1 Hoy Julio 22 del año 2011, sumido entre las ... - Hoz de Jaca

Hoy Julio 22 del año 2011, sumido entre las sombras de los
bosques, que rodean, dan vida y testimonio silencioso al
lugar marcado por la peña de La Hoz, en las tierras Tensinas.
Recuerdo y rememoro los momentos pasados contigo,
conmigo, con el sol el viento y el silencio. Tiempos aquellos
que vivimos los dos en los mismos lugares y a distintas
horas. Tú que leerás estas palabras, dentro de dos
mil años te habrás convertido en un testigo impertinente
de aquello que yo fui. Serás una parte indivisible de mi
historia, porque sencillamente hoy, lector impenitente, eres
cómplice y testigo, guardián, protagonista, alquimista, mago
y sumo sacerdote, bruja o duende, ninfa o trol. Una parte
compleja unida inexorablemente al destino incierto e
irreverente.
Te has convertido de repente en un hecho entre los
hechos, una mirada atrás en el camino, una desesperanza, un
pensamiento ambiguo, un paso en el vacio, una parte
inconclusa de mí efímera existencia, de ti, de tu ignorada
presencia, un silencio junto a un pretérito imperfecto.
Yo, protagonista del hecho, que solo soy un
pensamiento, después de tanto tiempo de buscar y ser
irreverente, lascivo, patético y vulgar. Amamantando sueños
pecadores y esperando a ser apenas, un instante del día de
mañana. Descubro, que tenía los dedos vacios de añoranzas,
y los bolsillos rotos, de tanto guardar pedazos de futuro,
convertidos en sacos llenos de tristezas, que no llegan
siquiera a ser tristezas.
Que tristes las tristezas. (Comentario estúpido y
vulgar)
Tenía, como tantos, las manos repletas de sueños,
que se pierden, como el agua se pierde entre los huecos de
los dedos, doblados y doloridos, de las manos, por la
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artrosis. Fruto y consecuencia de la penitencia cumplida para
remediar los pecados de otros, que fueron el origen y
tuvieron la consecuencia, que nos hace a nosotros reos
penitentes, ajenos a la ofensa indecorosa de aquellos que
quisieron comer de la manzana, o de otras cosas.
Somos nosotros digo, aquellos, los hombres
inhumanos a los que les falta una costilla y les sobra el
hambre de querer, tener, saber, ser. Quienes pagamos las
consecuencias del hecho luctuoso de aquellos que quisieron
saber. Y ahora, pagamos, ganándonos el pan con el sudor, el
frio y el dolor. Saciados y cargados de indecorosas
penitencias. Ante el duro banco de trabajo.
Todo ello por querer saber.
Dentro de dos mil años sabrás que lo supimos.
Teníamos, los pobres pecadores, la sonrisa yerma de
esperanzas. Carecíamos de futuro, estábamos perdiendo el
tiempo, caminando entre recuerdos y ganando con esfuerzo,
el silencio y el olvido eterno.
Eran días de tardes cortas, y noches espesas, rellenas
de calor, de añoranza por aquello que no fue, y de deseos
perdidos buscando “sin respuestas”.
Los ojos llorosos, embozados detrás de lágrimas
secas por el ayer, miraban más allá de la soledad. Y el
pensamiento, vagaba entre el hoy y el mañana. Sabíamos los
dos, es decir, mi yo y mi ausencia, al mirar hacia atrás y
hacia el mañana, cual corto es el camino entre el ayer y la
nada.
Los surcos de la frente reflejan mas penas que
alegrías. Surcos profundos, grabados en la piel, esculpidos
sin piedad en nuestro rostro de seres carininfos. Repletos de
ignorancia, de deseo febril, de tardes de sol y mañanas de
escarcha. Mientras, apoyada la espalda contra el tronco de
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un árbol caído, derribado por el viento y la inclemencia de
Dios, a la vera de cualquier camino, que recorra el largo
trecho inexistente entre el aquí y el mas allá. Las manos
ocultas dentro de unos bolsillos vacios, se empeñaban en
buscar la esperanza en el futuro que guardamos un día de
hace ya,, sin saber, que hacia tiempo, que no existía.
Un cigarro, fumado a escondidas, sujeto con desgana,
entre la comisura de unos labios resecos, se empeñaba en
recordarnos detrás de cada una de las bocanadas de espeso
humo azul, que solo somos parte consustancial de la ceniza,
nos consumimos detrás de cada inspiración y expiración a un
ritmo de trece las veces que expiamos las penas por minuto,
para ganarnos el cielo de los justos.
Dejamos que los sueños sean sueños y dueños a la
vez de nuestra mente, y los deseos se conviertan tan solo en
cuentos, tal vez en historias de antaño contadas al amor de
unos versos que no tienen poeta, ni rima, ni rapsoda para
darles forma, convirtiendo tercetos en sonetos, y las elegías
en endechas, al leer los sentimientos con sentidos.
TU, ajeno a la existencia, miembro del infinito, ser
sin futuro mas allá del allá y del pasado.
Cuando leas estos sentimientos, que un día escribí
con sentimiento, tal vez después de que hayan pasado dos
mil años, tú dirás: ha pasado un segundo desde ayer en mi
reloj de nadie y ese hombre, con ojos de mendigo suplicante,
que estuvo ahí sentado con la espalda apoyada en aquel
árbol, esperando a que yo le diese una respuesta, una simple
mirada, un pensamiento, se canso de esperar, se consumió
fumándose a si mismo, y desapareció en forma de humo azul
perdiéndose en la nada, empujado por el viento del sur,
dejando simplemente, apenas un recuerdo.
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Dentro de dos mil años, cuando tu me leas, si es que
acaso te acuerdas de quien fui, o de saber donde esta aquel
papel que dejaste para leer mas tarde, dentro de dos mil
años, después de haber devorado implacablemente las
estrellas y de haber consumido el tiempo en soñar con
sueños imposibles, con cielos imposibles, con caricias y
besos imposibles. Yo seré simplemente un hombre que pasó
por tu lado con una corbata de colores de sueños diferentes,
que te hizo sonreír por un instante con sus cielos inmensos
de mendigo, sus versos de abedul y sus palabras de amor
mecidas entre cuentos de hadas y misterios.
Buscaba una sonrisa, una caricia, una palabra que
saciara su sed de eternidad, antes de convertirse en un rayo
de sol de media tarde.
Dentro de dos mil años, cuando tú me leas, habranse
devorado estrellas y muchachas implacables, y en la
crueldad de tu alcoba fornicante huirán en mil centellas de
luz y de elegía, los últimos lamentos, las últimas plegarias,
las últimas blasfemias de mi olvido iracundo, vivido para
nunca. No sé, será seguramente dentro de dos mil años.
Cuando tu me leas, dentro de dos mil años, donde
estará el deseo de saberte, donde estará el deseo de tener tu
mano entre mis manos recogida, cuando te tomes el pulso de
los siglos y renueves el juramento en las noches iluminadas
de capricornio, sobre los dormitorios repletos de deseos
moribundos, acuérdate del mar, de las montañas y de las
tardes de otoño, de aquellos sortilegios ebrios de sed y de
aquel hombre remoto sumido en un impenetrable infierno de
alegría despedazada, que flota a pantocazos, sobre tus
sueños de nadas circundantes, desafiando océanos impávidos
de estrellas, mientras se enfrenta en solitario con la alegría
de saber, que navega en mitad de un mar de nubes entre su
efímera existencia y tu recuerdo.
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Entonces, como una brisa despedazada recorrerá tu
mente y por primera vez te darás cuenta que realmente
existes, como existió aquel hombre obtuso y silencioso, que
sentado junto al abismo de la vida traspasada, haciendo caso
omiso al vértigo del tiempo transcurrido, con ojos de futuro
silencioso y voz entrecortada, nos advierte que nada importa
ya ante la incongruente sorpresa de la inexistencia.
Dentro de dos mil años, cuando leas estas palabras y
te acuerdes de ti, de mí de todos los que anduvimos mas allá
del entorno de la nada, sabrás que solo eres nada, que nada
importa ya, entre tumbas, olvido, viento y nubes.
Mas allá de la tarde asistirás a la demostración
dolorosa de que el infinito se ha hecho para ti, mientras
violas sagradamente tus días y venidas, entre puños y besos,
tristezas y alegrías. Y conviertes tu verdad en olvido, y tus
pasiones en sueños, indecorosos sueños plagados de
nostalgias y supersticiones.
Tu, dentro de dos mil años, te acordaras de mi, serás
seguramente la única mente por la que transcurra, me
mantendrás vivo mientras ocupo con desgana los aposentos
de tus recuerdos vacuos y me revuelvo como se revuelven
los tigres enjaulados en jaulas de papel, y barrotes hechos
con varas de fresno y abedules. En los entresijos de deseos
apenas incumplidos y apenas penitentes, mientras llenas la
vida que te queda de deseos de otra vida que fue, y quisiste
tener y la perdiste sumida y consumida por conjuros de amor
y estupideces, mientras yo deambulaba, sin saber que decir
ni donde estar, surcando tu viejo corazón de niño ingrato,
entre horas sin cerco y amarguras, caminando sobre los
campanarios y espadañas de las viejas iglesias, tocando a
vísperas y a muerto las campanas y esquilas del silencio,
llenando de amarguras proféticas, los valles y pueblos
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olvidados bajo capas y capas de murmullos y silencios
retorcidos. Entre sonidos a muerto y a nostalgia, modelando
y moldeando con sollozos y arrogancia la aurora de los
dioses.
Tu, hermano maldito, minero de amarguras, labrador
de sueños, guerrero infatigable que consumiste tu vida entre
sin sabores y añoranzas, luchador sanguinario que nunca
supiste lo que era guardar para un mañana la bandera de
ayer. Guerrero inverosímil que consumiste las noches entre
guerras de raso, guardias, e imaginarias, en un sin sentir
antes del alba. Nunca supiste si iba a existir el alba antes de
que llegase el alba.
Sin una noche fija, más allá del porvenir de un nuevo
amanecer, en las noches sin final, con los ojos perdidos en el
infinito inexistente, ante el campo de batalla de un nuevo
porvenir, de un nuevo día.
Busca, acaricia, mata sin piedad, asesino de nadas de
días y de noches, ávido de esplendores, y ahíto de medallas
para lucir en tu pecho descarnado de hombre malherido, tus
manos quedaran como tu alma, llenas de muerte y de
mortajas, pero de todo has de tener noticias detalladas,
cuando leas estos versos, frases y palabras, dentro de dos mil
años.
Hasta entonces, buscare entre la umbría, tu caricia y
tu conjuro en la confluencia de las noches que crucen con la
orbita de acuario.
Y mientras llega el tiempo de ser un instante, seguiré
con la espada apoyada en el viejo árbol, a la vera de
cualquier camino que recorra el trecho inexistente entre el
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hoy y el mañana, fumándome a mi mismo, hasta que solo
sea azul, humo azul, ceniza y recuerdos.
En cualquier camino entre los bosques que llevan a ninguna
parte de Hoz de Jaca
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Antropopaica
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