nº 178/16-ix-1999 semanario de información religiosa - Alfa y Omega

ΑΩ
Criterios Nº 178/16-IX-1999 9
La doctrina
de la
justificación
Proximamente, en la ciudad alemana
de Augsburgo, la Iglesia
católica y la Federación Luterana
firmarán definitivamente la Declaración
conjunta sobre la doctrina
de la justificación, en la
que se reconoce que se ha alcanzado
el consenso sobre verdades
definitivas respecto a la
doctrina de la justificación. El
cardenal Joseph Ratzinger, Prefecto
de la Congregación para
la doctrina de la fe, señala lo siguiente
sobre este acuerdo:
Las dos partes han subrayado el
hecho de que no se ha llegado
simplemente a un consenso sobre la
doctrina de la justificación en cuanto
tal, sino sobre verdades fundamentales
para la doctrina de la justificación.
Por tanto, hay sectores
donde existe realmente un acuerdo,
pero quedan otros problemas sin resolver.
No se trata de las fórmulas
tomadas en sí mismas, sino consideradas
en su contexto, como en el caso
del «simul iustus et peccator».
Para Lutero, perseguido por el temor
de la condena eterna, era importante
saber que, aunque fuera un pecador,
Dios le amaba y justificaba. Para
él existe simultaneidad: ser verdadero
pecador y estar totalmente
justificado. Es una expresión de su
experiencia personal, que luego fue
profundizada con reflexiones teológicas.
Mientras que para la Iglesia católica
es importante subrayar que
no existe dualismo. Si uno no es
justo no está tampoco justificado.
La justificación, es decir, la gracia
que recibimos en el sacramento, covierte
al pecador en una nueva
criatura, como dice san Pablo. Pero
permanece, como dice el Concilio
de Trento, la concupisciencia,
es decir, una tendencia al pecado,
un estímulo que lleva al pecado,
pero que, en cuanto tal, no es pecado.
Éstas son disputas clásicas.
El problema se vuelve más real
si tomamos en consideración la presencia
de la Iglesia en el proceso de
la justificación, la necesidad del sacramento
de la penitencia. Aquí
aparecen las verdaderas divergencias.
Cardenal Joseph Ratzinger
en 30 Días
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La tragedia que estos
días se está viviendo
en Timor Oriental, como
la de Kosovo, y la de Rusia,
y la de tantos países
africanos, y como la no
menos dramática de los
países ricos de dinero y
de miserias morales, no
son cosas que queden al
margen de la educación
de nuestros hijos. Conviene
tenerlo bien en
cuenta ahora que comienza
un nuevo curso
escolar.
El Camino de Santiago,
en este último Año
Santo Compostelano del
siglo y del milenio, está
vibrando especialmente
con las pisadas de numerosos
peregrinos, la
mayoría jóvenes, que caminan
con el deseo de
llegar hasta la tumba del
Apóstol, de divisar las
agujas de su catedral
desde el Monte del Gozo,
y de contemplar, y tocar
con los manos, el prodigioso
Pórtico de la Gloria
del Maestro Mateo,
expresión inigualable de
la meta de la vida. Este
año el Camino que hizo
Europa se nos ha hecho
a todos más familiar, aun
a quienes no han tenido
la oportunidad de caminar
por él, y se nos brinda
como un espléndido
signo del curso que comienza.
El inicio del nuevo
curso para los más pequeños
es ocasión propicia
para que todos, especialmente
los adultos,
padres y educadores, caigamos
en la cuenta del
sentido y del significado
de la existencia. No es
humano ir pasando un
curso tras otro caminando
hacia ninguna parte,
o hacia metas parciales,
incapaces de dar cumplimiento
a la vida. No
es humano vivir sin que
crezca la certeza de estar
caminando hacia una
meta verdaderamente
digna del hombre. La tarea
educativa deja de ser
humana cuando olvida
esto, por otra parte tan
elemental. Y, sin embargo,
en buena medida,
permanece olvidado.
Es importante sin duda
cuidar lo que se ha dado
en llamar calidad de enseñanza,
por lo que respecta
a los libros de texto,
al material escolar, a las
instalaciones educativas,
y sobre todo a los profesores,
pero más aún es
necesario cuidar la orientación
a la meta verdadera
de todas esas realidades,
porque si no, no puede
hablarse de calidad, y
sucederá lo que al que corre
en dirección equivocada:
cuanto más rápidamente
lo haga, más lejos
estará de la meta.
Educar es introducir a
la realidad. El término
realidad es al término educación
como la meta al camino;
la meta es el significado
del caminar humano.
Introducir a la
realidad total: así precisa
Jungmann su definición,
que pone de manifiesto
la extraordinaria importancia
de la tarea educativa,
que ha de abarcar a
la persona en su totalidad,
y a su relación con
El riesgo y
el deber de educar
la realidad toda. No basta
con que el niño sepa
muy bien las Matemáticas
y la Geografía, y además
la Historia y la Informática,
y practique
además todos los deportes
y las artes... Si no
aprende a vivir, en la totalidad
de su ser y ante
la realidad entera, habrá
fracasado su educación.
¿Y no es acaso la enseñanza
de la Religión, y
más aún la perspectiva
religiosa iluminando todas
las otras disciplinas,
lo que realmente evita
dicho fracaso?
Si no queremos que el
nuevo curso sea un fracaso,
los padres, que son
los primeros educadores,
y los profesores en estrecha
colaboración con
ellos no deberían ahorrar
esfuerzos –ni dinero, que
con frecuencia se invierte
en lo menos necesario–
en tener siempre
presente la verdadera
meta, a la medida del
hombre, del camino educativo.
Eso los compromete
en primera persona.
Ése es su deber. Ahí
está la clave.
La ausencia de esta
clave está dando lugar a
ese sinfín de alternativas
que son, de hecho, lo que
está educando –deseducando,
o más bien destruyendo–
a niños, jóvenes
y adultos, llámense
gabinetes astrológicos,
consultores transpersonales,
o simplemente
tanta vacía y frenética actividad,
escolar o extraescolar,
disfrazada de seriedad
y de eficacia, que
no va a ninguna parte...
Mejor dicho, va adonde
no debiera ir: a la tristeza
de una vida sin sentido,
que llena de muertos a
Timor Oriental y de drogadictos
–de drogas reconocidas
como tales y
de las camufladas– al
mundo occidental.