JORGE
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Jorge Velasco Zamora<br />
Más aún, en la enfermedad el dolor puede ser necesario.<br />
Cuando, por ejemplo, una articulación se enferma suele<br />
producir dolor, lo que nos previene para no utilizarla y<br />
dejarla en reposo. Cuando en el tablero del auto<br />
súbitamente aparece una luz roja, que indica que algo<br />
anormal está sucediendo, es muy probable que se detenga,<br />
incluso que apague el motor; el organismo en lugar de<br />
“luces rojas” genera dolor. Nuevamente el cuerpo nos<br />
envía mensajes que debemos saber interpretar.<br />
Por el contrario, hay otras circunstancias en las que la<br />
naturaleza decide que el dolor no debe aparecer. Es lo<br />
inverso a lo que explicamos anteriormente. Bajo ciertas<br />
condiciones de estrés o emergencia en las que está en<br />
juego nuestra integridad física, no es conveniente que<br />
nuestro organismo sienta dolor, y de hecho así ocurre. Por<br />
ejemplo, si tuviéramos que escapar de las llamas<br />
esquivando rápidamente obstáculos que se encuentran a<br />
nuestro paso, es altamente probable que nos lastimemos<br />
pero que no sintamos dolor en ese momento. Es más<br />
conveniente, entonces, bajo ciertas condiciones, inhibir el<br />
dolor. Pues bien, esto es lo que nuestra biología hace.<br />
Significa, por lo tanto, que el cuerpo posee un sistema<br />
que permite que el dolor aparezca o desaparezca según las<br />
circunstancias.<br />
En 1965 se postuló lo que se dio en llamar “la hipótesis<br />
de las puertas”. Esta teoría dice que el dolor durante su<br />
viaje al cerebro, a través de la médula, debe pasar por unas<br />
“puertas” que se abren o cierran según ciertas<br />
circunstancias. El organismo, de acuerdo a sus<br />
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