HORIZONTES - Congregación Mariana de la Asunción

Horizontes
actividad como introducción al tema,
y se formaron grupos de voluntarios
por temas para que profundizasen
en los mismos mediante lecturas
y reuniones, sin que en esta
primera etapa llegase a producirse
más que un par de valientes y prospectivas
charlas en plazas más o
menos receptivas.
Todo ello fue seguido de
cerca por un experto consejo rector
que amparaba, tutelaba y sostenía
las iniciativas de voluntarios y directores,
que constituyeron en aquellos
inicios el Padre Jorge de la Cueva,
S.J –cuyo nombre nos aseguraba
la mejor de las acogidas allá donde
fuéramos-, los entonces Presidentes
Sibi y Santiago Domínguez, los Vicepresidentes
Inés y Pedro Manuel
Pérez de Ayala, Mª José Hurtado
como Secretaría, y Fernando Vez
como Tesorero. Con el tiempo se
añadió el P. Pablo Cervera. Suya fue
la tarea de conformar una biblioteca
de referencia, entonces considerada
esencial para la formación de los
voluntarios.
En aquellos tres años la
realidad puso freno a muchos sueños.
A los voluntarios les suele sobrar
entusiasmo, sobre todo al inicio,
pero rara vez disponen de mucho
tiempo. Contratar profesionales
que dieran continuidad a las tareas
asistenciales de orientación y permitieran
un crecimiento del centro,
así como facilitar la formación de
nuevos voluntarios en las actividades
en que se requería cualificación,
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eran requisitos previos a la difusión
del centro, si se quería asumir la
demanda que esto habría de producir.
Sin embargo, nuestra adscripción
eclesiástica nos vedaba el acceso
a cualesquier subvención
pública, por loable y social que se
reconociese nuestra tarea, y nos
obligaba a llegar hasta donde pudiésemos
pero sólo con nuestras fuerzas.
Durante el primer curso molestamos
a todo Canisio o Fructuso que
hubiera cometido el descuido de
facilitar su teléfono. Repasamos
horarios, estudiamos posibilidades
de colaboración, y aunque algunos
acabaron integrándose en esta o
aquella actividad, a la mayoría aunque
no les faltaba voluntad, hubieron
de resignarse ante el tiempo,
domador inflexible de nuestros deseos,
por buenos que estos sean.
Muchos de los que no tuvieron ese
tiempo que dar, contribuyeron generosos
a mantener el Centro, y
afortunadamente muchos otros
alcanzaron ambas cosas. Al fin, y a
la postre aunque se adivinaran nuevos
horizontes posibles, Olaz había
nacido para dar de nuestra Congregación
un medio con el que servir a
la Iglesia desde nuestra personalidad
mariana, nuestra espiritualidad
ignaciana y de acuerdo a la naturaleza
familiar que nos constituye, y
eso estaba gracias a Dios y a María,
si no cumplido, si en franco camino
de ser un Hecho.
Nuestro último acto como
directores, fue tal vez el más sabio,