Octubre - Diciembre 2009 - Instituto Tecnológico Superior de Cajeme

TEMAS
DE INTERÉS
MEJOR HABLAR QUE LEER
Por: Mtro. Bruno Pablos Lugo
“La escritura nunca puede prescindir de la oralidad”.
Walter J. Ong.
La palabra escrita nunca es la transposición íntegra de lo dicho
oralmente. La escritura no es capaz de representar en todo su
esplendor la fuerza de un enunciado oral: la actitud del hablante,
el humor, la inflexión de la voz, los gestos, el énfasis, la vacilación
y un sinnúmero de hechos que en su conjunto constituyen el
lenguaje.
Las palabras escritas no huelen, no saben, no vibran, no lloran, no
hablan. Su sentido acecha en los vacíos del papel y en los
silencios de la voz.
Los profesores no reciben en su etapa de formación, la
preparación ni los conocimientos básicos relacionados con una
buena lectura en voz alta, mucho menos con una narración oral o
una declamación.
Ésta última es de plano despreciada en ámbitos donde debería
ser tomada como núcleo en torno al cual giran otros aprendizajes
y disfrutes. Me refiero a los institutos y universidades dedicadas a
la formación pedagógica, en los cuales no existe una materia que
estimule el desarrollo de esta habilidad.
Se acepta en la teoría, pero se rechaza en los hechos que
declamar o contar un cuento pone en juego un sinnúmero de
habilidades relacionadas con el manejo de la voz, la expresividad
gestual y corporal, la comprensión lectora, la escritura, la
respiración, la dinámica grupal, la improvisación, el juego
creativo, la imaginación, etcétera.
Pienso que quizá no han tenido la suerte de ver y sentir cómo se
sumerge una piedra en el lago. Pienso que no han sabido
disfrutar las otras lecturas y narraciones: las de la vida.
Para que la lectura adquiera la dimensión maravillosa de la que
tanto se habla es preciso acceder a ella con mayor desfachatez y
menos prevenciones, rescatar la desvergüenza y la osadía que
teníamos cuando niños.
Deberíamos retomar los métodos de la niñez: la
experimentación, la repetición, la curiosidad, el riesgo, la
memoria, la fantasía, la imaginación, la intuición.
El mensaje oral siempre es una construcción colectiva; es decir,
en el mismo momento en que el hablante envía el mensaje, está
leyendo las reacciones, las necesidades, los gestos, las miradas,
los movimientos y las intenciones del otro. El verdadero éxito se
produce cuando se logra un diálogo profundo entre los
interlocutores.
La comunicación, el hecho estético, la maravilla del lenguaje se
produce cuando la forma de pensar de los que hablan y
escuchan se encuentra y entran en conflicto.
Allí hay un amplio y fértil terreno de inconformes ávidos de
experiencia con quienes es necesario inmiscuirse y poner a
prueba nuevas formas y propuestas, intentar otros lenguajes y
otra estética: arriesgar.
Lo que importa no es el significado literal de las palabras, sino su
expresión en el contexto. O sea, que en el lenguaje oral las
palabras se subordinan al mensaje que expresa el ser humano en
su totalidad, y no sólo su aparato fonador.
Leer es siempre una búsqueda hacia el interior. Cuando al leer no
acudan a nosotros imágenes o sonidos, asociaciones o
preguntas, entonces tan sólo estaremos decodificando un texto.
Otra de las cosas que resultan atractivas en una lectura es el
hallazgo. Como ir al mar y lanzar un anzuelo hasta que pique el
pez esperado.
Habría que revisar cuándo nos convencieron de que ya
dejáramos de jugar y prestáramos atención, de que no
conversáramos con el compañero, de que miráramos al frente y
no nos moviéramos, de que respetáramos a nuestros mayores,
aunque ellos no nos respetaran.
Habrá que examinar cuándo fue que el mundo verdadero se
subordinó al mundo escrito y comenzó a ser más interesante leer
una aventura que vivirla. ¿Cuándo nos convencieron de que era
más importante leer un libro que leer un gesto, una melodía, un
árbol, la mirada, los sueños, el sabor de una fruta, las sombras… ?
HE...
QUÉ
DIJO?
Leer libros no nos hace libres ni mejores. Es abrumadora la
cantidad de gente que tiene en su haber infinidad de lecturas de
libros, pero viven una existencia superficial, llena de prejuicios y
desprecios. Lectores y escritores que utilizan el lenguaje escrito
como un objeto de estatus.
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