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Arrecife. Antología de crónicas - Fundación César Manrique

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En el Puerto <strong>de</strong> <strong>Arrecife</strong>, transcurre su infancia y su primera juventud.<br />

Allí encauza sus más tempranas inquietu<strong>de</strong>s periodísticas y literarias,<br />

hasta que, en 1946, se traslada a Las Palmas <strong>de</strong> Gran Canaria. Una<br />

infancia, en los años veinte y treinta, lenta, que fijaba su resi<strong>de</strong>ncia más<br />

frecuentada en los bor<strong>de</strong>s <strong>de</strong>l mar, a la sombra <strong>de</strong> balandras y balandros,<br />

<strong>de</strong> goletas y pailebotes, impregnada <strong>de</strong> salitre y <strong>de</strong> bulliciosa escasez. La<br />

ciudad, un pueblo entonces <strong>de</strong> unos 5.000 habitantes, se <strong>de</strong>senvolvía al<br />

ritmo <strong>de</strong> la vela y <strong>de</strong>l dromedario 5 . En el Echa<strong>de</strong>ro <strong>de</strong> los Camellos disponía<br />

<strong>de</strong> su peculiar estación central, su centro <strong>de</strong> comunicaciones diarias,<br />

<strong>de</strong>scrito con <strong>de</strong>talle por el cronista en sus apuntes costumbristas:<br />

Era una estación <strong>de</strong> transportes única en su género. Mercancías y viajeros<br />

se amontonaban a un lado y otro esperando la salida o la llegada. Los<br />

camellos, unos echados y otros <strong>de</strong> pie, esperaban pacientes la or<strong>de</strong>n <strong>de</strong>l<br />

camellero para <strong>de</strong>jar <strong>de</strong> rumiar y empren<strong>de</strong>r la marcha con su carga a cuestas<br />

[...]. En el Echa<strong>de</strong>ro <strong>de</strong> los Camellos la gente no se impacientaba.Todos<br />

esperaban tranquilos a que les llegara su turno, y las mercancías iban siendo<br />

entongadas en el serón, o en la silla, o en el vaso. Arriba, en la cruz, iba el<br />

hombre, y atrás, enganchado a la trajarra, el chiquillo. La mujer solía ir en el<br />

5 En la segunda mitad <strong>de</strong> los cuarenta,<strong>Arrecife</strong> contaba en torno a los 9.000 habitantes, mientras que un<br />

siglo antes apenas sumaba unos 2.500 vecinos, que Miguel Pereyra (1835-1907), en la “Introducción” a<br />

sus Tipos <strong>de</strong> mi tierra —publicado en la Imprenta <strong>de</strong> La Laguna,Tenerife, 1897—, redujo a 500, probablemente<br />

persuadido tanto por la placi<strong>de</strong>z y familiaridad <strong>de</strong> la vida diaria en el Puerto, como por la evocación<br />

nostálgica y bucólica <strong>de</strong>l solar natal a que le induce la lejanía <strong>de</strong> su resi<strong>de</strong>ncia en Tenerife. Vale la<br />

pena recordar aquí un fragmento <strong>de</strong> la entrañable semblanza <strong>de</strong> la ciudad que el escritor trazó en<br />

1897, refiriéndose entonces al Puerto <strong>de</strong> mediados <strong>de</strong>l siglo XIX en que se <strong>de</strong>sarrolló su infancia. Un<br />

pueblo al margen <strong>de</strong>l mundo, aislado en su retiro oceánico:<br />

Realizábanse los a<strong>de</strong>lantos <strong>de</strong> la época sin que le afectasen <strong>de</strong> modo directo, y apenas si <strong>de</strong> él eran advertidos.<br />

Sólo por referencias sabíase allí que surcaban veloces los mares, venciendo la potente fuerza <strong>de</strong> los vientos y el empuje<br />

<strong>de</strong> las olas, ciuda<strong>de</strong>s flotantes; que la palabra, en alas <strong>de</strong>l rayo, rápida como él y como él <strong>de</strong>slumbradora, cruzaba tierras<br />

y océanos llevando a regiones remotas el pensamiento <strong>de</strong>l genio y la i<strong>de</strong>a hermosa y fecunda <strong>de</strong> la solidaridad y fraternidad<br />

humanas.<br />

Mi pueblo era entonces una especie <strong>de</strong> limbo.<br />

Una o dos veces al mes recibía noticias <strong>de</strong> la capital <strong>de</strong> la provincia; y <strong>de</strong> él sólo se acordaban los gobernantes cuando<br />

<strong>de</strong> imponerle y cobrarle alguna gabela se trataba.<br />

Y en este estado <strong>de</strong> olvido, <strong>de</strong> apartamiento y <strong>de</strong> ignorancia, pasaban unos tras otros los años sin aportar a sus habitantes<br />

más que rumores, no bien <strong>de</strong>terminados ni percibidos, <strong>de</strong> la vida, <strong>de</strong> las costumbres, <strong>de</strong> los goces, <strong>de</strong> la existencia<br />

en fin, <strong>de</strong> un mundo a él cercano por la distancia material, muy distante por sus diferencias esenciales.<br />

No databa <strong>de</strong> mucho tiempo, en la época a que me refiero, la fundación <strong>de</strong> este pueblo marítimo; poco extensa era su<br />

parte urbanizada, escaso su vecindario —no pasarían <strong>de</strong> quinientos los vecinos—, y su comercio <strong>de</strong> exportación e importación<br />

muy reducido.<br />

Limitábanse sus elementos <strong>de</strong> vida a la pesca <strong>de</strong>l salado, al tráfico <strong>de</strong> cabotaje, a los productos <strong>de</strong> un cultivo naciente<br />

entonces, más tar<strong>de</strong> rico venero <strong>de</strong> efímeras prosperidad y riqueza, y a cambios con los pueblos <strong>de</strong>l interior <strong>de</strong> artículos<br />

indispensables para la vida por granos y otros frutos <strong>de</strong> la tierra.<br />

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