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nº39 2007 Publicación para adultos - 3,65 - Cannabis Magazine

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64<br />

HISTORIA DEL CANNABIS<br />

podía rezar una plegaria de gratitud por su<br />

familia. En la mesita de noche había todavía<br />

una Biblia con un marcador de cartón que<br />

tenía escrito "Atiende, ora y vigila, porque no<br />

sabes cuando te llegará la hora".<br />

El cuarto de Providence<br />

El dormitorio de Providence, de 22 años de<br />

edad, era la habitación más pequeña y<br />

personal de la casa, femenina y tan frívola<br />

como un tutú de bailarina. Las paredes, el<br />

techo, la puerta… Todo menos una cómoda y<br />

una escribanía, era de color rosa, azul o<br />

blanco. Su cama, blanco y rosa, cubierto de<br />

cojines azules, estaba presidido por un oso de<br />

peluche rosa y blanco, ganado por su hermano<br />

Víctor en el tiro al blanco en una feria del lugar.<br />

Un tablón de anuncios, de corcho, pintado en<br />

rosa, colgaba sobre el tocador de faldones<br />

blancos y colgaban de él unas rosas secas, que<br />

en su día llevó como adorno del vestido,<br />

recetas recortadas del periódico, instantáneas<br />

de sus hermanos pequeños.<br />

La habitación de Providence quedaba exactamente<br />

arriba. Sus vecinos la llamaron y<br />

subieron los escalones. El ruido de sus pasos<br />

asustaban más que nada: sonaban tan fuertes<br />

y todo estaba tan silencioso... La puerta de la<br />

habitación de Providence estaba abierta. Las<br />

cortinas no habían sido corridas y el cuarto<br />

estaba lleno de sol. Cuando llegó la policía y la<br />

vio no gritó; estaba ya acostumbrada. Sólo<br />

recuerdan el osito de peluche de Providence<br />

que los miraba. Y Providence… Y no echaron a<br />

correr... la taparon con una manta.<br />

Los vecinos que entraron, desde luego,<br />

estaban en pleno ataque de histeria. Si quieren<br />

que les diga lo que pienso, uno de ellos nunca<br />

se recobró del todo. Su vecina era de poca<br />

salud; siempre estaba nerviosa. No dejaba de<br />

decir, claro, yo no entendí de qué se trataba<br />

hasta mucho después, hasta que volví a mi<br />

época, no dejaba de decir: "Oh, Providence,<br />

Providence, ¿Qué ha ocurrido? Pero si estabas<br />

tan contenta, si me dijiste que todo había<br />

terminado y que tu hermano no volvería a<br />

estar malo". Y cosas así. El vecino estaba<br />

también muy alterado; hablaba por teléfono<br />

como loco con la policía. El vecino comentaba:<br />

"Bueno, era una cosa horrenda. Aquella maravillosa<br />

jovencita... Me hubiera sido imposible<br />

reconocerla. Le habían machacado la cara.<br />

Yacía sobre un costado, cara a la pared y la<br />

pared estaba cubierta de sangre. La ropa de la<br />

cama la cubría hasta los hombros. La policía la<br />

destapó y vieron que llevaba puesto un<br />

albornoz, el pijama, calcetines y zapatillas,<br />

como si en el momento del hecho, no se<br />

hubiese acostado aún". La policía preguntó:<br />

"-¿Es ésta Providence?"<br />

Y los vecinos contestaron:<br />

"-Sí. Sí. Es Providence."<br />

La señora Licata<br />

Mi grabadora digital escondida tras mi<br />

chaqueta seguía recogiendo información sobre<br />

mis informantes:<br />

"Salimos otra vez al corredor y miramos<br />

alrededor. Todas las demás puertas estaban<br />

cerradas. Abrimos una, era un baño. Había<br />

algo raro allí. Decidí que sería la silla, una silla<br />

del comedor que parecía muy fuera de lugar<br />

en un baño. La puerta contigua... estuvimos<br />

todos de acuerdo en que debía ser la habitación<br />

de los hermanos. Estaba llena de cosas<br />

propias de muchachos. Reconocieron hasta<br />

unos cromos que estaban en un estante <strong>para</strong><br />

libros que había junto a la cama. Pero la cama<br />

estaba vacía aunque parecía que alguien<br />

hubiera dormido en ella. Así que fuimos hasta<br />

el final del corredor y al abrir la última puerta<br />

encontramos, allí en su lecho, a la señora<br />

Rosalia Licata. La encontraron con las manos<br />

por delante, de modo que parecía estar<br />

rezando y en una mano tenía, agarrada, un<br />

pañuelo". Mi mente vuelve a los hechos una y<br />

otra vez como si fuera un bucle. Sigo grabando<br />

aunque por mi frente corren ríos de sudor:<br />

"¡Pensar el tiempo que habría requerido<br />

machacar todos esos cráneos! Y mientras<br />

tanto la mujer allí, loca de terror... Bueno,<br />

pues llevaba puestas algunas joyas, dos anillos<br />

(y esa es una de las razones por las que yo<br />

siempre descarté el robo como motivo), una<br />

bata, camisón blanco y calcetines blancos.<br />

Tenía los ojos abiertos. De par en par. Como si<br />

todavía estuviera mirando a su asesino con un<br />

profundo asombro. Porque no pudo dejar de<br />

verlo mientras la machacaba". Nadie dijo<br />

nada. Estábamos demasiado aturdidos.<br />

Recuerdo que la policía buscó por allí <strong>para</strong> ver<br />

si podía encontrar el arma homicida. Pero<br />

quienquiera que hubiese sido, parecía<br />

demasiado listo y precavido <strong>para</strong> dejar tras de<br />

si semejante pista.<br />

El señor Licata<br />

Como es natural, nos preguntábamos dónde<br />

estaría el señor Mike Licata. La policía dijo:<br />

"Miremos abajo".<br />

"La primera habitación en que entramos fue el<br />

dormitorio principal, la habitación donde<br />

dormía el señor Licata. La cama estaba<br />

abierta, y allí, a los pies de la cama, había un

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