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suplemento cultural tres mil | # 1027 | sábado 14 de noviembre de 2009 | el salvador | folio 7<br />

Sobre la muerte de Carlos Briones<br />

Capítulo apócrifo de Sueños de sueños (1992) de Antonio Tabucchi<br />

Rafael Lara-Martínez | Académico y escritor salvadoreño<br />

El 23 de octubre de 2009, víspera de la<br />

festividad de San Rafael, a Marisol Briones,<br />

poeta y locutora radiofónica cultural, le acaeció<br />

un sueño. Soñó que revisaba su vida<br />

entera como si se hallara al borde de un<br />

patíbulo a escasos segundos de la muerte.<br />

Siendo niña, acompañada de su hermano<br />

Carlos, redimía el mundo por medio de letras<br />

que garabateaba en sortilegio y encantamientos<br />

mágicos de versos sin rima. Trataba<br />

de recordar una sola de esas sentencias<br />

con la esperanza de obrar un nuevo milagro.<br />

A coro, su repetición ritual los transportaba<br />

a lugares ignotos e insospechados en<br />

el trópico húmedo. Jamás habían escuchado<br />

óperas de Wagner pero, de trenzas, ella se<br />

imaginaba la valquiria Brunilda, mientras<br />

Carlos Briones luchaba contra dragones<br />

acorazados y la salvaba de asedios vikingos.<br />

Su vida transcurría entre temores infundados<br />

y pequeñas irritaciones estomacales<br />

que su hermano mitigaba con palabras<br />

risueñas y juegos intricados como damas<br />

chinas.<br />

Su relación la estrechó el primer exilio<br />

—quizás el segundo, intuía, al evocar poda<br />

de plasma y cordón umbilical. En un nuevo<br />

país, El Salvador, congeniaba con una familia<br />

extensa compuesta por presencias masculinas,<br />

quienes limaban su educación femenina<br />

poco propensa a lo mujeril. En la<br />

capital los absorbió una pubertad desobediente<br />

que primeros amores y retoques del<br />

Desde que éramos niños<br />

jugábamos a saber.<br />

Carlos era el sabio loco<br />

y yo algo así como szuper niña<br />

pasábamos largas horas<br />

inventando fórmulas para salvar al mundo.<br />

Crecimos entre libros<br />

mi primer acercamiento a la literatura<br />

fue por la envidiable colección<br />

de mitología vikinga<br />

que papá le había regalado, por<br />

la que aprendí a leer antes del kinder.<br />

Juntos enfrentamos el primer miedo a perdernos<br />

una mañana en que nuestros padres salieron<br />

y yo tuve hemorragias, pues inicie en la infancia<br />

problemas gastrointestinales.<br />

El me cuidaba como si fuera a quebrarme<br />

me quitaba con palabras, juegos y caricias, los temores.<br />

Cuando la casa dejó de ser hogar<br />

enjugó mis lágrimas al dejar Nicaragua.<br />

Nuestro mundo debió recomponerse, ampliarse,<br />

asimilarse.<br />

Entonces lo compartí con los primos salvadoreños<br />

sus cheros y hermanos, siendo parte de un mundo varonil<br />

al que me acostumbre rápidamente.<br />

Nos llegó la adolescencia con sus crisis<br />

él se hizo rebelde, yo medio hippie<br />

y sin embargo juntos disfrutábamos Santana,Yellow<br />

Submarine<br />

o mis bailes a lo Joe Cocker, más las amistades comunes<br />

donde se nutrieron los amores primeros.<br />

La época universitaria fue crucial en nuestras vidas<br />

en El Salvador hervía un río de injusticias y represión<br />

que obligaba a discusiones y decisiones<br />

Carlos Briones junto a su hermana, la poeta<br />

Marisol Briones. Foto Cortesía familia Briones.<br />

rock inglés diluyeron en vasto mar de dicha<br />

y danza, while my guitar gently weeps.<br />

Pero, en un medio social injusto y hosco,<br />

una temprana madurez hizo que sus sueños<br />

de inocencia se truncaran hacia guerras desconocidas.<br />

Su otro hermano, Ricardo, sufrió<br />

la mutilación de una pierna. Si Carlos<br />

Briones pensaba que la justicia debía<br />

mantenerse inmaculada, Marisol argüía que<br />

integridad y belleza siempre perdurarían<br />

mutiladas, a semejanza de Venus, en un<br />

mudo terrenal tan humano como violento.<br />

LUCTUOSA | Marisol Briones<br />

La pérdida de mi hermano Carlos Briones<br />

Entretanto, su madre se debatía entre dolor<br />

por el cercenamiento filial y desesperación<br />

de ver a su hija comprometida en causas<br />

militantes. Sólo el exilio la salvaría de<br />

toda muerte prevista, el cual percibía como<br />

«dura escuela» en olvido que la vida misma<br />

figuraba una simple vía de destierro corporal<br />

por tierra extranjera. Rememoraba serenata<br />

de adiós y consejos de hermano mayor<br />

ante su viaje.<br />

Años después, volverían a encontrarse,<br />

él profesional formado y ella, regresando<br />

de montañas tortuosas en ilusiones de poeta.<br />

Se unieron en matrimonio casi simultáneamente,<br />

al tiempo que sus caminos divergían<br />

de nuevo. Carlos Briones viajaba a<br />

Francia; Marisol, hacia la maternidad de<br />

réplica femenina del hermano, Karla, con<br />

quien él inauguró su paso a una segunda<br />

generación.<br />

Su hijo Edgardo llegó premonitorio luego<br />

de la ofensiva del ochenta y nueve entre<br />

inmolación desgarradora que anunciaba<br />

esperanza venidera. Pero antes de su arribo<br />

habría de emigrar de nuevo a islas australes<br />

con sus hijos. A su vuelta, encontró una familia<br />

ensanchada por sobrinos que interrumpían<br />

la agenda profesional de Carlos<br />

Briones.<br />

Todo auguraba una felicidad, sino perdurable,<br />

al menos renovada cada atadura de<br />

los años. No obstante, una llovizna tardía<br />

para ese mes de octubre, enturbiaba el en-<br />

hasta que la vorágine tocó a nuestro hermano Ricardo<br />

primera víctima militar del conflicto,<br />

como si fuera culpable de actos que jamás cometió<br />

cercenando una de sus piernas.<br />

Fue en el hospital, velando por su vida,<br />

que tuvimos la primera separación con Carlos<br />

pues él conocía mis ideales y con dureza me decía<br />

que una causa justa no debía arrastrar injusticias.<br />

Año terrible aquel para mi madre<br />

que tuvo que ver al mayor de sus hijos mutilado<br />

y a la menor, la niña, capturada.<br />

Ricardo salvó mi vida a cambio de que abandonara el<br />

país.<br />

Mi última noche en San Salvador<br />

Carlos y los amigos trajeron serenata, toda la noche<br />

para espantar la tristeza.<br />

Abrazados lloramos cantando el Sapo Cancionero.<br />

Camino al aeropuerto me llenó de consejos<br />

para enfrentar el mundo con mi corazón infantil<br />

hecho adulto a la fuerza, me decía.<br />

El exilio es dura escuela<br />

nuestros pasos siguieron distintos caminos.<br />

Años después, ya él joven economista de MIPLAN<br />

iría a recoger en la Troncal del Norte<br />

a su hermana volviendo de Chalate.<br />

Suplió con vitaminas el hambre que traía<br />

y sin miedos o prejuicios me presento en su mundo.<br />

Éramos tan hermanos que decidimos casarnos<br />

con una semana de diferencia antes de su viaje a Francia.<br />

A su regreso encontró a Karla<br />

sobrina y ahijada con quien estrenó sentimientos<br />

paternales.<br />

Para la ofensiva del 89<br />

embarazada de mi hijo Edgardo<br />

sueño. Con asombro, ella la observaba desde<br />

la ventana clausurada de su casa, mientras<br />

la figura diáfana de su hermano se<br />

perdía en un horizonte nublado que apenas<br />

iluminaba el ocaso.<br />

Agitando la mano a manera de despedida,<br />

con tintura de neblina escribía un mensaje<br />

que ella hasta más tarde interpretaría como<br />

conclusivo. «Durante «todas las noches del<br />

mundo», henchido de dolor conversaba con<br />

las piedras, interlocutora única, a quien les<br />

confesaba que prefería el reflejo sonrojado<br />

del crepúsculo en la cuenca de las manos<br />

que colmarlas de oro macizo. Sólo el poniente<br />

me entregaba acordes perdurables<br />

más allá de toda lamentación y llanto».<br />

Al despertar, ese día de San Rafael, se<br />

hallaba junto al féretro de su hermano cuya<br />

muerte rauda nadie explicaba por imprevista<br />

y apresurada. Sólo un coro de cánticos<br />

serenos y constantes como delicada llovizna<br />

imploraban razones de lo que carecía<br />

de motivo. Al salir de la vigilia, solitaria ya<br />

y sin arrebato, se refugió en el jardín que<br />

accedía a la puerta principal de su casa y<br />

escribió «Luctuosa» en un papel más blanco<br />

que la bruma que envolviera a Carlos Briones<br />

y con una tinta china indeleble, más negra<br />

que su duelo.<br />

Ese día de San Rafael, Marisol Briones<br />

también se revistió de nube y tormenta…<br />

Comala, 6 de noviembre de 2009<br />

nos refugiamos en su casa.<br />

Allí recibimos la terrible noticia del asesinato de Ellacu<br />

y los otros mártires jesuitas<br />

intentamos consuelo en un abrazo hondo, dolorido,<br />

inverosímil.<br />

Mi parto se adelantó, la vida del bebé estaba en riesgo<br />

su corazón generoso rápido se puso en disponibilidad.<br />

Me fui a Australia, esta vez con los hijos, esta vez con<br />

más pena.<br />

Los Acuerdos de Paz, trajeron esperanza,<br />

retornaron mis pasos.<br />

Nuestras ópticas, nuestros mundos ancharon el espacio<br />

entre ambos.<br />

Hasta que le nacieron Carlos y Andrés, culmen de su<br />

felicidad,<br />

prioridad en su larga agenda de libros, estadísticas, viajes,<br />

conferencias<br />

sus hijos, nuestra familia, el núcleo donde compartíamos,<br />

discutíamos<br />

y donde esperábamos con abrazos y buenos deseos cada<br />

nuevo año.<br />

¿Por qué entonces Carlos te has ido así con tanta prisa<br />

por qué me has dejado en la mitad de esta nueva historia<br />

huérfana, vacía, sola.<br />

Por qué no hubo el tiempo suficiente para los besos<br />

que a los Briones nos cuesta dar.<br />

Por qué estalló tu sangre, mi sangre<br />

y todos los rincones se pueblan de tristeza.<br />

Quién nos arrebató la risa<br />

nos cortó los sueños<br />

Por qué tantas interrogantes<br />

que no me dan respuesta ni consuelo<br />

por qué hermano<br />

por qué?

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