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Eugenio Barba, Teatro. Soledad, oficio y revuelta, Bueños Aires , Catálogos, 1997,<br />

pp. 92-99<br />

PALABRAS O PRESENCIA<br />

Aquí aparece definido de una manera explícita el concepto de training que se anunciaba<br />

en las dos breves cartas de Barba a sus actores. Ahora el training se ha convertido en un<br />

proceso de autodefinición personal. Barba relativiza lo que llama “el mito de la técnica”: el<br />

training no sirve tanto para preparar actores como para formar individuos.<br />

Publicado por primera vez en “The Drama Review” n.53, Nueva York 1972. Traducido a<br />

numerosísimas lenguas, se ha convertido en uno de los textos más importantes de Barba,<br />

fundamental para entender su actitud al confrontarse con la técnica y la pedagogía.<br />

El training no enseña a interpretar, a ser actor, no prepara para la<br />

creación. El training es un proceso de autodefinición, de autodisciplina que se<br />

manifiesta a través de reacciones físicas. Lo que cuenta no es el ejercicio en sí<br />

mismo - por ejemplo hacer flexiones o saltos mortales - sino la jusficación que<br />

cada uno da al propio trabajo, una justificación que, aunque sea banal o difícil<br />

de explicar con palabras, es fisiológicamente perceptible, evidente para el<br />

observador. Este enfoque, esta justificación personal decide el sentido del<br />

training, la superación de los meros ejercicios, en realidad estereotipos,<br />

movimientos gimnásticos.<br />

Esta necesidad interior determina la calidad de la energía que permite<br />

trabajar sin descanso, sin preocuparse del cansancio; y cuando se está<br />

exhausto, entonces continuar, seguir adelante precisamente en aquel<br />

momento, sin rendirse: ésta es la autodisciplina de la cual hablaba.<br />

Pero entendámonos bien: uno no se vuelve creativo matándose de<br />

cansancio; no es por mandato, de una manera forzada que se abre hacia los<br />

otros. El training no es una forma de ascesis personal, una dureza malévola<br />

hacia sí mismo, una persecución del cuerpo. El training es un test que pone a<br />

prueba las propias intenciones, hasta qué punto se está dispuesto a pagar con<br />

la propia persona por lo que se cree o se afirma, la posibilidad de superar el<br />

divorcio entre intención y realización. Este trabajo cotidiano, obstinado,<br />

paciente, a menudo realizado en la oscuridad, a veces incluso buscándole un<br />

sentido, es un factor concreto de la transformación del actor como ser humano<br />

y como miembro del grupo. Esta imperceptible transformación cotidiana de la<br />

propia manera de ver, de acercarse y juzgar los problemas de la propia<br />

existencia y de la existencia de los otros, esta criba de los propios prejuicios,<br />

de las propias dudas - no a través de gestos y frases grandilocuentes, sino a<br />

través de la silenciosa actividad cotidiana - se refleja en el trabajo que<br />

encuentra nuevas justificaciones, nuevas reacciones: entonces el propio norte<br />

se desplaza.<br />

* * *


Al principio teníamos un programa de ejercicios fijos que enseñábamos a<br />

todos y que todo el mundo tenía que realizar. Eran ejercicios de varias clases,<br />

tomados del ballet, de la pantomima, de la gimnasia, del Hatha Yoga, de la<br />

acrobacia.<br />

Elaboramos toda una serie de acciones físicas a las cuales dimos el<br />

nombre de biomecánica refiriéndonos al término utilizado por Meyerhold.<br />

Definíamos la biomecánica como una reacción muy dinámica a un estímulo<br />

exterior. Eran ejercicios de carácter acrobático, muy violentos. Pero nuestra<br />

imaginación los había transformado basándose en lo que creíamos podía ser el<br />

entrenamiento del actor oriental. Partiendo de nuestras fantasías sobre este<br />

entrenamiento, queríamos llegar a un ritmo de trabajo intenso, pero con la<br />

precisión, la economía de movimientos, la sugestividad y fuerza evocativa que<br />

atribuíamos al actor oriental. Para nosotros la biomecánica no era una<br />

reconstrucción histórica, técnicamente exacta, de los ejercicios elaborados por<br />

Meyerhold que se proponían un fin específico: la creación de un emploi social<br />

para el actor. Utilizábamos este término para activar nuestra fantasía, para<br />

estimularnos.<br />

¿Cómo podía ser esta biomecánica?<br />

Intentamos reinventarla, reencontrarla en nuestro cuerpo, haciéndola<br />

concordar con nuestras nuevas finalidades y justificaciones. Fueron los propios<br />

actores quienes, individualmente o en colaboración, trazaron el mapa de este<br />

territorio. En él también tenían cabida las "batallas", las luchas, los ejercicios<br />

para los reflejos en los cuales el actor tiene que adaptarse inmediatamente a la<br />

situación, pensando con todo el cuerpo, reaccionando completamente con él.<br />

* * *<br />

A pesar de mi experiencia del teatro oriental, especialmente del Kathakali<br />

hindú, no me serví de él directamente. Intenté hacer imaginar este teatro de<br />

colores y exotismo, de acrobacias y religiosidad, a mis actores apelando a su<br />

subjetividad, a su fantasía.<br />

Como todo el teatro oriental, el Kathakali no se puede copiar,<br />

trasplantar. Sólo puede servir de estímulo, de punto de partida. En el teatro<br />

oriental el actor es introducido en una tradición que debe respetar<br />

íntegramente. El actor no es nada más que el ejecutor de un papel cuyos<br />

mínimos detalles - como una partitura musical - fueron elaborados y fijados en<br />

un tiempo más o menos lejano. Al igual que un pianista o una bailarín de ballet<br />

clásico, su evolución no se puede separar del virtuosismo. En el teatro<br />

occidental el actor es o debería ser creador; su confrontación con el texto, a<br />

través de su propia sensibilidad y experiencia histórica, manifiesta un universo<br />

único y personal a los espectadores.<br />

Esta diferencia fundamental determina también el modo de acercarse al<br />

oficio, la preparación, lo que ahora suele llamarse training. Todavía hoy, el<br />

actor del Kathakali o del Kabuki japonés empieza a la misma edad de los niños<br />

europeos que quieren dedicarse al ballet. Las consecuencias psicológicas e


incluso fisiológicas son evidentes. No tiene sentido ir a Japón o a la India para<br />

tomar ejercicios del Kabuki o del Kathakali y adaptarlos pasivamente a la<br />

tradición pedagógica europea, esperando que también nuestros actores se<br />

conviertan en "virtuosos" como los orientales. Lo decisivo - no me cansaré de<br />

repetirlo - no son los ejercicios en sí mismos, sino la actitud personal, la<br />

necesidad interior que estimula y justifica a un nivel emocional la elección del<br />

propio oficio con una lógica que no se deja atrapar por las palabras.<br />

Esta actitud determina la creación de normas que casi se convierten en<br />

un super-ego artístico y ético. Normas parecidas son fáciles de hallar también<br />

en formas de teatro que se basan en un aprendizaje puramente técnico. En<br />

este caso, las circunstancias históricas y las condiciones ambientales en las<br />

cuales se desarrolla el trabajo teatral tienen un propio peso en la elaboración<br />

de estas normas que se reflejan en la técnica. Por ejemplo, todo el<br />

entrenamiento del joven que quiere dedicarse al Kabuki se desarrolla en un<br />

ambiente enrarecido, sin posibilidad de contacto con actores de otras formas<br />

teatrales - Nõ o teatro moderno - con una jerarquía profesional fija,<br />

anquilosada en dinastías familiares cuya mentalidad contrasta con la vocación<br />

industrial y eficiente del Japón contemporáneo. Lo mismo vale para el actor<br />

Kathakali. Mientras que el actor Kabuki pertenece a una firma empresarial que<br />

lo coloca en varios teatros, el actor Kathakali trabaja en un terreno religioso -<br />

el patio del templo - consagrando su trabajo y su espectáculo a las divinidades,<br />

viviendo muy modestamente sin perspectivas de convertirse en una estrella -<br />

como su colega japonés. Estas circunstancias socio-históricas, junto con una<br />

tradición profesional bien determinada, todavía con un gran valor y prestigio<br />

para el joven candidato-actor, son factores decisivos para la concepción y la<br />

elaboración de aquella expresividad que es codificada y, de este modo,<br />

transformada en técnica.<br />

* * *<br />

También nosotros, al principio de nuestra actividad, creíamos en el "mito<br />

de la técnica", algo que era posible adquirir, poseer y que habría permitido al<br />

actor dominar, dirigir el propio cuerpo, ser consciente. En este período<br />

practicábamos ejercicios para desarrollar la dilatación de los ojos y para<br />

acrecentar su expresividad. Eran ejercicios que había aprendido en India del<br />

entrenamiento de los actores Kathakali. En el Kathakali la expresividad de los<br />

ojos es esencial y el control de su musculatura requiere años de duro<br />

aprendizaje durante varias horas al día. Los numerosos matices tienen un<br />

significado bien preciso: el modo de fruncir el ceño, la dirección de la mirada,<br />

el grado de apertura y cierre de los párpados están codificados; en realidad<br />

son conceptos e imágenes inmediatamente comprensibles para el espectador.<br />

En un actor europeo, este control no haría nada más que frenar las reacciones<br />

orgánicas del rostro y trasnsformaría su cara en una máscara sin vida.<br />

Al principio intentaba fusionar dentro de mí, como en un crisol donde se<br />

funden los metales más dispares, las influencias más distintas, las impresiones<br />

que habían sido más fértiles para mí: el teatro oriental, los experimentos de la


Gran Reforma, la experiencia personal de mi estadía en Polonia y con<br />

Grotowski. Quería adaptar este ideal de perfección técnica incluso en aquel<br />

sector de trabajo artístico que llamábamos composición, palabra llegada a<br />

nuestro teatro a través de la terminología francesa, rusa y de Grotowski.<br />

Pensaba que la composición era la capacidad del actor de crear signos, de<br />

modelar conscientemente su propio cuerpo hasta lograr una deformación rica<br />

de sugestividad y fuerza asociativa. El cuerpo del actor como una piedra de<br />

Rosetta y el espectador en el papel de Champollion. A un nivel consciente, de<br />

frío cálculo, llegar a lo que es cálido y nos obliga a creer con todos nuestro<br />

sentidos.<br />

Sin embargo, a menudo sentía esta composición como una imposición,<br />

algo externo, que funcionaba a un nivel teatral, pero desprovista de la fuerza<br />

necesaria capaz de perforar la corteza de los significados más evidentes. La<br />

composición podía ser rica, impresionar, poner de relieve al actor, pero era<br />

como un velo que me escondía algo dentro de mí que yo no tenía el coraje de<br />

afrontar, de revelarme a mí mismo o, mejor dicho, de revelar a los demás.<br />

En el primer período de nuestra existencia todos los actores hacían<br />

juntos los mismos ejercicios con un ritmo colectivo, común. Luego nos dimos<br />

cuenta de que el ritmo varía para cada individuo. - algunos tienen un ritmo<br />

vital más veloz, otros más lento – y empezamos a hablar de ritmo orgánico. Su<br />

variación continua revelaba una ola de reacciones orgánicas que comprometían<br />

el cuerpo entero. El training sólo podía ser individual.<br />

Esta fe en la técnica, especie de poder mágico que habría convertido el<br />

actor en invulnerable, nos guió también en el campo de la voz. Al principio<br />

seguíamos las praxis del teatro oriental. Simple imitación de determinados<br />

timbres de voz. Utilizando la terminología de Grotowski, llamábamos<br />

"resonadores" a los distintos tonos de voz. En el entrenamiento del teatro<br />

oriental el joven actor aprende mecánicamente papeles enteros con todos sus<br />

matices vocales, timbres, entonaciones, exclamaciones: un verdadero tejido<br />

sonoro perfeccionado por la tradición y que el actor debe repetir exactamente<br />

para ser apreciado por un público de expertos. También nosotros empezamos<br />

a repetir fríamente una serie de timbres, de tonos, de entonaciones, y los<br />

practicábamos cotidianamente.<br />

Este período de trabajo calculado, de pura tecnicidad, pareció confirmar<br />

que la hipótesis de una actor virtuoso era justa: los efectos obtenidos eran<br />

interesantes. Pero durante este trabajo algunos actores llegaron a tocar el<br />

territorio de la propia "flora vocal". Ésta se abría a los estímulos que<br />

impresionaban por su sugestividad, por su carga emocional, sin basarse en la<br />

lógica o en una cierta intelectualidad.<br />

De este modo descubrimos el valor de las imágenes personales para<br />

comprometer la voz, para llegar al universo sonoro individual. No más efectos<br />

calculados, voz impostada mecánicamente, sino reacciones, respuestas a la<br />

imagen que había servido de estímulo. Empezamos a hablar de acciones<br />

vocales. Aquello que antes para nosotros había sido un postulado - la voz es<br />

un proceso fisiológico - ahora se convirtió en una realidad tangible que<br />

comprometía el organismo entero proyectándolo en el espacio. La voz era la


prolongación del cuerpo que golpeaba, tocaba, acariciaba, rodeaba, empujaba<br />

o escrutaba a lo lejos o a pocos centímetros de distancia. Una mano invisible<br />

que se extendía del cuerpo para actuar en el espacio o renunciar a actuar. E<br />

incluso esta renuncia era pronunciada por la mano invisible. Pero, para que la<br />

voz pudiera actuar, tenía que saber dónde era el punto hacia el cual se dirigía,<br />

quién era este punto y por qué se dirigía a él.<br />

Desde aquel momento dejé de hablar de resonadores. Si el actor se<br />

dirigía verdaderamente a este punto en el espacio, invisible a los ojos, pero<br />

concreto para él, perceptible con todos sus sentidos, presente con una<br />

consistencia física, todo el cuerpo del actor resonaba, la sala resonaba y<br />

también algo en mí, que estaba escuchando.<br />

* * *<br />

Durante un largo período este "mito de la técnica" alimentó nuestro<br />

trabajo. Luego, lentamente, esto me condujo a una situación de duda. Tuve<br />

que admitir que el argumento de la técnica era una racionalización, un<br />

chantaje pragmático - si haces esto, obtienes aquello - que utilizaba para<br />

obligar a los otros a aceptar mi manera de trabajar. A un nivel personal - poco<br />

claro, lleno de sombras - sentía que bajo la excusa de un trabajo que los otros<br />

definían como teatro, yo intentaba aniquilar al actor en mi compañero de<br />

trabajo, lavarlo del personaje, destruir el teatro en nuestra relación y<br />

encontrarnos él y yo como seres humanos, como compañeros de armas que no<br />

tienen necesidad de defenderse, más unidos que hermanos por las dudas y las<br />

ilusiones de años pasados juntos pacientemente. No el actor, no el personaje,<br />

sino el compañero de un largo período de mi vida.<br />

Entonces ya no se trataba de enseñar o aprender algo, trazar un método<br />

personal, descubrir una nueva técnica, encontrar un lenguaje original,<br />

desmitificarse a sí mismo o a los otros. Tan sólo no tener miedo el uno del<br />

otro. Tener el coraje de acercarse uno a otro hasta ser transparentes y dejar<br />

entrever el pozo de la propia experiencia. De ahí el pudor que rechaza la<br />

presencia de extraños durante el trabajo. Y cuando llega el momento de la<br />

presencia de los otros - los espectadores - ellos son los testigos de esta<br />

situación humana que seguimos llamando teatro porque no tenemos un<br />

nombre para esta nueva frontera más allá de la cual bien poco podemos<br />

decirnos en un lenguaje teatral, incluso si se pronuncian sus frases con<br />

perfección. El virtuosismo no conduce a nuevas relaciones humanas, fermento<br />

decisivo para una reorientación, una nueva manera de definirse a sí mismo al<br />

confrontarse con los otros y superar la fácil entropía de la autocomplaciencia.<br />

De este modo el training se transformó en un proceso de autodefinición,<br />

lejos de cualquier justificación utilitaria, guiado por la subjetividad individual.<br />

Cada cual define el sentido del training. Una vez más: las formas exteriores no<br />

tienen ninguna importancia. Sin embargo, permanece la autodisciplina.<br />

* * *


Durante el training a menudo se corre el riesgo de una esclerosis. Esto se<br />

debe, o bien a una actitud ingenua que hace creer que el training conduce a la<br />

creatividad, o bien a la desbandada debida a la falta de justificación personal<br />

que lleva a repetir los ejercicios como una pesada gimnasia. Incluso nosotros<br />

pasamos por tales períodos. Entonces caí en la tentación de explicar, de<br />

proponer una filosofía cualquiera sobre el training, un hilo de Ariadna para mis<br />

compañeros perdidos en el laberinto de la incertidumbre. Con una gran lealtad,<br />

mis compañeros intentaron motivar su propio trabajo con mis palabras, con<br />

mis explicaciones. Pero algo no funcionaba, algo sonaba a falso y, al final, se<br />

revelaba una especie de ruptura entre lo que hacían y lo que querían hacer o<br />

creían hacer para satisfacerme, para venir a mi encuentro. Cuando me di<br />

cuenta de esto desistí de dar cualquier explicación.<br />

Después de haber trabajado juntos durante muchas horas al día, durante<br />

muchos años, ya no son las palabras, sino quizás tan sólo mi presencia lo que<br />

puede decirles algo.<br />

Traducción: Lluís Masgrau.

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