cabreado—. Y nada,<br />
tampoco así reaccionó. Estaba allí, a tan sólo unos metros <strong>de</strong> mí y no quiso<br />
<strong>de</strong>jarme entrar.<br />
—Bueno, tío, ya se le pasará. Tú no le has hecho nada. Seguro que hoy te<br />
pi<strong>de</strong> perdón —traté <strong>de</strong> animarle.<br />
—¡¿Perdón?! —volvió a gritar.<br />
—Ya verás como…<br />
—¡No veré una puta mierda, Tonelo! He pasado toda la noche encima <strong>de</strong><br />
un pino, cubierto <strong>de</strong> resina y <strong>de</strong> hormigas, y… ¿Adivina quién ha salido <strong>de</strong><br />
“mi” casa a las diez <strong>de</strong> la mañana? ¡Jo<strong>de</strong>r! ¡Su jodido jefe! ¡Hijo <strong>de</strong> puta! ¡El<br />
muy cabrón! ¡El jodido explotador que tanto la puteaba en el trabajo!<br />
Ahora sí estaba fuera <strong>de</strong> sí.<br />
—¡Será zorra! —grité yo.<br />
Entonces me miró como si con aquellas palabras hubiese cometido la peor<br />
ofensa imaginable. El dolor y el cabreo se borraron en apenas un instante <strong>de</strong><br />
su cara y completamente compungido me soltó:<br />
—No la llames zorra.<br />
—Vale —contesté, encogiéndome <strong>de</strong> hombros.<br />
23
4. <strong>La</strong> barbacoa<br />
Fran llevaba dos días sin dormir y, en cuanto se calmó, cayó rendido. Le<br />
preparé la habitación <strong>de</strong> invitados y prácticamente lo metí yo en la cama.<br />
Otra vez solo, cogí el porro que había <strong>de</strong>jado a mitad y le di unas cuantas<br />
caladas. Hice un poco <strong>de</strong> zapping con el mando <strong>de</strong>l televisor, pero el previo <strong>de</strong><br />
las carreras era cada vez más insoportable: cincuenta por ciento anuncios y<br />
cincuenta por ciento chorradas. Me preparé resignado a pasar un domingo <strong>de</strong><br />
absoluto aburrimiento.<br />
“ Get up, stand up...”.<br />
Por fin sonó el móvil. Era Car<strong>los</strong>.<br />
—¿Qué pasa, Tonelo? ¿Hay carreritas? —preguntó.<br />
—¡Claro!<br />
—¡Puta madre! ¿Te importa si llevo a unas amigas?<br />
—¿Cuántas son? ¿<strong>La</strong>s conozco?<br />
—Son tres. Compañeras <strong>de</strong>l curro. Son muy valientes y están muy ricas<br />
—bromeó.<br />
—¡Cojonudo! Traed pan y haremos una barbacoa.<br />
¡Estaba salvado!<br />
Car<strong>los</strong> trabajaba para una compañía <strong>de</strong> seguros. Era jefe <strong>de</strong> equipo. Un<br />
auténtico crack. Tenía una labia magistral, era capaz <strong>de</strong> ven<strong>de</strong>rle un plan <strong>de</strong><br />
pensiones a un adolescente con acné.<br />
El día, que había empezado <strong>de</strong> una forma <strong>de</strong>sastrosa por culpa <strong>de</strong> las<br />
<strong>de</strong>sgracias <strong>de</strong> Fran, ahora se animaba por momentos. Me hacía falta un poco<br />
<strong>de</strong> emoción y no existía nadie en el mundo mejor que Car<strong>los</strong> para animar una<br />
24
fiesta. No por él, claro, que llegaba a ser irreverente y <strong>de</strong>spreciable, sino por el<br />
séquito <strong>de</strong> mujeres libertinas que siempre llevaba consigo.<br />
Preparé la barbacoa, bajé el volumen <strong>de</strong> la tele y puse musiquita. Lo mejor<br />
<strong>de</strong>l momento: We sing, we dance. We steal things <strong>de</strong> Jason Mraz.<br />
Tardaron una hora en llegar. Venían <strong>de</strong> la playa, habían estado en una<br />
terraza <strong>de</strong>l paseo <strong>de</strong> Neptuno, en la playa <strong>de</strong> las Arenas, así que imaginé que<br />
llevaban dos o tres cervezas cada uno en el cuerpo.<br />
Les abrí la verja <strong>de</strong> la urbanización. Venían hacia mi casa armando bastante<br />
follón. <strong>La</strong>s carcajadas que el alcohol producía en aquellas mujeres resonaban<br />
estri<strong>de</strong>ntes por el contraste <strong>de</strong> la mañana.<br />
Me acerqué a la nevera, saqué una birra y me la bebí <strong>de</strong> un trago.<br />
—Tonelo, estas son Andrea, Sonia y Princesa Bella.<br />
Risas.<br />
Car<strong>los</strong> siempre hacía lo mismo. Le gustaba ser generoso con sus conquistas,<br />
siempre y cuando ya hubiesen sucumbido a sus encantos. Para él eran como<br />
pañue<strong>los</strong> <strong>de</strong> usar y tirar. Eso sí, antes <strong>de</strong> usar el último no iba a permitir que<br />
nadie invadiese lo que para él era propiedad privada. Por eso lo hacía, para<br />
indicar cuál era su víctima. Esta vez Princesa Bella era la menos guapa <strong>de</strong> las<br />
tres, pero la que mejor cuerpo tenía. Un cañón. Así era Car<strong>los</strong>. Sólo una cosa le<br />
gustaba más que el dinero: las mujeres con cuerpos mol<strong>de</strong>ados, con un buen<br />
par <strong>de</strong> tetas, naturales o no, y un trasero redondito y bien puesto en su sitio.<br />
—Encantado. Estáis en vuestra casa.<br />
Salimos al jardín. <strong>La</strong> música animaba bastante y, mientras Car<strong>los</strong><br />
bailoteaba con su princesa, yo ponía al corriente a las otras dos muchachas<br />
<strong>de</strong> lo que iban a comer.<br />
—¿Te has enterado <strong>de</strong> lo <strong>de</strong> Fran? —me preguntó Car<strong>los</strong> con una risita <strong>de</strong><br />
“cabrón que te cagas” dibujada en la cara.<br />
—Está durmiendo arriba —le informé, haciéndole una señal con el <strong>de</strong>do<br />
para que bajara la voz.<br />
—¡No me jodas! ¿Qué te ha contado?<br />
—Ya te lo contará él —le dije, cortante.<br />
No tenía la menor intención <strong>de</strong> sacar a la luz las <strong>de</strong>sgracias <strong>de</strong> Fran <strong>de</strong>lante<br />
<strong>de</strong> aquellas dos <strong>de</strong>sconocidas.<br />
Me fijé en Andrea y en Sonia. Eran las dos <strong>de</strong> la misma estatura,<br />
aproximadamente un metro sesenta. Parecían divertidas o, al menos, habían<br />
venido con ganas <strong>de</strong> divertirse. Andrea era rubia y Sonia pelirroja. Sonia<br />
25
estaba llena <strong>de</strong> pecas en la cara, en <strong>los</strong> brazos y sobre todo en el escote, don<strong>de</strong><br />
le asomaban dos enormes pechos pecosos. Tenía <strong>los</strong> rasgos bonitos y una<br />
mirada felina <strong>de</strong> ojos muy ver<strong>de</strong>s. Andrea era menos voluptuosa, pero lucía<br />
un trasero estupendo, resaltado con precisión por <strong>los</strong> Levi´s <strong>de</strong>sgastados<br />
que lo cubrían. Su melenita corta <strong>de</strong>jaba al <strong>de</strong>scubierto un cuello tentador y,<br />
aunque no estaba gorda, sus curvas eran acentuadas. Me entraron ganas nada<br />
más verla <strong>de</strong> mor<strong>de</strong>r aquel fantástico cuello.<br />
Hablamos <strong>de</strong> tonterías durante un buen rato, hasta que llegó el momento<br />
<strong>de</strong> ponerse manos a la obra. Encendí el carbón, una <strong>de</strong> esas bolsas en las que<br />
sólo tienes que pren<strong>de</strong>r las esquinas y esperar media hora. ¡Un inventazo! Abrí<br />
una botella <strong>de</strong> vino tinto, un Rioja. Serví las copas. Risas. Nos acabamos la<br />
botella en un suspiro y tuve que abrir otra. El fuego estaba listo. Me coloqué el<br />
<strong>de</strong>lantal a la cintura. En él ponía en letras bien gran<strong>de</strong>s: “<strong>La</strong> mejor salchicha<br />
<strong>de</strong> la barbacoa”. Sonia hizo una broma y me levantó el <strong>de</strong>lantal. Más risas.<br />
Andrea se me acercó. Sacó una papela <strong>de</strong>l bolsillo <strong>de</strong> sus fabu<strong>los</strong>os vaqueros<br />
y me pidió permiso para preparar unos tiros antes <strong>de</strong> comer. Le dije que sí.<br />
Todo iba bien. Hice la carne y, sin tan siquiera sentarnos en la mesa, la<br />
<strong>de</strong>voramos. El ambiente era estupendo y, a<strong>de</strong>más, lucía el sol en mi jardín.<br />
Car<strong>los</strong> y la princesa se habían metido en el salón y estaban besuqueándose<br />
en el sofá. Andrea y Sonia bailaban conmigo, <strong>los</strong> tres <strong>de</strong>scalzos sobre el<br />
césped. Por suerte, mis vecinos <strong>de</strong> pareado se marchaban todos <strong>los</strong> fines <strong>de</strong><br />
semana, quizá por mi culpa. El caso es que no estábamos molestando a nadie.<br />
<strong>La</strong> música seguía sonando, ahora Jamiroquai, A funk odyssey, un clásico<br />
discotequero. Más tiritos. Más risas. Hacía calor. Una pena que la piscina aún<br />
no estuviese limpia.<br />
Cogí la manguera y empecé a echarme agua por encima. Sonia me la<br />
arrebató <strong>de</strong> golpe y comenzó a mojar a Andrea. Ella se <strong>de</strong>jó. <strong>La</strong> chopó entera<br />
y luego empezó a empaparse la camiseta ella también. Se le marcaban <strong>los</strong><br />
pezones, incluso se podían adivinar todas aquellas pecas alre<strong>de</strong>dor <strong>de</strong> el<strong>los</strong>.<br />
Acabamos <strong>los</strong> tres empapados, bailando en una especie <strong>de</strong> danza ritual. Se<br />
palpaba la alegría y la emoción en el ambiente. Era excitante, morboso. Yo no<br />
podía parar <strong>de</strong> reír.<br />
Entramos en la casa. Car<strong>los</strong> y la princesa no estaban. Imaginé que se<br />
habrían subido a la buhardilla. “¡Que no <strong>de</strong>spierten a Fran!”. En fin, me daba<br />
igual. Estaba con dos muchachas divertidísimas, quitándonos la ropa mojada<br />
en mitad <strong>de</strong>l salón.<br />
26
Nos quedamos <strong>los</strong> tres en ropa interior. Más risas, y más rayas. Preparé<br />
unos gin-tonics y <strong>los</strong> bebimos <strong>de</strong>prisa. Momento perfecto. Cambié la música<br />
sin preguntar y coloqué un clásico <strong>de</strong> Nina Simone en la disquetera. Infalible.<br />
El alcohol hizo pronto su efecto. Sonia me abrazó por <strong>de</strong>trás y yo agarré a<br />
Andrea <strong>de</strong>l mismo modo, bailando <strong>los</strong> tres en una especie <strong>de</strong> trenecito. Y sí,<br />
acabé mordiendo aquel maravil<strong>los</strong>o cuello.<br />
Estaba excitadísimo. Noté a Sonia <strong>de</strong>slizar sus <strong>de</strong>dos poco a poco hasta<br />
llegar a la goma <strong>de</strong> mis calzoncil<strong>los</strong>. Al mismo tiempo, yo seguía besando<br />
impaciente el cuello y la nuca <strong>de</strong> Andrea. No había nada que pudiera estropear<br />
aquel momento.<br />
O quizá sí.<br />
Justo en ese instante se abrió la puerta <strong>de</strong> la cocina, alguien entraba en la<br />
casa sin llamar. Hacía unos meses Angelito estuvo viviendo conmigo mientras<br />
terminaban la construcción <strong>de</strong> su casa en Masías y el muy cabrón todavía<br />
conservaba un juego <strong>de</strong> llaves.<br />
—¡Jo<strong>de</strong>r, Tonelo! Vaya juerguecita tienes aquí montada —soltó nada más<br />
ver el panorama.<br />
—¿Qué pasa, tío? —le contesté, con la cara más chunga que pu<strong>de</strong> articular<br />
y apuntándole directamente a <strong>los</strong> ojos con mi erección.<br />
—Guárdate eso, Tonelo, haz el favor. ¿Qué tal, chicas? Yo soy Ángel —se<br />
presentó, arrimándose todo lo que pudo primero a Sonia y luego a Andrea<br />
para darles dos besos a cada una lo más cerca posible <strong>de</strong> las comisuras.<br />
Desapareció la magia. Se esfumó. Voló.<br />
Para colmo, justo en ese momento bajaba Car<strong>los</strong> con su princesa <strong>de</strong> la<br />
buhardilla. Al parecer, estaba haciendo tiempo, pero al oír a Angelito, bajó<br />
corriendo. Había cumplido y quería pirarse. Princesa Bella les preguntó a las<br />
chicas si se iban ya. Fue una pregunta tan imperativa que no <strong>de</strong>jaba opción<br />
a la réplica. Se vistieron, me dieron un beso cada una en una mejilla y se<br />
largaron por don<strong>de</strong> habían venido.<br />
Y allí estaba yo, en calzoncil<strong>los</strong>, con un calentón <strong>de</strong>scomunal, borracho y<br />
mirando cómo se marchaban por la puerta <strong>de</strong> mi casa dos chatis divertidísimas<br />
a las que probablemente nunca volvería a ver.<br />
—¿Cómo ha quedado Alonso? —preguntó Angelito en cuanto nos<br />
quedamos a solas.<br />
—¡Vete a la mierda! —contesté, mirándole como si le estuviese perdonando<br />
la vida.<br />
27
<strong>La</strong>s nueve <strong>de</strong> la noche y Fran continuaba durmiendo. Pasar más <strong>de</strong> ocho horas<br />
encima <strong>de</strong> un pino, haciendo lo imposible por que <strong>los</strong> bichos no se introduzcan<br />
por todas las partes prohibidas <strong>de</strong> tu cuerpo, tenía que ser realmente agotador.<br />
Debía <strong>de</strong>jarle dormir.<br />
Angelito <strong>de</strong>cidió que era un buen momento para ver una película.<br />
Desor<strong>de</strong>nó el cajón don<strong>de</strong> yo guardaba con cariño mi fantástica colección<br />
<strong>de</strong> cine y se <strong>de</strong>cantó por Reservoir Dogs, el clásico <strong>de</strong> Quentin Tarantino. Me<br />
pareció bien, me gustaba la banda sonora. <strong>La</strong> vimos en el proyector y con el<br />
home cinema a toda castaña.<br />
Angelito no dijo ni una sola palabra en la hora y media que duró película.<br />
Resultaba extrañísimo. Ángel nunca paraba <strong>de</strong> parlotear; hablaba y hablaba,<br />
y le importaba un pimiento si le escuchabas o no. Normalmente, cuando<br />
veíamos películas juntos, tenía que llamarle varias veces la atención. Siempre<br />
quería comentar las escenas. Era un auténtico coñazo, imposible ir con él al<br />
cine.<br />
Apagué el equipo y me quedé mirándole. Parecía ausente.<br />
—¿Cenamos algo? —pregunté. Se me había pasado el colocón y tenía un<br />
hambre atroz.<br />
—Como quieras —contestó sin ganas.<br />
Mi amigo también era como un saco sin fondo en todo lo que se refería a<br />
tragar. No le gustaba saltarse ni una sola comida. <strong>La</strong> mayor parte <strong>de</strong> su vida<br />
la había pasado en el mesón y estaba acostumbrado a engullir sin parar. No<br />
estaba gordo, pero a base <strong>de</strong> alimentar su anatomía durante la infancia se<br />
había convertido en un tío gran<strong>de</strong>, castigado por el hambre a perpetuidad.<br />
—Vale, tío, que no digas ni una puta palabra durante la peli, mola. Raro,<br />
pero mola. Pero que no tengas hambre, me flipa. ¿Qué cojones te pasa? Ya te<br />
he perdonado por haberme jodido uno <strong>de</strong> <strong>los</strong> polvos más cojonudos <strong>de</strong>l año.<br />
Así que…<br />
—El restaurante está teniendo muchas pérdidas —soltó a bocajarro—.<br />
Simplemente estoy un poco preocupado.<br />
—Vaya, sorry, tío.<br />
—No te preocupes, mañana he quedado con Dani en su oficina para hablar<br />
<strong>de</strong> una línea <strong>de</strong> crédito.<br />
Dani también formaba parte <strong>de</strong> la pandilla. Trabajaba en una oficina <strong>de</strong><br />
Caja <strong>de</strong>l Consuelo. Entró como becario cuando aún no había terminado la<br />
28
carrera y, <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> diez años soportando <strong>los</strong> rol<strong>los</strong> <strong>de</strong> <strong>los</strong> jubilados que<br />
iban a actualizar sus libretas, por fin era el director <strong>de</strong> la oficina. Llegaba por<br />
la mañana y se escondía en su <strong>de</strong>spacho para no ser molestado por nadie,<br />
mientras se <strong>de</strong>dicaba a jugar con el futuro <strong>de</strong> las empresas y familias que<br />
tenían allí <strong>de</strong>positadas sus <strong>de</strong>udas. Hoy por hoy era lo más parecido que<br />
existía a ser funcionario. Podías jo<strong>de</strong>r a la gente sin miedo a represalias.<br />
Todos teníamos allí nuestra cuenta corriente. Era muy cómodo; sólo<br />
pasabamos por la caja para almorzar con él. El resto lo hacíamos por teléfono.<br />
Cuando quedábamos el sábado para jugar la partidita <strong>de</strong> póquer sabíamos<br />
que lo primero, antes <strong>de</strong> empezar, era firmarle <strong>los</strong> mil papeles que Dani traía<br />
en una carpeta cuyo título era: “Pendiente. Pandilla”.<br />
Ángel siempre era el que más papeles <strong>de</strong>bía firmar y Dani se <strong>de</strong>sesperaba<br />
con él por su manera <strong>de</strong> hacer las cosas. Era <strong>de</strong>sor<strong>de</strong>nado e irresponsable y<br />
gastaba euros como si nunca se le fuesen a terminar.<br />
—¡Jo<strong>de</strong>r! ¡Qué bien hemos vivido estos años! ¿Eh? —soltó Angelito con voz<br />
resignada.<br />
—Sí. Hemos sido <strong>los</strong> putos amos —contesté.<br />
—¿Crees que volveremos a tener tiempos así? Es <strong>de</strong>cir, acuérdate <strong>de</strong>l<br />
último viaje a Mónaco que nos pegamos hace ya un par <strong>de</strong> años. Fran ganaba<br />
una pasta vendiendo putos ladril<strong>los</strong>, Car<strong>los</strong> no paraba <strong>de</strong> asegurar casas y<br />
coches con sus chanchul<strong>los</strong> con Dani y tú… Tú eras el rey. ¡Jo<strong>de</strong>r, qué pedazo<br />
<strong>de</strong> <strong>de</strong>spacho tenías!<br />
—Cómo disfrutamos, ¿verdad? Eso sí fue ver las carreras con estilo. Si no<br />
hubiese sido por el coñazo <strong>de</strong> Valentina llamándome cada media hora…<br />
—Eso es cierto —se <strong>de</strong>scojonó.<br />
—Nos hemos pasado siete pueb<strong>los</strong> y al final hemos hecho que todo esto<br />
petara —le dije.<br />
—¿Crees que <strong>de</strong>bería echar a la calle a François? —preguntó muy serio.<br />
—¿Tu encargado? <strong>La</strong> verdad, creo que <strong>de</strong>berías haberte hecho cargo tú <strong>de</strong>l<br />
restaurante hace ya tiempo, que <strong>de</strong>berías ponerte la pila y empezar a currar.<br />
Pienso que estás pagándole una pasta a un tipo por hacer tu trabajo. ¿Sabes?<br />
Tienes una suerte <strong>de</strong> la leche. Tienes un negocio que funciona, quizá no tan<br />
bien como estos últimos años, pero con un fondo <strong>de</strong> comercio incondicional.<br />
¿Quieres que te dé un consejo? Coge el toro por <strong>los</strong> cuernos, Angelito, antes <strong>de</strong><br />
que te arrepientas.<br />
29
Estuvo durante unos segundos recapacitando, analizando cada una<br />
<strong>de</strong> mis palabras como si, realmente, por una vez en su vida hubiese estado<br />
escuchando.<br />
—Creo que tienes razón —hizo una pausa y añadió— ¿tienes maría, verdad?<br />
¿Nos hacemos un canuto? Mañana tengo un día muy duro.<br />
—Claro.<br />
30
5. Depresión<br />
Lunes, uno más y <strong>de</strong> nuevo con resaca; no mucha, eso sí. Me acababa<br />
<strong>de</strong> levantar, eran las diez <strong>de</strong> la mañana y, al asomarme a la habitación <strong>de</strong><br />
invitados, <strong>de</strong>scubrí que Fran ya se había marchado. Había <strong>de</strong>jado una nota<br />
encima <strong>de</strong> la cama: “Gracias, tío. Me piro a casa <strong>de</strong> mi madre. Tengo que<br />
pensar. Au.”<br />
El pá<strong>de</strong>l se había convertido en <strong>los</strong> últimos años en el <strong>de</strong>porte nacional<br />
<strong>de</strong> <strong>los</strong> ex directivos en paro y yo me había unido a esa moda, fiel a las nuevas<br />
costumbres impuestas por la crisis.<br />
Álex vivía en Valterna, en una urbanización <strong>de</strong> esas que tienen <strong>de</strong> todo:<br />
gimnasio, piscina cubierta, sauna y pistas <strong>de</strong> pá<strong>de</strong>l, y todos <strong>los</strong> lunes<br />
jugábamos en su casa. Él y yo como pareja, y como en su urbanización había<br />
trescientas viviendas y abundaban <strong>los</strong> <strong>de</strong>sempleados, nunca nos faltaban<br />
contrincantes.<br />
Álex estaba casado con Alicia, una mujer a la que yo admiraba. Había<br />
<strong>de</strong>dicado al estudio toda su juventud, mientras Álex se pasaba las noches<br />
<strong>de</strong> juerga con <strong>los</strong> amigotes. Ahora era registradora <strong>de</strong> la Propiedad. Yo la<br />
apreciaba muchísimo y a su hijo también. Fran y Alicia se conocieron en el<br />
instituto a <strong>los</strong> quince años y <strong>de</strong>s<strong>de</strong> entonces ella había pertenecido, <strong>de</strong> una<br />
forma u otra, a la pandilla. Se casaron tan sólo con veinte años y hacía cuatro<br />
que habían sido padres <strong>de</strong>l chiquillo más bueno, guapo y encantador <strong>de</strong>l<br />
Universo. Así quería yo a esa maravil<strong>los</strong>a familia.<br />
Hacía tan sólo dos meses que habían <strong>de</strong>spedido a Álex <strong>de</strong>l trabajo y ahora se<br />
ocupaba él <strong>de</strong> la casa y <strong>de</strong>l niño. Antes tenían una asistenta, ahora el asistente<br />
31
era él. Había trabajado durante años en un periódico local como redactor en<br />
la sección <strong>de</strong> <strong>de</strong>portes. El sector <strong>de</strong> la prensa escrita seguía en <strong>de</strong>ca<strong>de</strong>ncia y<br />
unido a la crisis, con la bajada <strong>de</strong> más <strong>de</strong> un cuarenta por ciento en <strong>los</strong> ingresos<br />
por publicidad (sobre todo <strong>de</strong> promotores <strong>de</strong> viviendas y concesionarios <strong>de</strong><br />
coches) y teniendo en cuenta que esos ingresos representaban un sesenta<br />
y cinco por ciento <strong>de</strong>l total, no se esperaba otra cosa; <strong>los</strong> ma<strong>los</strong> resultados<br />
durante ya <strong>de</strong>masiados años seguidos habían acabado por hacer <strong>de</strong> Álex una<br />
pieza prescindible en el engranaje <strong>de</strong> un medio cada vez con menor tirada.<br />
Al final, un ERE más y a la puta calle. Y <strong>de</strong> malas maneras: rateando con la<br />
in<strong>de</strong>mnización.<br />
Jugamos al pá<strong>de</strong>l <strong>de</strong> doce a dos y, <strong>de</strong>spués, <strong>de</strong> nuevo a casa. Una ducha,<br />
un sándwich y, fiel a esas nuevas costumbres a las que antes hacía mención,<br />
una siesta <strong>de</strong> casi dos horas, en la cama y con pijama. Aquella era ahora mi<br />
vida. Desperté con la misma inquietud <strong>de</strong> siempre: una tar<strong>de</strong> más sin tener ni<br />
puñetera i<strong>de</strong>a <strong>de</strong> qué coño hacer.<br />
Había <strong>de</strong>jado <strong>de</strong> ir al gimnasio en un ataque <strong>de</strong> responsabilidad. Me<br />
costaba ciento cincuenta euros al mes, más <strong>los</strong> masajes, <strong>los</strong> tratamientos y <strong>los</strong><br />
UVA. Total, un dineral. En realidad, lo echaba <strong>de</strong> menos. Tenía que apuntarme<br />
a uno más barato, aunque aún no lo había hecho. Esa era la paradoja <strong>de</strong> <strong>los</strong><br />
<strong>de</strong>socupados, cuanto más tiempo libre tienes, más vas <strong>de</strong>jando las cosas para<br />
otro momento.<br />
Pensé en llamar a mi hermana, aunque <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> cómo nos colamos<br />
Fran, Angelito, Car<strong>los</strong> y yo en la última fiesta que organizó en su casa y la que<br />
liamos allí, no me atrevía. Aún era pronto. Debía seguir muy cabreada.<br />
Sin embargo, sí era un buen momento para llamar a Marta. <strong>La</strong>s seis <strong>de</strong> la<br />
tar<strong>de</strong>. Estaría en el trabajo, sola. Marqué su número. Lo cogió al primer tono.<br />
—Bombón, ¿cómo estás?<br />
Me encantaba lo alegre que era.<br />
—Rubita, te echo <strong>de</strong> menos, ¿comemos mañana?<br />
—Claro, ¿pasas a por mí a las dos?<br />
—Lo estoy <strong>de</strong>seando.<br />
—Vale,nos vemos mañana.<br />
—Besos.<br />
—¡Toni!<br />
—¿Sí?<br />
32
—No me falles esta vez. Sabes lo mucho que me cuesta organizarme para<br />
po<strong>de</strong>r comer contigo.<br />
—Tranquila.<br />
<strong>La</strong> felicidad se mi<strong>de</strong> por momentos. Esa era una <strong>de</strong> mis fracciones<br />
preferidas.<br />
Nada más colgar, el móvil comenzó a sonar <strong>de</strong> nuevo.<br />
“ Get up, stand up...”.<br />
Era Car<strong>los</strong>. Lo cogí.<br />
—¡Tonelo! ¿Qué pasa, tío? ¿Es que no va a venir esta tar<strong>de</strong> nadie a tomar<br />
la cervecita? Estoy en el garito más solo que la una. ¿Acaso no te molaron ayer<br />
las chatis que te llevé? ¡Jo<strong>de</strong>r! Parecía que lo estabas pasando <strong>de</strong> puta madre.<br />
Anda, vente para acá y tráete la maría.<br />
—Dame veinte minutos —contesté.<br />
Cogí las llaves <strong>de</strong>l coche y salí corriendo <strong>de</strong> casa camino <strong>de</strong> la plaza Xúquer.<br />
Al llegar al garito, media hora más tar<strong>de</strong>, encontré a Car<strong>los</strong> acompañado<br />
ya por Ángel, Dani y Emilio. Estaban sentados en una mesa <strong>de</strong> la terraza,<br />
bebiendo una cerveza tras otra. Por lo visto, un día más la reunión <strong>de</strong><br />
amigotes consistía en humillarnos <strong>los</strong> unos a <strong>los</strong> otros: Angelito contaba cómo<br />
me había encontrado el día anterior al entrar en mi casa, con la polla dura<br />
como una piedra y dos chatis en bragas bailando borrachas a mi alre<strong>de</strong>dor.<br />
Emilio también <strong>de</strong>scribió con <strong>de</strong>talle el careto con el que encontró a Fran<br />
al ir a recogerle el sábado a la comisaría. El cachon<strong>de</strong>o comenzó a aliviar<br />
mi conciencia. Car<strong>los</strong> me pidió la maría y se lió un canuto. Era buena. Nos<br />
partimos <strong>de</strong> risa por todos <strong>los</strong> acontecimientos <strong>de</strong>l fin <strong>de</strong> semana. El que más<br />
leña recibió fue Fran. Claro, el que no estaba.<br />
Dani y Angelito habían pasado juntos toda la mañana preparando la póliza<br />
<strong>de</strong> crédito. Treinta mil euros. Con ese dinero tendría que tener suficiente para<br />
<strong>de</strong>spedir al encargado y a algún camarero y po<strong>de</strong>r así reducir costes. Ángel se<br />
pondría al mando <strong>de</strong>l restaurante a la mañana siguiente.<br />
—Angelito, quiero que sepas que la operación te la apruebo sin pasarla por<br />
Riesgos —le explicó Dani muy serio—. Me han reducido mucho <strong>los</strong> po<strong>de</strong>res,<br />
pero para esa cantidad aún me <strong>de</strong>jan firmar. Si tuviera que pedir autorización<br />
me la <strong>de</strong>negarían seguro. Así que no me falles.<br />
—¡Tranki, tronco! ¿Cuándo te he fallado yo, eh?<br />
Nos <strong>de</strong>scojonamos todos. Sabíamos que si había alguien en el mundo <strong>de</strong><br />
quien no <strong>de</strong>bíamos fiarnos ese era Angelito.<br />
33
Seguimos con la cerveza hasta que se hizo la hora <strong>de</strong> cenar. Emilio se<br />
levantó y se fue. <strong>La</strong> odiosa <strong>de</strong> su mujer ya llevaba tres llamadas. Car<strong>los</strong> estaba<br />
muy animado, se pasó al gin-tonic. Angelito fue al aseo. Estuvo durante diez<br />
minutos ausente y regresó con una insultante sonrisa en el rostro.<br />
—Tienes un regalito en la repisa <strong>de</strong>l lavabo —me dijo al oído, tratando <strong>de</strong><br />
que Car<strong>los</strong> no le oyera.<br />
Me levanté y fui corriendo al baño antes <strong>de</strong> que alguien entrara. Allí,<br />
preparada con minuciosidad, había pintado una raya <strong>de</strong> las gran<strong>de</strong>s. Saqué<br />
el móvil y escribí un sms: “J<strong>de</strong>r, Cabrzo, lunes”. Enrollé un billete <strong>de</strong> veinte<br />
euros, esnifé la dosis y volví a reunirme con mis amigos.<br />
Car<strong>los</strong> era <strong>de</strong> todo menos tonto y no tardó en darse cuenta. Le costó sacarle<br />
a Angelito la farli unos quince minutos. Al final, el propietario <strong>de</strong> la mercancía,<br />
el amo <strong>de</strong> la noche, el señor <strong>de</strong> la luz, cedió. Le dio la papela a Car<strong>los</strong> y se pidió<br />
un cubata.<br />
Dani también se levantó, y antes <strong>de</strong> marcharse dijo que no quería liarse.<br />
—Mañana tengo que estar en la caja a las ocho <strong>de</strong> la mañana y os conozco.<br />
¡Cabrones!<br />
<strong>La</strong>s diez <strong>de</strong> la noche y ya estábamos otra vez, Angelito, Car<strong>los</strong> y yo, hasta<br />
arriba <strong>de</strong> coca y chupando como esponjas.<br />
Se acabó la droga y seguimos con las copas. Estuvimos hasta la una <strong>de</strong> la<br />
madrugada armando follón. Cerraron el garito y nos obligaron a marcharnos.<br />
Conocíamos un montón <strong>de</strong> antros don<strong>de</strong> encontrar algo <strong>de</strong> ambiente.<br />
Habíamos estado hablando <strong>de</strong> tías e íbamos como motos. Angelito sugirió un<br />
local céntrico, rollo disco. Sabíamos que era pronto y no habría nadie. Aún<br />
así, fuimos.<br />
Entramos. Vacío. Salimos. Deambulamos <strong>de</strong> antro en antro durante<br />
horas. Pasaron en un suspiro. Entrábamos, tomábamos una copa y nos<br />
íbamos. Conseguimos pillar más. Risas y rayas. Éramos una tribu extraña,<br />
que recorría la ciudad una noche <strong>de</strong> lunes buscando a gente como nosotros,<br />
preferiblemente mujeres.<br />
Volvimos al primer local. Se había llenado. Allí estábamos, casi todo tíos y,<br />
excepto alguna que otra vieja chalada, todo lo <strong>de</strong>más putas.<br />
Empezamos a bailar con ellas. Más risas. Una especie <strong>de</strong> nebu<strong>los</strong>a nos<br />
envolvió en aquel lugar. Íbamos cada uno por su lado, dando tumbos. De vez<br />
en cuando nos encontrábamos y nos abrazábamos. Por un momento me di<br />
34
cuenta <strong>de</strong> que no veía a mis colegas. Me puse el cuño <strong>de</strong> la disco y salí. Fui<br />
hacia el coche. Allí estaba Angelito con una <strong>de</strong> las putas en el asiento trasero.<br />
Le estaba haciendo una mamada. Me acerqué. Di unos golpes en el cristal y la<br />
puta abrió la puerta.<br />
—Y tú… ¿Qué coño miras? —me dijo.<br />
Pasé <strong>de</strong> ella.<br />
—¡Ángel! ¿Dón<strong>de</strong> está Car<strong>los</strong>? —pregunté preocupado. Era como si mi vida<br />
<strong>de</strong>pendiera <strong>de</strong> encontrar a mi amigo.<br />
—¡Yo qué cojones sé! ¡Pasa <strong>de</strong> mí! ¡No ves que estoy ocupado!<br />
<strong>La</strong> puta cerró la puerta.<br />
Me di cuenta <strong>de</strong> que había una trifulca en la entrada <strong>de</strong>l local. Un tío<br />
enorme estaba zaran<strong>de</strong>ando a Car<strong>los</strong>. Fui corriendo hacía allí. Cuando estaba<br />
a mitad camino, aquel cabrón le soltó un bofetón <strong>de</strong> mano abierta. Pirueta <strong>de</strong><br />
ciento ochenta grados y al suelo. Cuando llegué hasta Car<strong>los</strong>, el gorila ya se<br />
había marchado.<br />
Intenté levantarle. Estaba aturdido y le pitaban <strong>los</strong> oídos.<br />
Se incorporó, me miró como si fuera a <strong>de</strong>cir algo importante y preguntó:<br />
—Tonelo, ¿queda más farli? Ahora sí que la necesito.<br />
A la mañana siguiente me <strong>de</strong>spertó el sonido <strong>de</strong> una máquina cortacésped que<br />
retumbaba a dos o tres casas <strong>de</strong> la mía. Me encontraba fatal. Tuve el tiempo<br />
justo para llegar al baño y vomitar. Tenía un puzle <strong>de</strong> recuerdos <strong>de</strong> la noche<br />
anterior que aún no lograba recomponer: imágenes difusas que acentuaban<br />
<strong>los</strong> remordimientos y me sumían en un estado <strong>de</strong>presivo. Tenía ganas <strong>de</strong> llorar.<br />
Necesitaba urgentemente que pasasen dos o tres días para <strong>de</strong>shacerme <strong>de</strong> esa<br />
sensación <strong>de</strong> soledad y angustia que me envolvía. Había llegado a casa a las<br />
siete <strong>de</strong> la mañana y había intentado dormir, pero la mierda que circulaba<br />
por mis venas me había mantenido <strong>de</strong>spierto. Sin po<strong>de</strong>r cerrar <strong>los</strong> ojos, sentí<br />
miedo. <strong>La</strong> taquicardia y las arritmias me asustaron <strong>de</strong> verdad. Me duché con<br />
agua fría un par <strong>de</strong> veces, pero el efecto apenas duraba unos pocos minutos.<br />
Después <strong>de</strong> pasar casi dos horas andando <strong>de</strong>sorientado por el jardín, volví<br />
a acostarme. Y nada. No conseguí pegar ojo. Era una sensación extraña en<br />
las extremida<strong>de</strong>s <strong>de</strong> la parte izquierda <strong>de</strong> mi cuerpo. Creí que iba a darme un<br />
ataque. Me prometí a mí mismo no meterme ni una raya más en toda mi vida.<br />
Aquel suplicio se alargó durante horas, hasta que finalmente <strong>de</strong>cidí<br />
afrontar el día. Me miré en el espejo <strong>de</strong>l baño. Tenía la cara <strong>de</strong>sencajada.<br />
35
Me cepillé <strong>los</strong> dientes a conciencia, pero era imposible <strong>de</strong>spren<strong>de</strong>rme <strong>de</strong> la<br />
sensación empalagosa por la mezcla <strong>de</strong> alcohol y <strong>de</strong> drogas. Bebí agua y sentí<br />
un fuerte dolor en el esternón. Bebí más y conseguí aliviarlo.<br />
Busqué el móvil. Tenía tres llamadas perdidas <strong>de</strong> Marta y un mensaje:<br />
“Creía q habíamos quedado. No t espero más. Eres idiota”. Miré la hora. Eran<br />
las tres y media <strong>de</strong> la tar<strong>de</strong>. Entonces sí, rompí a llorar.<br />
Traté <strong>de</strong> llamarla varias veces, pero no obtuve respuesta. Últimamente no<br />
hacía más que <strong>de</strong>fraudar a todos <strong>los</strong> que me querían: a mi hermana, a mis<br />
padres y ahora también a Marta.<br />
Los pilares <strong>de</strong> mi existencia, esos que pensaba que eran tan fuertes, se<br />
estaban fracturando y, aun así, yo no ponía ningún remedio. Toda mi vida<br />
parecía haberse estructurado <strong>de</strong> forma sencilla, sin esfuerzo, casi por arte<br />
<strong>de</strong> magia. El resultado era perfecto. Éxito tras éxito había ido recorriendo<br />
un camino sin obstácu<strong>los</strong>. Un camino que sólo me había puesto a prueba en<br />
situaciones en las que yo estaba muy por encima <strong>de</strong>l problema. Nunca había<br />
tenido que pedir ayuda a nadie y, por supuesto, no admitía consejos. Era<br />
autosuficiente en el control <strong>de</strong> mis <strong>de</strong>cisiones. Había sido fácil, <strong>de</strong>masiado<br />
fácil. Ahora, sin saber cómo, me encontraba envuelto en una espiral <strong>de</strong><br />
<strong>de</strong>sesperación. No sabía hacia dón<strong>de</strong> dirigirme. No sabía qué tenía que hacer.<br />
Pasé la tar<strong>de</strong> encerrado en casa. No quería ver a nadie. Llevaba veinticuatro<br />
horas sin comer. Tenía llamadas <strong>de</strong> Ángel y Car<strong>los</strong>, pero no quería hablar con<br />
el<strong>los</strong>. No les culpaba por encontrarme en esa situación, sabía que la culpa<br />
era mía, había perdido las riendas <strong>de</strong> mi vida y sólo a mí me correspondía<br />
recuperarlas. Tenía que hacerlo. Necesitaba volver a sentirme bien, orgul<strong>los</strong>o<br />
<strong>de</strong> mí mismo. Tenía que recuperar la chispa, intentarlo por lo menos. ¡Coger el<br />
toro por <strong>los</strong> cuernos! Pero, ¿cómo? Todo lo que realmente sabía hacer, ahora<br />
no servía para nada. Si había <strong>de</strong>jado <strong>de</strong> pelear era precisamente por eso.<br />
El resto <strong>de</strong> la semana la pasé compa<strong>de</strong>ciéndome <strong>de</strong> mí mismo. Sólo salí <strong>de</strong><br />
casa para ir a comprar la prensa y tabaco. Hacía meses que había <strong>de</strong>jado <strong>de</strong> leer<br />
el periódico a diario. Llegó un momento en que perdí el interés. Me conformaba<br />
con ver las noticias <strong>de</strong> vez en cuando. Todo eran mentiras y <strong>de</strong>sgracias. Yo<br />
entendía cómo se había llegado a una crisis <strong>de</strong> estas magnitu<strong>de</strong>s; es más,<br />
era perfectamente consciente <strong>de</strong> lo que iba a pasar. Eso me había dado cierta<br />
ventaja. Conseguí ven<strong>de</strong>r a tiempo el apartamento <strong>de</strong> la playa, quitándome<br />
una hipoteca que ahora me estaría asfixiando y recuperé una posición <strong>de</strong><br />
liqui<strong>de</strong>z suficiente para vivir tranquilo durante un tiempo. A<strong>de</strong>más, tenía<br />
36
el paro y la in<strong>de</strong>mnización que conseguí sacarle a mi empresa antes <strong>de</strong> que<br />
empezara el concurso <strong>de</strong> acreedores. Sin embargo, en vez <strong>de</strong> rentabilizar<br />
ese pequeño capital, estaba puliendo euros. <strong>La</strong> factura <strong>de</strong> <strong>los</strong> últimos meses<br />
estaba resultándome <strong>de</strong>masiado cara, económica y mentalmente.<br />
37
6. Por un amigo, lo que sea<br />
El viernes <strong>de</strong>sperté como nuevo. Mi cuerpo había quemado las toxinas y la<br />
sensación <strong>de</strong> angustia había <strong>de</strong>saparecido por completo. Me a<strong>de</strong>centé y salí<br />
a la calle. Lucía el sol. Empecé a hacer llamadas pendientes. <strong>La</strong> primera era<br />
obligada: llamé a Marta. No me cogió el teléfono. En fin, ya lo intentaría más<br />
tar<strong>de</strong>. Al final ella siempre me perdonaba.<br />
Marqué el número <strong>de</strong> Fran.<br />
—¿Qué tal, tío? —contestó.<br />
—¿Por dón<strong>de</strong> andas?<br />
—Estoy en Campolivar. ¿Dón<strong>de</strong> coño has estado metido, Tonelo? Llevas<br />
dos días <strong>de</strong>saparecido y yo necesito hablar con alguien o me voy a volver loco.<br />
—¿Cómo estás?<br />
—Ha pasado lo peor.<br />
—Te recojo en veinte minutos.<br />
—De acuerdo.<br />
Cuando llegué a casa <strong>de</strong> su madre, Fran ya me esperaba en la puerta. Nada<br />
más subirse al coche me informó <strong>de</strong> cómo le había ido en el juicio. Tenía que<br />
realizar treinta horas <strong>de</strong> servicios a la comunidad, pero le habían reducido la<br />
multa a ochocientos euros por estar en el paro. De Silvia no quería ni hablar,<br />
<strong>de</strong>bía olvidarse <strong>de</strong> ella y lo mejor era ni mencionarla.<br />
Fuimos directos a la playa y nos sentamos en una terraza. Pedimos una<br />
cerveza y Fran me contó que Car<strong>los</strong> estaba <strong>de</strong> baja. Tenía un tímpano roto.<br />
Yo le expliqué cómo nos habíamos liado la noche <strong>de</strong>l lunes y lo que había<br />
ocurrido. Nos reímos un buen rato <strong>de</strong> todo aquello.<br />
38
—Tonelo, necesito olvidarme <strong>de</strong> mi mujer. Necesito divertirme —me soltó.<br />
—¿Qué clase <strong>de</strong> diversión? —pregunté asustado.<br />
Le había explicado lo mal que lo pasé tras la fiesta <strong>de</strong>l lunes, cómo estaba<br />
dispuesto a en<strong>de</strong>rezar mi vida y que me negaba a afrontar un fin <strong>de</strong> semana<br />
más <strong>de</strong> <strong>de</strong>sfase como <strong>los</strong> anteriores.<br />
—¿Qué tal si sacas esa súper agenda que tienes y quedamos esta noche<br />
con unas chatis? —sugirió, poniendo cara <strong>de</strong> niño bueno.<br />
—¡Eso está hecho! Por un amigo lo que sea —contesté, contento <strong>de</strong> saber<br />
que lo único que quería era salir por ahí con un par <strong>de</strong> chavalas.<br />
Escribí un mensaje en el móvil y lo lancé como una bomba <strong>de</strong> racimo a<br />
unas cuantas amiguitas. Contestaron dos <strong>de</strong> ellas al cuarto <strong>de</strong> hora. Se las<br />
<strong>de</strong>scribí a Fran y <strong>de</strong>jé que él eligiese. Finalmente confirmamos la cena con<br />
Paula y su prima. Paula era supermegapija, nada en el cerebro pero un cuerpo<br />
<strong>de</strong> escándalo. Yo la conocía <strong>de</strong>l colegio, aunque nunca tuve mucho trato con<br />
ella. Hacía un par <strong>de</strong> semanas habíamos coincidido en la fiesta <strong>de</strong> mi hermana<br />
y, aunque yo llevaba un colocón tremendo, conseguí sonsacarle su número <strong>de</strong><br />
teléfono. De su prima no sabía nada <strong>de</strong> nada.<br />
Reservé mesa en un buen restaurante <strong>de</strong> la Alameda. Ellas querían ir con<br />
su coche. Nos veríamos allí a las diez.<br />
Fran parecía contento y yo estaba feliz por ello. Me apetecía el plan: noche<br />
tranquila, con suerte beberíamos unas copas y nos iríamos pronto a mi casa<br />
a pegar un polvo.<br />
Después <strong>de</strong> tomar un par <strong>de</strong> cervezas más, <strong>de</strong>volví a Fran a Campolivar.<br />
Por la tar<strong>de</strong> hablé con Angelito. Le expliqué el plan que teníamos Fran y<br />
yo para esa noche y no pareció importarle. Quedó en llamarnos <strong>de</strong>spués <strong>de</strong><br />
cenar para ver por dón<strong>de</strong> andábamos. Imaginé que saldría con Dani y no me<br />
preocupé más <strong>de</strong> él.<br />
<strong>La</strong> prima resultó ser un pivón. Se llamaba <strong>La</strong>ura. Estaba incluso más buena<br />
que Paula y, a<strong>de</strong>más, era divertida. A Fran le costó un poco soltarse, pero en<br />
cuanto estuvimos sentados en la mesa y nos bebimos una copa <strong>de</strong> cava, la<br />
conversación empezó a fluir sin dificultad. Hablamos mucho <strong>de</strong> Valencia.<br />
<strong>La</strong>ura era <strong>de</strong> Madrid y estaba pasando una semana <strong>de</strong> vacaciones en casa <strong>de</strong><br />
su prima. Le explicamos lo fantástica que era nuestra ciudad, tanto <strong>de</strong> día<br />
como <strong>de</strong> noche, y ella nos atendió encandilada. Hablamos, comimos, reímos<br />
y sobre todo bebimos: tres botellas <strong>de</strong> cava en menos <strong>de</strong> dos horas.<br />
39
Lo estábamos pasando genial. <strong>La</strong>s chicas se levantaron y fueron al baño.<br />
Llegó el momento <strong>de</strong> <strong>de</strong>cidir.<br />
—¿Cuál te gusta? —interrogué a Fran.<br />
—<strong>La</strong>s dos —contestó.<br />
—¡Perfecto! Pues para ti Paula.<br />
—¡Cojonudo!<br />
Volvieron <strong>de</strong>l baño y terminamos <strong>de</strong> cenar. Después, pedimos una copa.<br />
No parábamos <strong>de</strong> reír. Todo pintaba estupendo. Había conexión. Trajeron la<br />
cuenta y la pagamos a medias Fran y yo. Salimos <strong>de</strong>l local y <strong>de</strong>cidimos ir a un<br />
garito <strong>de</strong> moda <strong>de</strong> la zona <strong>de</strong> Cánovas.<br />
Nosotros llegamos primero. Saludamos a <strong>los</strong> porteros y entramos.<br />
Hablamos con uno <strong>de</strong> <strong>los</strong> dueños <strong>de</strong>l local. Era un antiguo conocido. Nos hizo<br />
un hueco en la zona VIP, previo pago <strong>de</strong> una botella <strong>de</strong> champán. El local<br />
aún no se había llenado, pero sonaba la música a todo volumen y estábamos<br />
animadísimos. .<br />
Pasaron <strong>los</strong> minutos. <strong>La</strong>s chicas tardaban <strong>de</strong>masiado. Miré el móvil. Tenía<br />
un sms <strong>de</strong> Paula. “Hemos tenido que ir a una fiesta. Un compromiso. Gracias<br />
por la cena. Bs.”<br />
—¡Hijas <strong>de</strong> puta! —grité.<br />
Llamé a su móvil. Apagado.<br />
—¿Qué pasa, Tonelo? —preguntó Fran.<br />
—Nos la han jugado, tío —contesté con cara <strong>de</strong> primo y le enseñé el<br />
mensaje.<br />
—¡Jo<strong>de</strong>r! ¡Son todas unas zorras! ¡Todas! —reaccionó, echándose las<br />
manos a la cabeza.<br />
Nos trajeron el champán y lo miramos con cara <strong>de</strong> gilipollas. Empezamos<br />
a <strong>de</strong>scojonarnos. Nos reímos <strong>de</strong> nosotros mismos.<br />
—¡Vaya planazo que me has montado, cabrón! —soltó Fran.<br />
—A que has cenado bien, ¿eh?<br />
Continuamos con el cachon<strong>de</strong>o. Era el mejor mecanismo <strong>de</strong> <strong>de</strong>fensa para<br />
contrarestar el orgullo herido. Empezamos a beber una copa tras otra. Lo<br />
necesitábamos. Estuvimos así durante un buen rato y, por fin, el garito se<br />
llenó. Entonces vi entrar a alguien por la puerta.<br />
—¡Dios existe! —chillé.<br />
—¿Tú crees?<br />
40
Allí estaban. Se habían apoyado en la barra y en ese momento parecían<br />
unas diosas. El cuello carnoso y <strong>los</strong> pechos pecosos. Andrea y Sonia.<br />
Fui directo hacia ellas y en cuanto me vieron se me echaron encima. Aquel<br />
abrazo me produjo un auténtico subidón <strong>de</strong> autoestima. Pasamos <strong>los</strong> tres a la<br />
zona VIP y Fran nos recibió sonriendo como un colegial. A partir <strong>de</strong> entonces<br />
se constataría un hecho probado: Andrea y Sonia eran divertidísimas.<br />
Acabamos el champán en cuestión <strong>de</strong> minutos y nos pusimos a bailar. El<br />
local estaba hasta la ban<strong>de</strong>ra y el alcohol hacía su efecto. Había muchas caras<br />
conocidas. Saludé a unos cuantos colegas, sobre todo colegas <strong>de</strong> la noche,<br />
amigos <strong>de</strong> amigos <strong>de</strong> algún amigo, pero no más <strong>de</strong> un minuto por persona. No<br />
quería que se me <strong>de</strong>spistaran las chicas.<br />
Fran parecía estar encaprichado con Andrea. Daba lo mismo, era su día. Yo<br />
acabaría en la cama con aquel<strong>los</strong> dos enormes pechos pecosos.<br />
Después <strong>de</strong> varios gin-tonics, Sonia se me acercó y me soltó un beso en <strong>los</strong><br />
morros. Noté cómo introducía con su lengua una pastilla en mi boca. Se me<br />
puso dura. Seguimos bailando.<br />
Miré hacia la entrada <strong>de</strong> soslayo y reconocí una figura, pero no pu<strong>de</strong><br />
ponerle cara y no le presté más atención. Seguí disfrutando. Al rato, me fijé<br />
en el tipo que tenía justo a mi lado. Se trataba <strong>de</strong> la misma figura. ¡Jo<strong>de</strong>r! Era<br />
él, y si él estaba allí, lo más probable es que ella también estuviese. Me pusé<br />
<strong>de</strong> puntillas y miré hacia todos <strong>los</strong> rincones <strong>de</strong>l local, buscándola. Hasta que,<br />
finalmente, la encontré. En una esquina <strong>de</strong>l fondo, estaba Marta.<br />
Llevaba un mo<strong>de</strong>lito palabra <strong>de</strong> honor azul cielo muy ajustado y su melena<br />
rubia le caía <strong>de</strong>licada sobre <strong>los</strong> hombros.<br />
Me quedé observándola <strong>de</strong>s<strong>de</strong> la distancia, embobado, mientras ella<br />
conversaba con alguien, distraída y sonriente. Pensé en acercarme para<br />
saludarla, pero la presencia <strong>de</strong> su novio me quitó esa i<strong>de</strong>a <strong>de</strong> la cabeza. Iba<br />
<strong>de</strong>masiado borracho para afrontar aquel encuentro sin quedar como un<br />
gilipollas.<br />
De pronto, Marta <strong>de</strong>svió la mirada hacia mí y su rostro se tensó al<br />
reconocerme. Disimuló entonces con un gesto sobreactuado e hizo como si no<br />
me hubiese visto. En ese momento, me <strong>de</strong>rrumbé.<br />
Agarré a Fran y le dije que nos marchábamos. Por suerte, a mi amigo no<br />
pareció molestarle. Informó a Sonia y Andrea <strong>de</strong> mi <strong>de</strong>cisión y éstas también<br />
aceptaron. Pero antes querían ir todos al baño. Yo no pensaba quedarme allí<br />
solo, así que les acompañé.<br />
41
Nos dirigimos en el aseo <strong>de</strong> caballeros y las chicas se perdieron entre la<br />
gente en dirección al <strong>de</strong> las feminas.<br />
Fran estaba animadísimo, al final se lo estaba pasando pirata. Yo, en<br />
cambio, seguía <strong>de</strong>scolocado. Necesitaba salir <strong>de</strong> allí cuanto antes.<br />
Alivié la vejiga y <strong>de</strong>cidí no esperar a mi amigo, ya se reuniría conmigo en la<br />
calle. Abrí la puerta <strong>de</strong>l baño y, nada más salir, me topé <strong>de</strong> frente con Marta. Al<br />
parecer, estaba allí esperándome a que saliera. Me miró con cara <strong>de</strong> reproche<br />
y, sin <strong>de</strong>cir ni una sola palabra, me empujó <strong>de</strong> nuevo hacia el interior <strong>de</strong>l baño<br />
y se metió ella <strong>de</strong>spués, llevándome a la fuerza hasta un rincón <strong>de</strong>l fondo.<br />
Acto seguido, me besó.<br />
Fueron unos segundos <strong>de</strong>liciosos, aunque el jarro <strong>de</strong> agua fría no tardó en<br />
caer sobre mi cabeza.<br />
—¡Eres gilipollas! —soltó, justo antes <strong>de</strong> darme la espalda y marcharse con<br />
la misma cara <strong>de</strong> reproche con la que había venido.<br />
Fran, que lo había visto todo, me dio unas palmaditas en la espalda y<br />
bromeó sobre lo ocurrido.<br />
—Eres mi héroe, Tonelo. ¿Po<strong>de</strong>mos irnos ya o aún tienes que besar a<br />
alguna otra tía en este garito?<br />
Salimos <strong>de</strong>l baño y nos dirigimos a la puerta. Pasé por <strong>de</strong>lante <strong>de</strong> Marta y<br />
ni siquiera me miró. Su novio la cogía por la cintura y le susurraba palabras al<br />
oído. Ella sonreía con la mirada perdida.<br />
En la calle, Andrea y Sonia nos esperaban con ganas <strong>de</strong> marcha.<br />
—¡Nos vamos a casa <strong>de</strong> Toni! —gritó Fran.<br />
—¡Habrá que ir con cuidado con la manguera! —bromeó Sonia.<br />
En esos momentos, yo no sólo estaba aturdido por el episodio que acababa<br />
<strong>de</strong> vivir, sino que, a<strong>de</strong>más, la pastilla que me había metido Sonia en la boca<br />
estaba haciéndome efecto. De hecho, llevaba ya un colocón <strong>de</strong> tres pares <strong>de</strong><br />
narices.<br />
Subimos todos en mi coche y, antes <strong>de</strong> arrancar, Andrea comenzó a pintar<br />
cuatro rayas sobre un espejito que sacó <strong>de</strong> su bolso. Se hicieron tres <strong>de</strong> ellas por<br />
turno y me llegó la última dosis. Y allí estaba yo otra vez. In<strong>de</strong>ciso. Observando<br />
aquella mierda sin saber qué hacer. <strong>La</strong>s carcajadas <strong>de</strong> las chicas retumbaban<br />
a mi alre<strong>de</strong>dor. <strong>La</strong> música <strong>de</strong>l coche sonaba a toda castaña: Because the night,<br />
la versión <strong>de</strong> 10000 Maniacs.<br />
¡Qué cojones! Esnifé la puñetera raya, arranqué el motor y salimos<br />
<strong>de</strong>rrapando ruedas camino <strong>de</strong> Mas Camarena.<br />
42
Al llegar a mi casa me lamenté una vez más por no tener la piscina limpia.<br />
Busqué un CD apropiado para la ocasión: Songs in a minor, <strong>de</strong> Alicia Keys. Así<br />
podría bailar sin per<strong>de</strong>r el contacto con el cuerpo cubierto <strong>de</strong> pecas <strong>de</strong> Sonia.<br />
Fran se había <strong>de</strong>shinchado un poco durante el trayecto y se sentó en el sofá.<br />
Yo iba a tope. <strong>La</strong> pastilla era buena, muy buena. Cogí a Sonia <strong>de</strong> la mano y me<br />
la llevé a la cocina. Andrea se quedó bailando con <strong>los</strong> brazos en alto en mitad<br />
<strong>de</strong>l salón.<br />
Me apoyé sobre la encimera y Sonia se colocó <strong>de</strong> espaldas sobre mí,<br />
mirando ambos hacia la puerta. Podíamos ver bailar a Andrea <strong>de</strong>s<strong>de</strong> allí.<br />
Se movía bien, muy bien. Parecía la llama <strong>de</strong> una vela a la que <strong>de</strong> vez en<br />
cuando envolviera una pequeña brisa. <strong>La</strong> música fluía por su cuerpo. Era<br />
sensual y morboso. Fran también la observaba <strong>de</strong>s<strong>de</strong> el sofá. Lo cierto es que<br />
<strong>los</strong> tres la mirábamos embobados.<br />
Andrea mantenía <strong>los</strong> ojos cerrados y sus gestos <strong>de</strong> placer formaban parte <strong>de</strong>l<br />
baile. Poco a poco fue bajando <strong>los</strong> brazos y, sin <strong>de</strong>jar <strong>de</strong> moverse, <strong>de</strong>sabrochó<br />
uno a uno <strong>los</strong> botones <strong>de</strong> su blusa. Resultaba excitante. Se movía como si la<br />
estuviesen acariciando y aquella visión me la puso durísima. Sonia lo notó al<br />
instante y se acercó todavía más a mi cuerpo. Andrea abrió un segundo <strong>los</strong><br />
ojos y nuestras miradas se cruzaron. Vi fuego en el<strong>los</strong>. Volvió a cerrar<strong>los</strong> y<br />
terminó <strong>de</strong> quitarse la blusa. Llevaba puesta una falda <strong>de</strong> tubo, con un corte<br />
en el lateral que enseñaba bastante. Le quedaba fantástica. Aunque no tardó<br />
en <strong>de</strong>spren<strong>de</strong>rse también <strong>de</strong> aquella prenda. Tacones <strong>de</strong> diez centimetros y<br />
lenceria fina adornaban ahora su cuerpo, un cuadro realmente irresistible.<br />
Primero levantó una pierna y la sacó <strong>de</strong> la falda que yacía en el suelo, luego<br />
hizo lo mismo con el otra, y continuó bailando, esta vez más cerca <strong>de</strong> Fran.<br />
Yo <strong>de</strong>slicé las manos por el cuerpo <strong>de</strong> Sonia hasta que rocé la piel <strong>de</strong> sus<br />
mus<strong>los</strong> con <strong>los</strong> <strong>de</strong>dos. Sin <strong>de</strong>jar <strong>de</strong> mirar a Andrea, la besé en <strong>los</strong> hombros y<br />
la nuca. Fran se <strong>de</strong>sabrochó el pantalón y comenzó a tocarse. El alcohol y las<br />
drogas nos estaban transportando a todos a un lugar don<strong>de</strong> todo iba mucho<br />
más <strong>de</strong>spacio.<br />
Levanté muy suavemente el vestido <strong>de</strong> Sonia hasta llegar a sus pechos.<br />
Ella alzó <strong>los</strong> brazos y terminé <strong>de</strong> quitárselo. No llevaba sujetador, así que en<br />
un sólo movimiento la había <strong>de</strong>jado únicamente con el tanga. Andrea seguía<br />
contorneándose en bragas y sujetador, recogiéndose el pelo y mostrando así<br />
el contorno <strong>de</strong> su cuello. Ese maravil<strong>los</strong>o cuello.<br />
43
Todavía tenía a Sonia <strong>de</strong> espaldas, recostada sobre mí. Ella también<br />
observaba a Andrea <strong>de</strong>s<strong>de</strong> la cocina y, ahora también, cruzaba miradas<br />
furtivas con Fran. Sin girarse, acercó su mano a mi entrepierna. Yo respondí a<br />
la invitación introduciendo mis manos por <strong>de</strong>ntro <strong>de</strong> aquella pequeña prenda<br />
que cubría su sexo. Gimió como si le faltara el aire. Estaba muy mojada.<br />
Se dio la vuelta y me <strong>de</strong>sabrochó la camisa. Tuve que ayudarla con el<br />
pantalón. Tenía una erección tremenda y ella la buscó con la mano en cuanto<br />
la tuvo <strong>de</strong>lante. Entonces comenzó a besarme por el pecho y el abdomen, y fue<br />
bajando hasta ponerse <strong>de</strong> rodillas.<br />
Fran se levantó <strong>de</strong>l sofá, se quitó la ropa y se fundió con Andrea en aquel<br />
baile erótico.<br />
Sonia me la chupaba acompañando cada movimiento <strong>de</strong> su boca con sus<br />
manos. Sabía hacerlo.<br />
Fran apoyó a Andrea sobre la mesa <strong>de</strong>l salón, le bajó las braguitas y<br />
comenzó a penetrarla por <strong>de</strong>trás. Ella gimió, abrió <strong>los</strong> ojos y comenzó a<br />
moverse más <strong>de</strong>prisa.<br />
Sonia iba a hacer que me corriera. <strong>La</strong> frené, la agarré entre mis brazos y me<br />
la llevé también al salón, apoyándola en la mesa <strong>de</strong> igual modo que estaba<br />
el<strong>los</strong>, pero en el lado contrario. Y así, enfrentados a Andrea y a Fran comencé<br />
a penetrarla.<br />
<strong>La</strong> música seguía sonando, pero todos íbamos a otro ritmo. Ya no la oíamos.<br />
Tan sólo escuchábamos el eco <strong>de</strong> nuestros gemidos rebotando por las pare<strong>de</strong>s.<br />
Miré a Fran. Me guiñó un ojo. Andrea y Sonia también se miraron.<br />
Sonrieron.<br />
44
7. Más problemas <strong>de</strong> Angelito<br />
A la mañana siguiente <strong>de</strong>sperté con una resaca controlada. <strong>La</strong>s imágenes <strong>de</strong><br />
la noche anterior se repetían en mi cabeza como un bucle. Por suerte, Andrea<br />
y Sonia habían llamado a un taxi <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> la juerga y se habían marchado.<br />
Fran no estaba en la habitación <strong>de</strong> invitados. Bajé al salón y le encontré<br />
allí, tumbado en el sofá, escondiendo su <strong>de</strong>svelo <strong>de</strong>trás <strong>de</strong> unas gafas <strong>de</strong> sol.<br />
—No quiero que le cuentes a nadie lo <strong>de</strong> ayer —me pidió nada más verme.<br />
—Vale. ¿Estás bien?<br />
—No. Pero no te equivoques. Ayer lo pasé <strong>de</strong> miedo. Me hacía falta una<br />
noche <strong>de</strong> <strong>de</strong>scontrol. Salir. Follar —hizo una pequeña pausa y continuó—,<br />
pero eso no es lo que busco. Sólo hay una cosa que <strong>de</strong> verdad pue<strong>de</strong> hacerme<br />
feliz: estar con Silvia. Lo sé, es una gilipollez, pue<strong>de</strong> que no lo entiendas…<br />
—Créeme. Lo entiendo —le dije, pensando en Marta.<br />
Permanecimos <strong>los</strong> dos en silencio, sin hacer ni un sólo comentario acerca<br />
<strong>de</strong> la noche <strong>de</strong> lujuria y perversión que habíamos vivido juntos. En otras<br />
circunstancias habríamos rememorado cada instante, <strong>de</strong>leitándonos en lo<br />
ocurrido y en cómo lo habíamos pasado. Hablando <strong>de</strong> tetas y cu<strong>los</strong>, riéndonos,<br />
llamando a <strong>los</strong> colegas para contarlo. Sin embargo, allí estábamos <strong>los</strong> dos,<br />
cada uno inmerso en sus propios pensamientos.<br />
Reflexioné sobre lo que había hecho Marta. Nunca me había besado.<br />
Yo lo <strong>de</strong>seaba <strong>de</strong>s<strong>de</strong> que la conocí, hacía ya muchos años, pero nunca me<br />
había atrevido. Tendría que hablar con ella sobre eso. Marta parecía feliz<br />
con su novio. ¿Por qué lo había hecho, entonces? Y a<strong>de</strong>más, arriesgándose<br />
a que él la viera. Me sentí feliz por ello. No tenía remordimientos <strong>de</strong> la noche<br />
45
anterior, aunque tampoco tenía lagunas <strong>de</strong> memoria. Recordaba todo con<br />
minuciosidad.<br />
Fran y yo pasamos el día sin hacer absolutamente nada, vagando ambos<br />
por mi casa apenas sin hablar. Esa noche teníamos partida <strong>de</strong> póquer en casa<br />
<strong>de</strong> Dani y estaríamos todos. Para entonces ya habríamos renovado el ánimo.<br />
Sería fantástico.<br />
<strong>La</strong> convocatoria era a las diez. Fran y yo llegamos con sólo cinco minutos <strong>de</strong><br />
retraso y ya estaban allí todos menos Ángel. Pedimos pizza para cenar.<br />
—¿Alguien sabe algo <strong>de</strong> Angelito? —preguntó Dani.<br />
—¿No salisteis juntos ayer? —le pregunté yo.<br />
—No. Ayer llegué reventado <strong>de</strong> currar y no salí. No le he vuelto a ver <strong>de</strong>s<strong>de</strong><br />
la firma <strong>de</strong> la póliza, y eso fue el martes pasado.<br />
—Estará currando en el mesón. ¿No <strong>de</strong>cía que se iba a poner la pila? —dijo<br />
Álex, que salía en ese momento <strong>de</strong> la cocina con una birra en la mano.<br />
—¿Poniendo la pila? ¡Será poniéndose unas rayas en la pila! —soltó Car<strong>los</strong>,<br />
riéndose a carcajada limpia.<br />
—¡Tú no te rías tanto, “sordito”, que creo que el otro día te tocaron la carita<br />
por ir <strong>de</strong>masiado pasado y meter mano a quien no <strong>de</strong>bías! —exclamó Quique.<br />
Todos nos <strong>de</strong>scojonamos.<br />
—¡Cabrones! Aún no se me ha ido el pitido <strong>de</strong>l oído —se lamentó Car<strong>los</strong>,<br />
llevándose una mano a la oreja.<br />
Cogí el móvil y llamé a Angelito. “Móvil apagado o fuera <strong>de</strong> cobertura”.<br />
Eso sí era raro. ¡Angelito perdiéndose una partida <strong>de</strong> póquer con todos <strong>los</strong><br />
colegas! Igual era cierto que estaba currando.<br />
Cenamos y comenzamos la partida. No era mi noche. Tuve que recomprar<br />
fichas un par <strong>de</strong> veces mientras <strong>los</strong> <strong>de</strong>más se mantenían. Se estaban repartiendo<br />
entre todos mi pasta. Jugamos hasta la una. Risas y bromas. Daba gusto estar<br />
con <strong>los</strong> amigotes, aunque nos pasáramos toda la partida faltándonos <strong>los</strong> unos<br />
con <strong>los</strong> otros. Ese día el que más recibió fue Angelito, ¡por no venir!<br />
Quique nos <strong>de</strong>splumó a todos. Últimamente estaba en racha.<br />
Los casados, Emilio, Álex y Quique, se levantaron y se fueron. No querían<br />
tener problemas con sus mujeres. Dani lió un canuto y sugirió ver una peli.<br />
—Yo me piro —dijo Car<strong>los</strong>.<br />
—¿Me acercas a Campolivar? —le preguntó Fran.<br />
—Lo siento, tío, tengo cosas que hacer. Píllate un taxi —contestó tajante.<br />
46
Nos quedamos Dani y yo so<strong>los</strong>. Pusimos El Gran Lebowski, <strong>de</strong> <strong>los</strong> hermanos<br />
Coen. Me encantaba esa cinta. Hablamos <strong>de</strong> tonterías mientras veíamos la<br />
película. Fumamos y reímos. Y justo cuando Julianne Moore se <strong>de</strong>slizaba en<br />
pelotas con una tirolina por encima <strong>de</strong> Jeff Bridges, sonó mi móvil. Un número<br />
<strong>de</strong>sconocido. Lo cogí.<br />
—¿Sí?<br />
—¿Tonelo?<br />
—¡Angelito! ¿Qué tal, tío? Te has perdido la partida y…<br />
—¡Tronco! ¡Estoy jodido! ¿Estás solo? —me cortó.<br />
Su voz sonaba realmente angustiada.<br />
—Estoy con Dani en su casa. ¿Qué ha pasado? —le pregunté mientras me<br />
incorporaba.<br />
—¿Con Dani? Vale… Sí… Hazte el loco… No le digas nada… —parecía<br />
nervioso por algo.<br />
—¿Qué pasa, Ángel? Dímelo <strong>de</strong> una puta vez —le grité.<br />
—¿Pue<strong>de</strong>s venir a recogerme? Estoy en… ¡Jo<strong>de</strong>r, no tengo ni puta i<strong>de</strong>a!<br />
¡Espera!... Vale, creo que ya lo sé… ¿Recuerdas el camino <strong>de</strong> Nazaret que llega<br />
al Club Náutico?<br />
—¿Qué coño haces ahí? —pregunté sorprendido.<br />
—¡Te necesito, tío! ¡Ven ya, por favor! ¡Estoy jodido! —ahora sí parecía<br />
realmente asustado.<br />
—Dame veinte minutos —accedí.<br />
—¡Tonelo! No le digas nada a Dani, por favor —suplicó.<br />
Colgué. Dani me interrogaba con la mirada.<br />
—Me tengo que ir. No sé que coño pasa. Hablamos mañana. ¿Vale?<br />
—Te acompaño —dijo levantándose.<br />
—¡No! Ángel quiere que vaya solo. En cuanto sepa <strong>de</strong> que va todo esto, te<br />
llamo.<br />
—Ok. Ten cuidado.<br />
Bajé corriendo por las escaleras. Dani vivía en un piso en la Avenida <strong>de</strong> Francia<br />
y había muchísimo ambiente por la calle. Cogí mi coche y salí disparado hacia<br />
la zona que Ángel me había indicado. No era una buena zona. ¿Qué cojones<br />
hacía Ángel allí a las dos <strong>de</strong> la madrugada <strong>de</strong> un sábado? Probablemente<br />
habría ido a comprar droga y había tenido algún problema. Era raro. Angelito<br />
47
siempre le pillaba sus mierdas al Tocha, un camello que se pasaba las horas<br />
en el garito <strong>de</strong> la plaza Xúquer.<br />
Disminuí la velocidad al llegar a Nazaret y comencé a mirar a ambos lados<br />
<strong>de</strong> la calle. No tardé en encontrarle. Estaba sentado en un bordillo, con las<br />
manos en la cara y la cabeza entre las piernas. Aparqué a su lado y bajé <strong>de</strong>l<br />
coche. No se veía a nadie por la calle.<br />
—¿¡Ángel!?<br />
Al escuchar mi voz pareció <strong>de</strong>spertar. Reaccionó <strong>de</strong>spacio y me miró.<br />
¡Jo<strong>de</strong>r! Tenía la cara hecha un cromo. Llevaba puesta sólo una camiseta y<br />
estaba tiritando <strong>de</strong> frío. Se le había secado en la cara un chorretón <strong>de</strong> sangre<br />
que le caía <strong>de</strong>s<strong>de</strong> la ceja. Tenía el ojo izquierdo hinchado como un limón y el<br />
labio inferior partido en dos.<br />
—¿Me llevas a casa? —suplicó en un tono casi inaudible.<br />
—¿Qué te ha pasado, Ángel? —le pregunté.<br />
—Por favor…<br />
—¿Dime qué haces aquí y por qué estás así? —insistí.<br />
—Llévame a casa, tío, no puedo más…<br />
—¡Nos vamos directamente al hospital! ¿Pue<strong>de</strong>s moverte?<br />
No se podía levantar. Le ayudé a incorporarse y, como pu<strong>de</strong>, lo metí en el<br />
coche. Había perdido un zapato y la chaqueta, y le costaba respirar. Conduje<br />
hasta el hospital a toda pastilla y en cuanto llegamos y le vieron entrar se lo<br />
llevaron a<strong>de</strong>ntro.<br />
Ángel no llevaba la cartera encima, así que tuve que quedarme en la<br />
recepción tratando <strong>de</strong> explicar quién era mi amigo. Solucioné como pu<strong>de</strong> <strong>los</strong><br />
trámites <strong>de</strong>l ingreso y me senté en la sala <strong>de</strong> espera.<br />
Cuando apenas había pasado una hora recibí un sms <strong>de</strong> Dani: “¿Todo<br />
bien?”. Le contesté que sí y que mañana le llamaba sin falta. Me acerqué a la<br />
recepcionista para preguntarle. Aún no se sabía nada, le estaban haciendo<br />
unas pruebas. Volví a sentarme. Pasaron dos horas más y finalmente sacaron<br />
a Ángel en una silla <strong>de</strong> ruedas, con la cara llena <strong>de</strong> puntos y el brazo en<br />
cabestrillo. Fui corriendo hacía él. Le llevaba una enfermera joven.<br />
—¿Cómo estás? —pregunté.<br />
—Ya ves —contestó afónico.<br />
—¡A tu amigo le han dado una buena tunda! —dijo la enfermera—. Tenéis<br />
que pasar por administración y llamar a la policía.<br />
48
En ese momento la reclamaban <strong>de</strong>s<strong>de</strong> el interior. Nos señaló en dirección a<br />
la garita y se marchó. Interrogué a Ángel con la mirada.<br />
—Vámonos —me dijo.<br />
Le ayudé a levantarse y salimos <strong>de</strong>l hospital. Entramos en el coche y<br />
puse rumbo a mi casa. Cuando llegamos lo metí en la cama y me quedé allí<br />
mirándole. Se durmió al minuto. “Mañana será otro día”, pensé.<br />
A la mañana siguiente abrí <strong>los</strong> ojos temprano. No había conseguido conciliar<br />
el sueño. Di mil vueltas en la cama preocupado. Me levanté y fui directo a la<br />
habitación <strong>de</strong> invitados. Ángel seguía durmiendo. Últimamente esa habitación<br />
estaba muy concurrida.<br />
A las diez <strong>de</strong> la mañana bajé al salón. Afuera llovía. Estuve hasta las dos <strong>de</strong><br />
la tar<strong>de</strong> esperando impaciente a que Ángel diese muestras <strong>de</strong> vida. De hecho,<br />
estaba ya a punto <strong>de</strong> subir a <strong>de</strong>spertarlo cuando le oí llamarme en un ataque<br />
<strong>de</strong> tos.<br />
Al encen<strong>de</strong>r la luz <strong>de</strong>l dormitorio el cuadro me sobrecogió. Estaba hecho<br />
un asco. Tenía la cara aún peor que el día anterior, completamente abollado y<br />
amoratado; parecía una caricatura. Pero podía hablar.<br />
—¿Te duele? —pregunté.<br />
—A<strong>de</strong>más <strong>de</strong> lo que ves, tengo dos costillas rotas y un hombro dislocado.<br />
Me duele todo. ¿Tienes alguna droga?<br />
Sólo tenía ibuprofeno. Se metió dos pastillas <strong>de</strong> 600mg junto con una<br />
rebanada <strong>de</strong> pan Bimbo a miguitas.<br />
—¿Vas a contármelo?<br />
—Esto me pasa por gilipollas. <strong>La</strong> he cagado pero bien. Y esto es sólo el<br />
principio, ahora viene lo peor.<br />
—¿Lo peor? ¿Qué más te pue<strong>de</strong> ocurrir, tronco? ¿Tú te has visto? ¡Pareces<br />
sacado <strong>de</strong> una peli <strong>de</strong> Chuck Norris!<br />
—Voy a necesitar que me ayu<strong>de</strong>s —me dijo.<br />
—Ya te estoy ayudando.<br />
—Voy a necesitar pasta.<br />
Silencio.<br />
—Cuéntamelo todo <strong>de</strong>s<strong>de</strong> el principio.<br />
Sus ojos reflejaban vergüenza y parecía estar dudando. Al final, hizo un<br />
gesto <strong>de</strong> asentimiento y comenzó a largar.<br />
49
—¿Recuerdas al tipo rubio que últimamente se sienta a pasar la tar<strong>de</strong> en<br />
el garito con el Tocha?<br />
—¿El cachas <strong>de</strong> la cicatriz en la cara?<br />
—Sí.<br />
Era el típico tío que sólo mirarlo ya acojonaba.<br />
—El caso es que el miércoles fui allí por la tar<strong>de</strong>. Estaba solo. Tú no<br />
contestabas al teléfono y no había ni rastro <strong>de</strong> <strong>los</strong> <strong>de</strong>más.<br />
—Sigue.<br />
—Quería pillar un par <strong>de</strong> gramos y el Tocha no estaba, así que me acerqué<br />
a él y le pregunté por el camello. Me explicó que iba a estar <strong>de</strong>sconectado<br />
durante unos días y me invitó a sentarme en su mesa. Tenía acento extranjero,<br />
quizá <strong>de</strong> algún país <strong>de</strong>l este, pero hablaba un español fluido. A las dos horas<br />
<strong>de</strong> estar allí parecía que fuésemos amigos <strong>de</strong> toda la vida. Bebimos juntos una<br />
cerveza tras otra y nos metimos unos cuantos tiros. ¡Deberías haber visto la<br />
bolsa que llevaba! Intenté que me pasara una papela, pero me dijo que no,<br />
que aquello era para metérselo él. “Yo no trapicheo al menu<strong>de</strong>o”, me dijo el<br />
muy hijo <strong>de</strong> puta. Comenzamos a hablar <strong>de</strong>l boom <strong>de</strong> la coca. Todo el mundo<br />
se metía y él era el gran jefe. El muy cabrón se estaba dando importancia.<br />
“Que si yo esto, que si yo lo otro”. Al final me aburrí y, <strong>de</strong>spidiéndome muy<br />
formalmente <strong>de</strong> él y poniendo una excusa creíble, me marché. No quería<br />
ofen<strong>de</strong>rle. Recuerda lo gran<strong>de</strong> que es. ¡El muy cabrón!<br />
Ángel hizo una pausa. Le costaba respirar. Daba pena verlo.<br />
—El caso es que el jueves volví y tampoco encontré a nadie. Eso sí ¿adivina<br />
quién estaba allí sentado poniéndome una sonrisa <strong>de</strong> oreja a oreja?<br />
—El mismo cabrón, ¿no? —contesté.<br />
—Exacto. Eric. Así me dijo que se llamaba. Total, que me volví a sentar con<br />
él. Me habló <strong>de</strong> que movía gran<strong>de</strong>s cantida<strong>de</strong>s y <strong>de</strong> que él era el suministrador<br />
<strong>de</strong>l Tocha. Me vendió la moto <strong>de</strong> la pasta que ganaba. Me habló <strong>de</strong> precios, <strong>de</strong><br />
rutas <strong>de</strong> entrada, <strong>de</strong> proveedores. ¡Jo<strong>de</strong>r, si yo hubiese sido <strong>de</strong> la secreta, con<br />
un micro escondido en las pelotas, hubiera tenido suficiente para empapelarlo<br />
<strong>de</strong> por vida!<br />
—Y tú te lo creíste todo, ¿no es así? —le reproché.<br />
—¡Mierda, Toni! Piqué el anzuelo como un auténtico pringao. Me contó<br />
que acababa <strong>de</strong> recibir un envío, pero que tenía que pulirlo rápido porque<br />
<strong>de</strong>bía volver a su país por un asunto urgente. Me dijo que vendía por fardos<br />
<strong>de</strong> un kilo como mínimo y que estaba haciéndoles a sus clientes especiales<br />
50
un precio <strong>de</strong> chollo: a treinta mil el kilo. Me dijo que el Tocha ya le había<br />
comprado tres fardos y que ahora estaba en Madrid porque allí era más fácil<br />
colocarlo. El muy cabrón me lo iba contando todo como quien no quiere la<br />
cosa y yo iba entrando poco a poco en la envolvente. Esa noche nos metimos<br />
por lo menos un gramo cada uno. ¡Jo<strong>de</strong>r, Toni! Era buena, muy buena. ¡Me fui<br />
a casa con un subidón <strong>de</strong> cojones!<br />
No podía creer lo que Angelito me estaba contando. Estaba estupefacto.<br />
¡¿Cómo podía ser tan tonto?!<br />
—El viernes por la mañana llamé al banco y le pedí a Dani que me<br />
preparara <strong>los</strong> treinta mil pavos <strong>de</strong> la póliza en efectivo. Le conté la milonga<br />
<strong>de</strong> que necesitaba el dinero para pagar la in<strong>de</strong>mnización <strong>de</strong> mi encargado en<br />
negro porque así me ahorraba una pasta. Que lo había pactado así con él.<br />
Dani se lo tragó y a última hora <strong>de</strong> la mañana tenía la pasta preparada.<br />
—No me lo puedo creer —dije.<br />
—Créetelo. Ya había hecho <strong>los</strong> cálcu<strong>los</strong> y todo. Podría recuperar la<br />
inversión en unas semanas y, a<strong>de</strong>más, levantarme entre veinte y treinta mil<br />
pavos con facilidad.<br />
Le pedí que siguiera contando, aunque ya no estaba seguro <strong>de</strong> querer<br />
saber más.<br />
—El viernes fui otra vez al garito y allí estaba él, con su jodida sonrisa<br />
y haciéndome un hueco en su mesa, como si fuésemos íntimos. Le dije que<br />
quería pillarle un kilo y me costó como una hora convencerlo. ¡El muy cabrón<br />
hijo <strong>de</strong> puta! Al final cerramos el trato y quedamos en vernos el sábado a la<br />
una y media <strong>de</strong> la madrugada en El Saler, al lado <strong>de</strong> la DGT. Tenía que ir solo<br />
y con la pasta en una mochila. Hice lo que me dijo. Me sentía importante,<br />
¿sabes? Llegué al punto <strong>de</strong> encuentro e hizo que le siguiera con el coche. Nos<br />
dirigimos hacia el Parque Natural y paramos en un <strong>de</strong>scampado ro<strong>de</strong>ado <strong>de</strong><br />
pinos. Bajamos <strong>de</strong>l coche. Me sonreía como en el garito y eso me dio confianza.<br />
Me enseñó un paquete envuelto en cinta <strong>de</strong> embalar y yo abrí la mochila para<br />
que viera la pasta. ¡Jo<strong>de</strong>r tío! En cuanto la vio le cambió la cara. Sacó una<br />
pipa y me la puso entre <strong>los</strong> ojos. Creía que me mataba. Por poco no me cago<br />
encima. Agarró la bolsa y me cacheó. Entonces me dio con la culata en la cara,<br />
caí al suelo y siguió dándome <strong>de</strong> hostias sin parar. Mientras me machacaba a<br />
golpes me iba diciendo: “¡Si hablas con alguien <strong>de</strong> esto, te mato! ¡Si me cruzo<br />
contigo y me diriges la palabra, te mato! ¡Si intentas hacer algo para recuperar<br />
la pasta, te mato! ¿Entien<strong>de</strong>s? ¡Te mato!” Y siguió dándome <strong>de</strong> hostias. Hubo<br />
51
un momento en que <strong>de</strong>bió asustarse. No sé si es que vio las luces <strong>de</strong> un coche<br />
o algo, pero me levantó, me metió en el maletero <strong>de</strong> su coche y nos fuimos <strong>de</strong><br />
allí. Perdí el conocimiento y tuvo que <strong>de</strong>spertarme a bofetadas. Me sacó <strong>de</strong>l<br />
maletero y me <strong>de</strong>jó en el suelo <strong>de</strong> otro <strong>de</strong>scampado. Entonces, busqué una<br />
cabina y te llamé.<br />
—No sé ni qué <strong>de</strong>cir —susurré.<br />
—Tienes que ayudarme —suplicó.<br />
Estaba intentando pensar. No se me ocurría la forma <strong>de</strong> solucionar<br />
esa situación. Angelito realmente estaba jodido. Recuperar la pasta era<br />
prácticamente imposible. El tal Eric podría ya haber cogido un avión a su país.<br />
—Ángel, vamos a hacer lo siguiente: vamos a ir a la policía y vas a<br />
<strong>de</strong>nunciar a ese tío. Dirás que te atracó cuando llevabas encima la caja <strong>de</strong> toda<br />
la semana <strong>de</strong>l restaurante. Dirás que te agredió y te robó. Yo hablaré con el<br />
Tocha y, aunque sea a hostias, le sacaré información sobre ese cabrón. Vamos<br />
a arreglarlo. Te creerán a ti. Todo se solucionará, verás como…<br />
—¡No! —me cortó.<br />
—¿Cómo? —le pregunté alucinado.<br />
Le caían lágrimas por la cara y movía la cabeza <strong>de</strong> un lado a otro.<br />
—¡Me matará!<br />
—No digas tonterías —le dije.<br />
—Me matará, Toni, estoy seguro —hizo una pausa y añadió— lo vi en sus<br />
ojos.<br />
Angelito tenía razón. Ahora empezaban <strong>de</strong> verdad sus problemas. Me<br />
hizo prometerle que no le diría nada a nadie, ni mucho menos a Dani.<br />
Ya inventaríamos algo. Repasamos juntos la situación económica <strong>de</strong>l<br />
restaurante: era peor <strong>de</strong> lo que yo creía. Se había pulido todas sus reservas<br />
en la construcción <strong>de</strong> su casa y en fiesta, y a<strong>de</strong>más, todos <strong>los</strong> meses le tocaba<br />
poner entre dos y tres mil euros adicionales para po<strong>de</strong>r pagar el alquiler <strong>de</strong>l<br />
local y <strong>los</strong> gastos <strong>de</strong> personal. Su única salida eran esos treinta mil euros que<br />
ahora ya nunca volvería a ver.<br />
—Necesito que me <strong>de</strong>jes algo <strong>de</strong> pasta —volvió a la carga—. Al menos hasta<br />
que consiga ven<strong>de</strong>r mi casa. Mis viejos no <strong>de</strong>ben enterarse.<br />
—Tal y como está el mercado pue<strong>de</strong> costarte meses ven<strong>de</strong>rla —le dije.<br />
—Lo sé, pero es mi única opción.<br />
—¿Cuánto crees que necesitas? —pregunté temeroso.<br />
52
—Ya lo sabes —respondió sin atreverse a mirarme a la cara.<br />
—Tengo que pensarlo. Es mucha pasta y sabes que no tengo ingresos<br />
<strong>de</strong>s<strong>de</strong> hace mucho tiempo.<br />
—Bien. Pero no tar<strong>de</strong>s. No tengo mucho margen <strong>de</strong> maniobra.<br />
—Mañana te contesto. Sabes que quiero ayudarte, pero no quiero hundirme<br />
contigo por culpa <strong>de</strong> tus estupi<strong>de</strong>ces.<br />
Ángel hizo unas llamadas <strong>de</strong>s<strong>de</strong> mi móvil para gestionar la recuperación <strong>de</strong><br />
su coche. Seguía en el Parque Natural. Encontraron el zapato, pero no había ni<br />
rastro <strong>de</strong> la chaqueta que llevaba su móvil y la cartera <strong>de</strong>ntro. Dimos <strong>de</strong> baja<br />
el móvil. <strong>La</strong> compañía <strong>de</strong> telefonía nos informó <strong>de</strong> que se habían hecho tres<br />
llamadas a Serbia la madrugada anterior. Ciento veintisiete minutos.<br />
Dejé a Ángel sentado en el sofá <strong>de</strong>l salón y subí a la buhardilla. Tenía que<br />
pensar. Realmente no me fiaba <strong>de</strong> mi amigo. Dejarle la pasta era una opción<br />
muy arriesgada. A<strong>de</strong>más, le costaría tres o cuatro semanas recuperarse <strong>de</strong> sus<br />
lesiones, por lo que durante ese tiempo no podría hacer mucho por mejorar la<br />
situación <strong>de</strong>l restaurante.<br />
<strong>La</strong> <strong>de</strong>cisión lógica era <strong>de</strong>cirle que no, que no me venía bien. En parte era<br />
verdad. ¿Él lo haría por mí? <strong>La</strong> eterna pregunta en estos casos. Seguramente,<br />
no. Se escabulliría como una comadreja y daría la espalda a mis problemas.<br />
Pero, ¿era yo capaz <strong>de</strong> hacer lo mismo? Estaba casi convencido <strong>de</strong> que aquello<br />
no acabaría bien. Si le <strong>de</strong>cía que no, sabía que nuestra relación se resentiría.<br />
Sin embargo, si le <strong>de</strong>jaba la pasta y Angelito no cumplía, como tenía por<br />
costumbre, podría ser incluso peor. Tenía que tomar una <strong>de</strong>cisión y no era<br />
fácil. Des<strong>de</strong> un punto <strong>de</strong> vista práctico sabía que ese dinero estaría enterrado<br />
durante mucho tiempo. No habría ni plusvalías, ni réditos, ni divi<strong>de</strong>ndos. Eso<br />
en el mejor <strong>de</strong> <strong>los</strong> casos. También era cierto que en cuanto Angelito vendiera<br />
su casa, sería yo el primero en cobrar. ¿O no? Sabía que tenía una hipoteca<br />
sobre la casa, pero <strong>de</strong>sconocía el importe. Podía contarle lo ocurrido a Dani<br />
y <strong>de</strong> esa forma enterarme <strong>de</strong> la situación real <strong>de</strong> <strong>los</strong> bienes <strong>de</strong> Ángel, pero<br />
eso sería traicionarle y contar su secreto, aunque estaba convencido <strong>de</strong> que al<br />
final todos acabarían enterándose <strong>de</strong> lo ocurrido. Una paliza así no se escon<strong>de</strong><br />
con facilidad. A<strong>de</strong>más, Dani estaba conmigo cuando Ángel me llamó para<br />
pedir ayuda y aún estaba pendiente <strong>de</strong> que le llamara para explicarle lo que<br />
había sucedido. Bajé al salón.<br />
—Ángel, sabes que Dani estaba conmigo cuando me llamaste. Debe estar<br />
preocupado. ¿Has pensado qué vas a <strong>de</strong>cirle?<br />
53
—Aún no. Si me prestas el dinero le contaré la verdad. Si no lo haces, ya<br />
inventaré alguna historia —contestó.<br />
—Se va a enterar <strong>de</strong> todos modos. Sólo tiene que pasar por el restaurante<br />
esta semana y ver allí trabajando a François para darse cuenta <strong>de</strong> que le has<br />
engañado. Si le cuentas una historia falsa serán dos engaños —le advertí.<br />
—¿Quieres <strong>de</strong>cir que no me <strong>de</strong>jarás el dinero?<br />
—No. Quiero <strong>de</strong>cir que <strong>de</strong>berías contarle la verdad. Y cuanto antes mejor.<br />
Lo pensó durante unos segundos y acabó asintiendo con la cabeza.<br />
—Tienes razón. Se lo contaré todo, pero al resto les diremos que me he<br />
caído por las escaleras, ¿<strong>de</strong> acuerdo?<br />
—Bien. Te <strong>de</strong>jaré la mitad <strong>de</strong>l dinero. De todos modos, tal y como estás<br />
no pue<strong>de</strong>s hacerte cargo <strong>de</strong>l restaurante, así que tendrás que mantener a tu<br />
encargado hasta que te encuentres mejor. Con la mitad tendrás suficiente para<br />
cubrir las pérdidas <strong>de</strong> varios meses, mientras intentas ven<strong>de</strong>r tu casa. Con<br />
suerte, antes <strong>de</strong> que se te acabe ya tendrás alguna oferta por ella. Si no es así,<br />
volveremos a hablar. Una última pregunta.<br />
—Dispara —me dijo más animado.<br />
—¿Cuánto <strong>de</strong>bes <strong>de</strong> hipoteca en tu casa?<br />
—Trescientos mil euros.<br />
—Vale.<br />
Me quedé tranquilo. Su casa valía por lo menos quinientos mil.<br />
54
8. Marta<br />
A primera hora <strong>de</strong>l lunes Ángel llamó al banco y puso a Dani al corriente <strong>de</strong><br />
todo lo ocurrido. Luego me pasó a mí el telefono y le di or<strong>de</strong>n <strong>de</strong> transferir<br />
quince mil euros a su cuenta. Ya estaba hecho. Ahora sólo quedaba confiar<br />
en mi amigo.<br />
Anulé la partida <strong>de</strong> pá<strong>de</strong>l con Álex y fui a llevar a Ángel a casa <strong>de</strong> sus<br />
padres. El<strong>los</strong> se ocuparían <strong>de</strong> él hasta que estuviese en condiciones <strong>de</strong> po<strong>de</strong>r<br />
trabajar. Dejarle allí fue como quitarme un gran peso <strong>de</strong> encima.<br />
Volví a casa y encendí un canuto. Necesitaba relajarme. Estaba intranquilo,<br />
en el fondo sabía que nunca más volvería a ver ese dinero.<br />
Llamé a Fran.<br />
—¿Qué tal, tío? ¿Qué haces? —le pregunté.<br />
—He quedado con Silvia.<br />
—¿En serio?<br />
—Tenemos que arreglar el tema <strong>de</strong> la separación. Ya sabes, la casa, el<br />
coche, las cuentas.<br />
—Vaya, lo siento.<br />
—Oye. Te llamo luego, ¿vale?<br />
Parecía realmente abatido. Sentí verda<strong>de</strong>ra lástima al oír su voz. Se me<br />
hacía rarísimo ver cómo habían terminado Silvia y él. Eran la pareja perfecta.<br />
Nadie lo hubiera imaginado. Y si el<strong>los</strong> no lo habían conseguido, cómo podía<br />
pensar yo en estar con alguien. Sólo existía una persona con la que po<strong>de</strong>r<br />
intentarlo, pero ella ahora estaba con otro. Marqué su número sin la esperanza<br />
<strong>de</strong> que atendiera mi llamada.<br />
55
—Hola —contestó.<br />
—¡Martita! ¿Cómo estás?<br />
—Bien, ¿y tú?<br />
Su voz sonaba seria y distante. Debía sentirse aún incómoda por el suceso<br />
ocurrido la noche <strong>de</strong>l viernes.<br />
—¿Quedamos a comer? —le pregunté.<br />
—Hoy no puedo.<br />
—¿Mañana?<br />
Silencio.<br />
—¿Volverás a <strong>de</strong>jarme tirada?<br />
—Te prometo que estaré allí, a la hora que quieras y don<strong>de</strong> tú me digas.<br />
—¿Dos y media en mi trabajo?<br />
—Dos y media.<br />
Marta trabajaba en el centro, en un <strong>de</strong>spacho <strong>de</strong> abogados <strong>de</strong> <strong>los</strong> caros. Se<br />
había especializado en <strong>de</strong>recho penal y era buena. Ganaba todos <strong>los</strong> juicios y<br />
<strong>de</strong>volvía a la calle a todos <strong>los</strong> <strong>de</strong>lincuentes que podían permitirse <strong>los</strong> excesivos<br />
honorarios <strong>de</strong> su bufete.<br />
Ese lunes pasaron las horas muy <strong>de</strong>spacio. Lo cierto es que estaba ansioso<br />
por verla. Pensaba <strong>de</strong>cirle que estaba loco por ella, que el otro día, cuando la<br />
vi en el garito, el corazón me dio un vuelco. Le diría que su beso fue lo más<br />
bonito que nunca me había pasado. Que la necesitaba. Le diría todo <strong>de</strong> una<br />
vez por todas.<br />
Por la noche no pu<strong>de</strong> apenas pegar ojo. Di vueltas en la cama con una<br />
única imagen en la cabeza: ella. El martes sería el gran día. Me <strong>de</strong>clararía<br />
<strong>de</strong>spués <strong>de</strong> haber estado jugando al gato y al ratón durante años. Y lo haría<br />
en serio. <strong>La</strong> pondría entre la espada y la pared, obligándola a elegir. El beso<br />
me había dado alas. Pasé la noche estudiando la mejor forma <strong>de</strong> hacerlo y sin<br />
darme cuenta, entre pequeños interva<strong>los</strong> <strong>de</strong> sueño y estrategia, me dormí.<br />
Abrí <strong>los</strong> ojos a las doce <strong>de</strong> la mañana. Sabía que Marta iría muy elegante,<br />
así que rebusqué en el armario y elegí uno <strong>de</strong> entre <strong>los</strong> diversos trajes <strong>de</strong><br />
Ermenegildo Zegna hechos a medida que tenía allí guardados acumulando<br />
polvo. Camisa también <strong>de</strong> Zegna y corbata <strong>de</strong> Armani. A la una y media ya<br />
estaba preparado. Hice un poco <strong>de</strong> tiempo y salí <strong>de</strong> casa dispuesto a conseguir<br />
<strong>de</strong> una vez por todas el mayor <strong>de</strong> mis anhe<strong>los</strong>.<br />
56
Me encantaba observar el bullicio <strong>de</strong>l centro, gente <strong>de</strong>ambulando por la calle<br />
absorta en sus pensamientos. Trajeaos enganchados a sus móviles caminando<br />
a toda prisa <strong>de</strong> aquí para allá, como si el mundo se fuese a acabar si no llegaban<br />
a tiempo a sus reuniones; secretarias y oficinistas fumando en <strong>los</strong> portales<br />
<strong>de</strong> sus centros <strong>de</strong> trabajo; bares repletos <strong>de</strong> funcionarios; <strong>de</strong>pendientas <strong>de</strong><br />
tiendas <strong>de</strong> moda equipadas con uniformes muy ajustados que paseaban como<br />
diosas por las calles <strong>de</strong>l centro <strong>de</strong> la ciudad. ¡Cómo echaba <strong>de</strong> menos todo<br />
aquello!<br />
Marta salió <strong>de</strong>l portal sonriendo. Estaba preciosa. Se dirigió a mí y me dio<br />
un beso en la mejilla junto con un pequeño abrazo.<br />
Me sentía feliz. Iba con ella caminando a su lado y era como si todo estuviese<br />
en armonía. Fuimos a un restaurante <strong>de</strong> esa misma calle. Lo encontramos<br />
bastante lleno y tuvimos que sentamos en una pequeña mesa cercana a la<br />
cristalera que daba a la entrada. No pareció gustarle aquello, pero cedió. Se<br />
sentó <strong>de</strong> espaldas a la calle y yo me puse <strong>de</strong> frente. Imaginé que no quería que<br />
nos viera nadie <strong>de</strong>s<strong>de</strong> fuera.<br />
—Vas muy elegante —me dijo.<br />
—He tenido que hacer unas gestiones esta mañana —mentí.<br />
—Me gusta.<br />
—Hace tan sólo unos meses vestía siempre así, ¿no lo recuerdas?<br />
—Sí, lo recuerdo. Recuerdo que quedábamos y aparecías. Recuerdo que<br />
me llamabas entusiasmado cada dos por tres para contarme alguna gestión<br />
<strong>de</strong> tu trabajo que te había salido bien. Recuerdo que…<br />
—Vale, vale. Lo siento —la interrumpí—. Han sido unos meses difíciles y<br />
quizá me haya comportado como un idiota, pero pienso poner las cosas en<br />
or<strong>de</strong>n.<br />
—Me alegra oírlo.<br />
—¿Cómo estás tú? —le pregunté.<br />
—Bueno, la verdad es que tengo más trabajo que nunca. <strong>La</strong> crisis está<br />
haciendo que la gente haga verda<strong>de</strong>ras barbarida<strong>de</strong>s, y ahí estoy yo para<br />
sacar las castañas <strong>de</strong>l fuego a un sinfín <strong>de</strong> sinvergüenzas.<br />
Pedimos la comida y seguimos hablando. Nos pusimos al día. Hacía<br />
mucho que no conversábamos y nos habían pasado muchas cosas a <strong>los</strong> dos.<br />
Solo con mirarla sentía <strong>de</strong>seos <strong>de</strong> levantarme y abrazarla, <strong>de</strong> besarla, pero<br />
me contuve. Estaba esperando el momento idóneo para <strong>de</strong>cirle todo lo que<br />
llevaba preparado.<br />
57
El tiempo con ella pasaba volando. Hablamos sin parar. <strong>La</strong> conversación<br />
entre nosotros siempre era intensa y apasionada. Comimos y seguimos<br />
disfrutando el uno <strong>de</strong>l otro. Si conseguía hacerla reír sentía que me invadía<br />
la felicidad. Cuando nos dimos cuenta estábamos so<strong>los</strong> en el restaurante.<br />
Ninguno <strong>de</strong> <strong>los</strong> dos había sacado el tema <strong>de</strong>l beso. Los dos esperábamos. No<br />
queríamos romper esa magia que nos ro<strong>de</strong>aba.<br />
Se hizo un pequeño silencio. Miré hacía la calle. No podía creer lo que<br />
estaba viendo: saliendo <strong>de</strong>l portal <strong>de</strong> enfrente <strong>de</strong>l restaurante estaba el jodido<br />
serbio <strong>de</strong> la cicatriz en la cara, Eric.<br />
Me levanté <strong>de</strong> golpe en un acto reflejo. Marta se quedó mirándome perpleja.<br />
—¿Qué te pasa? —preguntó.<br />
Eric comenzó a caminar por la acera. Parecía buscar un taxi.<br />
—Marta, vas a tener que perdonarme. ¿Ves a ese tío rubio <strong>de</strong> ahí enfrente?<br />
—le pregunté, señalándole con la mirada.<br />
—Sí… ¿Qué pasa con él? ¿Quién es?<br />
—Tengo que seguirle —sentencié, mientras sacaba un billete <strong>de</strong> doscientos<br />
euros <strong>de</strong> la cartera y lo <strong>de</strong>jaba sobre <strong>de</strong> la mesa.<br />
—Que tienes que hacer ¿qué? —me preguntó alucinada.<br />
Salí a toda prisa <strong>de</strong>l restaurante, <strong>de</strong>jando a Marta con la palabra en la boca.<br />
Corrí hasta mi coche. Por suerte lo tenía aparcado a sólo unos pocos metros<br />
<strong>de</strong> allí. Arranqué y esperé a que Eric consiguiera su taxi. Lo hizo y empecé a<br />
seguirlo. Nada más arrancar me pareció ver a Dani caminando por la misma<br />
acera. Su oficina estaba cerca <strong>de</strong> allí. Me hice el loco para no tener que parar<br />
a saludarle.<br />
No tenía ni i<strong>de</strong>a <strong>de</strong> lo que estaba haciendo. Era una sensación extraña.<br />
Tenía miedo y al mismo tiempo estaba excitado. Por momentos pensé en<br />
Ángel y, al recordar su cara <strong>de</strong> pánico al sugerirle acudir a la policía, me entró<br />
un escalofrío. Estaba siguiendo a un mafioso, que había estafado, agredido y<br />
amenazado <strong>de</strong> muerte a mi amigo. Debía <strong>de</strong> estar loco. Sin embargo, al mismo<br />
tiempo, algo en mi interior me obligaba a seguir con la persecución. No sabía<br />
si aquello me llevaría a algo, simplemente quería saber a dón<strong>de</strong> se dirigía.<br />
Salimos <strong>de</strong>l centro dirección Noroeste por la CV-35. Conduje a una distancia<br />
pru<strong>de</strong>ncial <strong>de</strong>l taxi durante más o menos diez kilómetros sin saber muy bien<br />
cómo <strong>de</strong>bía actuar. Entonces fue cuando me di cuenta, justo en el momento en<br />
que salíamos <strong>de</strong> la autopista en dirección a la Eliana: <strong>de</strong>lante <strong>de</strong>l taxi <strong>de</strong> Eric<br />
iba otro taxi, él también perseguía a alguien.<br />
58
Nos introdujimos directamente en las urbanizaciones. El primer taxi <strong>de</strong>l<br />
convoy se <strong>de</strong>tuvo frente a una casa en el lado izquierdo <strong>de</strong> la calle. El <strong>de</strong> Eric<br />
continuó y paró unos cincuenta metros más a<strong>de</strong>lante, y yo seguí conduciendo<br />
sin parar. Doblé por la siguiente esquina, estecioné el coche en doble fila y me<br />
puse a pensar. ¿Por qué estaba siguiendo Eric a ese taxi? No <strong>de</strong>bía ser nada<br />
bueno, <strong>de</strong> eso estaba seguro. ¿Quién iba en él? ¿Su próxima víctima? ¿Qué<br />
<strong>de</strong>monios estaba haciendo yo allí?<br />
Mientras un sinfín <strong>de</strong> preguntas martilleaba mi cabeza, me a<strong>de</strong>lantó el taxi<br />
<strong>de</strong> Eric. Fue sólo un segundo, pero el tiempo suficiente para que el serbio y yo<br />
cruzásemos las miradas a través <strong>de</strong> las ventanillas <strong>de</strong> <strong>los</strong> vehícu<strong>los</strong>. Recé para<br />
que no se hubiese fijado en que les venía siguiendo <strong>de</strong>s<strong>de</strong> el centro. Podría<br />
haberme reconocido, aunque era poco probable. Eric era un tipo gran<strong>de</strong>,<br />
rubio y con una enorme cicatriz en la cara, por eso yo me acordaba <strong>de</strong> él. Lo<br />
había visto en un par <strong>de</strong> ocasiones sentado con el Tocha en el garito, justo<br />
antes <strong>de</strong> que Ángel cometiera la gran estupi<strong>de</strong>z <strong>de</strong> su vida. Sin embargo, yo<br />
era un tipo corriente que no llamaba la atención y el garito siempre estaba a<br />
parir <strong>de</strong> gente. No tenía por qué haberme reconocido. Aun así, me retorcí en<br />
el asiento <strong>de</strong> mi coche. Tuve la sensación <strong>de</strong> estar metiéndome <strong>de</strong> lleno en la<br />
cueva <strong>de</strong>l lobo. Tenía que largarme <strong>de</strong> allí y me culpé a mí mismo por ser tan<br />
temerario. Arranqué y di una vuelta a la manzana, apunté el nombre <strong>de</strong> la<br />
calle y el número <strong>de</strong> la casa en la que había parado el primer taxi y marqué el<br />
número <strong>de</strong> teléfono <strong>de</strong> Alicia.<br />
—¿Toni? —contestó.<br />
—Sí, soy yo. ¿Cómo estás, guapa?<br />
—Bien, ¿y tú?<br />
—Bastante bien, ¿te pillo en el Registro?<br />
—No. Estoy en casa. Los tiempos en <strong>los</strong> que iba por la tar<strong>de</strong> pasaron a<br />
mejor vida. Con esto <strong>de</strong> la crisis hemos tenido un bajón importante, así que<br />
mis chicos se las apañan so<strong>los</strong>.<br />
—Necesito un pequeño favor —le dije.<br />
—¡Miedo me das! Cada vez que me pedías algo hace unos meses me tenía<br />
que saltar todas las reglas.<br />
—Necesito que me averigües el propietario <strong>de</strong> una casa. ¿Tienes papel y<br />
lápiz a mano? —le pregunté.<br />
—Ahora mismo no. Envíame la dirección por sms.<br />
—De acuerdo.<br />
59
—No te lo podré mirar hasta pasado mañana —se disculpó.<br />
—Vale.<br />
—Por cierto, ¿has hablado con Álex? —me preguntó cambiando <strong>de</strong> tema.<br />
—No, ¿por?<br />
—Este domingo hacemos una fiesta en casa por el cumple <strong>de</strong>l nene y nos<br />
gustaría que vinieseis todos.<br />
—Cuenta conmigo.<br />
—Vale. Hablamos.<br />
Colgué y le envié el mensaje con la dirección.<br />
Hasta que no llegué a casa no me acordé <strong>de</strong> Marta. <strong>La</strong> había <strong>de</strong>jado plantada en<br />
el restaurante y me había largado sin <strong>de</strong>cirle nada <strong>de</strong> lo que tenía preparado.<br />
Una vez más había <strong>de</strong>saprovechado la oportunidad <strong>de</strong> explicarle lo que sentía<br />
por ella y, no sólo eso, sino que a<strong>de</strong>más no sabía si se había enfadado por mi<br />
actuación. Cogí el teléfono y marqué su número, pero no obtuve respuesta<br />
alguna.<br />
El miércoles <strong>de</strong>sperté con la esperanza <strong>de</strong> po<strong>de</strong>r hablar con ella. Pese a todas<br />
mis preocupaciones <strong>de</strong>l día anterior, había conseguido dormir. No esperaba<br />
noticias <strong>de</strong> Alicia hasta el día siguiente e incluso estuve tentado <strong>de</strong> anular la<br />
absurda petición que le había hecho. En fin, daba lo mismo, ahora lo único<br />
que realmente me importaba era po<strong>de</strong>r contactar con Marta, pedirle disculpas<br />
e intentar que escuchara lo que tenía que <strong>de</strong>cirle. <strong>La</strong> llamé.<br />
—¿Sí? —contestó.<br />
—Martita… Soy yo.<br />
Silencio.<br />
—Dime.<br />
—¿Po<strong>de</strong>mos vernos? —pregunté.<br />
—No… No po<strong>de</strong>mos vernos.<br />
—Tengo que hablar contigo —le supliqué.<br />
—Habla —dijo en un tono al que yo no estaba acostumbrado por su parte.<br />
—Por teléfono, no.<br />
—Si tienes algo que <strong>de</strong>cirme, dilo ahora.<br />
Me quedé bloqueado. No sabía por dón<strong>de</strong> empezar. Nunca se me había<br />
dado bien hablar <strong>de</strong> mis sentimientos por teléfono y menos aún con ella.<br />
60
Necesitaba tenerla <strong>de</strong>lante y mirarle a <strong>los</strong> ojos, pero ella no me daba esa<br />
opción. Tenía que <strong>de</strong>círselo todo sin po<strong>de</strong>r ver cuál era su reacción.<br />
—Marta… Necesito que me perdones. Necesito verte. Eres lo más importante<br />
que existe para mí —hice una pausa y añadí—. Te quiero, Marta. Siempre te he<br />
querido, no tienes ni i<strong>de</strong>a <strong>de</strong>…<br />
—¡Toni! —me cortó.<br />
—Espera, necesito soltarlo todo, necesito…<br />
—¡Voy a casarme! —gritó.<br />
—¿Cómo?<br />
Aquella era la peor noticia que me habían dado en mi vida. No podía<br />
enten<strong>de</strong>rlo. Estaba convencido <strong>de</strong> que ella me quería. Sabía que tenía<br />
novio, pero yo nunca había tomado esa relación muy en serio. Pensaba que<br />
ella iba a estar allí siempre, esperando a que yo fuera a su encuentro y la<br />
llevara conmigo. No tenía palabras. Era como si hubiese perdido <strong>de</strong> pronto la<br />
capacidad <strong>de</strong> hablar.<br />
—¿Sigues ahí? —me preguntó.<br />
—Sí.<br />
—Pensaba <strong>de</strong>círtelo ayer, pero una vez más lo estropeaste. Siempre lo<br />
estropeas.<br />
—¿Le quieres? —le pregunté.<br />
Tardó unos segundos en contestar.<br />
—Es bueno conmigo. Me quiere muchísimo y siempre está pendiente <strong>de</strong><br />
hacerme feliz. A<strong>de</strong>más, ya tengo treinta y cinco años. Ya sabes cómo son mis<br />
padres. Quiero ser madre, quiero tener una vida. Quiero…<br />
—¿Le quieres? —volví a preguntar.<br />
—Sí... Le quiero.<br />
Mastiqué durante unos segundos lo que acababa <strong>de</strong> oír. Era como recibir<br />
un puñetazo en el estómago. Dolía incluso más.<br />
—Marta… Ahora tengo que colgar. Ya hablaremos, ¿vale?<br />
—¡Toni!<br />
Colgué.<br />
Realmente abatido no podía encontrar el sentido que <strong>los</strong> acontecimientos <strong>de</strong><br />
<strong>los</strong> últimos meses estaban dando a mi vida. Era como si hubiese entrado en<br />
un túnel oscuro y no llegara nunca a la salida: había perdido el trabajo, mi<br />
61
hermana me odiaba, mis padres ya no se sentían orgul<strong>los</strong>os <strong>de</strong> mí y ahora<br />
había perdido a Marta.<br />
Necesitaba hablar con alguien y olvidarme <strong>de</strong> todo. En otro momento<br />
hubiese llamado a Fran, pero él estaba en la misma situación que yo, o incluso<br />
peor. Me compa<strong>de</strong>cí <strong>de</strong> él y <strong>de</strong> mí mismo. Otra opción era llamar a Quique,<br />
aunque últimamente nos habíamos distanciado bastante. Esa era la factura<br />
por no llevar una vida or<strong>de</strong>nada, tal y como lo hacía él. A<strong>de</strong>más, necesitaba<br />
otro tipo <strong>de</strong> compañía. No me apetecía aguantar un torrente <strong>de</strong> sermones.<br />
Marqué el teléfono <strong>de</strong> Car<strong>los</strong>.<br />
—¿Qué pasa, tío? —contestó al primer tono.<br />
—¿Qué haces?<br />
—Currando. Estoy con Andrea y Sonia. Tenemos reunión <strong>de</strong> <strong>de</strong>partamento.<br />
Me han dicho que el otro día la liasteis buena, ¿eh? ¡Granuja! —bromeó, y se<br />
echo a reír.<br />
—¿Quedamos esta tar<strong>de</strong> y tomamos algo? —le pregunté.<br />
—Claro. ¿Nos vemos en el garito?<br />
—Mejor en otro sitio. ¿Qué tal si te recojo en tu oficina a las siete?<br />
—Perfecto.<br />
62
9. <strong>La</strong> falsa cura<br />
Car<strong>los</strong> tenía la oficina a tan sólo un par <strong>de</strong> manzanas <strong>de</strong>l <strong>de</strong>spacho <strong>de</strong> Marta.<br />
Fue casi sin pensar, pero cuando quise darme cuenta me encontré a mí mismo<br />
estacionado en doble fila justo <strong>de</strong>bajo <strong>de</strong> su bufete. No tenía ni puñetera<br />
i<strong>de</strong>a <strong>de</strong> qué estaba haciendo allí; en realidad, no quería hablar con ella y, sin<br />
embargo, allí estaba <strong>de</strong> nuevo, <strong>de</strong>seando verla. Recordé cómo me marché <strong>de</strong><br />
su lado hacía tan sólo dos días y me lamenté una vez más por ello.<br />
Tratando <strong>de</strong> quitarme ese peso <strong>de</strong> la cabeza me fijé en el portal por el que<br />
había salido Eric. Había varios letreros fijados a la fachada: una empresa <strong>de</strong><br />
telefonía, un <strong>de</strong>spacho <strong>de</strong> arquitectos, una notaría y dos bufetes <strong>de</strong> abogados.<br />
¿Qué estaba haciendo Eric en aquel edificio? Estuve esperando durante más<br />
<strong>de</strong> media hora a que saliera Marta <strong>de</strong> su <strong>de</strong>spacho, dándole vueltas y más<br />
vueltas a aquella pregunta, hasta que finalmente me di por vencido, arranqué<br />
el motor <strong>de</strong> mi coche y me fui a recoger Car<strong>los</strong>.<br />
En la calle, bajo la compañía <strong>de</strong> seguros, me esperaba mi amigo, con una<br />
sonrisa <strong>de</strong> oreja a oreja y acompañado por Sonia y Andrea. Se subieron <strong>los</strong><br />
tres en mi coche.<br />
—¿Dón<strong>de</strong> nos llevas? ¡Bombón! —preguntó Sonia.<br />
—¿Qué tal si tomamos algo en la playa y luego nos vamos <strong>de</strong> cenita? —<br />
sugirió Car<strong>los</strong>.<br />
—¿Po<strong>de</strong>mos pasar primero por mi casa? —añadió Andrea—. Será sólo un<br />
momento.<br />
Lo cierto es que no estaba muy contento con la compañía. Habría preferido<br />
estar a solas con Car<strong>los</strong> para po<strong>de</strong>r contarle mis penas. Car<strong>los</strong> era bueno<br />
63
para eso. Se hubiese reído <strong>de</strong> la situación y me hubiese animado, sin darle<br />
<strong>de</strong>masiada importancia a mi <strong>de</strong>sgracia. Eso era lo que yo necesitaba en<br />
aquel<strong>los</strong> momentos y, sin embargo, allí estaba otra vez, con esas dos mujeres<br />
<strong>de</strong>scontroladas que parecían no tener ningún otro objetivo en la vida que<br />
pasárselo bien. Y Car<strong>los</strong> era el cabecilla, el rey <strong>de</strong> las cabezas locas.<br />
Fuimos a la playa <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> una breve parada en casa <strong>de</strong> Andrea y nos<br />
sentamos en una terraza. <strong>La</strong> temperatura era buena. Pedimos unas cervezas<br />
y Car<strong>los</strong> se lió un canuto. Fumé y bebí como si esa fuera la medicina más<br />
eficaz para mi corazón roto. A la hora <strong>de</strong> estar allí, ya me había olvidado <strong>de</strong><br />
Marta por completo. Nos reíamos <strong>de</strong> todo. Realmente Sonia y Andrea eran<br />
divertidísimas. Hablamos <strong>de</strong> cosas sin importancia: nada <strong>de</strong> crisis, nada <strong>de</strong><br />
política, nada <strong>de</strong> trabajo.<br />
—Voy al baño —anunció Andrea.<br />
Se levantó y me hizo un gesto casi imperceptible para que la siguiera. Me<br />
quedé allí sentado, viendo cómo se contoneaba camino <strong>de</strong> <strong>los</strong> aseos <strong>de</strong>l local.<br />
Tenía un cuerpo precioso.<br />
Car<strong>los</strong> y Sonia seguían con la risa, pero yo había perdido el hilo <strong>de</strong> la<br />
conversación. Me levanté y, sin <strong>de</strong>cir una sola palabra, me dirigí al aseo <strong>de</strong> las<br />
chicas. Llamé a la puerta.<br />
—Pasa —oí que me <strong>de</strong>cía Andrea <strong>de</strong>s<strong>de</strong> <strong>de</strong>ntro.<br />
Acepté la invitación y entré sin pensarlo, pero no la vi. Estaba metida en<br />
uno <strong>de</strong> <strong>los</strong> cuartitos <strong>de</strong> <strong>los</strong> inodoros. Uno bastante amplio, había elegido el<br />
<strong>de</strong>stinado para minusválidos. Me asomé y allí la encontré otra vez, apoyada<br />
en la tapa <strong>de</strong>l váter y preparando un par <strong>de</strong> tiros en su espejito.<br />
—¡Eres una viciosa, Andrea!<br />
—Y eso te gusta, ¿verdad?<br />
—Lo cierto es que me vuelve loco.<br />
—¡Entonces somos <strong>de</strong> la misma calaña! —bromeó, soltando una sonora<br />
carcajada.<br />
Nos metimos la mierda y oímos cómo alguien entraba en el baño.<br />
Permanecimos en silencio para no <strong>de</strong>latar nuestro escondite.<br />
—¿Sabes que a Sonia le gustas mucho? —me susurró al oído, acariciándome<br />
una mejilla con suavidad.<br />
—¿Sí?<br />
En ese momento buscó la hebilla <strong>de</strong> mi cinturón.<br />
—Pero no le vamos a contar nada <strong>de</strong> esto, ¿verdad?<br />
64
—Claro que no —contesté yo.<br />
<strong>La</strong> sacó con cuidado. Estaba durísima. Se agachó y se la metió en la boca.<br />
Tardé apenas unos minutos en correrme. Me limpié y salí <strong>de</strong> allí. Ella se quedó.<br />
Al regresar a la mesa, Sonia me miró como si tratase <strong>de</strong> adivinar lo que<br />
había ocurrido.<br />
—¿Qué hacíais? ¡Golfos! —preguntó Car<strong>los</strong>.<br />
—Parece que Andrea ha pasado por su casa para recoger el espejito mágico<br />
—improvisé, sobreactuando una sonrisa y sin atreverme a mirar a Sonia a la<br />
cara.<br />
Cenamos allí mismo. Bebimos vino e hicimos nuevas excursiones al cuarto <strong>de</strong><br />
baño. Sonia se las arreglaba siempre para no <strong>de</strong>jarme a solas con Andrea y yo<br />
me las arreglaba para no quedarme a solas con ninguna <strong>de</strong> las dos.<br />
A medianoche íbamos <strong>los</strong> tres como motos. Car<strong>los</strong> llevaba un buen rato<br />
tratando <strong>de</strong> que nos fuésemos a su casa y Sonia y Andrea parecían estar <strong>de</strong><br />
acuerdo. No obstante, yo prefería seguir allí, aunque al final no tuve más<br />
remedio que ce<strong>de</strong>r. Pagamos la cuenta y nos metimos en mi coche. El trayecto<br />
fue corto. A <strong>los</strong> ciento cincuenta metros <strong>de</strong> arrancar, perdí el control <strong>de</strong>l<br />
coche en una rotonda y le pegué un golpe tremendo con la rueda <strong>de</strong>lantera<br />
al bordillo <strong>de</strong> la acera. Era uno <strong>de</strong> esos bordil<strong>los</strong> que medían al menos treinta<br />
centímetros <strong>de</strong> alto. <strong>La</strong> dirección comenzó a hacer un ruido infernal y tuve que<br />
<strong>de</strong>tener el coche para echar un vistazo. <strong>La</strong> rueda estaba torcida hacia a<strong>de</strong>ntro<br />
en un ángulo <strong>de</strong> cuarenta y cinco grados.<br />
Sentado en aquel bordillo traté <strong>de</strong> explicarme cómo coño había ocurrido<br />
aquello, mientras observaba aturdido <strong>los</strong> daños <strong>de</strong> mi Volkswagen Golf.<br />
Car<strong>los</strong>, Sonia y Andrea salieron también <strong>de</strong>l vehículo, indiferentes a lo que<br />
había pasado.<br />
—¡Jo<strong>de</strong>r, tío, esto te va a costar una pasta! —se mofó Car<strong>los</strong>, mientras<br />
observaba cómo había quedado la dirección.<br />
<strong>La</strong> música seguía sonando en el equipo y Sonia y Andrea se pusieron a<br />
bailar. <strong>La</strong>s miré alucinado. Un miércoles por la noche. <strong>La</strong> una <strong>de</strong> la madrugada.<br />
No se veía un alma. El paseo <strong>de</strong> la playa <strong>de</strong> las Arenas estaba <strong>de</strong>sierto. Acababa<br />
<strong>de</strong> cargarme mi coche y aquellas dos <strong>de</strong>sgraciadas estaban bailando como si<br />
nada en mitad <strong>de</strong> la calle.<br />
Apagué la música y agarré a Car<strong>los</strong> por el brazo. Le miré muy serio y le pedí<br />
que se marcharan, yo me quedaría allí esperando a una grúa. Me costó un<br />
65
ato convencerles, pero les prometí que cuando hubiese arreglado el entuerto<br />
acudiría a casa <strong>de</strong> Car<strong>los</strong>. Cedieron, cogieron un taxi y se largaron. Cuando<br />
por fin <strong>los</strong> perdí <strong>de</strong> vista, yo también paré un taxi.<br />
—¿A dón<strong>de</strong>?<br />
—A Mas Camarena.<br />
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10. <strong>La</strong> sorpresa<br />
Compré la prensa local y busqué en la sección <strong>de</strong> sucesos. Allí estaba. Un<br />
pequeño artículo en el lateral <strong>de</strong> la página <strong>de</strong>recha <strong>de</strong>l periódico:<br />
[…] El pasado martes <strong>de</strong> madrugada fue asaltado el empresario<br />
Mario G. en su domicilio <strong>de</strong> la Eliana por un encapuchado. Según se ha<br />
podido constatar por fuentes policiales, el asaltante entró a punta <strong>de</strong><br />
pistola en la vivienda y tras amordazar a su mujer y sus hijos, sometió<br />
a una tremenda paliza al empresario. El motivo <strong>de</strong> la agresión parece<br />
ser el robo, aunque ningún miembro <strong>de</strong> la familia ha querido hacer<br />
<strong>de</strong>claración alguna. <strong>La</strong> policía <strong>de</strong>scarta que se trate <strong>de</strong> una banda<br />
organizada ya que el agresor actuaba solo.<br />
Los vecinos han hecho una queja formal al Ayuntamiento <strong>de</strong>l<br />
municipio reclamando más seguridad […]<br />
Sin duda, Eric había vuelto por la noche a esa misma casa.<br />
Cogí la moto y me dirigí a la playa. Tenía que recoger mi coche y hacer las<br />
gestiones con la grúa. Me encontraba fatal. A la resaca se le unía el sentimiento<br />
<strong>de</strong> culpa por no haber hecho nada por evitarlo. Podría haber llamado <strong>de</strong><br />
forma anónima y haber alertado a la policía. Los remordimientos se estaban<br />
apo<strong>de</strong>rando <strong>de</strong> mí.<br />
Al llegar a la playa miré el móvil. Tenía una llamada perdida <strong>de</strong> Alicia.<br />
Marqué su número.<br />
—¿Toni?<br />
67
—Sí, ¿has averiguado el propietario? —pregunté.<br />
—¿Alguna vez te he fallado?<br />
—Nunca.<br />
—<strong>La</strong> casa es propiedad <strong>de</strong> un tal Mario García. Por cierto. En <strong>los</strong> últimos<br />
días se ha pedido información sobre esa misma finca en varias ocasiones y<br />
existen documentos pendientes <strong>de</strong> <strong>de</strong>spacho. No es mi Registro y no te he<br />
podido averiguar más, pero algo me dice que se ha vendido recientemente.<br />
—¿Alguna cosa más? ¿Tiene alguna carga? —pregunté sin saber muy bien<br />
por qué.<br />
—Una hipoteca con la Caja <strong>de</strong>l Consuelo. ¿Por qué no le preguntas a tu<br />
amigo Dani? Quizá él te pueda dar más información.<br />
—Muchas gracias, Alicia. Te <strong>de</strong>bo un favor.<br />
—Me <strong>de</strong>bes mil favores.<br />
—Nos vemos el domingo.<br />
Tenía un mal presentimiento. Gestioné la grúa y me dirigí al centro. Aparqué<br />
frente al <strong>de</strong>spacho <strong>de</strong> Marta, crucé la calle y fui directo hacia el portal por<br />
el que había salido Eric dos días antes. Esperaba no cruzarme con ella, no<br />
me encontraba con fuerzas. Entré en el portal, saludé al conserje y subí a la<br />
notaría. Me dirigí sin dudarlo a la recepcionista.<br />
—Soy empleado <strong>de</strong> la Caja <strong>de</strong>l Consuelo —mentí—. Vengo a recoger la<br />
copia simple <strong>de</strong> la firma <strong>de</strong>l otro día.<br />
—Un momento —contestó, y se puso a buscar en el or<strong>de</strong>nador.<br />
—Transmitente ¿Mario García? —me preguntó.<br />
—Exacto —dije yo.<br />
—Un segundo.<br />
Revisó un montón <strong>de</strong> sobres que había sobre el mostrador, hasta que<br />
encontró el que buscaba.<br />
—Me has dicho que vienes <strong>de</strong> la Caja <strong>de</strong>l Consuelo, ¿verdad?<br />
—Sí —volví a mentir y añadí—. Necesito la copia simple <strong>de</strong> la cancelación<br />
<strong>de</strong> la hipoteca.<br />
Me la entregó. Ni un recibo. Ni una firma. Nada. Era increíble lo sencillo<br />
que había sido. Pensé en la facilidad con la que en este país podías hacerte<br />
con toda clase <strong>de</strong> documentación echándole un poquito <strong>de</strong> morro.<br />
Bajé por las escaleras y al llegar a la calle abrí el sobre. No podía dar<br />
crédito a lo que estaba leyendo. No podía ser una coinci<strong>de</strong>ncia. Era imposible.<br />
68
<strong>La</strong> cancelación <strong>de</strong> la hipoteca estaba firmada por el apo<strong>de</strong>rado <strong>de</strong> la Caja <strong>de</strong>l<br />
Consuelo, Daniel Sánchez Prieto.<br />
Puse rumbo a la oficina <strong>de</strong> Dani. Estaba muy cerca <strong>de</strong> allí, y aun así,<br />
distraído por el <strong>de</strong>scubrimiento, estuve a punto <strong>de</strong> tener un acci<strong>de</strong>nte. No<br />
lograba concentrarme en el tráfico.<br />
Aparqué la moto frente a la sucursal bancaria y entré <strong>de</strong>cidido. Recorrí la<br />
oficina hasta su <strong>de</strong>spacho y abrí la puerta sin llamar.<br />
Dani sonrió nada más verme. Estaba con una cliente.<br />
—¡Toni! ¡Qué sorpresa!<br />
—¿Sorpresa? ¡Pedazo <strong>de</strong> cabrón! ¡Sorpresa la mía! —le chillé.<br />
—Pero… ¿Qué te pasa?<br />
—¿Que qué me pasa? Dímelo tú. Cuéntame cómo has conocido a tu<br />
amiguito Eric.<br />
Se quedó pálido. Boquiabierto. <strong>La</strong> cliente se levantó y me miró aterrada.<br />
Debió ver la ira que irradiaban mis ojos. Salió corriendo <strong>de</strong>l <strong>de</strong>spacho y cerró<br />
la puerta tras <strong>de</strong> sí.<br />
—No sé <strong>de</strong> qué me estás hablando —se <strong>de</strong>fendió Dani en cuanto estuvimos<br />
a solas.<br />
—Claro que lo sabes, ¡hijo <strong>de</strong> puta! Dime, ¿había mucho dinero negro<br />
en la venta <strong>de</strong> Mario García? ¿Es así como te lo montas? Cuando ves que en<br />
una operación hay dinero en efectivo llamas a tu gorila personal para que se<br />
encargue <strong>de</strong> hacerse con él. ¡Cabrón <strong>de</strong> mierda!<br />
En ese momento abrió la puerta uno <strong>de</strong> <strong>los</strong> empleados <strong>de</strong> la sucursal<br />
preguntando si había algún problema.<br />
—No te preocupes —le tramquilizó Dani—. Todo está bien.<br />
—¡Oh, no! ¡Nada está bien! —grité.<br />
—¿Po<strong>de</strong>mos discutir esto en otro sitio? —preguntó mi amigo, que estaba<br />
empezando a sudar más <strong>de</strong> la cuenta.<br />
—Vamos —le or<strong>de</strong>né.<br />
Salimos <strong>de</strong> la sucursal, fuimos hasta su coche y nos metimos en él. Yo<br />
ya me había calmado, aunque me sentía profundamente <strong>de</strong>cepcionado. Mi<br />
amigo Daniel, al que conocía <strong>de</strong>s<strong>de</strong> el instituto, con el que había compartido<br />
prácticamente la totalidad <strong>de</strong> <strong>los</strong> momentos importantes <strong>de</strong> mi vida, era un<br />
ladrón, un estafador; un <strong>de</strong>lincuente sin escrúpu<strong>los</strong>, capaz <strong>de</strong> utilizar a un<br />
matón para hacerse con el dinero hasta <strong>de</strong> sus propios amigos.<br />
Le pedí que no arrancara el coche.<br />
69
—¿Cómo has podido hacerlo?<br />
—Tú no lo entien<strong>de</strong>s, Toni. Estaba <strong>de</strong>sesperado —confesó.<br />
—¿Tan <strong>de</strong>sesperado como para darle una paliza <strong>de</strong> muerte a Ángel?<br />
—Eso no <strong>de</strong>bía haber ocurrido, pero Eric es incontrolable.<br />
—¿Cómo sabías que Angelito picaría el anzuelo? —le pregunté.<br />
—Venga ya, Toni, conoces a Ángel igual que yo. En cuanto me enteré<br />
<strong>de</strong> que necesitaba un crédito, envié a Eric a tantearlo. Sabía que si el Tocha<br />
<strong>de</strong>saparecía, no tardaría mucho en acercarse a él para intentar pillar. Está<br />
enganchado <strong>de</strong> verdad y, a<strong>de</strong>más, es un auténtico irresponsable. Tú lo sabes.<br />
Picó el anzuelo. Eric lo supo <strong>de</strong>s<strong>de</strong> el primer día. Me dijo que Ángel era un<br />
incauto, un niño gran<strong>de</strong> <strong>de</strong>masiado estúpido como para darse cuenta <strong>de</strong> que<br />
le estaban haciendo una envolvente. En cuanto firmamos la operación y pudo<br />
disponer <strong>de</strong>l dinero, la codicia le pudo y no tardó ni un solo día en per<strong>de</strong>rlo.<br />
—¡Jo<strong>de</strong>r, Dani, casi lo mata a golpes!<br />
—Eric sólo tenía que asustarlo, sacarle la pistola y encañonarlo. Esa misma<br />
noche, cuando te llamó Ángel para que fueras a por él, me asusté muchísimo.<br />
De hecho, fui a casa <strong>de</strong> Eric unas horas <strong>de</strong>spués para comprobar si el plan<br />
había salido como esperábamos. ¡Jo<strong>de</strong>r! Casi me mata por aparecer sin avisar.<br />
Me dijo que todo había ido bien y me mandó a casa. Días <strong>de</strong>spués, cuando<br />
vi a Ángel y la paliza que le había dado, me quedé hecho polvo. Entonces<br />
volví a quedar con Eric y le dije que todo aquello se había terminado, que ya<br />
no pensaba colaborar más con él. Pero entonces se puso hecho una fiera, me<br />
agarró por el cuello y me amenazó <strong>de</strong> muerte. Dijo que me mataría a mí y a<br />
toda mi familia si no continuaba suministrándole información.<br />
—¡No te reconozco, Dani! Te veo <strong>de</strong>lante <strong>de</strong> mí y te juro que no te reconozco.<br />
A<strong>de</strong>más <strong>de</strong> lo <strong>de</strong> Ángel y lo <strong>de</strong> Mario García, ¿cuántos chanchul<strong>los</strong> más habéis<br />
organizado?<br />
—Sólo uno, el primero.<br />
—¿Por qué, Dani? ¿Por qué te has metido en esto? —le pregunté.<br />
—Estaba <strong>de</strong>sesperado, tío. Hace aproximadamente un año y medio invertí,<br />
por mi cuenta, todos <strong>los</strong> ahorros <strong>de</strong> mis padres en valores inmobiliarios y<br />
financieros en bolsa. <strong>La</strong> crisis hizo que en tan sólo unos meses su dinero se<br />
<strong>de</strong>preciara a la mitad y entonces cundió el pánico. ¿Recuerdas? Parecía que<br />
todas las entida<strong>de</strong>s financieras se iban a ir a pique. Antes <strong>de</strong> que el Gobierno<br />
garantizara <strong>los</strong> famosos cien mil euros por cuenta y cliente, me llamó mi<br />
padre. Ya sabes lo anticuado que está. Me pidió que le preparara un cheque<br />
70
por la mitad <strong>de</strong> su dinero para ingresarlo en otro banco. No quería arriesgar<br />
sus ahorros y no me hacía caso cuando intentaba tranquilizarlo. Le hice<br />
el cheque por ese importe, pero su cuenta en mi oficina se había quedado<br />
a cero. ¿Cómo iba a <strong>de</strong>círselo? Les daría un disgusto para el que mis padres<br />
no estaban preparados. Cogí todos mis ahorros y <strong>los</strong> pasé a su cuenta, pero<br />
con eso no cubría ni una cuarta parte <strong>de</strong> lo perdido. Necesitaba recuperar<br />
su dinero como fuera. Y entonces se me ocurrió la i<strong>de</strong>a. Sólo necesitaba a<br />
un tipo duro, capaz <strong>de</strong> cualquier cosa por conseguir un poco <strong>de</strong> pasta. Era<br />
fácil. Yo sabía cuándo algún cliente <strong>de</strong> la caja iba a comprar o ven<strong>de</strong>r alguna<br />
propiedad. También sabía si habría alguna entrega en efectivo. Sólo tenía que<br />
enviar a alguien capaz <strong>de</strong> atracar y asustar tanto a mi cliente como para que<br />
no interpusiera una <strong>de</strong>nuncia. No <strong>de</strong>bían ser cantida<strong>de</strong>s elevadas, para que<br />
dieran por perdido el dinero sin arriesgarse a enfrentarse a Eric o a Hacienda.<br />
<strong>La</strong> primera operación salió bien. No se le hizo daño a nadie. Nos repartimos<br />
el dinero. Con la <strong>de</strong> Ángel, yo ya había recuperado casi todo lo perdido en la<br />
bolsa y le dije a Eric que se acababa, pero no me escuchó. Está loco, ¿sabes?<br />
Es capaz <strong>de</strong> cargarse a su madre por un poco <strong>de</strong> pasta. Estoy asustado y, por si<br />
fuera poco, ahora tú lo sabes todo. ¿Cómo te has enterado?<br />
—Vi salir <strong>de</strong> la notaría a Eric y le seguí hasta casa <strong>de</strong> Mario García. Esta<br />
mañana ha salido la noticia en prensa.<br />
—Teníamos que saber dón<strong>de</strong> se llevaban el dinero. ¿Cómo lo relacionaste<br />
conmigo? —preguntó intrigado.<br />
—También te vi a ti, justo enfrente <strong>de</strong> la notaría, cuando empecé a seguir<br />
a ese cabrón. A<strong>de</strong>más...<br />
Saqué la copia simple <strong>de</strong> la escritura y se la entregué.<br />
—Toma, es tuya. Ya no tienes que ir a recogerla.<br />
Reconoció el documento y comprendió mi <strong>de</strong>ducción.<br />
—¿Cómo contactaste con ese energúmeno? —le pregunté.<br />
—Hablé con el Tocha y le pregunté si conocía algún tipo que se <strong>de</strong>dicara<br />
a dar palizas por encargo, ya sabes, cobradores <strong>de</strong> <strong>de</strong>udas o porteros <strong>de</strong><br />
discoteca repudiados. A <strong>los</strong> dos días vino Eric a verme a la oficina. El muy<br />
cabrón pue<strong>de</strong> llegar a ser encantador a pesar <strong>de</strong> su aspecto, así que pacté con<br />
él. Ahora quiere más y no sé cómo pararlo.<br />
—Eres un idiota, Dani. No se pue<strong>de</strong> caer más bajo. Ya me parecían mal tus<br />
trapicheos <strong>de</strong> seguros con Car<strong>los</strong>, pero ¿en qué te has convertido? No tienes<br />
excusa, tío. Me avergüenzo <strong>de</strong> ti. No sé si algo así se pue<strong>de</strong> perdonar —le dije.<br />
71
—¿Vas a <strong>de</strong>nunciarme? —me preguntó lánguido.<br />
—No. No voy a <strong>de</strong>nunciarte. Pero vas a hacer lo siguiente: para empezar<br />
vas a <strong>de</strong>volver el dinero que le estafaste a Ángel y si eso supone hablar con tus<br />
padres, pues tendrás que hacerlo, y el domingo en la comida les vas a contar<br />
a todos lo que has hecho.<br />
—¡No puedo hacer eso! ¡Ángel me matará y <strong>los</strong> <strong>de</strong>más me odiarán por el<br />
resto <strong>de</strong> mis días!<br />
—O haces eso o me voy ahora mismo a la policía y empiezo a largar —le<br />
amenacé mirándole fijamente a <strong>los</strong> ojos.<br />
72
11. Feliz cumpleaños<br />
El resto <strong>de</strong> la semana fue un auténtico tormento. Tenía la sensación <strong>de</strong> que<br />
todo se <strong>de</strong>smoronaba. Mis amigos eran un auténtico fracaso. Ángel era un<br />
cocainómano irresponsable, Car<strong>los</strong> un egoísta mujeriego y Dani un <strong>de</strong>lincuente.<br />
Pero yo no era mucho mejor que el<strong>los</strong>. Me había <strong>de</strong>jado llevar por cada uno <strong>de</strong><br />
mis <strong>de</strong>fectos y lo había echado todo a per<strong>de</strong>r. Antes tenía ilusiones, era feliz y<br />
controlaba el rumbo <strong>de</strong> mi vida. Ahora sólo tenía problemas y, a<strong>de</strong>más, había<br />
perdido a Marta para siempre.<br />
Llegó el domingo. Estaba impaciente. No tenía ni i<strong>de</strong>a <strong>de</strong> cómo iban a<br />
reaccionar todos en cuanto Dani confesara lo que había hecho. Quería que<br />
lo contara, Ángel merecía saber la verdad, todos lo merecían. Sin embargo,<br />
me azotaba un profundo sentimiento <strong>de</strong> culpa por obligarle a hacerlo. Era<br />
consciente <strong>de</strong> que iba a ser la confesión más dura y vergonzosa <strong>de</strong> toda su<br />
vida. Seguramente no le perdonarían nunca. No obstante, lo había meditado<br />
mucho. Dos días y dos noches sin absolutamente nada más en la cabeza.<br />
Y había tomado una <strong>de</strong>cisión: sí, yo le perdonaría. Mi amistad hacia él era<br />
más fuerte que todos mis reproches a sus actos y, a<strong>de</strong>más, lo vi realmente<br />
arrepentido.<br />
Llegué a casa <strong>de</strong> Álex el primero. Rubén, su hijo, saltó <strong>de</strong>l sofá nada más<br />
verme y se me acercó corriendo para darme un abrazo. Sentí felicidad, en ese<br />
momento envidiaba a sus padres.<br />
—¿Me has traído algún regalo? —preguntó, con esos ojos inocentes que<br />
sólo <strong>los</strong> niños saben poner.<br />
—¡Claro que sí, enano!<br />
73
—¡No soy enano, ya tengo cuatro años!<br />
Le di el juguete que había comprado para él y disfruté <strong>de</strong> su cara <strong>de</strong><br />
sorpresa cuando lo <strong>de</strong>senvolvió. Dicen que <strong>los</strong> niños se ríen más <strong>de</strong> cincuenta<br />
veces al día; yo no había sonreído ni una sola vez en tres días.<br />
Los siguientes en llegar fueron Emilio, Quique y sus mujeres, cada una con<br />
sus respectivos carritos. Se extrañaron al verme allí tan pronto. Era evi<strong>de</strong>nte<br />
que me consi<strong>de</strong>raban <strong>de</strong> la otra rama <strong>de</strong> la pandilla.<br />
Saludé a todos y me senté en el sofá acompañado sólo por una cerveza.<br />
<strong>La</strong>s chicas contaban anécdotas sobre sus bebés. El<strong>los</strong> las escuchaban<br />
atentos y orgul<strong>los</strong>os, y asentían con una sonrisa a cada piropo que se <strong>de</strong>cía <strong>de</strong><br />
sus hijos. Hablaban con ternura, con afecto, con <strong>de</strong>spreocupación. Me sentí<br />
completamente fuera <strong>de</strong> lugar.<br />
Pasaron así la hora y media que Alicia y Álex <strong>de</strong>dicaron a preparar la<br />
comida. Sólo me dirigieron la palabra para preguntarme sobre cosas sin<br />
importancia. Era como si perteneciéramos a dos mundos distintos, como si yo<br />
no estuviese a su altura. Como si no pudieran incluirme en su conversación<br />
porque daban por hecho que no me interesaba. Pero eso no era cierto. Les<br />
envidiaba. Anhelaba sentirme como el<strong>los</strong>. Era como si aquella fracción <strong>de</strong> la<br />
pandilla tuviese la respuesta al sentido <strong>de</strong> la existencia. Pensé en Valentina.<br />
Si no hubiésemos roto, yo estaría ahora en su mismo bando. <strong>La</strong> odié todavía<br />
más.<br />
Fue entonces cuando caí en la cuenta. ¿Quién era yo para amargarles la<br />
fiesta? El<strong>los</strong> no querían saber que uno <strong>de</strong> sus amigos era un <strong>de</strong>lincuente. ¿De<br />
qué les serviría saberlo?<br />
Cogí el móvil y llamé a Dani. Tenía que eximirle <strong>de</strong> mi absurda petición.<br />
Pero no logré hacerme con él, tenía el teléfono <strong>de</strong>sconectado.<br />
En ese momento llegaron Ángel y Car<strong>los</strong>. En su línea, a mesa puesta.<br />
Angelito ya lucía mejor cara. Prácticamente habían <strong>de</strong>saparecido las<br />
abolladuras <strong>de</strong> su rostro, aunque todavía mostraba las cicatrices enrojecidas.<br />
—¿Y Fran y Dani? —preguntaron entre risas.<br />
Daba la impresión <strong>de</strong> que venían <strong>de</strong> fiesta y todavía no se hubiesen<br />
acostado. Se reían <strong>de</strong> todo sin ningún motivo, no hicieron ningún caso a<br />
Rubén y tampoco trajeron ningún regalo. Fueron directamente a la nevera a<br />
coger unas cervezas y se refugiaron en un rincón, cuchicheando en voz baja.<br />
De vez en cuando soltaban alguna carcajada. Resultaba hiriente y molesto.<br />
Sentí rabia.<br />
74
Llamé a Fran sorprendido por su tardanza.<br />
—¿Dón<strong>de</strong> estás? —le pregunté.<br />
—En casa <strong>de</strong> mi madre. Quedé ayer con Dani en que pasaría a recogerme,<br />
pero no ha venido todavía. Le estoy llamando y tiene el móvil apagado.<br />
—Vale. Ahora voy yo —me ofrecí.<br />
De Valterna a Campolivar no había más <strong>de</strong> dos minutos en coche. En el<br />
trayecto pronostiqué que Dani no vendría. Era un cobar<strong>de</strong> y, aun así, no se lo<br />
podía reprochar. Es más, entendía su <strong>de</strong>cisión; e incluso la prefería.<br />
Recogí a Fran y regresé a casa <strong>de</strong> Alex. Hicimos un último intento <strong>de</strong><br />
localizarle y finalmente nos sentamos a comer sin él. Angelito, Car<strong>los</strong>, Fran<br />
y yo a un lado <strong>de</strong> la mesa; en el otro <strong>los</strong> <strong>de</strong>más. Dos conversaciones distintas.<br />
Dos mundos separados. <strong>La</strong> pandilla estaba rota. Ya no había unión ni<br />
conexión entre nosotros. El<strong>los</strong> tenían a sus bebés y nosotros teníamos nuestra<br />
fiesta. Miré a Fran y vi en sus ojos una expresión conocida. Al igual que yo, él<br />
también preferiría estar en el otro lado <strong>de</strong> la mesa.<br />
Llegó el momento <strong>de</strong> la tarta. Álex salió <strong>de</strong> la cocina con un enorme pastel<br />
entre las manos y se dirigió hacia Rubén. El niño lucía una sonrisa <strong>de</strong> oreja<br />
a oreja. Empezamos a cantar el Cumpleaños Feliz y, justo en ese momento,<br />
comenzó a sonar el móvil <strong>de</strong> Ángel.<br />
Sin pensárselo dos veces atendió la llamada y escuchó lo que le <strong>de</strong>cían. Al<br />
minuto estaba pálido, completamente aturdido.<br />
—¿Algún problema, Ángel? —le pregunté intrigado en cuanto colgó.<br />
Todos se giraron hacia él e intentaron hacerle reaccionar, pero era como si<br />
hubiese entrado en estado <strong>de</strong> shock.<br />
—¿Ángel, se pue<strong>de</strong> saber qué te pasa?<br />
Hubo un silencio y finalmente contestó tartamu<strong>de</strong>ando.<br />
—Era la policía. Quieren que mañana pase por la comisaría para hacer una<br />
<strong>de</strong>claración.<br />
—¡¿Cómo?! —preguntamos todos a la vez.<br />
—Han encontrado a Dani en su casa… Muerto.<br />
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CAPÍTULO SEGUNDO<br />
<strong>La</strong> crisis<br />
“(Del lat. crisis) || f. Cambio brusco en el curso <strong>de</strong> una enfermedad, ya sea<br />
para mejorarse, ya para agravarse el paciente || f. Mutación importante en<br />
el <strong>de</strong>sarrollo <strong>de</strong> <strong>los</strong> procesos, ya <strong>de</strong> or<strong>de</strong>n físico, ya histórico o espirituales.<br />
|| f. Situación <strong>de</strong> un asunto o proceso cuando está en duda la continuación,<br />
modificación o cese. || f. Momento <strong>de</strong>cisivo <strong>de</strong> un asunto grave y <strong>de</strong><br />
consecuencias importantes. || f. Escasez, carestía. || f. Situación dificultosa o<br />
complicada”. 2<br />
2 REAL ACADEMIA ESPAÑOLA. Diccionario <strong>de</strong> la Lengua Española, Espasa Calpe, Madrid, 2001,<br />
22ª ed.<br />
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