El Ingenio La Joya: una fuente amenazada

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Aurora Sansores Serrano
CUANTO DUELE LA POBREZA
Quizá para quienes tenemos un empleo, vivimos con una
casa de material y contamos con todos los servicios
básicos, y otros más que no lo son, no somos capaces de
detenernos a pensar en que hay pobreza en otros lugares,
que hay gente que vive en viviendas, si se les puede llamar
así, hechas de cartón, que no tienen agua, ni luz y, muchas
veces, ni siquiera para comer.
Esa realidad que lacera el sentido común, que destruye
los anuncios oficiales y las estadísticas de crecimiento, esa
que desmiente las cifras de mejoramiento en la calidad de
vida de los ciudadanos.
Recorrer los pueblos rurales nos enseña el rostro de la
desigualdad, ahí donde se ve a las mujeres llorar porque no
tienen agua, donde los campesinos siguen intentando sacarle
frutos a una tierra yerta, seca, sin vida.
Tal vez sea muy fácil esconder la tristeza, el dolor, negar
la felicidad, pero es inocultable la necesidad y la pobreza,
porque se ve reflejada en esas pieles marchitas, en esos
pies descalzos, en cada mano callosa, y en la mirada suplicante.
Ahí, en esos poblados donde los niños crecen por obra
de Dios, que los que no mueren se hacen inmunes ante la
cantidad de enfermedades a las que han sobrevivido sin
medicamentos.
Donde los viejos ya no tienen lágrimas, y en sus ojos
opacos se ven las sombras de un pasado de trabajo ininterrumpido
y la desesperanza de no haber logrado nada.
Esos caminos llenos de lodo, que hace imposible la comunicación
motorizada, que son la causa de que la pobre
producción se pudra por no poder sacarla, y con ella quede
putrefacta la fe.
Lugares que se conforman por casas en las que el sol se
filtra a través de los agujeros de las paredes de cartón o
varitas, en las que la lluvia las convierte en baño con enorme
regadera, en las que el piso no requiere ser barrido porque
es de tierra.
Pequeños que asisten a una escuela con maestro improvisado,
que no tiene mesabancos, ni paredes, ni pizarrón y,
en ocasiones, se está cayendo el techo o solo es un árbol.
Que pena me causa ver que la tierra se convierte en
los únicos zapatos de los pequeños pies, y también en el
maquillaje que oculta la palidez morturaria de los rostros
infantiles.
Ver las ansiosas bocas pegadas en los pechos secos de una
mujer, que llora sin lágrimas, que sufre en silencio y calla el
enojo para lanzar un grito de desdicha que despierte al crío
y pida comida que no puede darle.
Sentir el silencio aterrador que genera la ausencia de los
sonidos de la tecnología, no hay música, no hay televisión,
no hay refrigeradores, no hay luz, solo la del sol en el día,
y la luna y las velas alumbrando la noche.
Un abandono que pesa, y que parece no tener fin, que es
un insulto para la humanidad, pero que ahí está, indeleble,
inmutable, y que ahora es visible en las grandes ciudades,
en muchas colonias populares, que se han convertido en la
réplica de lo que antes era privativo de la zona rural.
Cada vez que empiezan las campañas a gobernador en
un estado, puede uno ver a candidatos serios, algunos cuyo
único fin es alcanzar el poder, otros que solo aceptan para
permanecer vigente en la palestra política y hasta los que
solo lo ven como la oportunidad para satisfacer su ego.
Así empiezan las campañas, con quienes visitan para
conocer sus necesidades y llevan esperanza en su palabra,
quienes llevan dinero para comprar comprar su voto, quienes
ni siquiera van, y quienes inventan que van y hablan de lo
que no conocen.
Es posible que cada seis años se puedan ver los avances
que se tienen o el descuido en que el gobierno los mantiene,
quizá existan carreteras pero no caminos que lleven a sus
zonas de producción.
A lo mejor encuentran canchas pero no viviendas dignas,
tal vez llegue semilla pero no hay agua para regar los campos
y hacerlos producir.
Mientras existan comunidades sin los servicios básicos,
familias sin una vivienda digna, sin médico, medicinas, sin
zapatos y sin cubrir sus necesidades primarias, no podemos
hablar de gobiernos justos.
Y es este México, en el que la pobreza crece a pasos agigantados,
donde la muerte materna es el pan de cada día,
donde los campos están abandonados, en el que los mares
y ríos ya no tienen peces porque están contaminados, donde
hay familias que no tienen nada que llevarse a la boca, y no
hay trabajo, y no hay servicio médico y medicinas, y hay casas
de cartón, y hay miseria y no hay luz, ni agua, ni nada, es
una vergüenza hablar de un gobierno que ha pedido créditos,
endeudando a quien no ve beneficios, el pueblo.
¿Cómo justificar que se hable de inversiones millonarias
para el desarrollo social si no llega un solo peso a la
sociedad?¿cómo entender que una dependencia gaste más
de su presupuesto asignado, pero que los supuestos beneficiados
siguen esperando que les llegue la erogación?
No, en un país donde hay tantos pobres, no puede ha-
Hop’ K’in • 10