Romances históricos - Biblioteca Virtual Universal

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Del hogar la estancia toda falsa luz recibe apenas por las azuladas llamas de una lumbre casi muerta.260 Y los altos pilarones, y las sombras que proyectan en pavimento y paredes, y el humo leve que vuela por la bóveda y los lazos265 y los mascarones de ella, y las armas y estandartes que pendientes la rodean, todo parece movible, todo de formas siniestras,270 a los trémulos respiros de la ahogada chimenea. Men Rodríguez de Sanabria, al entrar en tal escena se siente desfallecido,275 y sus duros miembros tiemblan, advirtiendo que don Pedro no en su lecho, sino en tierra, yace tendido y convulso, pues se mueve y se revuelca,280 con el estoque empuñado, medio de la vaina fuera, con las ropas desgarradas, y que solloza y se queja. Quiere ir a darle socorro...,285 mas, ¡ay!, en vano lo intenta, en un mármol convertido quédase clavado en tierra, oyendo al rey balbuciente, so la infernal influencia290 de ahogadora pesadilla, prorrumpir de esta manera: * «Doña Leonor... ¡vil madrastra! quita, quita... que me aprietas el corazón con tus manos295 de hierro encendido..., espera. »Don Fadrique no me ahogues... No me mires, que me quemas. ¡Tello!... ¡Coronel!... ¡Osorio!... ¿Qué queréis traidores?, ¡ea!300 »Mil vidas os arrancara ¿No tembláis?... Dejadme... afuera, ¿También tú, Blanca?... Y aún tienes mi corona en tu cabeza... »¿Osas maldecirme? ¡Inicua!305
Hasta Bermejo se acerca... ¡Moro infame!... Temblad todos. Mas, ¿qué turba me rodea?... »¡Zorzo, a ellos!: ¡Sus, Juan Diente, ¿Aún todos viven?... Pues mueran.310 Ved que soy el rey don Pedro, dueño de vuestras cabezas. »¡Ay, que estoy nadando en sangre! ¿qué espadas, decid, son ésas?... ¿qué dogales?, ¿qué venenos?,315 ¿qué huesos?, ¿qué calaveras?... »Roncas trompetas escucho... Un ejército me cerca, ¿y yo a pie?... Denme un caballo y una lanza... Vengan, vengan.320 »Un caballo y una lanza. ¿Qué es el mundo en mi presencia? Por vengarme doy mi vida; por un corcel, mi diadema. »¿No hay quien a su rey socorra?»325 A tal conjuro se esfuerza Sanabria, su pasmo vence, y exclama: «Conmigo cuenta.» * A sacar el rey acude de la pesadilla horrenda:330 «¡Mi rey! ¡Mi señor!» le grita, y lo mueve, y lo despierta Abre los ojos don Pedro y se confunde y se aterra, hallándose en tal estado335 y con un hombre tan cerca. Mas luego que reconoce al noble Sanabria, alienta, y, «Soñé que andaba a caza», dice con turbada lengua.340 Sudoroso, vacilante, se alza del suelo, se sienta en un sillón, y pregunta: «¿Hay, Sanabria, alguna nueva?» «Señor -responde Sanabria-,345 el francés hizo la seña.» «Pues vamos, -dice don Pedro-, haga el Cielo lo que quiera.» Romance Cuarto Los dos hermanos
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Y en una desierta calle, donde sus
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a ofrecerle ser su esposa y a jurar
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a diez pasos, dando un grito: «Ret
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que del devoto concurso295 tiene la
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el que deslumbró su vista: cubiert
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un momento la examina,490 y ora las
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Este Hernando, este mancebo585 era
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tan lamentable suceso, la sangrient
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(después de dar a las llamas y de
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de frugalidad modelo: y que de venc
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miran hacia el campamento, donde, c
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y para hombre bien nacido el honor
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sordo haciéndose a la befa de lice
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vuelto al marqués de Pescara,515 d
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lazos, borlas y cordones. En el alt
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allí donde más feroces los enemig
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Herido su rostro noble, pasado el b
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y los de Borbón soberbio, y entre
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Respóndele el derribado: «Soy el
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«Guardaréle, que colgarle de mi e
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como el marqués contestase: «Señ
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del alto esfuerzo español. Y cauti
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al lado de una gran mesa45 que cubr
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Sostenido por sus pajes desciende d
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Dijo el conde, la real mano besó,
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en la mesa, en el despacho, en la v
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de pajes y de escuderos. Mas la pen
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triunfó la fuerza, y el Cielo mir
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en el alma y el vestido tornó, ¡i
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sus comparsas y libreas, joyas, arm
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del palacio en los balcones la vist
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de las inclinadas picas, y negros l
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alicatadas cornisas, Ayuntamiento y
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En la soberbia capilla985 donde las
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en que expresión nunca vista de af
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van a cumplirse tres siglos5 que su
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no se qué sus ademanes de una finu
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vestido de negro un hombre, que en
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illa la persona ilustre375 de doña
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y un gran tropel de lacayos, los qu
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exceso del amor propio, cuyos esfue
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forman estruendo confuso en que ya
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las águilas imperiales van ahuyent
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no vocación fervorosa, sino viles
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pesos, báculos y varas, y hasta ab
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que era poderosa ayuda, sin poder s
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y, de polo a polo su brazo tan sól
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Romance Primero La tarde Entre Este
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cúmpleme, pues, tus palabras; no t
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clavada está. Los destellos de la
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más hinchada, más soberbia. Ve en
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Súmese como voluntario o donante ,
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