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Afectividad y vida religiosa

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to interior central que debe ser reparado, o mejor,<br />

recuperado. Esta afirmación equivale a decir que la<br />

vocación parece ser —originalmente—, en cuanto<br />

siquismo, una respuesta del yo a un objeto interno que<br />

sufrió algún daño y conviene que se reconstruya y se<br />

rehaga, objeto de vínculo —ya no irracional— sino<br />

consciente.<br />

Debemos entender, en consecuencia, que la vocación<br />

inicial de un adolescente consiste en un llamamiento<br />

que viene desde su interior para que su yo se<br />

haga más saludable. ¡Y nosotros debemos estar atentos<br />

a dicho llamamiento!<br />

Pero si el discernimiento no tiene en cuenta la recuperación<br />

a que nos hemos referido —buscada por<br />

medio de esta vocación— tanto la niña como el muchacho<br />

que se sienten con vocación, tendrán muy poca<br />

o casi ninguna libertad de elección. La verdad de la<br />

auténtica vocación pasa por este reconocimiento reparador,<br />

con el objeto de abrir otras posibilidades para<br />

rehacer el Yo... Únicamente en estas condiciones se<br />

podrá saber que la elección es una decisión y no una<br />

fatalidad; el sí será entonces la respuesta a una proposición<br />

y no un destino imperativo. Ninguna vocación<br />

verdadera puede significar el cumplimiento de<br />

un derrotero de <strong>vida</strong> previamente trazado.<br />

Cuando no se desvincula la necesidad de reparación<br />

del deseo de ser más yo en esta forma (pensada<br />

y querida como la única posible), el discernimiento<br />

vocacional falla, aunque las motivaciones que se pregonan<br />

sean interesantes: la vocación no es un juego<br />

con cartas marcadas. Sin dicho discernimiento la vo-<br />

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cación correrá fatalmente el riesgo de constituirse en<br />

un autoengaño —el que, una vez deshecho— desvanece<br />

la vocación. Quien no ha logrado un nivel satisfactorio<br />

en la elaboración de las etapas anteriores de<br />

su <strong>vida</strong> pretende, con frecuencia, hacer de su vocación<br />

la salvación —su única posibilidad de ser—. Y ello se<br />

da precisamente por la fantasía de considerarla como<br />

el hada mágica de la <strong>vida</strong>.<br />

Quisiera resumir un caso: un muchacho participaba<br />

en el acompañamiento vocacional, estaba cursando<br />

el grado segundo, aspiraba a cursar ciencias biológicas,<br />

tenía 24 años. Vivía lejos de su familia, en una<br />

gran ciudad. Era jovial en su relación con la gente.<br />

Desde pequeño le gustaba ayudar a los demás y creía<br />

que tenía el estilo y la disposición para ello. Combatía<br />

enérgicamente a todo el que causara mal a los demás y<br />

que no estuviera dispuesto a ayudar a los pobres y a<br />

los más necesitados.<br />

En el desempeño de las labores comunes se fue<br />

mostrando tenso, con los músculos contraídos, amanerado,<br />

con una mirada asustadiza y una sonrisa artificial.<br />

Algunas veces explotaba —aunque hacía visibles<br />

esfuerzos por controlarse—. Cuando lograba un<br />

poco de alivio se ponía un poco agitado o se dedicaba<br />

al "dulce no hacer nada". Las labores cotidianas y<br />

corrientes las cumplía con gusto.<br />

Según él, su familia no marchaba bien, recordaba<br />

momentos accidentados de su historia; el hermano<br />

mayor era malo y esto lo hacía sufrir; el papá —buena<br />

persona—, se fue de casa a tratar de ganarse la <strong>vida</strong>.<br />

El hermano mayor vino entonces a ocupar el lugar del<br />

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