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Hola mundo

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ya.<br />

Por fin, el único coche visible en la zona de aparcamiento era el largo Cadillac negro con Freddie en<br />

el asiento del conductor. El Don se acomodó en la parte delantera, moviéndose con insospechada<br />

agilidad, teniendo en cuenta su edad y corpulencia. Sonny, Michael y Johnny Fontane se sentaron detrás.<br />

—¿Tu amiga va a regresar sola a la ciudad —dijo Don Corleone, dirigiéndose a su hijo Michael.<br />

—Tom dijo que se ocuparía de ella —replicó Michael.<br />

Don Corleone no pudo reprimir un gesto de satisfacción ante la eficiencia de Hagen.<br />

Dado que el racionamiento de la gasolina estaba todavía en vigor, no encontraron mucho tráfico en su<br />

camino hacia Manhattan. Durante el trayecto, Don Corleone preguntó al menor de sus hijos qué tal iban<br />

sus estudios. Michael dijo que bien. Luego, Sonny, desde el asiento posterior, preguntó a su padre:<br />

—Johnny dice que vas a preocuparte de arreglarle lo de su asunto de Hollywood. ¿Quieres que vaya<br />

allá, para ayudar en lo que haga falta<br />

—Tom se marcha para allá esta noche —respondió el Don, lacónico—. No va a necesitar ayuda<br />

alguna. El asunto es muy sencillo.<br />

—Johnny cree que no podrás solucionarlo —dijo Sonny, riendo—. Por ello había pensado que tal vez<br />

yo podría ser de utilidad.<br />

—¿Por qué dudas de mí —preguntó el Don a Johnny, moviendo la cabeza—. ¿No ha cumplido<br />

siempre tu padrino su palabra ¿Es que me he puesto alguna vez en ridículo<br />

—Padrino —se disculpó Johnny con nerviosismo—, el hombre que está detrás de todo este asunto es<br />

un verdadero pezzonovante. No podrá usted comprarlo, ni aun con dinero. Está muy bien relacionado. Y<br />

me odia. No alcanzo a comprender cómo podrá usted doblegarlo.<br />

—Escucha bien: el papel será tuyo —se limitó a responder el Don en tono amistoso. Volviéndose a<br />

Michael, añadió, haciendo un guiño de complicidad—: No vamos a decepcionar a mi ahijado ¿verdad,<br />

Michael<br />

Michael, que tenía ciega confianza en la palabra de su padre, hizo un gesto de asentimiento.<br />

Mientras se dirigían a la entrada del hospital, Don Corleone se quedó un poco atrás, con su hijo<br />

menor. Le apoyó la mano en el hombro, y sin que los otros pudieran oír sus palabras, le dijo:<br />

—Cuando termines los estudios, ven a verme; quiero hablar contigo. Tengo algunos planes que te<br />

gustarán.<br />

Michael no contestó.<br />

—Sé cómo eres, hijo —gruñó el Don, exasperado—. No te voy a pedir que hagas nada que no te<br />

guste. Esto es algo especial. Ahora, muchacho, ve a lo tuyo. Pero ven a verme cuando hayas terminado tus<br />

estudios.<br />

La esposa y las tres hijas de Genco Abbandando, toda su familia, estaban muy juntas en el pasillo del<br />

hospital, de pie, vestidas de luto riguroso. Cuando vieron a Don Corleone salir del ascensor, se<br />

acercaron a él en un movimiento instintivo, como si buscaran su protección. La madre, majestuosa con su<br />

vestido negro; las hijas, robustas y sencillas; pero todas con la aflicción pintada en el rostro. La señora<br />

Abbandando besó la mejilla de Don Corleone.<br />

—Es usted un santo —le dijo entre sollozos—. ¿Quién iba a pensar que vendría aquí en el día de la

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