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Arrecife. Antología de crónicas - Fundación César Manrique

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marineros muy pobres como Isidro el Torto, que sólo contaba con su<br />

caña para hacerle frente a la vida. Otros más favorecidos contaban<br />

con su embarcación, chalana o barquillo, y éstos eran una especie <strong>de</strong><br />

privilegiados <strong>de</strong> la fortuna, especie <strong>de</strong> clase acomodada en la gran familia<br />

marinera <strong>de</strong> <strong>Arrecife</strong>. Los <strong>de</strong> barquillo y chalana salían a la mar unas<br />

horas antes <strong>de</strong> romper el día y regresaban al puerto a la media mañana,<br />

o antes, don<strong>de</strong> sus mujeres los esperaban con los cestos para cargar y<br />

proce<strong>de</strong>r a la venta. Los <strong>de</strong> tierra u orilla, como Isidro, salían caña al<br />

hombro con las primeras luces <strong>de</strong>l alba y hasta el oscurecer se prolongaba<br />

la faena. Aquéllos trabajaban si acaso seis horas, ocho horas a lo<br />

más; pertenecían al gremio <strong>de</strong> los privilegiados. Éstos tenían que batallar<br />

<strong>de</strong> sol a sol, o sea, <strong>de</strong> doce a catorce horas, si querían cubrir un jornal<br />

mínimo digno que les permitiera vivir sin hambres; eran los <strong>de</strong>sventurados,<br />

los miserables, los indigentes, como lo era Isidro el Torto.<br />

Y una tar<strong>de</strong>, una <strong>de</strong> esas tar<strong>de</strong>s plácidas <strong>de</strong>l verano en que <strong>Arrecife</strong><br />

parece encogerse sobre sí mismo en el marco <strong>de</strong> una tarjeta postal<br />

—Puente <strong>de</strong> las Bolas, Castillo, arrecifes rocosos y gaviotas—, una <strong>de</strong><br />

esas tar<strong>de</strong>s en que se contempla incendiado el horizonte marino con la<br />

caída <strong>de</strong>l sol y resplan<strong>de</strong>ciente <strong>de</strong> azul profundo el cielo ribereño, como<br />

si hubiera sido una pincelada propicia para vivificar el paisaje, se ve a un<br />

cura que camina por la senda <strong>de</strong> los puentes hacia el muelle. El negro <strong>de</strong><br />

la sotana resalta en la transparencia <strong>de</strong> la placi<strong>de</strong>z <strong>de</strong> la tar<strong>de</strong>. Don Matías<br />

se llamaba el cura, párroco <strong>de</strong> la ciudad, y don Matías acostumbraba<br />

[a] ir leyendo el periódico en sus vespertinos paseos porteños, abstraído<br />

a veces en la lectura, como ésta en que, leyendo y caminando, no se<br />

apercibe <strong>de</strong> que va llegando al final <strong>de</strong>l espigón y sigue caminando y se<br />

manda <strong>de</strong> cabeza al mar.<br />

Antes <strong>de</strong> dar don Matías el taponazo contra las olas, ya Isidro el<br />

Torto, que pescaba en la misma punta <strong>de</strong>l muelle asocado por atrás <strong>de</strong><br />

la farola, se había percatado e instintivamente había levantado la caña.<br />

Y, con la caña levantada, Isidro mira <strong>de</strong>s<strong>de</strong> arriba a don Matías, que<br />

bracea y lucha por mantenerse a flote, y muy correctamente, como<br />

siempre hacía cuando se lo tropezaba en la calle, lo saluda:“ ¿Qué tal,<br />

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