Create successful ePaper yourself
Turn your PDF publications into a flip-book with our unique Google optimized e-Paper software.
Javier Abad Gómez<br />
<strong>EL</strong> <strong>VALOR</strong> <strong>DE</strong><br />
<strong>LA</strong> <strong>FE</strong><br />
<strong>LA</strong> FAMILIA Y<br />
<strong>EL</strong> COLEGIO<br />
¡No temáis! ¡Abrid, más todavía, abrid de par en par<br />
las puertas a Cristo! (Juan Pablo II)<br />
1
INTRODUCCIÓN<br />
El Evangelio, que se nos ha confiado como fundamento y apoyo<br />
de todo el proceso de la transmisión de la fe, por su misma naturaleza<br />
pide ser anunciado. Nuestra cultura tiene que ser empapada por los<br />
valores que Cristo nos legó, pues los que ofrece la civilización actual<br />
son valores en crisis. Parece que Dios ya no tiene lugar en nuestra<br />
gente, aunque se siga llamando cristiana. El materialismo, el<br />
hedonismo, predominan; se quiere expulsar a Jesús del centro de la<br />
vida; o arrinconarlo como inútil, incapaz de solucionar los problemas<br />
cotidianos. Dios se ha ido borrando, poco a poco, del corazón: cada día<br />
aumenta el silencio sobre Él, incluso entre cristianos, entre personas<br />
que se profesan católicas.<br />
Muchos países, como el nuestro, en los que en un tiempo la<br />
religión y la vida cristiana fueron florecientes, padecen los estragos del<br />
indiferentismo religioso, del secularismo, del ateísmo práctico y<br />
también teórico. Aunque parezca sobrevivir la fe en algunas<br />
manifestaciones tradicionales y ceremoniales, tiende a ser arrancada<br />
de cuajo en los momentos más significativos de la existencia humana:<br />
la concepción, el nacimiento, la educación, el matrimonio, el<br />
sufrimiento, la muerte... La civilización actual -aun hablando de la<br />
civilización cristiana- parece encaminarse hacia un nuevo paganismo:<br />
de ahí que el Papa Juan Pablo II hable con tanta fuerza y constancia<br />
de la necesidad de una nueva evangelización, de la necesidad de<br />
sacudir el sopor de un mundo apático, con la actitud de una juventud<br />
que vibre por los ideales que Cristo nos legó como preciosa herencia.<br />
El hecho de la Redención, queridos jóvenes, abre<br />
de par en par ante nosotros, en nuestro<br />
compromiso cotidiano, un horizonte lleno de<br />
perspectivas: incluso en las contradicciones que a<br />
menudo experimentamos en el presente, sabemos<br />
que avanzamos constantemente hacia una meta<br />
segura. El verdadero progreso tiende hacia Cristo,<br />
hacia aquella plena unión con Él, la santidad, que<br />
es también perfección humana (...). De este modo<br />
los creyentes leen e interpretan la historia: es<br />
historia de Cristo y nosotros vivimos con Él,<br />
inmersos en Él y avanzando hacia Él. Escribe el<br />
Beato Josemaría Escrivá:
La nueva evangelización<br />
ya ha sido alcanzado: es Cristo, alfa y omega,<br />
principio y fin> (Es Cristo que pasa, n. 104)” 1<br />
El término nueva evangelización significa, precisamente, llevar el<br />
Evangelio - la persona de Cristo - a cuantos no lo conocen. Esta es<br />
la responsabilidad de cualquier cristiano: pero lo es todavía más de los<br />
padres de familia, con la ayuda de los profesores de religión. La<br />
comunicación de la fe debe ser un grito convencido, que transmita<br />
seguridad, no dudas; certezas, no vacilaciones; caminos verdaderos,<br />
no cauces erróneos. Para esto se requiere madurez personal y<br />
madurez en la fe. Se suele decir -con cierta dureza, pero con verdad-:<br />
"ni los niños ni los ancianos son capaces de engendrar".<br />
Analógicamente, la fe y la vida cristiana exigen plenitud para poder<br />
transmitirlas. Y esto tiene como base una buena formación, hacer las<br />
cosas bien, estar preparados para nuestra importante tarea, con el fin<br />
de ser testigos convencidos, testigos fieles: nadie da lo que no tiene y<br />
la tarea de la educación en la fe es una empresa difícil. Se trata de<br />
capacitar a cada hija, a cada hijo, no sólo para hacer frente a las<br />
dificultades del mundo contemporáneo, sino también para asuman el<br />
deber de tomar parte en la nueva evangelización. Algunos no saben<br />
nada de Dios..., porque no les han hablado en términos<br />
comprensibles 2 .<br />
Objetivo central: enseñar a vivir en cristiano<br />
En un hogar que responda a la formación católica de los padres<br />
de familia, lo que los hijos aprendan está encaminado a un objetivo:<br />
adquirir criterio cristiano, para enfrentar cualquier situación y tomar<br />
sus decisiones en el futuro. La educación en la fe proporciona las<br />
bases indispensables para que los jóvenes sepan vivir de una manera<br />
coherente, si quieren ser felices en la tierra y en la eternidad. La fe<br />
ingenua, infantil, de la preparación para la Primera Comunión, será<br />
fortalecida por la fe razonada de la persona adulta. Su existencia se<br />
verá iluminada con principios válidos para todo en su vida.<br />
A lo largo de las páginas que siguen, nos vamos a referir<br />
indistintamente a la transmisión de la fe en el hogar y en el colegio.<br />
Todas las consideraciones tienen necesariamente que ser vistas con<br />
relación a dos conceptos básicos, latentes en todo el libro: los padres<br />
son los primeros y principales educadores de sus hijos en la fe; el<br />
colegio y los maestros son su complemento indispensable. Unos y<br />
otros trabajan en plena armonía, cada uno en la tarea que le<br />
1 Juan Pablo II, Roma, Discurso, a los participantes en el 33º. Congreso Universitario<br />
Internacional UNIV´2000, 17 de abril de 2000<br />
2 Surco, n. 941<br />
3
corresponda según el papel asumido por esa doble dimensión de la<br />
formación integral. El qué de la educación, es igual para padres y<br />
maestros; el cómo es propio de cada espacio educativo: familia y<br />
escuela.<br />
En la primera parte del libro nos referimos a la transmisión de<br />
la fe en el hogar. La segunda trata de los elementos que<br />
consideramos fundamentales en toda educación religiosa. La tercera,<br />
el papel que corresponde de manera específica al colegio y a los<br />
profesores, en especial a los de religión. Finalmente, a las que – con<br />
palabras del Fundador del Opus Dei, Josemaría Escrivá -<br />
consideramos ideas-madre en la formación de la fe de los hijos.<br />
4
PRIMERA PARTE<br />
EDUCAR EN <strong>LA</strong> <strong>FE</strong> ES<br />
TRANSMITIR <strong>LA</strong> PROPIA VIDA<br />
5
CAPÍTULO I<br />
<strong>LA</strong> APASIONANTE AVENTURA<br />
<strong>DE</strong> <strong>LA</strong> <strong>FE</strong><br />
La religión es para el cristiano mucho más que un sentimiento,<br />
una necesidad, una experiencia o una serie de prácticas. Es una<br />
virtud que comienza a existir cuando el hombre responde a la Palabra<br />
de Dios, de una manera personal, llevándose a cabo un diálogo y una<br />
comunidad de vida que abarca la totalidad de la persona. Dios toma<br />
en serio al hombre y le manifiesta, en la Revelación, su propia<br />
intimidad. Además, le entregó a su Hijo Unigénito para que lo<br />
redimiera y permaneciera con él hasta el final de los tiempos. La<br />
primera exigencia de la religión es, por tanto, que el hombre se tome<br />
en serio a Dios. Lo cual sucede cuando hace que su diálogo divino sea<br />
cada vez más íntimo, entrañable, amistoso y continuo; cuando –<br />
como consecuencia – se identifica profundamente con Él y procura<br />
cumplir su Voluntad, portándose en todo momento como hijo 3 .<br />
Todo hombre tiene sed de Dios, aunque pretenda ignorarlo.<br />
Reconózcalo o no, al decir de Pascal, Sólo es hombre, hecho y<br />
derecho el hombre, quien intenta ser más que hombre, quien logra la<br />
presencia interior de ese Dios que ama y busca a las almas con la<br />
ansiedad con que un buen padre de familia anhela por sus hijos<br />
ausentes. San Agustín lo expresa bellísimamente en sus<br />
Confesiones: Nos has hecho para Ti, Señor, y nuestro corazón está<br />
inquieto, hasta que descanse en Ti.<br />
Estas palabras abren el camino que recorren padres de familia y<br />
profesores, en abierta y franca cooperación, hacia la meta más<br />
importantes de sus vidas, que es la transmisión de la fe a sus hijos y<br />
alumnos. Se trata del primero y más importante deber de los padres,<br />
mensajeros de Dios, a quienes se ha confiado el ejercicio de la<br />
paternidad que no está limitado a la mera comunicación biológica de<br />
la vida. Los animales también tienen hijos: pero el ser humano<br />
necesita educar a los suyos en algo más que lo meramente instintivo<br />
y material. La tarea paterna y materna es prolongación de la misión<br />
de Dios Padre de quien toma su nombre toda familia en los cielos y<br />
en la tierra 4 . Padre y madre son, simultáneamente, corresponsables<br />
de que habite Cristo por la fe en los corazones de sus hijos y,<br />
3 Cfr. Amadeo Aparicio Rivero, Curso de psicopedagogía familiar, Centro de<br />
Orientación Docente de Bogotá, 1956<br />
4 Efesios, 3, 15<br />
6
arraigados y fundados en la caridad lleguen a comprender -en unión<br />
con sus hermanos – el misterio maravilloso de la vida en Dios y el<br />
amor de Cristo que ha de colmar plenamente sus vidas 5 .<br />
Los padres, primeros y principales educadores de sus hijos<br />
La aptitud natural de los padres para educar a sus hijos resulta<br />
obvia: por el amor paterno-filial, por la íntima relación que se<br />
establece entre ellos, la inclinación natural de los hijos a buscar<br />
ayuda en sus padres, o la efectiva preocupación de los padres por<br />
sacar adelante a su familia y proporcionar a sus hijos una educación<br />
adecuada. Ya los primeros Padres de la Iglesia recordaban el grave<br />
deber de no desentenderse de la educación de sus hijos 6 . E! derecho<br />
de los padres a educar a sus hijos abarca tanto los aspectos humanos<br />
de la formación como los más específicos de una educación cristiana.<br />
Los padres “deben ser para sus hijos los primeros predicadores de la<br />
fe, mediante la palabra y el ejemplo. Es, pues, deber de los padres<br />
crear un ambiente de familia animado por el amor, por la piedad<br />
hacia Dios y hacia los hombres, que favorezca la educación integra<br />
personal y social de sus hijos” 7 .<br />
Es una realidad plenamente natural: los padres de familia son el<br />
fundamento de la formación de sus hijos; son ellos los que deben<br />
responsabilizarse directamente de la formación integral de sus<br />
vástagos; quienes eligen el colegio. Cualquier institución educativa que<br />
pretenda llevar adelante su plan pedagógico sin contar con ellos,<br />
estaría equivocando su misión. Tengan o no conciencia de su<br />
responsabilidad en esta tarea, es indispensable contar siempre con los<br />
progenitores, si se quiere llevar a cabo una educación eficaz. De donde<br />
surge como consecuencia que, cuando los padres no asumen<br />
responsablemente su tarea de continuar la generación de sus hijos,<br />
educándolos a lo largo de toda su vida, es el mismo colegio el que<br />
debe hacerles caer en la cuenta de esta tarea primordial.<br />
Cuando se habla de que la primacía educativa recae en el hogar,<br />
no se trata simplemente de una prioridad temporal, meramente<br />
cronológica. Es algo permanente, puesto que son ellos los que, por ley<br />
5 Cfr. Efesios, 3, 16-19<br />
6 San Juan Crisóstomo se encara con aquellos que cometían la insensatez de<br />
descuidar la formación cristiana de sus hijos: "Hasta las bestias están más apreciadas<br />
que los hijos, y más nos cuidamos de nuestros asnos y caballos que de nuestros hijos.<br />
El que tiene una mula se preocupa de buscar un buen arriero que no sea tonto, ni<br />
ladrón, ni borracho, sino que conozca bien su oficio. En cambio, cuando se trata de<br />
poner un maestro para el alma del niño, echamos mano del primero que se nos<br />
presenta. Y, sin embargo, no hay arte superior a éste. Porque ¿qué hay comparable a<br />
formar un alma y a plasmar la inteligencia y el espíritu de un joven?." Super Ev.<br />
Matth. VIl, PG 58.<br />
7 Lumen Gentium, n. 11<br />
7
natural, deben velar por la educación de sus hijos a lo largo del camino<br />
de su vida.<br />
Los padres son los principales educadores de<br />
sus hijos, tanto en lo humano como en lo<br />
sobrenatural, y han de sentir la<br />
responsabilidad de esta misión, que exige de<br />
ellos comprensión, prudencia, saber enseñar<br />
y, sobre todo, saber querer; y poner empeño<br />
en dar buen ejemplo. No es camino acertado,<br />
para la educación, la imposición autoritaria y<br />
violenta. El ideal de los padres se concreta<br />
más bien en llegar a ser amigos de sus hijos:<br />
amigos a los que se confían las inquietudes,<br />
con quienes se consultan los problemas, de<br />
los que se espera una ayuda eficaz y amable.<br />
Es necesario que los padres encuentren<br />
tiempo para estar con sus hijos y hablar con<br />
ellos. Los hijos son lo más importante: más<br />
importante que los negocios, que el trabajo,<br />
que el descanso. En esas conversaciones<br />
conviene escucharles con atención,<br />
esforzarse por comprenderlos, saber<br />
reconocer la parte de verdad -o la verdad<br />
entera- que pueda haber en algunas<br />
rebeldías. Y, al mismo tiempo, ayudarles a<br />
encauzar rectamente su afanes e ilusiones,<br />
enseñarles a considerar las cosas y a<br />
razonar; no imponerles una conducta, sino<br />
mostrarles los motivos, sobrenaturales y<br />
humanos, que la aconsejan. En una palabra,<br />
respetar su libertad, ya que no hay verdadera<br />
educación sin responsabilidad personal, ni<br />
responsabilidad sin libertad. Los padres<br />
educan fundamentalmente con su conducta.<br />
Lo que los hijos y las hijas buscan en su<br />
padre o en su madre no son sólo unos<br />
conocimientos más amplios que los suyos o<br />
unos consejos más o menos acertados, sino<br />
algo de mayor categoría: un testimonio del<br />
valor y del sentido de la vida encarnado en<br />
una existencia concreta, confirmado en las<br />
diversas circunstancias y situaciones que se<br />
suceden a lo largo de los años 8 .<br />
Cabe señalar que cuando se habla de libertad no se dice libertad<br />
simplemente, sino que se le debe añadir ese adjetivo que la sitúa en<br />
sus límites propios: libertad responsable. Libertad y responsabilidad.<br />
8 Es Cristo que pasa, nn. 27 y 28<br />
8
Dos conceptos que están siempre en mutua interacción. No se consigue<br />
lo uno sin el otro. Sólo quien sabe responsabilizarse de sus actos puede<br />
actuar en libertad; y sólo quien actúa libremente puede responder por<br />
lo que hace. Las orientaciones pedagógicas del Fundador del Opus Dei<br />
apuntan siempre a ese núcleo interior en el que el hombre toma sus<br />
decisiones y acepta con gozo las posibilidades y los riesgos de la<br />
existencia humana. La libertad era una de sus preocupaciones<br />
fundamentales y de algún modo podemos pensar que la educación la<br />
entendía como aprendizaje legítimo de la libertad. `Ama la libertad de<br />
tus hijos y enséñales a administrarla bien'; `que sepan que la libertad<br />
tiene una gran enfermedad, que consiste en no querer aceptar la<br />
correspondiente responsabilidad'; contestaba a unos padres<br />
preocupados por el ambiente familiar y el orden en el hogar.<br />
La vida de los padres y la transmisión de la fe a los hijos<br />
La vida de fe prende por contagio, a partir de convicciones<br />
firmes, arraigadas y de prácticas religiosas cultivadas con<br />
naturalidad. Por ello tiene tanta importancia el ejemplo, el testimonio<br />
vivo, la actuación coherente de los padres. Hablar de fe y de<br />
confianza en lo sobrenatural exige la aceptación personal decidida de<br />
la intervención de Dios en la vida del hombre. Lo cual tiene un eco<br />
sensible en la alegría, la paz interior y exterior, que se completa con<br />
un trato frecuente con Dios por medio de la oración y la práctica del<br />
Sacramento de la Penitencia y de la Eucaristía.<br />
Formar un hogar cristiano implica gran responsabilidad.<br />
Os exige principalmente hablar de Dios con<br />
vuestra vida. No os podéis ensimismar<br />
hablando a los pequeños de lo bueno que es<br />
Dios, si después pueden comprobar que no<br />
os acercáis a Él con la frecuencia que<br />
denotan vuestros consejos. Os están<br />
mirando. ¿Queréis que os muestre otra<br />
educación más facilona, que sujete menos a<br />
los padres? No existe. ¿Queréis acaso que<br />
sea el colegio el que los eduque, aun a<br />
pesar de que vosotros no sois como<br />
debierais ser? No. El colegio no tiene<br />
recetas milagrosas para formar a los hijos.<br />
Vuestros hijos vivirán como vivís. No vayáis<br />
a quejaros después. La educación cristiana<br />
exige a los padres toda una vida cara a<br />
Cristo 9 .<br />
9 URTEAGA, Jesús, Dios y los hijos, Rialp Madrid, 1960, pp. 102-103<br />
9
El matrimonio no es sólo un refugio de amor y de felicidad<br />
humana, sino también y especialmente, el lugar genuino de<br />
santificación para los esposos y sus hijos. Todos están invitados a<br />
abrir las puertas del hogar a la presencia, siempre amorosa y<br />
entrañable, de Dios; a encontrar personalmente a Jesús, en las<br />
vicisitudes de la vida ordinaria. Esto implica conocer y acatar la<br />
Voluntad de Dios en un clima de gracia habitual y de correspondencia<br />
a las gracias actuales, como fundamento de la vida cristiana. La<br />
gracia existe para ser desarrollada, cultivada. Está llamada a producir<br />
resultados. Para que los frutos de santidad y de amor aparezcan, se<br />
debe tener, antes que todo, una disposición de esfuerzo permanente,<br />
ejercitarse en las virtudes que engalanan al cristiano y constituyen el<br />
ambiente ordinario en el cual se desenvuelve su existencia en el<br />
ámbito de la familia. La relación personal de los esposos y de estos<br />
con sus hijos, el trato con las amistades y los servidores del hogar, el<br />
trabajo y la lucha con las dificultades…, son ocasiones en las que se<br />
pueden practicar una serie de virtudes que constituyen la trama<br />
fundamental de su diario vivir, el camino de su santidad, el cauce de<br />
la educación religiosa de los hijos.<br />
La vida sobrenatural no está hecha solamente de rezos. Es<br />
también alegría juvenil, optimismo, esperanza. Se realiza<br />
convirtiendo en oración todas las manifestaciones concretas de la<br />
existencia, teniendo la mirada puesta de continuo en Dios, en Quien<br />
vivimos, nos movemos y existimos 10 . Dios es Padre y acercarnos a Él<br />
es estar ante un papá bueno.<br />
10<br />
Está como un Padre amoroso – a cada<br />
uno de nosotros nos quiere más que todas<br />
las madres del mundo pueden querer a sus<br />
hijos-, ayudándonos, inspirándonos,<br />
bendiciendo… y perdonando (...). Preciso es<br />
que nos empapemos, que nos saturemos de<br />
que Padre y muy Padre nuestro es el Señor,<br />
que está junto a nosotros y en los cielos 11 .<br />
En esa semejanza entre filiación divina y filiación humana,<br />
encontramos también un punto de partida para comprender cómo,<br />
cuando se cultivan las virtudes en un hogar, se está realizando<br />
simultáneamente una tarea de pedagogía humana, con repercusiones<br />
eternas. En el hogar se dan los elementos necesarios para que todos<br />
puedan orientar su vida hacia Dios. Con naturalidad, con sencillez, la<br />
vida familiar tiene repercusión de eternidad, porque Dios está<br />
interesado en todo cuanto sucede en el hogar.<br />
10 Hechos de los apóstoles, 17, 28<br />
11 Camino, n. 267
Para comprender lo que significa una espiritualidad familiar, es<br />
necesario valorar el significado de la familia, sus circunstancias,<br />
dificultades y deberes. Las prácticas piadosas se acomodan y son<br />
compatibles con las obligaciones que nacen de la condición de padres,<br />
esposos, hijos, en cuanto a horario y duración. La piedad es<br />
necesaria para llevar con sentido sobrenatural el trajín de la casa;<br />
pero debe estar integrada armónicamente con los aspectos<br />
cotidianos de tal manera que no se reste tiempo ni interés al hogar.<br />
Lo importante es que todo se haga con amor y constancia,<br />
compatible con la misión primera de darse por entero a los demás:<br />
santificar la vida familiar, tomándola en su completa dimensión.<br />
El espíritu de Cristo aparece en múltiples ocasiones y no se<br />
manifiesta sólo en devociones y rezos. El ánimo de servicio, la<br />
comprensión, la capacidad de disculpar, la delicadeza en el trato, la<br />
esmerada atención de los alimentos, el orden de las cosas, la<br />
limpieza, la serenidad ante las contrariedades, el buen humor<br />
habitual y muchos detalles más, hablan a gritos del amor a Dios. De<br />
un amor que resulta contagioso, que se comunica como por ósmosis<br />
a cada uno de los hijos.<br />
El mejor negocio<br />
El mejor negocio de la vida es formar la fe de los hijos, seguir<br />
de cerca sus progresos, acompañar paso a paso sus adelantos en la<br />
calidad de la vida cristiana que va creciendo con ellos. Nada más<br />
valioso que transmitirles el amor a Dios, la devoción a la Virgen, el<br />
celo por la salvación de la propia alma y las de los demás. La<br />
educación de la fe no puede ser descuidada en una familia cristiana;<br />
ni siquiera delegada. Nadie puede delegar las enseñanzas paternas.<br />
Una educación religiosa que no comienza en el hogar, no puede ser<br />
eficaz. Aunque en la historia se hayan dado casos de buenos<br />
cristianos, hijos de padres no creyentes, estos son casos aislados que<br />
rayan en lo extraordinario. No se les deja que adquieran por sí<br />
mismos las virtudes de la religión, como tampoco se les deja<br />
aprender solos las primeras letras y las diversas ciencias, aunque<br />
haya personajes ilustres que fueron más o menos autodidactas.<br />
Los sacerdotes tienen que ofrecer la Palabra de Dios abundante<br />
y generosamente y, sobre todo, los sacramentos que transmiten la<br />
gracia divina, sin la cual todo es inútil en el orden sobrenatural. Pero<br />
su labor debe ser perfeccionante de lo comenzado en el cálido<br />
ambiente de la familia para que tenga bases seguras. La familia no<br />
solamente es célula de la sociedad civil: también lo es – y<br />
fundamental – del Cuerpo Místico de Cristo.<br />
11
El colegio, a su vez, proporciona esquemas sólidos en el estudio<br />
de la religión. Pero su tarea es complementaria, nunca supletoria, ni<br />
sustitutiva de la casa. El colegio instruye, pero la vida cristiana debe<br />
comunicarse por medio de una relación más personal e íntima, que<br />
difícilmente se logra fuera del hogar. De ahí el insustituible papel que<br />
corresponde a los padres en este terreno.<br />
12<br />
Puesto que los padres han dado la vida a los<br />
hijos, tienen la gravísima obligación de<br />
educar a la prole y, por tanto, hay que<br />
reconocerles como los primeros y<br />
principales educadores de sus hijos. Este<br />
deber de la educación familiar es de tanta<br />
trascendencia que, cuando falta, difícilmente<br />
puede suplirse. Es, pues, deber de los<br />
padres crear un ambiente de familia<br />
animado por el amor, por la piedad hacia<br />
Dios y hacia los hombres, que favorezca la<br />
educación íntegra personal y social de los<br />
hijos 12 .<br />
Es en el hogar donde verdaderamente se entrega una manera<br />
de vivir cristiana, donde se logra dar enfoque sobrenatural a los<br />
acontecimientos, espíritu de fe ante cada situación, clima de oración<br />
y de piedad; y una manera de relacionarse con Dios en un vínculo de<br />
amor. En la familia los hijos aprenden a vivir la vida de fe que ven en<br />
sus padres, como por ósmosis, por contagio. Son esas convicciones<br />
religiosas de los padres, auténticamente poseídas, personales,<br />
arraigadas y vividas, las que educan profundamente la fe de los hijos<br />
en el ámbito familiar 13 . El primer deber y el mayor privilegio de los<br />
padres es el de transmitir a sus hijos la fe que ellos mismo recibieron<br />
de sus progenitores. El hogar es la primera escuela de religión y de<br />
oración.<br />
En efecto, el hogar cristiano debe ser la primera<br />
escuela de la fe, donde la gracia bautismal se abre<br />
al conocimiento y amor de Dios, de Jesucristo, de<br />
la Virgen, y donde progresivamente se va<br />
ahondando en la vivencia de las verdades<br />
cristianas, hechas normas de conducta para<br />
padres e hijos 14 .<br />
Esta gran responsabilidad está vinculada de manera profunda a<br />
la dignidad de padre y madre y de su cumplimiento cabal depende la<br />
12 Gravisimum Educationis, n. 3<br />
13 Cfr. Pedro de la Herrán, Cómo educar la fe de los hijos, Folletos SD, n. 88,<br />
Medellín 1977, p. 10<br />
14 Juan Pablo II, Discurso a los obispos de Argentina, 28-X-1979
propia salvación, así como la de los hijos 15 . Un buen cristiano trata<br />
siempre de contribuir de manera activa a la formación integral de los<br />
suyos. Y, así como no confía su empresa a otras manos que no sean<br />
las propias, tampoco abandonará a sus hijos dejando que sólo el<br />
colegio se ocupe de ellos. Con ocasión del nacimiento de un hijo, o en<br />
la celebración de las diversas fiesta litúrgicas y en la recepción de los<br />
sacramentos, como también con motivo de una pena familiar, los<br />
padres podrán aprovechar para hablar del significado sobrenatural de<br />
todas estas circunstancias. Poco a poco, de manera natural y<br />
espontánea, irán saliendo infinidad de cuestiones en las que las<br />
verdades de la fe se hacen presentes y se van transmitiendo en un<br />
ambiente familiar, impregnado de amor y de respeto, lo que dejará<br />
en ellos una huella decisiva para toda la vida.<br />
La paciencia es importante en esta tarea. Saber esperar atento,<br />
como el campesino aguarda el fruto de su siembra. No se puede<br />
acosar ni reclamar resultados inmediatos. El agricultor coloca la<br />
semilla en el mejor momento de la tierra; luego riega, abona, poda,<br />
reza. Confía sereno, optimista, en el fruto de su fatiga y de su amor y<br />
agradece la respuesta pequeña, constante, de sus plantas. No<br />
desespera si los frutos tardan en aparecer.<br />
También agradecerán los hijos nobles el buen cuidado que sus<br />
padres hayan tenido desde muchos meses antes de su nacimiento.<br />
Sobre todo al comprender que, en el despertar de su vida, les<br />
ofrecieron lo mejor que podían, por medio del Bautismo: la gracia,<br />
esa participación en la naturaleza divina que los hace hijos de Dios y<br />
les abre la puerta del Cielo como herencia maravillosa. Nunca<br />
seremos capaces de valorar suficientemente el enorme tesoro del<br />
Bautismo que da oportunidad a que el Espíritu Santo comience a<br />
trabajar en el recién nacido, a formar en él esa identidad con<br />
Jesucristo a cuyo modelo habrá de acomodarse durante toda la vida,<br />
como condición de felicidad en la tierra y garantía de Gloria eterna.<br />
Se comprende que los padres de familia cristianos busquen<br />
bautizar muy pronto a sus hijos. No solamente para cumplir una<br />
indicación de la Iglesia, sino para proporcionarles toda la acción<br />
sobrenatural del Paráclito: es como repetir la visita que María<br />
Santísima hizo a Santa Isabel, llenando de gracia al Precursor, Juan<br />
Bautista, en el vientre de su Madre, como manifestación de la<br />
presencia encarnada del Verbo de Dios que la Virgen llevaba consigo.<br />
Es hermoso pensar en la acción divina desde el comienzo de<br />
una vida humana. Análogo a los preparativos que la misma madre ha<br />
hecho cuando lo esperaba, Dios da al bautizado, de manera gratuita,<br />
las virtudes infusas de la fe, la esperanza y la caridad. Y, mediante<br />
15 Cfr Juan Pablo II, Saludo a los recién casados, Roma, 28-III-1979<br />
13
los compromisos paternos y los de los padrinos, garantiza que el neocristiano<br />
tendrá todos los recursos para conocer y vivir las exigencias<br />
- requerimientos de amor – de la vocación cristiana.<br />
Caminando con los hijos hacia la amistad con Dios<br />
Cuando Jesús llamó a sus discípulos amigos: Vosotros sois mis<br />
amigos 16 , nos abrió a todos su corazón para que le podamos tratar<br />
con la confianza debida a quien nos quiere bien. Un trato personal,<br />
cara a cara, sin anonimato, abierto y sincero, con la misma confiada<br />
sencillez con que los hijos se dirigen a sus padres. En el hogar se<br />
puede encontrar, un cauce habitual, manso y tranquilo, para este<br />
trato personal con Dios: la vida de piedad. No es el único medio para<br />
la formación espiritual de los hijos, pero sin ella todo lo demás carece<br />
de trascendencia, porque una educación que no roce la vida<br />
sobrenatural, que no facilite la consideración frecuente de nuestra<br />
filiación divina, es incompleta e inútil para la amistad con Dios, que<br />
tiene el nombre de santidad.<br />
14<br />
En todos los ambientes cristianos se sabe,<br />
por experiencia, qué buenos resultados da<br />
esa natural y sobrenatural iniciación a la<br />
vida de piedad, hecha en el calor del hogar.<br />
El niño aprende a colocar al Señor en la<br />
línea de los primeros y más fundamentales<br />
afectos; aprende a tratar a Dios como Padre<br />
y a la Virgen como Madre; aprende a rezar,<br />
siguiendo el ejemplo de sus padres. Cuando<br />
se comprende eso, se ve la gran tarea<br />
apostólica que pueden realizar los padres, y<br />
cómo están obligados a ser sinceramente<br />
piadosos, para poder transmitir – más que<br />
enseñar - esa piedad a los hijos 17 .<br />
Es, a la letra, lo que la Sagrada Escritura enseña acerca del<br />
compromiso paterno de entregar como herencia en la familia el<br />
mayor de los tesoros: su fe, su vida cristiana. Pone el Espíritu Santo<br />
en boca de los progenitores estos propósitos:<br />
16 Juan 15, 14<br />
17 Conversaciones, n. 103<br />
Lo que nos enseñaron nuestros padres,<br />
lo que hemos oído y aprendido<br />
no lo ocultaremos a nuestros hijos.<br />
Contaremos a la futura generación<br />
la gloria de Yahvé y su poderío,
las maravillas que hizo,<br />
los preceptos que dio a Jacob<br />
y la Ley que puso a Israel.<br />
Él había mandado a nuestros padres<br />
que lo entregaran todo a sus hijos,<br />
que la generación siguiente lo supiera,<br />
los niños que habían de nacer.<br />
Y que estos lo contaran a su hijos,<br />
para que pusieran en Dios su confianza<br />
y no olvidaran las maravillas de Dios<br />
y observaran así sus mandamientos 18 .<br />
La amistad con Dios puede lograrse a través de esos actos<br />
piadosos, sencillos, que los padres realizan en su vida familiar. Desde<br />
mucho antes de que los pequeños sepan expresar con palabras sus<br />
propios sentimientos, ya perciben el estado de ánimo - de alegría o<br />
de enfado – de los padres. De igual modo captan la profundidad de su<br />
vida de oración cuando los ven dirigirse a Dios. No caben los<br />
engaños: detrás de la mirada de sus padres los niños se dirigen con<br />
cariño a una imagen de la Virgen o contemplan con recogimiento el<br />
crucifijo, hacen una genuflexión respetuosa y pausada ante Jesús<br />
presente en el Sagrario, dan gracias a Dios en la mesa, o participan<br />
íntimamente en el Santo Sacrificio de la Misa. El niño asume confiado<br />
la actitud sincera de sus papás.<br />
15<br />
Cuando va siendo ya capaz de balbucear las<br />
primeras palabras, se le debe enseñar a<br />
reproducir pequeñas frases de oración, de<br />
petición, de amor a Jesús o a María. Estas<br />
oraciones son de gran importancia, ya que<br />
en buena parte por el vocabulario religioso<br />
se va imprimiendo en el alma del niño el<br />
“sentido de Dios”. Deberán ser frase<br />
sencillas, breves y variadas, adaptadas en lo<br />
posible al vocabulario y capacidad de<br />
comprensión del pequeño 19 .<br />
Peticiones sencillas por las necesidades familiares: la salud del<br />
papá, el buen éxito de una gestión al día siguiente, un examen de la<br />
hermana mayor. Acciones de gracias: por la alegría que se tiene en<br />
la casa, o porque el asunto que encomendamos ayer, salió bien, o<br />
porque mamá y papá se quieren mucho... Peticiones de perdón:<br />
porque no fui obediente, porque hoy mis hermanos pelearon en la<br />
mesa... Manifestaciones ordinarias de cariño: Jesús, te quiero con<br />
todo mi corazón. Y breves oraciones jaculatorias o menos breves<br />
18 Salmo 77<br />
19 Pedro de la Herrán, op. Cit. p.15
invocaciones al Ángel de la Guarda, a la Santísima Virgen, a Dios<br />
Padre por su Hijo Jesucristo. Explicándoles bien cada palabra, con su<br />
sentido total, en la medida de sus capacidades. Así aprenden a<br />
dirigirse a Dios con la misma naturalidad con que tratan cada día a<br />
las personas. Invocando al Ángel como a un buen amigo, a la Virgen<br />
como a una madre y, como auténtico papá, a Dios.<br />
Todos somos testigos de cómo va calando en el alma de los<br />
niños el ejemplo de sus padres, antes incluso que sus mismas<br />
palabras. Un pequeño de ocho años, apenas cumplidos, que no deja<br />
nunca de decir a Jesucristo – cuando pasa delante de una iglesia -,<br />
Jesús, te amo con locura, refleja sencillamente el afecto con que su<br />
padre y su madre se acercan de corazón al Sagrario al transitar por<br />
las calles de la ciudad. Por esta razón, cuando van en automóvil, les<br />
advierte con naturalidad, cuando se han olvidado de tocar la bocina<br />
ante la puerta de la iglesia, como los ha visto tantas veces saludar de<br />
esta manera al Santísimo Sacramento o a la Virgen.<br />
Salían de su casa dos niños, después de despedirse de sus<br />
padres cuando el bus del colegio ya llamaba en la calle. Tenían prisa,<br />
y corrieron con la agilidad de sus escasos años. Cuando traspasaron<br />
el umbral, y bajaban las escaleras, su padre – que aún los observaba<br />
con cariño – llamó en voz alta dirigiéndose al mayor de ellos: - ¡Juan<br />
Carlos! ¿No se les ha olvidado algo? Un momento de silencio. Quizás<br />
una mirada sonriente de entendimiento. Unos pasos presurosos que<br />
regresan. Y dos cabezas, bien peinadas todavía, que asomadas de<br />
nuevo a la puerta dejan ver un par de frescas sonrisas, mientras<br />
dicen al unísono: ¡Adiós, Virgen!, un segundo antes de volver a<br />
desandar lo andado, escaleras abajo.<br />
Son lecciones de amor que no se olvidan. Ejemplos sencillos de<br />
cómo prende en los hijos el amor de sus padres, para quienes Dios<br />
no es un extraño, ni un ser a quien se visita una vez por semana,<br />
sino alguien cercano a quien se puede ofrecer el día al levantarse y<br />
renovarle ese ofrecimiento varias veces en la mañana o en la tarde, a<br />
quien se da gracias en la mesa, o ante quien se examina la conciencia<br />
por la noche. Con quien se habla en conversación confiada cuando se<br />
rezan las oraciones habituales.<br />
Es importante que los hijos se acostumbren, como herencia que<br />
reciben de su padres, a ofrecer el día a Dios al levantarse; a leer<br />
durante unos pocos minutos la Sagrada Escritura o algún libro de<br />
espiritualidad: no hace falta demasiado tiempo; que tengan alguna<br />
costumbre mariana, como el Santo Rosario, al que se puede llegar<br />
comenzando, por ejemplo, por rezar sólo unas pocas avemarías en<br />
cada uno de los misterios, cada uno de los cuales se medita unos<br />
segundos; o las tres avemarías al terminar el día para pedirle con fe<br />
que ruegue por nosotros, ahora y en la hora de nuestra muerte; o<br />
16
mirar con cariño una imagen de nuestra Señora al entrar a la casa o<br />
como despedida. También algún rato de meditación personal, diálogo<br />
de enamorados, a solas, con Jesús. Y no terminar el día sin hacer un<br />
breve examen: para dar gracias por lo que estuvo bien, pedir perdón<br />
por lo que salió mal y solicitar ayuda para la lucha del día siguiente.<br />
17<br />
Se tratará de costumbres diversas, según<br />
los lugares; pero (...) se debe fomentar<br />
algún acto de piedad, que los miembros de<br />
la familia hagan juntos, de forma sencilla y<br />
natural, sin beaterías 20 .<br />
Estas prácticas no deben interferir en las demás costumbres de<br />
la vida familiar. Se trata, sencillamente, de encontrar a Dios y<br />
tratarlo con confianza, en las encrucijadas diarias. La piedad así<br />
vivida, se convierte en algo tan espontáneo, que fluye de la vida del<br />
hogar con la naturalidad con que brota un manantial y constituye un<br />
ejemplo que puedan seguir los hijos. Lo apreciamos en la explicación<br />
llena de sentido práctico, del autor tantas veces citado en estas<br />
páginas.<br />
20 Conversaciones, n. 103<br />
En todos los ambientes cristianos se sabe,<br />
por experiencia, qué buenos resultados da<br />
esa natural y sobrenatural iniciación a la<br />
vida de piedad, hecha en el calor del hogar;<br />
El niño aprende a colocar al Señor en la<br />
línea de los primeros y más fundamentales<br />
afectos: aprende a tratar a Dios como Padre<br />
y a la Virgen como Madre; aprende a rezar,<br />
siguiendo el ejemplo de sus padres. Cuando<br />
se comprende eso, se ve la gran tarea<br />
apostólica que pueden realizar los padres, y<br />
cómo están obligados a ser sinceramente<br />
piadosos, para poder transmitir - más que<br />
enseñar - esa piedad a los hijos.<br />
De esa manera lograremos que Dios no sea<br />
considerado un extraño, a quien se va a<br />
rezar una vez a la semana, el domingo, a la<br />
Iglesia; que Dios sea visto y tratado como<br />
es en realidad: también en medio del hogar,<br />
porque, como ha dicho el Señor, <br />
(Mateo XVIII, 20). Lo digo con<br />
agradecimiento y con orgullo de hijo, yo<br />
sigo rezando - por la mañana y por la<br />
noche, y en voz alta - las oraciones que<br />
aprendí cuando era niño, de labios de mi
Con la libertad del amor<br />
18<br />
madre. Me llevan a Dios, me hacen sentir el<br />
cariño con que se me enseñaron a dar mis<br />
primeros pasos de cristiano; y ofreciendo al<br />
Señor la jornada que comienza o dándole<br />
gracias por la que termina, pido a Dios que<br />
aumente en la gloria la felicidad de los que<br />
especialmente amo, y que después nos<br />
mantenga unidos para siempre en el cielo 21 .<br />
Es corriente la pregunta: ¿Debemos obligarles, o mejor será<br />
permitir que escojan cuándo y qué quieren rezar? Lógica inquietud<br />
de quienes intentan compaginar el respeto a la libertad y al desarrollo<br />
de la personalidad de sus hijos, con la transmisión de esas formas<br />
tradicionales de dirigirse a Dios. Porque es necesario que en el<br />
ejercicio de la vida interior, en todo el camino de la vida sobrenatural,<br />
la libertad esté presente. Es el único modo de que lleguen a amar,<br />
que es de lo que se trata. Y el amor no se impone, sino que se<br />
conquista. No puede darse amor sin libertad. Sin embargo, vale la<br />
pena aclarar que libertad no siempre significa independencia para<br />
realizar lo que, en cada momento, se apetece. Eso es más bien<br />
arbitrariedad, que lleva a confundir el ser libre con el dejarse llevar<br />
de los caprichos, de la comodidad, de la pereza.<br />
Antes de que los niños lleguen a plantearse el dilema personal -<br />
¿rezo o no rezo? -, hará falta una buena catequesis, motivadora y<br />
estimulante, apoyada en el ejemplo digno de los padres. Si los ven<br />
rezar siempre con sosiego, sin prisas, con devoción, con alegría y<br />
constancia; si se les nota la influencia de la oración en sus vidas: un<br />
buen humor habitual, un interés positivo por las cosas de los hijos, un<br />
cariño mutuo entre los esposos y la práctica diaria de las virtudes<br />
humanas. Si todo esto sucede, es muy posible que no tengan que<br />
plantearse nunca el inquietante dilema.<br />
Pero si, ya adolescentes, esta situación llega a ocurrir, parece<br />
necesario optar porque los hijos asuman la responsabilidad de su<br />
actitud. Después de hablarles con cariño y claridad de la necesidad<br />
de la oración y de las consecuencias prácticas en la tierra y en el<br />
Cielo de su posible abandono, dejarlos en libertad de unirse o no a la<br />
oración en familia que – aún estando solos los padres – no debería<br />
faltar.<br />
21 Conversaciones, n. 103
La pubertad y la adolescencia presentan riesgos y abren<br />
grandes expectativas.<br />
19<br />
Es el momento - dice el Papa Juan Pablo II<br />
– del descubrimiento de sí mismo y del<br />
propio mundo interior; el momento de los<br />
proyectos generosos, momento en que<br />
brota el sentimiento del amor, así como los<br />
impulsos biológicos de la sexualidad, del<br />
deseo de estar juntos; momento de una<br />
alegría particularmente intensa, relacionada<br />
con el embriagador descubrimiento de la<br />
vida. Pero también es, a menudo, la edad<br />
de los interrogantes más profundos, de<br />
búsquedas angustiosas, incluso frustrantes,<br />
de desconfianza de los demás y de<br />
peligrosos repliegues sobre sí mismo; a<br />
veces también la edad de los primeros<br />
fracasos y de las primeras amarguras 22 .<br />
Son aspectos que no pueden ser ignorados en un períodos tan<br />
delicado de la vida. El diálogo se revela como algo de importancia<br />
trascendental. Para que llegue a comprender a Jesucristo como<br />
amigo, guía y modelo admirable y, sin embargo, imitable; para que<br />
capte su mensaje como la mejor respuesta a las cuestiones<br />
fundamentales, y entienda su Amor como la encarnación del único<br />
amor verdadero.; y valore los misterios de la Pasión y Muerte de<br />
Jesús, como el mejor estímulo de su conciencia y su generoso<br />
corazón de adolescente en el difícil mundo que va descubriendo, en el<br />
que debe vivir 23 .<br />
En todo caso, lo importante es adecuar las prácticas religiosas –<br />
en contenido y extensión – a la capacidad de los hijos, de acuerdo<br />
con su edad y circunstancias concretas. Puede suceder que un día<br />
alguno esté cansado, o haya tenido un disgusto que lo lleva, por<br />
natural rebeldía, a no animarse a acompañar a sus padres en el rezo<br />
familiar. Hay que comprenderlo y aliviar lo que - en ese momento –<br />
le resulta una carga. No imponerla entonces. Se rezará en su<br />
nombre y, quizás al día siguiente él mismo reinicie con mayor ilusión<br />
esta costumbre hogareña.<br />
A veces puede resultar difícil este discernimiento. Pero siempre<br />
ha de alejarse de las oraciones en familia toda apariencia de<br />
coacción. El buen ejemplo y la palabra clara llegarán a hacer que<br />
comprendan que la Iglesia – con sobrados motivos – ha puesto como<br />
tareas fundamentales en formación y en la vida cristiana el deber de<br />
22 Juan Pablo II, Catechesi tradendae, n. 28<br />
23 Cfr. ibidem
la oración, la necesidad del Sacramento de la Penitencia, el precepto<br />
de la Misa dominical. Que, al llegar la juventud, ellos mismos<br />
asuman las consecuencias temporales y eternas de sus actos. Sin<br />
que, lógicamente, los padres queden indiferentes ante una<br />
desacertada elección de los hijos. Siempre cabe esa discreta<br />
coacción de la oración confiada y constante por ellos, de la<br />
motivación llena de cariño y de la doctrina clara y convincente.<br />
El precepto dominical<br />
Es un tema que debe tratarse siempre, dada la importancia de<br />
la celebración del domingo y de la santa Misa preceptuada por la<br />
Iglesia. Como criaturas e hijos de Dios, los cristianos estamos urgidos<br />
a congregarnos cada domingo - o el sábado en la tarde - para<br />
celebrar en familia el Santo Sacrificio del Altar. Es razonable. Todo lo<br />
recibimos, cada día, de las manos de Dios; su providencia nos<br />
protege con amor; su bondad nos trata con cariño; su misericordia<br />
nos perdona.<br />
20<br />
¿Cómo no reunirnos cada domingo para<br />
agradecer sus beneficios y pedir perdón de<br />
nuestras culpas, escuchar su Palabra,<br />
celebrar sus misterios y comer el Pan de los<br />
hijos, el verdadero
21<br />
humanización profunda de nuestras<br />
relaciones y de nuestra vida 25 .<br />
El domingo es un día irrenunciable para la Iglesia, es el<br />
momento de la fe práctica, operativa y sacrificada. Es un tiempo<br />
sagrado, más todavía en el contexto de las dificultades de nuestra<br />
época. La identidad que, desde el comienzo del cristianismo ha tenido<br />
este día, hemos de preservarla los fieles católicos, viviéndolo<br />
profundamente. Aunque a veces nos cueste un poco de esfuerzo:<br />
siempre valdrá la pena todo lo que se haga para vivirlo como día del<br />
Señor, en el que la participación en el Santo Sacrificio de la Cruz, la<br />
Santa Misa, tiene su lugar privilegiado.<br />
El Catecismo de la Iglesia enseña de manera significativa que la<br />
celebración dominical del día y de la Eucaristía del Señor, tiene un<br />
papel principalísimo en la vida de la Iglesia 26 . Es allí, en la celebración<br />
eucarística que tiene lugar el domingo, donde los cristianos podemos<br />
profesar nuestra fe en la Resurrección y recoger los frutos y los<br />
méritos que nos obtuvo Cristo muriendo en la Cruz. La Misa dominical<br />
es el espacio precioso para participar de la acción directa de Dios a<br />
favor de los hombres y el lugar desde donde se ofrece al Padre el<br />
sacrificio expiatorio de su Hijo. Es el centro de la vida espiritual, a<br />
partir del cual se cumplen con relación a Dios las cuatro deudas que<br />
todos tenemos con Él: adoración, reparación, petición y acción de<br />
gracias.<br />
25 Juan Pablo II, Carta Dies Domini,, n. 7<br />
26 C.E.C, n. 2177<br />
Corresponde ante todo a los padres educar<br />
a sus hijos para la participación en la Misa<br />
dominical, los cuales se han de preocupar<br />
de incluir en el proceso formativo de los<br />
muchachos que les han sido confiados la<br />
iniciación a la Misa, ilustrando el motivo<br />
profundo de la obligatoriedad del precepto.<br />
No se ha de olvidar, por lo demás, que la<br />
proclamación litúrgica de la Palabra de<br />
Dios, sobre todo en el contexto de la<br />
asamblea eucarística, no es tanto un<br />
momento de meditación y de catequesis,<br />
sino que es el diálogo de Dios con su<br />
pueblo, en el cual son proclamadas las<br />
maravillas de la salvación y propuestas<br />
siempre de nuevo las exigencias de la<br />
Alianza. El pueblo de Dios, por su parte, se<br />
siente llamado a responder a este diálogo<br />
de amor con la acción de gracias y la<br />
alabanza, pero verificando al mismo tiempo
22<br />
su fidelidad en el esfuerzo de una continua<br />
“conversión” 27 .<br />
La mesa de la palabra lleva naturalmente a la mesa del Pan<br />
eucarístico.<br />
Por eso la Iglesia recomienda a los fieles<br />
comulgar cuando participan en la Eucaristía,<br />
con la condición de que estén en las<br />
debidas disposiciones y, si fueran<br />
conscientes de pecados graves, que hayan<br />
recibido el perdón de Dios mediante el<br />
Sacramento de la reconciliación, según el<br />
espíritu de lo que San Pablo recordaba a la<br />
comunidad de Corinto 28 . Es importante,<br />
además, que se tenga conciencia clara de la<br />
íntima vinculación entre la comunión con<br />
Cristo y la comunión con los hermanos. La<br />
asamblea dominical es un acontecimiento de<br />
fraternidad 29 .<br />
La ley del Precepto dominical se ha entendido siempre como<br />
una obligación grave: es lo que enseña también el Catecismo 30 . Se<br />
comprende fácilmente el motivo si se considera la importancia que el<br />
domingo tiene para la vida cristiana. Es necesario convencerse de la<br />
trascendencia decisiva que, para la vida de fe, tiene reunirse con los<br />
otros hermanos para celebrar la pascua del Señor con el sacramento<br />
de la Nueva Alianza: la Santa Misa. Es esta una de las razones por las<br />
que la Iglesia autoriza el cumplimiento del precepto dominical desde<br />
el sábado anterior por la tarde. Por lo mismo se pide a los párrocos<br />
que cuiden de que la celebración se cuide con especial esmero, con el<br />
carácter festivo correspondiente al día en que se conmemora la<br />
Resurrección del Señor: es un día gozoso que reclama que la<br />
celebración esté bien animada por el canto, sea atrayente y<br />
participada.<br />
En la mencionada carta Dies Domini se pide a los cristianos que<br />
den a los otros momentos del domingo, vividos fuera del contexto<br />
litúrgico –vida en familia, relaciones sociales, momentos de diversión-<br />
un estilo que ayude a manifestar la paz y la alegría del Resucitado en<br />
el ámbito de la vida ordinaria. El encuentro sosegado de los padres y<br />
27 o.c. nn. 36 y 41<br />
28 Cf. I Cor. 11, 27-32<br />
29 Juan Pablo II, Dies Domini, n. 44<br />
30 “La Eucaristía del domingo fundamenta y confirma toda la práctica cristiana. Por<br />
eso los fieles están obligados a participar en la Eucaristía los días de precepto, a no<br />
ser que estén excusados por una razón seria (por ejemplo, enfermedad, el cuidado de<br />
niños pequeños) o dispensados por su pastor propio (Cf. ibidem., 1245). Los que<br />
deliberadamente faltan a esta obligación cometen un pecado grave” (C.E.C., n. 2181)
los hijos, por ejemplo, puede ser una ocasión, no solamente para<br />
abrirse a una escucha recíproca, sino también para vivir juntos algún<br />
momento formativo y de mayor recogimiento. El domingo cristiano es<br />
un auténtico ‘hacer fiesta’, un día de Dios dado al hombre para un<br />
auténtico crecimiento humano y espiritual.<br />
La presencia de la virgen<br />
23<br />
Por medio del descanso dominical, las<br />
preocupaciones y las tareas diarias pueden<br />
encontrar su justa dimensión: las cosas materiales<br />
por las cuales nos inquietamos, dejan paso a los<br />
valores del espíritu; las personas con las que<br />
convivimos recuperan, en el encuentro y en<br />
diálogo más sereno, su verdadero rostro. Las<br />
mismas bellezas de la naturaleza –deterioradas<br />
muchas veces por una lógica de dominio que se<br />
vuelve contra el hombre- pueden ser descubiertas<br />
y gustadas profundamente. Día de paz del hombre<br />
con Dios, consigo mismo y con sus semejantes, el<br />
domingo es también un momento en el que el<br />
hombre es invitado a dar una mirada regenerada<br />
sobre las maravillas de la naturaleza 31 .<br />
El Concilio Vaticano II propone como modelo perfecto de la vida<br />
espiritual y apostólica a la Santísima Virgen María, Reina de los<br />
apóstoles,<br />
Quien llevando en la tierra una vida como la<br />
de todos, llena de cuidados familiares y de<br />
trabajos, permanecía siempre íntimamente<br />
unida a su hijo y cooperaba de modo<br />
singular en la obra del Salvador. Ahora,<br />
asunta al cielo, su amor maternal le lleva a<br />
cuidarse de los hermanos de su Hijo que<br />
aún peregrinan en la tierra (...) Todos<br />
deben honrarla devotísimamente y<br />
encomendar su vida y apostolado a su<br />
solicitud personal 32 .<br />
Estas palabras del Magisterio son el mejor contexto para<br />
comprender con hondura todo lo que Nuestra Señora significa en la<br />
vida de la Iglesia y en la de cada hogar. Una educación en la fe que<br />
no considere el papel de la Virgen en la existencia cristiana, sería<br />
incompleta, mutilada. Jesucristo, que nació de María, fue formado<br />
por ella en las virtudes humanas. La educación es el complemento<br />
natural de la generación: no es suficiente engendrar hijos para ser<br />
31 Dies Domini, n. 67<br />
32 Concilio Vaticano II, Decl. Apostolicam actuositatem, n. 4
plenamente madre. Y María fue Madre de Jesús, sin limitaciones: de<br />
ella recibió una naturaleza humana y la formación necesaria para<br />
desarrollarla a cabalidad.<br />
La vida cristiana se puede sintetizar en conocer e imitar a<br />
Jesucristo, vivir su misma vida; es razonable que cuando se trata de<br />
formar la fe, pensemos en la Madre de Jesús, busquemos su figura<br />
amabilísima y nos prendamos de su mano amorosa para ser<br />
conducidos hasta el final del camino. Con ella, los hijos irán<br />
progresando, paso a paso, como Jesús-niño quien – primero en su<br />
regazo y luego atendiendo sus enseñanzas a lo largo de sus treinta<br />
años de vida oculta – fue formado en el conocimiento de las<br />
Escrituras y en todo lo referente a la misión redentora que le había<br />
sido confiada. También ella fue formada por Jesús. Fue la primera de<br />
sus discípulos,, la que continuamente llevaba en su corazón todo lo<br />
que veía y escuchaba de su Hijo. De ella se puede decir que es un<br />
catecismo viviente, madre y modelo de quienes tenemos el amado<br />
deber de transmitir la fe.<br />
Apoyados fuertemente en estas ideas centrales de la fe, surge<br />
en los padres el convencimiento de que un rasgo esencial de la vida<br />
espiritual de sus hijos es la piedad mariana. Un día de 1974, en<br />
Argentina – en uno de esos encuentros de Monseñor Josemaría<br />
Escrivá de Balaguer con multitud de personas que acudían deseosas<br />
de escucharle, y que apenas comenzados se convertían en<br />
verdaderas y amables tertulias familiares- una mujer le contó la<br />
anécdota de su único hijo, de cinco años. Iban los dos en un autobús<br />
y el niño observó la imagen de la Virgen colocada en el tablero de<br />
instrumentos. La saludó con su mano con gran naturalidad y<br />
sencillez, como quien saluda a una persona conocida y querida, y se<br />
puso luego a hablar con el conductor acerca del diálogo que él podría<br />
tener con Ella mientras manejaba:<br />
- Virgen, tenemos que parar: está el semáforo en rojo.<br />
Y después:<br />
- Virgen, ya podemos seguir, porque el semáforo está en<br />
verde...<br />
Al oír esta pequeña historia, el Fundador del Opus Dei<br />
permaneció un momento pensativo. Y le dijo enseguida a<br />
aquella madre:<br />
- Eso es vida contemplativa; cuando yo tenía esa edad era<br />
muy piadoso, pero no tenía vida contemplativa 33 .<br />
33 Cfr. Salvador Bernal, Apuntes sobre la vida del Fundador del Opus Dei, Editorial<br />
Rialp, Madrid 1976, p. 18<br />
24
Es un gran ideal para unos padres hacer que sus hijos tengan<br />
esa vida contemplativa, ese trato confiado con la Santísima Virgen<br />
María, Madre de Dios y madre nuestra. Este será siempre el atajo<br />
más corto para llegar a la intimidad con Dios:<br />
25<br />
El principio del camino que tiene por<br />
final la completa locura por Jesús es un<br />
confiado amor a María Santísima 34 .<br />
Dos hechos fundamentales nos pueden conducir al más hondo<br />
sentido de la filiación mariana: La Virgen María vive, y ella es,<br />
además de Madre de Dios, nuestra madre.<br />
La Virgen vive. Por privilegio que Jesús quiso para su Madre, la<br />
Señora fue llevada en cuerpo y alma a los cielos. Con ella se puede<br />
hablar como hacemos con las personas que nos rodean, con quienes<br />
convivimos. La relación con ella no es algo etéreo, vago, sino que<br />
puede traducirse en una conversación cercana, en la que hablamos<br />
de nuestras cosas y de su vida, de nuestros hijos y del suyo, del<br />
hogar de Nazareth y de esa vida cristiana que procuramos llevar,<br />
llena de alegrías y de dificultades, de pequeños gozos y de<br />
preocupaciones normales.<br />
No sólo vive. Es, además, madre nuestra: de cada una y de<br />
cada uno, de los pequeños y de los mayores, de los que sufren y de<br />
los que rebosan de alegría.<br />
La relación de cada uno de nosotros con<br />
nuestra propia madre, puede servirnos de<br />
modelo y de pauta para nuestro trato con<br />
la Señora del Dulce Nombre, María (...)<br />
¿Cómo se comportan un hijo o una hija<br />
normales con su madre? De mil maneras,<br />
pero siempre con cariño y con confianza 35 .<br />
Confianza. Que se apoya en la fe, en la seguridad absoluta de<br />
que ella nunca nos deja de atender y de ayudar pues, como reza la<br />
conocida oración del Acordaos, jamás se ha oído decir que ninguno<br />
de los que han acudido a vuestra protección y reclamado vuestro<br />
socorro, haya sido abandonado de vos. ¿Qué madre abandona a sus<br />
hijos? Y la Virgen es la mejor de todas las madres y, además, lo<br />
puede todo ya que es Omnipotencia suplicante.<br />
Y cariño. Que se puede cultivar con la práctica amorosa de<br />
algunas devociones de piedad filial.<br />
34 Santo Rosario, Rialp, Madrid 1978<br />
35 Es Cristo que pasa, n. 142
26<br />
Muchos cristianos hacen propia la<br />
costumbre antigua del escapulario; o han<br />
adquirido el hábito de saludar – no hace<br />
falta la palabra, el pensamiento basta – las<br />
imágenes de María que hay en todo hogar<br />
cristiano o que adornan las calles de tantas<br />
ciudades; o viven en esa oración<br />
maravillosa que es el santo rosario, en el<br />
que el alma no se cansa de decir siempre<br />
las mismas cosas, como no se cansan lo<br />
enamorados cuando se quieren, y en el que<br />
se aprende a revivir los momentos centrales<br />
de la vida del Señor; o acostumbran dedicar<br />
a la Señora un día de la semana –(...) el<br />
sábado -, ofreciéndole alguna pequeña<br />
delicadeza y meditando más especialmente<br />
en su maternidad 36 .<br />
Así, no será extraño que se repita en el propio hogar aquella<br />
anécdota contada por esa madre de familia en Argentina, a la que<br />
hicimos referencia atrás. Es lo mejor que los hijos se pueden llevar de<br />
su hogar, cuando deban marchar a establecer su propia familia: una<br />
tierna y recia devoción a nuestra Señora. No hay miedo a exagerar.<br />
Jamás imitaremos bastante el amor que Jesucristo tuvo por su<br />
Madre, nunca lo igualaremos. Siempre puede crecer, siempre debe<br />
mejorar, siempre cabe esforzarse por manifestarle con obras el cariño<br />
filial a María.<br />
Al querer a María, se está amando al mismo Dios por medio de<br />
su Hijo Jesucristo. La explicación que da Scott Hahn a su esposa<br />
Kimberly es suficientemente clara: “-María es la obra maestra de<br />
Dios. ¿Has ido alguna vez a un museo donde un artista esté<br />
exponiendo sus obras? ¿Crees que él se ofendería si te entretuvieses<br />
mirando la que él considera su obra maestra? ¿Se resentiría porque<br />
te quedaras contemplando su obra en vez de a él? ¡Oye!, es a mí a<br />
quien tienes que mirar! En vez de eso, el artista se siente honrado<br />
por la atención que le estás dedicando a su obra. Y María es la obra<br />
por excelencia de Dios, de principio a fin. –Scott continuó. – Y si<br />
alguien elogia a uno de nuestros hijos delante de ti, ¿le vas a<br />
interrumpir diciendo: “Demos el reconocimiento a quien realmente<br />
corresponde?... No, tú sabes que recibes honra cuando nuestros<br />
hijos la reciben. Del mismo modo, Dios es glorificado y honrado<br />
cuando sus hijos reciben honra” 37 .<br />
36 loc.cit<br />
37 Scott y Kimberly Hahn, Roma, dulce hogar, Editorial Rialp, cuarta edición, Madrid<br />
2001, p. 161
Esta piedad mariana es la mayor garantía de autenticidad para<br />
la vida espiritual. No es íntegra la fe de quien dice amar a Dios al<br />
paso que manifiesta indiferencia por su Madre. Es necesario honrar a<br />
María, ya que “como hombre, Jesucristo cumplió a la perfección la<br />
Ley de Dios, incluyendo el mandamiento de honrar a su padre y a su<br />
madre. La palabra hebrea para honrar, kabodah, significa<br />
literalmente glorificar. Así que Cristo no sólo honró a su Padre<br />
celestial, sino que también honró perfectamente a su madre terrenal,<br />
María, otorgándole su propia gloria divina. Así mismo, imitamos a<br />
Cristo no sólo honrando a nuestras propias madres, sino honrando a<br />
quienquiera que Él honra, y con la misma clase de honra que Él<br />
otorga” 38 . Es como una síntesis de lo que los Papas han dicho durante<br />
siglos sobre la devoción a María.<br />
Estar con María es vivir en el ambiente de Nazaret, respirar ese<br />
clima de virtudes que se respiraba en la casa de Jesús, con José y<br />
con su Madre: cariño, recogimiento, serenidad, alegría, capacidad<br />
para el sacrificio. En ese hogar no cabe la tibieza, ni el egoísmo, ni el<br />
aburguesamiento. Los hijos que, por imitación de sus padres,<br />
quieren de verdad a Santa María, sabrán con el paso de los años que<br />
han recibido la mejor de las herencias, el más rico legado que un<br />
cristiano puede incorporar a su vida: un tesoro con el cual podrán<br />
vencer los obstáculos que a lo largo de su existencia se presenten en<br />
el camino hacia Dios. Porque a quienes la quieran y la traten en la<br />
tierra la Virgen sonreirá acogedora y maternal en el mismo momento<br />
en que penetren, al final del tránsito terreno, a los umbrales de la<br />
eternidad.<br />
EPÍLOGO<br />
Lo oí por vez primera, reunido con sus hijos al regreso del<br />
cementerio donde acabábamos de dejar los restos mortales de su<br />
madre. Lo habían encontrado entre sus papeles personales y<br />
quisieron compartir con el sacerdote, que celebró sus honras<br />
fúnebres, la emoción que les produjo este texto. ¿Cuándo lo escribió?<br />
¿Por qué? No lo sabían. Pero tenían la convicción de que ella, como<br />
madre que los había querido de verdad, de alguna manera les estaba<br />
diciendo que su amor era semejanza y reflejo del amor de María por<br />
Jesús y por ellos mismos. Es un texto precioso, nacido de un corazón<br />
que amó a Dios de manera entrañable, que contempló con sosiego en<br />
su oración personal la vida de nuestra Señora y que cumplió con<br />
creces la misión confiada por Dios en su matrimonio de llevar sobre<br />
su corazón al esposo y de ser fortaleza para su numerosa prole.<br />
Desde el momento en que lo escuché, en la voz trémula y conmovida<br />
38 op. cit , p. 85<br />
27
de uno de sus hijos pensé que estas páginas merecían la letra del<br />
molde. Cuando ella lo escribió quizás no pensaba hacerlo público: era<br />
apenas un silencioso canto lleno de cariño y un reconocimiento de lo<br />
mucho que María, la Virgen, había significado para ella y para la vida<br />
cristiana de la familia. Pero entonces, cuando recién había salido al<br />
encuentro de su Dios y se había topado con la Madre del Señor, que<br />
con seguridad le sonreía con cariño materno, no le molestaría que lo<br />
diéramos a conocer. Tiene la sencillez de una sincera piedad y la<br />
claridad de la verdadera teología. Esto me movió a incluirlo en estas<br />
páginas, como epílogo a esta primera parte del libro, que concluye<br />
precisamente con el papel de Nuestra Señora en la transmisión de la<br />
fe. También me mueve el afecto sincero que siempre le profesé.<br />
MARÍA MADRE NUESTRA<br />
La naturalidad y sencillez con que se nos presenta la vida<br />
de María hace pensar a muchos, que los Evangelios y libros<br />
sagrados no se detienen suficientemente en Ella. Pero si<br />
meditamos un poco en los pasajes conocidos, encontramos<br />
tesoros infinitos, que exceden a todo lo humano y que sus<br />
virtudes superan a todos los santos, pues mereció el don de la<br />
Maternidad divina, que la coloca a una altura tan elevada que,<br />
según el pensar de algunos teólogos, casi alcanza los límites de<br />
la Divinidad.<br />
Cuando el Ángel le anuncia que Ella concebirá y dará a luz<br />
un hijo, se turba y pide una explicación, como criatura<br />
inteligente pero humana. El Ángel le dice que el Espíritu Santo<br />
vendrá sobre Ella. Entonces, comprendiendo, cree y acepta en<br />
un acto voluntario, los designios de Dios. Como conoce las<br />
profecías mesiánicas y esperaba un Redentor que vendría a<br />
levantar la humanidad caída por el pecado, en este momento<br />
tiene conciencia de que al aceptar una maternidad no sólo<br />
natural sino divina, tomaba consigo todos los sacrificios y se<br />
unía de la manera más íntima a la obra redentora. Primero<br />
vemos en María el acto más grande de fe, luego de aceptación<br />
a la Voluntad de Dios. Sin ese sí de María, no se habría<br />
cumplido la Redención. Por eso se dice de Ella que es la<br />
Corredentora.<br />
Después cuando Santa Isabel la saluda, inspirada por el<br />
Espíritu Santo, como la Madre de Dios, Ella responde con el<br />
Magníficat que es el cántico de alabanza y de acción de gracias<br />
más bello, profundo y humilde.<br />
28
Son en María sus silencios tan elocuentes como sus<br />
palabras. Cuando José se da cuenta del estado de María se<br />
desconcierta. Ella, que todo lo pone en manos de Dios, ha<br />
guardado silencio y no le ha revelado, ni para justificarse ante<br />
su castísimo esposo su concepción divina. Es Dios quien<br />
descubre a San José la virginidad de María.<br />
El plan divino se va acrecentando progresivamente en<br />
Ella. Dicen los textos que cuando Jesús tenía doce años se<br />
quedó en el Templo con los doctores y que José y María le<br />
buscaron angustiados por tres días y, al encontrarlo, María le<br />
reclama. Ella hasta entonces le había proporcionado todos los<br />
cuidados que un niño requiere y Dios aceptaba como cualquier<br />
mortal, para someterse a la condición humana; pero en este<br />
momento le manifiesta que Él debe ocuparse en las obras de su<br />
Padre. “Ella guardaba todas estas cosas en su corazón”. Como<br />
Dios no habla en el tiempo, sino para la eternidad, parece que<br />
en este pasaje le hablara no sólo a su Madre, sino a las madres<br />
de todos los tiempos, para que comprendan que los hijos son<br />
primero de Dios y para Dios.<br />
Fue tan modesta, tan sencilla y oculta la vida en Nazaret,<br />
que cuando Cristo en su vida pública asombraba con su<br />
sabiduría y sus milagros, las gentes se preguntaban incrédulas:<br />
“...pero, ¿no es este el hijo de José el carpintero y de María?”.<br />
¡Oh María! Mientras más natural, humilde y silenciosa te<br />
contemplamos, con mayor ternura y calor nos arrobas el alma.<br />
La plenitud de gracia, que le fue otorgada a María, se<br />
manifiesta con mayor esplendor a la hora del sacrificio. En el<br />
momento en que Cristo se presenta vencido, agobiado,<br />
despreciado, martirizado, se hacen las tinieblas en todos los<br />
espíritus, hasta en los mismos discípulos, sus elegidos y amigos<br />
(a excepción de Juan).<br />
Los que lo han visto dar oído a los sordos, luz a los<br />
ciegos, movimiento a los paralíticos y vida a los muertos; los<br />
que escucharon de sus labios la doctrina más santa y justa,<br />
ratificada con su propia vida, en la cual no pudieron nunca<br />
encontrar nada distinto de amor, caridad, sacrificio y entrega, lo<br />
traicionan, niegan y abandonan. En esta oscura hora, va María<br />
al encuentro de su Hijo amado y tanto lo han martirizado,<br />
azotado y desfigurado, que no hay en Él ningún rasgo de<br />
hermosura. Se miran, y Ella, sin una queja, sin protestar de<br />
quienes lo insultan, lo desafían y hieren. Asume en ese<br />
momento la misma actitud del Señor y acompaña a su Hijo,<br />
como cordero manso, ofreciendo al Padre ese sacrificio por la<br />
salvación del mundo. Esas dos almas, la de la Madre y la del<br />
29
Hijo, están unidas íntimamente y asociadas en el dolor<br />
salvador.<br />
Jesús en la vía dolorosa dijo a las mujeres: “No lloréis por<br />
Mí, sino por vosotras y por vuestros hijos”. A su Madre no se<br />
dirige porque sabe que en esos momentos Ella lo está<br />
ofreciendo por los hombres. Cristo no necesita del sufrimiento<br />
de Ella para la Redención, pero lo admite para dar un ejemplo a<br />
la humanidad de que el sufrimiento aceptado por Dios es<br />
propiciatorio y que el dolor en el mundo tiene sentido si<br />
sabemos encontrárselo, valorarlo y ofrecerlo. (A través de la luz<br />
que Cristo trajo al mundo, vemos como estrella refulgente la<br />
figura excelsa de María). En el momento supremo, cuando Dios<br />
Hijo se ofrece al Padre, para alcanzarnos el perdón, deja a su<br />
Madre como Madre espiritual de todos los mortales, en este<br />
valle de lágrimas. Después de darnos su propio cuerpo en<br />
alimento, éste es otro acto de su generosidad infinita.<br />
30<br />
María Cock de Abad Mesa
CAPÍTULO II<br />
JESUCRISTO, FUNDAMENTO <strong>DE</strong> <strong>LA</strong><br />
TRANSMISIÓN <strong>DE</strong> <strong>LA</strong> <strong>FE</strong><br />
“En la fuente misma de la misión educativa está Jesucristo,<br />
Maestro de maestros,<br />
porque Él mismo es la Palabra de Dios que puso su morada entre nosotros<br />
(Jn, 1,14), para revelarnos los secretos de Dios<br />
y para revestir a cada persona del hombre nuevo,<br />
creado según Dios, en la justicia y santidad de la verdad (Ef. 4, 24),<br />
y para comunicar el Espíritu que guía hacia la verdad completa (Juan 16,<br />
13).<br />
En Jesucristo todos los valores y los saberes humanos<br />
encuentran su plena realización y cumplimiento” 39<br />
Cristo vive 40<br />
31<br />
No es Cristo una figura que pasó. No es un<br />
recuerdo que se pierde en la historia.¡Vive!:<br />
Jesus Christus heri et hodie: ipse et in<br />
saecula! - dice San Pablo - Jesucristo ayer y<br />
hoy y siempre! 41<br />
Lo primero que conviene enseñar a los hijos es que el<br />
cristianismo es vida, vida en Cristo y en el seno de la Iglesia. No es<br />
un conjunto de preceptos o un método, plasmado en un libro, de<br />
cuyo cumplimiento material depende la salvación del hombre. No es<br />
acoger un frío reglamento. En la religión católica, se abraza a Cristo,<br />
y por Él, en el Espíritu Santo, a Dios Trino. Al recibir el Bautismo<br />
somos incorporados a un organismo vivo, el Cuerpo místico de Cristo.<br />
Comenzamos a disfrutar una vida nueva que es una intensa<br />
comunión con Cristo, hasta el punto de sostenerse y nutrirse con su<br />
propia Carne y Sangre: el que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida<br />
39 Colombia se construye desde la educación, Declaración fina de la XLV Asamblea<br />
Plenaria Ordinaria, de la Conferencia Episcopal de Colombia, 11-VII-1998, n. 55.<br />
40 Algunas de estas ideas han sido extractadas de la Memoria del IV Curso de<br />
Actualización Teológica de la Universidad de la Sabana, 6-12 de julio de 1992<br />
41 Camino, n. 584
eterna y yo lo resucitaré en el último día (...), permanece en mí y yo en él<br />
(...), vivirá por mí 42 .<br />
El cristianismo no es una `ideología' en el sentido original de<br />
este término, aunque la fe comporte un sistema de pensamiento que<br />
da respuesta a los grandes interrogantes que el hombre se plantea.<br />
Es la doctrina más acabada y satisfactoria acerca del origen y valor<br />
del mundo, el sentido del hombre y de la sociedad humana, y<br />
contiene la enseñanza más completa sobre Dios y las exigencias<br />
religiosas de la persona. Ser católico implica necesariamente imitar y<br />
vivir como vivió Jesucristo. Pero no sólo eso: hace falta ser también<br />
beneficiarios de la amistad con Cristo, Quien actúa ahora, en nuestros<br />
días, en cada persona que se deja vivificar y salvar por Él mediante la<br />
acción del Espíritu Santo. Cristo no nos enseñó sólo una doctrina para<br />
aprender sino que dijo: Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida; nadie va<br />
al Padre sino por mí 43 .<br />
Sólo Cristo salva<br />
32<br />
El cristianismo es la religión "del<br />
permanecer en la intimidad con Dios,<br />
del participar en su misma vida",<br />
como miembros de un mismo Cuerpo<br />
del que Él es Cabeza 44 . Por eso, el<br />
hombre o la mujer no pueden entrar<br />
en comunión con Dios, si no es por<br />
medio de Cristo y bajo la acción del<br />
Espíritu. Esta mediación suya única y<br />
universal, lejos de ser obstáculo en el<br />
camino hacia Dios, es la vía<br />
establecida por Dios mismo 45 .<br />
A lo largo de la vida en el hogar, parte fundamental de la<br />
enseñanza de los padres consiste en dejar clara una doctrina: la vida<br />
eterna nos viene únicamente por Jesús. Él es la salvación del hombre<br />
y a ella se accede libremente y por amor. Dios no se impone por la<br />
fuerza al entendimiento ni tampoco nos obliga a que le amemos:<br />
Jesucristo en primer lugar se abaja, se pone a nuestra altura, se nos<br />
entrega. En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a<br />
Dios, sino que Él nos amó y envió a su Hijo como víctima de propiciación<br />
por nuestros pecados (...). Nosotros amamos, porque Él nos amó primero 46 .<br />
42 Juan 6, 54. 56-57<br />
43 Juan 14, 6<br />
44 Tertio millennio adveniente, n. 8<br />
45 Redemptoris missio, n. 5<br />
46 I Juan, IV.10.19
Pero no se conforma con que le amemos en la lejanía, como Creador,<br />
Providente, Justo, Sabio. Él no quiere un amor distante, sino una<br />
comunión íntima con el hombre o la mujer en su totalidad: con el<br />
alma y con el cuerpo. Se comprende mejor si se considera que<br />
asumió nuestra naturaleza, con un corazón humano como el nuestro,<br />
con las mismas potencias y sentidos, con nuestras pasiones y<br />
sentimientos, con nuestras flaquezas, menos el pecado; por lo mismo<br />
se inventó la maravilla de la Eucaristía, que es la materialización de<br />
su cercanía infinita y de su amor por cada uno de nosotros.<br />
A lo largo de la historia, la ignorancia sobre la persona de Jesús<br />
ha puesto a circular un sin fin de opiniones. Pero quizás nunca como<br />
ahora tiene este fenómeno proporciones tan vastas. Lo recordaba el<br />
Papa Juan Pablo II:<br />
La verdad acerca de Jesucristo<br />
33<br />
Ante Jesús, no cabe contentarse con una<br />
simpatía simplemente humana por legítima<br />
y valiosa que sea, ni es suficiente<br />
considerarlo sólo como un personaje digno<br />
de interés histórico, teológico, espiritual o<br />
social, o como fuente de inspiración<br />
artística. En torno a Cristo vemos<br />
frecuentemente - incluso entre cristianos -<br />
cernirse la sombra de la ignorancia, o de la<br />
tergiversación - más penosa todavía -,<br />
cuando no de la infidelidad. Existe siempre<br />
el riesgo de remitirse al Evangelio de Jesús,<br />
sin conocer verdaderamente su grandeza y<br />
radicalidad, y sin traducir en vida lo que se<br />
proclama con las palabras. Cuántos son los<br />
que estrechan el Evangelio a su medida, y<br />
se hacen un Jesús más cómodo, negándole<br />
su trascendente divinidad, anulando su real,<br />
histórica humanidad, manipulando la<br />
integridad de su mensaje, en particular<br />
ignorando el sacrificio de la Cruz que<br />
domina su vida y su doctrina, y la Iglesia<br />
que Él ha instituido como Sacramento suyo<br />
en la historia 47<br />
De ahí la importancia trascendental de dar a los hijos - y<br />
en el aula a los alumnos - la verdad acerca de Jesucristo: su<br />
divinidad; su pasión, muerte y resurrección, hechos realmente<br />
históricos; su humanidad perfecta que lo convierte en modelo<br />
nuestro. ¿Quién dicen los hombres que es el Hijo de Dios?, preguntó el<br />
Señor a sus discípulos. Ellos respondieron: unos que Juan Bautista,<br />
47 Juan Pablo II, Alocución, 7-I-1987
otros que Elías, otros que Jeremías o alguno de los profetas... 48 Y<br />
vosotros, ¿quién decís que soy yo? Respondiendo Simón Pedro dijo: Tú<br />
eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo. Jesús le respondió: Bienaventurado eres,<br />
Simón hijo de Juan, porque no te ha revelado eso ni la carne ni la sangre,<br />
sino mi Padre que está en los Cielos 49 .<br />
34<br />
Jesucristo ha venido a salvarnos.<br />
Repasemos tantas escenas estupendas del<br />
Evangelio que lo declaran. Aquella en la que<br />
se lo comunicó a José: Lo llamarás Jesús,<br />
porque salvará a su pueblo de sus pecados.<br />
Como Salvador lo anunció el ángel a los<br />
pastores: Hoy os ha nacido en la ciudad de<br />
David un Salvador, que es el Mesías, el<br />
Señor. A Juan el Bautista, el precursor, le<br />
fue dado a conocer a Jesús como el Cordero<br />
de Dios que quita el pecado del mundo, y<br />
como tal lo presentó a sus discípulos. Años<br />
más tarde, el apóstol Pedro exhortará a los<br />
cristianos a crecer siempre más en el<br />
conocimiento de nuestro Señor y Salvador<br />
Jesucristo, y Pablo impulsará a vivir sobria y<br />
piadosamente en este mundo, en espera de<br />
la manifestación del gran Dios y Salvador<br />
nuestro Jesucristo 50 .<br />
Los apóstoles hablaban fundamentalmente de Cristo.<br />
La transmisión de la fe cristiana desde el comienzo de Evangelio<br />
es, ante todo, el anuncio de Jesucristo para llevar a la fe en Él. En el<br />
centro de la enseñanza de los apóstoles, en lo que constituye el<br />
núcleo de su fe y de su predicación encontramos esencialmente una<br />
Persona, la de Jesús de Nazaret, Unigénito del Padre, que sufrió y murió por<br />
nosotros y que ahora, resucitado, vive para siempre con nosotros...<br />
Catequizar es descubrir en la Persona de Cristo el designio eterno de<br />
Dios 51 . No tenían otra cosa que transmitir, ni otro argumento para<br />
hacer la apología de la fe ante sus detractores. Dos mil años<br />
después, tampoco contamos los cristianos con mejores razones para<br />
continuar la misión de los Doce: creemos por Jesucristo.<br />
Esta es la enseñanza que nos transmiten los evangelistas,<br />
testigos privilegiados: Lo que hemos oído, lo que hemos visto con<br />
nuestros ojos, lo que contemplamos y palparon nuestras manos acerca del<br />
Verbo de la vida - pues la vida se ha manifestado y nosotros la hemos visto,<br />
y damos testimonio, y os anunciamos la vida eterna, que estaba junto al<br />
48 Mateo 16, 13<br />
49 Mateo 16, 13<br />
50 Javier Echevarria, Itinerarios de vida cristiana, Ed. Planeta. Testimonio, Barcelona<br />
2001, p.33<br />
51 C.E.C., n. 426
Padre, y se nos ha manifestado -; lo que hemos visto y oído, os lo<br />
anunciamos para que también vosotros estéis en comunión con nosotros 52 .<br />
Los apóstoles hablaban solamente de Cristo.<br />
Dios habla: aprender a escucharlo<br />
Cuando los hijos pregunten: ¿Por qué Dios no habla?, ¿Por qué<br />
no nos revela más claramente su voluntad?, ¿Por qué no podemos<br />
verle, estar seguros de que existe?, habría que aclararles que quizás<br />
más bien es que se escucha poco, se reflexiona superficialmente<br />
sobre lo que Dios ha dicho y realizado en Cristo. Hay una tal plenitud<br />
de verdad en Cristo, que después de Él, se comprende que Dios no<br />
tiene nada más que decir: lo dijo todo en el Verbo encarnado.<br />
Nuestro Dios es tan cercano que se puede tocar, escuchar: es<br />
hombre como nosotros, conoce nuestros sufrimientos hasta el punto<br />
de cargar con ellos sobre sus espaldas 53 , experimentó todos nuestros<br />
dolores, nuestros miedos, nuestras penas y alegrías. La respuesta de<br />
Dios supera con mucho las expectativas humanas: el cristianismo<br />
ofrece una visión del hombre, una salvación y una relación con Dios<br />
de características tales que van más allá de toda previsión y que no<br />
tienen precedente en la historia.<br />
Si, con la ayuda de los Evangelios, leídos cotidianamente en el<br />
hogar, se contempla en su conjunto la Encarnación, la Pasión, la<br />
Muerte y la Resurrección de Cristo, se advierte una coherencia tan<br />
divinamente construida que sólo puede ser atribuida a un designio de<br />
Dios. Quien lo considera sin prejuicios, advierte claramente que sólo<br />
el Señor puede haber realizado un plan sublime tan lógico y a la vez<br />
tan inesperado, tan paradójico en apariencia. Todo esto es un<br />
poderoso indicio de verdad. Es coherente, en primer lugar, con la<br />
naturaleza de Dios, que es Amor y fuente de amor. Y es un plan<br />
profundamente coherente con el ser humano: con nuestra necesidad<br />
de dar y recibir amor, y de hacerlo con inmediatez, con cercanía. En<br />
Cristo se reconoce un mensaje que está de acuerdo con los deseos más<br />
profundos del corazón humano 54 .<br />
Muchos movimientos religiosos, sobre todo orientales,<br />
pretenden ofrecer tranquilidad psicológica - por distintos medios - o<br />
una salvación que no es necesario esperar con incertidumbre porque<br />
se logra por el propio esfuerzo. También algunos errores nacidos<br />
dentro de la religión cristiana y católica intentan ofrecer un Dios<br />
hecho a la medida del hombre, o que tiene sentido en la medida que<br />
satisface alguna de nuestras necesidades existenciales. La fe difiere<br />
esencialmente de esas realidades. Cristo exige la sumisión del<br />
52 I Juan, I, 1-3<br />
53 Cf. Isaías, LIII, 4-5<br />
54 Gaudium et spes, n. 21<br />
35
entendimiento y de la voluntad. Ha de aceptársele con todas sus<br />
aparentes paradojas, con sus misterios, y seguirle hasta negarse a<br />
uno mismo: nos pide tomar la cruz cotidiana, si queremos seguirle e,<br />
incluso, perder la vida por Él para ganar la vida eterna. La<br />
humanidad de Cristo nos muestra a Dios, pero también muestra el<br />
hombre al propio hombre.<br />
36<br />
Cristo Redentor (...) revela plenamente el<br />
hombre al mismo hombre. Tal es - si se<br />
puede expresar así - la dimensión humana<br />
del misterio de la Redención. En esta<br />
dimensión el hombre vuelve a encontrar la<br />
grandeza, la dignidad y el valor propios de<br />
su humanidad (...). El hombre que quiere<br />
comprenderse hasta el fondo a sí mismo<br />
(...) debe, con su inquietud, incertidumbre e<br />
incluso su debilidad y pecaminosidad, con<br />
su vida y con su muerte, acercarse a Cristo.<br />
Debe, por decirlo así, entrar en Él con todo<br />
su ser, debe apropiarse y asimilar toda la<br />
realidad de la Encarnación y de la Redención<br />
para encontrarse a sí mismo. Si se actúa en<br />
la persona este hondo proceso, entonces<br />
dará frutos no sólo de adoración a Dios, sino<br />
también de profunda maravilla de sí mismo.<br />
¡Qué valor debe tener el hombre a los ojos<br />
del Creador, si se ha merecido tener tan<br />
grande Redentor, si Dios ha dado a su Hijo<br />
a fin de que él, el hombre, no perezca sino<br />
que tenga vida eterna” 55 .<br />
En el proceso de maduración que se sigue para los hijos en el<br />
hogar, es importante ofrecerles como modelo a Cristo, el hombre<br />
perfecto, la plenitud de todo lo humano. En lo más profundo de su<br />
ser - aunque no se quiera reconocerlo -, cada uno querría poseer la<br />
dulzura y la fortaleza de Cristo; sus virtudes, su equilibrio humano,<br />
su disponibilidad incondicionada al perdón; su amor generoso cuya<br />
máxima expresión es - como el mismo Jesús declara - dar la vida por<br />
sus amigos; su sensibilidad ante el dolor y la miseria de los demás,<br />
su misericordia y su justicia, su comprensión con los más pobres, con<br />
los más abandonados; su despego respecto a los bienes de la tierra y<br />
su empleo justo; su pureza y castidad. Alguien a quien imitar.<br />
Cristo restaura al ser humano<br />
En Cristo, la humanidad – cada hombre, cada mujer -<br />
encuentra algo que en algún momento le había pertenecido, que<br />
después perdió por su culpa, y que ahora se le brinda de nuevo,<br />
55 Redemptor hominis, n. 10
sumamente enriquecido. Ve ahí su propio ser elevado,<br />
sobrenaturalizado; contempla una perfección que le atrae como un<br />
imán. Es Jesús como la respuesta a una llamada profunda que se<br />
despertase en lo íntimo de nuestro ser; la llamada a volver a ser lo<br />
que Dios quiso que fuéramos al crearnos a su imagen y semejanza y<br />
al hacernos hijos suyos. Desde el primer pecado el hombre buscó su<br />
plenitud por caminos equivocados, se metió en laberintos intricados,<br />
renunciando a volver sobre sus pasos, alejándose así de la salida.<br />
Pero cuando busca una respuesta cabal a los misterios de su propia<br />
existencia, encuentra en Cristo el Camino que conduce a la Verdad y<br />
a la Vida, la senda que le saca del error y de la muerte; comprende<br />
quién es él, para qué fue creado, de donde viene y a dónde va, qué<br />
sentido tiene la existencia, la muerte, el dolor y la angustia, dónde se<br />
halla la felicidad. Un gigantesco rompecabezas parece<br />
recomponerse:<br />
Ayudar a creer en Jesús<br />
37<br />
El misterio del hombre sólo se esclarece en<br />
el misterio del Verbo Encarnado (...).<br />
[Cristo] manifiesta plenamente el hombre al<br />
propio hombre y le descubre la sublimidad<br />
de su vocación. (...) Por Cristo y en Cristo<br />
se ilumina el enigma del dolor y de la<br />
muerte, que fuera del Evangelio nos<br />
envuelve en absoluta oscuridad 56 .<br />
En ese hermoso proceso de la transmisión de la fe a los hijos -<br />
que se completa con la acción educativa del colegio - está presente,<br />
como fundamento, como proceso y como meta, el mismo Cristo,<br />
Redentor del hombre. Formación religiosa significa, por encima de<br />
cualquier otro criterio, anunciar, predicar, manifestar, dar a conocer<br />
el Evangelio de Nuestro Señor Jesucristo. La educación cristiana se<br />
puede definir como anunciar a Cristo a aquellos que lo ignoran, lo<br />
conocen poco, lo tratan poco, o lo aman poco. La religión debe<br />
inspirarse en la manera como Jesucristo formaba a sus discípulos a<br />
quienes les daba a conocer los misterios del Reino de los Cielos 57 , les<br />
enseñaba a orar 58 , les mostraba cómo debían comportarse 59 , y les enviaba<br />
a anunciar el Evangelio a toda criatura 60 .<br />
Enseñar religión tiene por fin ayudar a los hijos a creer que<br />
Jesús es el Hijo de Dios con el fin de que, despertándose su fe en Él,<br />
lo busquen, encuentren, conozcan, traten y sigan y, de este modo,<br />
56 Gaudium et spes, n. 21<br />
57 Mat.13, 11<br />
58 Cfr. Lc.11, 1<br />
59 Cfr. Mat. 11,29<br />
60 Cfr. Mc.16, 16
tengan vida en su nombre 61 . La doctrina cristiana es, por su propia<br />
naturaleza, Cristocéntrica. En el centro de toda la formación<br />
encontramos esencialmente una persona: la de Jesús de Nazaret,<br />
Unigénito del Padre, lleno de gracia y de verdad 62 , quien se encarnó,<br />
vivió, sufrió y murió por nosotros y ahora, resucitado, vive con<br />
nosotros. Jesús es el Camino, la Verdad y la Vida 63 , y la existencia<br />
cristiana consiste en seguir a Cristo. La transmisión de la fe debe<br />
contener siempre, como base, centro y a la vez culmen de su<br />
dinamismo, una clara proclamación de que en Jesucristo, Hijo de Dios<br />
hecho hombre, muerto y resucitado, se ofrece la salvación a todos<br />
como don de la gracia y de la misericordia de Dios.<br />
La misión del padre o de la madre – que se continúa en el<br />
maestro de religión - es dar a conocer a Cristo como Salvador,<br />
anunciarlo, teniendo muy presente que hemos de mostrarlo al mundo<br />
no de cualquier manera, sino –con palabras de san Pablo- como<br />
buenos conocedores del amor de Cristo que sobrepasa todo conocimiento.<br />
38<br />
La palabra conocer indica aquí no un saber<br />
exclusivamente intelectual, sino un saber<br />
hecho vida, un saber madurado y asimilado<br />
en la oración y, desde ese centro de nuestro<br />
yo que es el corazón, transmitido a las<br />
obras. Hemos de anunciar a Cristo a través<br />
de nuestra propia existencia, siendo entre<br />
los demás . Mejor dicho,<br />
procurando serlo, porque nos vemos débiles<br />
y nos reconocemos llenos de miserias. Pero<br />
aún así, como le gustaba decir al Beato<br />
Josemaría, nos esforzamos para que<br />
; para que<br />
; para que ” 64 .<br />
Todo lo anterior se encuentra en una idea central: iluminar a<br />
todos en el hogar acerca de la persona de Jesús, Hijo de Dios,<br />
encarnado en María y Redentor del hombre.<br />
61 Cf. Juan 20, 31<br />
62 Juan 1, 14<br />
63 Juan 14, 6<br />
64 Javier Echevarria, o.c., pp. 33-34
De la credibilidad al Amor<br />
39<br />
Se trata, por tanto, de descubrir en la<br />
Persona de Cristo el designio eterno de Dios<br />
que se realiza en Él. Se trata de procurar<br />
comprender el significado de los gestos y de<br />
las palabras de Cristo, los signos realizados<br />
por Él mismo, pues ellos encierran y<br />
manifiestan a la vez su misterio. En este<br />
sentido, el fin definitivo de la catequesis es<br />
poner a uno no sólo en contacto sino en<br />
comunión, en intimidad con Jesucristo: sólo<br />
Él puede conducirnos al amor del Padre en<br />
el Espíritu y hacernos partícipes de la vida<br />
en la Santísima Trinidad 65 .<br />
“Que busques a Cristo:<br />
Que encuentres a Cristo:<br />
Que ames a Cristo” 66<br />
Cristo quiere que lo tratemos, que intimemos con Él. Su<br />
entrega hasta la muerte y muerte de Cruz constituye una llamada<br />
apremiante a corresponder a su gran amor.<br />
Si Dios nos ha creado, si nos ha redimido, si<br />
nos ama hasta el punto de entregar por<br />
nosotros a su Hijo Unigénito, si nos espera<br />
-¡cada día! - como esperaba aquel padre de<br />
la parábola a su hijo pródigo, ¿cómo no va a<br />
desear que lo tratemos amorosamente?<br />
Extraño sería no hablar con Dios, apartarse<br />
de Él, olvidarle, desenvolverse en<br />
actividades ajenas a esos toques<br />
ininterrumpidos de la gracia 67 .<br />
Se ha de llevar a los hijos – a través del ejemplo de padres y<br />
profesores - a un encuentro personal con Jesús. Y a esto ayuda,<br />
más que todas las consideraciones teóricas, el testimonio personal.<br />
El papá o la mamá – así como el maestro - que se esfuerza por vivir<br />
su fe, muestra a Cristo en sí mismo, aunque no sea consciente de<br />
ello: él es ya un inmediato motivo de credibilidad. Porque el Señor<br />
vive en los cristianos. Cuanto más sólida aparezca la fe de un padre o<br />
madre y más coherentes sus obras, más creíble aparecerá Jesús<br />
mismo. Por eso, debe actuar de modo que, a través de sus acciones<br />
pueda descubrirse el rostro del Maestro. Del mismo modo, un mal<br />
ejemplo se convierte en motivo de escándalo, ya que equivale a<br />
mostrar desfigurado y poco atrayente el rostro de Cristo.<br />
65 Catechesi tradendae, n. 5<br />
66 Camino, n. 382<br />
67 Amigos de Dios, n. 251
40<br />
Señor: que yo me decida a arrancar,<br />
mediante la penitencia, la triste careta que<br />
me he forjado con mis miserias... Entonces,<br />
sólo entonces, por el camino de la<br />
contemplación y de la expiación, mi vida irá<br />
copiando fielmente los rasgos de tu vida.<br />
Nos iremos pareciendo más y más a Ti.<br />
Seremos otros Cristos, el mismo Cristo 68 .<br />
Si se alcanza este encuentro personal con Jesús resucitado,<br />
como María Magdalena y los Apóstoles después de la Resurrección,<br />
nos encontraremos transformados, llevando a cabo la continua<br />
llamada a la conversión, a un cambio de vida, a un comenzar de<br />
nuevo en la gracia que nos trae Jesús. Si salimos con valentía a<br />
acercarnos a Cristo, descubriremos una irresistible llamada a la<br />
comunión, a semejanza y modelo de aquella íntima comunión de las<br />
divinas Personas de la Santísima Trinidad. En el poder del espíritu<br />
Santo, fuente divina de la comunión, seremos conducidos hacia una<br />
más profunda relación de amor y cooperación entre todos los<br />
miembros del hogar y entre estos y los demás.<br />
El encuentro personal con Jesucristo conduce a la solidaridad,<br />
exigencia de caridad, para practicar hoy y siempre en todos los<br />
campos de las relaciones humanas. La solidaridad es compartir lo<br />
que somos, lo que creemos y lo que tenemos. El Señor Jesús es el<br />
ejemplo perfecto de esto, ya que Él se despojó de sí mismo para<br />
hacerse en todo semejante a nosotros, menos en el pecado 69 . La<br />
solidaridad nos impulsa a considerarnos hermanos, así como Jesús lo<br />
hizo. Nos llama a amarnos mutuamente y a compartir los unos con<br />
los otros. Abarca desde la caridad personal que nos obliga con el<br />
pobre de nuestra comunidad, hasta la solidaridad con los pobres del<br />
mundo entero.<br />
La doctrina no es mía<br />
La constante preocupación de todo padre o madre de familia -<br />
así como del maestro de Religión - debe ser la de comunicar, a<br />
través de su enseñanza y su comportamiento, la doctrina y la vida de<br />
Jesús. No tratará de fijar la atención y la adhesión del hijo – alumno -<br />
en sí mismo, en sus opiniones y actitudes personales; no querrá<br />
inculcar sus opciones propias como si éstas expresaran la doctrina y<br />
las lecciones de la vida de Cristo. Más que nadie, padres y profesores<br />
deben ser conscientes de la misteriosa frase del Señor: Mi doctrina no<br />
es mía, sino del que me ha enviado 70 . Es lo que hace San Pablo, cuando<br />
68 Via Crucis, VI estación.<br />
69 Cf. Flp. 2, 7; Hebr. 4, 15<br />
70 Juan 7, 16
trata una cuestión de gran importancia, la Eucaristía: Yo recibí del<br />
Señor lo que les he transmitido 71 . Eso es, exactamente, lo que hacemos<br />
quienes nos dedicamos a la enseñanza de la Religión: transmitir lo<br />
recibido del Señor. Para hacerlo bien se requiere un contacto asiduo<br />
con la Palabra de Dios transmitida por el Magisterio de la Iglesia, una<br />
familiaridad estrecha con Cristo y con Dios-Padre en el Espíritu Santo,<br />
espíritu de oración, despego de sí mismo: para poder decir, con<br />
verdad, ¡mi doctrina no es mía!<br />
Los hijos, por el hecho de su bautismo, tienen el derecho –que<br />
es sagrado- de recibir una enseñanza y formación que les permitan<br />
continuar una vida verdaderamente cristiana; tienen derecho a<br />
conocer la verdad sobre el mundo, sobre el hombre y sobre Dios que<br />
sólo Jesucristo puede comunicar. Se trata, por tanto, de hacer que<br />
crezca – en conocimiento y en vida - el germen de la fe sembrado por<br />
el Espíritu Santo en la formación inicial recibida en el hogar y en su<br />
continuación en el colegio. El fin de la educación religiosa es<br />
desarrollar la inteligencia del misterio de Cristo a la luz de la Palabra<br />
de Dios, para que los jóvenes se impregnen de ella hasta llegar a<br />
transformarse, por acción de la gracia, en nueva criatura y se pongan<br />
en capacidad de seguir a Cristo, aprender a pensar y a actuar como<br />
Él, a conocer sus exigencias y acoger las promesas contenidas en el<br />
mensaje evangélico, así como los senderos que Él traza a quien<br />
quiera seguirlo.<br />
En este proceso no se va a exponer los propios criterios, sino el<br />
Evangelio recibido en la Iglesia a través de la legítima Tradición.<br />
Evangelio del que no somos dueños ni propietarios, sino instrumentos<br />
de transmisión en toda su pureza, para entregarlo con suma<br />
fidelidad. Es importante que recuerde con frecuencia que la doctrina<br />
que enseña no nos pertenece. Que no se están transmitiendo ideas<br />
personales, ni las de otro maestro, sino la enseñanza de Jesús, la<br />
Verdad que Él comunica o, más exactamente, la Verdad que Él es 72 .<br />
Lo que se enseña es a Cristo, el Verbo Encarnado e Hijo de Dios y<br />
todo lo demás en referencia a Él. El único que enseña es Cristo y<br />
cualquier otro lo hace en la medida en que es su portavoz,<br />
permitiendo que Cristo enseñe por su boca.<br />
El mejor Maestro: el mismo Jesús<br />
La Religión Católica no es un cúmulo de verdades abstractas,<br />
sino la comunicación del Misterio vivo de Dios. La calidad de Aquel<br />
que enseña en el Evangelio y la naturaleza de su enseñanza superan<br />
todo lo que puede decir cualquier maestro, por preparado que esté.<br />
Sólo en Jesucristo se da la unión perfecta entre lo que se dice, se<br />
71 I Cor., 11, 23<br />
72 Cf. Juan 14, 6<br />
41
hace y se es. Así lo afirma San Lucas cuando escribe que Jesús hizo y<br />
enseñó 73 . Efectivamente: Jesús enseñó. Este el testimonio que da<br />
de Sí mismo: Todos los días me sentaba en el Templo a enseñar 74 . Él es<br />
Maestro, el mejor maestro, el verdadero maestro. Es el título que se<br />
le da en numerosos pasajes del Evangelio 75 .<br />
42<br />
La majestad de Cristo que enseña, la<br />
coherencia y la fuerza persuasiva únicas de<br />
su enseñanza, no se explican sino porque<br />
sus palabras, sus parábolas y<br />
razonamientos no pueden separarse nunca<br />
de su vida y de su mismo ser. En este<br />
sentido, la vida entera de Cristo fue una<br />
continua enseñanza: su silencio, sus<br />
milagros, sus gestos, su oración, su amor al<br />
hombre, su predilección por los pequeños y<br />
los pobres, la aceptación del sacrificio total<br />
en la cruz por la salvación del mundo, su<br />
resurrección, son la actuación de su palabra<br />
y el cumplimiento de la revelación. De<br />
suerte que, para los cristianos, el Crucifijo<br />
es una de las imágenes más sublimes y<br />
populares de Jesús que enseña” 76 .<br />
Si es verdad que ser cristiano significa decir sí a Jesucristo,<br />
recordemos que este sí tiene dos niveles: uno, consiste en entregarse<br />
a la Palabra de Dios y apoyarse en ella; otro, esforzarse por conocer<br />
cada vez mejor el sentido profundo de esa Palabra 77 . Las<br />
convicciones firmes que se logren deben conducir a una manera de<br />
vivir auténtica como discípulos verdaderos de Jesucristo. Pero las<br />
convicciones no se enseñan, se trasmiten como por ósmosis.<br />
Educar en la fe es ayudar a entrar en comunión con Jesús<br />
De forma descriptiva se podría decir que la enseñanza de la<br />
religión constituye como el conjunto de esfuerzos realizados para<br />
educar la fe de los hijos. Esto lleva consigo una enseñanza orgánica,<br />
sistemática, completa, sencilla e integral de la doctrina evangélica,<br />
con el anhelo de que ellos alcancen la plenitud de la vida cristiana.<br />
Esta se logrará cuando -a imitación y con la ayuda de sus padres y<br />
profesores- entren no sólo en contacto, sino en intimidad, en<br />
comunión con Jesucristo: sólo Él puede conducirnos al amor del Padre<br />
en el Espíritu Santo y hacernos participes de la vida de la Santísima<br />
73 Hechos, 1,1<br />
74 Mateo 26, 55; Cf. Juan 18, 20<br />
75 Aproximadamente unos cincuenta<br />
76 Cat. Trad., n. 9<br />
77 Cfr. Cat. Trad., n. 20
Trinidad 78 . Esa comunión e intimidad con Jesucristo es el fin definitivo<br />
de la educación religiosa y, por tanto, también debe serlo de la clase<br />
de religión. Si se pretende que la fe recibida en el bautismo se<br />
desarrolle, madure y dé frutos, hay que poner las bases para lograr<br />
una personalidad cristiana. No hay otro camino que llevar a los hijos<br />
a la amistad con Jesús, hasta que alcancen esa fascinación por<br />
Jesucristo que el Papa destacaba en el Beato Josemaría el día de su<br />
beatificación.<br />
El Evangelio, libro de meditación habitual<br />
Experiencia humana, Palabra de Dios y expresiones concretas de<br />
fe, son elementos que se integran y armonizan perfectamente en el<br />
ambiente del hogar, como más tarde habrá de suceder en la clase de<br />
religión que se prepara bien y se lleva con altura. La doctrina y la vida,<br />
se entrecruzan con natural sobrenaturalidad. La experiencia humana,<br />
se convierte en experiencia cristiana en virtud de la Palabra de Dios.<br />
Por eso es tan importante -hay que repetirlo una vez más- enseñar a<br />
leer la Escritura, según se ha leído y se lee en la Iglesia: es decir, con<br />
gran fidelidad al Magisterio y a la Tradición. Se trata de una<br />
enseñanza básica y elemental de las verdades de la fe y de los<br />
principios de la conducta cristiana, dada a quienes desean vivirlas<br />
personalmente. Por eso, un buen progenitor se preocupa no sólo de<br />
alimentar y enseñar la fe, sino de suscitarla continuamente con la<br />
ayuda de la gracia, abrir el corazón, convertir, preparar una adhesión<br />
plena a Jesucristo en quienes apenas están en el umbral de su fe o de<br />
su vida cristiana. Esto contiene exigencias que abarcan el tono, el<br />
lenguaje, el ambiente familiar, bien adaptados a la edad cronológica y<br />
mental de los niños o jóvenes, así como a las necesidades del<br />
entorno en el que se mueven y de las circunstancias que les rodean<br />
ocasional o habitualmente.<br />
Con una fe muy viva en la presencia y en la acción de Cristo en<br />
la historia humana, resulta natural acudir a los pasajes del Evangelio<br />
con el anhelo de impregnarse de las palabras y gestos del Señor. Así<br />
se alcanza una familiaridad directa con la vida terrena del Hijo de<br />
Dios y, conducidos por el Espíritu Santo, los hijos serán llevados a la<br />
contemplación amorosa de la Santísima Trinidad. De una manera<br />
práctica lo hacía con las hijas y sus amigas, una madre de familia.<br />
Las invitó a dedicar una hora semanal a conocer la vida y la doctrina<br />
de Jesucristo. Comenzaba su clase con la lectura en voz alta de un<br />
texto o pasaje, por parte de una de ellas. Una vez leído, con libertad<br />
manifestaban las enseñanzas que cada una iba sacando del mismo y<br />
las dificultades o preguntas que surgían espontáneas. La madre, que<br />
se había preparado convenientemente, aclaraba los puntos<br />
necesarios, tomando pie de lo leído para hacer una explicación más<br />
78 Cfr. , Cat. Trad., n. 5<br />
43
amplia sobre una virtud, un tema doctrinal, etc. Enseguida leían en<br />
una buena biografía de Cristo, las páginas correspondientes al pasaje<br />
del Evangelio leído. Comentaban entonces los nuevos elementos<br />
encontrados que complementan el texto sagrado. Luego, como<br />
ayuda audiovisual, veían en la película JESÚS <strong>DE</strong> NAZARETH, de<br />
Franco Zeffirelli, las escenas correspondientes a lo estudiado. Esta<br />
forma de presentación, desde tres niveles distintos, resultó<br />
enormemente formativo porque les ayudó a grabar de manera<br />
indeleble la persona, la vida y la doctrina del Señor. El término final<br />
de cada clase, que muchas veces era continuado por cada una ya en<br />
su propio hogar, era la meditación personal. ¡Excelente experiencia<br />
de pedagogía familiar!<br />
Naturalmente esta forma de presentar a Jesús debe seguir el<br />
ritmo propio de la edad y capacidad de los hijos para aprovechar este<br />
sistema y puede ser empleado también en las clases de religión. Hay<br />
que evitar, eso sí, que la actividad se torne monótona, por lo que<br />
puede hacerse intercalando otras maneras de mantener siempre vivo<br />
el interés: casos de la vida actual en los que sean aplicables las<br />
enseñanzas de Cristo, artículos de periódico en los cuales se vea<br />
claramente la necesidad de poner en práctica dichas enseñanzas.<br />
El Beato Josemaría tuvo de ello una experiencia muy rica. “No<br />
leáis nunca el Evangelio como agua que pasa -exhortaba en una<br />
Tertulia el 2 de enero de 1971-; en él podéis aprender a tratar a<br />
Jesús”. Y en uno de sus libros póstumos, escribe:<br />
44<br />
Al abrir el Evangelio, piensa que lo que allí<br />
se narra –obras y dichos de Cristo- no sólo<br />
has de saberlo, sino que has de vivirlo.<br />
Todo, cada punto redactado, se ha recogido,<br />
detalle a detalle, para que lo encarnes en<br />
las circunstancias concretas de tu<br />
existencia. -El Señor nos ha llamado a los<br />
católicos para que le sigamos de cerca y, en<br />
ese Texto Santo, encuentras la vida de<br />
Jesús; pero, además, debes encontrar tu<br />
propia vida. Aprenderás a preguntar tú<br />
también, como el Apóstol, lleno de amor:<br />
Señor, ¿qué quieres que yo haga?... -¡La<br />
Voluntad de Dios!, oyes en tu alma de modo<br />
terminante. Pues, toma el Evangelio a<br />
diario, y léelo y vívelo como norma<br />
concreta. –Así han procedido los santos 79 .<br />
Es una forma de acudir a los pasajes del Evangelio para<br />
empaparse de la doctrina de Cristo, contenida en las palabras y los<br />
79 Forja, n. 754
gestos, las actitudes del Señor. No nos podemos considerar ajenos a<br />
esas escenas. Es bueno, además, tomarse a sí mismo como uno de<br />
los personajes que se mencionan en la Escritura, cerca del Maestro.<br />
Reaccionar como ellos lo harían, alcanzar cierta familiaridad con la<br />
vida terrena del Hijo de Dios. Mezclarse con el pueblo que escucha y<br />
sigue a Jesús, recrearse con su palabra y sus gestos humanos y<br />
divinos a la vez; emocionarse con su facilidad para el perdón; casi<br />
tocar con las manos ese amor de Cristo que nos llama amigos y que,<br />
como tal, está dispuesto a dar la vida por nosotros.<br />
45<br />
Porque hace falta que la conozcamos bien,<br />
que la tengamos toda entera en la cabeza y<br />
en el corazón, de modo que, en cualquier<br />
momento, sin necesidad de ningún libro,<br />
cerrando los ojos, podamos contemplarla<br />
como en una película; de forma que, en las<br />
diversas manifestaciones de nuestra<br />
conducta, acudan a la memoria las palabras<br />
y los hechos del Señor 80 .<br />
En cualquier caso, es misión paterna – y también del profesor -<br />
no sólo enseñar la religión, sino hacerla querer, crear convicciones,<br />
llevar a cada hijo, de manera personal, a que asuma la vida de fe, el<br />
mensaje evangélico, la doctrina de Jesús, como fundamento y norte<br />
de su vida. No se trata solamente de una simple adhesión intelectual<br />
a unas ideas, a una ideología, a una verdad religiosa; sino el<br />
entronque personal de todo su ser con la persona de Cristo. La fe no<br />
es producto de la razón que piensa, sino de la actitud de escucha de<br />
la Palabra de Dios que llama e invita a seguirle. Es virtud infusa, pero<br />
no es ajena a la razón: una vez acogida, requiere una explicación<br />
nocional que haga inteligibles y muestre como razonables por sí<br />
mismos sus postulados.<br />
80 Es Cristo que pasa, n. 107<br />
La existencia del Salvador aparece luminosa<br />
para quien se decide a mirarla con<br />
sinceridad. Todo en Cristo es manifestación<br />
de la vida divina, porque en Él –como<br />
escribió san Pablo con palabras lapidarias-<br />
habita la plenitud de la divinidad<br />
corporalmente. La vida del Señor debe,<br />
por eso, constituir el objeto de nuestra<br />
meditación. Y dentro de la vida del Señor,<br />
en primer lugar el misterio de la Cruz: de<br />
esa Cruz que, clavada en la cima del<br />
Calvario, sosteniendo en sus brazos el<br />
cuerpo muerto del Redentor, manifiesta con<br />
claridad el extremo al que llega el amor de<br />
Dios. También la infancia de Jesús nos
¿Dónde podremos encontrar a Jesucristo?<br />
46<br />
ofrece materia para la contemplación. Y lo<br />
mismo sus años de adolescente y su tiempo<br />
de trabajo en el taller de José, porque –en<br />
frase del Beato Josemaría- 81 .<br />
¿Dónde está, dónde sigue actuando y se puede encontrar a<br />
Cristo y participar de su misma vida? El ámbito propio es la Iglesia:<br />
en ella vive Cristo, su esposo, y por medio de ella cumple su<br />
misión 82 . Yo soy la Resurrección y la Vida, el que cree en mí, aunque<br />
hubiera muerto, vivirá, y todo el que vive y cree en mí no morirá para<br />
siempre 83 . Sólo Él puede ofrecer una esperanza capaz de saciar los<br />
anhelos de redención del hombre. Es la única doctrina verdadera y<br />
completa: comprende a toda la humanidad, sin distinción de clase<br />
social o de raza; abarca al hombre entero, sin mutilar nada de lo que<br />
le es propio, y es una salvación tanto para el alma como para el<br />
cuerpo; que comienza en la vida temporal y llega a su plenitud en la<br />
eterna.<br />
Lo podemos encontrar también morando entre nosotros, si<br />
abrimos nuestro corazón al desafío de su amor 84 . Un lugar<br />
privilegiado de encuentro con Jesús es la Sagrada Escritura leída a la<br />
luz de la Tradición, de los Padres y del Magisterio, profundizada en la<br />
meditación y la oración. Por eso es tan recomendable fomentar el<br />
conocimiento de los Evangelios en los que se proclama, con palabras<br />
fácilmente asequibles a todos, el modo como vivió Jesús entre los<br />
hombres. La lectura de estos textos sagrados, cuando se escucha con<br />
la misma atención con que las multitudes escuchaban a Jesús en la<br />
ladera del monte de las Bienaventuranzas o en la orilla del lago de<br />
Tiberíades mientras predicaba desde la barca, produce verdaderos<br />
frutos de conversión del corazón 85 . En particular, la escucha de la<br />
Palabra se convierte en un encuentro vital, en la antigua y siempre<br />
válida tradición de la lectio divina, que permite encontrar en el texto<br />
bíblico la palabra viva que interpela, orienta y modela la existencia 86 .<br />
Otro buen lugar para el encuentro con Jesús es la sagrada<br />
Liturgia. De ahí que la transmisión de la fe en la familia tenga que<br />
81 Javier Echevarria, o.c., pp. 34-35<br />
82 Conviene que los alumnos lleguen a conocer y a comprender bien la Exhortación<br />
Dominus Iesus, de Juan Pablo II<br />
83 Juan, 11, 25-26<br />
84 Cf. Juan 14, 23<br />
85 Cfr. Ecclesia in America, n. 12<br />
86 Cfr. Novo Millennio ineunte, n. 39
estar vinculada de algún modo -natural y sobrenatural- a la vida<br />
sacramental. Nos encontramos con Él de modo perfecto en la<br />
Eucaristía, en la que quiere alimentar nuestros corazones<br />
hambrientos con su propio Cuerpo y Sangre 87 .<br />
47<br />
Cristo está presente en el celebrante que<br />
renueva en el altar el mismo y único<br />
sacrificio de la Cruz; está presente en los<br />
Sacramentos en los que actúa su fuerza<br />
eficaz. Cuando se proclama su palabra, es Él<br />
mismo quien nos habla. Está presente,<br />
además, en la comunidad en virtud de su<br />
promesa: Donde están dos o tres reunidos<br />
en mi nombre, allí estoy yo en medio de<br />
ellos (Mt 18, 20). Está presente sobre todo<br />
bajo las especies eucarísticas: bajo las<br />
especies de pan y de vino, Cristo todo<br />
entero está presente en su realidad física<br />
aún corporalmente” 88 .<br />
En los Sacramentos y. sobre todo en la Penitencia y en la<br />
Eucaristía, se encuentra Jesucristo donde actúa en plenitud para la<br />
transformación de la persona. La enseñanza de la religión prepara o<br />
conduce hacia los Sacramentos. En la recepción de estas fuentes de<br />
gracia divina se vive el encuentro personal con Jesucristo, que deberá<br />
ser acompañado por un diálogo íntimo con Él en la meditación. Sin la<br />
oración, y sin un conocimiento serio del significado de los<br />
Sacramentos, la misma vida sacramental se empobrecería y podría<br />
convertirse en ritualismo vacío. Y, a la inversa, las lecciones de fe en<br />
el hogar o en el colegio serían un mero ejercicio intelectual, si no<br />
llegan a cobrar vida en la práctica sacramental. De aquí también la<br />
gran importancia que se le debe dar a la participación activa en la<br />
Misa dominical y la trascendencia de ayudarles a comprender y a vivir<br />
el precepto 89 . El papá o la mamá, pueden hacer mucho para ayudar<br />
a sus hijos a experimentar el don del perdón. Dios siempre perdona de<br />
manera completamente gratuita e incondicional; borra el pecado y<br />
concede la gracia, que es la misma vida divina inhabitando en el alma.<br />
Esto nos remite a una pedagogía de la fe en la que se debe hacer<br />
constante referencia al Espíritu Santo, Maestro interior que actúa en la<br />
intimidad de la conciencia y en el corazón. Para que el Espíritu Santo<br />
actúe hace falta: tener el alma limpia; un clima sereno de silencio<br />
interior; actitud de agradecimiento ante los dones recibidos.<br />
Cristo está presente también en las personas, en especial los<br />
pobres y los más necesitados, con los que Cristo se identifica 90 . En el<br />
87 Cf. Juan 6, 51ss<br />
88 Ecclesia in America, n. 12<br />
89 Cfr. Dies Domini. A ella hemos hecho referencia en páginas anteriores.<br />
90 Cfr. Mt 25, 31-46
ostro de cada hombre, especialmente si se ha hecho transparente por sus<br />
lágrimas y por sus dolores, podemos y debemos reconocer el rostro de<br />
Cristo, el hijo del hombre” 91 . Y lo podemos descubrir en las maravillas<br />
de su creación 92 . En una palabra Jesús quiere estar siempre presente<br />
entre nosotros. Que cada acoja la enseñanza de la Carta a los<br />
Hebreos: Corramos con fortaleza la prueba que se nos propone, fijos los<br />
ojos en Jesús, el que inicia y consuma la fe 93 .<br />
91 Pablo VI, Discurso en la última sesión pública del Concilio Vaticano II, 7-XII-1965<br />
92 Cf. Rm. 1, 20<br />
93 Hebr. 12, 2<br />
48
CAPÍTULO III<br />
DIMENSIÓN MORAL <strong>DE</strong> <strong>LA</strong> <strong>FE</strong><br />
Otra meta importante: las exigencias morales que lleva consigo<br />
la fe. Se verán de manera muy diversa si se las plantea en la<br />
alegría del camino encontrado, o si, por el contrario, se enmarcan en<br />
un clima de represión o de exigencias sin amor y sin un fin claro. Es<br />
necesario presentar las obligaciones morales no como cortapisas a la<br />
libertad, sino como regalo que Dios hace al hombre al darle una luz<br />
que le permite ver el camino y los obstáculos que debe sortear. Una<br />
pedagogía que se inspira en el don de Dios, hace entender la fe y las<br />
consecuencias morales que se derivan de ella con un sentido<br />
totalmente positivo; como un regalo divino; como una luz que<br />
permite caminar con menos dificultades por los senderos de la vida.<br />
La doctrina de los mandamientos nunca debe enfocarse con sentido<br />
negativo, o detenerse sólo en los pecados contra cada precepto. Es<br />
importante destacar lo positivo, el valor de la virtud que cada<br />
mandato divino encierra. Hacer que descubran, por sí mismos, las<br />
razones de amor y la congruencia con el señorío divino y la dignidad<br />
de la persona humana que contiene el Decálogo.<br />
Ama y haz lo que quieras<br />
Conviene hacerles pensar en la manera como Jesús cambió la<br />
mentalidad de unos preceptos rigurosos, que más bien esclavizaban a<br />
los que los debían vivir. Insistió en que hay que ser como el árbol que<br />
da buenos frutos, perfectos como el Padre es perfecto. El verdadero<br />
precepto del Señor, como enseña reiteradamente el Evangelista de<br />
San Juan, es el Amor: amar a Dios sobre todas las cosas y al prójimo<br />
como a nosotros mismos. San Agustín lo interpretó adecuadamente<br />
cuando escribió: Ama y haz lo que quieras. Porque el que ama de<br />
verdad a Dios y a los demás, hace las cosas de Dios y las hace como<br />
agrada a Dios. Este precepto, compendia toda la ley y los profetas,<br />
porque enseña a ser, no a parecer; a actuar siempre en la presencia<br />
de Dios, a no actuar movido sólo por unas observancias formales.<br />
49<br />
Jesús decía que no son los hechos, las<br />
acciones, lo que cuenta, sino el corazón:<br />
los actos son manifestación del corazón. Si<br />
hasta entonces se había enseñado a hacer o<br />
a no hacer esto o aquello, Él enseñaba, en<br />
cambio, que había que ser buenos. Se trata<br />
de una nueva noción de hombre que no<br />
considera lo que hace o lo que tiene, sino lo
50<br />
que es. Decía que, cualquier cosa que<br />
hagamos, nuestras acciones tienen el valor<br />
y la calidad de nuestro corazón que las ha<br />
inspirado (...). Él proclamó: Habéis oído<br />
que se dijo, Yo, en cambio, os digo. No<br />
bastaba ya con no matar para no ser<br />
asesino, ni bastaba con no robar para ser<br />
honrado, ni bastaba ya con no cometer<br />
adulterio para ser puro. Jesús afirma que la<br />
ira y el odio al prójimo no son menos graves<br />
que el homicidio; que si no se roba sólo por<br />
el temor de no ser descubierto, o si se limita<br />
sólo a desear con el pensamiento a una<br />
mujer, sin tocarla siquiera con un dedo, se<br />
es tan ladrón e impuro como cualquier<br />
ladrón o adúltero. Más aún, si se ayuda al<br />
prójimo o se da limosna, no por compasión,<br />
si se ora y ayuna no por amor a Dios sino<br />
para que nos vean, estas acciones, buenas<br />
en sí, no tienen valor a los ojos de Dios,<br />
porque no vienen del corazón, no contienen<br />
amor 94 .<br />
Jesús proclama, pues, un nuevo código de conducta moral que<br />
simplifica todo en el Amor. Con esto libera a su pueblo de las<br />
innumerables y meticulosas prescripciones de la casuística (los<br />
pesados 613 preceptos y un montón de oraciones y bendiciones que<br />
los ahogaban y les impedían comunicarse espontánea y<br />
amorosamente con Dios) y los invitaba a considerarse como hijos de<br />
Dios; a contemplar no sólo la justicia divina, sino también su<br />
misericordia. Y ese mismo espíritu ha de comunicarse a los hijos en<br />
el hogar.<br />
Educación de la conciencia.<br />
Por eso, un aspecto primordial de la educación religiosa de los<br />
hijos consiste en formar su conciencia, con la que ineludiblemente<br />
cada uno deberá presentarse ante el juicio de Dios. Que sepan por<br />
qué hay que practicar la fe y cual es el mejor modo de hacerlo. La<br />
conciencia es el juicio práctico que el hombre debe hacer antes de<br />
decidirse a una actuación que puede tener implicaciones morales. Es<br />
como la voz de Dios, íntima, que nos dice si nuestros actos<br />
concuerdan o no con las leyes divinas, con las normas de la<br />
moralidad. Con ella el hombre está llamado a recorrer el camino de la<br />
vida libremente y, lleno de responsabilidad personal, enfrentar al final<br />
el juicio de Dios.<br />
94 Renzo Ricciardi, ESTE JESÚS, uno que no conocemos, Edic. Paulinas, Bogotá.<br />
1981, pp. 267-268
La vida se hace específicamente humana en la medida en que<br />
se utiliza la razón. La mayor perfección en el conocimiento de los<br />
motivos del obrar da garantía de que se sabe bien lo que se hace en<br />
orden a un buen fin. La buena conciencia depende entonces de un<br />
conocimiento cierto de las normas de moralidad y de una intención<br />
recta de obrar siempre bien. Lo cual significa que es necesaria una<br />
verdadera ciencia moral, para poder actuar habitualmente bien: sin<br />
ciencia no hay conciencia, decía con sentido común el Fundador del<br />
Opus Dei. La formación de la conciencia no es, pues, opcional: va en<br />
ello comprometida la felicidad actual y futura. No deberíamos<br />
escatimar ningún medio ni esfuerzo para educar la propia conciencia<br />
y para ayudar a los hijos a hacerlo.<br />
51<br />
Los hombres de nuestro tiempo – dice el<br />
Concilio Vaticano II – están sometidos a<br />
toda clase de presiones y corren el peligro<br />
de verse privados de su libre juicio propio<br />
(...) Por lo cual, este Concilio exhorta a<br />
todos, pero principalmente a aquellos que<br />
se cuidan de la educación de otros, a que se<br />
esmeren en formar hombres que, acatando<br />
el orden moral obedezcan a la autoridad<br />
legítima y sean amantes de la genuina<br />
libertad; hombres que juzguen las cosas con<br />
criterio propio a la luz de la verdad, que<br />
ordenen sus actividades con sentido de<br />
responsabilidad y que se esfuercen por<br />
secundar todo lo verdadero y lo justo,<br />
asociando gustosamente su acción a los<br />
demás 95 .<br />
Así, la conciencia moral es la posibilidad de ver nuestros propios<br />
actos como los ve Dios; es medir nuestra conducta de acuerdo a los<br />
planes que Dios tenga en relación con nosotros mismos. Es apertura<br />
a Dios, capacidad de descubrir la Ley divina y seguirla como<br />
normativa de la propia vida. Desde muy pequeños debe inducirse a<br />
los hijos para que se esfuercen en formar su conciencia, lo cual es un<br />
elemento fundamental de la buena educación. Que vayan<br />
aprendiendo a distinguir entre el bien y el mal y se acostumbren a oír<br />
la voz de su propia conciencia. Que no hagan las cosas bien porque<br />
los están viendo o mal porque nadie los ve. Enseñarles a que se<br />
guíen siempre por lo que consideran más justo, más honesto, en<br />
cada circunstancia. Esta es la base de una educación de la conciencia,<br />
la cual requiere algunas condiciones.<br />
¿Cómo se educa la conciencia?<br />
95 Dignitatis humanae, n. 8
No es fácil dar con la técnica perfecta. La delicadeza interior<br />
sólo se adquiere con un deseo verdadero de acertar, de atinar en<br />
todas las situaciones. Es como un hábito interno que inclina siempre<br />
al bien y al cual se llega como consecuencia de un esfuerzo<br />
continuado. De todos modos, podrían mencionarse puntos básicos sin<br />
los cuales resultaría sumamente improbable una buena formación.<br />
-Humildad y sencillez: aceptación de las limitaciones y<br />
reconocimiento de nuestra insuficiencia para elegir siempre el bien. El<br />
pecado original hace difícil vislumbrar siempre, con toda claridad, la<br />
Ley de Dios. Por otra parte, la inclinación al pecado puede desquiciar<br />
alguna vez la voluntad, forzando la inteligencia a que juzgue como<br />
bueno lo que no es, por no ponderar los aspectos inconvenientes de<br />
una decisión. La soberbia desdibuja los hechos, los adorna, atenúa<br />
sus consecuencias negativas o destaca las justificaciones, por lo cual<br />
la voz de la conciencia se va volviendo débil e insegura. A menos que<br />
la persona sea sinceramente humilde y acepte con sencillez las<br />
advertencias, los consejos y las orientaciones.<br />
-Sinceridad: se puede ser débil y fallar. Pero eso no autoriza a llamar<br />
bien el mal. Hemos de presentarnos como realmente somos: y, para<br />
ello, es preciso aceptarnos y reconocer las propias limitaciones y<br />
fallas personales. Un buen examen de conciencia se hace por lo<br />
tanto necesario para captar las más pequeñas faltas, que mientras<br />
más sutiles sean, más fácilmente pasan inadvertidas si no se<br />
investiga con sincera humildad y se reconocen con valentía. Como en<br />
la vida natural, en la sobrenatural hay también microbios que la<br />
minan desde dentro, sin dolor, ocasionando – por superficialidad y<br />
ligereza en el examen de conciencia diario – la anemia del alma: la<br />
tibieza.<br />
-Apoyarse en los demás con confianza. Nos formamos siempre<br />
gracias a la ayuda ajena. Y más aún en el terreno de la formación de<br />
la conciencia es realmente indispensable la ayuda de los padres, del<br />
director espiritual o, incluso, de un buen amigo.<br />
96 Camino, n. 59<br />
52<br />
Conviene que conozcas esta doctrina<br />
segura: el propio espíritu es mal consejero,<br />
mal piloto, para dirigir el alma en las<br />
borrascas y tempestades, entre los escollos<br />
de la vida interior. Por eso es voluntad de<br />
Dios que la dirección espiritual la lleve un<br />
Maestro, para que, con su luz y<br />
conocimiento, nos conduzca a puerto<br />
seguro 96 .
Solemos ser malos consejeros de nosotros mismos, ya que<br />
resulta difícil ser juez y parte en cuestión tan delicada. Siendo el<br />
acierto de nuestra vida la empresa más importante para alcanzar el<br />
fin último, lo mejor es acudir a un maestro de vida espiritual, cuya<br />
rectitud y gracia ministerial garanticen el valor de los consejos para<br />
así conocer mejor lo que Dios espera de cada uno y llenarnos de<br />
felicidad y paz.<br />
-Conocimiento de la doctrina. Jesucristo otorga su Gracia abundante<br />
a quien atiende el ofrecimiento que Él mismo nos hizo, dejándonos<br />
en la Iglesia toda la ayuda necesaria para alcanzar la santidad: Quien<br />
a vosotros oye, a mí me oye 97 . Por esto los cristianos, en la formación de<br />
su conciencia deben prestar diligente atención a la doctrina sagrada y cierta<br />
de la Iglesia 98 , ya que en los asuntos más delicados, referentes a la<br />
vida cristiana, no podemos proceder arbitrariamente sino que<br />
debemos regirnos por la conciencia, la cual debe ajustarse a la Ley divina<br />
misma, dóciles al Magisterio de la Iglesia que interpreta auténticamente esa<br />
Ley a la luz del Evangelio 99 .<br />
En materia de fe y costumbre compete al Magisterio de la<br />
Iglesia la interpretación segura del querer de Dios. De ahí la<br />
importancia de conocer criterios doctrinales comprobados. Ante estas<br />
cuestiones buscar el parecer de la mayoría, nunca será camino: sí lo<br />
es, en cambio, el estudio reposado para asumir personalmente las<br />
luces recibidas. Análisis ordenado, dirigido, programado con<br />
seguridad creciente, para lo cual es urgente la lectura espiritual, y de<br />
textos seguros, ya sea por su solidez doctrinal o por la autoridad de<br />
quien los ha escrito. Puede comenzarse por el conocimiento del<br />
Evangelio, no leído superficialmente sino meditado. La utilización de<br />
un buen catecismo y la lectura de tantos buenos libros que invitan sin<br />
ruido a ser leídos.<br />
En la formación de la conciencia es preciso adquirir una<br />
adecuada cultura religiosa y moral, para evitar juicios apresurados,<br />
inconsultos, frívolos. No hace falta, es verdad, la erudición del<br />
teólogo, pero sí se necesita la suficiente ciencia para asegurar el<br />
criterio acerca de los deberes primordiales según la edad y el estado<br />
de cada persona.<br />
-Vida de oración. Cuenta el Libro de los Reyes que Yahvé se apareció<br />
a Salomón, diciendo: Pídeme lo que quieras que yo te otorgue. Y el<br />
Rey, todavía joven, dirigió a Dios esta petición:<br />
Ahora, pues, oh Yahvé, mi Dios, me has hecho reinar a mí,<br />
siervo tuyo en lugar de David, mi padre,<br />
97 Luc, 10, 16<br />
98 Dignitatis humanae, n. 14<br />
99 Gaudium et spes, n. 50<br />
53
no siendo yo más que un joven ,<br />
que no sabe por donde ha de entrar y por donde ha de salir (...)<br />
Da a tu siervo un corazón que escuche, un corazón prudente para juzgar a<br />
tu pueblo y poder discernir entre lo bueno y lo malo;<br />
porque ¿quien, si no, podrá gobernar este pueblo tuyo tan numeroso?<br />
El gran Salomón, famoso desde entonces por su sabiduría, sólo<br />
se atrevió a pedir un corazón dispuesto a oír la voz de Dios, un<br />
corazón atento a la palabra divina en la intimidad de la oración. Es<br />
la actitud más sana de quien espera las luces claras de la Revelación,<br />
para no andar a ciegas. Dame entendimiento para aprender tus<br />
mandatos. Enséñame a hacer tu voluntad, pues eres mi Dios. Sólo de esta<br />
manera lograremos tener lo que San Pablo llama el sentido de Cristo,<br />
garantía segura e infalible para la formación de la conciencia.<br />
-La confesión frecuente. Los deseos de rectificar se hacen eficaces<br />
mediante la confesión sacramental, practicada con frecuente<br />
regularidad. Así se cometan pecados enormes, o muy leves faltas. El<br />
remedio está siempre en decirlo todo al confesor, quien no se<br />
sorprenderá de nada, porque él mismo conoce su propia debilidad,<br />
pero tiene poder de perdonar todos los pecados, en nombre de Dios.<br />
Es bueno recordar a los hijos que Dios perdona todos los pecados,<br />
por grandes que sean, a quien se arrepiente con sinceridad; pero que<br />
no perdona ninguna falta, por pequeña que parezca, a quien no se<br />
duele de ella y no pide perdón.<br />
Muchas veces la ansiedad e incertidumbre proceden de<br />
escrúpulos por deformación de la conciencia. Otras, una exagerada<br />
ligereza hace pensar que nada es malo mientras no se haga daño a<br />
terceros. Sólo el hablar claro, con sinceridad, en la confesión podrá<br />
lograr un criterio que serene la mente y dé seguridad. El examen<br />
para una buena confesión es garantía de obtener la luz divina que<br />
muestra el estado del alma. A esa luz de Dios se añaden los consejos<br />
del confesor –sobre todo si es el mismo habitualmente y nos conoce<br />
bien – que resuelven las dudas y disipan las tinieblas del corazón<br />
ansioso.<br />
He aquí, a grandes rasgos, algunos elementos básicos de la<br />
educación moral de los hijos, como consecuencia de su fe. No están<br />
todos, ni son los únicos. Lo importante, en definitiva, será la riqueza<br />
espiritual y la vida interior de los papás, con la cual lograrán ellos<br />
contagiar su propia conducta intachable a todos los que constituyen<br />
la vida familiar o se acerquen al hogar.<br />
54
CAPÍTULO IV<br />
EDUCACIÓN SOCIAL.<br />
La dimensión social de la persona<br />
El hombre ha sido creado para vivir en sociedad, para<br />
relacionarse con sus semejantes, abriendo hacia ellos su vida en un<br />
proceso de madurez personal, pues no puede encontrarse plenamente a<br />
sí mismo sino por el sincero don de sí 100 . Entre todos han de conseguir el<br />
bien común, conjunto de condiciones de la vida social que hacen posible a<br />
las asociaciones y a cada uno de sus miembros el logro más pleno y más<br />
fácil de la propia perfección 101<br />
Esta estructura social de la persona no es fruto del azar o de<br />
un convenio entre los hombres, sino resultado de la voluntad divina<br />
para que puedan alcanzar el fin último al que los ha destinado, y los<br />
fines intermedios – naturales y sobrenaturales – que les han de servir<br />
para alcanzar aquel. Dios que mira por todos con paterno cuidado, ha<br />
querido que toda la humanidad formara una sola familia y los hombres se<br />
trataran unos a otros con ánimo de hermanos. En efecto, creados a<br />
imagen de Dios, quien hizo que de un solo hombre descendiera toda<br />
la raza humana para habitar sobre la faz de la tierra, dio a todos una<br />
sola e idéntica finalidad, que es Dios mismo.<br />
De ahí que cada hombre no es una nota suelta que casualmente<br />
o por condescendencia de su voluntad se relaciona con los demás,<br />
sino que forma parte de una grandiosa s<strong>info</strong>nía, en la que<br />
desempeñará un papel fundamental la calidad de cada componente<br />
para la consecución de la armonía y belleza del conjunto.<br />
100 Gaudium et spes, n. 24<br />
101 ibidem, n. 26<br />
55<br />
De la índole social del hombre aparece la<br />
interdependencia entre el desarrollo de la persona<br />
humana y el incremento de la misma sociedad. El<br />
principio, el sujeto y el fin de toda institución<br />
social es, y debe ser, la persona humana, ya que<br />
es ella quien por su propia naturaleza. Lleva la<br />
inteligencia absoluta de la vida social (Santo<br />
Tomás). Y como esta vida social no es para el<br />
hombre algo postizo, le corresponde desarrollarse<br />
en todas sus facultades por el trato con los otros,
56<br />
las ayudas mutuas, el diálogo con sus<br />
compañeros: sólo así podrá responder a su<br />
vocación 102 .<br />
Muy lejana queda esta concepción cristiana del hombre del<br />
diseño individualista de quien encierra a cada uno en el círculo de sus<br />
conveniencias y aspiraciones personales. Toda educación ha de tener,<br />
como objetivo, que la persona se abra a las exigencias de la sociedad<br />
en que vive.<br />
Sea, pues, principio irremovible para considerar y<br />
observar todas las exigencias sociales como uno<br />
de los deberes principales del hombre de hoy,<br />
pues cuanto más se une el mundo, más<br />
abiertamente los deberes del hombre se<br />
desbordan sobre las asociaciones particulares y<br />
poco a poco se extienden al universo. Lo cual no<br />
puede llegar a ser realidad, a no ser que el<br />
individuo como tal, y los grupos, cultiven en sí<br />
mismos las virtudes morales y sociales y las<br />
difundan por la sociedad de modo que se<br />
produzcan hombres verdaderamente nuevos,<br />
artífices de una nueva humanidad, con la<br />
necesaria ayuda de la gracia de Dios 103 .<br />
Añadamos a esto que, además de pertenecer a la gran familia<br />
humana, el cristiano forma parte de la familia de los hijos de Dios, al<br />
haber sido incorporado a Cristo por el bautismo. Jesús es la vid; los<br />
cristianos, los sarmientos. Si permanecemos unidos a Él, su vida<br />
divina estará en nosotros, estableciéndose así esa comunidad de vida<br />
sobrenatural de la que participan todos los que están vitalmente<br />
unidos a la cepa, ya que por ellos circula la misma savia.<br />
Consecuencias sociales de la fe<br />
Tiene trascendental importancia recordar a lo largo de todo el<br />
proceso de la formación religiosa, que comienza en el hogar y<br />
continúa en el colegio, la dimensión social y cultural de la fe<br />
católica. Tanto en lo que se refiere a la Doctrina Social de la Iglesia -<br />
en teoría y práctica-, como al dinamismo misionero de la fe, es decir<br />
a su culminación en el apostolado con los hermanos, compañeros,<br />
vecinos, parientes, amigos. Si se enseña bien la doctrina evangélica,<br />
los hijos deberían mostrar luego interés en dar testimonio de su fe,<br />
transmitirla a los demás, darla a conocer, servir a todos. La confesión<br />
102 Gaudium et spes, n. 25<br />
103 ibidem, n. 30
de la propia fe, la dimensión apostólica y misionera, con todas las<br />
implicaciones que lleva consigo, es un aspecto esencial. También es<br />
deseable fomentar: la presencia cristiana en la sociedad; la<br />
participación en grupos de apostolado; la solidaridad con los más<br />
pobres y necesitados; la necesidad de vocaciones para los diversos<br />
caminos que la Iglesia ofrece; el testimonio en medio del mundo de<br />
una vida coherente, llena del espíritu de Cristo. Sólo cuando los hijos<br />
sean capaces de vivir las consecuencias sociales y culturales de su fe,<br />
se puede decir que el proceso formativo está cumpliendo su fin.<br />
Siempre se deberá continuar alimentando y educando dicha fe, pero<br />
la formación en el hogar estará llevando a cabo su misión.<br />
104 Es Cristo que pasa, n. 145<br />
57<br />
Conocer a Jesús (...) es darnos cuenta de que<br />
nuestra vida no puede vivirse con otro sentido que<br />
con el de entregarnos al servicio de los demás. Un<br />
cristiano no puede detenerse sólo en problemas<br />
personales, ya que ha de vivir de cara a la Iglesia<br />
universal, pensando en al salvación de todas las<br />
almas. De este modo, hasta esas facetas que<br />
podrían considerarse más privadas e íntimas -la<br />
preocupación por el propio mejoramiento interior-<br />
no son en realidad personales: puesto que la<br />
santificación forma una sola cosa con el<br />
apostolado. Nos hemos de esforzar, por tanto, en<br />
nuestra vida interior y en el desarrollo de las<br />
virtudes cristianas, pensando en el bien de toda la<br />
Iglesia, ya que no podríamos hacer el bien y dar a<br />
conocer a Cristo, si en nosotros no hubiera un<br />
empeño sincero por hacer realidad práctica las<br />
enseñanzas del Evangelio. Impregnados de este<br />
espíritu, nuestros rezos, aun cuando comiencen por<br />
temas y propósitos en apariencia personales,<br />
acaban siempre discurriendo por los cauces del<br />
servicio a los demás. Y si caminamos de la mano<br />
de la Virgen Santísima, Ella hará que nos sintamos<br />
hermanos de todos los hombres: porque todos<br />
somos hijos de ese Dios del que Ella es Hija,<br />
Esposa y Madre. Los problemas de nuestros<br />
prójimos han de ser nuestros problemas. La<br />
fraternidad cristiana debe encontrarse muy metida<br />
en lo hondo del alma, de manera que ninguna<br />
persona nos sea indiferente. María, Madre de<br />
Jesús, que lo crió, lo educó y lo acompañó durante<br />
su vida terrena y que ahora está junto a Él en los<br />
cielos, nos ayudará a reconocer a Jesús que pasa a<br />
nuestro lado, que se nos hace presente en las<br />
necesidades de nuestros hermanos los hombres 104 .
La familia, escuela de virtudes<br />
La familia es una auténtica palestra de formación social,<br />
difícilmente sustituible. En un clima formado por el amor, con un<br />
entorno de generosidad y de entrega a los demás, se favorece y<br />
fomenta la educación social de los hijos. Es la primera escuela de<br />
virtudes, porque allí aprenden los niños a convivir, a respetar a los<br />
demás: algo que resulta básico en un mundo donde quieren triunfar<br />
la indiferencia, la soledad, la insolidaridad y los odios. Es en el hogar<br />
donde se aprende a compartir y se cultiva la comprensión, el respeto<br />
y el cariño; donde el espíritu de servicio se hace indispensable. Los<br />
hijos son los mejores educadores de sus hermanos, especialmente en<br />
las familias numerosas.<br />
Los estrechos vínculos que surgen en el ámbito familiar son una<br />
verdadera palestra donde se forjan tantas virtudes que luego han de<br />
ejercitar en su vida social y profesional. Allí se aprende a escuchar, a<br />
respetar las opiniones ajenas y el silencio para que los demás<br />
estudien con tranquilidad; se deben compartir el tiempo y las<br />
comidas, el armario y los implementos de trabajo o de estudio, la<br />
televisión. Todo esto hace el hogar luminoso y alegre, donde se<br />
distribuyen las cargas en la preparación de una fiesta o de un paseo,<br />
la limpieza de la casa o de los trastos de la cocina, al hacer juntos un<br />
arreglo o en preocuparse del hermano que está enfermo y ayudarle a<br />
realizar las tareas. Tantas realidades valiosas, para la formación<br />
social que tiene en la familia su mejor espacio.<br />
58
CAPÍTULO V<br />
TRANSMITIR <strong>LA</strong> <strong>FE</strong><br />
ES ENSEÑAR A ORAR 105<br />
La oración, relación fundamental con Jesús<br />
El Misterio cristiano, la Iglesia lo profesa en el símbolo de los<br />
Apóstoles, lo celebra en la Liturgia Sacramental para que la vida de<br />
los fieles se conforme con Cristo en el Espíritu Santo para gloria de<br />
Dios Padre. Este Misterio exige que los fieles crean en él, lo celebren<br />
y vivan de él en una relación viviente y personal con Dios vivo y<br />
verdadero. Esta relación es la oración 106<br />
La oración es la primera forma de vida interior y la más<br />
excelente. Los doctores y maestros del espíritu están tan convencidos<br />
de esta verdad, que con frecuencia presentan la vida interior como<br />
vida de oración. El autor principal de esta vida es el Espíritu Santo,<br />
que lo fue también de Cristo. En nuestra existencia, al igual que en<br />
la de Jesús, el Espíritu Santo se manifiesta como Espíritu de oración.<br />
De algún modo, el Espíritu traslada a nuestros corazones la oración<br />
del Hijo. Por medio de la oración profesamos nuestra fe, conscientes<br />
de la verdad de que somos hijos de Dios: la oración nos permite vivir<br />
de esta realidad sobrenatural gracias a la acción del Espíritu Santo<br />
que se une a nuestro espíritu para dar testimonio de que somos hijos de<br />
Dios 107 . El Espíritu Santo estimula a la oración, engendrando la<br />
necesidad y el deseo de obedecer el consejo de Cristo, especialmente<br />
para la hora de la tentación: velad y orad. El camino de ingreso a la<br />
comunión con Cristo en la vida cristiana es la oración, inspirada en<br />
nosotros por el Espíritu Santo. El Espíritu viene en ayuda de nuestra<br />
flaqueza. Pues nosotros no sabemos cómo pedir para orar como conviene;<br />
mas el Espíritu mismo intercede por nosotros con gemidos inefables 108 . O<br />
sea, que además de impulsarnos a la oración Él mismo ora en<br />
nosotros, forma la plegaria en el corazón del hombre.<br />
105 Para ampliar este tema y facilitar a los hijos el aprendizaje de la oración, pueden<br />
servir los libros de Javier Abad-Gómez, Cuando habla el corazón, Corpaf 1999; y<br />
Oraciones para todo instante, Editorial Promesa, Costa Rica, 2000<br />
106 Cfr. C.E.C., n. 2558<br />
107 Rm. 8, 16<br />
108 Rm. 8, 26<br />
59
Es preciso aprender a orar<br />
El camino que se debe recorrer en la transmisión de la fe es,<br />
necesariamente el de la oración personal hecha meditación y<br />
contemplación. Los padres de familia primero y, con ellos, los hijos<br />
movidos por su ejemplo y su palabra, han de ser personas de oración<br />
si se pretende que la enseñanza sea verdaderamente eficaz. Es<br />
preciso aprender a orar, procurando ejercitarnos en ese arte de la<br />
plegaria aprendido del mismo Cristo, como lo hicieron los primeros<br />
discípulos: Señor, enséñanos a orar 109 .<br />
El Papa Juan Pablo II nos insta a ello:<br />
La educación en la oración<br />
60<br />
“También las otras religiones (...) ofrecen sus<br />
propias respuestas a la necesidad de la oración,<br />
y lo hacen a veces de manera atractiva.<br />
Nosotros, que tenemos la gracia de creer en<br />
Cristo, revelador del Padre y Salvador del<br />
mundo, debemos enseñar a qué grado de<br />
interiorización nos puede llevar la relación con<br />
Él. (...). La oración puede avanzar, como<br />
verdadero y propio diálogo de amor, hasta hacer<br />
que la persona humana sea poseída totalmente<br />
por el divino Amado, sensible al impulso del<br />
Espíritu y abandonada filialmente en el corazón<br />
del Padre (...). Nuestras comunidades cristianas<br />
tienen que llegar a ser auténticas , donde el encuentro con Cristo no se<br />
exprese solamente en petición de ayuda, sino<br />
también en acción de gracias, alabanza,<br />
adoración, contemplación, escucha y viveza de<br />
afecto hasta el (...). Se<br />
equivoca quien piense que el común de los<br />
cristianos se puede conformar con una oración<br />
superficial, incapaz de llenar su vida.<br />
Especialmente ante tantos modos en que el<br />
mundo de hoy pone a prueba la fe, no sólo<br />
serían cristianos mediocres, sino . En efecto, correrían el riesgo insidioso<br />
de que su fe se debilitara progresivamente, y<br />
quizás acabarían por ceder a la seducción de los<br />
sucedáneos, acogiendo propuestas religiosas<br />
alternativas y transigiendo incluso con formas<br />
extravagantes de superstición” 110 .<br />
Hace falta, pues, que la educación en la oración se convierta de<br />
alguna manera en un punto determinante de la educación de los<br />
109 Lc 11, 1<br />
110 Novo Millennio ineunte, nn. 33-34
hijos. Solamente en íntima comunión con Él, los padres encontrarán<br />
luz y fuerza para una renovación auténtica de la vida. Es<br />
consecuencia de la autenticidad que tienen derecho a exigir los<br />
discípulos de quienes pretendemos ser sus maestros: padres,<br />
sacerdotes, profesores.<br />
61<br />
Tácitamente o a grandes gritos, pero<br />
siempre con fuerza, se nos pregunta:<br />
¿Creéis verdaderamente en lo que<br />
anunciáis?, ¿Vivís lo que creéis?, ¿Enseñáis<br />
verdaderamente lo que vivís? Hoy, más que<br />
nunca, el testimonio de vida se ha<br />
convertido en una condición esencial con<br />
vistas a una eficacia real de la predicación.<br />
Sin andar con rodeos, podemos decir que,<br />
en cierta medida, nos hacemos<br />
responsables del Evangelio que<br />
proclamamos 111 .<br />
Si la educación en la fe tiende a descubrir a los hijos el<br />
Evangelio en su núcleo fundamental, será lo más oportuno explicarles<br />
que la fe católica no consiste en un conjunto de normas de conducta<br />
o de preceptos, sino que se trata de encontrarse con Jesús, con Jesús<br />
vivo, el Hijo de Dios que se hace hombre en las entrañas de la Virgen<br />
María.<br />
111 Evangelii nuntiandi, n. 76<br />
Ahí se nos muestra la esencia del<br />
cristianismo: Dios humanado; Dios que<br />
toma nuestra naturaleza, para que los<br />
hombres no sólo lo adoremos y lo<br />
obedezcamos, sino para que lo amemos y<br />
participemos de la misma vida de Dios, de<br />
modo incoado en este mundo y plenamente<br />
en el Cielo. El cristianismo incluye, desde<br />
luego, normas y orientaciones para la<br />
acción. Jesús mismo señaló: el que acepta<br />
mis mandamientos y los guarda, ése es el<br />
que me ama. Pero precisamente esa frase<br />
pone de manifiesto que el acento no recae<br />
en los mandatos, sino en el amor del que<br />
los mandamientos reciben su sentido (...).<br />
Ése y no otro constituye el nervio del<br />
cristianismo: el amor de Dios a los<br />
hombres; amor que estamos llamados a<br />
reconocer y por el que podemos y debemos<br />
dejarnos arrastrar. De ahí la importancia de<br />
la oración, es decir, de emplear algunos<br />
momentos de la jornada a que las palabras<br />
del Evangelio, la vida entera de Cristo y,
62<br />
antes, como preparación, la historia de<br />
Israel, se remansen en el alma y el corazón<br />
aprenda a percibir – cada vez con más<br />
hondura – la magnitud del amor que Dios<br />
nos manifiesta, para actuar en<br />
consecuencia 112 .<br />
El Evangelio está lleno de conversaciones de Jesús con los<br />
apóstoles, en las cuales estos hombres rudos van expresando al<br />
Maestro todas sus inquietudes y sus anhelos, preguntan lo que no<br />
entienden, manifiestan sus debilidades y miserias, gozan de su<br />
compañía. Y, en ese trato personal con Dios hecho hombre, se van<br />
puliendo sus almas en un proceso de conversión continuo que tiene<br />
su culminación cuando uno por uno da la vida por Cristo. Es una<br />
historia de amor en la que aparece como telón de fondo la vida<br />
contemplativa, que eso es oración: contemplar a Dios encarnado,<br />
hablar con Él, aprender a vivir como Él mismo vivió.<br />
Cristo vive hoy, igual que ayer y siempre. Por eso sigue siendo<br />
posible abrirnos al trato confiado y sencillo, ininterrumpido con el<br />
Señor. Mediante la oración, podemos hacer lo mismo: escuchar a<br />
Jesús, caminar en su compañía nuestros pasos cotidianos, abrirle el<br />
corazón, acercarnos a su intimidad.<br />
Si se recorre esta senda, cada instante u<br />
ocupación cobra sentido: la existencia de la<br />
persona, también con sus momentos duros,<br />
se presenta como ocasión digna de ser<br />
afrontada con alegría, con ganas de servir,<br />
con ilusión por transmitir a los demás la<br />
propia fe, para que también ellos participen<br />
del gozo de saberse amados por Dios. Si no<br />
se procede así, si no se entra por senderos<br />
de oración, la fe no crece e incluso se<br />
atrofia, y lo que debía recibirse como fuente<br />
de alegría, se presenta como carga pesada<br />
y fardo insoportable (...). Los cristianos,<br />
pues, debemos decidirnos a tener vida de<br />
oración. En la zozobra y en la calma, cuando<br />
se presenta cualquier necesidad o cuando<br />
experimentamos un triunfo; cuando el rezar<br />
se vuelve fácil y cuando – en tiempos de<br />
aridez - puede reclamar un especial<br />
esfuerzo; en las más diversas circunstancias<br />
debemos buscar la conversación confiada en<br />
nuestro Padre Dios, la intimidad con Cristo,<br />
el trato con el Espíritu Santo. Además, para<br />
112 Javier Echevarría, Itinerarios de vida cristiana, Editorial Planeta, Barcelona 2001,<br />
pp. 101-103
113 Javier Echevarría, o.c., pp. 106-107<br />
63<br />
que nos ayuden en el camino hacia la<br />
Trinidad, contamos con nuestra Madre<br />
Santa María y con los Santos del Cielo. Así,<br />
sólo así, con el esfuerzo vital de rezar con la<br />
boca y con el alma experimentaremos lo<br />
que significa de verdad ser cristianos 113 .
CAPÍTULO VI<br />
<strong>EL</strong> ESPÍRITU SANTO,<br />
ALMA <strong>DE</strong> <strong>LA</strong> EDUCACIÓN EN <strong>LA</strong> <strong>FE</strong><br />
El Espíritu Santo, huésped divino del alma 114<br />
En el proceso de dar a conocer a Cristo, no se puede olvidar<br />
que así como Él fue concebido en el seno de María Virgen por obra del<br />
Espíritu Santo, es también el mismo Espíritu –según aseveración de<br />
Jesús- el que os enseñará y os traerá a la memoria todo lo que yo os he<br />
dicho 115 . Y añadió: Cuando viniere Aquel, el Espíritu de Verdad, os guiará<br />
hacia la verdad completa 116 . El Espíritu Santo es quien, como Maestro<br />
interior, hace comprender –en la intimidad de la conciencia y del<br />
corazón- todo lo aprendido en las lecciones de fe familiares y en las<br />
clases de Religión. Unas y otras se pueden considerar como obra del<br />
Espíritu Santo, que sólo Él puede suscitar y alimentar. El papá o la<br />
mamá, así como el profesor, actúa como instrumento dócil y vivo del<br />
Paráclito: le viene bien invocarlo frecuentemente, estar en comunión<br />
con Él, esforzarse en percibir y en seguir sus inspiraciones.<br />
Los hijos deben conocer lo que son. ¿No sabéis que sois templo de<br />
Dios y que el Espíritu de Dios habita en vosotros? 117 . Mora en cada uno y<br />
su acción penetra en lo más íntimo y allí derrama su luz y la gracia<br />
que da vida: Luz que penetra las almas, fuente de mayor consuelo<br />
(Secuencia de la Misa de Pentecostés). La presencia del Espíritu<br />
Santo es una presencia interior, en el corazón humano: Os daré un<br />
corazón nuevo, infundiré en vosotros un espíritu nuevo… Infundiré mi<br />
espíritu en vosotros 118 . Jesús lo prometió: Yo pediré al Padre y os dará<br />
otro Paráclito, para que esté con vosotros para siempre, el Espíritu de la<br />
verdad 119 . Esta inhabitación está condicionada por el amor: Si alguno<br />
me ama, guardará mi palabra, y mi Padre le amará y vendremos a él, y<br />
haremos morada en él 120 . El Amor – que es el Espíritu Santo - sólo se<br />
puede recibir donde hay amor. Y convierte a la persona (cuerpoalma)<br />
en templo de Dios, le confiere una dignidad superior, da un<br />
114 Resumen de alocuciones de Juan Pablo de fechas: II, 20-III-1991; 3-IV-91; 10-IV-<br />
1991;<br />
115 Juan 14, 26<br />
116 Juan 16, 13<br />
117 I Cor., 3, 16<br />
118 Ez., 36, 26-27<br />
119 Juan 14, 16-17<br />
120 Juan 14, 23<br />
64
nuevo valor a las relaciones interpersonales [con Dios y con los<br />
demás], y genera una exigencia interior de vivir en el amor. Porque el<br />
amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu<br />
Santo que se nos ha dado 121 . Se establece un nuevo régimen de vida: la<br />
vida según el Espíritu, que contradice a la vida en pecado. Dios,<br />
mediante la gracia: nos hace partícipes de la naturaleza divina 122 . Cada<br />
persona recibe el Espíritu Santo y sus Dones, de acuerdo a su propia<br />
capacidad, misión y respuesta: en la condición existencial concreta en<br />
que se halla, en la medida del amor de Dios, del que derivan la<br />
vocación, el camino y la historia personal de cada uno.<br />
El tema de la inhabitación del Espíritu Santo en la persona<br />
ejerce un atractivo e, incluso, una cierta fascinación sobrenatural<br />
sobre aquellas personas que desean profundizar en su vida interior,<br />
atentas y dóciles a la voz de Aquel que habita en ellas como en un<br />
sagrario y que, desde su interior las ilumina y las sostiene por el<br />
camino de la coherencia evangélica. El Espíritu Santo reside no sólo<br />
en la comunidad cristiana, sino en cada uno: la realización concreta<br />
de su presencia y acción tiene lugar en la relación con la persona, con<br />
el alma del cristiano en la que Él establece su morada e infunde las<br />
gracias obtenidas por Cristo en la Redención.<br />
La educación tiende a la madurez. La madurez cristiana se<br />
apoya en la madurez humana y sin embargo hay entre las dos<br />
diferencia y distancia: la humana es connatural a las capacidades del<br />
alma, la segunda implica el desarrollo de la vida del Espíritu, de la fe,<br />
la esperanza y la caridad. Es verdad de fe que el Espíritu Santo está<br />
en mí, ora en mí, me guía y hace que Cristo viva en mí. De esta<br />
forma se genera, bajo la acción del Espíritu Santo, una santidad<br />
original, que asume, eleva y lleva a la perfección la personalidad, sin<br />
destruirla. La santidad está en la perfección del amor, pero varía<br />
según la multiplicidad de aspectos que el amor adquiere en las<br />
diversas condiciones de la vida personal. Esta inhabitación, que<br />
convierte a la persona (espíritu encarnado) en templo de Dios, le<br />
confiere una dignidad superior y da un nuevo valor a las relaciones<br />
interpersonales [con Dios, como con los demás] y genera una<br />
exigencia interior de vivir en el amor. Porque, precisamente, el amor<br />
de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que<br />
se nos ha dado 123 . Se establece, además, un nuevo régimen de vida: la<br />
vida según el Espíritu, que contradice a la vida en pecado.<br />
La vida cristiana se desarrolla en la fe y en la caridad, en la<br />
práctica de las virtudes, según la acción íntima de este Espíritu<br />
renovador, del que procede la gracia que justifica, vivifica y santifica,<br />
121 Rm. 5, 5<br />
122 II Pedro 1, 4<br />
123 Rm. 5, 5<br />
65
y con la gracia proceden las nuevas virtudes que constituyen el<br />
entramado de la vida sobrenatural. La vida humana tiene la<br />
posibilidad de integrarse en una nueva existencia con actos dignos de<br />
la condición de hombres y mujeres elevados a la comunicación de la<br />
naturaleza y de la vida de Dios mediante la gracia: partícipes de la<br />
naturaleza divina 124<br />
Cada persona recibe el Espíritu Santo y sus Dones, de acuerdo<br />
a su propia capacidad, misión, y respuesta: en la condición<br />
existencial concreta en que se halla, en la medida del amor de Dios,<br />
del que derivan la vocación, el camino y la historia personal de cada<br />
uno. Así adquiere la vida según el Espíritu, contrapuesta a la vida según<br />
la carne: Los que viven según la carne, desean lo carnal, mas los que viven<br />
según el espíritu lo espiritual. Pues las tendencias de la carne son muerte;<br />
mas las del Espíritu, vida y paz 125 . San Pablo pone de relieve el “fruto<br />
del espíritu”: amor, gozo, paciencia, benevolencia, bondad, fidelidad,<br />
mansedumbre, dominio de sí 126 . El Espíritu Santo viene de lo alto, pero<br />
penetra y reside en nosotros para animar nuestra vida interior.<br />
Los dones del Espíritu Santo y las virtudes teologales 127 .<br />
Educar consiste en formarse en virtudes, las cuales son<br />
propiedad de la persona, necesarias en el proceso de su maduración.<br />
La palabra virtud procede del latín virtus, que significa fuerza, vigor,<br />
fortaleza. Se define como: hábito operativo bueno. Es una cualidad<br />
permanente, difícilmente removible, un principio estable que facilita<br />
la realización de acciones orientadas hacia el bien. Expresa un grado<br />
de perfección que hace a la persona digna de merecimiento o valor.<br />
La educación en la fe, al hacer parte de la educación integral,<br />
debe contribuir a la formación de virtudes: algunas provienen<br />
directamente de Dios en el Bautismo, como las teologales (fe,<br />
esperanza y caridad); otras constituyen el núcleo de las virtudes<br />
morales: son llamadas virtudes cardinales (de cardo: quicio, gozne):<br />
prudencia, justicia, fortaleza y templanza. Y las virtudes naturales,<br />
que pueden llamarse también humanas y son producto del esfuerzo<br />
continuado por hacerse a sí mismo en un proceso que tiende hacia la<br />
madurez; se adquieren mediante la repetición de actos hasta formar<br />
una capacidad especial de realizar acciones buenas, con prontitud,<br />
firmeza y agrado.<br />
124 II Pedro 1, 4<br />
125 Rm. 8, 5-6<br />
126 Gal. 5, 19-22<br />
127 Aparte de las alocuciones del Papa Juan Pablo II, que se citan en su lugar, algunas<br />
ideas se encuentran en el libro de Alexis Riaud: La acción del Espíritu Santo en las<br />
almas, Ediciones Palabra, Madrid 1984, pp. 45-112<br />
66
Las virtudes teologales dan el poder, la capacidad de actuar de<br />
una manera sobrenatural, de juzgar el mundo y los acontecimientos<br />
desde un punto de vista más alto, desde la fe, y de portarnos como<br />
verdaderos hijos de Dios. Dan la posibilidad de conocer íntimamente<br />
a Dios, de amarle como Él ama y de realizar obras meritorias para la<br />
vida eterna. Bajo el influjo de estas virtudes el trabajo y el estudio,<br />
aunque humanamente parezcan de escaso relieve, se convierten en<br />
un tesoro de méritos para el cielo. Dan una particular capacidad, de<br />
manera análoga a como las piernas permiten caminar o los ojos ver.<br />
Para ejercer dicha capacidad, necesitamos querer, disponernos<br />
a actuar, mediante la libertad. Y como se trata de un actuar<br />
sobrenatural, Dios viene en nuestra ayuda para facilitarnos la vida del<br />
Espíritu, una acción propiamente divina, proporcionándonos los<br />
Dones. Mediante ellos el alma se robustece y se hace apta para<br />
obedecer con mayor facilidad y prontitud a la llamada y los impulsos<br />
del Espíritu. Aunque en verdad, para el ser humano todo es don,<br />
tanto en el orden de la gracia como en el de la naturaleza y, más en<br />
general, en toda la creación, sin embargo se reserva el nombre de<br />
Dones del Espíritu Santo a las energías, exquisitamente divinas, que<br />
el Espíritu Santo infunde en el alma para perfeccionamiento de las<br />
virtudes sobrenaturales, con el fin de dar al espíritu humano la<br />
capacidad de actuar de modo divino. La palabra energía (usada por<br />
Juan Pablo II) no debe confundir al Espíritu Santo con una fuerza<br />
poderosa: es una Persona (Él), no una potencia impersonal: su obrar<br />
es siempre personal, capaz de producir esa energía divina que son los<br />
Dones. Es tanta la eficacia de estos Dones, que conducen al hombre a<br />
las más altas cimas de la santidad; y tanta su excelencia que<br />
permanecen intactos, aunque más perfectos, en el cielo.<br />
Los Dones, con la colaboración personal de cada uno,<br />
convierten nuestra vida en la vida propia de un hijo de Dios; dan<br />
sensibilidad y finura para escuchar y poner en práctica las<br />
inspiraciones del Paráclito, Quien de esta manera gobierna con<br />
prontitud y facilidad nuestra vida que, entonces, se guía únicamente<br />
por el querer de Dios. Aunque la iniciativa viene de Dios, el hombre<br />
debe manifestarse dócil a la acción del Espíritu Santo. El obrar<br />
sobrenatural parte de Dios, pero se realiza en la persona que pone en<br />
juego su libertad, proveniente de su naturaleza racional y ofrece sus<br />
facultades superiores (inteligencia, voluntad y corazón) para que Dios<br />
obre en ellas y por medio de ellas. Dios es el inspirador, el<br />
consejero, el guía, el maestro interior. Pero cada uno tiene que<br />
corresponder: en la oración, en la recepción frecuente de los<br />
sacramentos, en la dirección espiritual, la lectura del santo Evangelio,<br />
los medios de formación. Es la forma de conectar la antena receptora.<br />
La doctrina sobre los siete Dones, aplicada a la vida cristiana,<br />
marca los momentos fundamentales del dinamismo de la vida<br />
67
interior: comprender, que es lo propio de la inteligencia (Ciencia e<br />
Inteligencia); decidir, propio de la voluntad (Consejo, Fortaleza y<br />
Temor de Dios); crecer en la relación personal con Dios, tanto en la<br />
vida de oración como en la buena conducta según el Evangelio,<br />
propio del corazón (Sabiduría y Piedad).<br />
Las virtudes y los dones se complementan y se ayudan. En el<br />
proceso de la educación cristiana, que es una educación integral,<br />
unas y otros son indispensables, porque se trata del esfuerzo<br />
personal llevado a cabo simultáneamente con la acción divina. Las<br />
virtudes se han comparado con los remos que llevan adelante la<br />
barca con el vigor de los brazos al remar, muchas veces<br />
fatigosamente; los Dones representarían, en la imagen del barquero,<br />
las velas que, una vez extendidas facilitan la navegación con el<br />
impulso del viento: basta que estén bien dispuestas. Es por eso que<br />
la teología de los Dones se vincula de forma sobrenaturalmente<br />
natural con las siete virtudes fundamentales de la existencia<br />
cristiana. Así, pueden relacionarse: el Don de Inteligencia con la<br />
virtud de la fe; el de Ciencia, con la esperanza; el de Sabiduría con la<br />
caridad; el de Consejo con la prudencia; el de Fortaleza con su<br />
homónima virtud; el de Piedad, con la justicia; y el de Temor de Dios<br />
con la templanza.<br />
El don de inteligencia y la virtud de la fe<br />
68<br />
DON <strong>DE</strong> INT<strong>EL</strong>IGENCIA: agudeza especial<br />
para intuir la palabra de Dios en su profundidad y<br />
sublimidad. Es llamado también don de<br />
Entendimiento. Es una disposición sobrenatural del<br />
espíritu que permite captar y penetrar, como por<br />
intuición, determinados misterios de la fe, el<br />
sentido profundo de una determinada palabra de<br />
Jesús, recibida por inspiración del Espíritu Santo.<br />
Perfecciona la virtud de la fe.<br />
La fe es adhesión a Dios en el claroscuro del misterio; es<br />
también búsqueda con el deseo de conocer más y mejor la verdad<br />
revelada, con el fin de contemplar todas las cosas “con los ojos de<br />
Dios”. Es mediante el don de Inteligencia como se logra este anhelo<br />
por el cual se llega casi a una verdadera intuición de las verdades<br />
divinas. Inteligencia viene de intus legere, “leer dentro”, penetrar,<br />
comprender a fondo. Mediante este Don, el Espíritu Santo, que<br />
escruta las profundidades de Dios 128 , comunica al creyente una chispa de<br />
esa capacidad penetrante divina, que le abre la inteligencia y, por<br />
medio de ella, el corazón, a la gozosa percepción del designio<br />
128 I Cor. 2, 10
amoroso de Dios: ¿No ardía nuestro corazón mientras nos hablaba en el<br />
camino, explicándonos las Escrituras?, dicen los discípulos de Emaús 129 .<br />
Algo que quizás conocemos desde hace tiempo, esa palabra<br />
oída y meditada muchas veces, un texto de la Sagrada Escritura, de<br />
pronto, en un momento dado, sacude nuestro espíritu de una manera<br />
nueva, tal que parece que nunca hasta entonces la hubiésemos<br />
conocido de verdad. Se trata de una “nueva luz”, que produce gozo al<br />
permitirnos contemplar las cosas con una mirada nueva, divina.<br />
69<br />
Dios pone entonces –dice Santa Teresa de<br />
Jesús- en lo más íntimo del alma lo que Él<br />
quiere darle a entender (…). En un<br />
momento el alma ve (…) cosas muy<br />
elevadas con tal claridad que no hay teólogo<br />
con quien no se atreviese a discutir estas<br />
verdades tan grandes. Y esa misma alma se<br />
llena de asombro” 130 .<br />
Esa luz del Espíritu que agudiza la inteligencia de las cosas<br />
divinas, hace también más límpida y penetrante la mirada sobre las<br />
cosas humanas. Gracias a ella se ven mejor los numerosos signos de<br />
Dios inscritos en la creación. Se descubre la dimensión no puramente<br />
terrena de los acontecimientos, de los que está tejida la historia<br />
humana. Y se puede lograr descifrar el tiempo presente y futuro:<br />
Signos de los tiempos, signos de Dios. Es necesario purificar la<br />
conciencia para percibir estas luces de Dios, porque, como dice San<br />
Pablo, el hombre animal no percibe las cosas del Espíritu de Dios; son para<br />
él locura y no puede entenderlas 131 . La fe es el don fundamental que<br />
concede el Espíritu Santo para la vida sobrenatural. En la Carta a los<br />
Hebreos se dice que La fe es garantía de lo que se espera;<br />
convencimiento (o prueba) de las realidades que no se ven 132 . O sea, que<br />
el objeto de la fe no son las realidades vistas con el intelecto o<br />
experimentadas con los sentidos, sino la verdad trascendente de Dios<br />
que la Revelación nos propone. La misma Carta, glosando el Libro del<br />
Eclesiástico 133 , afirma que todos los creyentes del Antiguo<br />
Testamento se movieron hacia el Dios invisible porque estaban<br />
sostenidos por la fe. Por la fe, Abel… Por la fe, Noé…, Abraham,<br />
Moisés…Así hasta 17. Y se puede agregar: por la fe, María; por la fe,<br />
José… Y los apóstoles, mártires, confesores, y sacerdotes, y laicos<br />
cristianos de todos los siglos… Por la fe la Iglesia ha caminado a lo<br />
largo de veinte siglos y sigue caminando hacia el Dios invisible, bajo<br />
el impulso y guía del Espíritu Santo. La fe es uno de los dones<br />
129 Lc. 24, 32<br />
130 Santa Teresa de Jesús, Vida, c. 27<br />
131 I Cor. 2, 14<br />
132 Hebr. 11, 1<br />
133 cc. 44-50
espirituales necesarios a todos los cristianos. Es un don divino: A<br />
vosotros se os ha concedido la gracia de que (…) creáis en Cristo 134 . Un<br />
don para que tenga inicio la fe en el hombre y para que subsista en<br />
su alma e influya en toda la vida hasta el momento de la muerte,<br />
cuando la fe encuentre su maduración plena con el paso a la visión<br />
beatífica. Es un don que concede el Espíritu Santo: Nadie puede decir:<br />
¡Jesús es Señor!, sino en el Espíritu Santo 135 . Esto porque el hombre al<br />
dar su asentimiento a las verdades de fe, es elevado por encima de<br />
su naturaleza: y eso no puede realizarse si no es en virtud de un<br />
principio sobrenatural que lo mueve por dentro, es decir, Dios. La fe<br />
viene de Dios, del Espíritu Santo, que obra en el interior por medio de<br />
la gracia. Todo el desarrollo posterior de la vida de fe se realiza<br />
también mediante la acción del Espíritu Santo, que nos auxilia para<br />
profundizar en los misterios de Dios y a conocer mejor las verdades<br />
que se creen. El Espíritu Santo es quien da al alma una luz siempre<br />
nueva para penetrar el misterio 136 .<br />
El don de sabiduría y la virtud de la caridad<br />
70<br />
DON <strong>DE</strong> SABIDURÍA: ilumina<br />
la inteligencia para conocer las<br />
razones supremas de la revelación<br />
y de la vida espiritual y para<br />
conducir el alma por los caminos<br />
del amor de Dios. Es una<br />
disposición sobrenatural que<br />
inclina a la persona a no estimar ni<br />
saborear más que a Dios y lo que<br />
está vinculado con su gloria.<br />
Perfecciona la virtud de la Caridad.<br />
Se considera el mayor de los siete Dones, como participación<br />
especial del conocimiento misterioso y sumo, que es propio de Dios.<br />
Es un conocimiento nuevo, por vía del amor, perfeccionando la virtud<br />
cardinal de la Caridad, gracias al cual el alma adquiere cierta<br />
familiaridad con las cosas divinas y prueba gusto en ellas. Es un<br />
conocimiento de connaturalidad que consiste no sólo en saber las<br />
cosas de Dios (lo cual es propio de la fe, perfeccionada con el don de<br />
Inteligencia), sino en que se experimentan y se viven. Un ejemplo de<br />
esto es el Cántico de las criaturas de San Francisco de Asís. Gracias<br />
a este Don, toda la vida del cristiano con sus acontecimientos, sus<br />
aspiraciones y proyectos, sus realizaciones, llega a ser alcanzada por<br />
el soplo del Espíritu que la impregna de luz que viene de lo alto.<br />
134 Filp. 1, 29<br />
135 I Cor. 12, 3<br />
136 Cfr. Juan Pablo II, Alocución, 8-V-1991
Desde el momento en que se recibe el don de Sabiduría, dice<br />
Santa Teresa, el alma se encuentra incapaz de amar otra cosa que no<br />
sea Aquel que, sin ningún esfuerzo por parte de ella, la hace capaz de tan<br />
grandes bienes, le comunica tan altos secretos y le muestra una ternura, un<br />
amor, que no pueden ser expresados 137 . Dios se complace en dar la<br />
sabiduría a los humildes, a los que se hacen niños, a las almas<br />
sencillas, sin complicaciones: Yo te bendigo, Padre, porque has escondido<br />
estas cosas a los sabios y a los prudentes, y las has revelado a los<br />
pequeños 138 . El modelo de persona que ha recibido el don de<br />
Sabiduría es la Virgen, quien anuncia que en ella se han realizado<br />
grandes cosas por el Espíritu (Cfr. Magníficat). Ella a quien la piedad<br />
tradicional venera como Sede de la Sabiduría, nos lleva a cada uno a<br />
gustar interiormente las cosas celestes.<br />
La fe exige coherencia: que la vida esté de acuerdo con la<br />
verdad reconocida y profesada. O sea, que la fe actúa por la caridad 139 .<br />
Esto quiere decir que la fe debe convertirse en virtud, en la aplicación<br />
al comportamiento y a las relaciones humanas: lo cual sucede sólo<br />
bajo la guía del Espíritu Santo. Por eso en el Himno Veni Creator<br />
Spiritus le pedimos, por una parte: “Danos a conocer al Padre y<br />
también al Hijo”; y, por otra, le suplicamos: “ilumina nuestros<br />
sentidos, penetra de amor nuestros corazones. En el alma del<br />
cristiano hay un amor nuevo, por el cual participa en el amor mismo<br />
de Dios: El amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el<br />
Espíritu Santo que nos ha sido dado 140 . Es la virtud cristiana más<br />
importante: la caridad es la que da forma a todas las virtudes,<br />
porque gracias a ella todos nuestros actos se ordenan al fin último y<br />
debido. La caridad es el valor central del hombre nuevo 141 .<br />
La fe es fundamento de todas las virtudes (como el cimiento lo<br />
es de un edificio), el comienzo de la salvación humana, raíz de toda<br />
justificación. La caridad es el término. El Espíritu Santo, al comunicar<br />
su impulso vital al alma, la hace apta para observar, en virtud de la<br />
caridad sobrenatural, el doble mandamiento del amor dado por<br />
Jesucristo: amor a Dios y al prójimo 142 . El Espíritu Santo pone en el<br />
alma el amor de Cristo a su Padre, que se extiende a todo nuestro<br />
comportamiento como hijos de Dios: reverencia, amor filial y amor al<br />
prójimo con el Amor de Dios: Que os améis, como yo os he amado. El<br />
amor a los demás es participación en el amor de Cristo a los<br />
hombres. La caridad con la que amamos al prójimo es participación<br />
de la caridad divina. En estos dos amores radica toda la vida<br />
sobrenatural y tiene su centro toda la ética cristiana.<br />
137 Santa Teresa de Jesús, ibidem<br />
138 Luc, 10,21<br />
139 Gal. 5, 6<br />
140 Rm. 5, 5<br />
141 Cfr. Juan Pablo II, Alocución 22-V-1991<br />
142 Cfr. Mc. 12, 30<br />
71
¿Cuales son las cualidades que debe tener nuestra caridad? Las<br />
enumera San Pablo en la I Carta a los Corintios, que es un verdadero<br />
himno a la caridad, es decir un himno a la influencia del Espíritu<br />
Santo en el comportamiento humano. En Él, la caridad se configura<br />
en una dimensión ética con caracteres de concreción operativa: La<br />
caridad es paciente, es servicial; la caridad no es envidiosa; no es<br />
jactanciosa, no se engríe; es decorosa; no busca su interés; no se irrita; no<br />
toma en cuenta el mal; no se alegra de la injusticia; se alegra con la<br />
verdad. Todo lo excusa. Todo lo cree. Todo lo espera. Todo lo soporta 143<br />
Si se compara con los frutos del Espíritu Santo que el mismo<br />
Apóstol menciona 144 , se ve una clara correlación. Dice el Himno a la<br />
caridad (I Corintios, 13, 4-7): La caridad es longánime, es benigna; no es<br />
envidiosa, no es jactanciosa ni soberbia, no es descortés, no busca lo suyo,<br />
no se irrita, no piensa mal; no se alegra de la injusticia, se complace en la<br />
verdad; todo lo excusa, todo lo cree, todo lo espera, lo soporta todo. A su<br />
vez, Los frutos del Espíritu son: caridad, alegría, paz, longanimidad,<br />
paciencia, benevolencia, bondad, fe, mansedumbre, templanza.<br />
La caridad no toma en cuenta el mal: evita celos y envidias,<br />
discordias y divisiones, mueve siempre a la unidad. El Espíritu Santo<br />
inspira la generosidad del perdón por las ofensas recibidas y los<br />
daños sufridos: como Espíritu de luz y de amor, hace descubrir las<br />
exigencias ilimitadas de la caridad. Es esta caridad, la historia lo<br />
demuestra, la que ha movido la vida de los santos y de tantas<br />
instituciones de servicio que ha promovido la Iglesia: son la prueba<br />
histórica del amor de Dios derramado en los corazones por el Espíritu<br />
Santo, primer artífice y principio vital del amor cristiano.<br />
El don de ciencia y la virtud de la esperanza<br />
143 I Cor. 13, 4-7<br />
144 Cf. Gal. 5, 22<br />
72<br />
DON <strong>DE</strong> CIENCIA:<br />
capacidad sobrenatural de ver y<br />
determinar con exactitud el<br />
contenido de la revelación y la<br />
distinción entre las cosas y Dios en<br />
el conocimiento del universo: da<br />
capacidad de ordenar según Dios<br />
los asuntos temporales y asegurar,<br />
a través de ellos, la salvación.<br />
Perfecciona la virtud de la<br />
esperanza.
Es aquel Don, gracias al cual se nos da a conocer el verdadero<br />
valor de las criaturas en su relación con el Creador. Nos permite<br />
hacer el tránsito desde las ciencias naturales hacia la Ciencia de Dios:<br />
trascender, ordenar, según Dios los asuntos temporales. Evitar la<br />
absolutización de lo terreno, su divinización, su idolatría, para no<br />
dejarnos deslumbrar por los espejuelos de lo temporal, perdiendo de<br />
vista la eternidad hacia la que nos encaminamos, como le oí decir<br />
alguna vez al Beato Josemaría.<br />
El Don de ciencia nos permite dos cosas: valorar rectamente<br />
las cosas en su dependencia esencial al Creador; ver en todos los<br />
seres otros tantos reflejos e imágenes más o menos perfectos, pero<br />
auténticos, de sus perfecciones infinitas, en cuyos destellos se<br />
descubre una invitación a elevar una alabanza a Dios. Ordenar lo<br />
creado hacia su verdadero fin y apreciar los acontecimientos del<br />
mundo de acuerdo con los planes de Dios: todo lo que sucede es para<br />
bien de los que aman a Dios 145 . El don de Ciencia fundamenta así la<br />
virtud de la esperanza: la posibilidad de alcanzar la Gloria con el<br />
recto uso de las cosas temporales y se constituye, por tanto, en<br />
prenda de esperanza escatológica y fuente de la perseverancia<br />
final 146 . La humanidad, a pesar de las apariencias, sigue esperando<br />
la revelación de los hijos de Dios y vive de esta esperanza 147 . El<br />
Espíritu Santo, dice San Hilario, es el don que nos regala la perfecta<br />
esperanza. Entre los dones mayores está la esperanza 148 , la cual<br />
desempeña un papel fundamental en la vida cristiana. Esta idea ha<br />
llegado a ser uno de los temas preferidos de Juan Pablo II.<br />
A este don hay que prestarle una atención particular, sobre<br />
todo en nuestro tiempo, en el que muchos se debaten entre la ilusión<br />
y el mito de una capacidad infinita de auto-redención y de realización<br />
de sí mismos y la tentación del pesimismo al sufrir frecuentes<br />
decepciones y derrotas 149 . La esperanza es virtud típica del hombre<br />
que peregrina en el mundo que, conociendo a Dios, aún no llega a la<br />
visión de la Gloria. Es por eso que el cristiano, que posee las primicias<br />
de la adopción de hijo, en el Espíritu Santo, mira con optimismo<br />
sereno el destino del mundo, aun en medio de las tribulaciones del<br />
tiempo. Esto vale particularmente para nuestra Patria, Colombia, que<br />
se estremece entre el miedo de la guerra y la violencia y el anhelo de<br />
la paz. Sabemos que en todas las cosas interviene Dios para bien de<br />
los que le aman 150 . El Espíritu Santo vive, ora y obra en el sagrario<br />
del alma y nos hace entrar, a través de las vicisitudes y trabajos del<br />
mundo y de la historia, en la perspectiva adecuada del fin último,<br />
145 Cf. Rm. 8, 28<br />
146 Cfr. Juan Pablo II, Alocución 3-VII-1991<br />
147 Cfr. Rm. 8, 19-22; Cfr. TMA, n. 23<br />
148 Cfr. I Cor. 12, 31<br />
149 Cfr. Juan Pablo II, id.<br />
150 Rm. 8, 28<br />
73
ayudándonos a conformar nuestra vida con su plan salvífico. Orando<br />
en nosotros, nos hace orar con sentimientos y palabras de hijos de Dios 151 .<br />
Así nos salva de las ilusiones y de los falsos caminos de salvación;<br />
moviendo nuestro corazón hacia el objetivo auténtico de nuestra<br />
vida, por medio del Don de Ciencia, nos libra del pesimismo y del<br />
nihilismo, tentaciones tan fáciles para quien no parte de premisas de<br />
fe o, por lo menos, de una búsqueda sincera de Dios.<br />
Los dones del Espíritu Santo y las virtudes cardinales<br />
También tienen los dones del Espíritu Santo una estrecha<br />
relación con las virtudes morales. La virtud es una disposición<br />
habitual y firme de hacer el bien; es disposición estable del<br />
entendimiento y de la voluntad que regula nuestros actos, ordena<br />
nuestras pasiones y guía nuestra conducta según la razón y la fe.<br />
Pueden agruparse en torno a cuatro virtudes cardinales: prudencia,<br />
justicia, fortaleza y templanza: llamadas así, porque son como el<br />
gozne alrededor del cual se articulan las demás virtudes humanas.<br />
El don de consejo y la virtud de la prudencia<br />
74<br />
DON <strong>DE</strong> CONSEJO:<br />
habilidad sobrenatural para<br />
regular la vida personal en<br />
cada acción concreta, tomar<br />
las opciones debidas,<br />
gobernar y guiarse a sí<br />
mismo y a los demás.<br />
Perfecciona la virtud de la<br />
prudencia.<br />
El don de Consejo es al don de Ciencia lo que el arte de sanar a<br />
los enfermos es a la teoría de la medicina; o lo que el arte de resolver<br />
un caso de conciencia concreto es a la moral teórica que enseña los<br />
principios generales para ello. El don de Ciencia da una apreciación<br />
general de las cosas, según Dios; el de Consejo nos indica lo que<br />
conviene hacer o evitar en cada caso particular con el fin de cumplir<br />
la Voluntad de Dios, ya se trate de la conducta propia o del prójimo.<br />
Cuando sólo se busca agradar a Dios en todo lo que se hace, el<br />
Espíritu Santo “responde” con el don de Consejo.<br />
Espíritu Santo, amor del Padre y del Hijo:<br />
inspírame siempre lo que debo pensar,<br />
lo que debo decir y cómo debo decirlo, lo que debo callar;<br />
lo que debo escribir.<br />
Cómo debo actuar; lo que debo hacer para<br />
151 Cf. Rm. 8, 15. 26-27; Gal. 4, 6; Ef. 6, 18
procurar tu mayor gloria, el bien de las almas y<br />
mi propia santificación<br />
(Card. Verdier).<br />
El don de Consejo perfecciona la virtud de la prudencia, la cual<br />
dispone la razón práctica para discernir, en toda circunstancia, el<br />
verdadero bien y elegir los medios para realizarlo. El hombre puede<br />
llegar a dominarse a sí mismo, ser autor de sí mismo, creador de sí<br />
mismo, únicamente en función de sus virtudes. En el orden práctico,<br />
de la vida cotidiana, es capaz de llegar al autocontrol, ser señor de sí<br />
mismo, llegar a la libertad, sólo en términos de virtud. El orden en<br />
las virtudes es unitario, pero tiene un arranque: ser dueños de sus<br />
actos, ser causa para sí. Y esto, por sus virtudes. La principal de<br />
todas y las que las constituye a todas en función de ese “ser señor de<br />
sí mismo”, es la virtud de la prudencia. Es llamada auriga de todas<br />
las virtudes. Auriga es el que guía, lleva el control, marca el rumbo.<br />
Quien se autocontrola, es el que lleva el rumbo de su vida, el que<br />
puede formular proyectos y llevarlos a cabo. Sin la prudencia, eso no<br />
sería posible.<br />
Dice Santo Tomás que “entre todas las virtudes morales la<br />
Prudencia es la máxima, por ser la moderadora de las demás. Por la<br />
virtud cardinal de la prudencia, el cristiano no deja enturbiar su<br />
visión de la realidad, y sabe conducir razonablemente su vida al fin<br />
verdadero. Como virtud se puede definir: aquella por la que la razón<br />
práctica dicta lo que se debe hacer en cualquier caso concreto del<br />
orden moral. Brevemente: la recta razón en el obrar. Puede ser<br />
virtud adquirida o infusa. En cuanto adquirida, la prudencia es la<br />
recta razón de lo que se ha de hacer. Se llama también prudencia<br />
natural y se adquiere mediante repetición de actos; presupone la<br />
inteligencia de los primeros principios morales y el apetito recto del<br />
bien natural. Se puede hablar de prudencia natural, no sólo en<br />
referencia a actos que deben ser dirigidos al fin último, sino también<br />
a acciones que atiende a un fin subordinado, temporal.<br />
En cuanto virtud infusa, se denomina prudencia sobrenatural y<br />
se define como aquella virtud sobrenatural, por la que el intelecto<br />
práctico, iluminado por la fe, <strong>info</strong>rmado por la caridad y movido por el<br />
Espíritu Santo, juzga y ordena lo que debe hacerse, en cada caso<br />
particular, como conveniente al fin sobrenatural o evitarse por no<br />
convenir a ese fin. La Prudencia sobrenatural es infundida por Dios<br />
junto con la gracia santificante; en su actuación, presupone la fe<br />
<strong>info</strong>rmada por la caridad. En su extensión abarca todos los actos<br />
que deben ser dirigidos hacia el último fin de la vida humana. La<br />
prudencia tiene muchos matices. No es el que se atreve poco, sino el<br />
que se atreve con razón, justificadamente, bien fundamentado:<br />
porque se autocontrola, lleva el control de sí mismo, es su propio<br />
señor. El peor pecado de un gobernante es la omisión. Prudente es el<br />
75
que no comete pecados de omisión: por autocontrolarse en cada<br />
momento, puede hacer proyectos, es empujado a la acción. El acto<br />
supremo de la prudencia es decidir, elegir: lo que se llama el imperio.<br />
El imperio es un acto que proviene de la razón. La prudencia conecta<br />
la inteligencia con la voluntad.<br />
Una de las razones por las que la prudencia nos lleva a vivir<br />
todas las demás virtudes es porque pone en marcha a toda la<br />
persona y a todo en la persona, para llevar a cabo lo que la<br />
inteligencia señala como bueno y la voluntad reconoce como tal.<br />
Para vivir la prudencia se requieren otras virtudes, que resultan<br />
indispensables para ser de verdad prudentes. El consejo. Reconocer<br />
que no lo sé todo. La petición de consejo hace parte de la prudencia:<br />
hay que enterarse de lo que no se sabe o no se conoce bien. Pedir<br />
consejo es ser prudente. La circumspectio: mirar en torno. El<br />
prudente no mira en una sola dirección: considera todos los aspectos.<br />
Requiere una curiosidad intelectual sana. No se puede colocar<br />
anteojeras: como el dogmático que mira hacia un solo lado. Eso no es<br />
prudencia. Solertia: no perder la calma ante lo inesperado, ante lo<br />
que no se pudo prever. El prudente, ante lo nuevo, ante lo que<br />
aparece de repente sin que se esperara, no se agobia. Lo asume y<br />
trata de integrarlo a la situación presente, con serenidad y dominio<br />
de sí. Aunque exija un replanteamiento de lo que uno ya sabe, se<br />
abre a una visión nueva. Es una de las funciones más importantes: la<br />
capacidad de afrontar lo inesperado, la serenidad. Serenidad para<br />
cambiar, para elegir algo distinto ante nuevas circunstancias. La<br />
gente que se pone nerviosa ante lo nuevo, no es prudente. Quien<br />
dice: eso no lo hemos hecho antes aquí, o eso no lo acostumbramos<br />
aquí”, sin analizar si es válido o no, si conviene cambiar lo que se<br />
venía haciendo ante nuevas propuestas o visiones nuevas, quien dice<br />
y actúa de esa manera apocada, está mostrando que tiene<br />
limitaciones personales con relación a la virtud de la prudencia. Puede<br />
ser comodidad, rutina mala, omisión culpable, querer ir por los<br />
caminos de siempre. No se trata, es apenas lógico, de que haya que<br />
cambiar por cambiar. Pero la persona prudente, sabe abrirse a la<br />
necesidad de cambio, de renovación, sin timideces, ni cobardía; sin el<br />
orgullo de pensar: lo que hemos hecho hasta ahora, todo ha estado<br />
bien. No. Siempre es posible encontrar caminos mejores para hacer<br />
bien las cosas, siempre es posible aprender de nuevas circunstancias.<br />
Y esa función le corresponde a la virtud de la prudencia.<br />
El imperio. Es el acto más importante de la prudencia, porque<br />
allí se completa la elección. Es el acto final de la Prudencia: si se ha<br />
elegido algo, hay que realizarlo: eso se llama imperio. El imperio no<br />
es un acto de la voluntad, es un acto de la inteligencia. Si fuera sólo<br />
de la voluntad, sería arbitrario. El imperio es poner por obra lo<br />
elegido, no dejarse llevar del capricho, sino de la razón. Por eso se<br />
opone al imperio, no sólo la pasividad de no tomar decisiones, sino<br />
76
también la tiranía. La Prudencia pide que cuando hago algo, no lo<br />
hago porque quiero, sino porque me lo manda la razón.<br />
El don de fortaleza y la virtud correspondiente<br />
77<br />
DON <strong>DE</strong> FORTALEZA:<br />
sostiene a la voluntad y la hace<br />
pronta, activa y perseverante para<br />
afrontar las dificultades y<br />
sufrimientos, incluso extremos,<br />
como acontece en el martirio: de<br />
sangre, de debilidad, de<br />
enfermedad, e incluso de corazón.<br />
Perfecciona la virtud cardinal de la<br />
fortaleza.<br />
En nuestro tiempo se ensalza mucho la fuerza física, los<br />
deportes extremos, la violencia. Sin embargo, se nota cierta debilidad<br />
en el campo espiritual y moral, cediendo a los impulsos de las<br />
pasiones internas y las presiones del ambiente, a la infidelidad,<br />
acomodarse a las circunstancias, al egoísmo social y personal. Hace<br />
falta mucha fortaleza (virtud moral) para no avenirse a componendas<br />
en el cumplimiento de los propios deberes. A su vez, la virtud<br />
cardinal de la fortaleza tiene necesidad de ser sostenida por su<br />
homónimo Don del Espíritu Santo.<br />
El don de Fortaleza consiste en una disposición del alma que la<br />
hace capaz, bajo la acción del Espíritu divino, de emprender las<br />
acciones más difíciles y soportar las más duras pruebas por amor a<br />
Dios y la gloria de su nombre. Se trata de una fuerza interior<br />
arraigada en el amor, por la que se comunica al creyente la misma<br />
fortaleza con que Cristo llevó su cruz. La virtud de la fortaleza<br />
asegura, en las dificultades, la firmeza y la constancia en la práctica<br />
del bien. Mediante esta virtud se robustece la voluntad haciendo que<br />
el hombre sea capaz de superar las tentaciones, vencer en las luchas<br />
interiores y exteriores, derrotar el mal y realizar la empresa de la<br />
vida de acuerdo con el Evangelio, ser coherente con los propios<br />
principios, soportar ofensas, agravios y ataques injustos,<br />
perseverancia valiente ante las incomprensiones y hostilidades en el<br />
camino de la verdad y de la honradez. Todo lo puedo en Aquel que me<br />
da fuerzas 152 .<br />
Con este mismo Don, se otorga al cristiano la fuerza de la<br />
fidelidad, de la paciencia y de la perseverancia, que nos permiten<br />
llegar al final de la vida humana por el camino del bien: estas<br />
152 Rm. 4, 13
virtudes son frutos del Espíritu 153 . Es el Espíritu Santo el que da la<br />
fuerza sobrenatural para poner en práctica la voluntad divina y<br />
conformar la existencia a los mandamientos promulgados por Cristo.<br />
También para cumplir la misión apostólica que nos corresponde a<br />
todos, especialmente a partir de la Confirmación. Este sacramento<br />
tiene la finalidad de comunicar la fortaleza que será necesaria en la<br />
vida cristiana y en el apostolado del testimonio y de la acción, al que<br />
todo cristiano está llamado: sólo con su fuerza se puede ser, en todas<br />
partes, testigo de Cristo y se supera la tentación de abandonar esta<br />
tarea. Igualmente, es el Espíritu Santo quien sostiene a los que<br />
sufren persecución por la fe.<br />
El don de piedad y la virtud de la justicia<br />
78<br />
DON <strong>DE</strong> PIEDAD: orienta el<br />
corazón del hombre hacia Dios con<br />
sentimientos, afectos,<br />
pensamientos, oraciones que<br />
expresan la filiación con respecto<br />
al Padre, tal como Cristo lo ha<br />
revelado. Hace penetrar y asimila<br />
el misterio del Dios con nosotros,<br />
especialmente en la unión con<br />
Cristo, Verbo encarnado, en las<br />
relaciones filiales con la<br />
bienaventurada Virgen María, en la<br />
compañía de los ángeles y santos<br />
del cielo y en la comunión con la<br />
Iglesia. Perfecciona la virtud de la<br />
justicia.<br />
Vana es la ciencia que no encamina hacia el amor. El don de<br />
Piedad consiste en una disposición sobrenatural del alma que la<br />
inclina, bajo la acción del Espíritu Santo, a comportarse en sus<br />
relaciones con Dios como un hijo cariñoso se comporta con su padre,<br />
del cual se sabe inmensamente querido. Quien se abandona a la<br />
acción de don de Piedad, ilustrado por las enseñanzas de la Sagrada<br />
Escritura, sólo ve en Dios a un Padre amoroso, de quien se sabe<br />
infinitamente amado en Cristo Jesús. Hecho en cierto modo una sola<br />
y misma cosa con el Verbo Encarnado: somos el mismo Cristo. Y<br />
podemos tener los mismos sentimientos y amar con el mismo amor<br />
del Corazón de Jesús, y tener su misma caridad con Dios y con los<br />
demás.<br />
A quien acoja el don de Piedad, nada puede turbarle: sabe que<br />
todo lo que suceda termina siempre en una mayor gloria de Dios y en<br />
153 Cf. Gal. 5, 22
ien de sí mismo. Y vivirá siempre en continua acción de gracias; y<br />
esperará con absoluta confianza y abandono en las manos amorosas<br />
de su Padre Dios. Y amará a todas las criaturas como Dios las ama:<br />
llenándose de delicadeza con los demás. El objeto directo del don de<br />
Piedad es Dios mismo en cuanto Padre. Pero indirectamente se dirige<br />
también a todo lo que Dios ama o a toda persona que representa la<br />
paternidad divina en las relaciones humanas: padres, superiores,<br />
jerarquías. Que es el objeto de la virtud cardinal de la justicia, la cual<br />
consiste en la constante y firme voluntad de dar a Dios y al prójimo lo<br />
que les es debido. Esta virtud dispone para respetar los derechos de<br />
cada uno y a establecer en las relaciones humanas la armonía que<br />
promueve la equidad respecto a las personas y al bien común.<br />
El don de temor de Dios y la virtud de la templanza<br />
79<br />
DON <strong>DE</strong> TEMOR <strong>DE</strong> DIOS:<br />
infunde en el alma cristiana un<br />
sentido de profundo respeto por la<br />
ley de Dios y los imperativos que<br />
se derivan de ella para la conducta<br />
cristiana, liberándola de las<br />
tentaciones del temor servil y<br />
enriqueciéndola, por el contrario,<br />
con el temor filial, empapado de<br />
amor. Perfecciona la virtud de la<br />
templanza.<br />
El don de Temor de Dios es una disposición sobrenatural del<br />
alma que hace que ésta sienta, como por instinto, bajo la moción del<br />
Espíritu Santo, al mismo tiempo que respeto inmenso por la Majestad<br />
divina, una complacencia sin límites en su bondad de Padre unidos a<br />
un vivo horror por todo lo que podría, aún mínimamente, ofender a<br />
un Padre tan bueno, misericordioso y digno de ser amado. Hace<br />
exclamar –con palabras que repetía mucho el Fundador del Opus Dei:<br />
Aparta Señor de mí lo que me aparte de Ti. No es miedo de Dios sino<br />
delicadeza de amor. No es una actitud de turbación ante el poder o la<br />
gloria divina, sino lo contrario: colma de paz y de serenidad. Por lo<br />
mismo puede decir la Sagrada Escritura: Dichoso el hombre a quien le<br />
es dado tener temor del Señor 154 .<br />
Del don de Temor de Dios, dice el Libro de la Sabiduría que es<br />
el principio de la sabiduría 155 . No se trata del miedo de Dios que<br />
impulsa a evitar pensar o acordarse de Él, como de algo que turba o<br />
inquieta, como Adán y Eva que se ocultan de Yahvé; o como el siervo<br />
154 Eclo. 25, 15<br />
155 Sal. 110/111, 10; Pr. 1, 7
malo de la parábola de los talentos 156 . Se trata de algo mucho más<br />
noble y sublime: es el sentimiento sincero y trémulo que el hombre<br />
experimenta frente a la tremenda majestad de Dios, especialmente<br />
cuando se reflexiona sobre las infidelidades y sobre el peligro de ser<br />
encontrados falto de peso 157 en el juicio eterno, del que nadie puede<br />
escapar. Esto no significa miedo irracional, sino sentido de<br />
responsabilidad y de fidelidad a su ley.<br />
Con este don, el Espíritu Santo infunde en el alma sobre todo el<br />
temor filial, que es amor: el alma se preocupa entonces de no<br />
disgustar a Dios, amado como Padre, de no ofenderlo en nada, de<br />
permanecer y de crecer en la caridad 158 . De luchar contra las<br />
deficiencias propias de nuestra condición humana, de huir del pecado<br />
y de todo lo que pueda manchar el alma. Jesús, llévame contigo antes<br />
que dejarme manchar mi alma cometiendo la más pequeña falta voluntaria,<br />
clamaba santa Teresita del Niño Jesús. De este santo y justo temor<br />
conjugado en el alma con el amor de Dios, depende toda la práctica<br />
de las virtudes cristianas y, especialmente, la humildad, la<br />
templanza, la castidad, la mortificación de los sentidos. La templanza<br />
modera la atracción hacia los placeres sensibles y procura la<br />
moderación en el uso de los bienes creados. Asegura el dominio de la<br />
voluntad sobre los instintos y mantiene los deseos en los límites de la<br />
honestidad.<br />
El Espíritu Santo, fuente de virtudes humanas<br />
La veracidad 159<br />
La Veracidad es una de las dimensiones de la sociabilidad<br />
humana: la coordinación de esfuerzos con miras hacia el bien común,<br />
se hace imposible con la mentira. Sin la veracidad la sociedad se hace<br />
imposible, porque su gran conectivo es el diálogo, la comunicación; y<br />
si se atenta contra la verdad, se produce la incomunicación y la<br />
sociedad se pulveriza. Una comunidad de personas que no viven la<br />
verdad, no puede funcionar, se desmorona. Si se vive en la mentira,<br />
la familia, la sociedad, la vida social, pierden su cohesión y se<br />
convierten en algo delicuescente. Existe una obligación moral,<br />
derivada del destino del hombre a la verdad, a no engañar a nadie<br />
cuando se le habla. Sin embargo, cuesta decir la verdad. Muchos<br />
piensan que si decir algo verdadero me va a traer una dificultad, una<br />
desventaja, y no se puede callar, prefieren mentir. Pero la mentira<br />
produce una incomunicación, a todas luces inconveniente en la vida<br />
social y en toda relación humana. Las relaciones humanas se basan<br />
156 Mt. 25, 18. 26<br />
157 Dan. 5, 27<br />
158 Cfr. Juan 15, 4-7<br />
159 Cfr. Antropología de la acción directiva, de Leonardo Polo y Carlos Llano, cap. V La<br />
veracidad del directivo.<br />
80
en el lenguaje y, por consiguiente, todo lo que afecte a la integridad<br />
del mensaje lleva consigo una debilitación de la organización social.<br />
Cuando se trata de la familia o de una institución, una empresa, el<br />
diálogo sincero todavía es más necesario y la mentira, por tanto, más<br />
dañina.<br />
La persona que miente está jugando en contra del otro; el que<br />
dice la verdad juega a favor de todos. Una mentira puede tener éxito:<br />
pero es un éxito ruinoso. El que dice mentira atenta, en primer lugar<br />
contra sí mismo, porque se escinde, se rompe por dentro, pierde su<br />
integridad y – si persiste en mentir – acaba inhabilitándose para la<br />
verdad, vivirá en un mundo falso, se convertirá a sí mismo en una<br />
realidad virtual. Atentar contra la propia coherencia es incurrir en<br />
confusión interior. Lo peor de la mentira es eso: que introduce una<br />
fisura en la propia unidad interior; y esto es malo ontológicamente y,<br />
por tanto, también moralmente. Al final, el que miente acaba por<br />
perder el sentido de la verdad. El mentiroso se engaña a sí mismo<br />
porque pierde el discernimiento entre lo verdadero y lo falso, debilita<br />
el sentido de la verdad y entonces no sabe tratar con lo real: porque<br />
es posible engañar a los demás, pero jamás se puede engañar a la<br />
realidad. El mentiroso acaba por vivir en un mundo falso, en arena<br />
movediza.<br />
La mentira, es peor que el error porque uno no se equivoca<br />
queriendo, pero sí se miente intencionalmente: ahí radica,<br />
moralmente, la malicia de la mentira. El error es disculpable, porque<br />
es muy humano equivocarse: no somos infalibles. Pero la mentira y la<br />
doblez no son disculpables nunca. La mentira no está nunca<br />
justificada y no sólo por consideraciones de tipo moral individual, sino<br />
porque desintegra las organizaciones: es el gran corrosivo de la vida<br />
social y familiar.<br />
Es importante hoy en día, en un mundo en el que parecería que<br />
la mentira prevalece, considerar con atención el daño que hace la<br />
mentira. Uno no miente porque sí, como si existiera una tendencia<br />
natural a la mentira. Se miente porque se cree que es más ventajoso<br />
que decir la verdad. La mentira afecta directamente la coherencia<br />
del orden social. Aunque mentir vaya seguido de alguna ventaja<br />
particular, el balance global de la mentira es negativo, porque afecta<br />
a las bases mismas de la familia y, más tarde, de la sociedad. No se<br />
puede mentir y simultáneamente pretender conservar la confianza de<br />
los demás: padres, hermanos, compañeros. En un clima de mentira,<br />
nadie se fía de nadie. No existe la mentira sola: existen mentirosos;<br />
ser mentiroso, falso, es la consecuencia inexorable del mentir. Y lo<br />
razonable es desconfiar del mentiroso. Cuando la mentira se hace<br />
crónica, se genera la doblez, el desacuerdo habitual entre lo que se<br />
dice y lo que se hace. La persona doble niega con los hechos lo que<br />
81
dice con la palabra, es desleal, no cumpla con la palabra dada. La<br />
doblez práctica es la peor forma de la mentira.<br />
La sinceridad de vida es una exigencia vital del cristianismo que<br />
conviene enseñar a vivir a los hijos. El Espíritu Santo enseña la<br />
verdad como principio de vida y muestra la aplicación concreta de las<br />
palabras de Jesús en su vida. Además hace descubrir la actualidad del<br />
Evangelio y su valor para todas las situaciones humanas. El Espíritu<br />
Santo ilumina a cada uno personalmente, para guiarlo en su<br />
comportamiento, indicándole el camino que tiene que seguir y<br />
abriéndole alguna perspectiva en relación con el proyecto del Padre<br />
acerca de su vida. Para todos nosotros es necesaria esta gracia de<br />
luz, a fin de que conozcamos bien la voluntad de Dios sobre cada uno<br />
y podamos vivir plenamente nuestra vocación personal 160 . No faltan<br />
problemas que a veces parecen insolubles. Pero el Espíritu Santo<br />
socorre en las dificultades e ilumina. Puede revelar la solución divina,<br />
como en el momento de la Anunciación para el problema de la<br />
conciliación de la maternidad con el deseo de conservar la virginidad.<br />
El Espíritu Santo posee una inventiva infinita, propia de la mente<br />
divina, que desata los nudos de los sucesos humanos, incluso los más<br />
complejos e impenetrables. Por eso, el cristiano tiene habitualmente<br />
la capacidad de un juicio recto, bajo la guía de la sabiduría divina.<br />
El amor a la Libertad<br />
Se hace necesario un claro concepto de libertad, que confunden<br />
con la liberación de las tendencias espontáneas. La libertad es<br />
capacidad de autonomía en las decisiones personales: se es libre<br />
cuando se es dueño de los propios actos, cuando se tiene señorío<br />
sobre el propio querer, cuando se decide la propia conducta desde el<br />
interior, adecuándola con la inteligencia y la voluntad al verdadero<br />
bien; cuando se es capaz de superar las limitaciones de un ambiente<br />
hostil; cuando no se aceptan presiones exteriores, ni se es movido<br />
por el impulso irracional de la pasión. Los animales carecen de<br />
libertad. Es propia del ser humano la libre elección del fin y de los<br />
medios para conseguirlo. De ahí se deduce que la educación es<br />
formación en, para y desde la libertad.<br />
No hay amor sin verdad. Tampoco hay amor sin libertad. Ni<br />
libertad verdadera sin amor. De la voluntad, unida a la inteligencia,<br />
brota la libertad, requisito esencial para el amor: en cuanto más amo,<br />
más libre soy; a mayor caridad, más libertad. Es necesario que cada<br />
uno pueda adherirse libremente a la verdad. Verdad, libertad y amor<br />
están profundamente vinculados: un vínculo que tiene su expresión<br />
en el corazón. La libertad es medio, el amor es fin. La educación de<br />
la libertad es un proceso personal de automejoramiento, encaminado<br />
160 Cf. Juan Pablo II, Alocución, Roma 24-IV-1991<br />
82
a lograr dominio de sí mismo, y ejercitar la inteligencia y la voluntad,<br />
con el fin de capacitarlos para amar, para entregar el corazón sólo a<br />
quien conviene, para servir a quien se elija. En una palabra, para ser<br />
responsable de las propias acciones. Cuando en el amor sólo se<br />
busca uno mismo, se acaba desnaturalizando, perdiéndose así la<br />
libertad, que se vuelve esclava de la pasión, del dinero, del sexo, de<br />
intereses mezquinos.<br />
De la fuente interior del Espíritu deriva también el nuevo valor<br />
de la libertad, que caracteriza la vida cristiana: Donde está el Espíritu<br />
del Señor, allí está la libertad 161 . Se refiere a la liberación de los apetitos<br />
de la concupiscencia: el egoísmo y las pasiones que impiden el acceso<br />
al reino de Dios. Por eso, Todos los que son guiados por el Espíritu de<br />
Dios, son hijos de Dios. Pues no recibisteis un espíritu de esclavos para<br />
recaer en el temor; antes bien, recibisteis un espíritu de hijos adoptivos que<br />
nos hace exclamar: ¡Abbá, Padre! 162 Se trata de una libertad interior,<br />
fundamental, orientada siempre hacia el amor.<br />
Sembradores de paz 163<br />
La paz es el gran deseo de la humanidad, el mayor anhelo de<br />
los colombianos. Para lograrla, hace falta un principio más elevado<br />
que actúe profundamente en los ánimos con fuerza divina. Ese<br />
principio es el Espíritu Santo que, al comunicar la paz espiritual,<br />
capacita al que lo recibe para expandirla por doquier. Jesucristo dijo a<br />
los apóstoles: La paz os dejo 164 y vinculó esta paz al perdón de los<br />
pecados: La paz con vosotros (…). Recibid el Espíritu Santo. A quienes<br />
perdonéis los pecados, les quedarán perdonados 165 . Es el primer<br />
obstáculo que hay que superar para conseguir la paz: el obstáculo del<br />
pecado. La paz es fruto del Espíritu Santo 166 . Y se contrapone a las<br />
obras de la carne: discordias, celos, iras, rencillas, divisiones, disensiones,<br />
envidias 167 . Lo más opuesto a la violencia y a la guerra. El reino de Dios<br />
es paz en el Espíritu Santo 168 . Quien conserva la unidad del Espíritu con el<br />
vínculo de la paz, se comporta con toda humildad, mansedumbre,<br />
paciencia, soportándoos unos a otros por amor 169 . Todas las sugerencias<br />
del Espíritu en la Sagrada Escritura van en el sentido de la paz, no en<br />
el de la turbación, la discordia, la hostilidad. Dios no es un Dios de<br />
confusión, sino de paz 170 . Cuando el Espíritu reina en los corazones, los<br />
estimula a hacer todos los esfuerzos por establecer la paz en las<br />
161 II Cor. 3, 17<br />
162 Rm. 8, 14-15<br />
163 Cf. Juan Pablo II, Alocución 29-V-1991<br />
164 Juan 14, 27<br />
165 Juan 20, 21-23<br />
166 Cf. Gal. 5, 22<br />
167 Gal. 5, 20<br />
168 Cf. Rm. 14, 5-6.23<br />
169 Ef. 4, 3<br />
170 I. Cor. 14, 33<br />
83
elaciones con los demás, en todos los niveles: familia, cívico, social,<br />
político, étnico, nacional e internacional. A nadie devolváis mal por mal:<br />
haced el bien a la vista de todos los hombres. Si es posible, y en cuanto de<br />
vosotros dependa, tened paz con todos los hombres 171 ; Procurad la paz con<br />
todos 172 . Es lo que inspira la obediencia fiel al Espíritu de paz.<br />
Sembradores de alegría 173<br />
Uno de los objetivos de la educación en la fe ha de ser la<br />
de convertir a los hijos en mensajeros de paz y de alegría en el alma<br />
de quienes les traten. Porque no se pueden limitar sólo a desear la<br />
paz, en un país como Colombia tan lleno de conflictos y necesitado de<br />
reconciliación, de perdón, de optimismo y de alegría. La paz y la<br />
alegría van unidas en una sola virtud y es preciso promoverla sin<br />
descanso. Tener paz es señal de la presencia de Dios, fruto del<br />
Espíritu Santo. San Pablo afirma en diversas ocasiones que el fruto del<br />
Espíritu es alegría 174 como lo son el amor y la paz. Se refiere a la<br />
alegría verdadera, no a la risa loca, a la falsa alegría del lujo, de la<br />
ambición satisfecha, de la embriaguez, del dinero…, actitudes con las<br />
cuales más bien lo que se produce es el entristecimiento del Espíritu<br />
Santo 175 .<br />
La alegría verdadera es un fruto sabroso del trato con el<br />
Espíritu Santo: es don de Dios. Está vinculada a la caridad, al darse<br />
con humildad, no al egoísmo ni al amor desordenado; al<br />
cumplimiento de la voluntad de Dios, a la obediencia a sus leyes, a la<br />
amistad personal con Él. El mismo apóstol exhorta con frecuencia a<br />
los primeros cristianos: alegraos (...), vivid en paz y el Dios de la caridad<br />
estará con vosotros 176 . La paz verdadera es fruto del amor a Dios y a<br />
los demás; es consecuencia del orden entre Dios y nosotros y entre<br />
cada uno con los demás: es obra de la justicia. “Donde hay amor a la<br />
justicia, donde existe respeto a la dignidad de la persona humana,<br />
donde no se busca el propio capricho o la propia utilidad, sino el<br />
servicio a Dios y a los hombres, allí se encuentra la paz” 177 .<br />
Jesucristo nos dejó la misión de pacificar la tierra, de contribuir<br />
a que cesen rencores y discordias, a crear un clima de colaboración y<br />
de entendimiento humano. Una paz, familiar, social, nacional, que no<br />
consiste sólo en la ausencia de riñas y disputas, sino en la armonía<br />
que lleva a colaborar en proyectos e intereses comunes, a<br />
171 Rom. 5, 17-18<br />
172 Hebr. 12, 14<br />
173 Cfr. Juan Pablo II, Alocución, Roma 19-VI-1991<br />
174 Gal. 5, 22<br />
175 Ef. 4, 30<br />
176 II Cor, 13, 11<br />
177 Álvaro del Portillo, Homilía, 30-III-1985 (Citado por Francisco Fernández Carvajal,<br />
Hablar con Dios, Tomo II, n. 77<br />
84
preocuparnos activamente por los demás, sus proyectos y sus<br />
sueños, sus penas y sus desilusiones. En una palabra a dejar paz y<br />
alegría por dondequiera que pasen 178 .<br />
El Evangelio es una invitación constante a la alegría y una<br />
experiencia de alegría verdadera y profunda. En la Anunciación, María<br />
es invitada a la alegría: Alégrate, llena de gracia 179 : alegría que se<br />
realizará plenamente con la venida del Espíritu Santo en ella. En la<br />
Visitación, Isabel se llena del Espíritu Santo y de alegría, junto con su<br />
hijo: Saltó de gozo el Niño en mi seno 180 . Y María responde con el<br />
Magníficat, que es un canto lleno de gozo en el Espíritu: Mi espíritu se<br />
alegra en Dios, mi salvador 181 . Así pasa con Simeón y con Ana la<br />
profetiza, que se gozan de ver a Jesús, cuando la Presentación en el<br />
templo 182 . Durante la vida pública de Jesús, con frecuencia se lo<br />
menciona Lleno de gozo en el Espíritu Santo 183 , dirigiendo su alabanza al<br />
Padre. Toda alegría verdadera tiene como fin último a Dios-Padre.<br />
Cuando Cristo se va a marchar, los anima a no estar tristes: Os<br />
conviene que yo me vaya; porque si no me voy, no vendrá a vosotros el<br />
Paráclito; pero si me voy, os lo enviaré 184 . Más tarde: Os he dicho esto,<br />
para que mi gozo esté en vosotros, y vuestro gozo sea colmado 185 . Es el<br />
Espíritu Santo el que pone en el corazón de los discípulos la misma<br />
alegría de Jesús, alegría de la fidelidad al amor que viene del Padre.<br />
Después de la Ascensión los discípulos se volvieron a Jerusalén<br />
con gran gozo 186 . En los Hechos de los Apóstoles se percibe<br />
continuamente la alegría que había entre ellos: Los discípulos quedaron<br />
llenos de gozo y del Espíritu Santo 187 . Incluso cuando eran azotados y<br />
amenazados se marchaban contentos por haber sido considerados dignos<br />
de sufrir ultrajes por el nombre de Jesús 188 . Y toda la historia de la<br />
Iglesia continúa este espíritu de alegría, aún en el dolor y en el<br />
sufrimiento, de acuerdo con lo que enseñan las Bienaventuranzas,<br />
que son un canto a la alegría sobrenatural, la alegría en el Espíritu<br />
Santo. Me alegro por los padecimientos que soporto por vosotros ( 189 );<br />
Alegraos en la medida en que participáis en los sufrimientos de Cristo, para<br />
que también os alegréis alborozados en la revelación de su Gloria 190 . Al<br />
178 Cf. Francisco Fernández Carvajal, Hablar con Dios, Ediciones Palabra, Madrid,<br />
1990, Tomo II, n. 77, p.621<br />
179 Luc. 1, 28<br />
180 Luc. 1, 44<br />
181 Luc. 1, 47<br />
182 Cfr. Lc. 2, 26-32.36-38<br />
183 Lc. 10, 21<br />
184 Juan 16, 7<br />
185 Juan 15, 11; 17, 13<br />
186 Luc. 24,52-53<br />
187 Hech. 13, 52<br />
188 Hech. 5, 41-42<br />
189 Col. 1, 24<br />
190 I Petr. 4, 13<br />
85
Espíritu Santo pedimos: Danos virtud y premio, danos una muerte santa,<br />
danos la alegría eterna. Amén.<br />
86
SEGUNDA PARTE<br />
<strong>EL</strong> COLEGIO<br />
PROLONGACIÓN D<strong>EL</strong> HOGAR<br />
87
CAPÍTULO VII<br />
<strong>EL</strong> COLEGIO, SEGUNDO HOGAR<br />
La educación, complemento necesario de la generación<br />
Engendrar hijos es tarea que cumplen también los animales: lo<br />
que caracteriza al ser humano es, precisamente, la necesidad de ser<br />
educado. No basta, para ser padre o madre, el dar origen a un nuevo<br />
ser: su misión se proyecta a lo largo de toda la vida del hijo, en el<br />
aporte formativo que corresponde a los progenitores.<br />
En este sentido se ha dicho que los centros de enseñanza son el<br />
segundo hogar -la prolongación del hogar paterno- y por esa razón<br />
los padres no pueden limitarse a confiar la educación de sus hijos al<br />
colegio: deben educarlos ellos mismos y conocer lo qué se les enseña<br />
en la institución a la que confiaron el complemento de la educación:<br />
aquello que a los mismos padres les está fuera de su alcance. La<br />
educación de los hijos es un derecho y un deber indelegables, que no<br />
se cumplen sólo por recibir la garantía de que van a recibir clases de<br />
religión, sino en la certeza de que la enseñanza responde a una idea<br />
cristiana de la vida y del destino de la persona. No basta que en el<br />
colegio se dé instrucción religiosa. Es necesario que la enseñanza y la<br />
organización escolar - maestros, programas y libros en cada disciplina<br />
- estén imbuidos de espíritu cristiano, de suerte que el evangelio<br />
sea verdaderamente fundamento y corona en todos los grados, no<br />
sólo en el elemental, sino también en el medio y en el superior.<br />
El colegio no reemplaza a la familia. Existe como institución<br />
subsidiaria y complementaria; de ahí que su misión sea ayudar a los<br />
padres, no sustituirlos. Estos tienen derecho incluso a erigir escuelas<br />
de formación general y profesional para sus hijos, en las que se<br />
imparta una educación e instrucción en conformidad con su propio<br />
espíritu, cumpliendo -por otro lado- con esmero las exigencias justas<br />
que pueda haber indicado el Estado, que en este aspecto actúa<br />
siempre por delegación de los padres.<br />
La educación escolar, continuación de la familiar<br />
En la tarea de educar y, muy particularmente en la transmisión<br />
de la fe, la familia encuentra su complemento en los educadores,<br />
escogidos por los mismos padres al seleccionar la institución en la que<br />
se continuará el proceso formador iniciado en el hogar. Los maestros<br />
88
son llamados así a llevar a la perfección una tarea que la naturaleza<br />
confía en primer lugar a los padres: son, pues, invitados a<br />
incorporarse, bajo un aspecto enormemente importante, al hogar de<br />
donde vienen sus alumnos. De aquí deriva la trascendencia de la labor<br />
pedagógica. Como Moisés en el Monte Horeb, ante la zarza ardiendo<br />
sin consumirse, los profesores están llamados a acercarse a sus<br />
alumnos a pie descalzo: con la más fina delicadeza, de rodillas:<br />
respetando los derechos de Dios sobre las almas de sus alumnos. Su<br />
tarea es, después de la paternidad-maternidad, la más importante y<br />
trascendental de la sociedad.<br />
Los padres de familia que desean una educación cristianacatólica<br />
de sus hijos, tienen el derecho de solicitarla a los colegios<br />
donde matriculan a sus hijos. Ante los retos que propone el ingreso<br />
de nuestra civilización al Tercer Milenio se hace necesario pensar en<br />
el mejor sistema de enseñanza de la Religión, los mejores métodos,<br />
programas y modos, con el objeto que el saber religioso se haga vida<br />
en los estudiantes. Hace falta un verdadero Proyecto Institucional de<br />
educación integral en la fe que integre y perfeccione la enseñanza de<br />
la Religión, de tal modo que el complejo sistema educacional tienda<br />
a la unidad como a su fin propio. Un proyecto de carácter<br />
interdisciplinario que integre a toda la comunidad educativa. No<br />
basta dar lecciones teóricas acerca de la Religión, tal como nos ha<br />
sido contada, desarrollar un programa de religión. Se trata de educar<br />
personas en la fe, de forjar personalidades cristianas, maduras, a<br />
imitación de Jesucristo, a Quien queremos presentar a nuestros<br />
alumnos en forma clara y amena, junto con la totalidad de su<br />
doctrina y sus enseñanzas.<br />
La enseñanza académica de la religión aspira a fundamentarla<br />
en conceptos racionales y pretende alcanzar la síntesis entre fe y<br />
vida. Su objetivo es estimular a que, desde el conocimiento de la fe<br />
cristiana, tenga lugar el diálogo interdisciplinar que debe establecerse<br />
entre el Evangelio y la cultura humana, en cuya asimilación maduran<br />
los alumnos. Pretende integrar la dimensión sobrenatural en la<br />
formación de la personalidad, incorporar el saber de la fe en el<br />
conjunto de los demás saberes, y la actitud cristiana en el núcleo de<br />
la conducta que los alumnos vayan adoptando ante la vida.<br />
Síntesis entre fe y cultura<br />
En una educación integral, el colegio está llamado a comunicar<br />
una imagen del mundo, una concepción de la vida, unos valores, unas<br />
actitudes. De ahí la importancia de la formación religiosa, mediante la<br />
cual se comunique y enriquezca la fe, la cual, en la medida en que<br />
penetra en las motivaciones profundas del ser humano, en su vida<br />
89
intelectual y moral, se constituye en opción fundamental de su<br />
existencia, se engarza en el saber y en la cultura que todas las<br />
asignaturas del plan académico trasmiten. Esta síntesis entre fe y<br />
cultura no se encuentra en todos los sistemas de enseñanza. Con<br />
frecuencia no se estructura el plan curricular de modo que proporcione<br />
a los alumnos una armonía de los diversos conocimientos; por eso se<br />
queda a veces en la exposición de datos inconexos. Es necesario<br />
vincular la religión con todo otro saber, de forma que salvando la<br />
independencia de contenidos y la autonomía de las diversas ciencias,<br />
los alumnos sepan integrar su fe con la sabiduría de las ciencias<br />
profanas y éstas le ayuden a madurar en su experiencia personal<br />
cristiana.<br />
90<br />
El don más precioso que la Iglesia puede<br />
ofrecer al mundo de hoy, desorientado e<br />
inquieto, es el formar unos cristianos firmes<br />
en lo esencial y humildemente felices en su<br />
fe 191 .<br />
Conducir a los alumnos a la madurez cristiana<br />
La educación religiosa no es sólo un proceso complejo, por la<br />
diversidad de elementos que contiene, sino algo dinámico, que se<br />
lleva a cabo de forma gradual, coincidiendo con las etapas del<br />
desarrollo personal y del nacimiento, crecimiento y plenitud cristiana.<br />
Se trata de conducir, paulatinamente, a los alumnos hacia la madurez<br />
de la fe, sembrada en su bautismo, alimentada en la preparación de su<br />
Primera Comunión, y enriquecida con los dones del Espíritu Santo en la<br />
Confirmación. Naturalmente el colegio no forma a sus alumnos sólo<br />
en las clases de religión. Toda la vida escolar debe ser formativa. Las<br />
celebraciones litúrgicas, la preocupación personal por cada alumno, la<br />
dimensión social y caritativa, el testimonio de cada profesor, el<br />
ambiente material de las instalaciones, son medios eficaces de<br />
educación. Sin embargo, es en la clase de religión, durante toda la<br />
vida del colegio, donde los estudiantes configuran su mente con el<br />
espíritu cristiano, comprenden la importancia de adecuar su vida al<br />
Evangelio, captan la trascendencia de la unidad de vida.<br />
El proyecto de educación en la fe<br />
La unidad del proceso educativo, en busca de una buena<br />
formación de la fe en padres de familia, profesores y alumnos, se<br />
consigue cuando las personas y el ambiente interactúan de manera<br />
ordenada - en relación positiva de unos con otros - de suerte que<br />
cada sector de la educación, se convierta en elemento formativo que<br />
no sólo no obstaculice sino que refuerce activamente la acción de los<br />
191 Cat. Trad., n. 61
demás. Los temas que se tratan en el programa de enseñanza de la<br />
Religión se correlacionan con las materias conexas de forma que se<br />
consiga un lenguaje común, una terminología no contradictoria,<br />
conocimientos armónicos y un estilo de vida coherente. Así, el<br />
proceso estará integrado como un todo unitario, en el que cada factor<br />
contribuya, adecuada y eficazmente, al fin propuesto. Toda actividad,<br />
intelectual, académica, deportiva, social..., en cualquier nivel,<br />
responde a una finalidad: la formación personal de los alumnos,<br />
cruzando, previa y simultáneamente, la formación de padres de<br />
familia y profesores en una misma dirección intencional.<br />
El Proyecto de Educación en la fe busca la unidad en un doble<br />
sentido. Por un lado la armonía de los conocimientos religiosos<br />
adquiridos, con los de las demás asignaturas; y, por otro, la<br />
coherencia entre lo aprendido y lo vivido, de tal modo que el saber<br />
doctrinal produzca hábitos de conducta capaces de acompañarlos a lo<br />
largo de la vida. Al respecto tiene gran importancia la formación en<br />
virtudes desde los primeros grados. La educación constituye un todo<br />
unitario - no simplemente integrado - y las diversas ramas del<br />
conocimiento se relacionan entre sí en íntima correspondencia: se<br />
completan, se corrigen, se equilibran mutuamente. Miran en la<br />
misma dirección, de la que no resulta lícito apartarse si se respetan<br />
los objetivos de cada cuestión.<br />
Puesto que la fe no se educa solamente a través de la clase de<br />
religión, el Proyecto se presenta como una propuesta para formar en<br />
cristiano a los alumnos desde cada materia, desde dentro de cada<br />
conocimiento, y con el ejemplo de toda la comunidad educativa. No<br />
es una tarea exclusiva de los que enseñan religión o de los directores<br />
de grupo - aunque tengan ciertamente en ello una gran<br />
responsabilidad - sino que cada uno, en su clase, con sus actitudes,<br />
con el enfoque que le dé a los diferentes temas, con sus comentarios,<br />
educa o deseduca a los alumnos.<br />
Existen, especialmente en el ámbito de la formación doctrinal y<br />
de la vida cristiana innumerables influencias externas, factores que<br />
pueden incidir directa o indirectamente en el éxito del proyecto:<br />
ambiente social, familiar, medios de comunicación. Es necesario<br />
tenerlas muy en cuenta. Algunas tienen carácter universal y otras<br />
estarán localizadas en el entorno inmediato de cada ciudad o en el<br />
ambiente social de los alumnos. Se tratará de ideologías, modas o<br />
costumbres; influencias del ambiente cultural, político o social;<br />
influjo de la televisión y de otros medios de comunicación; música,<br />
literatura, hábitos adquiridos por el contacto con otros países: todo<br />
esto influye y es necesario tenerlo en cuenta. No para aislar a los<br />
alumnos de toda posible influencia negativa - algo que no será<br />
realista -, sino para fortalecerlos para que hagan frente a estos<br />
ambientes con el menor efecto negativo posible.<br />
91
Una educación en contacto con la vida<br />
Es por eso tan importante que la Educación en la Fe esté muy<br />
en contacto con la vida que llevan los alumnos, el ambiente que<br />
frecuentan, las circunstancias cambiantes del país y del mundo. Las<br />
diversas asignaturas, incluyendo las clases de Religión, deben<br />
incorporar, para analizarlas y dar el oportuno criterio: las<br />
situaciones, la literatura, las películas, las modas, las ideologías, las<br />
revistas y la prensa escrita, hablada o televisiva. Lo mismo que los<br />
fenómenos de la tecnología cada vez más avanzada - Internet,<br />
realidad virtual...- con el propósito de que sepan emplearlos,<br />
aprovechar sus ventajas y hacer frente a las posibles influencias<br />
negativas de su mal uso.<br />
La clase de religión es un lugar privilegiado para una verdadera<br />
formación, con el hondo sentido que ha ido adquiriendo este término<br />
en el mundo educativo. Se trata de una educación de la fe, educación<br />
en la fe, educación hacia la fe. Lo cual significa llevar a una respuesta<br />
personal y libre de nuestros alumnos a Dios que les habla: o sea,<br />
educar lo más íntimo que hay en ellos: su relación personal con el<br />
Señor.<br />
La alumna, el alumno, deben estar capacitados para superar<br />
las interpretaciones parciales y reductivas del ser humano. Hay que<br />
ayudarles a que se formen criterios claros sobre la primacía del<br />
espíritu; darles elementos con los que enfrenten sin claudicaciones<br />
los sucesos y las ideas en boga; prepararlos para que estén en<br />
condiciones de defenderse, mental y vitalmente, de las ideologías no<br />
cristianas -y, por lo mismo, no verdaderamente humanas-, que se<br />
presentan de un modo cada vez más agresivo en los ambientes<br />
universitarios, intelectuales, sociales y profesionales. Debemos<br />
mostrar cómo la fe es acicate para la búsqueda de soluciones<br />
verdaderamente científicas, teniendo en cuenta que ni la ciencia ni la<br />
conciencia aceptan argumentos de falsa eficacia que atentan contra la<br />
dignidad de la persona y niegan valores humanos fundamentales.<br />
Esto demanda tiempo: análisis, confrontación, conclusiones<br />
prácticas... La sola clase no alcanza. Por eso se hace necesario<br />
acudir a otros espacios, con generosidad y sacrificio.<br />
La armonización de las enseñanzas, tanto las que se refieren al<br />
orden del conocimiento natural, cuanto las que se refieren al<br />
conocimiento sobrenatural, constituyen la base para una adecuada<br />
formación integral. El término formación desborda los límites del<br />
puro quehacer intelectual, para referirse también y principalmente a<br />
la capacidad de utilizar los conocimientos para valorar el mundo. Es<br />
decir, para reaccionar adecuadamente ante la realidad haciendo en<br />
92
cada tiempo y situación lo que moralmente se debe, no lo que<br />
técnicamente se puede.<br />
El alumno, la alumna, al salir de las aulas escolares, debe ser<br />
capaz de mantener, por propia convicción, los principios adquiridos.<br />
Necesita una formación intelectual seria, sólida, basada en criterios<br />
correctos que le permitan enfrentarse personalmente, en aquella<br />
parcela de la actividad humana que posteriormente escoja, con<br />
cualquier tipo de ideologías, sin dejarse influenciar por aspectos<br />
engañosos o aparentemente atractivos que, sin embargo, contradicen<br />
de modo esencial los auténticos fines del hombre y de la sociedad. La<br />
educación básica le brinda la capacidad de valoración y juicio crítico,<br />
en coherencia con su vocación cristiana, para ser aplicada de modo<br />
habitual ante cualquier situación. A través de todas y cada una de las<br />
asignaturas del plan de estudios, el alumno consigue desarrollar en sí<br />
mismo una idea del ser humano y del mundo, coherente con una<br />
visión cristiana de la vida, en armonía con la formación doctrinal<br />
religiosa. La actitud de los docentes, la ciencia que se enseñe, los<br />
libros que se utilicen como textos, las expresiones empleadas,<br />
contribuyen a su formación integral. Sin que se le aísle del mundo y<br />
de las realidades con las que se va a encontrar, por opuestas que<br />
sean a la verdadera fe. Se trata de capacitarlo, para que enfrente<br />
todo con serena claridad y con madurez, sabiendo que detrás de cada<br />
acontecimiento, por material o insignificante que sea, puede haber un<br />
destello de luz divina o una manifestación de la voluntad de Dios.<br />
93
CAPÍTULO VIII<br />
<strong>LA</strong> EDUCACIÓN EN <strong>LA</strong> <strong>FE</strong>:<br />
UN PROYECTO<br />
INTERDISCIPLINARIO<br />
El estudio de la Religión está centrado en la formación de los<br />
alumnos, no en que estos aprendan muchas cosas. Con demasiada<br />
frecuencia ellos mismos manifiestan que no se sienten capaces de<br />
asociar las enseñanzas que reciben con las de las demás materias y,<br />
lo que es aún más llamativo, con su conducta personal y con la<br />
realidad actual y futura de su vida profesional, familiar, social e<br />
incluso religiosa, de tal modo que se pueda llamar vida cristiana.<br />
Para evitar tal deficiencia está precisamente el Proyecto de Educación<br />
en la fe. No se trata de almacenar conocimientos, sino de obtener un<br />
conjunto organizado de conceptos teóricos y prácticos, hábitos<br />
básicos, criterios objetivos y claros para enjuiciar y valorar cualquier<br />
situación. En un sistema de educación integral y personal, las<br />
enseñanzas se relacionan de tal manera que exista armonía entre<br />
ellas, que se vislumbre un conjunto orgánico en el que se relacione<br />
cada materia con las demás y de todas con la fe vivida. Al mismo<br />
tiempo deben clarificarse las repercusiones que tiene la fe en los<br />
conocimientos que aportan las demás materias.<br />
Para ello hay que integrar nociones, valores, experiencias,<br />
hechos. Se requiere un trabajo integrado de los docentes de religión<br />
con los de otras áreas en cierto temas álgidos. No se puede centrar<br />
todo en meros conocimientos –aun siendo indispensables- sino que se<br />
debe tener en cuenta la dimensión vivencial de la fe. Se trata de<br />
ayudar a los alumnos a que sepan vivir en el mundo; pero que vivan<br />
en él, según las bienaventuranzas.<br />
Juan Pablo II escribe:<br />
94<br />
No hay que oponer una catequesis que<br />
arranque de la vida a una catequesis<br />
tradicional, doctrinal y sistemática. La<br />
auténtica catequesis es siempre una<br />
iniciación ordenada y sistemática de la<br />
Revelación que Dios mismo ha hecho al<br />
hombre, en Jesucristo, revelación<br />
conservada en la memoria profunda de la<br />
Iglesia y en las Sagradas Escrituras y<br />
comunicada constantemente, mediante una<br />
`traditio' viva y activa, de generación en
95<br />
generación. Pero esta Revelación no está<br />
aislada de la vida ni yuxtapuesta<br />
artificialmente a ella. Se refiere al sentido<br />
último de la existencia y la ilumina, ya para<br />
inspirarla, ya para juzgarla, a la luz del<br />
Evangelio 192 .<br />
La misión del colegio, en éste como en otros campos de la<br />
educación, es la de completar la catequesis básica que los niños<br />
reciben en su hogar, donde se inicia la formación cristiana. Sólo<br />
cuando falte en el hogar, corresponde al colegio suplir a la familia,<br />
cuidando esta formación, desde sus bases más elementales. En<br />
cualquier caso, es tarea del profesor de religión no sólo enseñar su<br />
asignatura, sino hacerla querer, llevar a cada alumno, de manera<br />
personal, a que asuma la religión, el mensaje evangélico, la vida de<br />
Jesús, como fundamento de su vida. No la simple adhesión intelectual<br />
a unas ideas, a una ideología, a una verdad religiosa; sino el<br />
entronque personal de todo su ser con la persona de Cristo. El<br />
cristianismo no es una `ideología' en el sentido original de este<br />
término, aunque la fe cristiana comporte un sistema de pensamiento<br />
que da respuesta a los grandes interrogantes que el hombre se<br />
plantea. Es la doctrina más acabada y satisfactoria acerca del origen y<br />
valor del mundo, sobre el sentido del hombre y de la sociedad<br />
humana, y contiene la enseñanza más completa sobre Dios y las<br />
exigencias religiosas de la persona.<br />
Junto con los conocimientos religiosos, los alumnos deben estar<br />
en capacidad de cotejar estas enseñanzas con las que otras ciencias<br />
les entregan. Para ello, previamente se requiere en los profesores un<br />
intercambio de conocimientos, una puesta en común de temas o<br />
cuestiones que tienen incidencias correlativas. Tenerlos en cuenta al<br />
analizar programas y al hacer la planeación anual. Temas como la<br />
creación, el origen de la vida, la finalidad y dignidad del ser humano,<br />
el matrimonio y la familia, las ciencias sociales y la biología, la<br />
solidaridad humana, la ecología, la bioética, el estudio del genoma...,<br />
poseen elementos compartidos, que tienen que ver con el origen<br />
divino y el destino eterno de cada persona. Por poner un ejemplo, la<br />
creación se estudia en la Biblia que da criterios sobrenaturales, de<br />
carácter revelado; en otra materias se estudian asuntos relacionados,<br />
como la evolución o diversas teorías sobre el origen del mundo y del<br />
hombre. Distintos enfoques de un tema que tiene indudables<br />
elementos comunes, los cuales armonizan sin problemas aunque sean<br />
tratados desde diversos puntos de vista. Así otras cuestiones como<br />
la historia de la Iglesia, la solidaridad y la justicia, la educación de la<br />
sexualidad, el trabajo, la literatura, la doctrina moral..., se pueden<br />
tratar armónicamente en las distintas asignaturas.<br />
192 Cat. Trad. n. 22
La educación integral tiende a armonizar, a no dispersar,<br />
siempre en busca de la unidad de vida. Basta con que se pongan los<br />
medios para evitar que en el plan de estudios se formen<br />
compartimentos estancos, islotes académicos, sin relación de unas<br />
asignaturas con otras, y de todas con el sentido cristiano de la<br />
existencia. Cuando la formación logre tal integración de<br />
conocimientos, en un trabajo práctico e interdisciplinario, puede<br />
hablarse de un sistema educativo coherente. Las diversas<br />
manifestaciones de la educación están ligadas entre sí de tal manera<br />
que sería un grave error permitir que se disgreguen en una suma de<br />
actos inconexos en los que se perdería la fuerza de una educación<br />
verdaderamente humana.<br />
La verdad, punto de encuentro entre ciencia y fe<br />
El punto de encuentro de la teología con las demás ciencias es<br />
la verdad. Este es el objetivo fundamental de la educación: poner al<br />
alumno en contacto con la verdad que, lógicamente, sólo es una. La<br />
verdad de Dios es su sabiduría que rige todo el orden de la creación y<br />
del gobierno del mundo. El Creador del cielo y de la tierra, es el único<br />
que puede dar conocimiento verdadero de las cosas creadas. Él es<br />
verdadero cuando se manifiesta en la Revelación: la enseñanza que<br />
viene de Dios es doctrina de verdad. Envió su Hijo al mundo para dar<br />
testimonio de la Verdad 193 . No se puede dar la impresión de que existe<br />
una verdad de fe y otra verdad científica. No cabe separar los<br />
conocimientos de tal manera que quede la sensación de que una cosa<br />
es lo que dice la ciencia y otra - diferente o aún contradictoria - la<br />
que enseña la fe. Porque tratándose de una sola verdad, no pueden<br />
darse dos afirmaciones opuestas sin que una de las dos quede en<br />
entredicho. Es oportuno fijar claramente los límites de cada ciencia -<br />
también la teológica- sin pretender ir más allá con extrapolaciones<br />
indebidas. Con relación, por ejemplo al origen del mundo, de la vida<br />
y del hombre, hay que valorar adecuadamente y con prudencia, los<br />
contenidos de la ciencia y sus desarrollos actuales, sabiéndolos<br />
relacionar con lo que la Revelación aporta en la Sagrada Escritura. Y<br />
recordar que la Palabra de Dios no pretende dar lecciones de<br />
arqueología, biología, o historia, sino que su misión es mostrar el<br />
camino que conduce al Cielo; sin embargo, por la verdad infalible<br />
que enseña la Revelación, sí dice hasta donde puede ir la ciencia en<br />
sus conclusiones con relación al origen o al destino final del hombre.<br />
Y así, con otros temas.<br />
Por nuestra naturaleza racional, estamos obligados a buscar la<br />
verdad: la verdad sobre el hombre, sobre el mundo, sobre la Iglesia,<br />
sobre Dios. Y, una vez conocida, a abrazarla y practicarla. Este deber<br />
193 Cfr. C.E.C., nn. 216-217<br />
96
no contradice el respeto sincero hacia las diversas religiones que, con<br />
frecuencia, reflejan un destello de aquella Verdad que ilumina a todo<br />
ser humano, hombre o mujer, ni a la exigencia de la caridad que<br />
empuja a los cristianos a tratar con amor, prudencia y paciencia a<br />
quienes estén en el error o la ignorancia. Ni se opone a la delicadeza<br />
con que debemos acercarnos a la libertad de las conciencias 194 .<br />
En la búsqueda de la verdad, se destacan los elementos<br />
comunes, de acuerdo con el contenido y los objetivos de cada<br />
materia, para armonizarlos sin que se destruya o se coarte la<br />
singularidad de cada ciencia y su interior autonomía. Se tiene así un<br />
sistema de objetivos en el que se incluye tanto la especificidad de<br />
cada ciencia, manifestada en sus contenidos materiales, cuanto lo<br />
que tienen de común y, por consiguiente, su mutua interacción, como<br />
elementos de un único proceso de formación integral. No se busca,<br />
ni mucho menos, que se abandonen los objetivos propios de las<br />
diferentes materias, sus contenidos específicos, porque ello<br />
significaría correr el riesgo de sustituir las nociones claras que se<br />
sitúan en los distintos campos del saber, por unos volátiles<br />
contenidos que podrían difuminarse o desembocar en un puro<br />
formalismo.<br />
Una auténtica formación intelectual es el mejor fundamento<br />
para llegar a ser conscientes de que la fe no es algo irracional,<br />
indigno del hombre, sino un medio de ensanchar los límites de la<br />
propia perspectiva humana. El hecho de que el aprendizaje de las<br />
distintas materias, en cuanto tal, constituya una buena base para el<br />
estudio de la Religión, no debe hacer olvidar la realidad de que es<br />
muy distinta: hay diversos grados de relación entre las diversas<br />
asignaturas y la educación en la fe. La filosofía, la biología, la<br />
literatura y la historia, pueden tener una vinculación más directa y<br />
más elementos comunes, por ejemplo, que las matemáticas o la<br />
educación artística. Cuantos más campos afecte una asignatura, por<br />
estar más vinculada con el sentido de la vida y más intente ser un<br />
saber de totalidad, mayor será sin duda su relación con la enseñanza<br />
religiosa, por las mayores incidencias mutuas que se encontrarán.<br />
Quizás sea la filosofía - que estudia las causas últimas de todas las<br />
cosas - la materia que mayor implicación tiene con la educación en la<br />
fe. Por eso, conviene enseñar a filosofar – a pensar – desde muy<br />
temprano, antes de enseñar la filosofía como tal. Luego, una buena<br />
formación filosófica constituye una magnífica base para el<br />
razonamiento sobrenatural: porque enseña a pensar, a raciocinar, a<br />
comprender las cosas en su interior, a razonar lógicamente y a obrar<br />
de acuerdo con unos principios. La filosofía ordena y da profundidad<br />
y rigor al conocimiento; aporta conceptos y criterios fundamentales<br />
que pueden aplicarse a otras ciencias; da capacidad crítica, sentido<br />
194 Cf. C.E.C., n. 2104<br />
97
de la lógica, valoración adecuada de ideas, opiniones, dogmas,<br />
actitudes intelectuales y morales. Al mismo tiempo desarrolla una<br />
actitud de humildad, honestidad y prudencia fundamentadas en el<br />
conocimiento de las propias limitaciones 195 .<br />
La educación en la fe: compromiso de todos los profesores 196<br />
La formación integral tiene una influencia real, aunque no sea<br />
manifiesta, en la formación religiosa del alumno y, por consiguiente,<br />
en el aprendizaje de la religión. Cuando se enseña al estudiante a que<br />
piense antes de actuar, sea buen lector, firme en sus convicciones,<br />
maduro en sus decisiones, sin duda se están poniendo bases también<br />
a un buen aprendizaje teórico-práctico de la religión. La fe no sólo no<br />
se opone a la sabiduría, sino que la necesita como fundamento<br />
racional de todo lo verdaderamente humano, abriéndole a su vez a<br />
cada ciencia un horizonte, una finalidad que ella misma no se puede<br />
dar. Jesucristo no vino a anular o a dejar inactiva la capacidad de<br />
conocer del hombre, sino que apoyó en ella la enseñanza y el<br />
conocimiento de las realidades sobrenaturales. En los Evangelios<br />
encontramos cómo estimula a los discípulos, mediante parábolas, a<br />
descubrir la relación sobrenatural que puede hallase en cada realidad<br />
humana: faenas caseras, de campo o de mar, dan pie al Maestro para<br />
ir llevando a sus discípulos a las fronteras de lo divino. No se trata<br />
de desvincularse de la realidad diaria, sino de verla con una nueva<br />
dimensión; ni de pretender que la vida sobrenatural se sostenga por<br />
si misma, sin arraigo en la naturaleza humana, sino por el contrario,<br />
esté bien integrada en la realidad del hombre caído y redimido.<br />
Toda transmisión de conocimientos orienta al alumno hacia una<br />
postura determinada por el propio maestro. Su ejemplo de vida, sus<br />
actitudes, la forma de trabajar, los textos que emplea, las ideas que<br />
expone, inciden de una manera real en los criterios, actitudes y<br />
conducta de los alumnos, yendo de este modo su enseñanza mucho<br />
más allá de la materia cuyos conocimientos pretenden comunicar.<br />
Todo profesor, antes que transmisor de conocimientos es, consciente<br />
o inconscientemente, un testimonio. Sin salir de su misión propia<br />
de enseñar - no importa la materia a la que se dedique -, con su<br />
conducta personal y sus ideas contribuye a la formación o a la<br />
deformación humana de sus estudiantes.<br />
Aun en materias que no parezcan tener directa incidencia en la<br />
formación moral o religiosa del alumno, el enfoque que se les dé, la<br />
calidad espiritual y humana del profesor, el respeto que manifieste<br />
195 Parece muy útil, al respecto, que todos los profesores estudien la Encíclica de<br />
Juan Pablo II Fe y razón<br />
196 Cfr. Víctor García Hoz, La Educación en Monseñor Escrivá de Balaguer, p.21,<br />
Documento de trabajo, Aspaen, 2000<br />
98
hacia la verdad, hará siempre relación a la formación integral. El<br />
mundo de los valores es un componente educativo que está oculto,<br />
que subyace escondido a la espera de que profesores y alumnos le<br />
dediquen alguna atención, casi siempre promovida por situaciones<br />
generadas en la normativa de la convivencia o en el enfrentamiento<br />
diario con los acontecimientos humanos. Allí, en el terreno propio de<br />
las virtudes naturales y sobrenaturales, actúa una especie de<br />
educación invisible de la que, con frecuencia, no son conscientes ni<br />
profesores ni alumnos. Pero no por ello deja de ser más real.<br />
No basta que el profesor de religión se limite a señalar errores<br />
de las distintas disciplinas, con relación a las enseñanzas religiosas.<br />
Hay que ir al fondo del asunto, analizar cada una de las disciplinas<br />
científicas y humanísticas, con el fin de llegar al origen de las<br />
posibles divergencias o incompatibilidades. Porque lo que casi<br />
siempre se encontrará es que se ha dado una aplicación indebida de<br />
los límites de cada asignatura; o se ha extrapolado, sin razón, un<br />
punto de vista; o se he pretendido dar validez universal al método<br />
propio de una determinada ciencia; o se han aceptado como axiomas<br />
principios metodológicos incorrectos; o se está recurriendo a<br />
prejuicios y aprioris gratuitos, que distorsionan la interpretación de<br />
determinados hechos; o se está empleando una metodología no<br />
adecuada a la materia de que se trate. La cuestión de Galileo, es un<br />
buen ejemplo de qué lejos puede llegar la interpretación de un tema<br />
difícil, con criterios insuficientes de análisis. Y asimismo puede<br />
suceder con hechos históricos, antropológicos, sociales, biológicos, de<br />
tiempos pasados o de hoy.<br />
Un método práctico para resolver las posibles dificultades<br />
podría ser el que se tengan clases o talleres dirigidos conjuntamente<br />
por los profesores implicados, después de que entre ellos mismos se<br />
haya llegado a una clara concepción del tema y de sus implicaciones<br />
doctrinales. Puede ser oportuno también, buscar profesores<br />
externos, de alta cualificación profesional y doctrinal, que expongan<br />
con altura estos temas y respondan las cuestiones que planteen los<br />
alumnos. Naturalmente esto exige una exquisita selección de los<br />
conferenciantes, como es apenas obvio 197 . Se debe dar también<br />
oportunidad a los alumnos para que ejerciten su capacidad crítica<br />
basada en fundamentos correctamente apoyados en la metodología<br />
propia de cada disciplina, de sus límites y campos de validez<br />
197 Por ejemplo, si se tiene bien determinado, por medio de la genética, que la<br />
individuación de una persona se produce en el momento de la unión de las dos células<br />
sexuales, será fácil que comprenda el efecto abortivo de ciertos anticonceptivos. Lo que<br />
sigue será enfrentarlo al problema moral de la licitud o no de eliminar un ser humano,<br />
tanto si está en su desarrollo embriológico, su infancia, madurez o senilidad. Así,<br />
mediante el estudio riguroso de cada materia, se van deduciendo consecuencias que<br />
no sólo no contradicen la Verdad revelada, sino que apoyan los datos que obtenemos<br />
por un conocimiento que nos ha sido dado<br />
99
100<br />
universal o parcial. Puede hacerse a través de talleres o de trabajos<br />
en grupo y de investigación personal, bien orientados y respaldados<br />
en una bibliografía sencilla y clara. Así se harán capaces, ante<br />
cualquier situación futura, de analizar los datos y afirmaciones que<br />
encuentren en textos, conversaciones, clases universitarias, a la luz<br />
de unos principios claros, detectando los falsos argumentos, los<br />
sofismas, las hipótesis que se quieren convertir inadecuadamente en<br />
leyes científicas. Y puedan llegar a conclusiones correctas, y a<br />
analizar el por qué de las que no son válidas para un cristiano. Para<br />
todo esto es necesario dedicar tiempo, con generosidad: se trata de<br />
algo fundamental para la vida del alumno.<br />
Este es un modo legítimo de enfocar la incidencia de unas<br />
asignaturas en otras, haciendo que se penetre en cada materia con<br />
seriedad científica, y se evite un trato epidérmico, superficial, de muy<br />
escasos resultados. Así se forma la capacidad crítica en el alumno,<br />
que se convertirá en un hábito intelectual muy deseable, para que<br />
sea capaz de pensar por sí mismo, sin ser influenciado fácilmente por<br />
cualquier idea atractiva que se encuentre en el camino.<br />
Para lograr un trabajo práctico en estas cuestiones, puede ser<br />
oportuno:<br />
* Formular con claridad los objetivos del plan de orientación y<br />
formación, distinguiendo los que corresponden a conocimientos,<br />
actitudes y valores.<br />
* Fijar bien los objetivos de cada materia, señalando los límites<br />
que pueda presentar especialmente en las materias comunes.<br />
* Identificar los objetivos propios de cada asignatura y destacar<br />
aquellos que sólo pueden conseguirse cabalmente con la<br />
integración de varias asignaturas.<br />
* Fijar con criterios seguros la validez del enfoque que se va a<br />
dar a cada tema en la asignatura, confrontándolo con otros<br />
profesores.<br />
* Identificar y describir las actividades que han de realizarse<br />
para conseguir los objetivos señalados en cada asignatura por<br />
aparte y en aquellas que integran el elenco de las cuestiones<br />
comunes.<br />
* Incluir, juntamente con los temas, los procesos de<br />
pensamiento, los hábitos intelectuales y morales que, debiendo<br />
ser desarrollados en el ámbito propio de la materia, sirven<br />
particularmente para la formación y orientación de los alumnos.<br />
* Las enseñanzas que se contienen en el plan de estudios han<br />
de estar integradas con las actividades orientadoras y<br />
formativas, que cubren el marco de las decisiones, las<br />
actitudes, los hábitos: en definitiva, la vida entera.
101<br />
* Identificar y describir las actividades propias del plan de<br />
formación y orientación, que desbordan las posibilidades de los<br />
respectivos profesores y de las diversas asignaturas.<br />
* Aparte de la vinculación de personalidades que puedan dar<br />
claridad con altura a los diversas temas comunes, es oportuno<br />
preparar o conseguir Notas Técnicas, Conferencias, Textos, que<br />
permitan enfrentarlos desde todos los aspectos de incidencia en<br />
cada materia.<br />
* Elaborar un plan sistemático de orientación bibliográfica:<br />
textos y lecturas complementarias y con claro criterio científico,<br />
pedagógico y formativo, especialmente aquellos que vayan<br />
dirigidos a orientar a los profesores que imparten materias<br />
iguales o paralelas.<br />
Enseñanza de la Religión e integración interdisciplinaria 198<br />
La interrelación que existe entre la Religión y las otras<br />
asignaturas facilita la unión entre fe y ciencia; fe y cultura. Es en la<br />
Religión donde convergen las grandes realidades de la Historia, de las<br />
ciencias naturales, la filosofía, la literatura y artes. Ese encuentro<br />
entre la cultura y la ciencia con la Religión puede resumirse así:<br />
La historia: El Cristianismo es una religión histórica que<br />
acontece en el tiempo; los principales acontecimientos<br />
que se suceden a lo largo de la historia de la salvación,<br />
van muy unidos a la historia de las grandes culturas de<br />
Babilonia, Persia, Siria, Egipto, Grecia etc. El Nuevo<br />
Testamento se desenvuelve en el ámbito del Imperio<br />
Greco-Romano. De Jesús se tienen datos espaciotemporales<br />
de su nacimiento, vida y muerte. El estudio<br />
de la Religión ayuda a descubrir el sentido de la historia<br />
como creación de la libertad humana.<br />
Las ciencias naturales: El hombre actual cuestiona a la<br />
teología temas como el origen de la vida, el<br />
evolucionismo, la población en el mundo, la bioética, la<br />
paz y la justicia. La enseñanza de la Religión da a conocer<br />
las enseñanzas del Magisterio de la Iglesia en las que se<br />
ve claramente que no existe ningún conflicto entre la<br />
ciencia y la fe 199 , pues en la búsqueda de la verdad no<br />
198 Cfr. Luz Elena Betancur, Gimnasio Los Pinares, anotaciones personales<br />
199 “Con periódica monotonía, algunos tratan de resucitar una supuesta<br />
incompatibilidad entre la fe y la ciencia, entre la inteligencia humana y la Revelación<br />
divina. Esa incompatibilidad sólo puede aparecer, y aparentemente, cuando no se<br />
entienden los términos reales del problema. Si el mundo ha salido de las manos de<br />
Dios, si El ha creado al hombre a su imagen y semejanza 199 y le ha dado una chispa<br />
de su luz, el trabajo de la inteligencia debe -aunque sea con un duro trabajo-<br />
desentrañar el sentido divino que ya naturalmente tienen todas las cosas; y con la luz
102<br />
puede haber contradicción en lo que Dios ha realizado<br />
mediante la creación y lo que nos ha comunicado en la<br />
Revelación: Dios no puede contradecirse. Como escribió<br />
Galileo: “La Escritura Santa y la naturaleza proceden,<br />
una y otra del Verbo Divino: una en cuanto dictada por el<br />
Espíritu Santo y la otra como ejecutora fidelísima de las<br />
órdenes de Dios” 200 .<br />
El conocimiento, la verdad, las pruebas empíricas, no se<br />
reducen a la experiencia, ya que sería empobrecer<br />
notablemente el conocimiento humano. El Concilio<br />
Vaticano II anhela que la humanidad “se eleve a los<br />
conceptos más altos de la verdad, el bien y la belleza y al<br />
juicio del valor universal, y así sea, iluminada mejor por la<br />
maravillosa sabiduría” 201 .<br />
Artes y español : La producción literaria y especialmente<br />
las obras de arte son creaciones de la inteligencia y del<br />
querer del hombre. La Religión, convertida en vida,<br />
cuando es auténtica supone siempre un cultivo cualificado<br />
del espíritu humano. El criterio de discernimiento sobre el<br />
valor de la creación artística o literaria es si cultiva al<br />
hombre o lo deshumaniza. La cultura es verdaderamente<br />
humana en la medida en que desarrolla lo más noble del<br />
hombre que es el espíritu.<br />
La filosofía: Según la filosofía clásica, las ciencias se<br />
especifican por su objeto formal, es decir por el modo<br />
concreto con que se afronta el estudio de lo que<br />
constituye la materia propia de cada una. La Religión es<br />
el estudio del misterio de Dios Uno y Trino, a partir de la<br />
Persona de Jesús y de su doctrina salvadora. La Religión<br />
da la explicación última del sentido de la existencia y<br />
expone los principios que regulan el comportamiento<br />
moral. En consecuencia, la Religión no se puede sustituir<br />
por otra ciencia, como la sociología, la antropología, la<br />
política, etc.<br />
de la fe, percibimos también su sentido sobrenatural, el que resulta de nuestra<br />
elevación al orden de la gracia. No podemos admitir el miedo a la ciencia, porque<br />
cualquier labor, si es verdaderamente científica, tiende a la verdad. Y Cristo dijo: Ego<br />
sum veritas 199 . Yo soy la verdad. El cristiano ha de tener hambre de saber. Desde el<br />
cultivo de los saberes más abstractos hasta las habilidades artesanas, todo puede y<br />
debe conducir a Dios. Porque no hay tarea humana que no sea santificable, motivo<br />
para la propia santificación y ocasión para colaborar con Dios en la santificación de<br />
los que nos rodean. La luz de los seguidores de Jesucristo no ha de estar en el fondo<br />
del valle, sino en la cumbre de la montaña, para que vean vuestras buenas obras y<br />
glorifiquen a vuestro Padre que está en el cielo 199” Es Cristo que pasa, n.10.<br />
200 Galileo. Carta a B. Castelli, 1613 Obras. Vol V. Pág 282.<br />
201 Gaudiun et Spes. 57.
Centralidad de la Religión<br />
103<br />
El fin de la educación es capacitar para que cada alumno pueda<br />
realizar su Proyecto Personal y alcanzar la madurez en todas las<br />
dimensiones de su personalidad. Esto se logra cuando se consigue la<br />
unidad de vida, plenitud de la existencia humana. El fin de la<br />
Formación religiosa es precisamente éste: capacitar a los<br />
alumnos - comenzando por padres de familia y por los profesores -<br />
para que logren esta unidad de vida, de tal manera que sus actos<br />
esté inspirados por la fe, orientados por la doctrina cristiana,<br />
centrados en el amor a Dios y a sus semejantes. La Religión no sólo<br />
une con Dios-Creador, sino que ofrece el esquema básico de las<br />
virtudes que son necesarias para vivir bien: es decir, de tal manera<br />
que a través de los cauces que muestra la Revelación se pueda<br />
recorrer el camino de la vida con la certidumbre de alcanzar la vida<br />
eterna. Lo expresa bien el poeta: ¡Que al final de la jornada, aquel<br />
que se salva sabe, y el que no, no sabe nada!<br />
Dice el formador de profesores Germán Vásquez O.:<br />
La Religión da sentido a todos y cada uno de<br />
nuestros actos. Nos marca el camino de la<br />
perfección de la naturaleza y, lo que es más<br />
importante todavía, es la única que nos<br />
permite y da los medios para alcanzar el fin<br />
sobrenatural de nuestra existencia, para<br />
pasar por ella preparándonos para lograr un<br />
día la gloria celestial, la dicha eterna. La<br />
Religión está en el centro de la vida, en el<br />
centro del alma, en el centro del ser<br />
humano. Por esto, la educación religiosa, la<br />
formación religiosa, debe estar en el centro<br />
de la educación. Si no es así, al resto de la<br />
educación le falta el alma, le falta la luz. La<br />
Religión enseña a ser, a vivir y a<br />
comportarse con un sentido superior, más<br />
elevado, más profundo, verdadero,<br />
trascendente: eleva todos los actos del<br />
hombre, empezando por sus pensamientos,<br />
a relacionarlos con Dios. Ennoblece y<br />
dignifica toda la vida, todo el quehacer. Por<br />
esto, ella debe estar en el centro, debe ser<br />
el centro de toda verdadera educación.<br />
Y debe tener su puesto en el currículo, en el<br />
plan de estudios. Las otras materias vienen<br />
después de ella en trascendencia, en valor.<br />
Darle más importancia a los idiomas, a las<br />
matemáticas, al deporte, o a cualquier otra
104<br />
disciplina, es una grave deformación, un<br />
error, un desorden.
CAPÍTULO IX<br />
<strong>LA</strong> ASIGNATURA <strong>DE</strong> <strong>LA</strong> R<strong>EL</strong>IGIÓN<br />
EN <strong>EL</strong> P<strong>LA</strong>N <strong>DE</strong> ESTUDIOS<br />
Fundamentos de la formación religiosa<br />
105<br />
La enseñanza de la Religión puede fundamentarse en tres<br />
dimensiones principales: una de carácter antropológico, que se<br />
expresa en la dignidad y en la unidad de la persona; otra<br />
trascendente, que hunde sus raíces en el destino eterno de todo ser<br />
humano; y una tercera, de carácter académico.<br />
Dimensión antropológica<br />
Especial atención merece el que llamamos fundamento<br />
antropológico de la enseñanza de la Religión en nuestro tiempo.<br />
Llegar a lo divino, a lo espiritual, no sólo por medio de la Revelación,<br />
sino también a través de una valoración de lo humano, del significado<br />
trascendental de ser humano. Se hace necesario penetrar bien en lo<br />
que caracteriza a la naturaleza humana, a su dignidad y<br />
trascendencia sobre los demás seres de la creación, a su carácter de<br />
ser único, irrepetible, inalienable: el único ser que Dios ha creado en<br />
razón de sí mismo. Así lo hace continuamente el Santo Padre Juan<br />
Pablo II en muchas de sus enseñanzas. También se encuentran<br />
muchos elementos antropológicos en el Catecismo de la Iglesia<br />
Católica 202 . Veamos algunos ejemplos:<br />
“Dios, en todo tiempo y en todo lugar, está cerca del hombre.<br />
Le llama y le ayuda a buscarlo, a conocerle y a amarle con todas sus<br />
fuerzas (n. 1). El deseo de Dios está inscrito en el corazón del<br />
hombre, porque el hombre ha sido creado por Dios y para Dios; y<br />
Dios no cesa de atraer al hombre hacia sí, y sólo en Dios encontrará<br />
el hombre la verdad y la dicha que no cesa de buscar; La razón más<br />
alta de la dignidad humana consiste en la vocación del hombre a la<br />
comunión con Dios. El hombre es invitado al diálogo con Dios desde<br />
su nacimiento; pues no existe sino porque, creado por Dios por amor,<br />
es conservado siempre por amor; y no vive plenamente según la<br />
verdad si no reconoce libremente aquel amor y se entrega a su<br />
Creador (GS 19,1)(n. 27); De múltiples maneras, en su historia, y<br />
202 Véanse, por ejemplo, los nn. 1, 27ss., 50ss., 101, 109, 282ss., 355ss., 369, 1604,<br />
1691, 1700ss., 1929, 2331.
106<br />
hasta el día de hoy, los hombres han expresado a su búsqueda de<br />
Dios por medio de sus creencias y sus comportamientos religiosos<br />
(oraciones, sacrificios, cultos, meditaciones, etc.). A pesar de las<br />
ambigüedades que pueden entrañar, estas formas de expresión son<br />
tan universales que se puede llamar al hombre un ser religioso: Él<br />
creó, de un solo principio, todo el linaje humano, para que habitase<br />
sobre toda la faz de la tierra y determinó con exactitud el tiempo y<br />
los límites del lugar donde habían de habitar, con el fin de que<br />
buscasen a Dios, para ver si a tientas le buscaban y le hallaban; por<br />
más que no se encuentra lejos de cada uno de nosotros; pues en él<br />
vivimos, nos movemos y existimos (Hch 17,26-28).(n. 28); Dios, que<br />
"habita una luz inaccesible" (1 Tm 6,16) quiere comunicar su propia<br />
vida divina a los hombres libremente creados por él, para hacer de<br />
ellos, en su Hijo único, hijos adoptivos (Cf. Ef 1,4-5). Al revelarse a sí<br />
mismo, Dios quiere hacer a los hombres capaces de responderle, de<br />
conocerle y de amarle más allá de lo que ellos serían capaces por sus<br />
propias fuerzas.(n. 52); El designio divino de la revelación se realiza<br />
a la vez "mediante acciones y palabras", íntimamente ligadas entre sí<br />
y que se esclarecen mutuamente (DV 2). Este designio comporta una<br />
"pedagogía divina" particular: Dios se comunica gradualmente al<br />
hombre, lo prepara por etapas para acoger la Revelación sobrenatural<br />
que hace de sí mismo y que culminará en la Persona y la misión del<br />
Verbo encarnado, Jesucristo. S. Ireneo de Lyón habla en varias<br />
ocasiones de esta pedagogía divina bajo la imagen de un mutuo<br />
acostumbrarse entre Dios y el hombre: "El Verbo de Dios ha habitado<br />
en el hombre y se ha hecho Hijo del hombre para acostumbrar al<br />
hombre a comprender a Dios y para acostumbrar a Dios a habitar en<br />
el hombre, según la voluntad del Padre" (haer. 3,20,2; Cf. por<br />
ejemplo 17,1; 4,12,4; 21,3).(n. 53); En la condescendencia de su<br />
bondad, Dios, para revelarse a los hombres, les habla en palabras<br />
humanas (n. 101); Dios habla al hombre a la manera de los<br />
hombres” (n. 109); La catequesis sobre la Creación reviste una<br />
importancia capital. Se refiere a los fundamentos mismos de la vida<br />
humana y cristiana: explicita la respuesta de la fe cristiana a la<br />
pregunta básica que los hombres de todos los tiempos se han<br />
formulado: "¿De dónde venimos?" "¿A dónde vamos?" "¿Cuál es<br />
nuestro origen?" "¿Cuál es nuestro fin?" "¿De dónde viene y a dónde<br />
va todo lo que existe?" Las dos cuestiones, la del origen y la del fin,<br />
son inseparables. Son decisivas para el sentido y la orientación de<br />
nuestra vida y nuestro obrar. (n. 282). "Cristiano, reconoce tu<br />
dignidad. Puesto que ahora participas de la naturaleza divina, no<br />
degeneres volviendo a la bajeza de tu vida pasada. Recuerda a qué<br />
Cabeza perteneces y de qué Cuerpo eres miembro. Acuérdate de que<br />
has sido arrancado del poder de las tinieblas para ser trasladado a la<br />
luz del Reino de Dios" (S. León Magno, serm. 21, 2-3).(n. 1691);<br />
Dotada de un alma "espiritual e inmortal" (GS 14), la persona<br />
humana es la "única criatura en la tierra a la que Dios ha amado por<br />
sí misma" (GS 24,3). Desde su concepción está destinada a la<br />
bienaventuranza eterna.(n. 1703); La persona humana participa de<br />
la luz y la fuerza del Espíritu divino. Por la razón es capaz de<br />
comprender el orden de las cosas establecido por el Creador. Por su<br />
voluntad es capaz de dirigirse por sí misma a su bien verdadero.<br />
Encuentra su perfección en la búsqueda y el amor de la verdad y del<br />
bien (Cf. GS 15,2).(n. 1704); En virtud de su alma y de sus potencias<br />
espirituales de entendimiento y de voluntad, el hombre está dotado<br />
de libertad, "signo eminente de la imagen divina" (GS 17).(n. 1705);<br />
Mediante su razón, el hombre conoce la voz de Dios que le impulsa "a
107<br />
hacer el bien y a evitar el mal" (GS 16). Todo hombre debe seguir<br />
esta ley que resuena en la conciencia y que se realiza en el amor de<br />
Dios y del prójimo. El ejercicio de la vida moral proclama la dignidad<br />
de la persona humana”(n. 1706).<br />
Elementos de este fundamento antropológico son: la dignidad<br />
personal, la unidad de la personas, la igualdad radical del hombre y la<br />
mujer.<br />
La dignidad de la persona hunde sus raíces en la creación del<br />
hombre a imagen y semejanza de Dios y en su llamado a la<br />
trascendencia, por encima de todas las demás criaturas. De ahí su<br />
dignidad eminente sobre los demás seres de la creación. De allí se<br />
deriva su libertad, por la que debe ser conducido sin coacciones de<br />
ninguna clase al cumplimiento de su propio fin natural y sobrenatural.<br />
El ser humano se edifica a sí mismo y crece desde el interior: por lo<br />
que la educación en la fe ayuda a que la persona desarrolle de la<br />
mejor manera posible todas sus virtualidades, para llegar a la<br />
madurez humana y sobrenatural: la vida humana tiene, además una<br />
dimensión que lo trasciende, lo eleva hacia lo sobrenatural. Madurez<br />
que sólo se alcanza mediante el trabajo y el desarrollo de las virtudes<br />
humanas.<br />
La unidad personal es un principio básico de antropología, por<br />
el que se considera a la persona como un ser esencialmente uno y<br />
único, irrepetible, irremplazable en sí mismo y en su misión.<br />
Todas las manifestaciones humanas - vegetativas, sensitivas,<br />
racionales y trascendentes- tienen un mismo origen y un mismo fin:<br />
el de la persona en la que se sustentan. No se puede considerar al<br />
hombre como un agregado de partes independientes, sino como una<br />
sola realidad sustancial, en la que todos sus órganos sirven al único<br />
fin personal. De ahí deriva lo que se ha llamado acertadamente la<br />
educación integral, que implica una visión total de la persona y<br />
conjunta armónicamente las cuatro dimensiones de la personalidad:<br />
física, socio-afectiva, racional y trascendente.<br />
La igualdad radical del hombre y la mujer es otro presupuesto<br />
indispensable, puesto que creados simultáneamente él y ella, brotan<br />
a la vida con una misión que termina en el otro, cada uno como un<br />
don de carácter esponsalicio. Destinados al amor, no pueden realizar<br />
su propia vocación si no encuentran el amor, en sus cuatro<br />
dimensiones: física, afectiva, espiritual y sobrenatural. De ahí el<br />
aprecio por el valor y la dignidad del matrimonio.<br />
El educando necesita respuestas, luces; las requiere para su<br />
existencia. No deben ser algo secundario. Sobre una clara concepción<br />
del hombre, de la vida, del mundo, de Dios, se edifica una educación<br />
digna del ser humano, que no es sólo materia, ni vacío, ni caos, sino
108<br />
alguien maravilloso, hecho a imagen y semejanza de Dios y con un<br />
destino eterno. De otra manera, la educación enseñará historia,<br />
matemáticas, idiomas, educación física, pero no dirá qué es el<br />
hombre, ni su grandeza, ni su misión. Se queda en la corteza, en la<br />
superficie, o sólo contesta con vaguedades a los temas sustanciales<br />
del ser humano 203 .<br />
Actitudes que deseamos fomentar<br />
* Visión integral de la persona humana.<br />
* Siembra permanente de amor, paz y alegría.<br />
* Decir siempre la verdad con caridad: erradicar el fanatismo.<br />
* Vincular la afectividad a las potencias superiores: inteligencia,<br />
voluntad, corazón.<br />
* Aprecio por el valor y la dignidad del matrimonio y la familia<br />
* Urbanidad de la piedad.<br />
* Amor y obediencia al Santo Padre y al Magisterio de la Iglesia.<br />
* Ilusión por vivir en gracia de Dios.<br />
* Sinceridad y lealtad.<br />
* Saber rectificar cuando nos hemos equivocado.<br />
Dimensión trascendente<br />
La religión constituye una de las más profundas dimensiones<br />
de la persona: su dimensión trascendente, su valor de eternidad. Es<br />
la única que puede dar sentido a la vida y responder a los<br />
interrogantes más hondos de todo ser humano: ¿quién soy?, ¿de<br />
donde vengo?, ¿qué fin me espera?, ¿cuál es el sentido del trabajo,<br />
del dolor, del sufrimiento?, ¿cuál debe ser la norma reguladora de mis<br />
actos? Si se carece de religión, se marcha a ciegas por la existencia,<br />
la vida cae en el vacío; una educación sin Dios, sin fe, no responde a<br />
las necesidades más acuciantes de la persona. En la educación<br />
integral no puede faltar la formación religiosa, puesto que en toda<br />
educación es esencial el proyecto personal de cada uno. Y este<br />
proyecto, si está bien elaborado, debe terminar en el Cielo.<br />
Un excelente educador contemporáneo Josemaría Escrivá<br />
afirma, al respecto:<br />
La religión es la mayor rebelión del hombre<br />
que no quiere vivir como una bestia, que no<br />
se conforma - que no se aquieta - si no<br />
trata y conoce al Creador: el estudio de la<br />
religión es una necesidad fundamental. Un<br />
hombre que carezca de formación religiosa<br />
203 Cf. Germán Vásquez O., Pedagogía religiosa (texto en preparación), Universidad<br />
de la Sabana, Facultad de Educación, Licenciatura en educación religiosa y moral,<br />
1996, pp.8-9
109<br />
no está completamente formado (...) De<br />
otra parte, nadie puede violar la libertad de<br />
las conciencias; la enseñanza de la religión<br />
ha de ser libre, aunque un cristiano sabe<br />
que, si quiere ser coherente con su fe, tiene<br />
la obligación grave de formarse bien en ese<br />
terreno, que ha de poseer - por tanto - una<br />
cultura religiosa: doctrina, para poder vivir<br />
de ella y para poder ser testimonio de Cristo<br />
con el ejemplo y con la palabra 204 .<br />
En las verdades de la Religión, los alumnos encuentran<br />
respuesta a los últimos porqué de su vida. La Religión, además,<br />
recoge, encauza los imperativos de su conciencia, ese sagrario donde<br />
la persona se pone en contacto sólo con Dios y que constituye el<br />
lugar más profundo de su ser humano.<br />
Actitudes que queremos destacar<br />
* Encontrar en Jesús el Amigo y el Hermano entrañable.<br />
* Vivir como hijo de Dios<br />
* Hacer de la Santa Misa el centro y la raíz de la vida<br />
espiritual.<br />
* Aprender a hacer oración como "un hablar a solas con quien<br />
sabemos nos ama" (Santa Teresa de<br />
Jesús).<br />
* Conocer el Evangelio como Palabra de Dios: carta personal<br />
que Dios dirige a cada uno de nosotros, que se<br />
debe leer, meditar y procurar que se refleje en la<br />
conducta.<br />
* Tratar, querer e imitar a la Santísima Virgen, como madre y<br />
maestra.<br />
* Vivir felices para hacer felices a los demás.<br />
* Alcanzar la unidad de vida<br />
* Entender el trabajo como medio de santificación personal<br />
* Comprender la radicalidad del bautismo, como llamada a la<br />
santidad<br />
* Captar la dimensión social de la vocación cristiana, el afán<br />
de justicia y la solidaridad<br />
Dimensión académica<br />
La Teología, como ciencia, fundamenta la enseñanza de la<br />
Religión, y le da carácter científico.<br />
• Amplía los conocimientos culturales<br />
• Desarrolla la madurez de juicio, pues facilita la aplicación a la vida<br />
concreta de los demás conocimientos adquiridos.<br />
204 Conversaciones, p. 112
110<br />
• Contribuye al ejercicio responsable de la propia libertad,<br />
orientando la vida por el camino de los principios éticos.<br />
• Favorece, de un modo eficaz, el equilibrio psíquico de la persona:<br />
sitúa la vida afectiva bajo la protección de principios<br />
trascendentes.<br />
• Da un motivo más para compartir con los demás las exigencias de<br />
la vida social.<br />
• Presta a los estudiantes una verdadera cobertura intelectual que,<br />
al tiempo que fundamenta otros valores, les orienta a su última<br />
significación: el cultivo de la dignidad de la persona humana como<br />
criatura e hijo de Dios, y el respeto a los demás como hermano.<br />
En cuanto asignatura del PEI, la enseñanza de la religión posee<br />
el rigor intelectual, propio de cualquier disciplina académica,<br />
mediante la presentación íntegra de la fe, y la exposición<br />
sistemática, estructurada sobre cuatro pilares: la fe, la conducta, el<br />
culto y la oración; y maneja una metodología científica propia - en un<br />
marco bíblico - que ilumina las condiciones sociales. La misión del<br />
centro educativo no es comunicar una simple instrucción en los<br />
diversos saberes, sino proporcionar una verdadera educación, que<br />
responda a las distintas dimensiones del ser humano, de modo que<br />
contribuya a la formación integral de los alumnos. Aparte de lo<br />
estrictamente académico, lo que podemos concebir como la<br />
educación de la inteligencia y la madurez de juicio, la formación<br />
humana supone además: formación de la libertad y de la voluntad<br />
responsable, educación para el amor, madurez armónica de la vida<br />
afectivo-sentimental, educación para la convivencia. Todo ello<br />
complementado, o, mejor, perfeccionado por la enseñanza de la<br />
religión, ya que ésta influye de modo decisivo en la formación integral<br />
de la persona. Es una ciencia que compromete la vida entera.<br />
No sirve una <strong>info</strong>rmación cultural que no tenga en cuenta las<br />
circunstancias históricas en que ha surgido. La Religión es parte<br />
esencial de nuestra identidad colombiana y la historia de nuestra<br />
cultura se ha desarrollado en un medio inspirado en los valores del<br />
cristianismo. Ni la historia social y política de nuestra Patria, ni la de<br />
la literatura o del arte, ni la concepción filosófica tienen una<br />
explicación acabada si no se tienen en cuenta sus raíces evangélicas.<br />
Es parte esencial de nuestra identidad. Otra razón valiosa para dar<br />
importancia a la educación en la fe, es que los padres de familia que<br />
escogen para sus hijas o sus hijos una educación de inspiración<br />
cristiana-católica, saben y quieren que se les brinde una formación<br />
integral que necesariamente incluye la respuesta a los anhelos más<br />
íntimos de la persona en su relación con Dios. Al elegir el centro<br />
docente optan, en uso de su libertad, por la formación religiosa y<br />
moral. “Corresponde a los padres el derecho de determinar la forma<br />
de educación religiosa que se ha de dar a sus hijos según sus propias
111<br />
convicciones” 205 . Y en la Constitución Colombiana se garantiza la<br />
libertad de cultos: “Toda persona tiene derecho a profesar<br />
libremente su religión y a difundirla en forma individual o<br />
colectiva” 206 .<br />
Algunas consecuencias prácticas<br />
Si se quieren hacer las cosas con sentido común y con sentido<br />
sobrenatural, y respetando nuestra identidad, un buen colegio dará a<br />
la enseñanza de la religión un lugar importante, semejante a la<br />
trascendencia que se da, por ejemplo, a la segunda lengua, o al<br />
empleo de los computadores. Se buscan los mejores profesores, el<br />
mejor tiempo, las mejores horas, con dedicación e intensidad<br />
suficientes; y se ponen los medios para que esta enseñanza sea<br />
agradable y eficiente, con el fin de que se constituya en el faro de luz<br />
que le corresponde ser.<br />
Son errores graves en este aspecto:<br />
* profesores improvisados, carentes de mística y de<br />
formación;<br />
* poca intensidad horaria;<br />
* preferir sobre ella a otras disciplinas, concediéndole una<br />
importancia secundaria<br />
* asignarle las horas difíciles, cuando ya los alumnos están<br />
cansados<br />
* cederlas para otras actividades<br />
* emplear su tiempo para otros fines<br />
* dedicarlo a temas superficiales o baladíes.<br />
* carecer de rigor científico<br />
Un verdadero maestro, un verdadero<br />
educador, sabe lo que es la religión, el<br />
puesto que le corresponde; la cuida, la ama,<br />
la defiende, la hace respetar. Un centro<br />
docente con principios, con hondura<br />
humana y con autenticidad cristiana, la<br />
tiene como la perla de la educación. No<br />
se detiene ante las dificultades, le da toda la<br />
trascendencia, cumpliendo así su deber más<br />
sagrado con los alumnos y con las familias<br />
que le han confiado sus hijos para algo tan<br />
grande como formar, educar hijos de<br />
Dios 207 ".<br />
205 Concilio Vaticano II, Decl. Dignitatis Humanae, n. 5.<br />
206 Nueva Constitución Política de Colombia, n. 19 Editora Lesi. Santafé de Bogotá.<br />
207 Germán Vásquez Ochoa, o.c. pp. 21-22
112
El hilo conductor<br />
CAPÍTULO X<br />
<strong>EL</strong> USO <strong>DE</strong> <strong>LA</strong> BIBLIA<br />
113<br />
El hilo conductor en la enseñanza de la religión lo lleva siempre<br />
la Palabra de Dios, la Sagrada Escritura, con especial atención en el<br />
Evangelio que debe ser la trama sobre la que se estructure todo el<br />
programa y libro de lectura habitual de alumnos y profesores hasta<br />
llegar a conocerlo en su totalidad. Empleado de la misma manera y en<br />
el mismo sentido como fue escrito. La clase de religión significa la<br />
iniciación y continuación del conocimiento y la práctica de las verdades<br />
de fe y su prolongación en la conducta conforme a estas verdades. De<br />
forma análoga a lo que dice san Lucas: Me ha parecido también a mí,<br />
después de haberme <strong>info</strong>rmado con exactitud de todo desde los comienzos,<br />
escribírtelo de forma ordenada, distinguido Teófilo, para que conozcas la<br />
indudable certeza de las enseñanzas que has recibido 208 . Se trata de una<br />
enseñanza básica y elemental de las verdades de la fe y de los<br />
principios de la conducta cristiana, dada a quienes desean vivirlas<br />
personalmente, para lo cual “se hace imprescindible profundizar<br />
incansablemente en la Palabra de Dios, viviéndola y transmitiéndola a<br />
los demás con fidelidad, es decir, teniendo muy en cuenta la unidad de<br />
toda la Escritura y la analogía de la fe (Dei Verbum, n. 12)" 209 .<br />
Los hechos que aparecen en la Sagrada Escritura deben ser<br />
considerados y examinados atentamente, contemplados, para<br />
descubrir en ellos el significado que pueden tener en la economía de<br />
la salvación, aplicada a cada persona y su situación vital. El acontecer<br />
diario debe encontrar explicación y respuesta, en las palabras del<br />
Evangelio. En uno y otro sentido, resultará muy eficaz también la<br />
referencia frecuente a la vida de los santos, con una mirada particular<br />
a aquellos que puedan estar en consonancia con el tiempo presente y<br />
con la vida cotidiana que llevan los alumnos. Experiencia humana,<br />
Palabra de Dios y expresiones concretas de fe, son elementos que se<br />
integran y armonizan perfectamente en una clase de religión que se<br />
prepara bien y se lleva con altura. La doctrina y la vida, se<br />
entrecruzan con natural sobrenaturalidad en la enseñanza de la<br />
religión. La experiencia humana, se convierte en experiencia cristiana<br />
en virtud de la Palabra de Dios. Por eso es tan importante - hay que<br />
208 Luc 1, 3-4<br />
209 Juan Pablo II, Conferencia General del Episcopado Latinoamericano, Santo<br />
Domingo, República Dominicana, octubre de 1992
114<br />
repetirlo una vez más - enseñar a leer la Escritura, según se ha leído<br />
y se lee en la Iglesia: es decir, con gran fidelidad al Magisterio y a la<br />
Tradición.<br />
En la Carta Apostólica Tertio Millennio Adveniente, para la<br />
preparación del Jubileo del año 2.000, el Romano Pontífice expresa:<br />
Para conocer la verdadera identidad de<br />
Cristo, es necesario que los cristianos<br />
vuelvan con renovado interés a la Sagrada<br />
Escritura, en la liturgia, tan llena del<br />
lenguaje de Dios o en la lectura espiritual<br />
(...). En el texto revelado es el mismo<br />
Padre celestial que sale a nuestro encuentro<br />
amorosamente y se entretiene con nosotros<br />
manifestándonos la naturaleza del Hijo<br />
unigénito y su proyecto de salvación para la<br />
humanidad 210 .<br />
Los hechos que aparecen en la Sagrada Escritura deben ser<br />
considerados y examinados atentamente para descubrir en ellos el<br />
significado que puedan tener en la economía de la salvación, aplicada<br />
a cada persona. Al mismo tiempo, el acontecer diario debe encontrar<br />
explicación y respuesta, en las palabras del Evangelio. Lo explica el<br />
experto educador, P. Germán Vásquez O.:<br />
Los alumnos deben aprender poco a poco a<br />
leer la Biblia, a meditarla, a sacar múltiples<br />
enseñanzas para su vida. Y así no sólo<br />
adquirirán una gran cultura o formación<br />
cristiana, sino que la palabra divina los<br />
inflamará en el amor de Dios y de su Ley,<br />
tal como dice el Señor: Mis palabras son<br />
espíritu y vida (Juan, 6, 63). De este modo<br />
se irán familiarizando con la Escritura, irán<br />
cogiendo gusto por ella y su vida irá<br />
adquiriendo las virtudes y modo de pensar<br />
cristianos, y la figura de Cristo y la de los<br />
apóstoles irán apareciendo como algo que<br />
ocupa un puesto en su vida, algo que es<br />
propio; aprenden así también a amar a la<br />
Iglesia y a vivir el cristianismo (...). Con<br />
base en un texto o pasaje de las Sagradas<br />
Escrituras, se puede dar toda una lección de<br />
Religión: la virtud de la fe, el amor a la<br />
Virgen María, los sacramentos, las obras de<br />
misericordia, las bienaventuranzas, el Cielo,<br />
los santos Ángeles, etc.; una lección viva de<br />
la fe cristiana. De allí, de las Sagradas<br />
210 Tertio Millennio Adveniente, Librería Editrice Vaticana, pp. 51s.
La Biblia, texto preferencial<br />
115<br />
Escrituras, se van hilvanando o derivando<br />
todas las enseñanzas y doctrina.<br />
Parece lógico que los estudiantes lleven siempre a la clase la<br />
Biblia o, al menos, el Nuevo Testamento, y así se logra que sea un<br />
texto preferencial de la clase de Religión, de la enseñanza de la<br />
Religión, y que los alumnos aprendan y se habitúen a leerlos, a<br />
estudiarlos, a meditarlos. El profesor irá, además, poco a poco,<br />
explicando qué es una parábola, qué es una metáfora, una alegoría,<br />
etc. Y enseñándoles la más adecuada interpretación, lo mismo que<br />
los distintos sentidos de las Sagradas Escrituras. Aprenden a leer, a<br />
manejar, a amar la Palabra de Dios. La clase de Religión se convierte<br />
en una verdadera predicación del Evangelio, se hace más agradable,<br />
más viva, más activa. Más rica en contenido, más eficaz. La palabra de<br />
Dios es viva y eficaz, más tajante que una espada de dos filos, y penetra<br />
hasta la división del alma y del espíritu, hasta las coyunturas y la médula, y<br />
discierne los pensamientos y las intenciones del corazón 211 .<br />
Aumenta también la fe: porque La fe viene de la audición, por la<br />
palabra de Cristo 212 . El Evangelio conocido y vivido, amado y<br />
practicado acabará iluminando toda su existencia: las grandes ideas<br />
y obras, y los pequeños acontecimientos de la vida diaria. El que<br />
escucha mis palabras y las pone por obra, es como el varón prudente que<br />
edificó su casa sobre roca 213 . Con fe viva en la presencia y acción de<br />
Cristo en la historia de los hombres, es oportuno acudir a los pasajes<br />
del Evangelio para impregnarse de las palabras y los gestos del<br />
Señor, no considerarse ajeno a las escenas contempladas, a vivir en<br />
la oración la experiencia de ser uno de los personajes que<br />
escuchaban de viva voz las lecciones de Jesús.<br />
Porque hace falta que la conozcamos bien,<br />
que la tengamos toda entera en la cabeza y<br />
en el corazón, de modo que, en cualquier<br />
momento, sin necesidad de ningún libro,<br />
cerrando los ojos, podamos contemplarla<br />
como en una película; de forma que, en las<br />
diversas situaciones de nuestra conducta,<br />
acudan a la memoria la palabras y los<br />
hechos del Señor” 214 .<br />
Es necesario llevar a los alumnos - con el ejemplo de sus<br />
maestros - a que lean el Evangelio así. Que lo hagan con el deseo<br />
sincero de escuchar a Jesús, de identificarse con Él.<br />
211 Hebreos, 4, 12<br />
212 Rm, 10, 17<br />
213 Mateo, 7, 24<br />
214 Es Cristo que pasa, n. 107
215 Amigos de Dios, n. 216<br />
116<br />
Mezclaos con frecuencia entre los<br />
personajes del Nuevo Testamento.<br />
Saboread aquellas escenas conmovedoras<br />
en las que el Maestro actúa con gestos<br />
divinos y humanos, o relata con giros<br />
humanos y divinos la historia sublime del<br />
perdón, la de su Amor ininterrumpido por<br />
sus hijos. Esos trasuntos del Cielo se<br />
renuevan también ahora, en la perennidad<br />
actual del Evangelio: se palpa, se nota, cabe<br />
afirmar que se toca con las manos la<br />
protección divina 215 .
CAPÍTULO XI<br />
<strong>EL</strong> EMPLEO D<strong>EL</strong> CATECISMO<br />
117<br />
Junto con la Escritura, el Catecismo de la Iglesia Católica, y las<br />
respectivas síntesis hechas con respeto del original, ofrece<br />
inmejorable ayuda en la precisión de los conceptos que han de<br />
aprenderse. Debe ser un texto de consulta permanente. Una buena<br />
explicación facilita que los alumnos entiendan los términos y<br />
comprendan su contenido. Es un verdadero tesoro para un profesor<br />
de Religión. Contiene todo lo que debe enseñarse, aunque no agota<br />
el esquema de la clase de religión: desempeña un papel esencial y<br />
debe ser un texto de referencia permanente. Su fin es proporcionar<br />
un compendio práctico de los documentos de la Revelación y de la<br />
Tradición cristiana y los principales elementos que deben servir en la<br />
educación de la fe. Aunque se manejen otros textos, es conveniente<br />
que la referencia al Catecismo sea frecuente: por la riqueza de su<br />
contenido, por el lenguaje sugerente en el que está escrito y por la<br />
gran autoridad que tiene, según se la atribuyó personalmente el<br />
Santo Padre Juan Pablo II al promulgar su vigencia.<br />
El Catecismo de la Iglesia Católica, que<br />
aprobé el 25 de junio pasado y cuya<br />
publicación ordeno hoy en virtud de la<br />
autoridad apostólica, es una exposición de<br />
la fe de la Iglesia y de la doctrina católica,<br />
atestiguadas o iluminadas por la Sagrada<br />
Escritura, la Tradición apostólica y el<br />
Magisterio eclesiástico. Lo reconozco como<br />
un instrumento válido y autorizado al<br />
servicio de la comunión eclesial y como<br />
norma segura para la enseñanza de la fe.<br />
Dios quiera que sirva para la renovación a la<br />
que el Espíritu Santo llama sin cesar a la<br />
Iglesia, Cuerpo de Cristo, en peregrinación<br />
hacia la luz sin sombra del Reino (...). Pido,<br />
por tanto, a los pastores de la Iglesia y a los<br />
fieles, que reciban este Catecismo con un<br />
espíritu de comunión y lo utilicen<br />
constantemente cuando realizan su misión<br />
de anunciar la fe y llamar a la vida<br />
evangélica. Este Catecismo les es dado para<br />
que les sirva de texto de referencia seguro y
118<br />
auténtico para la enseñanza de la doctrina<br />
católica 216 .<br />
Para el profesor de Religión es un buen libro de consulta,<br />
lectura y meditación frecuente, habitual; un instrumento precioso<br />
para su formación y su trabajo; una rica fuente de conocimientos.<br />
Después de la Biblia, su libro fundamental. Vale la pena que lo<br />
conozca bien, que lo pueda citar con facilidad, que pueda recurrir a él<br />
con el fin de aclarar cualquier duda sobre el sentido de un criterio<br />
doctrinal.<br />
El Catecismo da la seguridad de la fe, la<br />
garantía de la autoridad de la Iglesia de que<br />
se trata de la doctrina de Cristo, la verdad<br />
que necesita todo hombre para vivir<br />
cristianamente, para salvarse. Ahí están los<br />
misterios de la Religión, los contenidos<br />
esenciales para su enseñanza. Es necesario<br />
que lo conozca a fondo, tanto en un sentido<br />
general de sus fines, contenidos y<br />
estructura, como en cada una de sus partes.<br />
Puede ser un libro básico para preparar<br />
exposiciones, clases, trabajos individuales o<br />
de grupo... y será un valioso auxiliar para<br />
clases y cursos. Conviene hacerlo conocer,<br />
apreciar y amar por parte de los alumnos 217 .<br />
El Catecismo no es propiamente un texto escolar: es un libro de<br />
consulta, lectura y meditación para el profesor. Conviene ser<br />
cuidadosos con el método que se emplea en su utilización, con el fin<br />
de que su lectura no canse a los alumnos o pueda quedarse en<br />
generalidades sin profundidad o sin engarce con las realidades<br />
diarias. Desde luego es muy oportuno que los alumnos aprendan lo<br />
fundamental de cada pasaje doctrinal utilizando para ello los textos<br />
que sintetizan su doctrina en forma de preguntas y respuestas. De<br />
esta manera pueden memorizar aquellas doctrinas esenciales, ideasmadre<br />
que no deben perderse con el transcurso del tiempo. Tenemos<br />
el deber de hacerlo conocer,<br />
216 Juan Pablo II, Constitución Apostólica Fidei depositum, Catecismo de la Iglesia<br />
Católica, pp. 10-11<br />
217 Germán Vásquez O., o. c. p. 34
CAPÍTULO XII<br />
<strong>EL</strong> PRO<strong>FE</strong>SOR <strong>DE</strong> R<strong>EL</strong>IGIÓN<br />
Una misión trascendente para una capacidad limitada<br />
119<br />
El profesor de Religión deben ser uno de los mejores maestros<br />
con que cuenta el colegio, puesto que son los que tienen mayores<br />
responsabilidades en cuanto formadores en la fe y, por lo tanto, se<br />
exige de ellos mucho más que de los otros profesores. La diferencia<br />
neta entre un profesor de Religión y otro, es que el primero tiene la<br />
gran labor de mover interiormente al cambio a sus alumnos 218 . El<br />
principal medio audiovisual de la clase de Religión es el profesor. Él<br />
solo: sus palabras, sus gestos, sus actitudes, su comportamiento y,<br />
sobre todo, su fe, su amor y su esperanza, serán los pilares del<br />
curso de Religión.<br />
Hace falta afán de santidad, empuje, gracia humana, optimismo,<br />
para ejercer eficazmente la tarea de educador en la religión. Se trata<br />
nada menos que de entregar la verdad sobre Dios, sobre el hombre,<br />
sobre el mundo, sobre la Iglesia; fomentar el anhelo de Dios, impreso<br />
en el alma de cada alumno, según la frase de San Agustín, ya citada<br />
anteriormente: Nos hiciste para ti, Señor, y nuestro corazón estará inquieto<br />
hasta que descanse en ti. Ayudar a despertar la conciencia cristiana, la<br />
vida de fe impresa en el bautismo y oculta muchas veces por influencia<br />
de un ambiente negativo en la sociedad y, no pocas, también en el<br />
seno del hogar. Con palabras del mismo Juan Pablo II a la juventud<br />
europea:<br />
Vuelve a encontrarte. Sé tú misma.<br />
Descubre tus orígenes. Aviva tus raíces.<br />
Revive aquellos valores auténticos que<br />
hicieron gloriosa tu historia y benéfica tu<br />
presencia... Reconstruye tu unidad espiritual<br />
en un clima de pleno respeto a las otras<br />
religiones y a las genuinas libertades 219 .<br />
La misión que se encarga al profesor de Religión excede su<br />
propia capacidad. Ser dispensador de la Palabra divina, del amor<br />
218 Cf. Boletín n. 3, Universidad de la Sabana, Volumen I, año 1<br />
219 Juan Pablo II, Discurso en Santiago de Compostela, 1982
120<br />
eterno de Dios a los hombres, exige un ambiente, un clima<br />
contemplativo que capte la voz del Señor. Es preciso lograr que el<br />
discípulo vivencie los dones recibidos; se dé cuenta de las maravillas<br />
que Dios realiza en su alma. En ese proceso es lógico que surja en el<br />
docente una plegaria de adoración y amor, de reparación, petición y<br />
acción de gracias. Como dice una excelente educadora: No hablará<br />
nunca de Dios a sus alumnos sin haber hablado antes a Dios de sus<br />
alumnos 220 .<br />
Testigo de lo que enseña<br />
El profesor de religión, por el sentido sobrenatural de misión<br />
divina que enmarca su tarea, debe reconocerse enviado y animado<br />
por la acción del Espíritu Santo. Ha de recurrir a Él con fe y fervor,<br />
con asiduidad, con el fin de que guíe sus pasos; debe asumir la<br />
responsabilidad de ser testigo auténtico, que vive y practica lo que<br />
transmite; sentir la unidad con toda la Iglesia, con sus compañeros<br />
profesores, con el espíritu del colegio. Será así mejor servidor de la<br />
verdad, más creíbles sus lecciones, comunicará una mejor síntesis<br />
entre el Evangelio y la vida.<br />
El Papa Juan Pablo II, hablando de la necesidad de una nueva<br />
evangelización dice:<br />
220 Olga de Iriarte<br />
221 Discurso, 6-XI-1981<br />
222 Discurso, 11-X-1985<br />
Nos encontramos en un mundo en el que se<br />
hace cada vez más fuerte la tentación del<br />
ateísmo y del escepticismo; en el que<br />
arraiga una penosa incertidumbre moral con<br />
la disgregación de la familia y la<br />
degeneración de las costumbres; en el que<br />
domina un peligroso conflicto de ideas y<br />
movimientos 221 . En posterior ocasión,<br />
agregaba el Romano Pontífice: “Se<br />
necesitan heraldos del Evangelio expertos<br />
en humanidad, que conozcan a fondo el<br />
corazón del hombre de hoy, participen de<br />
sus gozos y esperanzas, de sus angustias y<br />
tristezas, y al mismo tiempo sean<br />
contemplativos, enamorados de Dios. Para<br />
esto se necesitan nuevos santos. Los<br />
grandes evangelizadores de Europa fueron<br />
los santos. Debemos suplicar al Señor que<br />
aumente el espíritu de santidad en la Iglesia<br />
y nos mande nuevos santos para<br />
evangelizar el mundo de hoy 222 .
Eso, precisamente, debería ser el maestro de Religión.<br />
Necesidad de formación integral<br />
121<br />
La preparación de los educadores de la fe ha de abarcar no sólo<br />
excelentes conocimientos pedagógicos, sino también una seria cultura<br />
religiosa. Pero, en todo caso, no se puede olvidar el principio de que<br />
Dios se revela a los hombres con naturalidad, y esa misma actitud<br />
hay que saber trasmitir a los educandos. La pedagogía religiosa, fiel a<br />
la pedagogía divina, debe ser sencilla, como el divino Maestro quien<br />
en la Encarnación quiso hacerse pequeño, uno de nosotros. Dios se<br />
sirve de lo cotidiano, de lo normal: Hay un algo santo, divino, escondido<br />
en las situaciones más comunes, que toca a cada uno de vosotros<br />
descubrir 223 . Al educador le corresponde acompañar a los educandos en<br />
ese itinerario, haciendo descubrir ese algo santo, divino, que se esconde<br />
tras los acontecimientos más normales. Debe ser también asequible,<br />
aunque hoy en día la complejidad de la educación exige una cuidadosa<br />
capacitación en campos muy diversos.<br />
Enseñar religión, es un arte y es una ciencia.<br />
Requiere estudio, dedicación, amor. Es la asignatura que, más<br />
que cualquiera otra, exige un verdadero maestro. Quizá sea éste, a<br />
imitación de Jesucristo, el nombre que más le convenga al profesor<br />
de Religión: Maestro bueno: ¿qué he de hacer para alcanzar la vida<br />
eterna? 224 . Y esa es su misión enseñar el camino para alcanzar la<br />
vida eterna. De la sabiduría, de la ciencia, de la fe, de la vibración,<br />
del encendimiento suyo, dependen en gran parte los frutos. En<br />
ninguna clase es tan necesario y determinante el maestro como en<br />
religión, y es porque la religión es vida. Hace falta la doctrina, pero<br />
hay que dar una vida. Doctrina y vida: el maestro debe tener ambas<br />
a la vez.<br />
Debe ser bien seleccionado y bien preparado. Por ningún<br />
motivo se puede asignar esta tarea a alguien simplemente porque le<br />
faltan unas horas para llenar su cupo de trabajo docente, o porque no<br />
hay nadie más que lo haga, o como un ensayo. La clase de religión<br />
es una lección y un testimonio. El maestro enseña y mueve con su<br />
amor a Dios, con sus virtudes, con sus actitudes. Con su<br />
comportamiento como hombre y como cristiano, como hijo de Dios.<br />
Porque así como en otros casos se enseña un arte o se enseña una<br />
ciencia, en religión, se comunica la propia fe, con la verdad y con la<br />
vida. Se enseña a vivir lo que se vive, a amar lo que se ama, a creer<br />
223 Conversaciones, n. 115<br />
224 Mc.10, 17
122<br />
lo que se cree. Quien no tiene fe o no ama, no puede enseñarla, no<br />
debe asumir ese compromiso sagrado. El que no tiene experiencia<br />
del amor a Dios, de la amistad con Dios, ¿qué puede enseñar?: Si<br />
hablando lenguas de ángeles o de hombres, no tengo caridad, soy como<br />
bronce que suena o címbalo que retiñe 225 : algo vacío.<br />
Un verdadero cristiano: unidad de vida<br />
Debe pues aparecer ante sus alumnos como un hombre que<br />
cree, que cree con todas sus fuerzas, y que su fe no depende de que<br />
otros estén de acuerdo con él o no. Que cree y ama a Dios y que<br />
esto es lo principal para él. Que enseña una realidad: lo que es su<br />
vida. Este testimonio debe darlo con delicadeza, pero con seguridad.<br />
Hay que reivindicar la enseñanza de la religión, hacerla con la altura<br />
necesaria, ponerla en manos competentes. El profesor de religión, el<br />
maestro, debe ser un estudioso y un enamorado de su materia; el<br />
que no lo sea no debe asumirla, no debe llevar esta responsabilidad<br />
tan sagrada con actitud de mercenario. Es la asignatura que necesita<br />
más un verdadero hombre o mujer, un verdadero maestro, un<br />
verdadero cristiano. Es de la máxima responsabilidad ante los<br />
alumnos, ante los padres de familia, ante la escuela y ante Dios.<br />
Igualmente conviene que tenga la madurez intelectual suficiente para<br />
interpretar con claridad el ambiente en que se desarrolla la vida del<br />
alumno, las fuerzas externas con las que tiene que luchar, ideologías<br />
e influencias diferentes a las del colegio: en su hogar, entre sus<br />
amistades, en los medios de opinión pública, literatura, cine, etc.<br />
Considerémoslo una vez más: es trascendental tener en cuenta<br />
la unidad de vida. No se puede prescindir de este concepto. Es parte<br />
de la ética profesional de los educadores -de todos, pero muy<br />
especialmente de los de Religión- el esfuerzo por identificarse con este<br />
criterio fundamental. Una consecuencia inmediata de la unidad de<br />
vida, es la capacidad pedagógica. La mediocridad no cabe en la<br />
educación religiosa. Se requieren excelentes educadores, que conozcan<br />
muy bien su materia, estudien continuamente, se actualicen, y sepan<br />
enseñar de manera agradable y eficaz. Cada profesor debe<br />
preocuparse por el alto nivel académico de sus lecciones y por el<br />
debido aprovechamiento de los alumnos. No basta saber mucho: se<br />
debe saber comunicar; y, al mismo tiempo, agradar: sólo se aprende de<br />
aquellos que se aman.<br />
Perfil del educador en la fe<br />
De acuerdo con las consideraciones anteriores, se pueden<br />
proponer los siguientes aspectos necesarios en un profesor de religión.<br />
225 Cfr. I Cor. 13, 1ss.
123<br />
Capacitación pedagógica destacada, de acuerdo a los<br />
requerimientos exigidos para el correspondiente nivel. Manejar todos<br />
los elementos de la pedagogía. Capacitación pedagógica. Saber diseñar<br />
un currículo, elaborar un programa, marcar unos objetivos, elegir y<br />
emplear métodos y técnicas didácticas, orientar y dirigir el trabajo de<br />
los estudiantes, motivarlos, dar vida al trabajo del aula, manejar<br />
adecuadamente los medios de evaluación.<br />
Formación doctrinal-religiosa ya adquirida o en capacidad<br />
de recibirla por sus aptitudes intelectuales, culturales, pedagógicas y<br />
su docilidad interior expresada en un deseo de formarse bien. Debe<br />
ser un estudioso de la Doctrina sagrada, indispensable para el buen<br />
desempeño de su misión, con el fin de adquirir los conocimientos, en<br />
amplitud y en profundidad, que le permitan una enseñanza<br />
estructurada y contestar a los alumnos con verdad y precisión a las<br />
preguntas que formulen.<br />
Pedagogía religiosa. Además de la doctrina y la didáctica<br />
general, debe conocer las características y dificultades propias de una<br />
clase de religión: la libertad religiosa, los fundamentos de la enseñanza<br />
de la religión y la moral, las necesidades de los alumnos en cada etapa<br />
de su vida, los objetivos propios de la religión, su formulación y el logro<br />
de los mismos, los programas oficiales, la elección adecuada y el<br />
manejo de los textos, la metodología activa y los medios audiovisuales,<br />
problemas religiosos y morales más frecuentes y actuales, la formación<br />
de los alumnos en la piedad, el desarrollo de virtudes, la vida<br />
sacramental. Y, además, saber coordinar su trabajo con la educación<br />
religiosa en el hogar , puesto que los padres tienen siempre la primacía<br />
en la educación de sus hijos 226 .<br />
Formación espiritual. La Religión no es sólo conocimiento,<br />
sino sobre todo vida. El maestro de Religión debe intentar ser cristiano<br />
ejemplar, alguien que practique lo que enseña, que pueda ser mirado<br />
por los alumnos como ejemplo de vida íntegra, hombre o mujer de fe y<br />
de virtudes cristianas. Debe tener, además, experiencia en el trato y en<br />
amor a Dios. Con su sola presencia y su conducta coherente puede<br />
ayudar mucho a los alumnos. Como esto requiere una verdadera y<br />
continua formación espiritual, es preciso darles a conocer los medios de<br />
formación que en este campo el colegio proporcionará a sus<br />
profesores. No hace falta que el mismo colegio sea el que organice<br />
estas actividades, aunque tampoco hay inconveniente en que se lleven<br />
a cabo en la propia sede. Lo importante es que se faciliten estos<br />
medios, incluyendo la ayuda económica que sea necesaria si se prefiere<br />
que asistan a actividades organizadas por otros centros de formación<br />
que reúnan los requisitos que garanticen su calidad académica o<br />
formativa.<br />
226 Cfr. Germán Vásquez o.c. p. 15
124<br />
Vida interior. Se enseña lo que se cree, lo que se vive, lo<br />
que se ama. Para ello, debe fomentar: anhelos de tratar o de aprender<br />
a tratar a Dios y a la Virgen María; acoger los símbolos, oraciones, o<br />
costumbres piadosas que son tradicionales en los colegios; respeto y<br />
valoración por la persona y la doctrina del Santo Padre; comprensión<br />
de lo que significa ser hijo de la Iglesia; interés - teórico y práctico -<br />
por el cumplimiento del Precepto Dominical; disposición para participar<br />
en los actos de vida religiosa del colegio.<br />
Conducta moral coherente con los principios cristianos:<br />
aquellos que emanan del Evangelio y los que provienen de normas<br />
dadas por el Magisterio de la Iglesia. El colegio no puede invadir<br />
terrenos que pertenecen a la intimidad de la conciencia, pero sí se debe<br />
mencionar este requisito, con el fin de que el candidato(a) -con<br />
sinceridad- decida libremente (la libertad requiere conocimiento previo)<br />
si se incorpora o no al claustro de profesores. Si lo hace, se<br />
compromete a que su vida personal corresponda con las enseñanzas<br />
teóricas y prácticas que se dan a los alumnos.<br />
Virtudes humanas, que pongan a los profesores al nivel<br />
cultural, profesional, social, intelectual de los padres de familia y de sus<br />
alumnos. El arma principal no es la evaluación, sino la ejemplaridad, la<br />
ciencia, el arte, la sabiduría del profesor.<br />
Por el sentido sobrenatural de misión divina que encierra, el<br />
profesor de religión debe reconocerse enviado y animado por la acción<br />
del Espíritu Santo. Ha de recurrir a Él con fe y fervor, con asiduidad,<br />
con el fin de que guíe todos sus pasos; asumir la responsabilidad de<br />
ser testigo auténtico, que vive y practica lo que transmite; sentir la<br />
unidad con toda la Iglesia, con sus compañeros profesores, con el<br />
espíritu del colegio. De esta manera será mejor servidor de la verdad,<br />
más creíbles sus lecciones, comunicará una mejor síntesis entre el<br />
Evangelio y la vida.
CAPÍTULO XIII<br />
<strong>EL</strong> ALUMNO<br />
125<br />
El alumno es el protagonista de su propia educación, el<br />
centro alrededor del cual gira el proceso formativo. Hemos de contar<br />
siempre con él, pensar en él, tenerlo en cuenta en todo momento.<br />
Aquí radica una de las más frecuentes fallas: la que los estudiantes<br />
llaman la religión de libro, significando con ello que algunos<br />
profesores se aferran al texto, que siguen literalmente, pero les falta<br />
considerar al alumno, cuya presencia como si no percibieran. Tienen<br />
la sensación de que se dicta la asignatura de igual modo a todo tipo<br />
de alumnos, sin considerar nuestras distintas edades y<br />
personalidades. Esto puede ser exagerado y parcial. Sin embargo es<br />
bueno considerarlo.<br />
El alumno debe percibir que se le valora, se le habla en su<br />
lenguaje, se sigue su ritmo de atención y se tienen en cuenta sus<br />
intereses. La clase magistral cala poco, dice poco, aprovecha poco.<br />
Es necesario dialogar, hacer pensar, intentar que el estudiante<br />
participe en el desarrollo de cada clase. Participar, no siempre quiere<br />
decir hablar, opinar, intervenir en voz alta. La mayor participación<br />
del alumno se da cuando piensa, cuando razona, cuando se interroga<br />
por las respuestas personales al tema que se está tratando, cuando<br />
se le facilita la manera de aplicar a su vida la doctrina que se le<br />
enseña. El verdadero método activo es hacerse acompañar por el<br />
alumno en el difícil ejercicio de pensar. Destaca en este aspecto el<br />
saber preguntar, conocer el manejo de técnica de la pregunta<br />
didáctica; el buen uso de interrogantes en la clase. Promover<br />
decisiones profundas en los alumnos, propiciar buenas disposiciones<br />
hacia la religión. Y evitar discusiones sobre temas religiosos: sobre<br />
la fe se dialoga, se explica, se aplica a la vida de cada uno, pero no<br />
se pone en tela de juicio. Naturalmente sin imposiciones arbitrarias y<br />
sin alzar la voz.<br />
Necesidad de una buena relación personal<br />
Esta manera de llevar la clase, producirá sin duda un<br />
acercamiento muy provechoso del profesor a cada alumno. Así se<br />
podrá más eficazmente respetar su ritmo personal de<br />
aprovechamiento, poniendo atención a los momentos de gracia de<br />
cada uno y sorteando con soltura los posibles bloqueos o resistencias.<br />
El buen profesor de Religión, debe tener una relación personal con
126<br />
cada alumno: conversando fuera de la clase con ellos; facilitando con<br />
buen humor y humildad las observaciones, sugerencias o críticas que<br />
le hagan; creando un ambiente amable, distensionado y, a veces,<br />
lúdico, con el fin de que no se produzcan situaciones de cansancio o<br />
de aburrimiento. Evitar la monotonía, la repetición excesiva, la<br />
sumisión exagerada al texto convertido en algo sin vida, sin<br />
entronque directo con la vida personal de los alumnos.<br />
Es muy oportuno conocer bien las circunstancias de los<br />
alumnos, el ambiente en que se mueven, el nivel de conocimientos<br />
anteriores, sus disposiciones. Así podrá diseñar un programa que<br />
responda realmente a sus necesidades y expectativas sin que deje de<br />
estar en consonancia con los programas que tenga que cumplir. El<br />
programa de cada curso no puede tomarse como una camisa de<br />
fuerza que sea preciso cumplir hasta la última letra: hay que tener<br />
espíritu de iniciativa y sentido de libertad. Más que llegar hasta la<br />
última línea de lo programado en la parcelación, es mejor llegar<br />
hasta la última fibra de la vida de los alumnos. Se tendrá, eso sí,<br />
mucho cuidado en fijar los conceptos más importantes, en grabar en<br />
ellos las ideas-madre; pero sin atafagarlos de conocimientos que<br />
acabarán por olvidar. Si no acogen con alegría lo que se les enseña,<br />
no lo pondrán en práctica.<br />
Es importante que los alumnos -desde los más pequeños hasta<br />
los de grados más avanzados- tomen gusto por lo que se les enseña,<br />
adaptando el mensaje a sus características individuales. Conocer<br />
bien a cada uno: no sólo su nombre, sino su personalidad; descubrir<br />
la singularidad concreta de cada persona, como realidad irrepetible.<br />
Cada alumno tiene un particular proyecto de vida, y a él ha de<br />
responder. Es importante, además, conocer y valorar las<br />
características de cada edad -de acuerdo con la psicología evolutiva-<br />
para adecuar la educación de la fe a sus necesidades e intereses.<br />
Conviene tenerlo en cuenta al seleccionar las actividades de<br />
aprendizaje en clase y en la casa: los más pequeños aprenden<br />
haciendo antes que viendo y escuchando. Es ahí donde el educador<br />
debe tener sensibilidad para ser muy fiel a Dios, a la naturaleza<br />
humana y a la persona singular sin encasillarlos en esquemas rígidos<br />
de libro.<br />
El profesor de religión no sólo alimenta y enseña la fe, sino que<br />
la suscita continuamente con la ayuda de la gracia, abre el corazón,<br />
convierte, prepara una adhesión plena a Jesucristo en quienes están<br />
en el umbral de su fe o de su vida cristiana. Esto contiene exigencias<br />
que abarcan el tono, el lenguaje, el método de la clase, bien<br />
adaptados a la edad cronológica y mental de los alumnos, así como a<br />
las necesidades del entorno en el que se mueven y de las<br />
circunstancias que les rodean ocasional o habitualmente. Por esto es<br />
útil incluir en clase actividades lúdicas acordes con algunos temas y
edades; esto no deteriora sino que refuerza el clima sobrenatural y<br />
brinda un elemento trascendental: la alegría.<br />
127<br />
Los alumnos mayores necesitan, a su vez, clases<br />
intelectualmente exigentes: ir al fondo de las cuestiones, que se<br />
sientan aludidos, implicados. Lo fácil lo desprecian. Vienen muy bien<br />
análisis de publicaciones, textos breves del Magisterio de la Iglesia,<br />
acontecimientos tomados de revistas o periódicos que convenga<br />
confrontar con la doctrina.<br />
Buen conocimiento de cada alumno<br />
Es, pues, exigencia particular de las personas que se dedican a<br />
la formación religiosa conocer sus destinatarios, para adecuar la<br />
transmisión del mensaje revelado a sus capacidades y ayudarles al<br />
propio crecimiento. Como todo formador, el educador de la fe debe<br />
acercarse con profundo respeto a la intimidad del educando para<br />
hacerse cargo de su singularidad; a pie descalzo, como Moisés en la<br />
Montaña sagrada. De esa manera evitará cualquier apariencia de<br />
manipulación o de suplantación de su personalidad. Todo dentro de<br />
un respeto delicado por la libertad de la conciencia del alumno. La<br />
formación religiosa será tanto más eficaz cuanto más se adapte a las<br />
exigencias individuales. Este es el programa: hacerse todo para<br />
todos 227 ; ser deudor de los sabios y de los incultos 228 , para salvar a todos.<br />
Se consigue algo fundamental: la actitud abierta del estudiante; que<br />
su voluntad esté bien dispuesta para recibir el mensaje. Con ello, y<br />
con la gracia de Dios - necesaria para entender y vivir la doctrina, y<br />
hacerla vida - se pueden lograr los objetivos pretendidos.<br />
Conocer al educando tiene además otra ventaja: hacerle fácil<br />
su propio conocimiento. Si el alumno es el protagonista de su<br />
educación, es él quien debe dar los pasos en este proceso de su<br />
maduración personal en la fe. Estar con él, caminar a su lado, lleva<br />
consigo un esfuerzo por desvelarle la razón de sus inquietudes y<br />
ayudarlo a que encuentre la respuesta a los interrogantes más<br />
profundos. En este ejercicio de tutoría personal el profesor ha de<br />
mantenerse a la sombra del crecimiento personal de cada alumno:<br />
desde allí, le prestará las ayudas necesarias en aquello que no pueda<br />
alcanzar por él mismo. Pero respetará los pasos que él ha de dar por<br />
su cuenta. Es muy importante lograr que el alumno confíe en su<br />
profesor, que le abra su corazón: esas confidencias personales son<br />
un cauce muy adecuado para conseguir que convierta en vida<br />
personal la doctrina aprendida. Es un proceso largo y laborioso: un<br />
227 I Cor. 9,2<br />
228 Cfr. Rm., 1,14
eto continuamente planteado y quizás nunca plenamente alcanzado.<br />
Pero es un esfuerzo necesario.<br />
Un objetivo central: unidad de vida<br />
128<br />
El resultado al que se espera llegar es la madurez humana y<br />
sobrenatural del alumno. Ésta se debe manifestar en la coherencia de<br />
vida a los largo de sus años universitarios, profesionales, sociales y<br />
familiares que constituyen el entorno en el que se moverá cuando sea<br />
ex-alumno del colegio. Es la ya mencionada unidad de vida por la que<br />
cualquier circunstancia se convierte en oportunidad de<br />
perfeccionamiento completo. A la madurez sólo se llega cuando todas<br />
las dimensiones de la educación, están íntimamente fundidas entre sí.<br />
Los aspectos concernientes a la persona madura no se encuentran<br />
inconexos entre sí. Ser maduro es estar integrado en una unidad no<br />
solamente orgánica sino esencial y existencial. El ser maduro unifica en<br />
torno a sí los elementos heterogéneos de que se compone la rica trama<br />
de la existencia humana.<br />
La unidad de vida se alcanza cuando hay armonía entre lo<br />
espiritual y lo corporal; sentidos, pasiones, razón y fe; contingencia y<br />
eternidad; virtudes humanas y sobrenaturales. En una palabra, cuando<br />
se logre la coherencia entre todas las expresiones de la riqueza inefable<br />
del ser humano. Para conseguirlo es necesario proporcionarles una<br />
excelente preparación académica: la mejor posible. Y atender, al<br />
mismo tiempo, de su formación humana y espiritual para que, además<br />
de buenos universitarios, lleguen a ser profesionales de recto criterio y<br />
valores morales, ciudadanos con sentido patriótico de su pertenencia<br />
al país, generosos servidores de los más pobres y necesitados, padres<br />
o madres de familia de quienes sus hijos se puedan sentir orgullosos.<br />
Esta unidad implica:<br />
* unidad interior: armonía consigo mismo;<br />
* unidad social: armonía con la realidad circundante<br />
y con las personas;<br />
* unidad trascendental: armonía con el destino<br />
trascendente, con Dios.<br />
Para lograrla se requieren principios sólidos, fines bien definidos,<br />
valores altos. La armonía entre lo presente, lo pasado y lo futuro; entre<br />
lo que parece pequeño y lo que se ve como demasiado grande; lo que<br />
se vive en la inmediatez de un instante y lo que parece durar toda la<br />
vida; entre la realidad afectada por la contingencia y la que tiene<br />
repercusiones eternas. Porque el ser humano es todo eso: espíritu y<br />
materia, cuerpo y alma, sentidos y potencias intelectivas, temporalidad<br />
y eternidad; dolores y placeres, tristezas y alegrías.
Unidad de vida y madurez<br />
129<br />
Unidad de vida es vivir de acuerdo con esta condición humana,<br />
riquísima de significados y de realidades; darle a todo lo temporal,<br />
valor de eternidad; conducir todas las cosas con amor; llenar de<br />
trascendencia todo lo que se hace. Con ella todo adquiere valor y<br />
sentido, se llega a la madurez. Al salir del colegio, se espera que sean<br />
como antorchas que brillan en un lugar oscuro, luz del mundo, sal de<br />
la tierra, ciudad edificada encima de un monte alto, que todos puedan<br />
contemplar con respeto. Que destaque en ellos el conjunto de sus<br />
cualidades humanas; que los califiquen por su lealtad, honradez y<br />
valor; por el sentido de la amistad, sencillez, cordialidad; por su<br />
capacidad de terminar bien todo trabajo; su alegría ante las contrariedades;<br />
su templanza, sobriedad y desprendimiento; su señorío sobre<br />
los bienes materiales; su dominio sobre las inclinaciones naturales de<br />
la concupiscencia. Que se les aprecie porque están abiertos a toda idea<br />
creadora, a cualquier persona que los necesite; porque son generosos<br />
con su tiempo, no se quejan por lo que no tienen y saben prescindir de<br />
lo superfluo, porque se conducen en todo como cristianos verdaderos,<br />
saben querer y perdonar, no son fanáticos, dominan sus impulsos,<br />
siembran amor, serenidad y paz entre quienes conviven con ellos.<br />
La familia del alumno<br />
El Plan de Formación Religiosa tiene como destinatarios<br />
directos a los alumnos. Sin embargo es indudable que no se podrán<br />
conseguir los objetivos previstos si no se llega a los padres de familia<br />
y a los profesores. La educación es la continuación necesaria de la<br />
procreación. Engendrar hijos es tarea que cumplen también los<br />
animales: lo que caracteriza al ser humano es, precisamente, la<br />
necesidad de ser educado. No basta, para ser padre o madre, el dar<br />
origen a un nuevo ser: su misión se proyecta a lo largo de toda la vida.<br />
En esta tarea, la familia encuentra su complemento en los educadores,<br />
escogidos por los mismos padres al seleccionar la institución en la que<br />
se continuará el proceso formador iniciado en el hogar. Los maestros<br />
son llamados a continuar la tarea que la naturaleza confía en primer<br />
lugar a los padres; son invitados a incorporarse al proceso iniciado en<br />
el hogar de donde vienen sus alumnos. De aquí deriva la trascendencia<br />
de la labor pedagógica y educativa.<br />
La acción educativa no es una actividad en una sola dirección: es<br />
interacción entre educadores y educandos que influye en todos los que<br />
toman parte en ella. Aunque un colegio se instituya para la educación<br />
de los alumnos, no habrá verdadera y eficaz educación si, a su vez, no<br />
se educan profesores y padres. Este es el núcleo de un verdadero<br />
propósito educativo:
130<br />
Una comunidad en la que primero son los<br />
padres, después los profesores, y después<br />
los alumnos, y en la que la acción educativa<br />
realizada en función de los alumnos revierte<br />
en los profesores y en los padres,<br />
estableciéndose así una a modo de<br />
concausación en la que el perfeccionamiento<br />
personal de unos no llega a su acabamiento<br />
sino a través de la colaboración de todos 229 .<br />
En la educación personalizada no se trata de que el profesor<br />
hable y el alumno aprenda: se requiere una reflexión mutua en la que<br />
cada uno debe escuchar, atender y aprender del otro. Y esto no se<br />
refiere solamente a la relación alumno-maestro. Se extiende a la<br />
familia, al entorno social, al mundo cercano y lejano. La educación<br />
influye en el mundo al que irán luego los alumnos; y el mundo que les<br />
rodea influye en la educación que reciben. En la educación<br />
personalizada se trata de hacer conscientes tales relaciones y de<br />
ordenarlas en el marco total de la educación.<br />
229 Víctor García Hoz, Loc. Cit.
CAPÍTULO X<br />
<strong>LA</strong> C<strong>LA</strong>SE <strong>DE</strong> R<strong>EL</strong>IGIÓN<br />
Activa participación del educando en su propia formación<br />
131<br />
Resulta vital para la educación en la fe una referencia concreta<br />
al mundo en que vive, al drama de la vida diaria, tal como se<br />
presenta en la familia y en la calle, en los medios de comunicación,<br />
en el cine y la televisión, en las telenovelas más vistas, pues entre el<br />
Evangelio y la experiencia humana hay un lazo indisoluble, ya que<br />
aquel se refiere al sentido último de la existencia para iluminarla,<br />
juzgarla, y transfigurarla. Al tiempo que se refiere a la Palabra de<br />
Dios -muy conocida por el uso habitual de la Sagrada Escritura por<br />
parte de profesores y alumnos-, debe hacerlo con las experiencias<br />
humanas más importantes, de las que participan unos y otros.<br />
La clase de Religión debe ser amable, agradable, profunda y ágil.<br />
Además, activa, procurando la participación de los alumnos, de tal<br />
modo que cada sesión les resulte interesante, ojalá incluso<br />
apasionante. No solamente una instrucción teórica, unilateral,<br />
magistral; reclama el coloquio, mediante preguntas y respuestas<br />
-muchas veces formuladas, unas y otras, por los mismos alumnos-,<br />
mesas redondas, talleres de pensamiento, etc. Los educadores están<br />
de acuerdo en afirmar la importancia que tiene la actividad o<br />
participación del educando en su propia formación. El alumno, también<br />
en lo que se refiere a la fe, debe ser protagonista del proceso<br />
formativo. Hace falta utilizar en su educación religiosa el principio de la<br />
actividad, la utilización de modernos recursos didácticos: el método<br />
de aprender aprendiendo. No es posible quedarse en una transmisión<br />
de conocimientos abstractos, en expresión de fórmulas teóricas. Llegar<br />
a la vivencia personal de la fe, a la participación activa en la traducción<br />
del contenido doctrinal en propósitos personales, en ideales a alcanzar.<br />
El Directorio General de Pastoral Catequética de la Santa Sede,<br />
decía en 1971 que<br />
la dimensión activa en la catequesis está en<br />
plena conformidad con la economía de la<br />
Revelación y de la salvación. Una pedagogía<br />
que favorece una respuesta activa de los<br />
catequizandos es conforme al estado<br />
ordinario de la vida cristiana, en la cual los<br />
fieles responden activamente al don de Dios<br />
por medio de la oración, de la participación
Los recursos didácticos<br />
132<br />
en los sacramentos y en la Sagrada Liturgia,<br />
por el compromiso eclesial y social y por el<br />
ejercicio de la caridad (n. 75).<br />
Es necesario utilizar los recursos didácticos que la pedagogía<br />
moderna pone a nuestra disposición, tantas ayudas educativas que<br />
tienen gran importancia en el proceso de enseñanza-aprendizaje.<br />
Televisión, películas, testimonios personales, prensa, experiencias<br />
vividas, discos, cintas grabadas, diapositivas acompañadas por el<br />
correspondiente casete explicativo, situaciones de actualidad, etc.<br />
Bien preparados y utilizados con propiedad, porque si no se conoce la<br />
naturaleza propia del lenguaje de imágenes, puede conducir a un<br />
comportamiento pasivo de los alumnos.<br />
Los recursos didácticos sirven fundamentalmente:<br />
• como documentos que enriquecen con elementos<br />
objetivos la enseñanza: deben sobresalir por su verdad,<br />
su cuidadosa selección y claridad didáctica;<br />
• como imágenes para educar rectamente la sensibilidad y<br />
la imaginación: deben caracterizarse por su belleza y<br />
eficacia para mover los sentimientos.<br />
Sin embargo, hay que evitar los defectos que un desbordamiento<br />
de la actividad puede llevar consigo.<br />
Por ejemplo:<br />
* que no se dé una integración real entre la Palabra divina y los<br />
anhelos del alumno;<br />
* que se pueda producir una repulsa al carácter intelectual del<br />
catecismo;<br />
* que se olvide que la misión de la clase es dar el conocimiento<br />
de la verdad, como materia prima de la vida de fe;<br />
* que se reduzca excesivamente la función del profesor, hasta<br />
colocarlo en un papel de mero asistente;<br />
* que se prefiera el método pedagógico - el cómo - al contenido<br />
doctrinal: el qué.<br />
En síntesis: el principio de la actividad, que justamente ha de<br />
tenerse en cuenta en la clase de religión, debe aplicarse siempre<br />
dentro de los límites que le señala la pedagogía de la fe. Para ello hay<br />
que descubrir el lenguaje preciso, acomodado a la edad y mentalidad<br />
de los alumnos y a las exigencias del contenido del mensaje cristiano.<br />
No le corresponde a los hombres crear ni inventar la fe. Pero Dios<br />
quiere que la persona se asocie libremente a su amoroso plan de<br />
salvación. Dentro de los amplios límites que esto permite en la clase,
133<br />
los alumnos, con originalidad y siempre fieles a las verdades de fe,<br />
deben encontrar y llevar adelante su propio proyecto de vida. Se trata<br />
de acomodar todas las actividades y metodología moderna a las<br />
clases de religión. Teniendo siempre en cuenta que el método sea<br />
siempre un medio al servicio del contenido. No hay que tener miedo a<br />
hacer pensar, a que intervengan con libertad. Ser audaces,<br />
creativos, de tal manera que los alumnos encuentren en la clase un<br />
atractivo particular, al tiempo que se facilita su formación doctrinal,<br />
religiosa y moral.
Una tarea difícil<br />
CAPÍTULO XV<br />
<strong>LA</strong> EVALUACIÓN<br />
134<br />
La evaluación en lo tocante a la Religión es una de las<br />
cuestiones más espinosas con que nos encontramos los educadores,<br />
uno de los más difíciles y complejos de la Pedagogía de la Enseñanza<br />
de la Religión. No existe un manual de evaluación que responda<br />
cabalmente a los requerimientos del Plan de Formación Religiosa. Es<br />
posible, sin embargo hacer algunas consideraciones acerca de la<br />
evaluación en un clima de educación integral. De este punto puede<br />
depender, en buena medida, el éxito del Programa.<br />
Sin duda, la evaluación es necesaria para verificar cómo se van<br />
logrando las competencias que nos hemos propuesto: es una fase<br />
indispensable en el proceso de la formación religiosa. Pero, evaluar<br />
no es medir, puesto que éste sólo tiene una dimensión cuantitativa y<br />
la evaluación va mucho más allá. Evaluar, más bien, es valorar. El<br />
fin del proceso evaluativo no es sólo comprobar, sino mejorar. Se<br />
evalúa en función de la mejora del alumno. La finalidad de la<br />
evaluación es ayudar al profesor a dirigir el proceso educativo y al<br />
alumno a conocerse a sí mismo, abrirse con mayor docilidad a la<br />
formación que se le ofrece. No se trata sólo de conocimientos, sino<br />
también valorar todos los elementos integrantes de su formación,<br />
para corregir los factores que dificultan el proceso de crecimiento y<br />
potenciar aquellos que ayudan a su mejoramiento.<br />
La evaluación no es el fin de la enseñanza. Es un medio más<br />
para realimentar el progreso de cada alumno, para orientarlo en su<br />
trabajo. Por eso hay que darle sentido positivo a cada observación, a<br />
cada nota, a cada descubrimiento de virtudes o de limitaciones<br />
personales, a cada éxito o fracaso. Sería demasiado parcial si sólo<br />
nos limitáramos a los conocimientos. Si, para cualquier asignatura<br />
hay que tener en cuenta no sólo su saber, sino también su desarrollo<br />
socio afectivo, su capacidad de darse, la totalidad de su persona, la<br />
capacidad de adquirir las competencias necesarias para el bien hacer,<br />
pensemos lo que tiene que ser la Religión, que pretende dar<br />
respuesta a las principales cuestiones que afectan al presente y al<br />
futuro, a lo temporal y a lo eterno de cada uno.<br />
Al evaluar la formación que ha adquirido en la clase de Religión,<br />
no se puede excluir la solidaridad, la generosidad, la veracidad, la
135<br />
responsabilidad, su preocupación por los demás, la sinceridad de su<br />
apertura a lo sobrenatural, y tantos otros aspectos que dan a conocer<br />
la verdad de que su vida, por lo que aprende a vivir en Religión, se va<br />
formando una mente cristiana, se hace cada vez más y más<br />
auténticamente discípulo de Cristo. La evaluación no puede<br />
adentrarse en la conciencia del estudiante: ese es un sagrario en el<br />
que cada uno se encuentra a solas con Dios, y no puede ser<br />
profanado. Con el máximo respeto por la libertad e intimidad de las<br />
conciencias, hay que estudiar la manera de hacer más real la<br />
evaluación en esta materia 230 .<br />
Exigencias de equidad<br />
Los criterios evaluativos llevan consigo unas normas y exigencia<br />
de equidad que es preciso tener muy en cuenta. Por ejemplo:<br />
* un cambio de actitud para trabajar con nuevos paradigmas<br />
evaluativos y metodológicos.<br />
* un mayor conocimiento de los estudiantes y de los factores que<br />
afectan la formación moral, espiritual y religiosa<br />
* una mayor y más íntima relación personal con cada uno de los<br />
alumnos<br />
* una mayor integración entre el proceso de aprendizaje y la<br />
evaluación<br />
* replantear la clasificación por notas que ponen a los alumnos a<br />
competir por el primer lugar, para reemplazarla por la formación<br />
personal y por el interés de sólo competir consigo mismo<br />
* adquirir la capacidad y la preparación del educador para<br />
comprender e interpretar situaciones, reacciones de los estudiantes y<br />
de su entorno familiar y social, rasgos preponderantes, dificultades,<br />
debilidades y fortalezas, el esfuerzo realizado. Es en el mismo<br />
proceso enseñanza-aprendizaje donde tienen que ser observadas e<br />
230 El Decreto 1860, art. 47, establece que la evaluación será continua, integral,<br />
cualitativa; y al hablar de las finalidades de la evaluación, menciona las principales:<br />
* determinar la obtención de los logros definidos en Proyecto Educativo<br />
Institucional (PEI)<br />
* definir el avance en la adquisición de conocimientos<br />
* estimular el afianzamiento de valores y actitudes<br />
* favorecer en cada alumno el desarrollo de sus capacidades y habilidades<br />
* identificar características personales, intereses, ritmos de desarrollo y estilos<br />
de aprendizaje<br />
* contribuir a la identificación de las limitaciones o dificultades para consolidar<br />
los logros del proceso formativo<br />
* ofrecer al alumno oportunidades para aprender del acierto, del error y, en<br />
general, de la experiencia<br />
* proporcionar al docente <strong>info</strong>rmación para reorientar o consolidar sus<br />
prácticas pedagógicas.<br />
Es obvio que si esto se pide para la evaluación de cualquier asignatura, se debe<br />
tener más en cuenta cuando se trata de la Religión.
interpretadas las actuaciones personales, con el fin de reforzarlas,<br />
corregirlas o mejorarlas.<br />
136<br />
Lo que se busca ante todo y sobre todo es la formación<br />
cristiana, que debe ser individual, teniendo en cuenta, no sólo la<br />
persona en sí misma, sino sus circunstancias y los influjos que recibe.<br />
La preocupación del maestro de Religión no es medir los resultados<br />
sino mejorar la práctica educativa y la eficacia formativa de su clase.<br />
Límites que es preciso respetar<br />
La evaluación integral tiene que<br />
atender al estudiante como ser que<br />
está en formación, ubicado en un<br />
entorno y un contexto dado, y en<br />
relación con unos saberes y con otras<br />
personas que interactúan con él. En<br />
este sentido, las tradicionales pruebas<br />
formales de evaluación tales como<br />
tests y exámenes, no permiten<br />
comprenderlo como persona total. El<br />
conocimiento global del estudiante<br />
requiere una comunicación y diálogo<br />
permanente con él y, por su parte,<br />
una participación directa y efectiva en<br />
las acciones educativas, y autonomía<br />
e interacción con la realidad y con los<br />
demás. Sólo así se pueden<br />
comprender sus problemas,<br />
necesidades, circunstancias,<br />
dificultades, actitudes, procesos y<br />
significados personales 231 .<br />
Cabe hacer aquí una importante precisión. Lo anterior tiene el<br />
peligro de la posible intromisión en la vida privada del alumno.<br />
Podrían pretender evaluarse aspectos que él mismo no quiera que se<br />
le evalúen, por no aceptar ciertos valores o ciertas normas de<br />
comportamiento. Tiene, además, la dificultad de tocar aspectos<br />
cercanos al desarrollo hacia la madurez humana y cristiana de la<br />
persona, para lo cual raramente estamos todos cualificados. Se<br />
presta a análisis subjetivos, visión superficial, fobias y filias.<br />
Son limitaciones reales, ante las que cabe aconsejar:<br />
* un trato asiduo con el Espíritu Santo, que es Quien ha de<br />
cambiar a la persona<br />
* llevar a la oración personal a cada uno de los alumnos: hablar<br />
a Dios de cada uno<br />
231 José Jaime Díaz, Conferencia en el Gimnasio Los Pinares, Medellín 1996
137<br />
* tratar al Ángel custodio de los alumnos, de manera personal<br />
* profesar una amistad verdadera, individualizada: no masificar<br />
* mantener abiertos los ojos y los oídos, para observar sus<br />
actitudes y hábitos<br />
* fomentar el trato, la comunicación, la interacción diaria con<br />
sus alumnos<br />
* darle un sentido formativo a la evaluación, nunca un mero<br />
propósito de selección, clasificación o promoción.<br />
* mantener un contacto habitual y cercano con la familia del<br />
alumno<br />
* mantener igualmente un contacto permanente con el director<br />
del grupo y con otros profesores del alumno<br />
* tomar la evaluación más como una ayuda al Proyecto<br />
Personal del alumno, que como una calificación comparativa<br />
con otros compañeros<br />
* hablar a los alumnos de que, al evaluarlos, no se trata de<br />
clasificarlos de mejor a peor, sino de procurar que cada uno<br />
ocupe en el grupo el papel que le corresponde según sus<br />
capacidades: como en una orquesta, cada cual toca el<br />
instrumento que le corresponde, o en un equipo deportivo cada<br />
cual juega en el lugar adecuado.<br />
Por mucho que se consiga, no es razonable intentar una<br />
evaluación que abarque todos y cada uno de los aspectos de<br />
formación en el alumno: basta con estar abiertos y sensibles para<br />
captar el mayor número de matices que reflejen que el resultado<br />
conseguido (la formación cristiana del alumno) es el mejor de<br />
acuerdo a todas las circunstancias. Más que en el método mismo<br />
hemos de pensar en los resultados, los cuales no se miden sólo por lo<br />
que los alumnos sepan en un examen, sino por lo que son capaces de<br />
asimilar y de vivir. Naturalmente no se puede olvidar que cuando se<br />
califica un examen, se está midiendo el nivel de sus conocimientos,<br />
no cómo vive la doctrina. Y es necesario aprender contenidos, porque<br />
las verdades de fe no son algo difuso y etéreo.<br />
La evaluación, especialmente en religión, se podría denominar<br />
con lo que Stephen Covey denomina ganar/ganar, de tal manera que<br />
se libere ese potencial humano individual, se generen oportunidades<br />
de mejora en lugar de centrarse exclusivamente en el rendimiento<br />
académico. Con el sistema de ganar/ganar, cada persona se evalúa a<br />
sí misma. Por eso hay que repensar las formas tradicionales de<br />
evaluación que, con frecuencia, no dicen todo lo que hay dentro de la<br />
persona y son además emocionalmente agotadoras. En ganar/ganar,<br />
cada uno hace su propia evaluación, utilizando los criterios que se ha<br />
ayudado a establecer desde el principio. Si esos criterios han sido<br />
adecuados, el alumno podrá hacer una efectiva evaluación de su<br />
progreso académico y personal. Una vez fijados los criterios, la meta<br />
del profesor es ayudar a sus alumnos a lograr el excelente. Cuando
138<br />
los criterios se determinan en concertación con los alumnos -de<br />
acuerdo con unas bases preestablecidas- es fácil que se involucren<br />
ellos mismos en la evaluación; si, además, se fijan esos parámetros<br />
no con el fin de promover competencias entre ellos sino con la clara<br />
intención de que unos estimulen a los otros, promoviendo, por<br />
ejemplo, el mejoramiento del grupo, los resultados pueden ser<br />
todavía mejores.<br />
Contenido de la Evaluación<br />
Para medir la consecución de los objetivos y competencias<br />
previamente marcados la evaluación debe ser continua: está presente<br />
en todo el proceso educativo, y serán útiles todos los procedimientos<br />
que ayuden, tanto al estudiante como al educador en el proceso de<br />
mejora. Sirvan como ejemplos:<br />
Para lograr evaluar la madurez y estructuración intelectual<br />
- Reflexión sobre situaciones determinadas.<br />
- Saber consultar determinados documentos.<br />
- Enjuiciar acontecimientos concretos a la ley de las fuentes de<br />
la fe.<br />
- Saber opinar sobre actitudes éticas fundamentales etc.<br />
Evaluación de las actitudes observadas:<br />
- Entrevista<br />
- interés en clase<br />
- formación religiosa en general<br />
- realización y presentación de trabajos.<br />
- análisis de casos<br />
- exposiciones personales o en grupo<br />
- escribir ensayos<br />
- etc.<br />
NB. En cuanto a la evaluación de actitudes ha de observarse<br />
que éstas no se toman en el sentido de actitudes profundas y su<br />
postura personal ante la fe, cuyo alcance sólo Dios conoce,<br />
escapando a toda medida humana.<br />
Algunas estrategias de evaluación<br />
Pruebas orales: Permiten al profesor averiguar la seguridad y<br />
el dominio que tiene el alumno sobre la materia, uso del lenguaje<br />
técnico, capacidad de raciocinio ante los problemas planteados. De<br />
esta forma se puede hacer una buena verificación del vocabulario
139<br />
teológico específico. Hay diálogo contacto directo entre profesor -<br />
alumno. Que sean preguntas de razonamiento y aplicación.<br />
Pruebas escritas: Que permitan al alumno reflexionar a solas y<br />
aprender pensando.<br />
Pruebas de libro abierto: Consiste en presentar al alumno<br />
casos reales para un análisis aplicando los principios estudiados en<br />
las diversas soluciones. Es una excelente manera.<br />
Prueba abierta: Son aquellas por las que el alumno puede<br />
exponer sus conocimientos sin otra limitación que la propia de su<br />
enunciado: enumerar, organizar, seleccionar, describir, argumentar,<br />
definir, ejemplificar, explicar, sintetizar, esbozar e interpretar.<br />
Otros procedimientos: Interrogatorios, comunicaciones,<br />
<strong>info</strong>rmes, talleres, discusión dirigida, comentario de textos, valoración<br />
de carteleras, casos, portafolios...<br />
¿ Qué es la evaluación cualitativa?<br />
Incluimos un artículo del experto en Evaluación en un sistema<br />
de Educación Integral, José Jaime Díaz Osorio, sobre el tema 232 .<br />
"Tradicionalmente hemos entendido por evaluación la<br />
acción de calificar los resultados del proceso enseñanza<br />
aprendizaje, distorsionando, así, su verdadero sentido. Un<br />
proceso técnico de evaluación es, ante todo, cualitativo.<br />
Partamos de una de tantas definiciones que pueden darse al<br />
respecto. Evaluar es un proceso continuo y sistemático de<br />
recolección, análisis y valoración de <strong>info</strong>rmación, acerca del<br />
rendimiento académico y de los factores que lo afectan, con<br />
miras a tomar las decisiones pertinentes del refuerzo, ajuste y<br />
correctivos necesarios para el logro de una adecuada<br />
formación, de un aprendizaje efectivo y de la excelencia<br />
académica.<br />
"En el contexto de esta definición, calificar o asignar una<br />
nota cuantitativa, no es de esencia de la evaluación. Lo<br />
fundamental en el proceso evaluativo es el análisis y la<br />
valoración de la <strong>info</strong>rmación para comprobar el logro del<br />
aprendizaje y el crecimiento del estudiante y realizar<br />
oportunamente, la retroalimentación requerida. El paradigma<br />
cuantitativo es secundario. La evaluación debe ser, por<br />
esencia, cualitativa, máxime si se tiene en cuenta que los<br />
comportamientos humanos no son susceptibles de ser medidos<br />
en forma exacta y precisa. Pero, pensar así implica un cambio<br />
total de actitud de los docentes, quienes hemos mitificado las<br />
calificaciones numéricas, hemos creído ciegamente en ellas y<br />
las hemos manejado como instrumento de poder para<br />
conservar la autoridad, controlar la disciplina e incentivar el<br />
aprendizaje. A simple vista la aplicación de calificaciones ha<br />
232 Documento entregado en un foro sobre Educación, Gimnasio Los Pinares,<br />
Medellín, 1996
140<br />
sido tan ritual y rutinaria que el solo pensar en nuevo<br />
paradigma cualitativo de la evaluación nos causa desconcierto<br />
y perplejidad. Estas reflexiones pueden contribuir a una nueva<br />
visión del proceso evaluativo.<br />
"En el proceso de aprendizaje, en el que están<br />
comprometidos por iguales partes educador y educando, lo<br />
fundamental para que haya éxito es la atención a los procesos<br />
y a las causas y factores favorables y desfavorables al proceso<br />
de aprender, antes que por la comprobación del rendimiento.<br />
Debe ser predominante interpretativa, heurística, comprensiva,<br />
hermenéutica, no cuantificadora. La evaluación cualitativa<br />
entiende la necesidad que existe de hacer ajustes<br />
permanentes, reediciones, esfuerzos y complementaciones<br />
constantes. Se vuelve arte, más que técnica, reconoce que no<br />
hay procedimientos ni instrumentos infalibles, sino<br />
multiplicidad de técnicas y de instrumentos. Entiende la<br />
dimensión real y temporal del estudiante en el aquí y en el<br />
ahora, no con promedios ni antecedentes ya superados.<br />
"La evaluación cualitativa, además de las debilidades del<br />
estudiante, descubre fortalezas y oportunidades y considera el<br />
error como algo normal y valioso en el proceso de aprender y<br />
en la construcción de los saberes. Es descriptiva y explicativa<br />
de los procesos que intervienen en el recorrido del aprendizaje<br />
sin preocuparse tanto por la cantidad o el tiempo invertido, con<br />
miras a mejorar cada vez más las potencialidades y disminuir<br />
en alguna forma las debilidades. La evaluación cualitativa no<br />
delega en un examen la responsabilidad de establecer el<br />
rendimiento del estudiante, sino que responsabiliza al educador<br />
por el logro de la excelencia educativa en forma<br />
individualizada, no masificada. Se preocupa por el desarrollo y<br />
crecimiento de todos los alumnos, de acuerdo con sus<br />
características, y no únicamente por el de los mejores. Lleva al<br />
estudiante a competir permanentemente consigo mismo, no<br />
con sus compañeros. Afianza la individualidad para la<br />
cooperación, no para la competencia, enriqueciendo de esta<br />
manera el rendimiento del grupo.<br />
"La evaluación cualitativa detecta las fallas<br />
oportunamente, cuando aún hay tiempo y posibilidad de<br />
corregirlas, por lo cual, relacionándola con la cuantitativa,<br />
podría decirse que empieza donde termina la medición. Es<br />
analítica e individual y no comete el disparate, como ha<br />
ocurrido hasta ahora, de sumar cantidades heterogéneas o<br />
promediar magnitudes no mensurables. En el estudiante,<br />
busca desarrollar actitudes de aprender por aprender, no por<br />
obtener una nota o calificación. Atiende a los procesos<br />
personales subyacentes para el aprender y explica los fracasos<br />
desde los factores específicos y particulares del individuo, a<br />
partir de un diagnóstico claro y preciso para poder aplicar los<br />
correctivos apropiados.<br />
"Haciendo una analogía con el campo de la medicina, es<br />
la relevancia de la etiología frente a la sintomatología. Lo<br />
importante no es la fiebre sino sus causas, y éstas son, ante
141<br />
todo, individuales. Igualmente, en el aprendizaje lo importante<br />
no es el resultado, bueno o malo, sino cómo se llegó a él. Las<br />
variables que participan en la construcción del conocimiento y<br />
que llevan a su determinado desempeño en cuanto al<br />
rendimiento, son muchas y de naturaleza compleja. Es función<br />
de la evaluación, desde su paradigma cualitativo, no<br />
cuantitativo, descubrirlas, interpretarlas y buscarles solución<br />
oportuna y adecuada. Lo anterior implica un conocimiento<br />
fondo del estudiante y de sus características particulares.<br />
"En este sentido, la evaluación cualitativa debe ser un<br />
proceso continuo, dinámico, no estático ni terminal, lo cual<br />
implica tener una visión holística del proceso del aprendizaje y<br />
no una decisión simplista y unilateral sobre los resultados. La<br />
compleja realidad del aprender tiene lugar en un contexto que<br />
trasciende la simple medición aislada y esporádica de<br />
resultados. En dicho contexto, el estudiante es un individuo<br />
(diferente a otros) en continuo crecimiento y desarrollo, con<br />
características particulares para las cuales es imposible utilizar<br />
patrones homogéneos de medición. Es como si el médico, a<br />
todos los pacientes con 39 grados de fiebre les formulara la<br />
misma aspirina, sin estudiar a fondo cada una de las causas<br />
particulares.<br />
"La evaluación cualitativa rechaza la unidad de<br />
instrumentos de evaluación y aboga por un pluralismo de<br />
acuerdo con el contexto, los procesos y las características<br />
individuales y grupales. En esa visión holística ya mencionada,<br />
tiene en cuenta la interrelación entre evaluador y evaluado,<br />
donde las actitudes y valores del evaluador afectan al evaluado<br />
y son parte de la realidad evaluada. Nos hemos acostumbrado<br />
a la evaluación grupal y hemos olvidado que cada individuo es<br />
único, con diferencias y situaciones específicas particulares y<br />
que cada proceso es también único.<br />
"Cuando la evaluación deja de preocuparse por el<br />
paradigma cuantitativo, se preocupa por entender el<br />
rendimiento en el aprendizaje y sus procesos, no por<br />
cuantificarlo ni por elaborar promedios o establecer porcentajes<br />
de logros. Busca una explicación desde dentro del individuo,<br />
no desde fuera, reconociendo el carácter progresivo del<br />
aprender, pasando por ensayos y errores, dándole así, a la<br />
evaluación un fundamento más humanista y orientador que<br />
técnico.<br />
"En síntesis, la evaluación cualitativa lleva a la<br />
motivación intrínseca; apunta más a la formación que a la<br />
<strong>info</strong>rmación, y proporciona un punto de vista sistémico del<br />
proceso enseñanza-aprendizaje, enriquecido y desarrollado en<br />
el contexto de la investigación educativa que asume un nuevo<br />
paradigma ecológico, integrado, holístico, no parcial ni<br />
limitado. Lo difícil es sacar al educador, como afirma Mosse<br />
Jargensen en su libro “Una Escuela para la Democracia”, de la<br />
eterna mentira de creer que las calificaciones son la verdadera<br />
motivación que lleva al estudiante a aprender. Los alumnos<br />
que aspiran, ante todo, a los buenos promedios y a las buenas
142<br />
notas, tienen una falsa motivación. El maestro que no se da<br />
cuenta de ello vive en una mentira. Quitándosela se le obliga a<br />
crear una verdadera motivación y quizás se sentirá desdichado<br />
por eso. Al fin y al cabo, es cierto lo que afirma el dramaturgo<br />
noruego Enrique Ibsen, en su obra, El Pato Salvaje: quitadle al<br />
hombre la mentira que está en la base de su vida y le quitaréis<br />
la dicha. El paso de la evaluación cuantitativa a la cualitativa<br />
será cirugía dolorosa y lenta aunque no imposible".
TERCERA PARTE<br />
I<strong>DE</strong>AS-MADRE<br />
EN <strong>LA</strong> TRANSMISIÓN <strong>DE</strong> <strong>LA</strong> <strong>FE</strong><br />
143
144<br />
En la primera parte de este libro hemos ofrecido algunas que<br />
consideramos líneas maestras en la enseñanza de la Religión, de tal<br />
manera que se facilite a los alumnos su plena asimilación para que<br />
lleven una conducta cristiana coherente. Queremos destacar, en esta<br />
tercera parte, las que denominamos Ideas-Madre en la educación<br />
religiosa, por su trascendencia y porque consideramos que no pueden<br />
faltar como soporte de un Proyecto de Educación en la Fe. Con el<br />
anhelo de que los bachilleres tengan no sólo muy claras sus ideas, sino<br />
que hayan logrado interiorizarlas, hacerlas vida, convertirlas en marco<br />
de referencia para todo su comportamiento a lo largo de los años. Son<br />
ideas que no se deberían olvidar, que conviene grabar a fuego en sus<br />
corazones si se pretende que la vida cristiana se haga realidad en su<br />
existencia. En la enseñanza de la religión son muchas las cuestiones<br />
que desaparecerán de la memoria de los estudiantes. Por eso, parece<br />
oportuno intentar que queden en su memoria, como algo aprendido y<br />
ya comenzado a vivir, unos pocos criterios, válidos para cualquier<br />
circunstancia, fundamentales, necesarios 233 .<br />
233 Las páginas que siguen están inspiradas en criterios de formación impartidos, a lo<br />
largo de su vida, por el Beato Josemaría Escrivá. Seguimos, como guía central,<br />
diversos artículos del libro: Mons. Escrivá de Balaguer y el Opus Dei, Ediciones<br />
Universidad de Navarra, Pamplona, 1985, AAVV. Es por eso que buena parte de las<br />
referencias pertenezcan a palabras del Fundador del Opus Dei.
1. UNIDAD <strong>DE</strong> VIDA<br />
145<br />
En una homilía que pronunció el Fundador del Opus Dei en el<br />
campus de la Universidad de Navarra, el 8 de octubre de 1967,<br />
refiriéndose a un aspecto esencial de sus enseñanzas, expresaba:<br />
Yo solía decir a aquellos universitarios y a<br />
aquellos obreros que venían junto a mí por<br />
los años treinta, que tenían que saber<br />
materializar la vida espiritual. Quería<br />
apartarlos así de la tentación, tan frecuente<br />
entonces y ahora, de llevar como una doble<br />
vida: la vida interior, la vida de relación con<br />
Dios, de una parte; y de otra, distinta y<br />
separada, la vida familiar, profesional y<br />
social, plena de pequeñas realidades terrenas<br />
(...). Hay una única vida, hecha de carne y<br />
de espíritu, y ésa es la que tiene que ser -<br />
en el alma y en el cuerpo - santa y llena de<br />
Dios: a ese Dios invisible, lo encontramos en<br />
las cosas más visibles y materiales 234 .<br />
La educación personal está dirigida siempre en busca de un<br />
objetivo central, ya mencionado en páginas anteriores: la unidad de<br />
vida, que es el aspecto clave por el que cualquier circunstancia se<br />
convierte en oportunidad de perfeccionamiento completo. A la madurez<br />
sólo se llega cuando todos los aspectos de la existencia están íntimamente<br />
fundidos entre sí, no inconexos ni incomunicados. Ser maduro<br />
es estar integrado en una unidad no solamente orgánica sino esencial y<br />
existencial. El ser maduro unifica en torno a sí los elementos<br />
heterogéneos de que se compone la rica trama de la existencia<br />
humana. El hombre no es un conglomerado de actividades diversas,<br />
sino un ser uno, capaz de poner su sello personal en las diferentes<br />
manifestaciones de su vida. Además de la unidad entitativa del<br />
viviente, la vida humana posee cierta unidad dinámica, operativa,<br />
derivada de la conexión entre los principios inmediatos de operaciones<br />
y, sobre todo, de la finalidad última a la que se dirige ese operar, que<br />
necesariamente es única.<br />
El ser humano es una realidad nunca acabada. Por ello, en el<br />
plano existencial del dinamismo humano, la unidad es una meta; y la<br />
construcción de la unidad, una tarea que se fundamenta, sobre todo,<br />
en el designio de Dios sobre el hombre, en la gracia y en la libre<br />
correspondencia a esa gracia. Toda la vida del hombre es una tarea de<br />
234 Conversaciones, n. 114
146<br />
construcción de la unidad de vida, la cual se alcanza cuando se llega a<br />
la armonía entre lo espiritual y lo corporal; sentidos, pasiones, razón y<br />
fe; contingencia y eternidad; virtudes humanas y sobrenaturales;<br />
ámbito natural y sobrenatural; doctrina y vida; obediencia y libertad;<br />
santificación, trabajo y apostolado; contemplación y acción; dolor y<br />
alegría. En una palabra, cuando se logra la coherencia entre todas las<br />
dimensiones que expresan la riqueza inefable del ser humano. La<br />
unidad de vida es el soporte último y la expresión más acabada de<br />
madurez: por eso se manifiesta mejor en la participación de la<br />
suprema unidad de lo divino y lo humano realizada en la Encarnación<br />
del Hijo de Dios, en Cristo, en quien se cumple la perfecta y definitiva<br />
Alianza entre Dios y el hombre, entre el Cielo y la tierra.<br />
¿Qué es la unidad de vida?<br />
La unidad de vida es la unión indisoluble de nuestro trabajo con<br />
la oración, el sacrificio y la acción apostólica. De tal manera que cada<br />
actividad nuestra sea a la vez y simultáneamente: obra de amor<br />
sacrificado a Dios, anuncio del Evangelio, punto de encuentro con los<br />
demás, entrega. Mediante la unidad de vida todo trabajo se hace<br />
oración y todo rato de oración esforzada es labor apostólica. El<br />
apostolado, la oración y el trabajo forman una sola cosa: la vida<br />
contemplativa, en la que se procura cumplir la voluntad de Dios en el<br />
trabajo, contemplar su presencia, trabajar por amor a Dios y a los<br />
demás, convirtiendo todo en ocasión no sólo de un encuentro con<br />
Jesucristo, sino también en ocasión de apostolado.<br />
El drama de la sociedad actual, está marcado por una crisis de<br />
unidad de vida de los cristianos. Lo afirma el Concilio Vaticano II: La<br />
ruptura entre la fe y la vida diaria de muchos debe ser considerada como uno<br />
de los más graves errores de nuestra época 235 . Se percibe en la corrupción<br />
moral de tantos que se proclaman católicos practicantes; es la razón<br />
por la que un sicario lleva varios escapularios al cuello, se encomienda<br />
a la Virgen, va al templo a dar gracias por el éxito de su `trabajo'; o<br />
que se prendan velas y se hagan altares en la misma casa donde se<br />
tiene un secuestrado; o que cristianos `piadosos' traten con injusticia<br />
a sus empleados. Toda dicotomía entre la fe y la vida, la falta de<br />
coherencia, es una señal clara de que la unidad de vida se ha roto.<br />
Lo primero en lo que pensamos al hablar de unidad de vida es<br />
que con ella se llega a tener intimidad con Dios en las cosas ordinarias,<br />
a lo largo de todo el día. Lo enseña el libro del Eclesiastés, cuando<br />
alaba a aquel que en todas sus ocupaciones, en cualquier actividad, levanta<br />
el corazón a Dios 236 . Se trata de intentar que todas las acciones, en<br />
cualquier circunstancia de la vida, se conviertan en ocasión de amar a<br />
235 Gaudium et spes, n.43<br />
236 Eccli 47,10
147<br />
Dios, de hacer su Voluntad: que todo esté dirigido hacia la gloria de<br />
Dios. En sentido contrario, iría orientado hacia el amor propio, aunque<br />
se disfrace con afanes más nobles. Unidad de vida implica comportarse<br />
siempre como hijo de Dios; de este modo todas las acciones, aún las<br />
más sencillas, adquieren una impronta clara, una coherencia sin<br />
fracturas.<br />
Os aseguro, hijos míos, que cuando un<br />
cristiano desempeña con amor lo más<br />
intrascendente de las acciones diarias,<br />
aquello rebosa de la trascendencia de Dios.<br />
Por eso os he repetido, con un repetido<br />
martilleo, que la vocación cristiana consiste<br />
en hacer endecasílabos de la prosa de cada<br />
día. En la línea del horizonte, hijos míos,<br />
parecen unirse el cielo con la tierra. Pero no,<br />
donde de verdad se juntan es en vuestros<br />
corazones, cuando vivís santamente la vida<br />
ordinaria 237<br />
Cuando hay unidad de vida, el trabajo es oración; el estudio es<br />
oración; el amor humano, el sufrimiento, la diversión, las alegrías:<br />
todo es oración, todo puede llevar a Dios y conducir hacia los demás<br />
en ademán de ayudarles a encontrar también a Dios en su trabajo o<br />
en su hogar. Trabajo y hogar, que deben vivirse con la mayor<br />
perfección posible, cuidando los detalles, porque para que sea agradable<br />
a Dios, la obra tiene que ser sin defecto. Por eso, un cristiano no puede<br />
llevar como una doble vida, separada, sino que tiene que integrarlo<br />
todo en la única realidad de su filiación divina: saberse hijo de Dios y<br />
vivir como tal.<br />
Unidad de vida y Eucaristía<br />
Esta unidad tiene como su centro y raíz la Eucaristía. Se nutre de<br />
la celebración de la Santa Misa, donde el sacerdote se identifica<br />
misteriosa, pero realmente, con Cristo. De allí, de la Misa, fluye todo lo<br />
demás; y en la Misa confluye todo lo nuestro. Apoyados en la santa<br />
Misa, buscamos a Dios todo el día, en los avatares de nuestro trabajo,<br />
intentado tener una continua presencia de Dios, cultivando el espíritu<br />
de sacrificio y abnegación; sintiendo con intensidad de niño pequeño la<br />
filiación divina, que nos conduce a la fe, al abandono en Dios, a la<br />
aceptación alegre de la divina voluntad.<br />
En torno a este Centro fluirán espontáneamente los que el<br />
Concilio denomina medios `comunes y particulares, nuevos y antiguos'<br />
de santidad y búsqueda de Dios: la vida de oración; las mortificaciones<br />
y sacrificios concretos, buscados o encontrados sin buscarlos; la<br />
237 Conversaciones, n.116
148<br />
lectura espiritual. Y el examen de conciencia en conexión viva con la<br />
confesión frecuente; la devoción a la Virgen; el trabajo intenso,<br />
constante y ordenado; el aprovechamiento de los retiros espirituales y<br />
su prolongación a lo largo del año en los retiros mensuales. La<br />
necesaria dirección espiritual, que tiene como finalidad ir recibiendo<br />
ayuda para hacer realidad esta unidad de vida. Las prácticas<br />
espirituales, para quien vive la unidad de vida, no son normas rígidas,<br />
compartimentos estancos: señalan un itinerario flexible, acomodado a<br />
nuestras circunstancias concretas de cristianos llamados por muchas y<br />
muy diversas ocupaciones, que tienen, sin embargo, un hilo<br />
conductor: buscar, encontrar, tratar, amar y seguir a Jesucristo.<br />
Vividas así<br />
esas prácticas te llevarán, casi sin<br />
darte cuenta, a la oración<br />
contemplativa. Brotarán de tu alma<br />
más actos de amor, jaculatorias,<br />
acciones de gracias, actos de<br />
desagravio, comuniones espirituales. Y<br />
esto, mientras atiendes tus<br />
obligaciones: al descolgar el teléfono,<br />
al subir a un medio de transporte, al<br />
cerrar o abrir una puerta, al pasar<br />
ante una iglesia, al comenzar una<br />
nueva tarea, al realizarla y al<br />
concluirla; todo lo referirás a tu Padre<br />
Dios 238<br />
Para quien vive esta unidad toda su vida se nutre de la<br />
Eucaristía, se enciende en ratos de oración, se alimenta de<br />
jaculatorias, comuniones espirituales, actos de amor y desagravio,<br />
miradas a la imagen de nuestra Señora; y pequeños sacrificios; y<br />
obras sencillas de caridad y delicadeza con los que conviven con<br />
nosotros; sonrisas y alegría. Así se convierte nuestra jornada, con<br />
naturalidad y sin espectáculo, en una alabanza continua a Dios; nos<br />
mantenemos en su presencia, como los enamorados. Y se sabe<br />
descubrir ese algo santo, divino, escondido en las realidades sencillas.<br />
La oración se hace continua, como el latir del corazón, como el pulso.<br />
Sin esa presencia de Dios no hay vida contemplativa; y sin vida<br />
contemplativa de poco vale trabajar porque en vano se esfuerzan los que<br />
construyen, si Dios no sostiene la casa 239 .<br />
Todo está dirigido al amor de Dios, manteniendo vivo el amor a<br />
los demás.<br />
238 Amigos de Dios, n.149<br />
239 Ps 126, 1
149<br />
De este modo, hasta esas facetas que<br />
podrían considerarse más privadas e íntimas<br />
-la preocupación por el propio mejoramiento<br />
interior- no son en realidad personales:<br />
puesto que la santificación forma una sola<br />
cosa con el apostolado. Nos hemos de<br />
esforzar, por tanto, en nuestra vida interior y<br />
en el desarrollo de las virtudes cristianas,<br />
pensando en el bien de toda la Iglesia, ya<br />
que no podríamos hacer el bien y dar a<br />
conocer a Cristo, si en nosotros no hubiera<br />
un empeño sincero por hacer realidad<br />
práctica las enseñanzas del Evangelio.<br />
Impregnados de ese espíritu, nuestros rezos,<br />
aun cuando comiencen por temas y<br />
propósitos en apariencia personales, acaban<br />
siempre discurriendo por los cauces del<br />
servicio a los demás 240 .<br />
O sea, que unidad de vida significa: unir caridad con santidad;<br />
amistad con santidad; trabajo con santidad; vida de familia con<br />
santidad; lucha contra los defectos con santidad; fraternidad y<br />
santidad. Aunque referido a los sacerdotes, vale bien para todo<br />
cristiano la síntesis que ofrecía el Papa Pablo VI:<br />
!Cuántos problemas y peligros, cuántas<br />
angustias se evitarían si se mantuviese y<br />
acrecentase esa vida interior, fuente de<br />
serenidad personal y de eficacia: la que<br />
encuentra su centro en la Misa, se sostiene<br />
en la meditación y con el coloquio de las<br />
visitas eucarísticas, con la devoción filial a la<br />
Madre de Dios y Madre nuestra, con la<br />
dirección espiritual, abierta y confiada, con el<br />
ejercicio ascético, incluso del pequeño<br />
sacrificio que dispone al heroísmo! ¿Serán<br />
acaso prácticas superadas y pasadas de<br />
moda? !No! Que son ahora, como lo fueron<br />
antes, la norma segura para poner en la<br />
propia persona y en la actividad el signo del<br />
alter Christus. Más aún, ellas ofrecerán<br />
manantial puro de renovación perenne, de<br />
progreso y de desarrollo 241 .<br />
La unidad de vida hace que todas las acciones, por pequeñas y<br />
profanas que parezcan sean purificadas -por el amor con se hacen-;<br />
santificadas -por la rectitud de intención que se ponga en ellas-; y<br />
elevadas al orden de la gracia - fundamentando su eficacia en razones<br />
240 Es Cristo que pasa, n.145<br />
241 Pablo VI, Discurso a los sacerdotes del Colegio Español, Roma 1965.
150<br />
de orden sobrenatural por la unión con Dios en la que son cumplidas;<br />
y, por lo mismo, convertidas en eficaces instrumentos de apostolado.<br />
Es, algo así como un instinto sobrenatural: una acción divina que fluye<br />
-que debe fluir- con la naturalidad con la que mana el agua de la<br />
fuente donde nace. No se distingue -no se debería distinguir- entre el<br />
trabajo y la oración; entre la vida interior y la actividad exterior. Todo<br />
es lo mismo, porque todo parte de Dios y tiende a Dios. Tiene que<br />
llegar el momento en que no es posible distinguir cuándo se trabaja,<br />
se reza o se sirve a los demás: sin dejar de ser acción humana, todo<br />
es también obra de Dios.<br />
El esfuerzo por adquirir la unidad de vida<br />
Esta unidad implica:<br />
-unidad interior: armonía consigo mismo;<br />
-unidad social: armonía con la realidad circundante y con las<br />
personas;<br />
-unidad trascendental: armonía con el destino trascendente.<br />
Para lograrla se requieren principios sólidos, fines bien definidos,<br />
valores altos. La armonía entre lo presente, lo pasado y lo futuro; entre<br />
lo que parece pequeño y lo que se tiene como demasiado grande; lo<br />
que se vive en la inmediatez de un instante y lo que parece durar toda<br />
la vida; entre la realidad afectada por la contingencia y la que tiene<br />
repercusiones eternas. Porque el ser humano es todo eso: espíritu y<br />
materia, cuerpo y alma, sentidos y potencias intelectivas, temporalidad<br />
y eternidad; dolores y placeres, tristezas y alegrías.<br />
Vivir de acuerdo con esta condición humana es madurez,<br />
riquísima de significados y de realidades, para darle a lo temporal,<br />
valor de eternidad; conducir todas las cosas con amor; llenar de<br />
trascendencia lo que se hace. De este modo, todo adquiere valor y<br />
sentido. Y, si se mira desde el balcón de la fe -como debe ser la<br />
mirada de un cristiano-, la unidad de vida conduce inexorablemente a<br />
la santidad. Los valores y virtudes humanas, sirven de base para los<br />
sobrenaturales. La fe no aniquila lo humano, sino que lo sana y eleva,<br />
restituyéndole su plenitud. Por eso, el hombre de fe encuentra la<br />
cúspide del proceso de maduración personal en la posibilidad de<br />
entregar su vida a Dios, que es la expresión más acabada de la unidad<br />
de vida. Es entonces cuando puede, con natural sobrenaturalidad,<br />
hablar de Tú a Dios, mirarle lleno de confiada sencillez a los ojos,<br />
amarle sin medida, sabiéndose igualmente amado, hasta la locura de<br />
Belén, de la Cruz, de la Eucaristía. Y de la Gloria.<br />
María y la unidad de vida
151<br />
La clave para entender la santidad de la Virgen María, está<br />
precisamente en su unidad de vida. Comprender que la vida ordinaria<br />
puede ser santa y llena de Dios.<br />
242 Es Cristo que pasa, n.148<br />
No olvidemos que la casi totalidad de los días<br />
que Nuestra Señora pasó en la tierra<br />
transcurrieron de una manera muy parecida<br />
a las jornadas de otros millones de mujeres,<br />
ocupadas en cuidar de su familia, en educar<br />
a sus hijos, en sacar adelante las tareas del<br />
hogar. María santifica lo más menudo, lo que<br />
muchos consideran erróneamente como<br />
intrascendente y sin valor: el trabajo de cada<br />
día, los detalles de atención hacia las<br />
personas queridas, las conversaciones y las<br />
visitas con motivo de parentesco o de<br />
amistad. !Bendita normalidad, que puede<br />
estar llena de tanto amor de Dios! Porque<br />
eso es lo que explica la vida de María, su<br />
amor. Un amor llevado hasta el extremo,<br />
hasta el olvido completo de sí misma,<br />
contenta de estar allí donde la quiere Dios, y<br />
cumpliendo con esmero la voluntad divina.<br />
Eso es lo que hace que el más pequeño<br />
gesto suyo no sea nunca banal, sino que se<br />
manifieste lleno de contenido. María, Nuestra<br />
Madre, es para nosotros ejemplo y camino.<br />
Hemos de procurar ser como Ella, en las<br />
circunstancias concretas en las que Dios ha<br />
querido que vivamos 242 .
II E L T R A B A J O,<br />
CONTINUACIÓN <strong>DE</strong> <strong>LA</strong><br />
OBRA <strong>DE</strong> DIOS<br />
152<br />
El trabajo es el destino natural del ser humano. Con él, el<br />
hombre transforma la naturaleza que le ha sido confiada. Además -y<br />
es más importante- se realiza a sí mismo como hombre: se hace<br />
mejor. El hombre hace el trabajo y el trabajo hace al hombre. Por ser<br />
la educación una continuación de la generación, es decir, una<br />
generación prolongada en el tiempo, se puede deducir la importancia<br />
que el trabajo tiene en la educación: es el quicio sobre el que se<br />
apoya todo el proceso educativo. Eso explica, por ejemplo, que la<br />
creación se presente en forma de un trabajo de Dios, realizado en un<br />
tiempo determinado y finalizado por el descanso divino. Éste tiene<br />
dos sentidos: el descanso hace parte del trabajo, y que una vez<br />
creado el ser humano Dios ya puede descansar, porque el hombre<br />
continuará su obra.<br />
El trabajo es una de las realidades más importantes de la vida<br />
humana. Es:<br />
* testimonio de la dignidad del hombre<br />
* ocasión de desarrollo de su personalidad<br />
* vínculo de unión con los demás<br />
* fuente de recursos para sostener familia<br />
* contribución a mejorar la sociedad<br />
* fuente de progreso de la humanidad<br />
* elemento fundamental de la vida humana<br />
Para nosotros, educadores, el trabajo se constituye en el<br />
soporte sobre el que se apoya toda nuestra labor, puesto que el<br />
trabajo es el medio a través del cual el ser humano llega a ser<br />
aquello a lo que está destinado, de acuerdo con su propia vocación. El<br />
proyecto divino con respecto a cada hombre o mujer, sólo se puede<br />
llevar a cabo mediante el trabajo que cada uno haga sobre sí mismo,<br />
ayudado por quienes tenemos el deber de contribuir a que ese<br />
proyecto se haga realidad. Se puede decir que sólo mediante el<br />
trabajo, Dios puede realizar su obra sobre el hombre. Y la obra de<br />
Dios, se realiza en tres etapas, que son también aquellas que nos<br />
corresponde comprender y vivir a nosotros los educadores. Hasta<br />
lograr la unidad de vida, que es la meta y el camino necesario hacia<br />
la vida eterna. Por eso es importante unir el trabajo a la educación y<br />
ésta a la vida de unión con Dios: mediante el trabajo el hombre se
hace hombre; y mediante el trabajo convertido en oración el hombre<br />
se hace santo.<br />
Hacia una espiritualidad del trabajo: El Evangelio del trabajo<br />
153<br />
Hace falta el esfuerzo interior del espíritu<br />
humano, guiado por la fe, la esperanza y la<br />
caridad, con el fin de dar al trabajo del<br />
hombre concreto, aquel significado que el<br />
trabajo tiene ante los ojos de Dios, y<br />
mediante el cual entra en la obra de la<br />
salvación(...). La Iglesia ve como un deber<br />
particular suyo formar en una espiritualidad<br />
del trabajo que ayude a todos los hombres a<br />
acercarse a través de él a Dios, Creador y<br />
Redentor, a participar en sus planes<br />
salvíficos respecto al hombre y al mundo, y<br />
a profundizar en sus vidas la amistad con<br />
Cristo, asumiendo mediante la fe una viva<br />
participación en su triple misión de<br />
Sacerdote, Profeta y Rey, tal como lo<br />
enseña con expresiones admirables el<br />
Concilio Vaticano II 243 .<br />
El trabajo continúa la obra creadora de Dios Padre<br />
santificar el trabajo<br />
En la palabra de la divina Revelación está<br />
inscrita muy profundamente esta verdad<br />
fundamental, que el hombre, creado a<br />
imagen de Dios, mediante su trabajo<br />
participa en la obra del Creador, y según la<br />
medida de sus propias posibilidades, en<br />
cierto sentido continúa desarrollándola y la<br />
completa, avanzando cada vez más en el<br />
descubrimiento de los recursos y de los<br />
valores encerrados en todo lo creado 244<br />
La descripción de la creación es, en cierto sentido el primer<br />
evangelio del trabajo. Allí se demuestra en qué consiste su dignidad:<br />
en que el hombre, trabajando, imita a Dios, su Creador, por ser<br />
portador de una particular semejanza con Dios. Por eso, tanto en su<br />
trabajo como en su descanso, copia y continúa la obra creadora. La<br />
conciencia de que el trabajo humano es una participación en la obra<br />
de Dios, debe llegar incluso a los quehaceres más ordinarios, a los<br />
deberes cotidianos, a las realidades sencillas que Cristo mismo vivió a<br />
243 Laborem exercens, n. 24<br />
244 o.c., n. 25.
154<br />
lo largo de toda su vida oculta en Nazaret, en el hogar y en el taller<br />
de José. Al realizar cualquier trabajo hay que pensar que con él se<br />
completa la obra del Creador, al tiempo que se sirve a los hermanos<br />
y se contribuye de modo personal a que se cumplan los designios de<br />
Dios en la historia.<br />
El concilio Vaticano II habló de que el trabajo es una<br />
prolongación de la obra del Creador, una aportación personal a la<br />
realización del plan de la Providencia en la historia, un modo de colaborar<br />
en la terminación de la creación divina 245 . La misión del trabajo humano<br />
es servir de medio al hombre para alcanzar la participación en la<br />
acción creadora, prolongándola y poniéndola de relieve en la<br />
glorificación de Dios.<br />
Esto lleva a santificar el trabajo, haciéndolo siempre lo mejor<br />
posible, comprendiendo su dignidad, no haciendo distinción entre los<br />
hombres por razón del trabajo que realizan: el trabajo, todo trabajo<br />
honesto, dignifica al hombre; y el hombre, al realizar bien cualquier<br />
tipo de trabajo, dignifica dicha labor.<br />
Continuación de la obra redentora de Dios Hijo:<br />
santificarse en el trabajo<br />
Mediante la labor encomendada al ser humano, se debía<br />
continuar la obra comenzada por Dios. Pero el plan divino encontró el<br />
obstáculo del pecado. Cuando el hombre rechaza por orgullo a Dios,<br />
el trabajo sufre las consecuencias: trabajarás con dolor. Esto significa<br />
que el sacrificio requerido para trabajar y para trabajar bien, debe<br />
vincularse con la obra de la Redención. El esfuerzo humano está<br />
amenazado por la soberbia, el egoísmo, el afán desordenado de lucro.<br />
Y, así, se desvía del verdadero fin. Como toda actividad humana<br />
necesita entonces ser rescatado del pecado: debe darse un vínculo<br />
entre la Redención y la transformación del mundo por medio del<br />
trabajo. Para que no derive en mal del hombre, se requiere de la<br />
gracia de Dios. Con lo que el trabajo pasa a ocupar, por obra de<br />
Cristo Redentor, un puesto realmente positivo en la santificación.<br />
Esto se ve muy claro cuando se piensa en la importancia<br />
redentora de los primeros treinta años de la vida de Jesús. El<br />
Evangelio del trabajo, según expresión del Papa Juan Pablo II, llega a<br />
la plenitud en la vida de Jesús, quien perteneció al mundo de los<br />
trabajadores, miró con amor y respeto toda tarea humana, que en<br />
sus diversas manifestaciones se muestra que como participación no<br />
sólo en la obra creadora -atribuida a Dios Padre- sino también en la<br />
obra redentora que Cristo venía a realizar. El hombre y la mujer al<br />
trabajar, no se limitan a transformar las cosas y la sociedad, sino que<br />
245 Gaudium et Spes, nn. 34 y 67
se perfeccionan, se realizan como seres humanos, se hacen a sí<br />
mismos, se hacen mejores.<br />
Todo trabajo, material o intelectual, está unido inevitablemente<br />
a la fatiga y, mediante ella, se une también a la cruz de Cristo.<br />
155<br />
El sudor y la fatiga, que el trabajo<br />
necesariamente lleva en la condición actual<br />
de la humanidad, ofrecen al cristiano y a<br />
cada hombre, que ha sido llamado a seguir<br />
a Cristo, la posibilidad de participar en el<br />
amor a la obra que Cristo vino a realizar.<br />
Esta obra de salvación se realizó a través<br />
del sufrimiento y de la muerte de cruz.<br />
Soportando la fatiga del trabajo en unión<br />
con Cristo crucificado por nosotros, el<br />
hombre colabora en cierto modo con el Hijo<br />
de Dios en la redención de la humanidad. Se<br />
muestra verdaderamente discípulo de Jesús<br />
llevando a su vez la cruz de cada día en la<br />
actividad que ha sido llamado a realizar 246 .<br />
El entrar como elemento fundamental en el plan de Dios sobre<br />
el hombre y en la imitación de Jesús, el trabajo se convierte en un<br />
medio privilegiado de santificación, puesto que ésta es, antes que<br />
nada, la realización de la Voluntad de Dios y la participación en la<br />
vida de Cristo.<br />
Os recuerdo una vez más que todo eso no<br />
es ajeno a los planes divinos. Vuestra<br />
vocación humana es parte, y parte<br />
importante, de vuestra vocación divina. Esta<br />
es la razón por la que os tenéis que<br />
santificar..., precisamente santificando<br />
vuestro trabajo 247 .<br />
Esto, a condición de que sea vivido en un contexto de oración,<br />
de sacrificio, de vida interior y de unión a Dios. Donde quiera que<br />
estemos, en medio del rumor de la calle y de los afanes humanos -en<br />
la fábrica, en la universidad, en las labores agrícolas, en la oficina, o<br />
en el hogar, en el deporte, lo mismo que en el lecho de enfermo o en<br />
una excursión por el campo-, nos encontraremos en la serena<br />
contemplación propia de los hijos de Dios, en un constante diálogo<br />
con quien sabemos nos ama. El trabajo, realizado cara a cara con<br />
Dios, conscientes de su presencia, se puede orar sin interrupción, con<br />
el mismo espíritu de las personas contemplativas, poniendo en juego<br />
las virtudes de la fe, la esperanza y el amor, en las que está la<br />
246 Laborem Exercens, n. 27<br />
247 Es Cristo que pasa, n. 46
156<br />
cumbre de la vida cristiana. La fe, se actualiza en la misma<br />
conversación con Dios que está como escondido en el centro del alma<br />
en gracia. La esperanza, se vive, mientras se persevera en la labor<br />
comenzada, con el convencimiento de que se trata de un camino para<br />
llegar a Dios: Porque fuiste fiel en lo poco, entra en el gozo de tu<br />
Señor, dice Jesús al destacar la eficacia sobrenatural de perseverar<br />
en la personal responsabilidad haciendo rendir el talento recibido. Y el<br />
amor, que es el componente esencial de toda obra bien hecha, hasta<br />
el detalle más pequeño, por el que podemos servir a los demás, con<br />
generosidad y sacrificio.<br />
Perpetúa la obra santificadora del Espíritu Santo:<br />
santificar a los demás por medio del trabajo<br />
En el trabajo, merced a la luz que penetra<br />
dentro de nosotros por la Resurrección de<br />
Cristo, encontramos un tenue resplandor de<br />
la vida nueva, casi como un anuncio de los<br />
“nuevos cielos y otra tierra nueva” 248 .<br />
La palabra de Dios advierte que de nada le sirve al hombre ganar<br />
todo el mundo si se pierde a sí mismo, si pierde su alma 249 . Es el anuncio<br />
que hemos de hacer a quienes trabajan con nosotros: que no pierdan<br />
el sentido sobrenatural de sus vidas, que conserven la rectitud de<br />
intención, que no olviden la gloria de Dios al trabajar, que piensen en<br />
la vida eterna, que se acuerden de que no tenemos aquí morada<br />
permanente. De esta manera, haciendo apostolado a través de las<br />
relaciones de amistad que surgen en el trabajo, participamos en la<br />
obra santificadora de Dios, realizada por el Espíritu Santo.<br />
El cristiano que está en actitud de escucha<br />
de la palabra del Dios vivo, uniendo el<br />
trabajo a la oración, sepa qué puesto ocupa<br />
su trabajo no sólo en el progreso terreno,<br />
sino también en el desarrollo del Reino de<br />
Dios, al que todos somos llamados con la<br />
fuerza del Espíritu Santo y con la palabra<br />
del Evangelio 250 .<br />
En cuanto medio de santificación, el trabajo no debe limitarse a<br />
la esfera personal: tiene que ayudar al mejoramiento espiritual de los<br />
demás. El trabajo es factor de solidaridad humana, de acercamiento<br />
entre los hombres, de cohesión social: produce entre los miembros<br />
del cuerpo social una profunda interdependencia. Por lo mismo,<br />
afecta al crecimiento del Reino de Dios en el mundo: todo lo que<br />
248 Laborem exercens n. 27<br />
249 Cfr. Luc, 9, 25<br />
250 Laborem exercens, n. 27
157<br />
acerca a los hombres, todo lo que les lleva a descubrir la fraternidad<br />
y la necesidad que tienen unos de otros, sólo tiene sentido si se pone<br />
al servicio de un amor verdadero: el que Cristo vino a anunciarnos en<br />
su gran mandamiento: Que os améis unos a otros, como yo os he amado.<br />
En todo trabajo hay como una finalidad profunda querida por Dios:<br />
ser una llamada al amor; amor a los demás y fundamentalmente a<br />
Dios, en cuya acción el trabajo nos hace participar. El trabajo nace<br />
del amor, manifiesta el amor, se ordena al amor 251 .<br />
El trabajo es, pues, no sólo medio de santificación sino también<br />
cauce de acción apostólica. No sólo esto: el mismo trabajo es<br />
apostolado, en cuanto definido como amor y servicio al prójimo: ¿qué<br />
mejor servicio puede prestarse que el de acercar los hombres a Dios?<br />
De ahí la importancia de la vida sobrenatural, la gracia divina, que es<br />
precisamente la acción del Espíritu Santo en el alma. El trabajo debe<br />
ser vivificado, transfigurado, por una auténtica vida interior de<br />
oración, de sacrificio y de unión con Dios, mantenida por la práctica<br />
de los sacramentos y en especial de la Eucaristía.<br />
251 Es Cristo que pasa, n. 48
III FILIACIÓN DIVINA<br />
158<br />
Padre —me decía aquel muchachote (¿qué<br />
habrá sido de él?), buen estudiante de la<br />
Central—, pensaba en lo que usted me<br />
dijo... ¡que soy hijo de Dios!, y me<br />
sorprendí por la calle, 'engallado' el cuerpo<br />
y soberbio por dentro... ¡hijo de Dios!" -<br />
Le aconsejé, con segura conciencia,<br />
fomentar la "soberbia" 252 .<br />
Hace algunos años, al llegar a un colegio de Aspaen en el<br />
que oficiaba como Capellán, la Directora del curso tercero de primaria<br />
me pidió que resolviera una duda creada por los diversos puntos de<br />
vista de la profesora de Religión y una alumna. En el examen la<br />
primera había formulado la cuestión: “Soy hija adoptiva de Dios”,<br />
para responder: verdadero o falso. La alumna, que había hecho la<br />
Primera Comunión el año anterior, escribió: Falso. La profesora<br />
calificó como errónea la respuesta, ante el enfado de la niña que<br />
calificó como injusta a su maestra. Como no se ponían de acuerdo la<br />
llegada del Capellán ofrecía la oportunidad de un juicio equilibrado<br />
sobre el problema.<br />
-¿Por qué te parece falsa la afirmación?, - preguntó a la niña.<br />
- Porque soy hija verdadera y legítima de Dios, respondió orgullosa<br />
con seguridad.<br />
Tanto la profesora como la alumna tenían razón: sólo que la<br />
primera utilizó la formulación tradicional del concepto, en la que se<br />
resalta la diferencia con la filiación natural de Cristo. La alumna, en<br />
cambio, prefería ver las cosas desde la realidad de su bautismo,<br />
considerando que la palabra adopción, tal como ella la conocía, no<br />
reflejaba la verdad-verdad de su filiación divina que es mucho más<br />
que la adopción en el lenguaje jurídico. En éste, se hace una ficción,<br />
válida en derecho por los efectos sociales que produce, pero no<br />
refleja un cambio real de la persona adoptada. En cambio, en la<br />
filiación divina se realiza una transformación verdadera de la persona,<br />
cuando el Bautismo produce en el alma una participación de la<br />
naturaleza de Dios. San Juan manifiesta su admiración ante este<br />
hecho, cuando escribe: “Mirad qué amor hacia nosotros ha tenido el<br />
Padre, queriendo que nos llamemos hijos de Dios y lo seamos... Carísimos,<br />
nosotros somos ya hijos de Dios” 253<br />
252 Camino, n. 274<br />
253 I Juan, 3, 1-2
¿Qué significa la expresión: filiación divina?<br />
159<br />
Mirad, qué amor hacia nosotros ha tenido El<br />
Padre, queriendo que nos llamemos Hijos de<br />
Dios. Y no sólo que nos llamemos, Sino que<br />
lo seamos. Carísimos: ahora somos hijos de<br />
Dios, Aunque aún no se ha manifestado Lo<br />
que hemos de ser 254 .<br />
Al crear al hombre y a la mujer, Dios nos destina a que<br />
reproduzcamos la imagen de su Hijo, mediante el Espíritu Santo. Es<br />
decir, nos quiere como hijos. Eso significa filiación divina, que somos<br />
realmente hijos de Dios, que, cuando el Verbo se encarnó, lo hizo<br />
para hacernos partícipes de la naturaleza divina 255 .<br />
Porque tal es la razón por la que el Verbo se<br />
hizo hombre, y el Hijo de Dios, Hijo del<br />
hombre: para que el hombre al entrar en<br />
comunión con el Verbo y al recibir así la<br />
filiación divina, se convirtiera en hijo de<br />
Dios 256 .<br />
El Bautismo no solamente purifica de todos los pecados, sino<br />
que hace también del neófito una nueva creación 257 , un hijo adoptivo<br />
de Dios 258 , que ha sido hecho partícipe de la naturaleza divina 259 . Eso<br />
es lo que hace la gracia divina en la persona que la recibe: la<br />
convierte en hija de Dios, precisamente por la gracia en una<br />
participación en la vida de Dios, una forma divina de introducirnos en<br />
la intimidad de la vida trinitaria, como hijos en el Hijo, por lo que<br />
podemos llamar a Dios con toda seguridad: ¡Padre: Papá!, en unión<br />
con el Hijo único, Jesucristo.<br />
A eso corresponde, en la liturgia la invitación a atrevernos con<br />
toda confianza a decir: Padre nuestro... Conociendo el barro de que<br />
estamos hechos, nuestra miseria de pecadores, no osaríamos tal<br />
término para dirigirnos al Señor de nuestra vida. Pero es la autoridad<br />
del mismo Padre, el Espíritu de su Hijo, el que nos empujan a proferir<br />
ese grito, desde el fondo del corazón: ¡Papá!, con sencillez, con<br />
conciencia filial, con seguridad alegre, audacia humilde y certeza de<br />
ser amado.<br />
254 I Juan, 3, 1-2<br />
255 Cfr. II Pedro 1, 4<br />
256 S. Ireneo, haer., 3, 19, 1<br />
257 II Co 5, 17<br />
258 Puesto que sois hijos, envió Dios a nuestros corazones el Espíritu de su Hijo, que<br />
grita: Abbá, Padre! De manera que no eres siervo, sino hijo. Ga 4, 5-7<br />
259 II P 1, 4
160<br />
La expresión Dios Padre no había sido revelada jamás a nadie.<br />
Cuando Moisés preguntó a Dios quién era Él, oyó otro nombre. A<br />
nosotros este nuevo nombre nos ha sido revelado en el Hijo.<br />
Podemos invocar a Dios como "Padre" porque Él nos ha sido revelado<br />
por su Hijo hecho hombre y su Espíritu nos lo hace conocer. Lo que el<br />
hombre no puede concebir ni los poderes angélicos entrever, es decir,<br />
la relación personal del Hijo hacia el Padre, el Espíritu del Hijo nos<br />
hace participar de esta relación a quienes creemos que Jesús es el<br />
Cristo y que hemos nacido de Dios 260 . Con todo derecho podemos<br />
llamarnos a nosotros mismos: Cristos, porque Dios nos ha<br />
configurado con el Cuerpo Glorioso de su Hijo Jesús. Se trata, sin<br />
duda, de un don gratuito que exige de cada uno una vida nueva, una<br />
conversión continua que lleva consigo el deber de asemejarnos a Él,<br />
de comportarnos verdaderamente como hijos, igual que el Hijo eterno<br />
del Padre, de tratarlo familiarmente, con ternura y con piedad, con<br />
la confiada sencillez de quien tiene derecho a esperar todo de un<br />
Padre infinitamente bueno y poderoso. “¿Qué puede Él, en efecto,<br />
negar a la oración de sus hijos, cuando ya previamente les ha<br />
permitido ser sus hijos?” 261 .<br />
Consecuencias de la filiación divina 262<br />
La filiación divina es una verdad gozosa, un<br />
misterio consolador. La filiación divina llena<br />
toda nuestra vida espiritual, porque nos<br />
enseña a tratar, a conocer, a amar a<br />
nuestro Padre del Cielo, y así colma de<br />
esperanza nuestra lucha interior, y nos da la<br />
sencillez confiada de los niños pequeños 263 .<br />
Un cristiano que es consciente de su filiación divina, puede<br />
descansar en Dios con la confianza de un niño pequeño en los brazos<br />
de su padre; puede llamarlo muchas veces al día, sentir en su<br />
corazón el orgullo de su filiación y la fuerza de ser hijo de tal Padre.<br />
Todo esto influye sin duda en la existencia cotidiana, dando serenidad<br />
en todo momento, confianza en la divina Providencia, alegría que<br />
nada puede atenuar. Por eso, la filiación divina es una de las<br />
verdades básicas que conviene grabar en el alma de nuestros<br />
alumnos, de tal manera que nunca lo olviden. Ha de ser contemplada<br />
y vivida como capital punto de apoyo, no sólo teóricamente sino<br />
como realidad práctica que empapa cada una de las acciones de un<br />
bautizado, como fundamento de toda existencia cristiana. En<br />
260 cf I Jn 5, 1<br />
261 San Agustín, serm. Dom. 2, 4, 16<br />
262 Cf. Fernando Ocariz, La filiación divina, realidad central en la vida y en la<br />
enseñanza de Mons. Escrivá de Balaguer, Artículo del Libro Mons. Escrivá de<br />
Balaguer y el Opus Dei, Ediciones Universidad de Navarra, Pamplona, 1985, pp.173-<br />
214<br />
263 Josemaría Escrivá, La conversión de los hijos de Dios, n.65
161<br />
palabras de San Pablo: los que se rigen por el espíritu de Dios, ésos son<br />
hijos de Dios. Porque no habéis recibido el espíritu de servidumbre para<br />
obrar todavía por temor, sino que habéis recibido el espíritu de adopción, en<br />
virtud del cual clamamos: Abbá, ¡Padre! Porque el mismo Espíritu está<br />
dando testimonio a nuestro espíritu de que somos hijos de Dios. Y siendo<br />
hijos, somos también herederos; herederos de Dios, y coherederos con<br />
Jesucristo, con tal de que padezcamos con Él, a fin de que seamos con Él<br />
glorificados 264 .<br />
La filiación divina es una verdad gozosa, un<br />
misterio consolador, La filiación divina llena<br />
toda nuestra vida espiritual, porque nos<br />
enseña a tratar, a conocer, a amar a<br />
nuestro Padre del Cielo, y así colma de<br />
esperanza nuestra lucha interior, y nos da la<br />
sencillez confiada de los hijos pequeños.<br />
Más aún: precisamente porque somos hijos<br />
de Dios, esa realidad nos lleva también a<br />
contemplar con amor y con admiración<br />
todas las cosas que han salido de las manos<br />
de Dios Padre Creador. Y de este modo<br />
somos contemplativos en medio del<br />
mundo, amando al mundo 265 .<br />
En las clases de religión, todo debe enfocarse bajo ese concepto<br />
de la filiación divina. Al hablar de la fe, por ejemplo, debemos<br />
destacar que se trata de la fe de un hijo de Dios; la fortaleza, es<br />
propia del hijo de tal Padre; la confesión o el trato con Dios en la<br />
oración, deben corresponder a manifestaciones ciertas de un hijo que<br />
trata con su Padre-Dios. Toda virtud, todo aspecto del existir<br />
cristiano - y aun humano, en general - debe estar caracterizado<br />
desde dentro, en la vida, por ser de un hijo de Dios. El ser humano<br />
fue creado para entrar en comunicación con Dios, su interlocutor.<br />
Pero no sólo esto. Dios nos creó para hacernos hijos suyos, miembros<br />
de su familia para que lo tratáramos no con la lejanía del siervo, sino<br />
con la sencillez y naturalidad del hijo, del hijo amado: amado hasta la<br />
muerte.<br />
264 Rom, 8, 14-17<br />
265 Es Cristo que pasa, n. 65<br />
Esta es la gran osadía de la fe cristiana:<br />
proclamar el valor y la dignidad de la<br />
humana naturaleza, y afirmar que,<br />
mediante la gracia que nos eleva al orden<br />
sobrenatural, hemos sido creados para<br />
alcanzar la dignidad de hijos de Dios.<br />
Osadía ciertamente increíble, si no estuviera<br />
basada en el decreto salvador de Dios<br />
Padre, y no hubiera sido confirmada por la<br />
sangre de Cristo y reafirmada y hecha
162<br />
posible por la acción constante del Espíritu<br />
Santo 266 .<br />
No se trata de una simple cuestión moral, una invitación a<br />
un comportamiento particular, ni siquiera a una adopción en el<br />
sentido jurídico y común del término: se trata de una real<br />
transformación, una elevación. Así se puede hablar, con base en la fe,<br />
que el hombre o la mujer en estado de gracia, está endiosado, es<br />
decir, metido verdaderamente en Dios, introducido a participar de la<br />
naturaleza divina; de esa Vida que son las tres Personas de la<br />
Santísima Trinidad. Se trata, con toda certeza, de una nueva<br />
creación, que llamamos orden sobrenatural.<br />
Dios, Padre nuestro<br />
Esta filiación divina es un don gratuito. Ser familiares de Dios<br />
no es una conquista nuestra, no es un humano progreso: no puede<br />
dar lugar a ninguna clase de orgullo fatuo, que se convertiría en<br />
presunción y llevaría a al derrumbamiento espiritual ante la<br />
experiencia de la propia flaqueza. Más aún: es en los momentos en<br />
los que percibimos más profundamente nuestras limitaciones, cuando<br />
más necesitamos recordar que Dios es nuestro Padre y que siempre<br />
nos perdona, nos levanta, nos ayuda a seguir caminando por los<br />
senderos del Amor de Dios.<br />
La enseñanza de la religión debe ayudar a que sepamos tratar a<br />
Dios no como a un Padre, sino en sentido estricto dirigirnos a quien<br />
llamamos, porque lo es, Papá. Hablamos a Dios como un hijo habla a<br />
su papá, como Cristo habla a Dios, porque por don divino inefable<br />
hemos sido hechos participes de su Filiación, de Él mismo. Somos<br />
hermanos de Cristo, decimos. Pero es todavía más que eso: hemos<br />
sido hechos Cristos: no otros Cristo, sino Cristo mismo. Esto quizás<br />
no lo podamos captar bien con la sola razón. Pero nos lo asegura la<br />
fe. O sea, que no existe más que una filiación divina: la del Unigénito<br />
del Padre. Pero, participando de ella, nosotros somos constituidos<br />
hijos de Dios. Es un misterio difícil de captar en sí mismo, como todos<br />
los misterios del amor de Dios con nosotros. Pero es verdad<br />
maravillosa, que nunca nos podemos cansar de meditar. Al tiempo<br />
que pedimos a Dios la gracia de luchar siempre orientando nuestra<br />
vida humana y sobrenatural a corresponder a tan gran don.<br />
El cristiano debe vivir según la vida de Cristo, haciendo suyos<br />
hasta los sentimientos de Jesús, de manera que pueda llegar el día<br />
en que exclame, con verdad: No soy yo el que vive, sino que Cristo vive<br />
en mí 267 . Esto exige el esfuerzo por vivir todo el proceso que hemos<br />
266 op. cit., n. 133<br />
267 Gal., 2, 20
163<br />
propuesto como la clave de toda la enseñanza de la Religión:<br />
“Buscar, encontrar, tratar, amar, enamorarse y seguir a Cristo”. Lo<br />
cual significa, desde luego, cumplir su voluntad, obedecer a sus<br />
mandamientos. Y, sobre todo, recibir la Eucaristía, en la que, al<br />
recibir a Cristo presente en la Hostia, somos asumidos por Él,<br />
convertidos en Él, para vivir una vida nueva, una renovación de todo<br />
nuestro ser: No me convertirás en ti, sino que yo te convertiré en Mí,<br />
como dice San Agustín hablando de la Comunión.<br />
Esta filiación es obra, sin duda, del Espíritu Santo. Pero se debe<br />
también a la Santísima Virgen, puesto que Ella fue quien, con su<br />
aceptación e identificación con la Voluntad divina, hizo posible la<br />
humanidad del Verbo y, por ella y en ella, nuestra fraternidad con<br />
Cristo. Santa María es, pues, Madre nuestra, precisamente en cuanto<br />
que hijos de Dios, hermanos de Jesús. De ella nacimos,<br />
análogamente a Cristo: Él, en Belén, sin dolor; nosotros en la Cruz,<br />
desgarrado su corazón por la muerte del Primogénito.<br />
La Iglesia fundada por Cristo también hace posible nuestra<br />
filiación divina. San Cipriano lo declara brevemente: No puede tener a<br />
Dios como Padre, quien no tiene a la Iglesia como Madre. De la Iglesia, y<br />
en ella, nacemos a la vida de la gracia, por el Bautismo y nuestra<br />
vida sobrenatural crece siempre en la Iglesia. Somos hijos de Dios en<br />
cuanto somos hijos de la Iglesia y viceversa: una cosa supone y lleva<br />
consigo la otra. La maternidad de la Iglesia es, en cierto modo, una<br />
expresión o manifestación de la paternidad divina respecto a sus<br />
hijos.<br />
La común filiación nuestra a un mismo Padre, establece entre<br />
los cristianos una particular fraternidad, haciendo mucho más honda<br />
la que ya existe entre los seres humanos. Si somos hijos de Dios,<br />
somos hermanos entre nosotros; y el realismo de esa filiación<br />
comporta un paralelo realismo para esa fraternidad, que no se reduce<br />
a una forma de decir, a un tópico, o a un ideal ilusorio. Es algo más<br />
estrecho, una ligazón más fuerte que la simple hermandad derivada<br />
de la posesión de una misma naturaleza específica; supera<br />
incomparablemente a esa genérica fraternidad humana universal. No<br />
somos simplemente hermanos: somos uno, el mismo Cristo.<br />
Hemos de comportarnos como hijos de Dios<br />
con los hijos de Dios: el nuestro ha de ser<br />
un amor sacrificado, diario, hecho de mil<br />
detalles de comprensión, de sacrificio<br />
silencioso, de entrega que no se nota. Este<br />
es el buen olor de Cristo, el que hacía decir<br />
a los que vivían entre nuestros primeros
Dios, Padre nuestro<br />
164<br />
hermanos en la fe: ¡Mirad cómo se<br />
aman!” 268 .<br />
Las consideraciones anteriores tienen consecuencias lógicas en<br />
todo el obrar nuestro. La conducta que debemos mostrar siempre es<br />
la que corresponde a un hijo.<br />
Los hijos... ¡Cómo procuran comportarse<br />
dignamente cuando están delante de sus<br />
padres! Y los hijos de Reyes, delante de su<br />
Padre el Rey, ¡cómo procuran guardar la<br />
dignidad de la realeza! Y tú... ¿no sabes<br />
que estás siempre delante del Gran Rey, tu<br />
Padre-Dios? 269 .<br />
Si ser hijos de Dios es como el resumen de la condición de la<br />
nueva criatura en Cristo, la síntesis del obrar cristiano puede<br />
enunciarse como el obrar de los hijos de Dios. No se puede ser hijo<br />
de Dios sólo a ratos, en algunas actividades particulares: toda<br />
nuestra actividad, el ejercicio de todas las virtudes, puede y debe ser<br />
ejercicio de la filiación divina. Nuestra fe, decíamos atrás, es la fe de<br />
un hijo de Dios; pues así todo: la alegría de los hijos de Dios, el<br />
trabajo de los hijos de Dios, la sencillez de los hijos de Dios, la<br />
libertad de los hijos de Dios, la oración de los hijos de Dios, el<br />
apostolado de los hijos de Dios, la conversión de los hijos de Dios, la<br />
alegría, el dolor o la muerte de los hijos de Dios, ... 270<br />
268 Es Cristo que pasa, n. 68<br />
Hay que aprender a ser hijo de Dios. Y, de<br />
paso, transmitir a los demás esa mentalidad<br />
que, en medio de las naturales flaquezas,<br />
nos hará fuertes en la fe (I Pedro, 5, 9),<br />
fecundos en las obras, y seguros en el<br />
camino, de forma que cualquiera que sea el<br />
error que podamos cometer, aun el más<br />
desagradable, no vacilaremos nunca en<br />
reaccionar, y en retornar a esa senda<br />
maestra de la filiación divina que acaba en<br />
los brazos abiertos y expectantes de nuestro<br />
Padre Dios 271 .<br />
269 Camino, n. 265 En el capítulo “Presencia de Dios” se encuentran muchas<br />
alusiones al comportamiento de los hijos de Dios.<br />
270 Si se quiere profundizar sobre cada uno de estos aspectos, puede consultarse a F.<br />
Ocáriz, o.c., pp.195-212<br />
271 Amigos de Dios, n. 148; Cfr. Camino, n. 93
IV. Radicalidad del bautismo,<br />
como llamada a la santidad 272<br />
165<br />
Todos los hombres son amados de Dios, de<br />
todos ellos espera amor. De todos,<br />
cualesquiera que sean sus condiciones<br />
personales, su posición social, su profesión<br />
u oficio. La vida corriente y ordinaria no es<br />
cosa de poco valor: todos los caminos<br />
pueden ser ocasión de un encuentro con<br />
Cristo, que nos llama a identificarnos con Él,<br />
para realizar - en el lugar donde estamos -<br />
su misión divina 273<br />
Se trata de la vocación universal a la santidad, que no requiere<br />
un llamamiento especial de huida del mundo, ni es privilegio de unos<br />
pocos que se retiran del mundo para hacer oración y penitencia en la<br />
tranquilidad de su apartamiento. Esta convocatoria universal es<br />
consecuencia - como toda la vida del cristiano - de la filiación divina,<br />
del comportamiento que corresponde a un hijo de Dios. Y es a partir<br />
de esta realidad - ¡somos hijos de Dios! - como mejor se podrá<br />
entender el deber de hacer santa toda nuestra vida, de santificar el<br />
trabajo y el estudio, de convertir una hora de estudio o de labor en<br />
oración, de unirnos a Dios por medio de las cosas normales y<br />
corrientes de la vida ordinaria.<br />
La vocación a la santidad no está circunscrita por una particular<br />
perfección personal, aunque sí pide que realicemos con la mayor<br />
delicadeza nuestras actividades cotidianas. De lo que se trata, en<br />
esencia, es de amar, de hacer grandes por el amor - a Dios, a los<br />
demás y lo que realicemos - las realidades pequeñas, las<br />
circunstancias normales de cada jornada. De alguna manera igual a<br />
como la Virgen María, San José y el mismo Jesús en el hogar de<br />
Nazaret, convirtieron la sencillez de una familia como tantas otras de<br />
su época y de siempre, en un camino de amor.<br />
Bendita normalidad que puede estar llena<br />
de tanto amor de Dios. Porque eso es lo que<br />
explica la vida de María, su amor, Un amor<br />
llevado hasta el extremo, hasta el olvido<br />
completo de sí misma, contenta de estar<br />
272 Cf. José María Casciaro, La santificación del cristiano en medio del mundo,<br />
artículo del libro “Mons. Escrivá de Balaguer y el Opus Dei”, pp. 109-171 (citado<br />
anteriormente: nota<br />
273 Es Cristo que pasa, n. 110
166<br />
ahí, donde la quiere Dios y cumpliendo con<br />
esmero la voluntad divina... Hemos de<br />
procurar ser como ella en las circunstancias<br />
en las que Dios quiere que vivamos...” 274<br />
“Hemos de procurar ser como ella...” Pero siempre con la idea central<br />
que enmarca la enseñanza de la Religión: buscar, encontrar y llegar a amar<br />
a Cristo. Hasta ser -como se explica en el capítulo sobre la filiación divina -<br />
el mismo Cristo.<br />
El punto de partida<br />
Cuando se dice que la vida cristiana comienza en el Bautismo,<br />
es necesario comprender en todo su profundo sentido esta expresión.<br />
En el Bautismo, Dios toma posesión de nuestra vida, nos introduce en<br />
la Vida de la Santísima Trinidad mediante una verdadera participación<br />
de su divinidad, nos convierte en hijos de Dios. Todo esto tiene una<br />
inmensa trascendencia que es necesario considerar con atención,<br />
para sacar consecuencias prácticas en el vivir cristiano. A partir del<br />
momento en que se recibe la gracia bautismal, el Espíritu Santo<br />
comienza a actuar en el bautizado, convertido en ese momento en<br />
santo: de tal manera que si muriese si haber cometido un solo<br />
pecado, iría inmediatamente al Cielo. Es esa santidad, fruto del<br />
bautismo, la que a lo largo de la vida el cristiano debe intentar<br />
conservar y hacer propia, con las gracias sucesivas y el esfuerzo<br />
personal por derrotar el pecado y sus consecuencias.<br />
Hecho partícipe de la vida divina, al bautizado sólo le queda un<br />
camino lógico, coherente con la gracia recibida gratuitamente:<br />
corresponder con todas sus fuerzas. A esta correspondencia cabe<br />
llamarla adecuadamente santidad. La cual no es consecuencia de una<br />
vocación posterior, sino que tiene como punto de partida la gracia<br />
inicial, por la que fue introducido en la vida de Dios y de la cual<br />
tendrá que luchar con denuedo para no salirse. Los demás<br />
sacramentos irán desarrollando las virtualidades específicas de cada<br />
uno, siempre con miras a la plenitud cristiana: bien como<br />
consolidación de la gracia bautismal y llamada al apostolado, en la<br />
Confirmación; como alimento necesario para recorrer el camino de la<br />
vida, en la Eucaristía; recuperar la salud perdida por el pecado, en la<br />
Penitencia siempre y en la Unción de enfermos a la hora de la<br />
debilidad suprema; garantizar la supervivencia de la especie y de la<br />
Iglesia simultáneamente en los dos sacramentos sociales: matrimonio<br />
y orden sagrado.<br />
El Bautismo introduce una Vida divina en la persona, como una<br />
especial sobrenaturaleza, por la que queda dotada de lo que se puede<br />
274 Es Cristo que pasa, n. 148
167<br />
denominar -con expresión original del Beato Josemaría Escrivá- de<br />
un instinto sobrenatural que, como él mismo afirmaba, lleva a<br />
purificar todas las acciones humanas, a elevarlas al orden<br />
sobrenatural y convertirlas en instrumento de apostolado. De este<br />
modo, se adquiere la posibilidad de dar a la existencia una unidad de<br />
vida, sencilla y fuerte, de cuya consistencia depende en buena parte<br />
la santidad.<br />
Esta unidad de vida tiene como expresión cabal la vida<br />
contemplativa. Este camino de contemplación de Dios no es exclusivo<br />
de sacerdotes, ni de aquellos religiosos que suelen denominarse con<br />
el título de contemplativos. El camino de la contemplación de Dios en<br />
medio del mundo es para todos los cristianos.<br />
Vivir de la fe, por la fe y en la fe<br />
La vida cristiana debe ser vida de oración<br />
constante, procurando estar en la presencia<br />
del Señor de la mañana a la noche y de la<br />
noche a la mañana. El cristiano no es<br />
nunca un hombre solitario, puesto que vive<br />
en un trato continuo con Dios, que está<br />
junto a nosotros y en los cielos (...). En<br />
medio de las ocupaciones de la jornada, en<br />
el momento de vencer la tendencia al<br />
egoísmo, al sentir la alegría de la amistad<br />
con los otros hombres, en todos esos<br />
instantes el cristiano debe reencontrar a<br />
Dios 275 .<br />
Para llevar una vida interior así, una vida de contemplación en<br />
medio de las ocupaciones ordinarias de cristiano corriente, en el<br />
mundo, se necesita vida sobrenatural: vivir de la fe, por la fe y en la fe.<br />
Así entendida y vivida, la fidelidad cristiana es operativa, conduce a la<br />
reforma de la vida, a una continua rectificación de la conducta -como<br />
rectifica el ingeniero de vuelo el rumbo de su nave - con el fin de que<br />
esté orientada permanentemente hacia el verdadero fin, hacia la<br />
meta definitiva: la identificación con Cristo. Sin fe no tiene sentido ni<br />
rumbo la vida del cristiano. Por eso la fe, la visión sobrenatural,<br />
pertenece - debe pertenecer - a la normal existencia del bautizado y<br />
abarca desde las más grandes decisiones, hasta las menudencias del<br />
acontecer cotidiano.<br />
275 Es Cristo que pasa, n. 116<br />
Cuando la fe flojea, el hombre tiende a<br />
figurarse a Dios como si estuviera lejano,<br />
sin que apenas se preocupe de sus hijos.
168<br />
Piensa en la religión como en algo<br />
yuxtapuesto, para cuando no queda otro<br />
remedio; espera, no se explica con qué<br />
fundamento, manifestaciones aparatosas,<br />
sucesos insólitos. Cuando la fe vibra en el<br />
alma, se descubre, en cambio, que los<br />
pasos del cristiano no se separan de la<br />
misma vida humana corriente y habitual. Y<br />
que esta santidad grande, que Dios nos<br />
reclama, se encierra aquí y ahora, en las<br />
cosas pequeñas de cada jornada” 276 .<br />
De ahí brota lo que hemos mencionado atrás como unidad de<br />
vida, a la que ya dedicamos un capítulo anterior. Esta doctrina de la<br />
unidad de vida se basa en la gracia de Dios que <strong>info</strong>rma la naturaleza<br />
humana, la sana, la eleva, pero formando un todo -naturaleza y<br />
gracia-, un único sujeto de operaciones, una sola persona humana,<br />
que actúa con un solo corazón, una sola mente, unos mismos<br />
sentimientos, un único modo real de comportarse en el templo, en la<br />
vida de oración, en la recepción de los Sacramentos y en la calle, en<br />
sus actividades ordinarias de trabajo o familiares. Todo en plena<br />
coherencia o armonía, de tal manera que todo influye en todo, sin<br />
fracturas de personalidad ni compartimentos estancos. Esta doctrina<br />
es un redescubrimiento profundo de lo que el Verbo Encarnado nos<br />
reveló, especialmente en los treinta años de trabajo en el taller de<br />
José, ratos de convivencia en el hogar de Nazaret, normalidad -como<br />
dijimos- que está llena de amor de Dios. Perfecto entramado entre<br />
oración, trabajo y preocupación apostólica por los demás.<br />
276 Amigos de Dios, n. 312<br />
277 Mt XIII, 55<br />
Jesús, creciendo y viviendo como uno de<br />
nosotros, nos revela que la existencia<br />
humana, el quehacer corriente y ordinario,<br />
tiene un sentido divino. Por mucho que<br />
hayamos considerado estas verdades,<br />
debemos llenarnos siempre de admiración al<br />
pensar en los treinta años de oscuridad, que<br />
constituyen la mayor parte del paso de<br />
Jesús entre sus hermanos los hombres.<br />
Años de sombra, pero para nosotros claros<br />
como la luz del sol. Mejor, resplandor que<br />
ilumina nuestros días y les da una auténtica<br />
proyección, porque somos cristianos<br />
corrientes, que llevamos una vida ordinaria,<br />
igual a la de tantos millones de personas en<br />
los más diversos lugares del mundo. Así<br />
vivió Jesús durante seis lustros: era fabri<br />
filius 277 , el hijo del carpintero. Después
Para Dios toda la gloria<br />
169<br />
vendrán los tres años de vida pública, con el<br />
clamor de las muchedumbres. La gente se<br />
sorprende: ¿quién es éste?, ¿dónde ha<br />
aprendido tantas cosas? Porque había sido<br />
la suya, la vida común del pueblo de su<br />
tierra. Era el faber, filius Mariae 278 , el<br />
carpintero, hijo de María. Y era Dios, y<br />
estaba realizando la redención del género<br />
humano, y estaba atrayendo a sí todas las<br />
cosas 279 , 280 .<br />
Entendido de este modo, el trabajo no consiste simplemente en<br />
dedicarse a hacer cosas, a construir objetos. El trabajo nace del<br />
amor, manifiesta el amor, se ordena al amor: y se convierte de este<br />
modo en oración: Sea que comáis, sea que bebáis, o hagáis cualquier<br />
cosa, hacedlo todo a gloria de Dios 281 . En tal unidad de vida el trabajo,<br />
noble por su misma naturaleza debe ser algo que el hombre hace y<br />
algo que hace al hombre, adquiere una nueva dimensión<br />
sobrenatural, en la que su valor le viene más del amor de Dios con<br />
que se hace, que de una evaluación basada en rendimientos o en<br />
baremos exclusivamente humanos. En razón de la gracia obtenida<br />
por el Bautismo, el cristiano, bien sea que esté practicando el<br />
deporte, en el aula de clase, en la soledad de un laboratorio, en la<br />
habitación de un hospital, en el cuartel, en la fábrica, en el campo, en<br />
el hogar de familia, o en medio de la calle, sabe que Dios lo espera,<br />
lo acompaña, lo contempla. En todo, se descubre un sentido nuevo,<br />
divino, que da a la existencia sabor sobrenatural. Como fruto de la<br />
búsqueda de Cristo, de dejarse penetrar por su gracia, de la<br />
perseverancia en los caminos de oración, del irse llenando de deseos<br />
de santidad y de amor a Dios, se despliega el celo apostólico. El trato<br />
con Jesús llena el alma del Amor que Cristo tiene por todos los<br />
hombres.<br />
En esta doctrina sobre la santidad de la vida ordinaria y la<br />
unidad de vida, debe entrar necesariamente la devoción a la Virgen<br />
María, puesto que ella, después de Jesucristo, es el modelo perfecto<br />
de lo que es y debe ser la existencia cristiana, que busca la santidad<br />
en las cosas corrientes de la vida en medio del mundo.<br />
278 Mc VI, 3<br />
279 Jn XII, 32<br />
280 Es Cristo que pasa, nn. 14-15<br />
281 I Cor., 10, 31
V La libertad responsable, objetivo<br />
fundamental de la educación<br />
170<br />
Libertad es la capacidad de elegir los medios más aptos para<br />
alcanzar el fin propuesto. Se es libre para escoger el mejor camino,<br />
para alcanzar el objetivo previsto. Tiene su raíz en la razón y su brazo<br />
en la voluntad. El conocimiento es esencial para la libertad; también lo<br />
es la fuerza de voluntad. En la libertad se hace lo que se quiere,<br />
cuando se quiere lo que se hace. El obrar humano está esencialmente<br />
caracterizado por la libertad: todo acto humano es, en cuanto tal,<br />
libre: debe estar por encima de cualquier condicionamiento. Este gran<br />
don natural de Dios a las criaturas espirituales, hace que seamos<br />
responsables de nuestros propios actos. La libertad no es algo<br />
absoluto, arbitrario. Tiene una dirección, un fin que la persona debe<br />
buscar siempre en el ejercicio de su libertad. En esa búsqueda podría<br />
equivocarse, obrar mal. No todo lo que se hace en función de la<br />
propia libertad es bueno: existe el error en la inteligencia, la<br />
desviación de la voluntad hacia un bien equivocado o sólo<br />
parcialmente bien; lo cual hace que la libertad se deba ejercer<br />
siempre con el máximo de responsabilidad. No puede darse libertad<br />
sin responsabilidad, ni viceversa. Tampoco puede confundirse libertad<br />
con carencia de limitaciones. Todos estamos limitados por muchos<br />
condicionantes externos e interiores: pero éstos no nos impiden ser<br />
libres.<br />
El pensamiento moderno ha exaltado la libertad como<br />
constitutivo único del hombre y como fundamento de sí misma. En<br />
consecuencia, la libertad ha sido identificada con la espontaneidad de<br />
la razón, o del sentimiento, o de la voluntad de poder. Al faltarle un<br />
fundamento trascendente, la libertad se ha constituido en objeto y fin<br />
de sí misma: convirtiéndose en una libertad vacía, en una libertad de<br />
la libertad, ley de sí misma, libertad sin más ley que la explosión de<br />
los instintos o la tiranía de la razón absoluta, capricho de tiranos. La<br />
libertad, una vez que el hombre, por el pecado, se ha separado de<br />
Dios, se encuentra insidiada desde arriba por el orgullo y desde abajo<br />
por las pasiones. De este modo el hombre, aunque después del<br />
pecado sigue siendo formalmente libre, en el plano existencial es<br />
“esclavo del pecado”, y sólo vuelve a ser libre en la medida en que -<br />
desde el amor a Dios - domina las pasiones y vence el orgullo de la<br />
afirmación aberrante del propio yo 282 .<br />
Donde no hay amor de Dios se produce un<br />
vacío de individualidad y responsable<br />
282 Cfr. Cornelio Fabro, El primado existencial de la voluntad, Artículo del libro Mons.<br />
Escrivá de Balaguer y el Opus Dei, citado anteriormente (nota .
171<br />
ejercicio de la propia libertad: allí -no<br />
obstante las apariencias - todo es<br />
coacción. El indeciso, el irresoluto, es como<br />
una materia plástica a merced de las<br />
circunstancias; cualquiera lo moldea a su<br />
antojo y, antes que nada, las pasiones y las<br />
peores tendencias de la naturaleza herida<br />
por el pecado 283 .<br />
La libertad es un concepto unido al de plenitud humana, al de<br />
madurez. Porque es lo contrario de actitudes infantiles como<br />
capricho, antojo, confusión, arbitrariedad. En el caos no hay libertad.<br />
Como se ve, cuando en un atascamiento en el tránsito de la ciudad,<br />
cada cual quiere hacer lo suyo, en uso no de su libertad, sino de su<br />
arbitrariedad, del libertinaje: lo que se genera es el caos, al confundir<br />
libertad con liberación de tendencias espontáneas. En la educación<br />
se hace necesario un claro concepto de libertad, que es capacidad de<br />
autonomía en las decisiones personales: se es libre cuando se es<br />
dueño de los propios actos, cuando se tiene señorío sobre su propio<br />
querer, cuando se decide la propia conducta desde el interior,<br />
adecuándola con la inteligencia y la voluntad al verdadero bien;<br />
cuando se es capaz de superar las limitaciones de un ambiente hostil;<br />
cuando no se aceptan presiones exteriores, ni se es movido por<br />
impulso irracional de la pasión. La persona sin voluntad es esclava de<br />
las circunstancias. Los animales no poseen voluntad ni inteligencia:<br />
carecen, por tanto, de libertad. Es propia del ser humano la libre<br />
elección del fin y de los medios para conseguirlo. De ahí se deduce<br />
que la formación en, para y desde la libertad es indispensable. Así se<br />
pueden disponer las energías en orden a la consecución de los<br />
verdaderos bienes necesarios para alcanzar la madurez y la<br />
realización de la personalidad humana y sobrenatural.<br />
Libertad y amor<br />
La libertad es un requisito indispensable para poder cumplir<br />
nuestro fin que es el amor: el amor a Dios, a los demás, a lo que<br />
hacemos. El Dios que reclama nuestro amor es Dios-Padre. El no<br />
quiere esclavos, sino hijos. La libertad de un cristiano es, como se<br />
dijo al tratar el tema de la filiación divina, es la libertad de los hijos<br />
de Dios.<br />
283 Amigos de Dios, n. 29<br />
La verdad os hará libres” (Juan, 8, 32).<br />
¿Qué verdad es esa, que inicia y consuma<br />
en nuestra vida el camino de la libertad?<br />
“Os la resumiré, con la alegría y la certeza<br />
que provienen de la relación entre Dios y<br />
sus criaturas: saber que hemos salido de
172<br />
las manos de Dios, que somos objeto de la<br />
predilección de la Trinidad Beatísima, que<br />
somos hijos de tan gran Padre. Yo pido a mi<br />
Señor que nos decidamos a darnos cuenta<br />
de eso, a saborearlo día a día: así<br />
obraremos como personas libres. No lo<br />
olvidéis: el que no se sabe hijo de Dios,<br />
desconoce su verdad más íntima, y carece<br />
en su actuación del dominio y señorío<br />
propios de los que aman al Señor por<br />
encima de todas las cosas” 284 .<br />
Sólo en el amor se llega a la libertad. Cuando alguien se decide<br />
por Dios, de manera definitiva, parece que entrega su libertad. Sin<br />
embargo es entonces cuando la adquiere plenamente, porque en esa<br />
donación de sí mismo se ve liberado de las cadenas de la<br />
concupiscencia y del orgullo. La libertad de los hijos de Dios - la<br />
libertad cristiana – es fruto del amor de Dios, por el que somos sus<br />
hijos y nos conduce a ese Amor. La libertad adquiere sentido, cuando<br />
se ejercita en servicio de la verdad, cuando se ama de verdad el bien<br />
infinito, el único que nos puede liberar de toda servidumbre humana.<br />
No hay amor sin verdad; tampoco hay amor sin libertad. Ni<br />
libertad verdadera sin amor. De la voluntad, unida a la inteligencia,<br />
brota la libertad, requisito esencial para el amor. Siendo el hombre<br />
un ser relacional, la libertad debe servirle para mejorar las relaciones<br />
con Dios y con los demás. Este mejorar significa amor, cuidado,<br />
delicadeza. La libertad ha de ser para poder darnos al servicio de los<br />
demás 285 . San Agustín dice que la libertad es de la caridad, pertenece<br />
a la caridad, al amor: en cuanto más amo, más libre soy; a mayor<br />
caridad, más libertad, dirá Santo Tomás. Es necesario que cada uno<br />
pueda adherirse libremente a la verdad. Verdad, libertad y amor<br />
están profundamente vinculados: un vínculo que tiene su origen en el<br />
corazón humano.<br />
La libertad no es nunca indiferencia ante el bien o el mal:<br />
precisamente porque el hombre es capaz de querer el Bien Absoluto<br />
e Infinito, su voluntad no está inclinada necesariamente hacia ningún<br />
bien finito y particular. De ahí que la efectiva elección de Dios -a la<br />
que Él nos impulsa, pero sin forzar la libertad- sea el fundamento de<br />
la más alta y profunda libertad de elección: la que se ejercita en<br />
servicio de la verdad, la que busca el bien supremo, la que nos<br />
desata de todas las servidumbres.<br />
La libertad es medio, el amor fin<br />
284 Amigos de Dios, n. 26<br />
285 Cfr. Gal., 5,3
173<br />
La educación debe capacitar a la persona para amar con<br />
libertad los bienes verdaderos que hacen posible la madurez y la<br />
plenitud personal. La libertad es medio, el amor es fin. La educación<br />
de la libertad es un proceso personal de automejoramiento,<br />
encaminado a lograr dominio de sí mismo y ejercitar la inteligencia y<br />
la voluntad, con el fin de capacitarlos para amar, para entregar el<br />
corazón sólo a quien conviene, para servir a quien se elija, y obrar<br />
de acuerdo con el proyecto de vida personal y social. En una palabra,<br />
para ser responsable de las propias acciones. Sólo puede y debe<br />
responder de lo que hace, el que ha obrado libremente; quien actúa<br />
bajo coacción, obligado por una circunstancia exterior a la cual no ha<br />
podido resistir, no se hace responsable de lo actuado. Libertad no es<br />
lo mismo que independencia: el navegante que se ata a la estrella que<br />
lo guía, es más libre para llegar a puerto. La libertad, pues, es<br />
perfectamente compatible con la dependencia: la mano depende del<br />
cuerpo, pero sólo unida al cuerpo encuentra su razón de ser y su<br />
posibilidad de actuar, de moverse, de servir al cuerpo del cual depende<br />
y no quiere desprenderse. Como dice Victor Frankl, en su libro “El<br />
hombre en busca de sentido”, en Estados Unidos hace falta una<br />
estatua que haga contrapunto a la de la Libertad: la estatua de la<br />
responsabilidad.<br />
El cristiano debe acostumbrarse a defender la libertad de los<br />
demás, con su consecuente responsabilidad. De esta manera podrá<br />
defender honradamente la suya. En las clases de religión hay que<br />
mostrar con toda la fuerza el respeto máximo a la libertad de las<br />
conciencias: la fe no se puede imponer ni prohibir. Todos tenemos el<br />
deber grave de buscar la verdad y, en consecuencia, de conocer a<br />
Dios y adorarle: y hay que enseñarlo así a nuestros alumnos. Pero<br />
nadie en la tierra tiene derecho a imponer a nadie alguna práctica<br />
religiosa, a que viva una fe de la que carece, o a que deje de<br />
practicar la que profesa. La Iglesia siempre ha defendido esta<br />
libertad: cada alma es dueña de su destino, para bien o para mal.<br />
Esta es la gran aventura del cristiano:<br />
En esa tarea que va realizando en el mundo,<br />
Dios ha querido que seamos cooperadores<br />
suyos, ha querido correr el riesgo de<br />
nuestra libertad 286 .<br />
El desarrollo de la libertad tiene como finalidad la plenitud del<br />
amor: en alcanzarla o no consiste el riesgo de nuestra libertad.<br />
286 Es Cristo que pasa, n. 113<br />
Dios nos hizo libres no para que<br />
autónomamente establezcamos el bien y el
174<br />
mal, sino para que siempre y en todo<br />
podamos obrar libremente por amor 287 .<br />
El acierto de cada decisión no depende tanto de las<br />
alternativas, como de que el querer coincida con el deber, deber que<br />
procede de una criatura a quien se le ha dado el ser y, con él un fin<br />
determinado. El amor hace siempre referencia a un bien que se<br />
quiere para otro; también está relacionado con la verdad y con la<br />
belleza. Hay amores buenos, verdaderos, hermosos. Siempre el amor<br />
implica un servicio, una entrega, un don. Cuando no se vive así,<br />
cuando el que dice amar sólo se busca a sí mismo, no se trata de<br />
amor, sino de egoísmo; y el objeto del amor se cosifica, se usa, se<br />
utiliza. Ya no se llama amor, sino tal vez inversión, negocio. Quienes<br />
aman de esa manera, desnaturalizan el amor y acaban perdiendo la<br />
propia libertad. Se vuelven esclavos: de la pasión, del dinero, del<br />
sexo, o de intereses mezquinos.<br />
Lo que distingue al hombre libre es la calidad de los vínculos, la<br />
voluntariedad actual con que se viven. Los límites y protecciones de las<br />
autopistas, que impiden salirse de la carretera a los vehículos, sólo<br />
podrían parecer contrarios a la libertad a quien no quisiera llegar a<br />
donde la carretera conduce. Cuando en una vía se coloca un letrero que<br />
dice: "Velocidad máxima", o "dirección prohibida", o "conduzca con<br />
cuidado, la carretera es deslizable" o "prohibido pasar: hay un<br />
derrumbe", no podemos decir que nos están quitando la libertad de<br />
tránsito. Todo lo contrario: nos están garantizando la libertad de llegar<br />
bien a nuestro destino.<br />
Educación en la libertad y para la libertad<br />
La libertad, conviene insistir, es una condición necesaria en todo<br />
proceso de educación: no se puede dar formación humana verdadera,<br />
sino en un clima auténtico de libertad. Toda educación integral ha de<br />
ser en libertad y para la libertad. La madurez, que es desarrollo<br />
armónico de virtudes -humanas y sobrenaturales- tiene como elemento<br />
esencial la libertad responsable. La cual, como decimos, no consiste en<br />
carencia de vínculos: la vida humana está, de ordinario, condicionada<br />
por las elecciones precedentes: la familia, la profesión la entrega al<br />
esposo o a la esposa, o a Dios, los hijos, los amigos... La libertad<br />
exige que la persona sea verdaderamente dueña de sí misma, que esté<br />
decidida a combatir y superar diversas formas de egoísmo e<br />
individualismo; dispuesta a abrirse a los demás, generosa en la entrega<br />
y en el servicio, con la razón que más dice libertad: si me entrego a<br />
servir, lo hago porque quiero, ¡porque me da la gana!, que también es<br />
una razón sobrenatural.<br />
287 Fernando Ocariz, Amor a Dios, Amor a los hombres, Ed. Palabra, Madrid 1973,<br />
p.16
175<br />
Es muy importante que en la educación personalizada se tenga<br />
una experiencia continua de libertad responsable. Especialmente la<br />
educación en la fe -que tiene por objetivo el amor de Dios- tiene que<br />
tener un marco de referencia de libertad. Dios no ha querido<br />
imponernos su verdad, aunque nos haya dicho que sólo la verdad nos<br />
hará libres. Él quiere que se le siga por amor y el amor no se impone.<br />
Tiene gran trascendencia en el Proyecto de Educación en la Fe que los<br />
alumnos respiren un aire de libertad, de tal manera que puedan<br />
responder con las veras del alma:<br />
-Yo sigo este camino -el de la fe y amor de Dios - porque quiero.<br />
En el Evangelio es muy clara esta actitud del Señor. Cuando se<br />
refiere a cosas o a objetos inanimados, lo hace en ejercicio de su<br />
dominio sobre toda realidad: en la creación, al transformar el agua en<br />
vino en las bodas de Caná, al calmar las agitadas aguas del lago, o al<br />
resucitar un muerto: Lázaro, ¡sal fuera!. Sin embargo, cuando se<br />
dirige a seres humanos, vivos, emplea el condicional: Si quieres ser<br />
perfecto. Quienquiera venir en pos de mí. Y espera una respuesta libre,<br />
espontánea: como cuando se dirige a la Virgen para pedir su<br />
consentimiento a la maternidad divina: no importa que haya sido<br />
elegida desde la eternidad; el Verbo se hará carne en ella, sólo<br />
cuando María pronuncie su sí: Hágase en mí según tu Palabra. Por eso,<br />
la obediencia a Dios nunca es servilismo, ya que Él no sojuzga la<br />
conciencia, sino que mueve el corazón con el fin de que cada uno, en<br />
uso de su libertad personal y con personal responsabilidad descubra<br />
lo que Dios quiere y lo siga voluntariamente.<br />
Si Dios, dueño y Señor del universo respeta así nuestra<br />
libertad, es lógico que los educadores -padres, profesores,<br />
sacerdotes- no podemos coaccionar, ni imponer nuestros criterios.<br />
Así sean verdaderos, así conduzcan al Cielo. Nadie se salva obligado,<br />
ni se condena sin su culpa. La enseñanza de las verdades de fe, de<br />
las normas morales, de la doctrina de la Iglesia, ha de ser recibida sin<br />
condicionamientos imperativos. Hace falta respetar siempre la<br />
intimidad, la personalidad de cada alumno. Se le mostrará la verdad,<br />
porque tiene derecho a ella. Pero se dejará a su decisión libre seguirla<br />
o no: bajo su propia responsabilidad. Y esto desde muy niño. Porque<br />
la libertad no es sólo para los adultos, sino que es un clima en el que<br />
crece la persona desde su infancia. De otra manera nunca aprenderá<br />
a amar, nunca sabrá vivir la responsabilidad.
VI La vocación cristiana,<br />
una llamada al apostolado 288<br />
176<br />
En la doctrina cristiana está inscrito que Dios quiere que todos<br />
los hombres sean santos y que colaboren en la santidad de los<br />
demás. Ser cristiano no es un título de satisfacción personal: es una<br />
misión divina, en la que el Señor quiere que seamos sal de la tierra y<br />
luz del mundo. Esta misión se recibe en el Bautismo y se va<br />
consolidando en cada uno de los demás sacramentos.<br />
El cristiano se sabe injertado en Cristo, por<br />
el Bautismo; habilitado a luchar por Cristo,<br />
por la Confirmación; llamado a obrar en el<br />
mundo por la participación en la función<br />
real, profética y sacerdotal de Cristo; hecho<br />
una sola cosa con Cristo, por Eucaristía,<br />
sacramento de la unidad y del amor. Por<br />
eso, como Cristo, ha de vivir de cara a los<br />
demás hombres, mirando con amor a todos<br />
y a cada uno de los que le rodean, y a la<br />
humanidad entera 289 .<br />
Alma sacerdotal<br />
Las palabras de Jesús por las que envía a los apóstoles a<br />
predicar por todo el mundo el Evangelio, tienen aplicación a todo<br />
cristiano, puesto que no fueron dichas para un momento histórico<br />
limitado a los primeros años del cristianismo: Yo estaré con vosotros,<br />
todos los días, hasta el fin del mundo. Existe una vocación universal al<br />
apostolado, por la que todos los cristianos debemos sentirnos<br />
responsables de difundir el Evangelio, de llevar con nosotros, con<br />
nuestra vida, nuestra conducta, nuestra palabra el mensaje de la<br />
llamada universal a la santidad. Cristo confió a los bautizados, a<br />
todos, el derecho y el deber de dedicarse activamente a la alta misión<br />
de difundir la verdad presente en el Evangelio. La razón está en que,<br />
por el Bautismo, somos constituidos en sacerdotes de nuestra propia<br />
existencia, revestidos de esta alta dignidad que nos lleva a ser<br />
mediadores entre Dios y los hombres.<br />
Un cristiano no podría ser fiel a Cristo si descuidara este deber<br />
de predicar, con su ejemplo y con su palabra, las verdades de la fe,<br />
la urgencia de la vida sacramental, la moral cristiana. Somos parte<br />
288 Cf. Luis Alonso, La vocación apostólica del cristiano en la enseñanza de Mons.<br />
Escrivá de Balaguer, Artículo en el libro Mons. Escrivá de Balaguer y el Opus Dei,<br />
pp.229- 292<br />
289 Es Cristo que pasa, n. 20
177<br />
viva de la Iglesia, la cual tiene la misión de continuar la que vino a<br />
cumplir Jesucristo en la tierra y de la que todos hemos de sentirnos<br />
responsables: este cometido se llama, precisamente, apostolado. La<br />
vocación cristiana es, por su misma naturaleza, vocación al apostolado 290 ; A<br />
cada discípulo de Cristo corresponde el deber de esparcir, en la medida en<br />
que le sea posible, la fe 291 . Es algo propio de cada cristiano, sin que<br />
deba esperar a ser enviado por la jerarquía de la Iglesia, ni tenga que<br />
estar vinculado a alguna organización apostólica. Puede unirse a<br />
otros, o ser llamado a una de las muchas labores sociales y<br />
apostólicas que existen en la Iglesia: pero no es en función de este<br />
llamado que tiene un deber apostólico; más bien es al revés: es<br />
llamado para que pueda cumplir mejor su deber proveniente del<br />
Bautismo y de la Confirmación.<br />
Los laicos, gracias a los impulsos del<br />
Espíritu Santo, son cada vez más<br />
conscientes de ser Iglesia, de tener una<br />
misión específica, sublime y necesaria,<br />
puesto que ha sido querida por Dios. Y<br />
saben que esa misión depende de su misma<br />
condición de cristianos, no necesariamente<br />
de un mandato de la Jerarquía 292 .<br />
Así crece la Iglesia, así cumple su misión así puede llegar a<br />
todas partes, a todos los hombres, como es su cometido esencial:<br />
gracias a la personal responsabilidad apostólica de todos los<br />
bautizados, comprometidos en descubrir y en recorrer todos los<br />
caminos de la tierra, que se hicieron divinos con el paso de Cristo. O<br />
sea, que la santidad - de la que hablamos en otro capítulo de este<br />
texto - y el apostolado no son algo accesorio en la vocación cristiana,<br />
sino precisamente su fin. Es ese el programa que propone a todos el<br />
primer punto de Camino:<br />
Ansias de salvar otras personas<br />
Que tu vida no sea una vida estéril. —Sé<br />
útil. —Deja poso. —Ilumina, con la<br />
luminaria de tu fe y de tu amor. * Borra,<br />
con tu vida de apóstol, la señal viscosa y<br />
sucia que dejaron los sembradores impuros<br />
del odio. —Y enciende todos los caminos de<br />
la tierra con el fuego de Cristo que llevas en<br />
el corazón (n. 1).<br />
Es esta la enseñanza de Cristo, la vía por la cual nos quiere<br />
llevar: que estemos convencidos de que el amor a Él debe desbordar<br />
290 Apostolicam actuositatem, n. 2<br />
291 Lumen Gentium, n.17<br />
292 Conversaciones, n. 59
178<br />
en preocupación por los demás, en ansias de salvar almas, de<br />
enseñar el camino hacia el cielo a las personas que tenemos cerca.<br />
No se puede dar una vida cristiana, de unión con Dios, práctica de<br />
sacramentos, vida de piedad, mortificación..., sin que tenga<br />
consecuencias hacia el prójimo, sin el deseo de acercar almas a Dios,<br />
llevarlas a la conversión, vincularlas con el compromiso de ser, a su<br />
vez, apóstoles entre sus iguales. Un texto muchas veces meditado<br />
por el autor, explica muy bien cuál ha de ser la conducta de un<br />
cristiano que se toma en serio su fe. Puede parecer larga la cita, pero<br />
resulta fundamental para dar toda la claridad al tema. Leamos.<br />
293 Cfr. Lc VII, 11-17.<br />
294 Cfr. Jn XI, 35.<br />
295 Cfr. Mt XV, 32.<br />
Conocer a Jesús ... es darnos cuenta de que nuestra vida no<br />
puede vivirse con otro sentido que con el de entregarnos al<br />
servicio de los demás. Un cristiano no puede detenerse sólo en<br />
problemas personales, ya que ha de vivir de cara a la Iglesia<br />
universal, pensando en la salvación de todas las almas. De<br />
este modo, hasta esas facetas que podrían considerarse más<br />
privadas e íntimas -la preocupación por el propio mejoramiento<br />
interior- no son en realidad personales: puesto que la<br />
santificación forma una sola cosa con el apostolado. Nos hemos<br />
de esforzar, por tanto, en nuestra vida interior y en el<br />
desarrollo de las virtudes cristianas, pensando en el bien de<br />
toda la Iglesia, ya que no podríamos hacer el bien y dar a<br />
conocer a Cristo, si en nosotros no hubiera un empeño sincero<br />
por hacer realidad práctica las enseñanzas del Evangelio.<br />
Impregnados de este espíritu, nuestros rezos, aun cuando<br />
comiencen por temas y propósitos en apariencia personales,<br />
acaban siempre discurriendo por los cauces del servicio a los<br />
demás(...) Los problemas de nuestros prójimos han de ser<br />
nuestros problemas. La fraternidad cristiana debe encontrarse<br />
muy metida en lo hondo del alma, de manera que ninguna<br />
persona nos sea indiferente. María, Madre de Jesús, que lo crió,<br />
lo educó y lo acompañó durante su vida terrena y que ahora<br />
está junto a Él en los cielos, nos ayudará a reconocer a Jesús<br />
que pasa a nuestro lado, que se nos hace presente en las<br />
necesidades de nuestros hermanos los hombres. Hay que<br />
abrir los ojos, hay que saber mirar a nuestro alrededor y<br />
reconocer esas llamadas que Dios nos dirige a través de<br />
quienes nos rodean. No podemos vivir de espaldas a la<br />
muchedumbre, encerrados en nuestro pequeño mundo. No fue<br />
así como vivió Jesús. Los Evangelios nos hablan muchas veces<br />
de su misericordia, de su capacidad de participar en el dolor y<br />
en las necesidades de los demás: se compadece de la viuda de<br />
Naim 293 , llora por la muerte de Lázaro 294 , se preocupa de las<br />
multitudes que le siguen y que no tienen qué comer 295 , se<br />
compadece también sobre todo de los pecadores, de los que<br />
caminan por el mundo sin conocer la luz ni la verdad:
179<br />
desembarcando vio Jesús una gran muchedumbre, y<br />
enterneciéronsele con tal vista las entrañas, porque andaban<br />
como ovejas sin pastor, y se puso a instruirlos en muchas<br />
cosas 296 . Cuando somos de verdad hijos de María<br />
comprendemos esa actitud del Señor, de modo que se agranda<br />
nuestro corazón y tenemos entrañas de misericordia. Nos<br />
duelen entonces los sufrimientos, las miserias, las<br />
equivocaciones, la soledad, la angustia, el dolor de los otros<br />
hombres nuestros hermanos. Y sentimos la urgencia de<br />
ayudarles en sus necesidades, y de hablarles de Dios para que<br />
sepan tratarle como hijos y puedan conocer las delicadezas<br />
maternales de María. Llenar de luz el mundo, ser sal y luz 297 :<br />
así ha descrito el Señor la misión de sus discípulos. Llevar<br />
hasta los últimos confines de la tierra la buena nueva del amor<br />
de Dios. A eso debemos dedicar nuestras vidas, de una manera<br />
o de otra, todos los cristianos. Ser apóstol de apóstoles. Diré<br />
más. Hemos de sentir la ilusión de no permanecer solos,<br />
debemos animar a otros a que contribuyan a esa misión divina<br />
de llevar el gozo y la paz a los corazones de los hombres. En la<br />
medida en que progresáis, atraed a los demás con vosotros,<br />
escribe San Gregorio Magno; desead tener compañeros en el<br />
camino hacia el Señor 298 . Pero tened presente que, cum<br />
dormirent homines, mientras dormían los hombres, vino el<br />
sembrador de la cizaña, dice el Señor en una parábola 299 . Los<br />
hombres estamos expuestos a dejarnos llevar del sueño del<br />
egoísmo, de la superficialidad, desperdigando el corazón en mil<br />
experiencias pasajeras, evitando profundizar en el verdadero<br />
sentido de las realidades terrenas. ¡Mala cosa ese sueño, que<br />
sofoca la dignidad del hombre y le hace esclavo de la tristeza!<br />
Hay un caso que nos debe doler sobre manera: el de aquellos<br />
cristianos que podrían dar más y no se deciden; que podrían<br />
entregarse del todo, viviendo todas las consecuencias de su<br />
vocación de hijos de Dios, pero se resisten a ser generosos.<br />
Nos debe doler porque la gracia de la fe no se nos ha dado<br />
para que esté oculta, sino para que brille ante los hombres 300 ;<br />
porque, además, está en juego la felicidad temporal y la eterna<br />
de quienes así obran. La vida cristiana es una maravilla divina,<br />
con promesas inmediatas de satisfacción y de serenidad, pero<br />
a condición de que sepamos apreciar el don de Dios 301 , siendo<br />
generosos sin tasa”.<br />
Es necesario, pues, despertar a quienes hayan podido caer en<br />
ese mal sueño: recordarles que la vida no es cosa de juego,<br />
sino tesoro divino, que hay que hacer fructificar. Es necesario<br />
también enseñar el camino, a quienes tienen buena voluntad y<br />
buenos deseos, pero no saben cómo llevarlos a la práctica.<br />
Cristo nos urge. Cada uno de vosotros ha de ser no sólo<br />
296 Mc VI, 34.<br />
297 Cfr. Mt V, 13-14.<br />
298 S. Gregorio Magno, In Evangelia homiliae, 6, 6 (PL 76, 1098).<br />
299 Mt XIII, 25.<br />
300 Cfr. Mt V, 15-16.<br />
301 Cfr. Jn IV, 10.
302 Jn II, 5.<br />
180<br />
apóstol, sino apóstol de apóstoles, que arrastre a otros, que<br />
mueva a los demás para que también ellos den a conocer a<br />
Jesucristo. Quizás alguno se pregunte cómo, de qué manera<br />
puede dar este conocimiento a las gentes. Y os respondo: con<br />
naturalidad, con sencillez, viviendo como vivís en medio del<br />
mundo, entregados a vuestro trabajo profesional y al cuidado<br />
de vuestra familia, participando en los afanes nobles de los<br />
hombres, respetando la legítima libertad de cada uno. Desde<br />
hace casi treinta años ha puesto Dios en mi corazón el ansia de<br />
hacer comprender a personas de cualquier estado, de cualquier<br />
condición u oficio, esta doctrina: que la vida ordinaria puede<br />
ser santa y llena de Dios, que el Señor nos llama a santificar la<br />
tarea corriente, porque ahí está también la perfección cristiana.<br />
Considerémoslo una vez más, contemplando la vida de María.<br />
No olvidemos que la casi totalidad de los días que Nuestra<br />
Señora pasó en la tierra transcurrieron de una manera muy<br />
parecida a las jornadas de otros millones de mujeres, ocupadas<br />
en cuidar de su familia, en educar a sus hijos, en sacar<br />
adelante las tareas del hogar. María santifica lo más menudo,<br />
lo que muchos consideran erróneamente como intrascendente<br />
y sin valor: el trabajo de cada día, los detalles de atención<br />
hacia las personas queridas, las conversaciones y las visitas<br />
con motivo de parentesco o de amistad. ¡Bendita normalidad,<br />
que puede estar llena de tanto amor de Dios! Porque eso es lo<br />
que explica la vida de María: su amor. Un amor llevado hasta el<br />
extremo, hasta el olvido completo de sí misma, contenta de<br />
estar allí, donde la quiere Dios, y cumpliendo con esmero la<br />
voluntad divina. Eso es lo que hace que el más pequeño gesto<br />
suyo, no sea nunca banal, sino que se manifieste lleno de<br />
contenido. María, Nuestra Madre, es para nosotros ejemplo y<br />
camino. Hemos de procurar ser como Ella, en las circunstancias<br />
concretas en las que Dios ha querido que vivamos. Actuando<br />
así daremos a quienes nos rodean el testimonio de una vida<br />
sencilla y normal, con las limitaciones y con los defectos<br />
propios de nuestra condición humana, pero coherente. Y, al<br />
vernos iguales a ellos en todas las cosas, se sentirán los demás<br />
invitados a preguntarnos: ¿cómo se explica vuestra alegría?,<br />
¿de dónde sacáis las fuerzas para vencer el egoísmo y la<br />
comodidad?, ¿quién os enseña a vivir la comprensión, la limpia<br />
convivencia y la entrega, el servicio a los demás? Es entonces<br />
el momento de descubrirles el secreto divino de la existencia<br />
cristiana: de hablarles de Dios, de Cristo, del Espíritu Santo, de<br />
María. El momento de procurar transmitir, a través de las<br />
pobres palabras nuestras, esa locura del amor de Dios que la<br />
gracia ha derramado en nuestros corazones. San Juan<br />
conserva en su Evangelio una frase maravillosa de la Virgen,<br />
en una escena que ya antes considerábamos: la de las bodas<br />
de Caná. Nos narra el evangelista que, dirigiéndose a los<br />
sirvientes, María les dijo: Haced lo que El os dirá 302 . De eso se<br />
trata; de llevar a las almas a que se sitúen frente a Jesús y le
181<br />
pregunten: Domine, quid me vis facere?, Señor, ¿qué quieres<br />
que yo haga? 303 . El apostolado cristiano -y me refiero ahora en<br />
concreto al de un cristiano corriente, al del hombre o la mujer<br />
que vive siendo uno más entre sus iguales- es una gran<br />
catequesis, en la que, a través del trato personal, de una<br />
amistad leal y auténtica, se despierta en los demás el hambre<br />
de Dios y se les ayuda a descubrir horizontes nuevos: con<br />
naturalidad, con sencillez he dicho, con el ejemplo de una fe<br />
bien vivida, con la palabra amable pero llena de la fuerza de la<br />
verdad divina 304 .<br />
Eso hemos de ser cada uno en medio del mundo que nos rodea:<br />
apóstoles. Sin discursos ni frases grandilocuentes; sin ruido. La<br />
vocación de hijos de Dios exige que no busquemos solamente nuestra<br />
santidad personal, sino que vayamos por el mundo, por todos los<br />
senderos de la tierra, dispuestos a llevar la semilla de Cristo, a<br />
conducir hacia Dios todas las personas que nos encontremos en<br />
nuestro caminar.<br />
303 Act IX, 6.<br />
304 Es Cristo que pasa nn, 145-149<br />
305 Camino, n. 831<br />
Eres, entre los tuyos -alma de<br />
apóstol-, la piedra caída en el lago. -<br />
Produce, con tu ejemplo y tu palabra<br />
un primer círculo... y éste, otro... y<br />
otro... Cada vez más ancho. -<br />
¿Comprendes ahora la grandeza de tu<br />
misión? 305
VII Responsabilidad social,<br />
justicia y solidaridad 306<br />
182<br />
Este tema se integra entre las que hemos denominado Ideas-<br />
Madre en la educación en la fe puesto que constituye una dimensión<br />
particular del apostolado cristiano, que es la solidaridad humana.<br />
Los principios fundamentales en los que se apoya la Doctrina Social<br />
de la Iglesia (DSI) y, en concreto, la solidaridad proyectan una luz<br />
sobre los criterios que guían la conducta humana en su actuación<br />
concreta.<br />
Es razonable que quienes se forman dentro del espíritu del<br />
Evangelio, tengan siempre en cuenta algunos principios que deben<br />
regir siempre sus relaciones interpersonales. Citemos, por ejemplo:<br />
1 La dignidad de la persona humana: es el más<br />
importante de todos, el fundamento último en el que<br />
todo lo demás se apoya. La DSI es, ante todo, una<br />
defensa de la dignidad de la persona humana, que<br />
muchas veces corre peligro de ser mal tratada en la<br />
convivencia social.<br />
2 El bien común: conjunto de condiciones sociales que<br />
hace posible a cada persona y a los grupos sociales<br />
intermedios conseguir la perfección que les es propia.<br />
Para entenderlo bien, hace falta saber qué es la<br />
persona, en toda su dimensión. Es deber de todos<br />
cooperar con el bien común.<br />
3 La solidaridad: no se trata de un mero sentimiento, por<br />
la triste condición de muchas personas, cercanas o<br />
lejanas. “Es la determinación firme y permanente de<br />
empeñarse por el bien común, es decir, por el bien de<br />
todos y cada uno, para que todos seamos<br />
verdaderamente responsables de todos” 307 . Somos<br />
interdependientes. Toda conducta humana, tiene<br />
repercusiones, no sólo cerca, sino también más allá.<br />
Toda tarea humana, así se realice en beneficio propio,<br />
para un cristiano, debe pensarse también en función<br />
306 Cfr. Javier Abad Gómez, El trabajo y la dignidad de la persona humana, Ediciones<br />
Tacurí, n. 2, Liceo Tacurí, Cali 1994<br />
307 Juan Pablo II, Enc. Solicitudo rei socialis
183<br />
de los demás, del bien común. La solidaridad es la<br />
negación del egoísmo personal y colectivo.<br />
4 La participación: hace parte del principio de<br />
subsidiariedad. El ser humano, inteligente y libre, no<br />
sólo debe, sino que quiere ser protagonista en la<br />
consecución del bien común: no se le puede negar este<br />
derecho. Deben respetarse los ámbitos concretos de<br />
iniciativa de cada uno.<br />
5 Otros principios, permanentemente válidos, quizás no<br />
fundamentales pero que brotan de aquellos, que de<br />
una manera más cercana permiten juzgar las<br />
situaciones y formular orientaciones de la conducta<br />
práctica. Son como intermedios entre los Principios<br />
Fundamentales y la praxis concreta. Mencionemos<br />
algunos.<br />
El destino universal de los bienes: es fuente de múltiples deberes<br />
morales de los individuos y del Estado.<br />
El derecho a la propiedad privada: consecuencia del anterior, no<br />
su negación: “Sobre toda propiedad privada grava una hipoteca<br />
social” (Juan Pablo II), no como añadido, sino algo que le es<br />
intrínseco.<br />
Prioridad del trabajo sobre el capital: el trabajo es un bien propio<br />
del hombre. Trabajo y persona se entrelazan.<br />
Derecho al salario justo: todo trabajador tiene derecho (en<br />
justicia) a percibir por su trabajo un salario suficiente para suplir sus<br />
necesidades personales y familiares.<br />
La virtud de la solidaridad<br />
En la formación religiosa de los alumnos conviene destacar por<br />
su importancia, la virtud social de la solidaridad. Es virtud humana<br />
que hunde sus raíces en la comunión de origen del género humano,<br />
por la que forma una unidad, de donde surge la ley de solidaridad y<br />
de caridad que, sin excluir la rica variedad de personas, culturas y<br />
pueblos, nos asegura que todos los hombres somos hermanos. En<br />
cuanto cristianos rige, además, la Comunión de los santos:<br />
solidaridad sobrenatural nacida del amor en la cual ninguno vive para<br />
sí mismo, ninguno muere para sí mismo 308 .<br />
La solidaridad, es una virtud relacionada con la amistad y con la<br />
caridad social: exigencia directa de la fraternidad humana y cristiana.<br />
308 Rom. 14,7
Es comunicación de bienes espirituales, aún más que de bienes<br />
materiales.<br />
* Algunas manifestaciones de solidaridad:<br />
184<br />
* justa distribución de bienes<br />
* justa remuneración del trabajo<br />
* lucha por un orden social más justo<br />
* esfuerzo por encontrar siempre salida a los conflictos<br />
* búsqueda permanente de unas relaciones humanas más<br />
dignas y justas<br />
* superación de la indiferencia social<br />
* Diversidad de formas de solidaridad: entre ricos y<br />
pobres, pobres o ricos entre sí, miembros de una misma<br />
familia, varias familias en formas asociativas,<br />
empleados y empleadores, empleados entre sí.<br />
Solidaridad regional, nacional o<br />
internacional...<br />
* Importancia de la solidaridad para la paz del mundo 309<br />
* Que ninguna nación impida, por egoísmo colectivo, el<br />
desarrollo de países menos avanzados.<br />
* Eliminación de sistemas financieros abusivos, usurarios<br />
* Sustitución de la carrera armamentista por ayudas<br />
humanitarias a la solución de problemas vitales de la<br />
humanidad.<br />
* Lucha contra los flagelos humanos: el hambre, las<br />
injusticias, las discriminaciones, los derechos de las<br />
minorías, la libertad en general y la libertad de las<br />
conciencias, la drogadicción, el SIDA, los problemas de<br />
carácter ético.<br />
Educación para la solidaridad<br />
* El hogar, medio natural para la iniciación en la solidaridad y<br />
responsabilidades comunitarias<br />
* En toda comunidad: familia, colegio, barrio, conjunto, ciudad,<br />
nación..., el bien común es responsabilidad de todos. Ecología. Medio<br />
ambiente.<br />
* Conciencia clara de que los bienes de la creación están<br />
destinados a todo el género humano.<br />
309 Cfr. C.E.C., nn. 2439-2440
185<br />
* El derecho natural a la propiedad privada es un derecho de<br />
todos los hombres, no de unos pocos privilegiados.<br />
* Sobre toda propiedad privada grava una hipoteca social<br />
Sentido sobrenatural de la solidaridad<br />
* La virtud de la solidaridad sigue la regla de oro y la<br />
generosidad del Señor que siendo rico, por vosotros se hizo pobre a<br />
fin de que os enriquecierais con su pobreza 310 .<br />
* Danos hoy nuestro pan de cada día: solidaridad con las<br />
necesidades y sufrimientos de los demás. Que nadie sufra la<br />
crueldad de la indiferencia. Vencer el egoísmo con la generosidad.<br />
Negarse a la explotación de los bienes en favor de unos pocos; y,<br />
sobre todo, negarse a la explotación de un ser humano por otro.<br />
* Pensar en el drama del hambre en el mundo. Necesidad de<br />
orar y trabajar -de acuerdo con las capacidades y alcance de cada<br />
uno- para que cada ser humano tenga satisfechas sus necesidades<br />
mínimas. No podemos vivir de espaldas a los demás, preocupados<br />
sólo de nosotros mismos.<br />
* Parábola del pobre Lázaro (Luc. 16, 19-31)<br />
* Parábola del juicio final (Mat. 25, 31-46)<br />
* Líbranos del mal: todos juntos (Comunión de los santos).<br />
Justicia y caridad<br />
La justicia es la virtud moral que consiste en la constante y<br />
firme voluntad de dar a Dios y al prójimo lo que les es debido. La<br />
justicia con Dios: es tarea de la virtud de la religión. La justicia con<br />
los hombres: impone el respeto por los derechos de cada uno y el<br />
establecimiento de la armonía en las relaciones humanas, la equidad,<br />
en aras de lograr el bien común. Con frecuencia está orientada al<br />
cumplimiento de las obligaciones con los subordinados. Como en<br />
Colosenses, 4,1: Amos, dad a vuestros siervos lo que es justo y<br />
equitativo, teniendo presente que también vosotros tenéis un amo en el<br />
cielo. O con los pobres: No hacer participar a los pobres de los propios<br />
bienes es robarles y quitarles la vida. Lo que poseemos no son bienes<br />
nuestros, sino los suyos (San Juan Crisóstomo).<br />
Justicia social es la que facilita las condiciones que permiten a<br />
las asociaciones y a cada uno conseguir lo que les es debido según su<br />
naturaleza y su vocación. Está ligada a la consecución del bien<br />
común. Sólo puede ser conseguida sobre la base del respeto,<br />
310 II Cor. 8,9
186<br />
defensa y promoción de la dignidad trascendente de la persona<br />
humana. Lo cual implica el respeto de los derechos que se derivan de<br />
su dignidad de criatura de Dios: la vida, la libertad, la conciencia, el<br />
trabajo, la educación, la alimentación, el techo, el pertenecer a una<br />
familia, el descanso, la intimidad 311 .<br />
El primer mandamiento social es el amor, único que nos hace<br />
capaces de vivir cabalmente la justicia. Uno y otra están muy<br />
relacionados y deben sostenerse mutuamente. Sin justicia no hay<br />
amor verdadero: sería mentira. Sin amor, no puede darse una<br />
justicia de dimensión cristiana: terminaría en crueldad. La justicia<br />
sola no da felicidad, ni solución a los problemas de la convivencia.<br />
Cuando en un hogar, en el colegio o en la empresa se tienen que<br />
reclamar los derechos, es porque el amor está ausente, la felicidad se<br />
está perdiendo y la infidelidad está a la puerta.<br />
Distinciones entre justicia y caridad<br />
<strong>LA</strong> JUSTICIA <strong>LA</strong> CARIDAD<br />
Es camino para recorrerlo<br />
necesita amor<br />
quita barreras acerca a las personas<br />
doy a otro lo que le pertenece doy lo que me<br />
pertenece<br />
se limita a cumplir se excede<br />
generosamente<br />
su objeto es un derecho, a algo su objeto es una<br />
persona<br />
busca algo que tiene el otro busca al otro en cuanto<br />
es sujeto y objeto se distinguen tienden a<br />
identificarse<br />
mira “lo que es tuyo” te mira a “ti”, al “tú”<br />
da algo quiere a alguien<br />
da lo que recibe da gratuitamente<br />
siempre tiene medida “La medida del amor<br />
es el amar sin medida”(S.<br />
Agustín)<br />
acentúa la distinción: uno tiende a la unidad<br />
frente a otro<br />
el otro es “otro” el otro es “otro yo”<br />
busca no hacer daño busca hacer el bien<br />
Armonía entre justicia y caridad<br />
311 Cfr. C.E.C., nn. 1931-1933
187<br />
Si se distinguen es para poder unirlas mejor. Si la caridad<br />
exige querer el bien para otro, el primer bien, el primer deber que<br />
impone es la justicia: si se pretende dar amor, hay que empezar por<br />
darle aquello a lo que tiene derecho, lo que en justicia se le debe.<br />
Las obligaciones de caridad y de justicia no son paralelas ni<br />
divergentes: son convergentes, estén jerarquizadas. Una y otra se<br />
reclaman mutuamente. Para el cristiano no hay obligación de<br />
justicia, que no sea igualmente deber de caridad. Si no se vive la<br />
justicia, no se puede decir que hay amor. Sin justicia la caridad<br />
resulta un agravio, una burla. No se puede ofrecer por caridad lo que<br />
se debe por justicia: sería insultante. Por todo lo anterior, es preciso<br />
satisfacer ante todo las exigencias de la justicia, de modo que no se ofrezca<br />
como ayuda de caridad, lo que ya se debe a título de justicia 312<br />
Una mirada al corazón<br />
Nada hay fuera del hombre que, entrando<br />
en él, pueda contaminarle; lo que sale del<br />
hombre eso es lo que contamina el<br />
hombre 313 , porque de dentro, del corazón<br />
del hombre, proceden los malos<br />
pensamientos, las fornicaciones, los hurtos,<br />
los homicidios, las maldades, el fraude, la<br />
impureza, envidia, blasfemia, altivez,<br />
insensatez 314 .<br />
El pecado es siempre personal, no existe lo que a veces se<br />
llama pecado social, como si se tratara de una culpa colectiva,<br />
indiferenciada, de una comunidad en situación de pecado en la que<br />
no cabe responsabilidad personal. La culpa de los males de dicha<br />
sociedad, no podría atribuirse a las personas que la constituyen, que<br />
más bien serían víctimas de dicho estado de cosas.<br />
312 C.E.C., n. 2446<br />
313 Mc. 7,15<br />
314 Mc. 7,21-23<br />
315 Juan Pablo II, Libertatis nuntius, IV, n.14<br />
No se puede restringir el campo del pecado,<br />
cuyo primer efecto es introducir el desorden<br />
entre Dios y el hombre, a lo que se<br />
denomina `pecado social. En realidad sólo<br />
una justa doctrina del pecado permite<br />
insistir sobre la gravedad de sus efectos<br />
sociales” 315 .
188<br />
Es cierto que el pecado tiene efectos sociales, que existen<br />
instituciones opresoras, legislaciones injustas, situaciones de opresión<br />
y servidumbre. Pero el nudo ciego de la cuestión social y el epicentro<br />
de los males de la sociedad contemporánea residen en el número y<br />
profundidad de los pecados del mundo, pecados personales, cargados<br />
de trágicas consecuencias sociales.<br />
El pecado del hombre, es decir, su ruptura<br />
con Dios, es la causa radical de las<br />
tragedias que marcan la historia de la<br />
libertad. Para comprender esto, muchos de<br />
nuestros contemporáneos deben descubrir<br />
nuevamente el sentido del pecado” 316 . “El<br />
pecado, en sentido verdadero y propio, es<br />
siempre un acto de la persona, porque es<br />
un acto libre de la persona individual, y no<br />
de un grupo o comunidad(...). No se puede<br />
ignorar esta verdad con el fin de descargar<br />
en realidades externas -las estructuras, los<br />
sistemas, los demás- el pecado de los<br />
individuos” 317 .<br />
Se puede hablar de “pecado social”, para significar las<br />
consecuencias sociales que tiene todo pecado individual. Es decir,<br />
para reconocer que, en virtud de la solidaridad humana el pecado de<br />
cada uno repercute en los demás. Es la otra cara de aquella<br />
solidaridad que, a nivel religioso se desarrolla en el dogma de la<br />
comunión de los santos, merced a la cual se puede decir que “toda<br />
alma que se eleva, eleva al mundo” y a la inversa que “no existe<br />
pecado alguno, aun el más íntimo y secreto, el más estrictamente<br />
individual, que afecte exclusivamente a aquél que lo comete.<br />
Cualquier pecado, por escondido que sea, de alguna manera va<br />
contra el amor al prójimo, o contra la justicia, contra los derechos<br />
humanos, contra el bien común o sus legítimas exigencias. Cuando la<br />
Iglesia habla de estructuras de pecado, situaciones de pecado, no<br />
olvida que son el fruto, la acumulación y la concentración de muchos<br />
pecados personales. Ninguna situación, institución, sociedad o<br />
estructura son, de suyo, sujeto de actos morales: no pueden ser<br />
buenas o malas en sí mismas.<br />
Analógicamente, el cambio social sólo podrá provenir de la<br />
conversión personal, la reforma moral de cada uno de nosotros. El<br />
Evangelio llega a las instituciones pasando por los corazones. Libera<br />
de la injusticia liberando las conciencias del pecado personal y por lo<br />
tanto de sus efectos sociales. Cristo llama al corazón humano, a lo<br />
316 Juan Pablo II, Libertatis nuntius, n. 37<br />
317 Juan Pablo II, Ex.Ap.Reconciliatio et paenitentia,16
más íntimo de cada persona, llama a la conversión personal. Así, uno<br />
por uno, en progresión geométrica cambiaremos el mundo.<br />
La libertad del corazón ante los bienes temporales<br />
189<br />
Existe un destino universal y un derecho natural a poseer los<br />
bienes necesarios para la vida, considerada en su totalidad. Pero<br />
también un mandato divino de no dejarse deslumbrar por esos<br />
bienes. Se hace necesario ejercitar -de corazón- virtudes como la<br />
templanza, el desprendimiento, la sobriedad, así como un respeto<br />
delicado y dócil a la integridad de la creación: la ecología humana,<br />
animal, ambiental.<br />
La Doctrina Social de la Iglesia es expresión cabal del séptimo<br />
mandamiento de la Ley de Dios. El amor a lo pobres se inspira en el<br />
Evangelio de las Bienaventuranzas; en la pobreza de Jesús; en las<br />
señales de su mesianidad. Por ese amor reconoce Jesús a sus<br />
seguidores: Tuve hambre y me disteis de comer, sed y me disteis de<br />
beber, estaba desnudo y me vestisteis, enfermo y me visitasteis.<br />
Cuando damos a los pobres las cosas<br />
indispensables, no les hacemos liberalidades<br />
personales, sino que les devolvemos lo que<br />
es suyo. Más que realizar un acto de<br />
caridad, lo que hacemos es cumplir un<br />
deber de justicia 318 .<br />
La obras de misericordia. Son acciones caritativas mediante las<br />
cuales ayudamos a nuestro prójimo en sus necesidades espirituales y<br />
temporales 319 . Instruir, aconsejar, consolar, confortar, son obras de<br />
misericordia espirituales, como también lo son perdonar y sufrir con<br />
paciencia. Las obras de misericordia corporales que menciona el<br />
Señor en la parábola del juicio final 320 , son igualmente importantes.<br />
Entre ellas, la limosna hecha a los pobres, es uno de los testimonios<br />
principales de la caridad fraterna; también una práctica de justicia<br />
que agrada a Dios 321 .<br />
Bajo sus múltiples formas -indigencia<br />
material, opresión injusta, enfermedades<br />
físicas o psíquicas y, por último, la muerte-<br />
la miseria humana es el signo manifiesto de<br />
la debilidad congénita en que se encuentra<br />
el hombre tras el primer pecado y de la<br />
necesidad que tiene de salvación. Por ello,<br />
la miseria humana atrae la compasión de<br />
318 San Gregorio Magno. Cfr. C.E.C., n. 2446<br />
319 Cfr. Isaías 58, 6-7; Hebreos 13,3<br />
320 Mt, 25, 31-46<br />
321 Cfr. Mt. 6, 2-4; Lc. 3,11; 11, 4; Santiago 2,15-16; I Juan 3,17
322 Cfr. C.E.C., n. 2448<br />
190<br />
Cristo Salvador, que la ha querido cargar<br />
sobre sí e identificarse con los `más<br />
pequeños de sus hermanos´. También por<br />
ello, los oprimidos por la miseria son objeto<br />
de un amor de preferencia por parte de la<br />
Iglesia que, desde sus orígenes, y a pesar<br />
de los fallos de muchos de sus miembros,<br />
no ha cesado de trabajar para aliviarlos,<br />
defenderlos y liberarlos. Lo ha hecho<br />
mediante innumerables obras de<br />
beneficencia, que siempre y en todo lugar<br />
continúan siendo indispensables 322 .
VIII El trabajo bien hecho<br />
y las cosas pequeñas<br />
191<br />
Un principio normativo fundamental que debe caracterizar la<br />
Educación en la fe, es el siguiente: El trabajo bien hecho es factor de<br />
perfeccionamiento personal y de servicio a la sociedad. Para lograrlo<br />
es preciso cuidar siempre con esmero los detalles pequeños. En su<br />
unión está la clave: sólo un trabajo en el que se cuidan los detalles<br />
pequeños estará bien hecho. Y sólo un trabajo bien hecho, en el que<br />
se respeta y se busca la unidad de vida, es camino hacia la madurez.<br />
Trabajo bien hecho, camino hacia la madurez 323 .<br />
El trabajo es una dimensión fundamental de la persona, inscrito<br />
en la naturaleza humana con tal profundidad que no se pueden<br />
concebir separados: el hombre hace el trabajo y el trabajo hace al hombre.<br />
Como el vuelo es para las aves, es el trabajo para el ser humano.<br />
El trabajo es un bien del hombre. Y es no sólo un<br />
bien útil o para disfrutar, sino un bien digno, es<br />
decir que corresponde a la dignidad del hombre,<br />
que expresa esta dignidad y la aumenta. Mediante<br />
el trabajo el hombre no solamente transforma la<br />
naturaleza adaptándola a las propias necesidades,<br />
sino que se realiza a sí mismo como hombre, es<br />
más, en un cierto sentido, se hace más hombre 324 .<br />
El trabajo es una actividad que sólo corresponde al ser humano:<br />
no a los animales, ni a las máquinas. Si de estos, sin razón, se dice que<br />
trabajan, es en sentido figurado: en cuanto están al servicio del trabajo<br />
humano. El trabajo es actividad creadora, que lleva siempre a un fin;<br />
debido a su intencionalidad decimos que sólo el hombre - o la mujer-<br />
trabajan. Todo trabajo, aún el más humilde, incluye la presencia del<br />
espíritu, de la inteligencia y de la voluntad humanas. Es una<br />
manifestación de la actividad libre del hombre que se dirige a su fin,<br />
precisamente a través y por medio de su trabajo.<br />
El trabajo bien hecho reclama, como algo indispensable, el<br />
cuidado de las cosas pequeñas, de los detalles. En realidad no se puede<br />
323 Quien quiera ampliar sobre este tema, puede encontrar buen material en el ensayo<br />
Voluntad y Trabajo, de María del Carmen Illueca, publicado en el libro Dimensiones de<br />
la voluntad, Edit. Dossat, Madrid pp. 145-199. Algunas de las ideas del presente<br />
capítulo, son tomadas de dicho texto.<br />
324 Laborem exercens, 14-IX-1981, n. 9
pensar en una obra grande, si no se fundamenta en los detalles<br />
menudos.<br />
192<br />
¿Has visto cómo levantaron aquel edificio de<br />
grandeza imponente? - Un ladrillo, y otro.<br />
Miles. Pero, uno a uno. – Y sacos de<br />
cemento, uno a uno. Y sillares, que suponen<br />
poco, ante la mole del conjunto. – Y trozos<br />
de hierro. – Y obreros que trabajan, día a<br />
día, las mismas horas… ¿Viste cómo alzaron<br />
aquel edificio de grandeza imponente?… - ¡A<br />
fuerza de cosas pequeñas! 325 .<br />
Todo hombre debe trabajar, porque con ello se afirma en la vida<br />
y se afianza el sentido de su dignidad: todo trabajo es digno y todo<br />
trabajo dignifica a quien lo realiza. Pero hace falta que se realice bien y<br />
que contribuya al mejoramiento propio, al de su familia y al de la<br />
sociedad. Sólo un trabajo bien hecho, acabado hasta el detalle, es<br />
cauce de perfección humana. Por esto el trabajo es actividad<br />
educativa, tarea que contribuye directamente a la madurez y, a su vez,<br />
la manifiesta. Para que esto sea así, debe tratarse siempre de un<br />
trabajo que sea reflejo de la libertad humana, de su inteligencia y de su<br />
voluntad. Que ponga en juego los mejores valores de la naturaleza<br />
humana. Cuanto más elevados sean esos valores, más ennoblecen a la<br />
persona y a la misma obra realizada.<br />
Cualquier oficio se vuelve Filosofía, se vuelve<br />
Arte, Poesía, Invención, cuando el trabajador<br />
le da su vida, cuando no permite que ésta se<br />
parta en dos mitades: una mitad para el ideal<br />
y la otra, para el menester cotidiano, sino<br />
que se convierte en una misma cosa en<br />
unidad de vida 326 .<br />
Cuando el hombre, a pesar de la dureza y del esfuerzo, no<br />
desvincula su quehacer cotidiano de la totalidad de su ser, de su<br />
unidad de vida, encuentra en el trabajo un medio de realización<br />
personal y de plasmación de todas sus capacidades. No es, pues, el<br />
trabajo un simple medio de vida: es mucho más. Es una forma de<br />
expresar nuestra presencia en el mundo, nuestro modo de enfrentarnos<br />
a la existencia; es un reflejo de la manera de ser, de la<br />
estructura mental y moral de cada uno. El hombre y la mujer llevan al<br />
trabajo lo que son y lo que tienen: sus sentimientos, sus pasiones, sus<br />
amores, sus sueños e ilusiones. En el trabajo se empeña la inteligencia,<br />
325 Camino, n. 823<br />
326 Eugenio D'Ors, Aprendizaje y heroísmo, Edit. Universidad de Navarra (EUNSA), 1973,<br />
p.23
193<br />
con todo el desarrollo alcanzado por el pensamiento y por los ideales<br />
humanos; la voluntad, con la fuerza de un querer ser cada vez mejor;<br />
el corazón, cuando lo realiza con amor y por amor. En una palabra,<br />
toda la personalidad. En la medida en que el hombre procure, además,<br />
realizar bien su trabajo, con perfección - tanto moral como técnica -,<br />
no sólo la obra sino también quien la realiza quedará enriquecido.<br />
Comprendiendo que difícilmente se puede hablar de perfección moral -<br />
ética, sobrenatural - si no está unida a la técnica. Un trabajo<br />
voluntariamente imperfecto, desganado, inacabado, no sólo queda mal<br />
hecho, sino que hace daño a quien así lo cumple.<br />
De Cristo se dice en la Sagrada Escritura, como uno de los<br />
mayores elogios: Todo lo hizo bien 327 . No sólo los grandes prodigios y<br />
milagros, sino las cosas menudas, cotidianas que a nadie<br />
deslumbraron pero que fueron realizadas con la fuerza y la delicadeza<br />
de su Amor. Y esto hace referencia, también, a sus años de infancia y<br />
juventud, cuando lo que hizo estaba relacionado con su trabajo en el<br />
taller de José, en su oficio de artesano. Para Él, la obra bien hecha<br />
no sólo era consecuencia de su perfección divina, sino también<br />
característica de su perfecta humanidad. Y la perfección que Él nos<br />
pide significa, ni más ni menos, que seamos cuidadosos en los<br />
pequeños detalles del trabajo diario, por amor. Lo importante no es la<br />
obra en sí misma, sino el modo de hacerla, el amor que la inspira. En<br />
el Antiguo Testamento, entre las indicaciones dadas por Yahvé sobre<br />
los sacrificios, dice: Ha de ser sin tacha, buey, cordero o cabrito. Si<br />
tuviere defecto, no lo ofreceréis: no sería aceptable 328 . Que la ofrenda<br />
sea grande, mediana o pequeña, de acuerdo con la capacidad del<br />
oferente; pero perfecta en el detalle, en el afecto y sin resquicios de<br />
egoísmo.<br />
La madurez de una obra hecha en unidad de vida requiere de<br />
cada uno que trabaje bien, que sea competente en su profesión, que<br />
no deje las cosas a medias, ni llenas de remiendos. Un trabajo en el<br />
que se pone intensidad y orden, ciencia y competencia, acabado<br />
hasta el último detalle, sin tacha y sin errores, en el que no quedan<br />
rincones sin terminar. Trabajo serio, que no sólo parezca bueno, sino<br />
que lo sea realmente. No importa si es manual o intelectual, de<br />
ejecución o de organización, que lo vean otros o no. Un oficio o<br />
profesión, una tarea cualquiera, realizada de este modo, dignifica a<br />
quien la realiza, lo mejora, lo perfecciona, lo conduce a la madurez.<br />
Refiriéndose al trabajo bien hecho, como medio de perfección<br />
humana y sobrenatural, el Beato Josemaría comenta en uno de sus<br />
libros:<br />
327 Mc 7, 37<br />
328 Levítico, 22, 19-20
194<br />
A veces, nuestras caminatas (con algunos<br />
estudiantes) llegaban al monasterio de las<br />
Huelgas, y en otras ocasiones nos<br />
escapábamos a la Catedral. Me gustaba<br />
subir a una torre, para que contemplaran de<br />
cerca la crestería, un auténtico encaje de<br />
piedra, fruto de una labor paciente, costosa.<br />
En esas charlas les hacía notar que aquella<br />
maravilla no se veía desde abajo. Y, para<br />
materializar lo que con repetida frecuencia<br />
les había explicado, les comentaba: ¡Esto es<br />
el trabajo de Dios, la obra de Dios!: acabar<br />
la tarea personal con perfección, con<br />
belleza, con el primor de estas delicadas<br />
blondas de piedra. Comprendían, ante esa<br />
realidad que entraba por los ojos, que todo<br />
eso era oración, un diálogo hermoso con el<br />
Señor. Los que gastaron sus energías en<br />
esa tarea, sabían perfectamente que desde<br />
las calles de la ciudad nadie apreciaría su<br />
esfuerzo: era sólo para Dios. ¿Entiendes<br />
ahora cómo puede acercar al Señor la<br />
vocación profesional? Haz tú lo mismo que<br />
aquellos canteros, y tu trabajo será también<br />
operatio Dei, una labor humana con<br />
entrañas y perfiles divinos 329 .<br />
Sólo la obra bien hecha, contribuye a la madurez humana.<br />
No puede entenderse como trabajo eficaz el que solamente logra<br />
objetivos económicos; para que sea camino de madurez, debe<br />
alcanzar, además, un efectivo mejoramiento de quien lo realiza. Lo<br />
mismo que el de quienes trabajan con él o para él; y, como lógica<br />
consecuencia, mejora o perfecciona los objetos que salen de sus manos<br />
o de su inteligencia. Quien trabaja con madurez, lo hace<br />
independientemente del estado de ánimo o del entusiasmo; trabaja con<br />
sentido del deber, por compromiso; es constante, sin dejarse<br />
desanimar por las contrariedades; sabe ver en las contradicciones una<br />
oportunidad de superarse a sí mismo. Estudia e investiga, sin<br />
contentarse con lo que ya conoce: no se aburguesa. Busca siempre lo<br />
mejor, lo más perfecto en su tarea, sin contentarse con el mínimo<br />
indispensable. En una palabra, cuida las cosas pequeñas.<br />
Asombra pensar que la máxima demostración de amor, la<br />
mejor expresión de un trabajo bien hecho, está precisamente en lo<br />
que muchos califican como insignificante: las cosas pequeñas. Esas<br />
que se aprecian sólo con una mirada limpia que sabe percibirlas con<br />
amor. Dice la filosofía que Para que haya virtud hay que atender a dos<br />
329 Amigos de Dios, n. 65
195<br />
cosas: a lo que se hace y al modo de hacerlo 330 . Una tarea sólo resulta<br />
grata - tanto para quien la realiza como para quien la recibe -<br />
cuando está hecha con la mayor perfección que le sea posible a su<br />
autor. No basta – digámoslo una vez más - que lo que se haga sea<br />
bueno: se requiere, además, que esté lo más perfectamente<br />
cumplido, pulido hasta el detalle, finamente acabado. Una obra cabal<br />
exige que esté bien terminada y esto es siempre cuestión de detalle:<br />
detalle es la cincelada, la pincelada, el retoque final que hace, de un<br />
buen trabajo, una obra maestra.<br />
La vida está hecha de detalles<br />
La oportunidad de lo grande se presenta muy pocas veces. En<br />
cambio, las cosas pequeñas son tantas en cualquier actividad humana<br />
que su cumplimiento fiel requiere permanente atención, espíritu de<br />
sacrificio, generosidad. En una palabra: amor. Lo que es pequeño,<br />
pequeño es; pero el que es fiel en lo pequeño, ése es grande 331 . Quizás un<br />
detalle menudo, aislado, tenga poca importancia; cuidarlo un día y<br />
otro, en las cosas que ven los demás y en las que permanecen<br />
ocultas, esto es grande y hace grande a quien las cumple. Todas las<br />
realidades con las que nos enfrentamos diariamente están<br />
constituidas por nimiedades, como se forman las moles de átomos<br />
imperceptibles.<br />
La vida ordinariamente es un conjunto de realidades simples en<br />
las que se nos da la ocasión de ejercitarnos en hábitos valiosos. Las<br />
virtudes son un armazón de enamorados detalles:<br />
La caridad es una sonrisa, diminutos servicios, silencio<br />
comprensivo, oración callada, paciencia, atención al escuchar.<br />
La piedad hacia Dios está hecha de recogimiento, miradas,<br />
breves jaculatorias; una genuflexión bien hecha, un poco de atención<br />
para no distraerse en la plegaria; cuidado de las normas de la<br />
liturgia, limpieza, puntualidad.<br />
El espíritu de sacrificio que hace héroes, muchas veces se funda<br />
en la capacidad de llevar bien las pequeñas cruces cotidianas: el<br />
trabajo habitualmente bien hecho, la sobriedad y la mortificación en<br />
las comidas, no decir esa palabra que incomoda, sonreír ante una<br />
situación molesta, cumplir con puntualidad las citas, corregir a los<br />
hijos o a los alumnos con paciencia y sin enfados, no hablar<br />
excesivamente de sí mismo, no quejarse del frío o del calor.<br />
Una casa sabe a hogar, porque se cuidan los detalles: el jarrón<br />
de rosas frescas, la comida ofrecida a tiempo y siempre bien<br />
presentada, el menú variado, el servicio prestado con cariño; la<br />
puerta que se cierra silenciosamente, el silencio respetuoso cuando<br />
330 Tomás de Aquino, Quodl. IV, a. 19<br />
331 ‘San Agustín, De Doctr. Christ. 14, 35
196<br />
los demás descansan, estudian o trabajan concentrados en su labor;<br />
cuando quienes la habitan saben prescindir con alegría de sus gustos<br />
personales e ignorar las molestias que la convivencia puede<br />
ocasionar.<br />
Los grandes descubrimientos son consecuencia de muchas<br />
horas de cuidadosa observación, aparentemente inútil; los hechos<br />
trascendentales de la historia tienen siempre un riquísimo entramado<br />
de acontecimientos menudos que fueron forjando a sus autores.<br />
Los trabajos más preciosos son obra de manos delicadas.<br />
Humildes obreros construyen los más altos edificios, minuto por<br />
minuto, ladrillo tras ladrillo, mezclando arena con cemento cada<br />
día.<br />
La vida humana comienza con un par de células que,<br />
impulsadas por su fuerza humana vital, se van multiplicando<br />
hasta llevar al hombre a su plenitud.<br />
Es necesario, pues, dar mucha importancia a lo pequeño.<br />
También con relación al buen ejemplo personal.<br />
Las personas tienen a veces la impresión de que<br />
sus decisiones carecen de efecto en el ámbito de<br />
un país, del planeta o del cosmos, lo que amenaza<br />
con producir en ellos cierta indiferencia, en virtud<br />
del comportamiento irresponsable de algunos. Sin<br />
embargo, debemos recordar que el Creador ha<br />
puesto al hombre en la creación, ordenándole que<br />
la administre con vistas al bien de todos, gracias a<br />
su inteligencia y su razón. Por eso, podemos estar<br />
seguros de que la más pequeña de las buenas<br />
acciones de una persona ejerce una influencia<br />
misteriosa en la transformación social y participa<br />
en el crecimiento de todos (…). Gestos proféticos,<br />
incluso modestos, representan para un gran<br />
número de personas una ocasión para interrogarse<br />
y comprometerse en caminos nuevos. Por eso es<br />
necesario proporcionar a todos, en particular a los<br />
jóvenes que aspiran a una vida social mejor en el<br />
seno de la creación, una educación en los valores<br />
humanos y morales; es necesario igualmente<br />
desarrollar su sentido cívico y su atención a los<br />
demás, para que todos tomen conciencia de que<br />
con sus actitudes diarias pueden [hacer mucho<br />
bien], o poner en peligro el futuro de sus países y<br />
del planeta 332 .<br />
332 Juan Pablo II, Discurso a la Academia Pontifica de Ciencias, 12-III-1999
Un detalle inolvidable<br />
197<br />
El día en que aquel sacerdote conoció su familia, dijo al oído de<br />
la mayor de las niñas, que tenía unos cinco años: - Reza por mí, por<br />
favor.<br />
Una semana después, la mamá de la pequeña preguntó al<br />
sacerdote: - ¿Qué le dijo usted a mi hija? Porque desde el día<br />
siguiente a nuestro encuentro Andrea comenzó a tomar sopa, lo que<br />
nunca hacía. Y al inquirirle sobre su nuevo comportamiento me<br />
respondió:<br />
- El padre me pidió que rezara por él y por eso estoy<br />
ofreciéndole a Dios la sopa.<br />
Parece una cosa pequeña, pero se trata de amor grande y<br />
valioso. Es el amor, la razón fundamental que explica el cuidado de<br />
las cosas pequeñas: no se trata de un código interminable de<br />
indicaciones. Las cosas pequeñas las descubre la sensibilidad, el<br />
ingenio, la vibración, el esfuerzo por encontrar en todo ocasión de<br />
amar y de servir. Si faltara el amor todo se reduciría a servilismo,<br />
manía o fariseísmo; a una corrección puramente formal, exterior, sin<br />
espíritu y vida. Pero no. Los detalles no son un recurso para cubrir<br />
apariencias: son un punto final, coronación de algo bueno que, sin<br />
ese pormenor, quedaría incompleto, inacabado, imperfecto. El amor<br />
en lo pequeño marca con su sello peculiar la vida: una persona que<br />
se habitúa a cuidar lo menudo, cuando lleguen las exigencias<br />
grandes, estará preparado. Quien es fiel en lo poco, también lo es en lo<br />
mucho 333 ; y el que desprecia las cosas pequeñas, poco a poco vendrá a<br />
caer en las grandes 334 . Lo que explica muy bien la sentencia del<br />
Maestro: Siervo bueno y fiel: ya que has sido fiel en lo poco, yo te confiaré<br />
lo mucho: ven a tomar parte en el gozo de tu Señor 335 .<br />
La perfección de la obra perfecciona a su autor<br />
Cuidar lo pequeño es garantía para cosas mayores. Se dice que<br />
el peor enemigo de la roca no es el pico que trata de romperla: es la<br />
débil raíz o el agua que, gota a gota, día a día, año tras año, se<br />
introduce en la pequeñas grietas hasta perforarla y romperla.<br />
333 Luc., 16, 10<br />
334 Eccli. 19, 1<br />
335 Mateo 25, 21<br />
Una casa no se hunde por un impulso<br />
momentáneo (…). En ocasiones es la<br />
prolongada desidia de sus moradores lo que<br />
motiva la penetración del agua. Al principio<br />
se infiltra gota a gota y va insensiblemente
198<br />
carcomiendo el maderaje y pudriendo el<br />
armazón. Con el tiempo el pequeño orificio<br />
va tomando mayores proporciones,<br />
originándose grietas y desplomes<br />
considerables. Al final, la lluvia penetra a<br />
torrentes 336 .<br />
Se explican las palabras del Evangelio: El que violare uno de<br />
estos mandamientos, por mínimos que parezcan y enseñare a los hombres<br />
a hacer lo mismo, será tenido por el más pequeño en el reino de los cielos;<br />
pero el que los guardare y enseñare, ése será tenido por grande en el reino<br />
de los cielos 337 . Acabar bien lo que se realiza significa casi siempre<br />
estar pendiente del detalle. Exige esfuerzo y sacrificio. No<br />
empequeñece sino que engrandece a quien lo realiza porque al<br />
perfeccionarse la obra se perfecciona su autor. En cambio, acabar<br />
mal las cosas empobrece a la persona. En lo diminuto se percibe<br />
mejor la grandeza de una persona. Es propio de espíritus mezquinos<br />
ver en las cosas menudas sólo su pequeñez: son los que valoran más<br />
la veleta dorada que corona el edificio, que la roca escondida en los<br />
cimientos. En cambio es propio de seres magnánimos, ver las<br />
consecuencias grandes de cuidar lo poco, lo sencillo, lo pequeño, lo<br />
escondido y silencioso. Son tan importantes las cosas pequeñas y son<br />
tan grandes las consecuencias de descuidarlas que habría que decir:<br />
‘no existen las cosas pequeñas’. Sólo el trabajo acabado con amor<br />
merece el reconocimiento que se menciona en la Sagrada Escritura:<br />
Mejor es el fin de la obra que su principio 338 . La perseverancia es la<br />
fidelidad diaria en lo pequeño.<br />
Cuando se piensa en la santidad, a la que todo cristiano está<br />
llamado, con frecuencia se hace referencia a los acontecimientos<br />
notables que causan admiración y no se repara en todo lo que hay<br />
detrás de ellos, que suele ser, precisamente, lo valioso. En la vida de<br />
la Virgen María se percibe con claridad que su grandeza fue haber<br />
vivido lo pequeño con amor.<br />
336 Casiano, Colaciones, 6<br />
337 Mt, 5, 19<br />
338 Ecclo. 7, 9<br />
No olvidemos que la casi totalidad de los días que<br />
Nuestra Señora pasó en la tierra transcurrieron de<br />
una manera muy parecida a las jornadas de otros<br />
millones de mujeres, ocupadas en cuidar de su<br />
familia, en educar a sus hijos, en sacar adelante<br />
las tareas del hogar. María santifica lo más<br />
menudo, lo que muchos consideran erróneamente<br />
como intrascendente y sin valor: el trabajo de<br />
cada día, los detalles de atención hacia las<br />
personas queridas, las conversaciones y las visitas<br />
con motivo de parentesco o de amistad. ¡Bendita
339 Es Cristo que pasa, n. 148<br />
199<br />
normalidad, que puede estar llena de tanto amor<br />
de Dios! Porque eso es lo que explica la vida de<br />
María: su amor. Un amor llevado hasta el<br />
extremo, hasta el olvido completo de sí misma,<br />
contenta de estar allí, donde la quiere Dios, y<br />
cumpliendo con esmero la voluntad divina. Eso es<br />
lo que hace que el más pequeño gesto suyo, no<br />
sea nunca banal, sino que se manifieste lleno de<br />
contenido. María, Nuestra Madre, es para nosotros<br />
ejemplo y camino. Hemos de procurar ser como<br />
Ella, en las circunstancias concretas en las que<br />
Dios ha querido que vivamos 339 .
IX <strong>LA</strong> EUCARISTÍA, CENTRO Y<br />
RAÍZ <strong>DE</strong> <strong>LA</strong> VIDA CRISTIANA<br />
Vivir la santa Misa<br />
200<br />
En el capítulo II de la primera parte de este libro se menciona<br />
que la enseñanza de la religión está centrada en la persona de Jesús.<br />
Educar la fe es poner la mirada en el Hijo de Dios hecho hombre por<br />
amor a nosotros. Él prometió: Yo estaré con vosotros, todos los días,<br />
hasta el fin de mundo. Su palabra se cumple, cabalmente, en el<br />
misterio de la Eucaristía. Es por eso indispensable que entre las<br />
Ideas-Madre el profesor de religión tenga siempre presente que la<br />
Santa Misa es el centro y la raíz, de la vida espiritual del cristiano 340 .<br />
Llevar a los alumnos hacia Jesús es acercarlos, de una manera<br />
afectiva y efectiva, al Sagrario, enseñarles a amar esa presencia real<br />
en la Eucaristía, animarlos a que participen en la Santa Misa, y se<br />
acostumbren a visitarlo con frecuencia.<br />
Vivir la Santa Misa es permanecer en oración<br />
continua; convencernos de que, para cada uno de<br />
nosotros, es éste un encuentro personal con Dios:<br />
adoramos, alabamos, pedimos, damos gracias,<br />
reparamos por nuestros pecados, nos purificamos,<br />
nos sentimos una sola cosa en Cristo con todos los<br />
cristianos. Quizá, a veces, nos hemos preguntado<br />
cómo podemos corresponder a tanto amor de<br />
Dios; quizá hemos deseado ver expuesto<br />
claramente un programa de vida cristiana. La<br />
solución es fácil, y está al alcance de todos los<br />
fieles: participar amorosamente en la Santa Misa,<br />
aprender en la Misa a tratar a Dios, porque en<br />
este Sacrificio se encierra todo lo que el Señor<br />
quiere de nosotros 341 .<br />
Como elementos fundamentales en esta orientación de los<br />
alumnos de religión hacia Jesús presente en el Sacramento<br />
eucarístico, el Catecismo de la Iglesia Católica 342 nos marca el<br />
itinerario. El Señor, habiendo amado a los suyos, los amó hasta el fin.<br />
Sabiendo que había llegado la hora de partir de este mundo para<br />
retomar a su Padre, en el transcurso de una cena, les lavó los pies y<br />
les dio el mandamiento del amor 343 . Para dejarles una prenda de<br />
este amor, para no alejarse nunca de los suyos y hacerles partícipes<br />
340 Cfr. Concilio Vaticano II, Decr. Presbyterorum ordinis<br />
341 Es Cristo que pasa, n. 88<br />
342 Cfr nn. 1323-1327, 1336, 1337, 1339, 1345, 1370<br />
343 Jn 13, 1-17
201<br />
de su Pascua, instituyó la Eucaristía como memorial de su muerte y<br />
de su resurrección y ordenó a sus apóstoles celebrarlo hasta su<br />
retorno, constituyéndoles entonces sacerdotes del Nuevo Testamento 344 .<br />
Jesús escogió el tiempo de la Pascua para realizar lo que había<br />
anunciado en Cafarnaún: dar a sus discípulos su Cuerpo y su Sangre:<br />
el día de los Azimos, en el que se había de inmolar el cordero de<br />
Pascua, Jesús envió a Pedro y a Juan, diciendo: Id y preparadnos la<br />
Pascua para que la comamos. Fueron y la prepararon. Llegada la hora,<br />
se puso a la mesa con los apóstoles; y les dijo: Con ansia he deseado<br />
comer esta Pascua con vosotros antes de padecer; porque os digo que ya<br />
no la comeré más hasta que halle su cumplimiento en el Reino de Dios. Y<br />
tomó pan, dio gracias, lo partió y se lo dio diciendo: Esto es mi cuerpo que<br />
va a ser entregado por vosotros; haced esto en recuerdo mío. De igual<br />
modo, después de cenar, tomó el cáliz, diciendo: Este cáliz es la Nueva<br />
Alianza en mi sangre, que va a ser derramada por vosotros 345 .<br />
Nuestro Salvador, en la última Cena, la noche en<br />
que fue entregado, instituyó el sacrificio<br />
eucarístico de su cuerpo y su sangre para<br />
perpetuar por los siglos, hasta su vuelta, el<br />
sacrificio de la cruz y confiar así a su Esposa<br />
amada, la Iglesia. el memorial de su muerte y<br />
resurrección, sacramento de piedad, signo de<br />
unidad, vínculo de amor, banquete pascual en el<br />
que se recibe a Cristo, el alma se llena de gracia y<br />
se nos da una prenda de la gloria futura 346 .<br />
Desde el siglo II, según el testimonio de S. Justino mártir, se<br />
tienen las grandes líneas del desarrollo de la celebración eucarística.,<br />
que han permanecido invariables hasta nuestros días a través de la<br />
diversidad de tradiciones rituales litúrgicas. He aquí lo que el santo<br />
escribe, hacia el año 155, para explicar al emperador pagano<br />
Antonino Pío (138-161) lo que hacen los cristianos:<br />
El día que se llama día del sol tiene lugar la<br />
reunión en un mismo sitio de todos los que<br />
habitan en la ciudad o en el campo. Se leen las<br />
memorias de los apóstoles y los escritos de los<br />
profetas, tanto tiempo como es posible. Cuando el<br />
lector ha terminado, el que preside toma la<br />
palabra para incitar y exhortar a la imitación de<br />
tan bellas cosas. Luego nos levantamos todos<br />
juntos y oramos por nosotros... y por todos los<br />
demás donde quiera que estén, a fin de que<br />
seamos hallados justos en nuestra vida y nuestras<br />
344 Cfr. Concilio de Trento, DS 1740<br />
345 Cfr. Lc 22, 7-20; Mt 26, 1729; Mc 14, 12-25; 1 Co 11, 23-26<br />
346 Sacrosanctum Concilium, n. 47
202<br />
acciones y seamos fieles a los mandamientos para<br />
alcanzar así la salvación eterna. Cuando termina<br />
esta oración nos besamos unos a otros. Luego se<br />
lleva al que preside a los hermanos pan y una<br />
copa de agua y de vino mezclados. El presidente<br />
los toma y eleva alabanza y gloria al Padre del<br />
universo, por el nombre del Hijo y del Espíritu<br />
Santo y da gracias (en griego: eucharistian)<br />
largamente porque hayamos sido juzgados dignos<br />
de estos dones. Cuando terminan las oraciones y<br />
las acciones de gracias todo el pueblo presente<br />
pronuncia una aclamación diciendo: Amén.<br />
Cuando el que preside ha hecho la acción de<br />
gracias y el pueblo le ha respondido, los que entre<br />
nosotros se llaman diáconos distribuyen a todos<br />
los que están presentes pan, vino y agua<br />
eucaristizados y los llevan a los ausentes 347<br />
La Eucaristía, fuente y cumbre de la vida eclesial 348<br />
La Eucaristía es fuente y cima de toda la vida cristiana 349 . En cuanto<br />
fuente, es el hontanar del que brota la misma gracia que es Cristo;<br />
como cima o cumbre, se entiende porque en ella se obtiene con la<br />
máxima eficacia la santificación de los hombres en Cristo y la<br />
glorificación de Dios a la cual tienden todas las obras de la Iglesia,<br />
como a su fin. Los demás sacramentos, como también todos los<br />
ministerios eclesiales y las obras de apostolado, están unidos a la Eucaristía<br />
y a ella se ordenan. La sagrada Eucaristía, en efecto, contiene todo el bien<br />
espiritual de la Iglesia, es decir, Cristo mismo, nuestra Pascua 350 . La<br />
Eucaristía significa y realiza la comunión de vida con Dios y la unidad<br />
del Pueblo de Dios por las que la Iglesia es. En la Eucaristía se<br />
encuentra a la vez la cumbre de la acción por la que, en Cristo, Dios<br />
santifica al mundo, y del culto que en el Espíritu Santo los hombres<br />
dan a Cristo y por Él al Padre 351 . Por la celebración eucarística nos<br />
unimos ya a la liturgia del cielo y anticipamos la vida eterna cuando<br />
Dios será todo en todos 352 .<br />
También se dice de la Eucaristía que es centro y raíz de la vida<br />
del cristiano. Como centro se indica que es el punto de referencia de<br />
los pensamientos, deseos, afectos y acciones del cristiano, de tal<br />
modo que la Misa no puede ser un momento aislado, como un<br />
347 S. Justino, apol. 1, 65; 67<br />
348 Cf. Manuel Belda, Eucaristía y vida espiritual, Curso Internacional de<br />
actualización teológica, Universidad de la Sabana, Bogotá, julio de 2000, Memorias,<br />
pp. 70-73<br />
349 Lumen Gentium, n. 11<br />
350 Presbyterorum Ordinis, n. 5<br />
351 Sagrada Congregación de Ritos, inst. Eucharisticum mysterium, 6<br />
352 Cfr. 1 Co 15, 28
203<br />
paréntesis sagrado en medio de la jornada diaria del cristiano. Al<br />
respecto, viene bien el siguiente consejo:<br />
Lucha para conseguir que el Santo Sacrificio<br />
del Altar sea el centro y la raíz de tu vida<br />
interior, de modo que toda la jornada se<br />
convierta en un acto de culto - prolongación<br />
de la Misa que has oído y preparación para<br />
la siguiente -, que se va des bordando en<br />
jaculatorias, en visitas al Santísimo, en<br />
ofrecimiento de tu trabajo profesional y de<br />
tu vida familiar 353 .<br />
En resumen, la Eucaristía es el compendio y la suma de nuestra<br />
fe: Nuestra manera de pensar armoniza con la Eucaristía, y a su vez<br />
la Eucaristía confirma nuestra manera de pensar 354 .<br />
El realismo de la Eucaristía, como vida de Cristo<br />
El fundamento teológico que permite hablar de la Eucaristía como<br />
fuente y raíz de la vida cristiana es lo que los teólogos llaman<br />
realismo eucarístico, referido no sólo a la presencia real de Jesús bajo<br />
las especies consagradas, sino también a la potencia salvífica actual<br />
de la eucaristía, a la real comunicación de la vida de Cristo a su<br />
Iglesia y al cristiano.<br />
El primer anuncio de la Eucaristía dividió a los discípulos, igual<br />
que el anuncio de la pasión los escandalizó: Es duro este lenguaje,<br />
¿quién puede escucharlo? 355 . La Eucaristía y la cruz son piedras de<br />
tropiezo. Es el mismo misterio, y no cesa de ser ocasión de división.<br />
¿También vosotros queréis marcharos? 356 : esta pregunta del Señor<br />
resuena a través de las edades, como invitación de su amor a<br />
descubrir que sólo Él tiene palabras de vida eterna 357 , y que acoger en<br />
la fe el don de su Eucaristía es acogerlo a Él mismo.<br />
353 Forja, n. 69<br />
354 S. Ireneo, haer. 4, 18, 5<br />
355 Jn 6, 60<br />
356 Jn 6, 67<br />
357 Jn 6, 68<br />
Cuando Cristo hablaba del Sacramento del<br />
Altar, el efecto entre los que escuchaban era<br />
completamente distinto al de las parábolas.<br />
Ya en ello reconocemos su voluntad de que<br />
sus palabras no se entendiesen como un<br />
símbolo. Ninguno de los oyentes se<br />
extrañaba cuando se comparaba con una<br />
puerta o con una cepa. ¿Por qué? Porque se<br />
daban perfecta cuenta de que no se<br />
consideraba realmente una puerta o una
204<br />
cepa. Pero cuando anunciaba a sus<br />
discípulos que su carne sería su alimento y<br />
su sangre su bebida, y que nadie que no<br />
comiese su carne y bebiese su sangre<br />
podría ser redimido, su sorpresa fue grande.<br />
¿Por qué? En sus palabras, por el modo de<br />
decirlas, reconocían que estaba hablando<br />
realmente de su carne y de su sangre. Si<br />
no, hubiesen considerado también aquellas<br />
extrañas frases como una alegoría y no se<br />
habrían maravillado. Pero al oír que<br />
comerían la carne de Cristo y beberían su<br />
sangre, se sorprendieron mucho y se<br />
maravillaron. El milagro les parecía tan<br />
grande, tan enorme, que preguntaban cómo<br />
podría ser eso. ¿No es esto una prueba de<br />
que ya los discípulos entendieron estas<br />
palabras no como una parábola, sino que<br />
realmente estaban intentando entender<br />
cómo Cristo les daría su carne y su<br />
sangre? 358 .<br />
André Frossard, en su libro Dios existe, yo me lo encontré,<br />
cuenta que a medida que iba conociendo las verdades de la fe<br />
católica veía cómo todas iban dando en el blanco. Con una excepción:<br />
de pronto algo le sorprendió y asombró como ninguna otra cosa.<br />
"Que el amor divino hubiera encontrado ese medio inaudito de<br />
comunicarse... en el pan, alimento de los pobres... De todos los<br />
dones desparramados ante mí por el cristianismo, éste era el más<br />
bello". Nuestro Dios, en un alarde de amor, decidió permanecer<br />
encerrado en el sagrario, para servirnos de alimento, darnos su<br />
fortaleza, eficacia a nuestro trabajo, seguridad a nuestro esfuerzo. Y,<br />
lo que es más, para divinizarnos y para conducirnos al Cielo, puesto<br />
que Él es el Pan de vida eterna.<br />
Jesús se esconde en el Santísimo Sacramento<br />
del altar, para que nos atrevamos a tratarle,<br />
para ser sustento nuestro, con el fin de que nos<br />
hagamos una sola cosa con El. Al decir sin Mí no<br />
podéis nada ( ), no condenó el cristianismo a<br />
la ineficacia, ni le obligó a una búsqueda ardua y<br />
difícil de su Persona. Se ha quedado entre<br />
nosotros con una disponibilidad total 359<br />
358 Tomás Moro, abril de 1533: The answer to the poisened book named The Supper of<br />
The Lord, escrito protestante que negaba la transubstanciación diciendo que era una<br />
parábola más.<br />
359 Es Cristo que pasa, n. 153
205<br />
A la ofrenda de Cristo se unen no sólo los miembros que están<br />
todavía aquí abajo, sino también los que están ya en la gloria del<br />
cielo: La Iglesia ofrece el sacrificio eucarístico en comunión con la<br />
santísima Virgen María y haciendo memoria de ella así como de todos<br />
los santos y santas. En la Eucaristía, la Iglesia, con María, está como<br />
al pie de la cruz, unida a la ofrenda y a la intercesión de Cristo.
R<strong>EL</strong>ACIÓN <strong>DE</strong> ALGUNAS CITAS MÁS<br />
DOCUMENTOS <strong>DE</strong> <strong>LA</strong> IGLESIA<br />
FRECUENTES<br />
Catecismo de la Iglesia Católica [C.E.C.] (1992)<br />
D<strong>EL</strong> CONCILIO VATICANO II<br />
206<br />
Apostolicam actuositatem (Decreto sobre el apostolado de los laicos)<br />
Dignitatis humanae (Declaración sobre la libertad religiosa)<br />
Gaudium et spes (Constitución Pastoral sobre la Iglesia y el mundo de<br />
hoy)<br />
Presbyterorum ordinis (Decreto sobre el ministerio y la vida de los<br />
presbíteros)<br />
<strong>DE</strong> JUAN PABLO II<br />
Catechesi tradendae [Cat. Trad.] (Exhortación apostólica, sobre la<br />
catequesis en nuestro tiempo, 16 de octubre de 1979)<br />
Dies Domini (Carta Apostólica Dies Domini 31 de junio de 1998)<br />
Dominus Iesus (Carta Apostólica sobre el Día del Señor, año 2000)<br />
Ecclesia in America (Exhortación apostólica, Ciudad de México, 22<br />
de enero de 1999)<br />
Laborem exercens (Carta Encíclica, 14 de septiembre 1981)<br />
Novo millennio ineunte (Carta Apostólica al concluir el gran Jubileo<br />
del año 2000, 6 de enero de 2001)<br />
Redemptor hominis (Carta encíclica, 4 de marzo de 1979)<br />
Redemptoris missio (Carta Encíclica sobre la permanente validez del<br />
mandato misionero, 7 de diciembre de 1990)<br />
Sollicitudo rei socialis (Carta Encíclica, 30 de diciembre de 1987<br />
Tertio millennio adveniente (Carta Apostólica como preparación del<br />
Jubileo del año 2000, 10 de noviembre de 1994)<br />
LIBROS <strong>DE</strong> JOSEMARÍA ESCRIVÁ <strong>DE</strong> BA<strong>LA</strong>GUER<br />
Amigos de Dios (Ediciones Rialp, Madrid 1977)<br />
Camino (Ediciones Rialp, Madrid 1991)<br />
Conversaciones (Conversaciones con Mons. Escrivá de Balaguer, Rialp<br />
Madrid, 14ª. Edición, 1985)<br />
Es Cristo que pasa (Ediciones Rialp, 14ª. Edición, Madrid 1976)<br />
Forja (Ediciones Rialp, Madrid 1991)<br />
Santo Rosario (Ediciones Lector, Bogotá, 1986)<br />
Surco (Ediciones Rialp, Madrid 1991)<br />
Vía Crucis (Ediciones Rialp, Madrid, 1981)
Página<br />
S U M A R I O<br />
<strong>EL</strong> <strong>VALOR</strong> <strong>DE</strong> <strong>LA</strong> <strong>FE</strong>,<br />
<strong>LA</strong> FAMILIA Y <strong>EL</strong> COLEGIO<br />
PRIMERA PARTE<br />
<strong>LA</strong> EDUCACIÓN <strong>DE</strong> <strong>LA</strong> <strong>FE</strong> EN <strong>EL</strong> HOGAR<br />
INTRODUCCIÓN 2<br />
CAPÍTULO I <strong>LA</strong> APASIONANTE AVENTURA <strong>DE</strong> <strong>LA</strong> <strong>FE</strong> 7<br />
Los padres, primeros y principales educadores de sus hijos<br />
8<br />
La vida de los padres y la transmisión de la fe a sus hijos 10<br />
El mejor negocio 12<br />
Caminando con los hijos hacia la amistad con Dios 15<br />
Con la libertad del amor 19<br />
El Precepto dominical 21<br />
La presencia de la Virgen 25<br />
CAPÍTULO II JESUCRISTO, FUNDAMENTO <strong>DE</strong> <strong>LA</strong><br />
TRANSMISIÓN <strong>DE</strong> <strong>LA</strong> <strong>FE</strong><br />
Cristo vive 33<br />
Sólo Cristo salva 34<br />
La verdad acerca de Jesucristo 35<br />
Los Apóstoles hablaban fundamentalmente de Cristo 36<br />
Dios habla: aprender a escucharlo 37<br />
Cristo restaura al ser humano 38<br />
Ayudar a creer en Jesús 37<br />
De la credibilidad al amor 40<br />
La doctrina no es mía 42<br />
El mejor maestro: el mismo Jesús 43<br />
Educar en la fe es ayudar a entrar en contacto con Jesús 44<br />
El Evangelio: libro de meditación habitual 45<br />
¿Dónde podemos encontrar a Jesucristo? 48<br />
CAPÍTULO III DIMENSIÓN MORAL <strong>DE</strong> <strong>LA</strong> <strong>FE</strong><br />
Ama y haz lo que quieras 49<br />
Educación de la conciencia 50<br />
¿Cómo se educa la conciencia? 51<br />
CAPÍTULO IV EDUCACIÓN SOCIAL<br />
207
La dimensión social de la persona 55<br />
Consecuencias sociales de la fe 56<br />
La familia, escuela de virtudes 57<br />
CAPÍTULO V TRANSMITIR <strong>LA</strong> <strong>FE</strong> ES ENSEÑAR A ORAR<br />
La oración, relación fundamental con Jesús 59<br />
Es preciso aprender a orar 60<br />
La educación de la oración 60<br />
CAPÍTULO VI <strong>EL</strong> ESPÍRITU SANTO, ALMA <strong>DE</strong> <strong>LA</strong><br />
EDUCACIÓN EN <strong>LA</strong> <strong>FE</strong><br />
El Espíritu Santo, divino huésped del alma 64<br />
Los dones del Espíritu Santo y las virtudes teologales 66<br />
El don de inteligencia y la virtud de la fe 68<br />
El don de sabiduría y la virtud de la caridad 70<br />
El don de ciencia y la virtud de la esperanza 72<br />
Los dones del Espíritu Santo y las virtudes cardinales 74<br />
El don de consejo y la virtud de la prudencia 74<br />
El don de fortaleza y la virtud correspondiente 77<br />
El don de piedad y la virtud de la justicia 78<br />
El don de temor de Dios y la virtud de la templanza 79<br />
El Espíritu Santo, fuente de virtudes humanas 80<br />
La veracidad 80<br />
El amor a la libertad 82<br />
Sembradores de paz 83<br />
Sembradores de alegría 84<br />
SEGUNDA PARTE<br />
<strong>EL</strong> COLEGIO, PROLONGACIÓN D<strong>EL</strong> HOGAR<br />
CAPÍTULO VII <strong>EL</strong> COLEGIO, SEGUNDO HOGAR<br />
La educación, complemento necesario de la generación<br />
87<br />
El colegio, segundo hogar 88<br />
La educación escolar, continuación de la familiar 88<br />
Síntesis entre fe y cultura 89<br />
Conducir a los alumnos a la madurez cristiana 90<br />
El proyecto de educación en la fe 90<br />
Una educación en contacto con la vida 91<br />
CAPÍTULO VIII <strong>LA</strong> EDUCACIÓN EN <strong>LA</strong> <strong>FE</strong>, UN PROYECTO<br />
INTERDISCIPLINARIO<br />
208
La verdad, punto de encuentro entre ciencia y fe 96<br />
La educación en la fe: compromiso de todos los profesores<br />
98<br />
Enseñanza de la religión e integración interdisciplinaria 101<br />
Centralidad de la religión 102<br />
CAPÍTULO IX <strong>LA</strong> ASIGNATURA <strong>DE</strong> <strong>LA</strong> R<strong>EL</strong>IGIÓN EN <strong>EL</strong><br />
P<strong>LA</strong>N <strong>DE</strong> ESTUDIOS<br />
Fundamentos de la formación religiosa 104<br />
Dimensión antropológica 104<br />
Dimensión trascendente 107<br />
Dimensión académica 108<br />
Algunas consecuencias prácticas 110<br />
CAPÍTULO X <strong>EL</strong> USO <strong>DE</strong> <strong>LA</strong> BIBLIA<br />
El hilo conductor 111<br />
La Biblia, texto preferencial 113<br />
CAPÍTULO XI <strong>EL</strong> EMPLEO D<strong>EL</strong> CATECISMO 115<br />
CAPÍTULO XII <strong>EL</strong> PRO<strong>FE</strong>SOR <strong>DE</strong> R<strong>EL</strong>IGIÓN<br />
Una misión trascendente, para una capacidad limitada 117<br />
Testigo de lo que enseña 118<br />
Necesidad de formación integral 119<br />
Enseñar religión es un arte y es una ciencia 119<br />
Un verdadero cristiano: unidad de vida 120<br />
Perfil del educador en la fe 121<br />
Capacidad pedagógica destacada 121<br />
Formación doctrinal-religiosa 121<br />
Pedagogía de la religión<br />
121<br />
Formación espiritual 121<br />
Vida interior 122<br />
Conducta moral coherente 122<br />
Virtudes humanas 122<br />
CAPÍTULO XIII <strong>LA</strong> C<strong>LA</strong>SE <strong>DE</strong> R<strong>EL</strong>IGIÓN<br />
Activa participación del alumno en su propia formación 123<br />
Los recursos didácticos 124<br />
CAPÍTULO XIV <strong>LA</strong> EVALUACIÓN<br />
209
Una tarea difícil 126<br />
Exigencias de equidad 122<br />
Límites que es preciso respetar 128<br />
Contenido de la evaluación 130<br />
Algunas estrategias de evaluación 130<br />
¿Qué es la evaluación cualitativa? 131<br />
CAPÍTULO XV <strong>EL</strong> ALUMNO<br />
Necesidad de una buena relación personal 136<br />
Buen conocimiento de cada alumno<br />
137<br />
Un objetivo central: unidad de vida<br />
138<br />
Unidad de vida y madurez 139<br />
La familia del alumno 140<br />
I UNIDAD <strong>DE</strong> VIDA<br />
TERCERA PARTE<br />
I<strong>DE</strong>AS MADRE EN <strong>LA</strong> TRANSMISIÓN <strong>DE</strong> <strong>LA</strong> <strong>FE</strong><br />
¿Qué es la unidad de vida? 142<br />
Unidad de vida y Eucaristía 144<br />
El esfuerzo por adquirir la unidad de vida<br />
146<br />
María y la unidad de vida 147<br />
II <strong>EL</strong> TRABAJO, CONTINUACIÓN <strong>DE</strong> <strong>LA</strong> OBRA <strong>DE</strong> DIOS<br />
Hacia una espiritualidad del trabajo: el Evangelio del trabajo<br />
149<br />
El trabajo continúa la obra creadora de Dios-Padre:<br />
santificar el trabajo 150<br />
El trabajo continúa la obra redentora de Dios-Hijo:<br />
santificarse en el trabajo 152<br />
Perpetúa la obra santificadora del Espíritu Santo:<br />
santificar a los demás, por medio del trabajo 153<br />
III <strong>LA</strong> FILIACIÓN DIVINA<br />
¿Qué significa la expresión: filiación divina? 155<br />
210
Consecuencias de la filiación divina 157<br />
Dios, Padre nuestro 159<br />
IV RADICALIDAD D<strong>EL</strong> BAUTISMO, COMO L<strong>LA</strong>MADA A <strong>LA</strong> SANTIDAD<br />
El punto de partida 163<br />
Vivir de la fe, por la fe y en la fe 164<br />
Para Dios toda la gloria 166<br />
V <strong>LA</strong> LIBERTAD RESPONSABLE, OBJETIVO FUNDAMENTAL<br />
<strong>DE</strong> <strong>LA</strong> EDUCACIÓN<br />
Libertad y amor 168<br />
La libertad es medio, el amor fin 169<br />
Educación en libertad y para la libertad 171<br />
VI <strong>LA</strong> VOCACIÓN CRISTIANA, UNA L<strong>LA</strong>MADA AL APOSTO<strong>LA</strong>DO<br />
Alma sacerdotal 173<br />
Ansias de salvar otras personas 174<br />
VII RESPONSABILIDAD SOCIAL, JUSTICIA Y SOLIDARIDAD<br />
La virtud de la solidaridad 180<br />
Educación para la solidaridad 181<br />
Sentido sobrenatural de la solidaridad 182<br />
Justicia y caridad 182<br />
Distinción entre justicia y caridad 183<br />
Armonía entre justicia y caridad 184<br />
Una mirada al corazón 184<br />
La libertad del corazón ante los bienes temporales 186<br />
VIII <strong>EL</strong> TRABAJO BIEN HECHO Y <strong>LA</strong>S COSAS PEQUEÑAS<br />
El trabajo bien hecho, camino hacia la madurez<br />
188<br />
Sólo la obra bien hecha contribuye a la madurez humana 191<br />
La vida está hecha de detalles<br />
192<br />
Un detalle inolvidable 194<br />
La perfección de la obra perfecciona a su autor<br />
194<br />
IX <strong>LA</strong> EUCARISTÍA, CENTRO Y RAÍZ <strong>DE</strong> <strong>LA</strong> VIDA CRISTIANA<br />
Vivir la santa Misa 197<br />
La Eucaristía, fuente y centro de la vida eclesial<br />
199<br />
211
El realismo de la Eucaristía, como vida de Cristo 200<br />
R<strong>EL</strong>ACIÓN <strong>DE</strong> ALGUNAS CITAS MÁS FRECUENTES 203<br />
SUMARIO 204<br />
CONTRACARÁTU<strong>LA</strong><br />
212<br />
Seguramente, tú, amigo lector, conoces al autor de este libro.<br />
Hace muchos años trabaja con ilusión, ahínco y amorosa entrega en<br />
la educación. Ha sido Capellán de varios colegios y ha dirigido y<br />
escuchado numerosos seminarios y conferencias sobre el tema que<br />
hoy nos presenta.<br />
Por su calidad de sacerdote, tiene cabal conocimiento de la<br />
ciencia teológica que, unido a su largo servicio pastoral, le permite<br />
ahondar en el misterio del hombre y la mujer, sus anhelos, sus<br />
amores, su destino eterno. Por su trayectoria universitaria y<br />
profesional de periodista tiene, además, la agilidad de expresión y el<br />
discernimiento de la actualidad del buen comunicador. Su calificada<br />
preparación y su experiencia, unida a su trabajo con los jóvenes,<br />
hace que este libro llene muchos vacíos y trace amplios horizontes<br />
tanto a padres de familia, educadores, alumnos, como a estudiosos<br />
de la pedagogía, la antropología y la teología. Su sentido común y su<br />
visión sobrenatural, acrisolados con la actividad pastoral y educativa,<br />
hacen que las horas que dediques a su lectura, y los meses y años de<br />
reflexión, puedan convertirte, estimado lector, en conocedor, amigo<br />
y confidente de Jesús.<br />
A ustedes, padres de familia, por ser los primeros y<br />
principales educadores de sus hijos, dedica el autor la<br />
primera de las tres partes de este libro. En esas páginas,<br />
densas y sabrosas a la vez, hallarán consejos prudentes y<br />
profundos, optimistas y lúcidos, para llevar a sus hijos, en<br />
un ambiente de alegría y libertad personal, el gran valor<br />
humano y divino de la fe, desde el cual ellos podrán,<br />
agradecidos a sus padres, ayudar a redimir nuestra<br />
entristecida y desorientadora cultura. Dialoguen juntos con
el autor y lleven a sus hijos el calor del amor de Dios, ese<br />
que da sentido a la existencia.<br />
213<br />
Los profesores encontrarán asequible el camino para<br />
profundizar en la verdad que hunde sus raíces en el Evangelio, en<br />
armonía con la didáctica para dirigir cada clase con dinamismo y<br />
amenidad. Esto permitirá que los niños y los jóvenes aprendan a<br />
gozar de la fe, a vivir las virtudes – valores apropiados por ellos – y a<br />
participar en la maravillosa aventura de la fe. El autor, un gran<br />
enamorado de María, te enseñará a amarla, a querer a la Iglesia y al<br />
Papa, a llevar a las almas a Dios, día a día, clase a clase, paso a<br />
paso.<br />
Papá, mamá, profesor: léelo con ilusión, estúdialo con<br />
profundidad, reflexiona, en lo que el autor te pide y podrás<br />
ser el maestro eficaz que necesita la Iglesia, el hogar, el<br />
colegio y, sobre todo, los niños y los jóvenes. Dialoga en<br />
cada una de tus conversaciones familiares, prepara cada<br />
una de tus clases, como se ensartan las piedras finas de un<br />
collar, con amor, respeto, y buen gusto; enseña a vivir la fe<br />
con el gozo espiritual de saber que Dios te ama.<br />
Para ti, joven estudiante por quien se realizó este trabajo, será<br />
sin duda el mejor apoyo en tu proyecto personal de vida. Junto con<br />
las oraciones y las prácticas de fe, vividas al calor de tu morada<br />
familiar, te ayudará a enraizarlas en tu alma y a darle temple y<br />
reciedumbre a tu vida interior, a esa intimidad personal, cara a cara<br />
con tu Creador, quien engendra tus sueños, tus afanes nobles, el<br />
amor apasionado por la vida y el deseo de las grandes aventuras, de<br />
las altas metas. Este libro abrirá senderos nuevos, ampliará tus<br />
panoramas y te enseñará a sembrar ideales, a cultivar y a encauzar<br />
tus anhelos, tus amores, con espíritu magnánimo.