revista 44 - MOA :: Mutual Odontológica Argentina

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Refugio de pulperos en las playas
Restos de un naufragio
El barrio es muy humilde con pasillos entre las casas,
densamente poblado por familias que se dedican a la
recolección de pulpos y estrellas de mar en los meses cálidos.
Las inclemencias del tiempo en invierno hacen inviable
la ocupación del caserío.
Solos o en grupos, casi siempre el padre y sus hijos, los
pulperos salen hacia la playa un par de horas después de
la primera pleamar de cada día, armados con ganchos
metálicos forjados en forma artesanal. Los pulpos que son
realmente pequeños viven en las oquedades de las rocas,
en las restingas. La amplitud de la marea que por esas
zonas excede los 6 metros deja una vasta región a merced
de estos buscadores que comienzan pacientemente la
recolección metiendo los ganchos en los escondrijos
donde se refugian los pulpitos que no pesan más
de 300 grs. cada uno. Algunos pocos pulperos tienen vehículo
propio, casi todos dependen de un transportista que
les cobra una suma fija diaria para llevarlos y luego regresarlos.
Por las mañanas con marea baja, en camionetas desvencijadas,
que milagrosamente funcionan, atraviesan las
restingas en las zonas bajas con el mar hasta el capot
ganándole a la bajamar para dejar a los pulperos en los
sitios de búsqueda, alejándose unos 40 kms del caserío,
adentrándose en las playas. Frecuentemente arman una
enramada a modo de vivienda muy precaria donde pasan
la noche para seguir con su tarea el día siguiente. Si llevaron
bastante hielo en las conservadoras, en lugar de volver
a Las Grutas se quedan a esperar el siguiente movimiento
del mar, y acampan allí, en las enramadas, sobre
la playa cuyo único techo muchas veces es una bolsa de
nylon de residuos abierta al estilo mariposa.
Los pulpos de la costa son muy pequeños, a diferencia
de los de mar adentro que alcanzan pesos de hasta 2 kg.
La vegetación es rala y achaparrada, y nunca faltan los
zorros, maras (liebres patagónicas) mulitas y tortugas,
que suelen atravesarse en los caminos.
Desde hace 40 años, la huella trazada por los pulperos es
la única vía que comunica Las Grutas con el Fuerte
Argentino, una enigmática meseta, ubicado a 48 km al surdel
balneario y más allá con Playas Doradas (Sierra Grande).
Los pulperos van y vienen por esta senda a lo largo de
toda la costa patagónica para proveer con el fruto de su
trabajo a los restaurantes y turistas que los adquieren al
costado de la villa en improvisados puestos.
Siguiendo la ruta de los pulperos, a diez kilómetros al
sur, se encuentra El Sótano. Paso obligado que queda bajo
el agua cuando la marea sube. En estos acantilados nace
el Cañadón de las Ostras, donde se pueden apreciar fósiles
marinos de 15 millones de años, en un marco natural
de pura estepa patagónica.
La travesía se extiende por el camino de la costa,
donde la vieja huella es recomendable para camionetas
o cuatriciclos. Yo siempre prefiero esta última opción
porque la considero más divertida y me permite alternar
con senderos o lechos de ríos secos. Suelo hacer un alto
en mi viaje en una encantadora entrada del mar enmarcada
por juncos y rocas que está poblada por flamencos,
encuentro restos marinos, dientes de tiburón.
El paisaje va cambiando lentamente. Sobre el horizonte
recortado por las costas de arenas blancas, aparece la
impresionante meseta de Fuerte Argentino. En ese lugar,
dicen los lugareños, fueron encontrados elementos
arqueológicos relacionados con la misteriosa historia de
los templarios.
En esta región es donde se registra la mayor diferencia
de mareas de todo el país: siete metros cada seis horas. En
los extensos piletones que se forman entre las rocas cuando
baja la marea, sólo las lisas rompen el silencio del lugar
al saltar y pegar contra el agua. Con marea alta parte del
sendero queda bajo las olas. El ritmo del mar marca mi
regreso a Las Grutas.
Carlos Roberto Chalukian
El Sótano con bajamar y pleamar Meseta Fuerte Argentino al fondo Playa de flamencos