Inaugurado en 1981, el Parque Nacional del Garajonay, en el ...

Inaugurado en 1981, el
Parque Nacional del
Garajonay, en el corazón
de La Gomera, fue
pionero en los conceptos
de conservación
de flora y fauna.

El manto verde
que ocultó el volcán
Volamos hasta Canarias para adentrarnos en el corazón de las Islas Verdes:
La Palma, La Gomera y El Hierro. Inscritas dentro de la región atlántica de Macaronesia,
hemos querido averiguar si su nombre se debe al color de los paisajes, a su naturaleza
ciertamente ecológica o a la picardía de un acento que nos ha conquistado.
Texto: Sara Morillo Fotografías: Alex del Río

DDesde un pequeño avión con hélices, rumbo a la Isla pasa
Bonita –llamémosla La Palma–, recuerdo mi primera
reacción cuando, hace años, descubrí el archipiélago
canario. Ya entonces una atracción indescriptible me unió
profundamente a esta tierra. Por primera vez, tenía la sensación
de que España y América no quedaban separadas
por el océano Atlántico. Fue como trasladarme al lugar
que vio nacer a mi madre, Colombia, con la diferencia de
que aquí podía pagar en pesetas un pincho de tortilla. Ya
entonces me quedó claro que los vínculos que comparten
ambas culturas se han materializado en estas islas de una
manera tangible y deliciosa. Después de 15 años, vuelvo
con otro objetivo: tratar de averiguar de dónde procede el
color que irradian La Palma, La Gomera y El Hierro. Del
verde esmeralda al más tenue y aceitunado.
De acuerdo. Para los que vivimos en la península, este
es un lugar que puede resultar remoto. No es tan sencillo
como aferrarse a un volante o acomodarse en la cabina
de un avión. El trayecto, por tierra, mar y aire, es ya de
por sí una aventura excitante. Siempre me estimularon
los retos. Puede que sea porque creo firmemente que es
por la cabeza que repentinas ráfagas de viento y
granizo grueso hagan acto de presencia en La Palma.
Una rareza que nos ha tocado vivir como parte de esta
exótica aventura. De hecho, no hay nada más exótico
que ser testigo de un fenómeno meteorológico tan ajeno
al clima habitual. Y a pesar de todo, cada día, algunos
rayos del sol madrugan por el lado este, en la playa de
los Cancajos, para alegrarnos la hora del desayuno a
base de gofio, plátanos, papaya y café. Estamos en la
misma latitud que Marruecos y eso se nota.
Si hubiera que definir el viaje, sería algo así como
‘los mil y un climas de las islas verdes’. No eres consciente
de la variación de temperaturas hasta que te
encuentras a ti mismo en medio de un festival de
prendas que van y vienen cada vez que te bajas del
coche. No obstante, nosotros disfrutamos de las vistas
que se suceden como una incontrolable secuencia de
imágenes que no guardan relación entre sí.
Nos trasladamos a Tazacorte, un pequeño pueblo,
primer núcleo poblacional de la isla, que termina en una
enigmática playa negra. Reto número uno: lidiar con un
súbito vendaval que arrastra gravilla negra. Segundo: ir
en busca de la luz que se escapa por el horizonte para la
sesión de fotos en la playa. Una vez cumplidos los objetivos
solo queda disfrutar de un par de ‘viejas’ –pescado de
roca– en la Taberna del Puerto, al tiempo que practicamos
un socorrido inglés. A nuestro lado, una profesora holandesa
nos confiesa su devoción por este lugar –no son los
únicos noreuropeos amantes del archipiélago–, mientras
admiramos ensimismados la destreza de su marido en el
arte del origami –la papiroflexia japonesa–.
Arriba, el faro próximo
al volcán Teneguía
(La Palma). Detrás se
encuentran Las Salinas
de Fuencaliente.
una de las condiciones que exige conocer algún paraíso.
Lo más asombroso es que en mi recién descubierto
edén no ha hecho estragos una enfermedad letal llamada
urbanización descontrolada. Quizá por ello, aquí sea
posible cultivar algo llamado conciencia ecológica, y
cuyos frutos mejoran la calidad de vida de las personas y
potencian la belleza de los lugares.
Para los peninsulares –término empleado por los
canarios–, el archipiélago es sinónimo de buen tiempo
en pleno invierno. Me atrevo a decir que a nadie se le
para un astrofísico, La Palma resulta apasionante,
un lugar que por sus condiciones
ambientales es único en el mundo. Alberga
uno de los mayores observatorios ópticos
de la tierra. Se encuentra dentro de los límites
del Parque Nacional de la Caldera de
Taburiente, un espacio natural protegido, desde 1954,
que atesora una rica biodiversidad endémica e inscrito
como Reserva de la Biosfera desde 1983. Una irónica
cadena de sucesos nos impide subir hasta el Roque de
los Muchachos, el punto más alto del parque –2.424
metros sobre el nivel del mar– y hogar de los astrofísicos
residentes en el Gran Telescopio Canarias. Romano
Corradi nos recibe, unos kilómetros más abajo, en la
sede administrativa. El investigador italiano explica que
las condiciones climatológicas propicias para que la capa
de inversión pueda formarse se dan aquí, en Hawái y en
el desierto de Atacama. Para los profanos: las nubes forman
capas medias que simulan un grandioso mar blanco.
De este modo, el cielo queda despejado por completo en
la cumbre, una ecuación perfecta para los estudiosos del

A la izquierda, el barranco de la Virgen
de las Angustias, con su Ermita al fondo
(La Palma). Arriba, niñas bajo el sol,
en Los Llanos de Aridane (La Palma).
En lo alto del volcán Teneguía,
Elena lleva cinturón y pañuelo
de Trucco y gafas de Italia
Independent. Él, con gafas de
Carrera y botines de Massimo
Dutti. Abajo, Andrés se prepara
para la sesión, a su lado el
monumento a San Miguel, patrón
de La Palma, en Tazacorte.
Arriba, vino dulce canario Malvasía,
en el patio de Casa Osmunda en
Breña Alta, La Palma. Abajo, receta
de langostinos de El Carmen,
Los Llanos de Aridane, La Palma.

El estilo de vida canario parece
estar más próximo
al latinoamericano: desde su
acento hasta un jardín
donde conviven plátanos, mangos,
aguacates o papayas

Disfrutando de un baño en
los Llanos de Aridane,
ella lleva bikini de Shalom
La Palma y gafas de Chloé.
Él, bañador de Diesel. A la
izquierda, piña de una
de las plataneras de la finca.
Modelos: Elena
Álava y Andrés Acosta.

En La Palma, es posible
encontrar plataneras en la
mayoría de fincas. A la
derecha, Elena, con camisa de
Mango y collar de turquesas
de Cris González,
saborea un queso palmero.
Vista del Teide nevado, desde
el Parador de La
Gomera. A la derecha, vista
panorámica de los bancales
volcánicos del Valle del
Gran Rey, La Gomera.

firmamento. La labor investigadora
es dura, dado que las noches son
el mejor momento para la observación.
Corradi me sonríe: “La
motivación y la excitación ayudan
a estar despierto”. La protección
del cielo isleño es una prioridad
garantizada por ley. Si uno sale de
noche, se encuentra con la peculiar
luz anaranjada que irradian, hacia
el suelo, las farolas de La Palma.
¿Por qué “La luz de las estrellas da
mucha información. Si las condiciones
son óptimas, hasta el destello
de una vela puede verse a través
del telescopio a cinco millones de
kilómetros”, aclara Corradi.
Dejando atrás el manto blanco
de nubes, vamos en busca de
otra delicia blanca: el queso palmero
de cabra D.O., en la granja
de Montellano. Un producto
artesanal de extraordinario sabor
que puede degustarse en toda su
plenitud aquí en la isla, dada la
dificultad de mantenimiento para el transporte, y
con apenas 10 días de caducidad. Distribuida en 32
granjas de unas 400 cabezas cada una, la elaboración
ecológica del lácteo hace del queso palmero una delicatessen
responsable con el entorno. Tras el aperitivo,
no queda más remedio que rendirse a la voluntad de
los sentidos en el restaurante El Canal. Su chef Carlos
Díaz, un referente en el panorama gastronómico local,
interpreta la receta del mencionado queso asado con
tres mojos: rojo, de azafrán y de cilantro.
c
ontinuamos por la Ruta de los Volcanes:
unas carreras sobre las coladas volcánicas
del Llano de las Brujas, en la Cumbre
Vieja, y una breve caminata sobre los
restos de la última erupción del Teneguía,
en 1971, dan una idea aproximada de la
magnitud de la furia de un volcán. Nuestra parada en
Los Llanos de Aridane, el municipio más poblado de
La Palma, pone al descubierto tres perlas: el CENFAC
(Ciudad en el Museo Foro de Arte Contemporáneo), el
restaurante El Carmen y una jornada de estilo de vida
palmero. La primera de ellas es un proyecto cultural que
ha impregnado de arte las calles. Se trata de paneles de
dimensiones descomunales creados por artistas como
Chema Madoz, Ouka Lele, Luis Mayo o Pedro González.
En uno de los murales, doy con la frase: “Hay mil
vientos posibles, hay mil rumbos a elegir”. La segunda
perla nos abre el apetito: el chef David y su mujer
tomaron las riendas, hace tres años, del restaurante El
Carmen. El cocinero sigue un principio: “respeto el producto
local y le doy vistosidad”. En esta línea, nos gustan
el aperitivo de conejo con salsa de papas arrugadas y
queso –ganador del Gallo de Oro en 2009– y el carpaccio
de peto – pescado de la familia de los túnidos–.
Una breve caminata sobre los restos de la última
erupción del Teneguía, en 1971, da una idea aproximada
de la magnitud de la furia de un volcán
Merece la pena conocer pescados locales tales como el
mencionado peto, el rabil, la vieja o el cherne.
La tercera perla se materializa en un banquete familiar
bajo un sol de justicia. Nuestro compañero de redacción,
Andrés, nos abre las puertas de una casa multicolor de
aspecto colonial cuya parcela se disputan una azulísima
piscina, un encantador cenador y las solemnes plataneras
de la finca. En La Palma, es raro que una familia no
posea algunas de estas ‘hierbas con biotipo arbóreo’.
Después de todo, la industria del plátano ocupa un lugar
importante en la economía local, que lucha contra los
precios de las bananas procedentes del Caribe. Tras las
presentaciones formales, el torbellino de calidez se ve
acentuado por el correteo de los niños y los perros. Y una
incesante sucesión de recetas locales: potaje de carne,
gofio escaldado, papas arrugadas que bañan mojos rojo
y verde –ningún mojo se parece a otro que haya probado–.
El estilo de vida canario parece estar más próximo
al latinoamericano que al peninsular. Desde su cálido
acento hasta la importancia concedida al exterior de la
vivienda, y una huerta donde conviven plátanos, mangos,
aguacates o papayas. Antes de decir adiós a La Palma,
nos damos un homenaje a base de bienmesabe –con
azúcar y almendras-, quesillo –flan con leche condensada–
y almendrados con mermelada de pimiento rojo.
Llegamos hasta el puerto de Santa Cruz de La Palma
para continuar nuestra ruta. Nos comunican que la isla
verde más próxima queda a unas dos horas en ferry.
Divisar el perfil de La Gomera desde el interior de un
Benchijigua de Fred Olsen, cuando el trayecto ha transcurrido
en un revoltoso oleaje, puede convertirse en una
experiencia casi lírica, a la manera de Kapuscinski. Sobre
todo cuando la imagen tiembla a lo lejos. ¿Consecuencia
de mi excitación ante lo desconocido o del mal de mar
que se ha apoderado de mi sentido de la orientación

GUIA DE VIAJE
CÓMO MOVERSE
Fred Olsen (tel. 922
628 200; fredolsen.es)
cubre las rutas en ferry
que conectan las siete
islas canarias desde 1974.
La aerolínea Binter
Canarias (tel. 902 100
107; binter.com) opera
vuelos interinsulares.
DÓNDE COMER
La Palma
El Canal Su chef Carlos
Díaz es todo un referente
local (Ctra. General,
27, San Andrés y Sauces;
tel. 922 450 843; restauranteelcanal.es).
La Gomera
Casa Efigenia Su menú
gomero, y vegetariano,
es famoso en toda la
isla (Ctra. Las Hayas, s/n;
casaefigenia.com).
El Hierro
Mirador de la Peña
Con unas vistas impresionantes,
el restaurante
fue diseñado por César
Manrique (Crta. gral.
del Norte, Guarazoca; tel.
922 550 300).
DÓNDE DORMIR
H10 Playa
Taburiente
Situación perfecta, a unos
pasos de la playa de Los
Cancajos (Breña Baja;
tel. 922 18 12 77; hotelh10taburienteplaya.com;
HD: desde 70€).
Parador La Palma
Merienda en su luminosa
sala de té (Ctra. de el
Zumacal, s/n; tel. 922 435
828; parador.es; HD: desde
145€).
Parador La Gomera
Su restaurante presume
de cocina y de vistas (San
Sebastián; tel. 922 871
100; HD: desde 133€).
Parador El Hierro
Coqueto patio y cuidados
jardines (Las Playas, s/n;
tel. 922 558 036; HD:
desde 114€).
Más información en Lugares y Precios

Recuerdo algo que leí: la Gomera, de punta a punta, es
una sucesión de sinuosas curvas que suben y bajan a
través de imponentes domos volcánicos. El barco continúa
meciéndose. En un intento por ignorar los mareos,
empiezo a imaginar el verde de la laurisilva que se cobija
en el corazón del Parque del Garajonay. Más tarde, su
director, Angel Fernández, nos explica por qué el parque
fue pionero en los conceptos de conservación de fauna y
flora. En La Gomera, se concentra una rica biodiversidad
endémica de Macaronesia –además de Canarias, esta
región abarca Azores, Cabo Verde y Madeira–. La inauguración
del parque, en 1981, fue fruto del cambio de
mentalidad en los años 60 cuando el mundo empezaba
a ser consciente de la necesidad de proteger la tierra. El
Garajonay alberga una de las mejores muestras del viejo
mundo: un bosque prehistórico de laurisilva cuya humedad
constante lo dota de una gama infinita de verdes
sobre una vegetación de formas fantasmagóricas que nos
recuerdan a trilogías de hobbits y elfos imaginadas por
John Ronald Reuel Tolkien.
Diana Clayton llegó a la isla hace 40 años. Británica de
nacimiento, quedó prendada de este lugar. Seguramente
algo similar les ocurre a los más de 22.000 habitantes de
la isla. Con una sonrisa contagiosa que probablemente
sus viajes a Asia han acentuado, nos confía que encontró
el nombre de la isla en un antiguo mapa como ‘gomara’:
quizá de las tribus gómaras bereberes procedentes del
Gran Atlas (Marruecos). O bien de la goma que extraían
de sus árboles los navegantes para sellar barriles de alimentos
y agua. En cualquier caso, la Gomera es conocida
como la isla colombina, ya que Colón paró aquí
tres de las cuatro veces que viajó a América. Cuentan
los escritos que Beatriz de Bobadilla, viuda de Hernán
Peraza, a la cabeza del señorío de La Gomera, hipnotizó
a Colón con su delicada belleza. ¿Quizá la amante
del navegante conocía los secretos del silbo gomero
Empleada por los aborígenes canarios para comunicarse
a través de los barrancos que dibujan la orografía gomera,
esta peculiar herramienta de conversación fue inscrita,
el 30 de septiembre de 2009, por la UNESCO en la lista
de Bienes Inmateriales Patrimonio de la Humanidad.
Hoy, profesores como Eugenio Darias lo enseñan en los
colegios como parte de una campaña de fomento de la
cultura isleña. Desde el Mirador del Silbo, y con la ayuda
de una paciente Diana, trato sin éxito de producir algún
tipo de sonido con la boca. Falta de práctica.
Superado el cosquilleo estomacal que produce el
vértigo, llegamos a lo alto del Valle del Gran Rey con
sus bancales escalonados que van a parar a lo más profundo
de la vaguada, para acabar en la costa suroeste de
la isla, propiedad del imperio de Fred Olsen. Bosques de
palmeras y playas donde, aseguran, pocas veces no luce
Una experiencia por tierra, mar y aire
Separadas por el Atlántico, las Islas Verdes ofrecen un
sinfín de alternativas de transporte, cómodas, asequibles y
veloces, para moverse entre una y otra con facilidad.
Mapa:
Mapa:
Salvador
Joyce Pendola
Prior
/Haisam Hussein

El Garajonay alberga una
de las mejores muestras del viejo
mundo: un bosque prehistórico
de laurisilva cuya humedad
constante le ha dotado
de una infinidad de verdes
Andrés y Elena, en el puerto
deportivo de Tazacorte,
en La Palma. Él lleva gafas
de sol de Yves Saint Laurent
y ella, gafas de Chloé.

Arriba de izquierda a derecha, el Roque gomero de
Agando y la piscina del Parador de La Gomera.
A la derecha, Iglesia de Nuestra
Señora de la Asunción con su
característico campanario de piedra,
en el barrio viejo de la capital
San Sebastián de la Gomera.
Arriba, mojos rojo y verde –salsas
típicas canarias– que acompañan a las
papas arrugadas. A la derecha, la
diminuta playa de Vueltas, en el Valle
de Gran Rey, La Gomera.

Arriba, el Hotel Punta
Grande (El Hierro)
ostenta el récord
Guinness como hotel
más pequeño del
mundo. A la derecha,
Taberna del Puerto en
Tazacorte, La Palma.
Ella, con vestido
de Rules by Mary y
sandalias de Sándalo.
Él, con bermudas
de Loreak Mendian
y camisa de Merc.
el sol, son los más demandados por los turistas. Próxima
a la playa nudista de El Inglés, se encuentra el Hotel
Gran Rey. Inaugurado hace 15 años, el alojamiento fue
pionero en llevar a cabo iniciativas medioambientales
que potencian los objetivos de una compañía hotelera.
Su director, Alberto Sanmartí, mantiene los pies en la
tierra: “Esto no debería ser la excepción, sino la regla”.
En este lugar donde el ochenta por ciento de la clientela
es alemana, esta actitud no levanta grandes ovaciones:
el resto de Europa lleva décadas practicando con esmero
la responsabilidad ecológica.
no sin cierto temor, volvemos al ferry
Benchijigua en busca de nuestro último
destino. Una condescendiente marea y
la sesión de sol en cubierta han logrado
que la bienvenida a El Hierro sea sencillamente
espectacular. Uno se pregunta si no
estamos llegando a los confines del mundo. Al pisar suelo
firme no parece una idea descabellada. Una rara magia
y un gran sosiego se apoderan de mí. Parece que hasta mi
maleta se ha impregnado de una inexplicable levedad.
Además de ser uno de los destinos mundiales del buceo
y Reserva de la Biosfera desde el año 2000, El Hierro se
ha convertido en un espacio propicio para las iniciativas
ecológicas. En 2007, el Cabildo firmó un convenio con
el Instituto para la Diversificación y Ahorro de la Energía
(IDEA) para la construcción de un sistema hidroeólico
que autoabastecerá a toda la isla. Cuando las obras
finalicen, se convertirá en la primera isla del mundo
que se sustente con el 100% de energías renovables.
Con apenas cien millones de años, es la benjamina del
archipiélago. Paolo y Enrica son una pareja de italianos
veganos que practican el amor, entre ellos y hacia la tierra
que les adoptó hace ya algunos años. Mientras pasan
los diez minutos que dura la espera del cambio del
único semáforo de la isla, nos cuentan cómo organizan
su tiempo: entre su huerto, la distribución de productos
ecológicos y la labor de dar a conocer las virtudes de
la isla a través de Atlantidea, que organiza excursiones
por las rutas de senderismo. Desde Timijiraque, la isla
nos da la bienvenida con una imagen que enseguida
identificamos: el Roque de la Bonanza. Con un poco de
imaginación, recuerda a un oso apoyado sobre un león.
Entramos en Valverde, la única capital canaria que carece
de costa, donde se han quedado 1.800 habitantes de
los 11.000 que pueblan la isla: entre herreños, alemanes
e italianos; también argentinos y venezolanos. ¿Qué
es lo que atrae nacionalidades tan dispares Es posible
que sean las piñas, mangos, aguacates o las crujientes
manzanas reineta. O su hermoso mundo submarino o,
sencillamente, la paz que aquí se respira.
Los antiguos pobladores de la isla, los bimbaches,
provenían de Africa. Su compleja estructura social les
permitía abastecerse únicamente con lo que la tierra les
daba. Ante el Mirador de Jinama, Enrica me confiesa
que su sueño es volver a cultivar los cereales como lo
hacían los aborígenes. Después de todo, a lo que aspiran
sus habitantes es precisamente a recuperar las prácticas
del pasado: el cultivo de cereales supondría otro paso
más hacia la plena sostenibilidad.
A través de sus 500 conos volcánicos –otros 300
cubiertos por coladas–, cicatrices recientes de su tumultuoso
nacimiento, El Hierro se recorre de punta a punta

El Hierro se ha convertido en
un lugar propicio para las iniciativas
ecológicas. En unos años, será
capaz de abastecerse con el cien por
cien de energías renovables.
Antes del anochecer,
la luna ya se asoma
por el perfil volcánico
herreño formado
hace apenas cien años.

En el sentido de las agujas del reloj,
la Ermita de la Virgen de los
Reyes, el Pozo de las Calcosas,
el Faro de la Orchilla, punto
más suroccidental de Europa y
cultivo de piña (El Hierro).
A la izquierda, el Sabinar herreño
recibe los vientos alisios que
han tumbado sus árboles. Arriba,
detalle del restaurante en el
Hotel Punta Grande (El Hierro).

El Roque de la Bonanza,
cuya forma recuerda a un oso
apoyado sobre un león,
es una de las imágenes más
reconocibles de El Hierro.
en 45 minutos y, como una pirámide
en medio del Atlántico, se
alza hasta los 1.300 metros sobre
el mar. Tras la llegada al pueblo
pesquero de La Restinga, plagado
de submarinistas devotos,
nos concentramos en unas lapas
al ajillo y unas viejas que en su
justo tiempo de cocción saben
únicamente a mar. Soberbio. El
postre se resuelve con una conversación
sobre la responsabilidad
ecológica que de momento
solo cultiva una minoría, frente a
unas dulces piñas herreñas.
Unos kilómetros más arriba,
nos adentramos en el Julán, que
alberga la encantadora Ermita de
la Virgen de los Reyes. Cuenta la
historia que, la noche de Reyes de
1546, encalló en la isla un velero
con destino a Cuba. Tras la ayuda
prestada por los pastores, los
navegantes ofrecieron una recompensa.
Sin dudarlo, los lugareños
indicaron que la hermosa talla de la Virgen era justa compensación.
Ante la negativa de los marineros, los pastores
se despidieron resignados. Sin embargo, un fuerte viento
impidió al velero salir de la isla. El obstáculo natural fue
interpretado como el deseo de la Virgen de ser cobijada
en tierra herreña. Años más tarde, la sequía hizo estragos
en los cultivos. Los pastores pidieron permiso para
bajar a la Virgen a Valverde y así rogar por unas gotas
de agua. La petición se tradujo en una enorme nube que
bañó los sedientos campos. Y desde 1741, se instauró la
bajada de la Virgen cada cuatro años. Esto transformó
profundamente la agricultura y la ganadería de El Hierro.
Ensimismada en el relato de mi compañera, mientras
contemplamos la puesta del sol, no soy consciente de la
desaparición del fotógrafo. En mi feliz ignorancia –y por
qué no algún destello de egoísmo–, confío en que tarde
o temprano volverá: cuando la luz del sol desaparezca
por completo, al fotógrafo ya no le quedarán muchos
paisajes por descubrir. Pasan los minutos como horas.
Ya sin luz, Paolo, mirando de reojo a Enrica, me dice:
“Alex dijo que iba a ver la puesta de sol en uno de los
acantilados que queda en esa dirección”. ¡Acantilados!
La espera se prolongó otros 15 minutos más, cuando por
fin, cámara al hombro, apareció con una sonrisa ajena a
mi disgusto. Eso sí, con unas fotos por las que valía la
pena correr a oscuras por los acantilados.
En su diminuto territorio, la isla ofrece una variedad
de paisajes que van desde el marrón volcánico salpicado
de verde fosforito, un suelo arcilloso donde crecen los
cedros, hasta una inmensa pradera bañada de sabinas.
Unas sabinas únicas en el mundo, que los vientos alisios
han transformado en esculturas de postura imposible
que recuerdan de alguna manera a los relojes derretidos
de Salvador Dalí. De un modo natural, el camino nos
conduce a otro símbolo herreño que hace referencia al
La riqueza de estas islas proviene de la mezcla antagónica.
Su filosofía consiste en cuidar y estimular la
diferencia que se materializa en una rica biodiversidad.
agua: el Santo Árbol Garoe. Cuando los bimbaches no
superaban el millar, el árbol sagrado abastecía a toda la
población. Un fenómeno local denominado lluvia horizontal
permitía recoger el agua condensada en las hojas,
dado el alto nivel de humedad. Al no haber ningún depósito
de agua potable en toda la isla, el árbol se convirtió
en un ente sagrado. Ahora sabemos que se trataba de un
tilo, de la familia de las lauráceas. En 1610, un huracán
lo arrancó de cuajo. Fue reemplazado en 1949 por el que
se levanta hoy en día en su lugar. La novela Garoe de
Alberto Vázquez Figueroa ilustra la leyenda basada en
una historia de amor, en torno al árbol herreño.
con el tiempo justo, despedimos la isla desde
lo alto del Mirador de la Peña, en el
luminoso restaurante que diseñó el artista
canario César Manrique, quien defendió
los valores medioambientales de las Islas
Canarias hasta su muerte en 1992. Una
repentina melancolía se apodera de mí. Me pregunto si es
posible extrañar un lugar sin apenas conocerlo.
Esperando el último vuelo, la pregunta parece casi
obligatoria: ¿qué tienen en común estas tres islas de
Macaronesia Mucho. El entrañable acento de sus habitantes,
los mil y un microclimas y la infinidad de sabores
y aromas. Pero habrá quien crea que el valor se encuentra
en la similitud. Nada más lejos de la realidad. Su riqueza
proviene de la mezcla antagónica: las tribus aborígenes
con los conquistadores castellanos y las esencias tropicales
con las europeas. Una filosofía que cuida y estimula
la diferencia, materializada en biodiversidad. Al contemplarlas
en todo su esplendor, estas islas parecen susurrar
con insistencia: “Mantén a salvo el secreto de nuestra
belleza aún virgen”. Pero no podemos evitar confiaros:
ahora, más que nunca, el paraíso no queda tan lejos.