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Contribución de Momentos de Decisión<br />
www.mdedecision.com.ar<br />
la amalgama<br />
Por Gustavo Sánchez, (Rosario / Argentina)<br />
Usado con permiso.<br />
ObreroFiel.com - Se permite reproducir este material siempre y cuando no se venda.<br />
“¿Qué quiero, mi Jesús?....quiero quererte.<br />
Quiero cuanto hay en mí del todo darte<br />
sin tener más placer que agradarte,<br />
sin tener más temor que el ofenderte....<br />
Quiero amable Jesús abismarme<br />
en ese dulce hueco de tu herida<br />
Y en sus divinas llamas abrasarme.<br />
Quiero por fin en ti transfigurarme,<br />
Morir a mí para vivir tu vida,<br />
perderme en ti Jesús y no encontrarme”<br />
Calderón de la Barca (1600-1681)<br />
“El medio es el mensaje”<br />
Marshall Mc Luhan<br />
Hay una escena en la versión cinematográfica de la novela de Humberto Eco “EL NOMBRE DE <strong>LA</strong><br />
ROSA”, del director Jean Jackes Arnaud, en la que franciscanos y dominicos (dos órdenes de sacerdotes<br />
católicos) discuten acerca de la pobreza. Los franciscanos, inspirados en su fundador, insistían en ser<br />
pobres pues Cristo mismo había sido pobre. En el acalorado debate un representante de los dominicos dice<br />
"Que Cristo sea pobre, bueno, pero que su iglesia lo sea...".<br />
La anécdota no pretende criticar a determinada iglesia, sino tomar el caso como un paradigma de<br />
todo cristianismo. ¿Acaso puede haber objetivo más sublime para la iglesia de Jesucristo, que imitarle a él?<br />
¿No es este el plan gestado en el corazón de Dios? ¿No se trata acaso de reproducir en nuestras vidas las<br />
actitudes del Maestro por excelencia? Las preguntas no necesitan respuesta. Por supuesto que el plan de<br />
Dios no se agota en que las personas se salven, crean en el evangelio y nada más. El objetivo es formar a<br />
Cristo, que su carácter se amalgame con el nuestro, desplazándolo, para que el suyo ocupe ese lugar. Que<br />
nuestro espíritu y el suyo se mezclen de tal forma que se unifiquen, llegando a pensar, sentir y vivir como<br />
él. ¿Utópico? No debiera serlo.<br />
Las Escrituras plantean a la relación del mismo Dios con los hombres redimidos como un gran<br />
misterio, oculto desde edades antiguas, pero ahora REVE<strong>LA</strong>DO. ¡Qué privilegio poder conocer el deseo<br />
profundo de Dios! De la misma forma que un matrimonio es mucho más que la unión civil de dos<br />
personas, la Escritura revela que se trata de una fusión de espíritu, alma y cuerpo ("no serán más dos, sino<br />
uno", Gn. 1:27). Por eso el apóstol Pablo toma esa figura y la aplica a la relación de Cristo con su iglesia<br />
(Efesios 5:26), y es más, lo llama "un misterio", y "grande" (versículo 32). El que se une al Señor, un<br />
Espíritu se hace con él, es la declaración enfática del apóstol (1 Co. 6:17). Este razonamiento es el que<br />
habilita a Pedro para afirmar "que somos participantes de la naturaleza divina" (2 Pedro 1:4). En verdad es<br />
un misterio grande. DIOS REVE<strong>LA</strong>DO, MANIFESTADO A TRAVES DE SUS HIJOS.
Dios el Padre tiene un misterio: CRISTO (Col. 1:26-27).Cristo, a su vez tiene un misterio: la<br />
IGLESIA (Efesios 3:10, entre otros). Y la iglesia también tiene un misterio: la PIEDAD (1 Ti. 3:16) cuya<br />
profunda semántica no se agota en el singular hecho de que Dios se haya manifestado en carne en la<br />
humanización de Jesucristo. Esa unión hipostática de la naturaleza humana con la divina que va más allá<br />
y abarca conceptualmente la unión del ser humano con la persona misma de Dios, lo terrenal unido a lo<br />
trascendente, en el desarrollo metafísico más incognoscible. El oro y el barro: Dios habitando en los<br />
hombres.<br />
Cantamos "De gloria en gloria te veo, cuanto más te conozco, quiero saber más de ti... quiero ser<br />
más como tú, ver la vida como tú", pero ¿no son veces expresiones dichas por costumbre? Ahora la<br />
canción no podía ser más acertada. Reconoce que el secreto de la transformación a la misma imagen del<br />
Señor está en esa metamorfosis de la que habla 2 Corintios 3:18: "nosotros todos, mirando a cara<br />
descubierta como en un espejo la gloria del Señor, somos transformados de gloria en gloria en la misma<br />
imagen, como por el Espíritu del Señor". Cuando uno se vuelve al Señor se quita un velo, dice Pablo. El<br />
Señor (Cristo) es el Espíritu que vivifica (2 Co. 3:6, 1 Co. 15:45). Mirar la gloria del Señor a cara<br />
descubierta significa que nosotros podemos verle, conocerle. Reflejarle es hacer posible que los otros<br />
puedan verlo a él a través de nosotros. Somos como espejos que reflejan a Cristo y su gloria, por eso<br />
nuestra cara debe estar completamente “descubierta”, a fin de ver y reflejar sin impedimentos.<br />
Precisamente para esto Cristo habita dentro de nosotros, para que seamos uno con él y seamos<br />
transformados a la imagen del Señor, ¡esto es glorioso! Nuestra función es imitarle, mimetizarnos con él,<br />
que la gente no nos vea a nosotros sino a él. En esta función está ocupado, trabaja dentro de nosotros,<br />
para que nos rindamos a él y seamos usados por él.<br />
Existe una tradición entre los indios del noroeste de los Estados Unidos. Cuando el alfarero viejo va<br />
a dejar su oficio celebra un rito en el que entrega a un joven discípulo su mejor obra, la que considera el<br />
fruto de largos años de experiencia, la que refleja su capacidad, su conocimiento, el resultado de su<br />
experiencia. En resumidas cuentas, esa pieza habla de hasta dónde ha podido llegar en el<br />
perfeccionamiento de su arte. Lo curioso es que tal objeto no es para ser admirado, reverenciado como<br />
una reliquia, ni para ser expuesto en la vitrina de algún museo. La ceremonia consiste, así lo manda la<br />
tradición, en que el joven alfarero toma la preciada obra y la estrella contra el suelo, la destroza en miles<br />
de pedacitos, los que mezcla con su masa, su propia arcilla, y forma una sola masa.<br />
No podía menos que imaginar que igual sucede con nosotros. No es el propósito divino que sólo<br />
adoremos y reverenciemos a Cristo. Él no es nuestro prócer, expuesto en algún cuadro, vitrina o retablo,<br />
una persona ejemplar pero ajena a nosotros. Él murió y resucitó para "mezclarse" con nosotros, de tal<br />
manera que pudiera expresarse a través nuestro, ocupando todos los espacios de nuestro ser.<br />
Si muero a mi ego, si permito que transforme cada día mi carácter de manera que sea más parecido a él<br />
cada día, estaré en el centro de este misterio, grande, pero factible; increíble, pero real.