01.01.2015 Views

Estela_de_Alejandro_Gonzalez_Geell

Estela_de_Alejandro_Gonzalez_Geell

Estela_de_Alejandro_Gonzalez_Geell

SHOW MORE
SHOW LESS

Create successful ePaper yourself

Turn your PDF publications into a flip-book with our unique Google optimized e-Paper software.

<strong>Alejandro</strong> González-<strong>Geell</strong><br />

ESTELA


Reservados todos los <strong>de</strong>rechos. Queda rigurosamente prohibida, sin<br />

la autorización escrita <strong>de</strong> los titulares <strong>de</strong>l Copyright, bajo las sanciones<br />

establecidas <strong>de</strong> las leyes, la reproducción parcial o total <strong>de</strong> esta obra por<br />

cualquier medio o procedimiento incluidos la reprografía y el tratamiento<br />

informático.<br />

© 2013 ESTELA<br />

© 2013 <strong>Alejandro</strong> Gónzalez-<strong>Geell</strong><br />

© 2013 Editorial: Liber Factory<br />

C/ Magnolias 35 bis 28029 Madrid. España<br />

Web: www.liberfactory.com Tel: 0034 91 3117696<br />

ISBN: 978-84-9949-313-8<br />

Depósito legal: M-XXXXXXX<br />

Las opiniones expresadas en este trabajo son exclusivas <strong>de</strong>l autor. No<br />

reflejan necesariamente las opiniones <strong>de</strong>l editor, que queda eximido <strong>de</strong><br />

cualquier responsabilidad <strong>de</strong>rivada <strong>de</strong> las mismas.<br />

Disponible en préstamo, en formato electrónico, en<br />

www.bibliotecavisionnet.com<br />

Disponible en papel y ebook<br />

www.vnetlibrerias.com<br />

www.terrabooks.com<br />

Pedidos a:<br />

pedidos@visionnet.es<br />

Si quiere recibir información periódica sobre las noveda<strong>de</strong>s <strong>de</strong> nuestro<br />

grupo editor envíe un correo electrónico a:<br />

subscripción@visionnet.es


Aunque la vida nunca resulta ser como se ha pensado<br />

que fuera, puedo <strong>de</strong>cir que yo, Antonio G., sí lo había<br />

conseguido.<br />

A lo largo <strong>de</strong> estos últimos 6 años, todo había ido sobre<br />

ruedas. Mi productora se había consolidado como una <strong>de</strong><br />

referencia en el sector <strong>de</strong> la Publicidad, consiguiendo que<br />

las Agencias más importantes nos confiaran un buen número<br />

<strong>de</strong> sus producciones audiovisuales. En consecuencia,<br />

los ingresos y el prestigio profesional habían crecido<br />

en la misma medida que mi solvencia económica. Y con<br />

42 años podía sentirme satisfecho <strong>de</strong> mis logros, <strong>de</strong>spués<br />

<strong>de</strong> haberme <strong>de</strong>dicado con obsesión y empeño a ganar dinero,<br />

a afianzar un apreciable patrimonio y, dicho sea <strong>de</strong><br />

paso, a posicionarme socialmente.<br />

Sin embargo, he <strong>de</strong> confesar que <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> lo que me<br />

ha correspondido vivir, no tengo un pensamiento muy positivo<br />

acerca <strong>de</strong> las existencias humanas. Pero tampoco soy<br />

necesariamente un pesimista si ahora digo que no me cabe<br />

duda que la vida solamente es un largo camino <strong>de</strong> vicisitu<strong>de</strong>s<br />

que casi siempre la hacen difícil e ingrata, y que, al<br />

final, lo único inequívoco es que todos <strong>de</strong>jamos en nuestro<br />

paso por este mundo absurdo una huella... una estela...<br />

7


<strong>Alejandro</strong> González-<strong>Geell</strong><br />

***<br />

—¡Corten!—dije, y mi voz resonó en el plató, rompiendo<br />

el silencio que habita en los rodajes mientras la<br />

cámara está en funcionamiento.—Hemos terminado.<br />

Gracias a todos.<br />

Era consciente que ése era un día muy especial, y la<br />

jornada se había prolongado a causa <strong>de</strong> las dificulta<strong>de</strong>s<br />

que presentó el anuncio que nos ocupaba, y ya-(¡por<br />

fin!)-lo habíamos acabado. El último plano fue rodado<br />

con éxito, <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> varios intentos mejorables. Se trataba<br />

<strong>de</strong> un spot publicitario que, como tantos otros, me<br />

habían encargado producir y realizar.<br />

Al finalizar el rodaje <strong>de</strong>l audiovisual, los que en el plató<br />

ejercían sus oficios, incluida la mo<strong>de</strong>lo <strong>de</strong>l anuncio,<br />

comenzaron a moverse con cierta anarquía, cada uno a lo<br />

suyo, una vez liberados <strong>de</strong> la tensión prece<strong>de</strong>nte. Y como<br />

yo <strong>de</strong>bía hacer una llamada privada e importante, en medio<br />

<strong>de</strong>l barullo, crucé el plató hasta alcanzar la escalera<br />

que daba acceso a la segunda planta <strong>de</strong>l recinto, don<strong>de</strong> estaban<br />

las oficinas <strong>de</strong> la productora. Consumí los peldaños<br />

<strong>de</strong> dos en dos sin esfuerzo, pues siempre me mantengo<br />

físicamente en forma. Entré en mi <strong>de</strong>spacho que también<br />

era mi refugio, sobre todo cuando sentía necesidad <strong>de</strong> reencontrarme<br />

conmigo.<br />

Había elegido la sala más gran<strong>de</strong> <strong>de</strong> la productora para<br />

<strong>de</strong>spacho, y las razones fueron su amplitud y un vasto<br />

ventanal que durante el día traga abundante luz natural.<br />

El escritorio, hecho a medida y a mi gusto, es <strong>de</strong> ma<strong>de</strong>ra<br />

maciza. Detrás <strong>de</strong> él, junto a unos posters enmarcados<br />

<strong>de</strong> Einstein, <strong>de</strong> Neruda, <strong>de</strong> Hitchcook, y <strong>de</strong> la bellísima<br />

Marilyn, <strong>de</strong>cidí poner un espejo tallado -(muy valioso)- a<br />

modo <strong>de</strong> complemento <strong>de</strong>corativo, y que suelo usar para<br />

observarme con <strong>de</strong>tención. Como a menudo me ocurre,<br />

8


<strong>Estela</strong><br />

un impulso caprichoso me incitó a comprar y hacer instalar<br />

una salamandra antigua en el centro <strong>de</strong> la estancia.<br />

Ese capricho resultó ser un acierto que durante los largos<br />

días <strong>de</strong> otoño e invierno me agrada la cali<strong>de</strong>z que<br />

proporciona, y por el aroma que emana la leña al ar<strong>de</strong>r,<br />

e igualmente porque me gusta observar las flamas que<br />

danzan en su interior, sin ninguna pretensión <strong>de</strong> resolver<br />

el misterio <strong>de</strong> la esencia <strong>de</strong>l fuego. También, en ocasiones,<br />

me ha sido útil como incinerador <strong>de</strong> escritos personales<br />

sobre episodios que me afectaron y que no <strong>de</strong>jaría que<br />

nadie leyera ni voy a compartir jamás.<br />

Al entrar en mi <strong>de</strong>spacho, el atar<strong>de</strong>cer estaba agotándose<br />

y la luz que penetraba por el ventanal <strong>de</strong>caía, a la par que la<br />

noche empezaba a insinuar el <strong>de</strong>spliegue <strong>de</strong> su manto progresivo<br />

<strong>de</strong> oscuridad. Esa transición lenta volvió atraparme<br />

-(como a menudo solía suce<strong>de</strong>r)- y, <strong>de</strong>s<strong>de</strong> el ventanal, me<br />

recreé con el paisaje que ofrece la ciudad al irse salpicando<br />

con un sinnúmero <strong>de</strong> lucecillas. Seguramente me <strong>de</strong>jo llevar<br />

porque me transmite serenidad y consigo sosiego...<br />

Volví en mí y estiré los músculos sin reparos. Caminé<br />

hacia el escritorio y aproveché <strong>de</strong> mirarme críticamente<br />

en el espejo. Me vi bastante atractivo aun <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> la<br />

extensa jornada. Conforme con mi imagen, me senté con<br />

pesa<strong>de</strong>z en la silla <strong>de</strong> lona que acostumbraba usar. Abrí<br />

la pequeña nevera, una antigualla, que seguía siendo útil<br />

a su fin a pesar <strong>de</strong>l tiempo. Saqué una lata <strong>de</strong> Coca-Cola<br />

(light) y bebí un largo sorbo que, <strong>de</strong> alguna manera, <strong>de</strong>marcó<br />

una separación entre la jornada laboral y lo que<br />

quedaba <strong>de</strong> ese día tan importante como especial y <strong>de</strong>terminante.<br />

Aunque nunca me ha gustado revelar mis estados<br />

anímicos, esta vez digo que sentí nerviosismo antes<br />

<strong>de</strong> efectuar la llamada telefónica que ya no sostenía más<br />

<strong>de</strong>mora. La verdad fue que, <strong>de</strong>liberadamente, había evitado<br />

hacerla a lo largo <strong>de</strong>l día con la intención <strong>de</strong> mostrar<br />

indiferencia a las efeméri<strong>de</strong>s. Pero ¡cómo iba pasarme inadvertida<br />

la fecha <strong>de</strong>l primer aniversario <strong>de</strong> boda con mi<br />

adorable Dánae! Olvidarlo era imposible, solo ella había<br />

conseguido hacer añicos mis prejuicios pretéritos sobre el<br />

9


<strong>Alejandro</strong> González-<strong>Geell</strong><br />

matrimonio y la felicidad exclusiva <strong>de</strong>l amor. ¡Cómo es<br />

la vida!<br />

Y ahora sí era el momento <strong>de</strong> marcar el número telefónico<br />

<strong>de</strong> nuestro hogar. Allí, el teléfono sonó por un tiempo<br />

pru<strong>de</strong>ncial y nadie lo cogió. Pensé que tal vez Dánae<br />

no estuviese en casa, aunque era improbable puesto que<br />

yo conocía todos sus movimientos y activida<strong>de</strong>s. Acto seguido,<br />

marqué el número <strong>de</strong> su móvil para comprobarlo<br />

y recibí la voz <strong>de</strong> una grabación con el mensaje <strong>de</strong> estar<br />

apagado. ¿Qué extraño ¿Dón<strong>de</strong> estaba Me levanté <strong>de</strong> la<br />

silla <strong>de</strong> lona y caminé <strong>de</strong> un extremo a otro por el <strong>de</strong>spacho,<br />

rumiando las posibilida<strong>de</strong>s <strong>de</strong> su ausencia. Reflexioné<br />

mientras miraba hacia afuera por el ventanal que me<br />

<strong>de</strong>volvía la amplitud <strong>de</strong> un cielo estrellado y los puntos<br />

<strong>de</strong> luces <strong>de</strong> la cuidad que eran como cientos <strong>de</strong> pupilas<br />

indagadoras. Regresé al escritorio y encendí un cigarrillo,<br />

mientras discurría por vagas elucubraciones sobre un supuesto:<br />

la eventualidad <strong>de</strong> que Dánae me abandonara. Lo<br />

hice hasta que comencé a sufrir y, enseguida, huí <strong>de</strong> aquel<br />

pensamiento, convenciéndome que esa fatalidad era un<br />

imposible. Pero el supuesto me <strong>de</strong>jó la inquietud hasta<br />

que Pedro, mi imprescindible ayudante <strong>de</strong> dirección, entró<br />

en el <strong>de</strong>spacho con su carpeta bajo el brazo.<br />

—Me marcho... ¿te quedas—dijo y preguntó Pedro.<br />

—Sí, luego tengo una cena... pero antes <strong>de</strong>bo contactar<br />

con Dánae. Acabo <strong>de</strong> llamarla y no respon<strong>de</strong>—le conté.<br />

—¡Cómo has cambiado...!—replicó con una especie <strong>de</strong><br />

ironía.<br />

—¿Acaso eso te parece mal—le dije con seguridad y<br />

con un tono que quiso <strong>de</strong>notar mi <strong>de</strong>cida opción.<br />

—No, para nada, tú sabrás, tío... Ah, por si acaso, el<br />

plano que vamos a rodar mañana ya está montado.<br />

10


<strong>Estela</strong><br />

—Vale, vale... Mejor te vas, y quedamos mañana a <strong>de</strong>sayunar—le<br />

dije en tono amistoso, pero dando por finalizado<br />

el tema.<br />

—¡Vaya, cómo está el Jefe!—bromeó dada la confianza<br />

que existía.<br />

—Vete ya, coño...<br />

Pedro sonrió y me envió su <strong>de</strong>spedida con un gesto, y<br />

abandonó el <strong>de</strong>spacho.<br />

Tomé aire y miré mi Cartier que indicaba que no habían<br />

transcurrido muchos minutos <strong>de</strong>s<strong>de</strong> la última llamada<br />

que le había hecho a Dánae. No me importó y volví<br />

a pulsar las teclas <strong>de</strong>l teléfono. Esta segunda llamada sí<br />

obtuvo respuesta.<br />

—¡Hola! Dígame—respondió Dánae.<br />

Al oír su voz al otro lado <strong>de</strong>l hilo, sentí alivio.<br />

—¿Dón<strong>de</strong> te habías metido—le pregunté antes <strong>de</strong> saludarla,<br />

sin enfado, solo con preocupación y con mucha<br />

curiosidad.<br />

—En la ducha, ¿por qué—contestó y preguntó con<br />

dulzura.<br />

Me puse <strong>de</strong> pie y di algunos pasos sin <strong>de</strong>jar <strong>de</strong> hablar y<br />

sin haber dado respuesta al porqué. Adre<strong>de</strong>, tampoco me<br />

referí a nuestro aniversario.<br />

—Bueno, pero si te parece puedo ir a buscarte—dijo<br />

Dánae gentilmente cuando finalicé el escueto resumen<br />

<strong>de</strong> la jornada.<br />

11


<strong>Alejandro</strong> González-<strong>Geell</strong><br />

—No, nena, he quedado para cenar con Ernesto y, seguramente,<br />

también vendrá D. Mario, el escritor.<br />

—Ah, eso significa que vas a llegar tar<strong>de</strong> ¿no—dijo<br />

con un pueril tono <strong>de</strong> reproche, que no era más que su<br />

peculiar forma <strong>de</strong> hacerse querer.<br />

—Esta vez te has equivocado. Te llamo para que vengas<br />

con nosotros. ¿Qué te parece—le dije, sabiendo que<br />

le encantaría.<br />

Imaginé que a Dánae se le iluminaría la cara y que<br />

haría un gesto muy suyo. Seguro que también cambió su<br />

postura y se retiró el pelo para ponerse mejor el auricular.<br />

—¿De verdad—dijo ilusionada.<br />

Antes <strong>de</strong> terminar <strong>de</strong> hablar, le di el nombre <strong>de</strong>l restaurante<br />

don<strong>de</strong> iba a tener lugar la cena, y quedamos allí<br />

directamente.<br />

***<br />

Me consi<strong>de</strong>raba afortunado por estar casado con Dánae.<br />

Estaba fascinado con su entusiasmo y mejor disposición<br />

siempre que le proponía cualquier cosa. Su presencia<br />

en las frecuentes cenas <strong>de</strong> trabajo o <strong>de</strong> negocios, que son<br />

una servidumbre <strong>de</strong> mi profesión, era para mí un motivo<br />

<strong>de</strong> orgullo y <strong>de</strong> agrado. Asimismo, estaba convencido que<br />

Dánae generaba en esas reuniones una atmósfera que predisponía<br />

positivamente. Esta razón, aparte <strong>de</strong>l aniversario,<br />

incidió bastante para que la invitara a la cena, puesto que<br />

era como mi talismán, y en esta ocasión me jugaba mucho.<br />

Pero, por otro lado, también <strong>de</strong>bo confesar que me encantaba<br />

observar la atracción que ella <strong>de</strong>spertaba. Des<strong>de</strong> luego,<br />

sabía que muchos me envidiaban, y, como la mayoría <strong>de</strong> los<br />

seres humanos son incoherentes, a la vez, parecía apetecerles<br />

mi compañía, -(curioso)- aun sin ella. Debe ser que la<br />

12


<strong>Estela</strong><br />

envidia se sitúa muy cerca <strong>de</strong> la admiración. El encanto y la<br />

belleza <strong>de</strong> mi mujer era, <strong>de</strong> alguna manera, otro mérito que<br />

podía asignarme puesto que en esta sociedad se atribuye al<br />

merecimiento todo lo que se posee. Y mi ego bien lo sabía.<br />

Des<strong>de</strong> luego, aseguro que entonces yo era muy feliz, y<br />

no creo pecar <strong>de</strong> <strong>de</strong>smesura si afirmo con rotundidad que<br />

jamás podrá langui<strong>de</strong>cer el recuerdo <strong>de</strong>l día en que Dánae<br />

apareció en mi vida. Ese día se aferró a mi memoria, al<br />

igual que los días maravillosos <strong>de</strong> los inicios <strong>de</strong> nuestra relación,<br />

y cuando los evoco me sorprendo porque <strong>de</strong>scubro<br />

matices que me sobrecogen.<br />

Ocurrió por el otoño. Todo fue circunstancial y totalmente<br />

insospechado. Y, sin duda, lo fue. Había entrado<br />

en mi apartamento con <strong>de</strong>seos <strong>de</strong> <strong>de</strong>jarme arrastrar por la<br />

<strong>de</strong>sgana. Afuera acosaba el frío. Y como nada profesional<br />

me reclamaban, había optado por encerrarme durante el<br />

resto <strong>de</strong>l día. Me eché en el sofá y quise leer pero me cogió<br />

un apacible duermevela que solamente el repiqueteo-<br />

(atenuado, porque <strong>de</strong>testo las estri<strong>de</strong>ncias)-<strong>de</strong>l teléfono<br />

fijo pudo interrumpir. Bien recuerdo que pensé <strong>de</strong>jarlo<br />

sonar, pero la curiosidad venció con facilidad y <strong>de</strong>scolgué<br />

el auricular. No fue una mala <strong>de</strong>cisión. Quien se hallaba<br />

al otro lado <strong>de</strong>l hilo era mi consi<strong>de</strong>rado amigo Samuel,<br />

que se hallaba <strong>de</strong> paso puesto que vivía en París. Volver a<br />

hablar con él ahuyentó la <strong>de</strong>sgana.<br />

Samuel había dirigido dos largometrajes, y era algo<br />

más joven que yo. Sin embargo, existía una afinidad que<br />

tal vez se sostenía en nuestra común propensión cinéfila.<br />

De modo que, al teléfono, Samuel en pocos minutos resumió<br />

sus últimos quehaceres. Estaba en los prolegómenos<br />

<strong>de</strong> un nuevo proyecto cinematográfico. Aunque me<br />

alegré por él, se me <strong>de</strong>spertó la envidia y, aparentemente<br />

sin altérame, mastiqué rabia y rebeldía. Oírle hablar <strong>de</strong><br />

su nueva película me dañó porque yo aún no había logrado<br />

dirigir ningún largometraje. Esa era mi íntima y<br />

no confesada frustración. Pero no es menos cierto que<br />

mi aspiración no era únicamente dirigir un film sino ser<br />

13


<strong>Alejandro</strong> González-<strong>Geell</strong><br />

consi<strong>de</strong>rado un reputado cineasta porque confiaba en mi<br />

capacidad y en mi talento.<br />

Pero lo importante fue que esa misma tar<strong>de</strong>, Samuel<br />

tenía pactada una cita con un coreógrafo. Antes <strong>de</strong> colgar,<br />

pasé <strong>de</strong> mis sentires negativos y acepté acompañarle a su<br />

cita. Quedamos <strong>de</strong> encontrarnos a las 17 hrs., muy cerca <strong>de</strong><br />

casa. Para ser más preciso, en la esquina <strong>de</strong>l Café Pushkin.<br />

Como es lógico, tuve la precaución <strong>de</strong> elegir mis vestimentas<br />

acor<strong>de</strong> al frío <strong>de</strong> esa tar<strong>de</strong>, sin prescindir <strong>de</strong>l<br />

buen gusto. Esta vez quise reafirmarlo para mostrarle—<br />

<strong>de</strong> algún modo—mi posición y éxito profesional en contrapartida<br />

a la envidia y la frustración. La gabardina combinaba<br />

a<strong>de</strong>cuadamente con la chaqueta <strong>de</strong> cachemir y el<br />

pantalón. No llevaba corbata, y sí un varonil “foulard” <strong>de</strong><br />

vicuña atado al cuello. Creo que vestir bien es un “must” y,<br />

a<strong>de</strong>más, me dota <strong>de</strong> seguridad porque tengo la convicción<br />

<strong>de</strong> que influye notoriamente en los juicios <strong>de</strong> los <strong>de</strong>más.<br />

Des<strong>de</strong> luego, solo por esto último merece la pena.<br />

Poco antes <strong>de</strong> las cinco <strong>de</strong> la tar<strong>de</strong>, salí a la calle. Me<br />

recibió la gélida caricia <strong>de</strong> un viento molesto que removía<br />

las ramas <strong>de</strong> los árboles, tanto que algunas <strong>de</strong> las hojas<br />

amarillentas volaban a merced <strong>de</strong> la ventisca. Esa climatología<br />

no anticipaba una tar<strong>de</strong> muy agradable. Incluso,<br />

me dieron ganas <strong>de</strong> regresar a la cali<strong>de</strong>z y comodidad <strong>de</strong><br />

mi casa, pero -(¡afortunadamente!)- no admití faltar al<br />

compromiso con mi amigo.<br />

De manera que llegué a la esquina <strong>de</strong>l Café Pushkin<br />

con apenas unos escasos minutos <strong>de</strong> antelación a la cita.<br />

La puntualidad <strong>de</strong> Samuel hizo que la espera no se prolongara.<br />

Le divisé venir entre los viandantes con su anárquico<br />

caminar y su peculiar modo <strong>de</strong> vestir. Nos saludamos<br />

sin efusión y nos pusimos en marcha con pasos<br />

calmos hacia el estudio <strong>de</strong>l coreógrafo, esparciendo palabras<br />

por variadas materias y asuntos personales. Y como<br />

es <strong>de</strong> suponer, mi interés se centró en su nuevo proyecto<br />

cinematográfico. Esta va a ser “mi mejor película”—, dijo.<br />

14


<strong>Estela</strong><br />

***<br />

La cita tenía lugar en el estudio-escuela <strong>de</strong> danza <strong>de</strong>l<br />

coreógrafo, que estaba en la 4ª planta <strong>de</strong> un edificio céntrico,<br />

sito en la confluencia <strong>de</strong> dos calles muy transitadas.<br />

Al entrar nos encontramos con la recepción <strong>de</strong>sierta. Miramos<br />

por allí y no aparecía nadie a quién po<strong>de</strong>r preguntar.<br />

Lo único que se oía era una música proveniente <strong>de</strong> la<br />

sala contigua. Nos acercamos a la puerta, cuyas dos hojas<br />

batientes impedían mira al interior. Samuel se atrevió a<br />

empujar una y se asomó con pru<strong>de</strong>ncia y comprobó que<br />

allí estaba Carlos, el coreógrafo. Entramos con discreción.<br />

Dentro, la música tenía un volumen tan alto que casi suprimía<br />

los sonidos diversos que provenían <strong>de</strong> los movimientos<br />

y pasos las chicas y chicos que conformaban el<br />

grupo <strong>de</strong> bailarines.<br />

Carlos dirigía a sus discípulos con soltura y mando.<br />

Samuel levantó su mano en una leve seña a modo <strong>de</strong> saludo,<br />

y Carlos, que nos vio enseguida, se lo <strong>de</strong>volvió con<br />

un gesto escueto sin abandonar su tarea. Nosotros permanecimos<br />

quietos cerca <strong>de</strong> la entrada. La danza invitaba a<br />

contemplar aquellos cuerpos juveniles que ensayaban con<br />

ahínco y precisión la coreografía. Pasaron algunos minutos<br />

antes <strong>de</strong> que Carlos diera las indicaciones que señalaban el<br />

principio <strong>de</strong> la serie final <strong>de</strong> movimientos bien ajustados<br />

al ritmo <strong>de</strong> una música que también era principal protagonista.<br />

Ese tiempo me sirvió para contemplar la exhibición<br />

<strong>de</strong> esa danza vigorosa, mo<strong>de</strong>rna y original hasta que, en<br />

un instante sorpren<strong>de</strong>nte, mi atención quedó subordinada<br />

a la grácil figura <strong>de</strong> una <strong>de</strong> las bailarinas. Esa joven esbelta<br />

y <strong>de</strong>licada, que tampoco rehuía la sensualidad, acaparó mi<br />

mirada, aun ajena a mi interés. Su apariencia juvenil indicaba<br />

que no habría consumido más allá <strong>de</strong> veinte y pocos<br />

años <strong>de</strong> existencia. Mi fascinación era tal que me <strong>de</strong>sconcertó.<br />

Tenía un atractivo -(para mí, ciertamente perturbador)-<br />

que aleaba inocencia, osadía y subversión, y que en<br />

la singular belleza <strong>de</strong> su rostro se subrayaba.<br />

El coreógrafo le dio a un botón <strong>de</strong>l aparato <strong>de</strong> música,<br />

y ésta se extinguió. Justo antes, el grupo había finalizado<br />

15


<strong>Alejandro</strong> González-<strong>Geell</strong><br />

sus movimientos con exactitud. La ausencia <strong>de</strong> música<br />

<strong>de</strong>jó aparecer los ruidos <strong>de</strong> las pisadas y algunos resuellos<br />

<strong>de</strong> los bailarines que solo entonces mostraron señales <strong>de</strong>l<br />

esfuerzo realizado durante la exigente sesión.<br />

—Muy bien, <strong>de</strong>scansamos 15 minutos—dijo Carlos en<br />

un tono firme que no <strong>de</strong>jó lugar a dudas, aunque sonó<br />

como una cordial invitación.<br />

Los bailarines sudorosos se diseminaron por el estudio.<br />

Algunos fueron al rincón más apartado en busca <strong>de</strong><br />

sus bolsos <strong>de</strong>portivos para coger unas pequeñas toallas, a<br />

fin <strong>de</strong> secarse las gotas <strong>de</strong> sudor que les brotaban copiosas.<br />

Dos caminaron sin rumbo, relajando sus músculos y<br />

recobrando el aliento. Otros se sentaron en el piso, o se<br />

apoyaron en el pasamano incrustado en los espejos que<br />

se <strong>de</strong>scolgaban <strong>de</strong>s<strong>de</strong> el techo hasta el suelo en una <strong>de</strong> las<br />

pare<strong>de</strong>s. El resto siguió <strong>de</strong>ambulando por allí con la vista<br />

baja, inspirando y espirando amplias bocanadas <strong>de</strong> aire.<br />

Carlos llegó don<strong>de</strong> Samuel y yo seguíamos guardando<br />

silencio. Solo que ahora mi interés estaba cautivo.<br />

—Hola, yo soy Carlos—me dijo el coreógrafo <strong>de</strong> forma<br />

cortés, al momento que extendió su mano para saludarme.<br />

—Excelente trabajo—le respondí apresurado, regresando<br />

abruptamente <strong>de</strong>s<strong>de</strong> mi abstracción, y eso fue lo único<br />

que dije durante la conversación que iniciaron Samuel y<br />

Carlos.<br />

Como si fuese hoy, recuerdo que quedé situado junto<br />

a ellos en un ángulo que me favorecía, y así pu<strong>de</strong> seguir<br />

contemplándola. Todo parecía colaborar conmigo. La joven<br />

se secaba el sudor con una toalla frente a los espejos,<br />

y esos cristales jugaron un rol cómplice cuando ella se percató<br />

que yo la observaba. Y me agradó su gesto al intentar<br />

escon<strong>de</strong>r su mirada con algo <strong>de</strong> pudor adolescente. Pero<br />

16


<strong>Estela</strong><br />

volvió a buscarme a través <strong>de</strong> los espejos con curiosidad<br />

y también con una sutil coquetería. Entonces, sus ojos<br />

se encontraron con los míos que no podían ocultarle un<br />

mensaje inequívoco. Y tal vez influido por la emoción,-<br />

(bien disimulada)-, quise creer que nuestras miradas se<br />

enlazaban como si fuesen notas <strong>de</strong> una misma melodía.<br />

Samuel y Carlos seguían enfrascados en la conversación<br />

que correspondía a sus respectivos intereses profesionales,<br />

y que intentaban hacer converger en el proyecto<br />

cinematográfico.<br />

Yo permanecía muy lejos <strong>de</strong> los asuntos que trataban.<br />

Me había ausentado para viajar por un montón <strong>de</strong> pensamientos,<br />

cuyos efectos amenazaron con <strong>de</strong>latar mi fiesta<br />

<strong>de</strong> sueños. En realidad, la joven no había hecho nada<br />

muy <strong>de</strong>stacable, pero, por mi experiencia, a través <strong>de</strong> esos<br />

encuentros <strong>de</strong> miradas, presentí que yo no le resultaba<br />

indiferente.<br />

Y aunque ella no sobrepasaba el metro y setenta, sus<br />

alargadas piernas parecían darle más altura y le añadían<br />

elegancia. Su figura tenía las proporciones exactas que<br />

bien pudiera un escultor darle a su mejor obra para representar<br />

mi i<strong>de</strong>al femenino. Sus gran<strong>de</strong>s ojos expresivos<br />

tenían un tono ver<strong>de</strong> in<strong>de</strong>finible, y su mirada seducía sin<br />

dificultad.<br />

Como he dicho, jamás podré olvidar ese día... Y puesto<br />

que el <strong>de</strong>stino la situó en mi camino, tomé la <strong>de</strong>cisión<br />

<strong>de</strong> no <strong>de</strong>jarla escapar. Rompí mi propia ley <strong>de</strong> constante<br />

reserva y, sin medir las consecuencias, enseñé mis propósitos.<br />

No me importaron las bromas <strong>de</strong> Samuel ni tampoco<br />

el silencio autoritario <strong>de</strong>l coreógrafo, cuando me acerqué<br />

a ella. Algo precipitado la invité a beber un refresco<br />

<strong>de</strong>spués <strong>de</strong> que terminase su obligación con la danza. La<br />

respuesta no rebasó tres palabras, pero su sonrisa fortaleció<br />

mi aplomo. Insistí y ella, sin timi<strong>de</strong>z, aceptó resuelta<br />

y me <strong>de</strong>scolocó. No supe qué añadir. Una emoción inoportuna<br />

me invadió, me sentí un tanto ridículo y apenas<br />

17


<strong>Alejandro</strong> González-<strong>Geell</strong><br />

pu<strong>de</strong> agregar que la esperaría afuera, en el portal <strong>de</strong>l edificio.<br />

Sin saber qué más hacer, volví don<strong>de</strong> Samuel y Carlos<br />

estaban terminando <strong>de</strong> hablar sus asuntos.<br />

Al salir <strong>de</strong>l estudio ni siquiera intenté ocultar mi entusiasmo<br />

a Samuel, y comencé a relatarle atropelladamente<br />

lo que me había sucedido. Pero pronto reparé en que<br />

no era a<strong>de</strong>cuado ni conveniente seguir exponiendo mis<br />

emociones. De manera que, para no ser <strong>de</strong>sconsi<strong>de</strong>rado<br />

y para cambiar el tercio, le pregunté sobre la conversación<br />

con el coreógrafo y le invité a tomar un café a fin<br />

<strong>de</strong> que me diera su impresión y así también <strong>de</strong>mostrarle<br />

mi interés por su proyecto. En el Café me contó que su<br />

conclusión no era tan buena como hubiera <strong>de</strong>seado. Y<br />

luego sacó a relucir su fino humor para bromear con mi<br />

evi<strong>de</strong>nte entusiasmo por aquella joven. Al hacerlo, me<br />

sonrió con la comprensión <strong>de</strong>l amigo y quiso irse antes<br />

que la chica terminara su sesión <strong>de</strong> baile, a pesar <strong>de</strong><br />

mi insistencia-(más aparente que verda<strong>de</strong>ra)-al sugerirle<br />

que bien podía quedarse. Me alegré <strong>de</strong> su buen tino.<br />

Antes <strong>de</strong> marcharse me <strong>de</strong>seó “suerte”, sin ahorrar una<br />

frase ingeniosa con una ironía muy propia. A Samuel no<br />

lo he vuelto a ver <strong>de</strong>s<strong>de</strong> entonces. Por <strong>de</strong>sgracia, como<br />

tantas veces ocurre en el mundo <strong>de</strong>l cine, aquel proyecto,<br />

poco <strong>de</strong>spués supe que sufrió una postergación “sine<br />

die”. Pero en lo que a mí se refiere, solo puedo ben<strong>de</strong>cir<br />

aquel proyecto fallido.<br />

***<br />

Mientras esperaba en el portal <strong>de</strong>l edificio don<strong>de</strong> se<br />

hallaba el estudio-escuela <strong>de</strong> baile, a la ilusión se le unió<br />

una inseguridad más propia <strong>de</strong> un adolescente en su primera<br />

cita, y me preñé <strong>de</strong> impaciencia. La espera no fue<br />

larga, pero para mí resultaba interminable. Ella apareció<br />

por la escalera <strong>de</strong>l portal con el pelo todavía húmedo a<br />

causa <strong>de</strong> una reciente ducha. Llevaba unos vaqueros, zapatillas<br />

<strong>de</strong>portivas, una camiseta y un grueso suéter amplio.<br />

Ese atuendo le favorecía y le daba un aspecto muy<br />

juvenil. Y aunque parezca mentira, se me aceleró el cora-<br />

18


<strong>Estela</strong><br />

zón al verla venir. Me sobrepuse y la recibí con trabajada<br />

naturalidad, y sin <strong>de</strong>mora le sugerí que nos dirigiésemos<br />

a una cafetería próxima. Allí, traté <strong>de</strong> eludir el ajetreo y<br />

opté por elegir una mesa algo retirada <strong>de</strong> la barra. Nuestra<br />

comunicación-(fácil y notoria)-suscitó que la conversación<br />

fluyera variada y sin pausas incómodas. Pero no<br />

<strong>de</strong>bo omitir que por momentos sí me sentí algo tenso. En<br />

todo caso, no fue <strong>de</strong>finitorio y, en general, me encontré<br />

bastante a gusto porque estaba convencido que ella disfrutaba<br />

también <strong>de</strong> la ocasión. Des<strong>de</strong> luego la situación<br />

me incentivaba y mi interés crecía como una inundación,<br />

tanto que apremió la necesidad <strong>de</strong> escrutar en cada frase<br />

y en cada gesto suyo cualquier indicio que me orientara<br />

sobre las posibilida<strong>de</strong>s <strong>de</strong> mi afán <strong>de</strong> seducción subyacente.<br />

Y como ella no mostraba tener prisa alguna, <strong>de</strong>cidí<br />

repetir las consumiciones.<br />

La noche se iba cerrando, y seguramente nadie supo-<br />

(como yo)-que en aquel Café se estaba viviendo algo trascen<strong>de</strong>nte,<br />

especial e irrepetible.<br />

—Sí, claro, bailar me encanta pero lo hago, principalmente,<br />

para mantenerme en forma—me dijo Dánae, en<br />

un momento dado.<br />

Tenía nombre <strong>de</strong> una divinidad griega. Y en la enciclopedia<br />

que consulté nada más llegar a casa, pone: “Dánae<br />

engendró un hijo <strong>de</strong> Júpiter, quien se introdujo en forma <strong>de</strong> lluvia<br />

dorada en la torre <strong>de</strong> bronce don<strong>de</strong> la mantenía recluida su padre<br />

Acristo, rey <strong>de</strong> Argos...”<br />

—Lo haces muy bien y, al perecer, estás muy en forma—le<br />

contesté y ella me <strong>de</strong>volvió su encantadora sonrisa<br />

antes <strong>de</strong> agra<strong>de</strong>cerme.<br />

—Gracias...—dijo con alguna timi<strong>de</strong>z y, creo que para salir<br />

<strong>de</strong>l paso, agregó apresurada—Pero mi vocación es interpretar.<br />

—¿Ah, sí—dije, apoyándome en un gesto.<br />

19


<strong>Alejandro</strong> González-<strong>Geell</strong><br />

—He estudiado Arte Dramático en Londres—afirmó,<br />

esta vez con algo más <strong>de</strong> seguridad.<br />

—¿En Londres<br />

—Sí, durante 2 años—respondió con cierto orgullo<br />

que avalaba su auténtica vocación.<br />

—Se te iluminan los ojos cuando hablas que das la impresión<br />

<strong>de</strong> estar convencida <strong>de</strong> llegar a ser una actriz importante.<br />

—¿Por qué no Y, antes que digas nada, sé que no es fácil.<br />

No dije nada, solo sonreí. Y ella prosiguió sin pausa,<br />

tal vez como queriendo <strong>de</strong>mostrar también su experiencia<br />

y preparación.<br />

—En Londres hice teatro in<strong>de</strong>pendiente. Fue una experiencia<br />

que me encantó. Era una compañía pequeña,<br />

subvencionada. Hacíamos funciones <strong>de</strong> autores clásicos,<br />

un día en inglés y otro en español.<br />

—Curioso y, <strong>de</strong>s<strong>de</strong> luego, parece interesante.<br />

—¡Era fantástico!—dijo entusiasmada, y yo la contemplaba.<br />

Se hizo una pausa y retomó la palabra.<br />

—¿Sabes <strong>de</strong>s<strong>de</strong> que he vuelto, he conseguido ir a varios<br />

castings y solo un trabajo <strong>de</strong> fotografías para un catálogo<br />

comercial—agregó como si se lamentara—Pero lo que a mí<br />

me interesa es ser actriz <strong>de</strong> cine... ¡es lo que más me gusta...!<br />

—Eres guapísima y si le sumas talento, creo que podrás<br />

tener oportunida<strong>de</strong>s—le respondí con intención y<br />

20


<strong>Estela</strong><br />

para infundirle optimismo—Verás, voy a presentarte a un<br />

conocido que es agente artístico y está vinculado con el<br />

mundillo <strong>de</strong>l cine.<br />

Dánae me sonrió pero permaneció callada. Mi ofrecimiento<br />

era cierto, aunque lo había hecho más como un<br />

pretexto que nos permitiera estrechar la relación que estaba<br />

naciendo. Y, ante su silencio, procuré no mostrar ansiedad<br />

a la espera <strong>de</strong> oír <strong>de</strong> sus labios que aceptaba mi propuesta.<br />

No sé si lo conseguí porque, mirándole fijamente a<br />

sus preciosos ojos <strong>de</strong> in<strong>de</strong>finido verdor, sin tardanza, dije:<br />

—¿Vale<br />

—Vale—respondió Dánae con un gesto que me pareció<br />

gracioso y que luego <strong>de</strong>scubriría que era muy frecuente en<br />

ella cuando las cosas le iban como <strong>de</strong>seaba.<br />

Esa tar<strong>de</strong>-noche tuve la intuición <strong>de</strong> que la única mujer<br />

que yo podría amar había entrado en mi existencia. Des<strong>de</strong><br />

entonces, he tenido mucha necesidad <strong>de</strong> ella. Y como es<br />

lógico, las citas con Dánae comenzaron a suce<strong>de</strong>rse con<br />

frecuencia. Era tan distinta a cualquier otra que produjo<br />

un profundo cambio en mis relaciones con las mujeres.<br />

Renuncié a todas las aventuras sentimentales que mi condición<br />

profesional y social me facilitaba. De manera que<br />

<strong>de</strong>cidí poner punto final a mi pasado y me preparé para<br />

vivir la historia <strong>de</strong> amor que nunca había creído posible.<br />

A lo largo <strong>de</strong> las semanas siguientes fui <strong>de</strong>scubriendo que<br />

las aficiones <strong>de</strong> Dánae, en general, eran compatibles con las<br />

mías. Habíamos cenado juntos la mayoría <strong>de</strong> las noches. Y<br />

no solo eso. De hecho, asistimos a tres funciones <strong>de</strong> teatro,<br />

con elección consensuada por nuestros gustos afines, y me<br />

acompañó a la inauguración <strong>de</strong> una exposición <strong>de</strong> pintura.<br />

Fuimos varias veces al cine y también participamos en un<br />

evento social al que yo tenía que acudir por compromiso.<br />

En nuestras citas el tiempo se nos hacía escaso. Tanto era<br />

así que parecía evaporarse cuando, aparcado frente a su casa<br />

21


<strong>Alejandro</strong> González-<strong>Geell</strong><br />

al ir a <strong>de</strong>jarla, nuestras charlas se prolongaban hasta bien<br />

entrada la madrugada. Y aunque hubiésemos hablado por<br />

horas, nos quedábamos con ganas <strong>de</strong> continuar. Me sentía<br />

afortunado y convencido <strong>de</strong> mi suerte.<br />

Sin embargo, hubo una inevitable contrapartida. Me<br />

sobrevino un inédito temor a per<strong>de</strong>rla, y la audacia y el<br />

aplomo que solía mostrar con otras mujeres se <strong>de</strong>bilitaron.<br />

La timi<strong>de</strong>z que creía lejana empezó a condicionar mi<br />

comportamiento en toda circunstancia. Perdí la espontaneidad,<br />

que se hizo cautela. Estaba invadido por una inseguridad<br />

impropia que me indujo a gravarme con mayor<br />

disciplina y autocontrol. El propósito era evitar riesgos<br />

que pudieran dificultar el <strong>de</strong>venir <strong>de</strong> nuestra relación. De<br />

modo que mi conducta empezó a estar regida por un dogma<br />

preestablecido, sin precipitación y siempre aferrado<br />

a la esperanza <strong>de</strong> que los hechos se fueran sucediendo y<br />

potenciándose a sí mismos hasta llevarme al objetivo <strong>de</strong><br />

tenerla <strong>de</strong>finitivamente. No <strong>de</strong>bía equivocarme ni equivocarla.<br />

Asimismo me hallaba atrapado por esa sensación inequívoca<br />

que todos habremos tenido alguna vez, al menos<br />

en la pubertad, cuando somos todavía vírgenes al amor,<br />

que se <strong>de</strong>spierta como un sentir <strong>de</strong>sconocido y po<strong>de</strong>roso,<br />

capaz <strong>de</strong> inhibirnos frente a la persona que motiva el prodigioso<br />

sentimiento que condiciona y que provee <strong>de</strong> una<br />

anómala, aunque acogedora fragilidad. Es una lástima<br />

que tan solo con el correr <strong>de</strong> los años se aprenda a valorarla<br />

<strong>de</strong> verdad cuando la experiencia enseña la dificultad<br />

<strong>de</strong> que nos ocurra. Y volver a sentirla me ilusionó. También,<br />

más <strong>de</strong> alguna vez, me <strong>de</strong>scubrí buscando pretextos<br />

pueriles como excusas para provocar nuevos encuentros<br />

con Dánae. No lo podía remediar. Se había convertido en<br />

mi exclusiva motivación amorosa. Esa realidad me llevó a<br />

rehusar a la libertad-(por propia voluntad)-para permanecer<br />

encerrado en un castillo <strong>de</strong> sueños cuyas pare<strong>de</strong>s eran<br />

Dánae. No cabía duda que el verda<strong>de</strong>ro amor-(platónico<br />

en esos días)-me había hecho su prisionero. Entonces,<br />

creí que la situación recomendaba evitar revelar fragilidad<br />

e in<strong>de</strong>cisión ante sus ojos a causa <strong>de</strong>l intenso sentir. Aún<br />

22


<strong>Estela</strong><br />

así, flaqueé cuando Dánae me comunicó una noticia, que<br />

no por previsible <strong>de</strong>jó <strong>de</strong> enfrentarme a la áspera realidad.<br />

No obstante, creo haber podido mantener la serenidad,<br />

sin <strong>de</strong>jar aflorar el quiebre interior.<br />

Sucedió mientras paseábamos por un pequeño parque,<br />

próximo al piso que ella compartía con una amiga. Íbamos<br />

por un sen<strong>de</strong>ro salpicado <strong>de</strong> hojas, como es habitual en<br />

el otoño. La noche anterior había caído una copiosa lluvia,<br />

pero ese día había amanecido soleado. El cielo estaba<br />

cristalino, con apenas algunas escasas nubes ralas y lentas.<br />

Dánae mostraba su contento, y llena <strong>de</strong> entusiasmo me<br />

soltó la noticia. Iba a ausentarse por casi dos semanas. Con<br />

los ojos alegres, comenzó a contarme que le habían dado el<br />

papel al que postulaba en una película americana, que se<br />

rodaría en Marbella. Lo único que vino como un <strong>de</strong>stello a<br />

mi cabeza fue una percepción <strong>de</strong> abandono.<br />

—El martes me voy a Marbella. Me han dado un papel<br />

en la película que te hablé.<br />

—Me alegro mucho—le mentí—¿Estás contenta<br />

—Sí, pero no <strong>de</strong>l todo. Creo que me eligieron porque<br />

hablo bien el inglés—dijo con resignación, dando a enten<strong>de</strong>r<br />

que sus dotes artísticas no habían sido la causa principal.<br />

—No seas tan mo<strong>de</strong>sta—le contesté sin enseñar turbación.<br />

—Te lo digo en serio. Fue lo único que pudieron comprobar<br />

en el “casting”. La entrevista fue en inglés—me<br />

dijo como si dudara <strong>de</strong> sus aptitu<strong>de</strong>s, cosa que era difícil<br />

<strong>de</strong> concebir en ella.<br />

—Tu inglés <strong>de</strong>be haber influido, pero tú sabes que eres<br />

una buena actriz. Seguro que el papel lo mereces—le res-<br />

23


<strong>Alejandro</strong> González-<strong>Geell</strong><br />

pondí con calma para no dar posibilidad al egoísmo que<br />

me brotó con aquella noticia.<br />

A continuación, la animé y expuse mi ficción <strong>de</strong> alegría,<br />

sin confesar que, <strong>de</strong> buena gana, le hubiera pedido<br />

que no aceptase el papel.<br />

—Mi personaje tiene muy pocas sesiones ¿A ti no te<br />

importa que sea un papel pequeño—me preguntó con<br />

una mirada tan sensual como infantil, haciéndome sentir<br />

su protector.<br />

—Con papeles pequeños empezaron muchas. Marilyn,<br />

por ejemplo—bromeé para disimular la rabia que ya se<br />

abría a la resignación.<br />

—Empezamos a rodar el viernes. Estaré casi dos semanas<br />

allí—me anunció.<br />

—Supongo que me vas a echar <strong>de</strong> menos—dije sin po<strong>de</strong>r<br />

reprimirlo, porque necesitaba oír que sí.<br />

—¡Por supuesto! Pero una condición.<br />

—¿Cuál<br />

—Que tú me eches <strong>de</strong> menos a mí.<br />

Lo dijo con una gracia que me hizo sentir quererla más<br />

aún, si cabía, pero no agregué nada. Solo la <strong>de</strong>tuve para<br />

evitar que diera otro paso. La miré y ella intuyó certeramente<br />

la intención. Nos quedamos quietos y en una especie<br />

<strong>de</strong> diálogo mudo, fuimos cerrando los ojos mientras<br />

nuestras bocas se buscaron para unirse en un prolongado<br />

beso. Mi corazón, con sus latidos alterados, se complació<br />

cuando nuestros labios se albergaron por primera vez. Fue<br />

un beso <strong>de</strong> amor, que se consumó porque nació <strong>de</strong> una<br />

24


<strong>Estela</strong><br />

auténtica necesidad. La emoción me robó las palabras y<br />

escasamente atiné a acariciar su cabellera mientras ella<br />

permanecía al resguardo <strong>de</strong> mis brazos. Me sentía invadido<br />

por una ternura inmensa, tan sosegada y dulce, tan<br />

exclusiva que se ha arraigado entre mis mejores sensaciones.<br />

Y así, abrazados, estuvimos durante unos <strong>de</strong>liciosos<br />

instantes hasta que supe como cubrirme con un barniz<br />

<strong>de</strong> templanza.<br />

***<br />

Como los días <strong>de</strong> rodaje en Marbella me privaron <strong>de</strong><br />

Dánae, resignarse a su ausencia fue una dura batalla. Ni<br />

siquiera las conversaciones telefónicas que mantuvimos<br />

cada noche aplacaban mi <strong>de</strong>sasosiego. Oír solo su voz era<br />

tan poco que comprendí que la necesitaba siempre junto<br />

a mí.<br />

Una vez superado el <strong>de</strong>sconcierto, pasados unos días<br />

<strong>de</strong> esa larga espera, me proveí <strong>de</strong> positivismo y me encontré<br />

igual que un niño que anhela la llegada <strong>de</strong> una<br />

fecha señalada que vendrá a colmar sus ilusiones. La verdad<br />

es que sin Dánae solo me quedaba soñar. Imaginaba<br />

dispares contextos y escenarios en los que se <strong>de</strong>bería<br />

producir nuestro reencuentro. Tenía claro que <strong>de</strong>bía ser<br />

especial. Creo que como cualquier enamorado, puse toda<br />

mi voluntad en hallar algo apropiado, a la altura <strong>de</strong> mis<br />

pretensiones. Y mientras más cavilaba, menos me satisfacían<br />

las opciones que se me ocurrían. Pue<strong>de</strong> parecer fácil<br />

enfrentarse a i<strong>de</strong>ar algo que resulte sin par, pero no lo es.<br />

Sin embargo, sorteando divagaciones, pasando por las<br />

más variadas i<strong>de</strong>as, disfruté porque todo era por ella. Finalmente,<br />

<strong>de</strong>spués <strong>de</strong> un montón <strong>de</strong> soluciones <strong>de</strong>sechadas,<br />

la elección no fue muy original.<br />

Des<strong>de</strong> que recibí la llamada <strong>de</strong> Dánae, confirmándome<br />

la hora <strong>de</strong> su regreso por vía aérea al día siguiente, la ansiedad<br />

no me liberó. Durante esas largas horas que faltaban<br />

25


<strong>Alejandro</strong> González-<strong>Geell</strong><br />

para volver a tenerla, un cosquilleo nervioso me recorría intermitente.<br />

A<strong>de</strong>más, por infortunio, la hora <strong>de</strong> llegada <strong>de</strong><br />

su vuelo coincidía con una obligación profesional ineludible<br />

que me impedía ir a recogerla al aeropuerto, sobre todo, porque<br />

mi propio prestigio estaría en entredicho. De modo que<br />

no quedó más que retrasar el reencuentro con mi amada. Y<br />

aunque no le expliqué con <strong>de</strong>talles la dificultad, ella pareció<br />

compren<strong>de</strong>rlo enseguida. Me frustré. Hablamos poco más y<br />

cuando acababa <strong>de</strong> cortar, recordé que había omitido algo<br />

sustancial. Y con la misma prisa que lo pensé, volví a llamarla.<br />

La causa <strong>de</strong> la atolondrada llamada era anunciarle que la<br />

pasaría a recoger en su casa, y le sugerí que <strong>de</strong>bía acentuar la<br />

elegancia, presumiendo que la ocasión lo requería, sin a<strong>de</strong>lantarle<br />

en qué consistiría la velada.<br />

26<br />

***<br />

Mi compromiso profesional terminó algunas horas antes<br />

<strong>de</strong> la cita. No sé porqué, aunque no era necesario,<br />

volví a casa muy <strong>de</strong> prisa. Conduje el coche a una velocidad<br />

<strong>de</strong>sacostumbrada como si temiese llegar tar<strong>de</strong>. No<br />

tenía sentido. Eran el ansia y un nerviosismo ilógico que<br />

se entremezclaban en un ridículo intento <strong>de</strong> consumir<br />

apresurado las horas que quedaban para el añorado reencuentro.<br />

Ya en casa, comprendí la nulidad <strong>de</strong> mi premura.<br />

Las horas no pasarían sino con su ca<strong>de</strong>ncia por más que<br />

procurase ganar tiempo al tiempo. Imposible. De manera<br />

que respiré profundo y <strong>de</strong>cidí ocuparme <strong>de</strong> una preparación<br />

esmerada. Sin duda, mi voluntad era lucir muy<br />

atractivo ante sus ojos. Y como cualquier espera perturba,<br />

me puse una copa <strong>de</strong> whisky y preparé un baño <strong>de</strong> sales<br />

que también serviría para apaciguarme y consumir largos<br />

minutos. Des<strong>de</strong> luego el baño surtió efecto porque salí<br />

<strong>de</strong>l agua musitando una canción. Me sequé con minuciosidad<br />

y, frente al amplio espejo, usando cremas, lociones<br />

y afeites, me <strong>de</strong>diqué a un prolongado acicalamiento. A<br />

continuación, con prolijidad, exploré vestimentas en busca<br />

<strong>de</strong> la perfecta elección. Probé varias posibilida<strong>de</strong>s hasta<br />

que por fin hubo una que me conformó. Me vestí y volví<br />

a acicalarme con esmero, quedando muy satisfecho con<br />

la impecable apariencia. Entre los que había en mi cuarto


<strong>Estela</strong><br />

<strong>de</strong> baño, elegí usar un perfume que acababa <strong>de</strong> probar<br />

porque una mo<strong>de</strong>lo, al saludarme con un par besos, me<br />

halagó al <strong>de</strong>cirme que esa fragancia “seducía” en mi piel.<br />

Y cuando estuve listo, comprobé que aún quedaba tiempo<br />

<strong>de</strong> sobra para llegar puntual a la cita. Me paseé por<br />

el salón mirando el reloj con impaciencia. La inquietud<br />

me invadía y, sin saber qué hacer, comprendí que allí no<br />

podía aguantar un minuto más. Azuzado por la ansiedad,<br />

como un estúpido busqué una excusa para a<strong>de</strong>lantar en<br />

30 minutos la cita. La llamé casi arrepintiéndome por ce<strong>de</strong>r<br />

a la impaciencia. Sin embargo, tuve suerte porque Dánae<br />

aceptó encantada. Nada más colgar, salí camino <strong>de</strong> su<br />

casa. Iba repasando mi i<strong>de</strong>a <strong>de</strong>l reencuentro cuando me<br />

sobrevino la amenaza <strong>de</strong> un fallo no previsto: no había<br />

consi<strong>de</strong>rado la dificultad <strong>de</strong> hallar un sitio don<strong>de</strong> aparcar,<br />

antes <strong>de</strong> subir a su apartamento. Esta complicación<br />

contribuyó a aumentar mi tensión. Y como sabía que no<br />

era aconsejable atosigarla con llamadas, seguí pensando<br />

en una solución al inconveniente. No encontré ninguna,<br />

-(¡jaque mate)- y tuve que volver a usar el teléfono móvil.<br />

Aunque no se me atropellaron las palabras, hablé con<br />

inusual prisa para recomendarle que me esperase en el<br />

portal <strong>de</strong> su casa en lugar <strong>de</strong> tener que subir a buscarla a<br />

su piso. Lo intenté hacer con simpatía y, sobre todo, con<br />

persuasión. Dánae no puso objeción alguna.<br />

Detuve el coche -(inmaculado, pues había proyectado<br />

que así estuviera)- en segunda fila frente a su portal.<br />

La ansiedad se estaba ensañando conmigo hasta que<br />

por fin ella apareció. Deseé bajarme <strong>de</strong>l coche y correr<br />

a abrazarla. Pero no correspondía al comportamiento <strong>de</strong><br />

hombre controlado y seguro. De modo que mantuve una<br />

convincente calma exterior y me bajé con parsimonia<br />

para abrirle la puerta. Le dije alguna frase cariñosa y<br />

la saludé con un par <strong>de</strong> besos cortos y una sonrisa que<br />

tenían como misión mostrarme sereno. Dánae continuó<br />

con un elogio.<br />

—¡Pero qué guapo estás!<br />

27


<strong>Alejandro</strong> González-<strong>Geell</strong><br />

—Mejor estás tú. Haces honor a tu nombre... luces<br />

como una auténtica divinidad...<br />

28<br />

Ella se sonrió, agra<strong>de</strong>cida por el piropo.<br />

Sin más, subimos al coche que enseguida tomó rumbo.<br />

La primera parada <strong>de</strong>l itinerario fue un teatro. Había<br />

adquirido entradas para el estreno <strong>de</strong> “Romeo y Julieta”,<br />

una representación <strong>de</strong> ballet a cargo <strong>de</strong> una compañía<br />

rusa, formada por bailarines <strong>de</strong> la escuela Kirov <strong>de</strong> Leningrado,<br />

con la propia coreografía que interpretara el gran<br />

Nureyev en su momento. Durante el trayecto hablamos<br />

<strong>de</strong> todo y <strong>de</strong> nada, <strong>de</strong> forma amena y complaciente. Bromeamos<br />

sobre nosotros y <strong>de</strong> lo que habíamos hecho en<br />

esos días <strong>de</strong> su ausencia, pero me mantuve sin abandonar<br />

el control aconsejable a fin bor<strong>de</strong>ar la verdad <strong>de</strong> mis horas<br />

sin ella.<br />

Esa primera elección para celebrar el reencuentro fue un<br />

acierto. El teatro era antiguo, con magnífica acústica, y una<br />

<strong>de</strong>coración clásica recién restaurada. Era un estupendo marco<br />

para experimentar en su plenitud la belleza <strong>de</strong>l ballet.<br />

Dánae parecía feliz y cautivada. Luego, volvimos a utilizar el<br />

coche. Conduje dulcemente por las calles <strong>de</strong> la cuidad hasta<br />

que entramos en una carretera, sin <strong>de</strong>cirle todavía cuál iba a<br />

ser nuestra próxima parada. La noche estaba quieta e, incluso,<br />

sugestiva. Íbamos a una velocidad mo<strong>de</strong>rada, escuchando<br />

canciones románticas que a ambos nos seducían. En un<br />

momento dado, cogí una <strong>de</strong> las suaves manos <strong>de</strong> Dánae, y<br />

ella acarició la mía. No hubo palabras y, sin embargo, sentí<br />

que estábamos muy comunicados. Una atmósfera sosegada<br />

nos acompañó hasta que llegamos al selecto restaurante que<br />

había elegido, en las afueras <strong>de</strong> la ciudad.<br />

La velada transcurrió mejor que la más optimista posibilidad<br />

que pu<strong>de</strong> haber contemplado. Dánae se mostraba<br />

exultante y disfrutaba con el plan que tanto me había<br />

costado <strong>de</strong>cidir. Lucía maravillosa y me llenó <strong>de</strong> orgullo<br />

notar que miradas ajenas la alcanzaban con admiración.<br />

Llevaba un vestido <strong>de</strong> seda <strong>de</strong> color fucsia que <strong>de</strong>jaba


<strong>Estela</strong><br />

<strong>de</strong>scubiertos sus finos y sugerentes hombros. El vestido le<br />

caía flotando con <strong>de</strong>licada libertad. Era corto e insinuaba<br />

<strong>de</strong> un modo certero la sensualidad <strong>de</strong> su cuerpo. Pero<br />

hubo algo que me llamaba la atención. Su imagen resultaba<br />

bastante opuesta a la otra más habitual y juvenil.<br />

Así vestida parecía una mujer sofisticada, algo mayor que<br />

su imagen <strong>de</strong> joven casi adolescente. Esa noche llevaba<br />

el pelo recogido, e intencionadamente <strong>de</strong>jaba <strong>de</strong>scolgar<br />

algunas mechas onduladas sobre el rostro muy bien maquillado.<br />

Era la sofisticación la que le hacía parecer tener<br />

varios años más <strong>de</strong> los que reunía su edad. Y aun así mantenía<br />

su i<strong>de</strong>ntidad, pero el cambio era sorpren<strong>de</strong>nte.<br />

La cena se <strong>de</strong>slizó por una continuada charla. Hablamos<br />

-(¡cómo no!)- <strong>de</strong> su experiencia en el rodaje. Dánae se<br />

quejó a causa <strong>de</strong> la pequeñez <strong>de</strong> su papel, que no le brindó<br />

la ocasión <strong>de</strong> <strong>de</strong>mostrar nada <strong>de</strong> lo que ella creía ser<br />

capaz. Me enterneció su cándido <strong>de</strong>sencanto y traté <strong>de</strong><br />

suavizar el efímero pesimismo con palabras que alababan<br />

su talento. Pero lo sustancial es que me hallaba tan feliz<br />

<strong>de</strong> tenerla <strong>de</strong> nuevo que no quise privarla <strong>de</strong> palabras <strong>de</strong><br />

aliento y <strong>de</strong> esperanza en nuevas y mejores oportunida<strong>de</strong>s.<br />

Me sonrió con ternura y me cogió una mano, como si<br />

me necesitara. Y no me disgustó jugar el rol <strong>de</strong> protector<br />

que me había sugerido su actitud. Al contrario, estaba<br />

satisfecho porque la sentí más mía que nunca y por tener<br />

la suerte <strong>de</strong> quererla, tanto como no podría hacerlo nadie.<br />

Pero por temor a <strong>de</strong>stapar mis sentires aborté ese arrebato<br />

sentimental. Y con la intención <strong>de</strong> tomar distancia me<br />

<strong>de</strong>diqué a contarle-(quizás algo disperso)-temas referidos<br />

a asuntos profesionales, eludiendo cualquier atisbo que<br />

pudiera dar indicios <strong>de</strong> mis tribulaciones a causa <strong>de</strong> su<br />

ausencia.<br />

Cuando abandonamos el restaurante, nos recibió el<br />

aire puro <strong>de</strong> la noche. Dánae, con naturalidad, me cogió<br />

por la cintura y apoyó su cabeza en mí. Reaccioné al instante<br />

y la cogí por su hombro <strong>de</strong>snudo. No miento si digo<br />

que se me cruzó una audaz i<strong>de</strong>a, seguida <strong>de</strong> atrevidos<br />

pensamientos. Pensé invitarla a la intimidad <strong>de</strong> mi casa,<br />

pero dominé y <strong>de</strong>seché las osadas i<strong>de</strong>as. No era perti-<br />

29


<strong>Alejandro</strong> González-<strong>Geell</strong><br />

nente alterar la estrategia <strong>de</strong> mesura que había marcado<br />

en nuestra relación. La templanza y también un relativo<br />

temor al rechazo me retornaron a la <strong>de</strong>cisión previa, que<br />

aconsejaba proseguir con lo planeado. Tampoco existía<br />

urgencia ni motivo para correr riesgos. Yo sabría esperar.<br />

De regreso, la noche estaba aún más clara que cuando<br />

habíamos venido. Las nubes se habían disipado y la luna<br />

alumbraba cercana al plenilunio. Conduje arropado por<br />

una sensación <strong>de</strong> felicidad, que vislumbré muy cercana.<br />

Dánae se había apoyado en mi hombro y, como si hubiera<br />

encontrado el sitio <strong>de</strong>l cual jamás quisiera emigrar, permaneció<br />

allí en una postura relajada durante todo el trayecto.<br />

Entramos a la ciudad cuando el reloj ya comenzaba<br />

a avanzar hacia la madrugada. Las calles más céntricas se<br />

veían solitarias y el frío se estaba apo<strong>de</strong>rando <strong>de</strong> todo. Al<br />

llegar frente al portal <strong>de</strong> su casa, <strong>de</strong>tuve el coche. Nadie<br />

se divisaba en las proximida<strong>de</strong>s. Y sin ningún <strong>de</strong>seo <strong>de</strong><br />

separarme <strong>de</strong> mi preciosa dama, corté el contacto y el<br />

motor se apagó, eliminando su propio zumbido. Solo la<br />

música que sonaba suave en el aparato incrustado en el<br />

salpica<strong>de</strong>ro nos acompañaba.<br />

—Todo ha sido maravilloso, Antonio...—dijo <strong>de</strong>spués<br />

<strong>de</strong> un leve suspiro, y sus ojos brillaron.<br />

30<br />

—Tú no merecías menos...<br />

—¿Sabes, <strong>de</strong> verdad, en Marbella te eché mucho <strong>de</strong><br />

menos... me hacías falta...—dijo en un tono <strong>de</strong> voz que<br />

fue poco más que un susurro.<br />

Esas palabras removieron mis sentimientos pero guardé<br />

silencio y me autoricé a acariciar su rostro. La cogí con<br />

<strong>de</strong>lica<strong>de</strong>za, la miré a los ojos y me atreví a poner en su<br />

frente un beso tierno y agra<strong>de</strong>cido.<br />

—Soy feliz. Lo siento aquí <strong>de</strong>ntro—continuó Dánae,<br />

señalizando su pecho—Te quiero, Antonio—agregó como


<strong>Estela</strong><br />

si no hubiera otra ocasión <strong>de</strong> hacerlo, y bajó la mirada<br />

con algo <strong>de</strong> pudor.<br />

Ese “te quiero”, tan inesperado como relevante, Dánae<br />

lo dijo con dulzura y con tanta verdad que me conmovió.<br />

Nunca antes me lo había dicho. De manera que esas<br />

dos palabras las traduje como una verda<strong>de</strong>ra confesión.<br />

Emocionado, giré el rostro <strong>de</strong> Dánae hacia mí para besarla,<br />

y lo hice con suavidad y aun con ternura. Dánae<br />

ro<strong>de</strong>ó mi cuello con sus brazos y me ofreció su boca. La<br />

besé con pausa y progresivamente nos fue invadiendo la<br />

pasión que iba a condicionar lo sucesivo. Con paciencia<br />

ritual, nuestros besos se sucedían sin premura hasta que<br />

osé ir en busca <strong>de</strong> otras latitu<strong>de</strong>s. Recorrí el cuello <strong>de</strong> mi<br />

amada, sus hombros, para volver luego sobre su rostro y<br />

reencontrarme con su boca ansiosa. El elegante y liviano<br />

vestido entonces había ido <strong>de</strong>jando al <strong>de</strong>scubierto sus<br />

muslos firmes. Asimismo el escote atrevido permitía ver<br />

buena parte <strong>de</strong> sus tentadores senos, que, libres y <strong>de</strong>snudos<br />

bajo la tenue tela, parecían orgullosos <strong>de</strong> incitar la<br />

osadía que dio alas a mis manos. Posé la cabeza sobre su<br />

pecho, y me embriagó el aroma <strong>de</strong> su piel que, aliado al<br />

perfume, era un fuerte estímulo que animaba a proseguir<br />

con mis caricias lentas y prolongadas. Muy pronto, Dánae<br />

empezó a dar muestras inconfundibles <strong>de</strong> los efectos que<br />

le causaban. Su respiración sufrió una leve y significativa<br />

alteración que, unida a su activa entrega, vinieron a constatar<br />

que su libido iba ganado terreno a los prejuicios,<br />

incluso a la racionalidad. Susurros imprecisos salieron <strong>de</strong><br />

su boca y surtieron efectos en mi exaltación que vino a<br />

proveer a mis besos <strong>de</strong> una avi<strong>de</strong>z <strong>de</strong>sobediente que no<br />

era sino la punta <strong>de</strong>l iceberg <strong>de</strong> un arrebato transgresor.<br />

Y como si existiera un pacto <strong>de</strong> nuestros <strong>de</strong>seos, Dánae<br />

recibía mis caricias y <strong>de</strong>volvía mis besos sin rehuir ningún<br />

reto. Y como disfrutaba <strong>de</strong>jándome hacer, empezó<br />

a respon<strong>de</strong>r con sensual agresividad a mi afán erótico ya<br />

sin evitar poner <strong>de</strong> manifiesto el suyo. La pasión se hizo<br />

intransigente y, en un momento dado, ella quedó sentada<br />

a horcajadas sobre mis piernas, con su espalda apoyada<br />

en el volante. La conectada entrega no se saciaba, y<br />

como la estrechez <strong>de</strong>l cubículo <strong>de</strong>l coche no colaboraba,<br />

31


<strong>Alejandro</strong> González-<strong>Geell</strong><br />

la incomodidad pasó a ser otro acicate sicalíptico en la<br />

dificultad. Pero como los amantes encendidos, puestos a<br />

prueba, hacen fácil lo difícil, estábamos acercándonos a<br />

la consumación física <strong>de</strong>l amor. Todo sucedía tan lejos <strong>de</strong><br />

la premeditación que intuí que esa noche iba a suce<strong>de</strong>r lo<br />

inevitable: ¡Hacer el amor!... Nunca mejor dicho.<br />

En esa posición, la tenía frente a mí y sentía su aliento<br />

mezclarse con el mío. La observé por unos breves instantes<br />

y no pu<strong>de</strong> <strong>de</strong>jar <strong>de</strong> besarla y al mismo tiempo liberé<br />

<strong>de</strong>l todo sus pechos. Recorrí sus senos con mis labios y<br />

mi lengua, y, dosificando la intensidad, mordí repetidamente<br />

sus empinados pezones, sin llegar a traspasar el<br />

límite que hace <strong>de</strong>l pequeño dolor un factor <strong>de</strong>l <strong>de</strong>leite.<br />

También los succioné una y mil veces mientras mi mano<br />

aventurera le removió la diminuta y suave braguita para<br />

encontrarse con la cali<strong>de</strong>z <strong>de</strong> su sexo hume<strong>de</strong>cido que recibió<br />

complaciente esas primeras caricias. Los murmullos<br />

<strong>de</strong> Dánae, las palabras entrecortadas y sus quejas <strong>de</strong> amor,<br />

enar<strong>de</strong>cían mis sentidos y me espoleaban. Ya mi sexo, firmemente<br />

erguido y libre <strong>de</strong> las ropas, estaba rozando la<br />

entrada húmeda <strong>de</strong>l suyo, que enseguida se dispuso a darle<br />

albergue entre sus pliegues bastante lubricados. Dánae<br />

lo sintió entrar y recibió un agradable escalofrío cuando<br />

la penetración lenta y plácida ganaba profundidad hasta<br />

conseguir un profundo y total acoplamiento. Entonces en<br />

sus ojos asomaron unas lágrimas que -(según me confesó)-<br />

no eran sino producto <strong>de</strong> la felicidad que la invadía.<br />

Le besé las mejillas y lamí la salobridad <strong>de</strong> esas lágrimas.<br />

La abracé con toda mi alma y ella se aferró a mí. Mientras<br />

tanto, mi miembro endurecido y perseverante, seguía<br />

<strong>de</strong>scubriendo la cali<strong>de</strong>z inmejorable <strong>de</strong> su sexo, a la vez<br />

que le transmitía su po<strong>de</strong>r. Y así unidos en una entrega<br />

inolvidable, durante largos instantes, permanecimos inmóviles<br />

y afianzados en un cerrado abrazo hasta que gradualmente<br />

fueron surgiendo nuevos movimientos lentos<br />

y acompasados. Comenzamos a mecernos suavemente<br />

para regocijarnos más y mejor en el placer <strong>de</strong> tenernos.<br />

El amor convivía con el <strong>de</strong>seo cuando el primer orgasmo<br />

<strong>de</strong> Dánae inició su aventura que terminó <strong>de</strong> envolverla<br />

por completo. Cerró sus ojos, echó su cabeza hacia atrás<br />

32


<strong>Estela</strong><br />

y la movió <strong>de</strong> lado a lado, al mismo tiempo que soltaba<br />

un gemido contenido. Se estremeció al recibir ese primer<br />

latigazo <strong>de</strong>l orgasmo en toda su integridad, sin sospechar<br />

que iba a ser apenas el anuncio <strong>de</strong> otros sucesivos que la<br />

llevarían a per<strong>de</strong>rse por sus <strong>de</strong>signios y en la grandiosidad<br />

<strong>de</strong>l éxtasis. Y mientras Dánae viajaba por un mar <strong>de</strong> placer<br />

indomable, mi goce fue alcanzando su cima hasta que<br />

mi miembro recio <strong>de</strong>jó escapar una <strong>de</strong>scarga <strong>de</strong> su néctar<br />

en discontinuos borbotones que parecían manar <strong>de</strong>s<strong>de</strong> lo<br />

más profundo <strong>de</strong> mi ser. Las pare<strong>de</strong>s internas <strong>de</strong>l sexo <strong>de</strong><br />

Dánae, perfectamente ajustadas a la erección palpitante<br />

que cobijaban, recibieron la explosión temperada <strong>de</strong>l<br />

fluido masculino con precisas contracciones, y ella volvió<br />

a estremecerse incontrolada una vez más. Llevó una <strong>de</strong><br />

sus manos empuñada hasta su boca para mor<strong>de</strong>rse con<br />

fuerzas el <strong>de</strong>do índice, y así po<strong>de</strong>r reprimir el grito <strong>de</strong><br />

locura que estaba amenazando con salir <strong>de</strong> su garganta<br />

que exteriorizaría el furor <strong>de</strong> una conjunción absoluta <strong>de</strong><br />

lascivia, alegría, dolor y gozo.<br />

***<br />

Me resulta bastante difícil explicar que aquella primera<br />

vez que hice el amor con Dánae fue sin <strong>de</strong>searlo con<br />

premura pero <strong>de</strong>seándolo <strong>de</strong>sesperadamente. Y puesto<br />

que era una aspiración irrenunciable, -(como ya he dicho)-<br />

precipitar la ocasión no estaba en mis planes. Pues,<br />

a<strong>de</strong>más <strong>de</strong> poseerla físicamente, el objetivo concreto y<br />

más ambicioso era apo<strong>de</strong>rarme <strong>de</strong> todo el amor que fuera<br />

capaz <strong>de</strong> dar, que me entregara totalmente todo el potencial<br />

<strong>de</strong> sus sentimientos. Yo <strong>de</strong>bía ser el único hombre<br />

que en su vida pudiera hacerle sentir el amor verda<strong>de</strong>ro,<br />

irreprimible e incondicional. Y no iba a conformarme con<br />

menos.<br />

De modo que lo sucedido aquella noche en mi coche<br />

no fue planificado; sin embargo, tal como ocurrió, es uno<br />

<strong>de</strong> mis mejores recuerdos. Sobre todo porque conseguí<br />

que ocurriese sin que lo buscásemos, sino que fue consecuencia<br />

inevitable entre dos personas que se aman y que<br />

33


<strong>Alejandro</strong> González-<strong>Geell</strong><br />

quieren dar y darse sin límites ni reservas, sin cuestionarse<br />

nada, ni siquiera la ocasión ni el lugar.<br />

***<br />

El tiempo pareció haber pasado muy <strong>de</strong> prisa. Nos casamos<br />

al poco <strong>de</strong> esa primera vez en una sencilla ceremonia.<br />

Lo <strong>de</strong>cidimos y llevamos a cabo <strong>de</strong> forma rápida<br />

y repentina. Estábamos tan absorbidos por el amor que<br />

no dimos mayor importancia a la formalización legal <strong>de</strong>l<br />

compromiso. La ceremonia fue breve y por lo civil, seguida<br />

<strong>de</strong> un cóctel en un hotel en las afueras, con la asistencia<br />

<strong>de</strong> unas pocas amista<strong>de</strong>s y algunos conocidos más. Ni<br />

mis padres ni los suyos podían haber asistido porque a<br />

ambos nos faltaban.<br />

El adverso <strong>de</strong>venir a Dánae la había <strong>de</strong>jado sola en el<br />

mundo, sin ninguna referencia familiar, salvo unos pocos<br />

parientes lejanos que son tan ajenos que no se pue<strong>de</strong>n llamar<br />

familia. Pero, más allá <strong>de</strong> las vicisitu<strong>de</strong>s <strong>de</strong>l azaroso<br />

acontecer, las <strong>de</strong>sgracias no mellaron su buen carácter ni<br />

su sentido positivo para enfrentarse a la vida.<br />

En cuanto a mis padres, éstos me faltaban <strong>de</strong>s<strong>de</strong> hacía<br />

varios años. Murieron a muy avanzada edad, uno <strong>de</strong>spués<br />

<strong>de</strong> otro, sin mucho intervalo <strong>de</strong> tiempo. Fui el único<br />

hijo en el atar<strong>de</strong>cer aún fértil <strong>de</strong>l matrimonio. Es probable<br />

que la gran diferencia que existía entre sus eda<strong>de</strong>s y la<br />

mía haya restado posibilida<strong>de</strong>s a una comunicación mayor<br />

y efectiva. Pero, no obstante, estoy satisfecho con los<br />

padres que tuve.<br />

***<br />

Pero retomemos el hilo. Como <strong>de</strong>cía al comienzo, en<br />

el plató <strong>de</strong> la productora habíamos finalizado la jornada<br />

<strong>de</strong> rodaje <strong>de</strong> un anuncio publicitario. Y <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> haber<br />

hablado con Dánae, e invitarla a unirse conmigo en el<br />

34


<strong>Estela</strong><br />

restaurante don<strong>de</strong> tendría lugar una importante y trascen<strong>de</strong>nte<br />

reunión, reor<strong>de</strong>né varias cosas que había sobre<br />

mi escritorio. Antes <strong>de</strong> salir, me puse la gabardina, y casi<br />

olvido mi móvil. Lo cogí y abandoné el <strong>de</strong>spacho. Crucé<br />

el plató ya vacío <strong>de</strong> gente, don<strong>de</strong> ahora los focos apagados,<br />

trípo<strong>de</strong>s y cámaras solitarios conformaban siniestras<br />

sombras bajo una única luz tenue <strong>de</strong> seguridad que siempre<br />

permanecía encendida. En el exterior hacía frío y caía<br />

una llovizna débil. Mi coche estaba aparcado en un sitio<br />

reservado <strong>de</strong>ntro <strong>de</strong>l pequeño patio ajardinado que aislaba<br />

y daba entrada al edificio <strong>de</strong> oficinas y naves.<br />

Monté en el <strong>de</strong>portivo, cuya capota <strong>de</strong> lona negra<br />

impermeable lo sellaba e interponía una barrera al frío.<br />

Arranqué el motor y <strong>de</strong>jé el recinto para insertarme en<br />

la circulación nutrida <strong>de</strong> vehículos que transitaban hacia<br />

distintas metas. Y como llevaba antelación, conduje tranquilamente<br />

y aproveché <strong>de</strong> repasar los argumentos que<br />

utilizaría en esa cena.<br />

El principal motivo <strong>de</strong> la cena era un guión <strong>de</strong> cine que<br />

me habían encargado escribir, que consistía en la adaptación<br />

<strong>de</strong> una novela <strong>de</strong> Dn. Mario S., un reputado escritor.<br />

Y si todo salía como yo esperaba, iba a ser el guión <strong>de</strong> mi<br />

primera película como Director. La cena era una prueba<br />

<strong>de</strong> fuego.<br />

Ernesto Zavala, un joven productor <strong>de</strong> cine, era quien<br />

me había propuesto adaptar la novela en un guión cinematográfico,<br />

así como también dirigir el film <strong>de</strong>l mismo.<br />

Nada más leer la novela vislumbre el embrión <strong>de</strong> una<br />

excelente película. Había en ella un contenido complejo<br />

y muy sugerente. Es verdad que el reto era difícil, pero<br />

mi ilusión se disparó porque me situaba a las puertas <strong>de</strong><br />

consumar una <strong>de</strong> mis más ambicionadas metas. Si, en<br />

esa cena, todo discurría por una veta propicia, por fin<br />

me llegaría la ocasión <strong>de</strong> dirigir mi primer largometraje,<br />

y si conseguía hacer la película que ya me imaginaba, sin<br />

duda, podía empezar a ser consi<strong>de</strong>rado un gran cineasta.<br />

Solo restaba que el autor y productor dieran vali<strong>de</strong>z al<br />

35


<strong>Alejandro</strong> González-<strong>Geell</strong><br />

guión que les había entregado un par <strong>de</strong> semanas antes a<br />

fin <strong>de</strong> someterlo a sus consi<strong>de</strong>raciones. Y aunque tenía el<br />

convencimiento <strong>de</strong> que el guión era irreprochable e idóneo<br />

para llevar la novela al cine, la incertidumbre acerca<br />

<strong>de</strong> la compatibilidad <strong>de</strong> sus criterios con los míos se batía<br />

contra la confianza que había <strong>de</strong>positado en mi trabajo.<br />

Finalmente, como todo plazo se cumple, esa noche sería<br />

<strong>de</strong>cisiva para mis pretensiones.<br />

No <strong>de</strong>ja <strong>de</strong> ser curioso que ese crucial día también<br />

cumpliera un año <strong>de</strong> dichoso matrimonio con mi Dánae.<br />

Las circunstancias y el azar habían querido hacer coincidir<br />

el primer aniversario <strong>de</strong> boda con la trascen<strong>de</strong>nte<br />

cena, lo cual consi<strong>de</strong>ré un feliz presagio. Y si todo sucedía<br />

como anhelaba, no podría haberle pedido más a la vida.<br />

36<br />

***<br />

El restaurante estaba bastante concurrido. No era <strong>de</strong><br />

gran<strong>de</strong>s dimensiones y resultaba muy acogedor. En una <strong>de</strong><br />

las mesas nos encontrábamos Ernesto Zavala, el productor,<br />

Dn. Mario, el novelista, y yo, metidos en los vericuetos <strong>de</strong><br />

una amena charla que iba a <strong>de</strong>rivar posteriormente al motivo<br />

<strong>de</strong> la reunión. Esta era la ocasión <strong>de</strong> mi primer contacto<br />

con Dn. Mario, el novelista, quien por entonces parecía ser<br />

el principal escollo frente a la aceptación <strong>de</strong>l guión que les<br />

había propuesto. De modo que conseguir su aprobación era<br />

<strong>de</strong>terminante para mis fines. En consecuencia, un cierto recelo<br />

rondaba porque conozco la vanidad y aprensión <strong>de</strong> los<br />

autores cuando se trata <strong>de</strong> su obra. Y yo había tenido la<br />

osadía <strong>de</strong> introducir algunas variaciones que me parecían<br />

soluciones idóneas para dotar <strong>de</strong> recursos audiovisuales al<br />

relato cinematográfico <strong>de</strong> la magnífica novela. Por lo tanto,<br />

era primordial que mis interlocutores asumieran la lógica <strong>de</strong><br />

mi razonamiento y lo compartieran en toda su extensión.<br />

El reputado escritor era un hombre mayor, serio y afable,<br />

con unos ojos escurridizos, <strong>de</strong> mirada punzante que<br />

parecía averiguar más <strong>de</strong> lo que está viendo. En cambio,<br />

Ernesto Zavala, el productor, era notablemente más jo-


<strong>Estela</strong><br />

ven, <strong>de</strong> talante inquieto y vivaz. Ernesto se había convertido<br />

en productor <strong>de</strong> cine hacía pocos años, pero no por<br />

ello <strong>de</strong>jaba <strong>de</strong> conocer a fondo todos los aspectos profesionales<br />

<strong>de</strong> la cinematografía. Antes <strong>de</strong> producir, se había<br />

<strong>de</strong>dicado a la actividad <strong>de</strong> la distribución, para terminar<br />

haciendo ambas activida<strong>de</strong>s compatibles en su actual<br />

quehacer. Como productor tenía otras dos películas que<br />

se exhibieron en circuitos reducidos <strong>de</strong> salas <strong>de</strong> cine, especializadas<br />

en filmes <strong>de</strong>l gusto <strong>de</strong> un público minoritario.<br />

Estas dos producciones habían sido proyectos arriesgados<br />

que finalmente obtuvieron el aval apreciado <strong>de</strong> la crítica<br />

y un aceptable rendimiento comercial. Pero su valía como<br />

productor talentoso se extendió cuando su último film<br />

ganó el primer premio en un acreditado festival internacional<br />

<strong>de</strong> cine. Por en<strong>de</strong>, gozaba <strong>de</strong> un meritorio prestigio<br />

cuando <strong>de</strong>cidió producir mi primer largometraje.<br />

-(¡Nuevamente el azar y la circunstancia!)- Fue el azar<br />

lo que nos llevó a conocernos y fue la circunstancia <strong>de</strong><br />

tener una pasión común por el cine la que me brindó la<br />

oportunidad <strong>de</strong> frecuentar al expresivo y culto productor<br />

Ernesto Zavala. Y, <strong>de</strong>s<strong>de</strong> luego, esto contribuyó a que<br />

nuestras charlas tuvieran flui<strong>de</strong>z e interés. Percibí pronto<br />

que Ernesto valoraba mis opiniones, y siempre me escuchaba<br />

con mucha atención. Un día -(venturoso)-, me sorprendió.<br />

Había adquirido los <strong>de</strong>rechos <strong>de</strong> una novela, y,<br />

sin muchos preámbulos, me propuso que trabajara en la<br />

adaptación y en la confección <strong>de</strong>l guión sobre la misma,<br />

y que, si estaba dispuesto, también dirigiera la película.<br />

—No creas que juego con mi trabajo. Sé que contigo<br />

no me equivoco: tienes talento. Y, que que<strong>de</strong> claro, tampoco<br />

espero per<strong>de</strong>r dinero con esta película—dijo sonriente<br />

Ernesto, una vez que acepté el envite.<br />

Sigamos. Nos encontrábamos en el restaurante, a la<br />

espera <strong>de</strong> la llegada <strong>de</strong> Dánae para empezar la cena.<br />

Mientras bebíamos unos finos y tomábamos unos entremeses<br />

como aperitivos, por la incertidumbre, <strong>de</strong>cidí<br />

con premura que era tiempo <strong>de</strong> hablar <strong>de</strong> mi concep-<br />

37


<strong>Alejandro</strong> González-<strong>Geell</strong><br />

ción <strong>de</strong>l guión. Les hice una razonada exposición que<br />

<strong>de</strong>mostraba que la clave <strong>de</strong> mi versión era narrar la historia<br />

<strong>de</strong>s<strong>de</strong> el punto <strong>de</strong> vista <strong>de</strong> la protagonista, aunque-<br />

(ciertamente)-en algunos aspectos, poner el énfasis en<br />

las implicancias <strong>de</strong> sus actos en los otros personajes. Y,<br />

en esos instantes, <strong>de</strong>seé como nunca que, durante su<br />

lectura, hubiesen advertido que el guión propuesto sustentaba<br />

un buen relato fílmico, dosificado y con hábil<br />

progresión, en beneficio <strong>de</strong> la compleja historia <strong>de</strong> la novela<br />

que entremezclaba <strong>de</strong> un modo admirable los celos,<br />

la resignación, la hipocresía, los intereses, los engaños,<br />

la vanidad y la pasión.<br />

La obra literaria había <strong>de</strong>spertado mi interés <strong>de</strong> forma<br />

particular porque me enfrentó a fundamentos <strong>de</strong> mi convicción<br />

acerca <strong>de</strong>l fracaso <strong>de</strong> la sociedad actual. La historia<br />

que narraba la novela ponía <strong>de</strong> manifiesto la vigencia<br />

<strong>de</strong> unos valores sociales que albergan las mezquinda<strong>de</strong>s<br />

que-(en la mayoría <strong>de</strong> las ocasiones)-se disfrazan <strong>de</strong> actitu<strong>de</strong>s<br />

aparentes, a fin <strong>de</strong> diluir su verda<strong>de</strong>ra intencionalidad,<br />

y cuyas <strong>de</strong>rivaciones pue<strong>de</strong>n así llegar a ser bastante<br />

corrosivas. Una sociedad <strong>de</strong>satinada en la que, a<strong>de</strong>más,<br />

todo vale. Es una lástima.<br />

—¿A Ud. qué le ha parecido el guión, Dn. Mario—<br />

le pregunté un tanto ansioso por conocer la opinión <strong>de</strong>l<br />

autor, que <strong>de</strong>bía ser quien más conociera sus personajes.<br />

—Mire, amigo Antonio, <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> haberlo leído con<br />

mucha atención y al oír las argumentaciones que nos acaba<br />

<strong>de</strong> dar, quiero <strong>de</strong>cirle que estoy muy <strong>de</strong> acuerdo con<br />

su planteamiento. <strong>Estela</strong> es el eje <strong>de</strong> la historia. Estoy<br />

satisfecho con su adaptación. Veo que ha comprendido<br />

la novela—sentenció con autoridad el autor, que tenía un<br />

enorme peso intelectual.<br />

Su respuesta atenuó mis nervios y aniquiló la incertidumbre<br />

<strong>de</strong> un plumazo. Mi seguridad se afianzó con<br />

el dictamen <strong>de</strong>l escritor. No pu<strong>de</strong> evitar sonreír agra<strong>de</strong>cido<br />

y cuando iba a contestar, Ernesto se a<strong>de</strong>lantó para<br />

38


<strong>Estela</strong><br />

dar también su opinión sobre el guión. Con educación,<br />

guardé silencio y <strong>de</strong>jé paso a las palabras <strong>de</strong>l productor.<br />

Todo lo que dijo fue positivo y en cierto sentido similar<br />

al pronunciamiento <strong>de</strong>l escritor. Tampoco Ernesto se contuvo<br />

al complacerme con frases enfáticas, que eran muy<br />

típicas en él, cuando aprovechaba <strong>de</strong> adular al exponer<br />

sus puntos <strong>de</strong> vista. De modo que, en principio, todos<br />

coincidimos en la calidad <strong>de</strong> la propuesta.<br />

Ese primer pleno que obtuve con la aprobación <strong>de</strong> mis<br />

criterios tenía una contrapartida ineludible: la responsabilidad<br />

<strong>de</strong>l resultado <strong>de</strong>l film recaería únicamente en mí.<br />

No podía ser <strong>de</strong> otro modo. La aceptación total <strong>de</strong> mis<br />

planteamientos me dotaba <strong>de</strong> libertad, y-(llegado el caso)-<br />

también me obligaba a una incorruptible adhesión al compromiso.<br />

Sin embargo, aún quedaba por hablar.<br />

Justo cuando acababa <strong>de</strong> consumarse ese primer éxito,<br />

entró Dánae en el restaurante como si temiera no hallarnos.<br />

Sin dar ningún paso, buscó con la mirada. El maître<br />

que estaba presto para recibir a los clientes se dirigió a su<br />

encuentro. Dánae nos vio enseguida y le indicó nuestra<br />

mesa. El maître la acompañó hasta nosotros.<br />

Los tres varones nos pusimos <strong>de</strong> pie a su llegada. Saludé<br />

a mi Dánae con un beso cariñoso e hice la presentación<br />

respectiva al reputado escritor. Dánae quiso saludar a Ernesto,<br />

a quien ya conocía, con un beso en la mejilla, y yo le<br />

permití el paso. Luego, inició los movimientos para quitarse<br />

la gabardina. A mí me gustó su aspecto, y sonriendo le<br />

murmuré al oído: “no hay nadie más guapa ni en mil kilómetros<br />

a la redonda”. Ella me respondió con gesto coqueto<br />

y escondido. El maître recogió la prenda y se la entregó a<br />

la señora encargada <strong>de</strong>l guardarropa que cumplida se había<br />

acercado a la mesa. Enseguida, el maître retiró la silla<br />

para que Dánae pudiera sentarse. Yo estuve observando a<br />

mi mujer en todo momento y, en cuanto se sentó, le así la<br />

mano como para señalar que ella era territorio <strong>de</strong> mis pertenencias.<br />

Quise hacerlo porque me enorgullecía saberme<br />

dueño <strong>de</strong> tan preciado tesoro. El diligente maître solicitó<br />

39


<strong>Alejandro</strong> González-<strong>Geell</strong><br />

permiso para tomar los pedidos y obtuvo las respuestas en<br />

nombres <strong>de</strong> platos, entremeses, ensaladas, agua y vino.<br />

Durante la cena se continuó hablando <strong>de</strong>l guión y<br />

<strong>de</strong> la película. Presentí que era imprescindible ahondar<br />

acerca <strong>de</strong> sus personajes. Sobre todo <strong>de</strong> la protagonista-<br />

(<strong>Estela</strong>)-que era una <strong>de</strong> mis preocupaciones sustanciales.<br />

En la sobremesa introduje mi inquietud sobre la actriz<br />

que <strong>de</strong>bía interpretar ese rol, sin estar seguro <strong>de</strong> la necesidad<br />

<strong>de</strong> mostrar mi preocupación.<br />

—¿Y en qué actriz has pensado—me preguntó Ernesto,<br />

con la intención <strong>de</strong> indagar en mi i<strong>de</strong>a <strong>de</strong> <strong>Estela</strong>.<br />

Con su mente cinéfila, pue<strong>de</strong> que intentara conocer<br />

si mi visualización <strong>de</strong>l personaje se asemejaba a la que él<br />

se habría configurado libremente. Y no sería extraño que<br />

quisiese averiguarlo para saber si su eventual contratación<br />

fuera compatible con el presupuesto que tendría previsto.<br />

—He pensado muchísimo en la protagonista, y me resulta<br />

complicado concretarla en alguien. Ahora mismo no<br />

podría darte una opción cierta—le respondí con sinceridad.<br />

Des<strong>de</strong> que me puse a escribir el guión, tuve sensaciones<br />

encontradas con este personaje. <strong>Estela</strong> es una mujer tan<br />

bella como atractiva, con una frialdad soterrada, que sería<br />

férrea cuando le fuera conveniente a sus fines, los mismos<br />

que sabe prever con una mente calculadora. Asimismo,<br />

domina los matices cuando precisa mostrarse tierna e in<strong>de</strong>fensa...<br />

Y usa esa cautivadora ternura como un útil instrumento<br />

que manejada a su antojo, lo que potencia su<br />

peligroso atractivo. No quepa duda, es una gran manipuladora.<br />

Pero, en todo caso, es una mujer fascinante.<br />

Sabía que iba a ser difícil encontrar quien pudiera encajar<br />

perfectamente con <strong>Estela</strong>. Durante la conversación en la<br />

sobremesa, mi preocupación estaba tan presente como el pal-<br />

40


<strong>Estela</strong><br />

pitar <strong>de</strong> mi corazón, porque comprendí que llegaría la hora<br />

<strong>de</strong> tomar la <strong>de</strong>cisión. Y no cabía posibilidad <strong>de</strong> equivoco en<br />

la elección <strong>de</strong> la actriz para el difícil papel. Su interpretación<br />

iba a ser <strong>de</strong>cisiva para hacer la película que yo quería. Tenía<br />

muy claro que <strong>de</strong> no acertar, el fracaso me rondaría, fraguando<br />

su trama. De modo que mi elección <strong>de</strong> la protagonista no<br />

era un cometido sencillo. Des<strong>de</strong> luego, la elegida <strong>de</strong>bía reunir<br />

<strong>de</strong>terminadas características naturales y un gran talento para<br />

po<strong>de</strong>r construir un personaje contradictorio.<br />

—Procura tenerlo claro lo antes posible, porque al final<br />

las prisas no son buenas consejeras. Te lo digo por<br />

experiencia—dijo Ernesto con amabilidad, no exenta <strong>de</strong><br />

un tono paternal que no me pareció atinado, pero lo <strong>de</strong>jé<br />

pasar como si el asunto no fuera conmigo.<br />

—Ya lo sé, Ernesto, ya lo sé...<br />

—Dame opciones y verás que consigo lo que <strong>de</strong>seas...<br />

bueno, si no se salen <strong>de</strong>l presupuesto—agregó como un<br />

buen ejecutivo.<br />

—No te preocupes, encontraré a la mejor <strong>Estela</strong>, y a<br />

buen precio—bromeé con una sonrisa tranquilizadora a<br />

fin <strong>de</strong> dar la impresión <strong>de</strong> seguridad.<br />

Una vez alejadas mis tensiones preliminares, me sentí<br />

cómodo para exponer algunas consi<strong>de</strong>raciones acerca <strong>de</strong><br />

<strong>Estela</strong>. Pero el entusiasmo me arrastró y me <strong>de</strong>jé llevar<br />

por una ingenuidad propia <strong>de</strong> un principiante. Y, cautivado<br />

por tan magnífico personaje, volví a asomar mis dudas<br />

-(cosa que siempre procuraba evitar)-. Pero entonces no<br />

me importó porque pretendía poner <strong>de</strong> relieve que la actriz<br />

elegida <strong>de</strong>bía ser alguien muy especial, <strong>de</strong> una sutileza<br />

atrevida, no muy corriente <strong>de</strong> hallar.<br />

—Como ya sabemos, <strong>Estela</strong> tiene una personalidad camaleónica<br />

que suele armonizar bien con la condición <strong>de</strong><br />

41


<strong>Alejandro</strong> González-<strong>Geell</strong><br />

hembra seductora, y ella lo sabe. Físicamente, la imagino<br />

<strong>de</strong>lgada pero <strong>de</strong> una naturaleza privilegiada, con gran<strong>de</strong>s<br />

ojos <strong>de</strong> mirada ambigua que suscitan fascinación. Asimismo,<br />

<strong>de</strong>be tener una clase innata que siempre sobresale—me<br />

encontré diciendo e imaginando a la <strong>Estela</strong> que<br />

<strong>de</strong>ambulaba volátil por mi cabeza, hasta que me enfrenté<br />

al rostro <strong>de</strong> mi Dánae.<br />

Y algo ocurrió. Algo extraño y sorpren<strong>de</strong>nte. Cuando<br />

<strong>de</strong>scribía al personaje, <strong>de</strong>scubrí una seria semejanza<br />

física <strong>de</strong> mi mujer con la <strong>Estela</strong> que estaba dibujando.<br />

Sin embargo, no me permití ni un asomo que pudiera<br />

insinuarlo. Lo cierto es que nunca he sabido por qué<br />

sucedió así. Tampoco antes la similitud entre Dánae y<br />

<strong>Estela</strong> se me había cruzado por la mente, y menos <strong>de</strong> un<br />

modo tan evi<strong>de</strong>nte.<br />

En las <strong>de</strong>cisiones que atañían a mi trabajo siempre<br />

había sido muy resolutivo y seguro, pero <strong>Estela</strong> me creaba<br />

conflictos <strong>de</strong>bido a su complejidad e importancia. Y<br />

cuando en mi mujer se perfiló la imagen <strong>de</strong> <strong>Estela</strong>, me<br />

encontré con una eventual solución al difícil problema<br />

<strong>de</strong> darle vida en el celuloi<strong>de</strong>. Por incoherente que pueda<br />

parecer no quise seguir pensando en aquella posibilidad,<br />

aunque sabía que Dánae era una actriz preparada, <strong>de</strong><br />

mucho talento, a la que solo le faltaba una oportunidad<br />

como ésta para po<strong>de</strong>r <strong>de</strong>mostrarlo. Consi<strong>de</strong>ré que<br />

resolver el dilema adjudicando el rol protagónico a mi<br />

mujer pudiera mellar mi reputación profesional. De ningún<br />

modo estaba dispuesto a <strong>de</strong>jar entrever que el amor<br />

pudiera hacerme per<strong>de</strong>r el rigor y la objetividad, aunque<br />

hubiera sido una noche <strong>de</strong> triunfo que en gran medida<br />

me autorizaba a seguir trabajando con libertad en la<br />

película.<br />

Una vez finalizada la cena, yo estaba muy satisfecho<br />

porque había superado un difícil e ineludible escollo. De<br />

vuelta a casa, Dánae también se mostró muy contenta<br />

con el <strong>de</strong>sarrollo <strong>de</strong> la reunión.<br />

42


<strong>Estela</strong><br />

—¡Me encanta observarte cuando hablas!—me dijo<br />

Dánae con adorable entonación.<br />

Sus palabras me agradaron porque sé que quisieron<br />

<strong>de</strong>cir mucho más <strong>de</strong> lo que dijeron. Dánae sonreía con<br />

alegría sincera por el éxito, que, <strong>de</strong> alguna manera, también<br />

hizo suyo. Me sentí un privilegiado y, en un arrebato<br />

generoso, quise hacerla partícipe <strong>de</strong>l reciente <strong>de</strong>scubrimiento,<br />

sin otra intención que <strong>de</strong>volverle su halago.<br />

—¿Sabes una cosa, mientras hablaba <strong>de</strong> <strong>Estela</strong>, me<br />

di cuenta que tú bien podrías ser ella—le dije y esperé su<br />

reacción, pero Dánae, sin darle mayor importancia a la<br />

frase, cambió radicalmente <strong>de</strong> tema.<br />

—¡Eso no va a hacer que te perdone que hayas olvidado<br />

<strong>de</strong> nuestro aniversario!—me reprochó amistosamente y con<br />

cariño; creo que más para soltar su <strong>de</strong>seo <strong>de</strong> hablar <strong>de</strong>l aniversario<br />

<strong>de</strong> matrimonio que por algún inexistente malestar.<br />

—¡Cómo he podido olvidarlo! Lo siento...—le respondí<br />

sonriendo, en una farsa que comenzaba.<br />

—Eres un egoísta—dijo con gracia, sin preten<strong>de</strong>r ofen<strong>de</strong>r<br />

ni con ninguna connotación <strong>de</strong> crítica.<br />

Pero cuando entramos en casa, la situación iba a dar un<br />

insospechado vuelco. Le pedí que me sirviera una copa, para<br />

lo que tenía que ir a abrir el mueble-bar. Ella accedió.<br />

—Bueno, amor, te lo serviré porque ahora tenemos<br />

que hacer un brindis por nuestro aniversario—dijo, sin<br />

per<strong>de</strong>r la ilusión <strong>de</strong> una celebración.<br />

Y cuando abrió la portezuela <strong>de</strong>l mueble, vio que al<br />

lado <strong>de</strong> la hielera -(plateada y brillante como un espejo)-<br />

había una caja transparente con una orquí<strong>de</strong>a negra.<br />

Pero esa no era toda la sorpresa. Dentro <strong>de</strong> esa caja, ha-<br />

43


<strong>Alejandro</strong> González-<strong>Geell</strong><br />

bía otra más pequeña, aterciopelada en azul. Sin duda<br />

creo haber conseguido el efecto esperado. Dánae, algo<br />

azorada, parecía no creer lo que estaba viendo y se mostraba<br />

algo turbada. Se inclinó para acercar la vista a ese<br />

inesperado hallazgo, se recogió el pelo para apartarlo <strong>de</strong><br />

la línea <strong>de</strong> su mirada y se encontró con una tarjeta entre<br />

la cinta que se entrecruzaba sobre la cajita aterciopelada.<br />

No se contuvo y, superada por la curiosidad, la cogió<br />

con cuidado. La tarjeta <strong>de</strong>cía: “Sé te gustan las bromas,<br />

<strong>de</strong>bes aceptar ésta. Feliz aniversario, mi amor. Tu enamorado<br />

amante. Antonio”<br />

Enseguida, con inusitada expresividad y sin po<strong>de</strong>r contener<br />

la alegría, se lanzó sobre mí, colgándose <strong>de</strong> mi cuello.<br />

—¡Eres un tramposo!... ¡Yo sabía que no podías olvidarlo!<br />

Pero ¿por qué me haces esto—dijo, cohibida, sin<br />

salir <strong>de</strong> su asombro.<br />

—¿No vas a abrir tu regalo—le dije y ella me miró,<br />

me dio un besito espontáneo y <strong>de</strong>shizo el abrazo.<br />

Dio un paso y, como si hubiera sido presa <strong>de</strong> la vergüenza,<br />

se apresuró a abrir la cajita. Quitó la cinta y la<br />

caja aterciopelada quedó libre <strong>de</strong> toda atadura, la abrió<br />

con pru<strong>de</strong>ncia como si esperase que fuese otra broma.<br />

Pero no. Dentro reposaba un carísimo brazalete <strong>de</strong> oro<br />

<strong>de</strong> gran diseño. Era el mismo que habíamos visto días<br />

atrás en el escaparate <strong>de</strong> una lujosa joyería y que, según<br />

comentó entonces, le parecía maravilloso. Y mientras se<br />

lo ponía con timi<strong>de</strong>z y esmero, fui a la nevera y traje<br />

una botella fría <strong>de</strong> Moët&Chandon. Después <strong>de</strong> <strong>de</strong>scorcharla,<br />

serví dos copas, y orgulloso le propuse brindar<br />

por tan señalada ocasión. El brindis fue el indulto <strong>de</strong><br />

la pena que se me hubiera impuesto por la broma que,<br />

finalmente, no había sido más que un intento simpático<br />

<strong>de</strong> resarcirme por la reunión que impidió otro tipo <strong>de</strong><br />

celebración <strong>de</strong>l aniversario. De cualquier manera, aparte<br />

<strong>de</strong> la sorpresa, mi adorada esposa estaba encantada con<br />

la broma.<br />

44


<strong>Estela</strong><br />

—¿Y cómo te las arreglaste para preparar todo esto<br />

—Olvídalo. Si te ha gustado, ha valido la pena—le<br />

dije, <strong>de</strong>jando la copa sobre la mesa <strong>de</strong> centro <strong>de</strong>l salón.<br />

Me acerqué a ella, <strong>de</strong>spojándome <strong>de</strong> la gabardina y<br />

<strong>de</strong> la chaqueta, que cayeron al suelo. La cogí por su espalda,<br />

cruzándole los brazos sobre sus pechos, y ella se<br />

<strong>de</strong>jó. Echó la cabeza hacia atrás hasta apoyarla en mi pecho<br />

y yo retiré su cabello para besarle la parte posterior<br />

<strong>de</strong>l cuello. Luego colaboró cuando la ayudé a quitarse su<br />

gabardina, que también cayó al suelo junto a las otras<br />

prendas <strong>de</strong>sparramadas. Ella se giró sobre sí misma, sin<br />

apartarse un centímetro <strong>de</strong> mi cuerpo y quedamos cara a<br />

cara, muy cerca, rozándonos los labios. Y como guiados<br />

por preceptos <strong>de</strong> un pacto tácito, comencé a <strong>de</strong>sabrochar<br />

uno a uno los botones <strong>de</strong> su blusa, mientras ella con acertados<br />

movimientos me facilitaba la tarea, aun manteniendo<br />

sus manos entrecruzadas en mi nuca. Conseguí acabar<br />

rápido con los botones, y sus senos firmes se asomaron<br />

y se me ofrecieron con generosidad. Dánae me miró sin<br />

<strong>de</strong>cir nada, y se puso a <strong>de</strong>sabotonar los <strong>de</strong> mi camisa.<br />

Con aptitud <strong>de</strong>snudó mi torso, me <strong>de</strong>spojó <strong>de</strong> la camisa y<br />

comenzó a mecerse con premeditada lentitud para hacer<br />

rozar sus provocativos senos contra mi pecho. Al instante<br />

sus rosados pezones empezaron a endurecerse notoriamente.<br />

Sin solución <strong>de</strong> continuidad, renunciamos al resto<br />

<strong>de</strong> nuestras ropas que se esparcieron en <strong>de</strong>sor<strong>de</strong>n por el<br />

piso. Nos fuimos abandonando en la pasión que nos llevó<br />

a ten<strong>de</strong>rnos sobre la gruesa alfombra que ocupaba gran<br />

parte <strong>de</strong>l salón. Allí retozamos quedadamente, disfrutándonos<br />

durante un prolongado preámbulo <strong>de</strong> caricias<br />

arrastradas por la embriaguez <strong>de</strong>l amor... Y esa mutua<br />

entrega se envolvió <strong>de</strong> voluptuosidad y, sin inhibiciones<br />

que nos coartara, nos sumergimos en un goce repleto <strong>de</strong><br />

complacientes sensaciones...<br />

Los besos se fueron tornando gradualmente en más<br />

pasionales y efusivos al pábulo <strong>de</strong> las caricias. Mientras<br />

nos besábamos en un beso continuado, largo e inmenso,<br />

45


<strong>Alejandro</strong> González-<strong>Geell</strong><br />

no pu<strong>de</strong> evitar estrecharla con mis brazos, apretándola<br />

con fuerzas en un arranque incontrolado <strong>de</strong> posesión que<br />

quería acreditar que era solamente mía. Quería transmitirle<br />

mi sentido <strong>de</strong> posesión. Y entonces solo pensé en<br />

<strong>de</strong>jarme llevar, y ella así también lo hizo. Recorrí con mis<br />

labios casi literalmente todos los centímetros <strong>de</strong> su piel<br />

durante una momentánea eternidad, hasta que volví a<br />

encontrarme con su boca anhelante. La besé y mordí suavemente<br />

sus labios con la paciencia <strong>de</strong> un amante <strong>de</strong>sesperado...<br />

Mi boca <strong>de</strong>scendía por la <strong>de</strong>lica<strong>de</strong>za <strong>de</strong>l cuello<br />

esbelto <strong>de</strong> Dánae, y me fui embriagando con el exclusivo<br />

aroma <strong>de</strong> su piel que actuaba como intenso estímulo<br />

en esa búsqueda placentera... Alcancé a divisar sus ojos<br />

entrecerrados, lo que vino a acentuar el impreciso y sensual<br />

gesto que se le dibujaba en el rostro y que interpreté<br />

como una irrechazable invitación a que continuara. Mi<br />

boca insaciable prosiguió su ruta in<strong>de</strong>finida ahora por sus<br />

hombros que claudicaron y <strong>de</strong>mostraron que las caricias<br />

le apetecían porque no las evitaron, aunque a veces fueran<br />

mordidos suavemente y otras con mayor firmeza.<br />

Dánae comenzó a emitir pequeños quejidos con una<br />

ambigüedad excitante, que no eran sino su respuesta que<br />

mezclaba sonidos <strong>de</strong> goce y dolor, y que singularmente<br />

pue<strong>de</strong>n escaparse <strong>de</strong> la garganta <strong>de</strong> una hembra atada a la<br />

concupiscencia que empieza a anular la capacidad racional.<br />

Y ella resistía con sus ojos ahora cerrados ostensiblemente,<br />

mientras impalpables sensaciones placenteras <strong>de</strong><br />

un <strong>de</strong>seo irreverente iban recorriendo su cuerpo y toda su<br />

naturaleza. El tiempo se <strong>de</strong>tuvo y no existió más mundo<br />

que nuestra complicidad... Se me manifestó una inusual<br />

premura y, ya cautivo <strong>de</strong>l <strong>de</strong>seo, en un instante cualquiera,<br />

me fijé en la botella <strong>de</strong> champagne a medio llenar sobre la<br />

mesa <strong>de</strong> centro. La cogí y, con lentitud, fui <strong>de</strong>rramando el<br />

chispeante líquido sobre sus arrebatadores pechos, <strong>de</strong>s<strong>de</strong><br />

don<strong>de</strong> inició un sinuoso recorrido por la tersa y perfumada<br />

piel <strong>de</strong> mi mejor Dánae, lo que me invitó a atraparlo<br />

con mis labios. Comencé sobre sus pechos que se sometieron<br />

complacientes a mi boca vehemente, y continué<br />

sorbiendo sobre su vientre firme y sensible a esa experiencia.<br />

Y dado que mi paciente hacer no podía consumir<br />

46


<strong>Estela</strong><br />

suficiente líquido, el que se escapaba siguió abriéndose<br />

paso como una serpiente dorada por la senda que le llevaba<br />

a inmiscuirse entre los bien <strong>de</strong>lineados vellos cobrizos<br />

<strong>de</strong> su pubis hasta que alcanzó los labios entreabiertos <strong>de</strong><br />

su sexo que evi<strong>de</strong>nciaba un <strong>de</strong>seo pujante. El contacto<br />

<strong>de</strong>l champagne con los rosados labios <strong>de</strong> su <strong>de</strong>licado sexo<br />

le fue provocando una mezcla <strong>de</strong> sensaciones y fantasías<br />

libidinosas, que su atrevida sexualidad acogió con verda<strong>de</strong>ro<br />

regocijo. Y yo no pu<strong>de</strong> <strong>de</strong>jar <strong>de</strong> beber en los pliegues<br />

<strong>de</strong>l sexo <strong>de</strong> mi entregada hembra ese brebaje que se mezclaba<br />

con sus íntimas mieles. Sorbí hasta <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> que<br />

se agotara el champagne, y seguí lamiendo esos pliegues<br />

entreabiertos que exhibían su plena disposición al juego<br />

amoroso. Dánae, obediente a aquel <strong>de</strong>leite, acusaba en su<br />

rostro los efectos <strong>de</strong>l placer. La expresión sensual <strong>de</strong> sus<br />

gestos inequívocamente eróticos fueron mayor estímulo<br />

para mi obstinado <strong>de</strong>seo que también se nutría <strong>de</strong> los<br />

aromas íntimos <strong>de</strong> mi hembra encelada... Mi boca se apo<strong>de</strong>ró<br />

por largos minutos <strong>de</strong> los suaves labios <strong>de</strong> su sexo<br />

herido <strong>de</strong> amor y <strong>de</strong>seo. A la mejor Dánae le quemaba la<br />

excitación y comenzó a removerse en la firmeza <strong>de</strong> mis<br />

brazos al sentir el contacto <strong>de</strong> mi boca y <strong>de</strong> mi lengua<br />

experta en la flor <strong>de</strong> su sexo. Muy pronto, Dánae recibió<br />

algo como un latigazo súbito <strong>de</strong> gusto que se tradujo en<br />

un espasmódico movimiento y, a continuación, con voluntad,<br />

no quiso rehuir esas eficaces caricias sino que las<br />

buscaba y las fomentaba... La concupiscencia nos inundó<br />

y sus ojos se entornaron como si quisiera concentrarse<br />

para recoger todo ese tremendo placer. Sin cesar mi buen<br />

hacer en su empapado sexo, mis manos subieron por su<br />

vientre para ir juguetear con la copa <strong>de</strong> sus senos firmes,<br />

bellos y predispuesto. Apreté sus pezones con firmeza y<br />

los solté para volver a repetir la acción con experimentada<br />

intensidad. Y esa abrasadora pasión-(tan recurrente<br />

en Dánae)-que la envolvía, se convirtió en el motor <strong>de</strong><br />

mis actos lujuriosos. Su goce lo hice mío. Recuerdo que<br />

tampoco podía frenar-(ni era menester)-la insaciable ansia<br />

por continuar besando, succionando y mordisqueando<br />

la flor <strong>de</strong> su sexo que no rechazaba la ocasión <strong>de</strong> ofrecerse<br />

sino que me incitaba a no <strong>de</strong>tener la excitante labor. La<br />

estaba disfrutando sin restricciones cuando los músculos<br />

<strong>de</strong> su abdomen empezaron a contraerse a causa <strong>de</strong> su pri-<br />

47


<strong>Alejandro</strong> González-<strong>Geell</strong><br />

mer gran orgasmo que vino a invadirla <strong>de</strong> placer y, <strong>de</strong>s<strong>de</strong><br />

luego, a potenciar todavía más mi encendida libido.<br />

Su boca quiso <strong>de</strong>cir algo pero apenas atinó a mor<strong>de</strong>rse<br />

los labios imprimiendo a su sensual rostro un gesto<br />

explícito que <strong>de</strong>notaba la satisfacción que aquel juego<br />

pasional le regalaba. Me incentivó mirar su rostro y, enar<strong>de</strong>cido<br />

como estaba, <strong>de</strong>cidí ir a besarla impregnado <strong>de</strong><br />

sus propias mieles, y luego cuando mi boca fue a alcanzar<br />

sus senos firmes y erguidos, ella colaboró acomodando<br />

su cuerpo para ofrecérmelos con generosa voluntad. Mi<br />

erótica ansiedad conducida por una voracidad inopinada,<br />

me llevó al intento <strong>de</strong> tragármelos completos uno a uno y<br />

<strong>de</strong> una sola vez con premura y sin intuir la imposibilidad<br />

física <strong>de</strong> hacerlo con la capacidad <strong>de</strong> mi boca. Sin embargo,<br />

aquel fallido intento me motivó porque los pechos <strong>de</strong><br />

mi amada, sin evadirse, secundaron esa aspiración, aunque<br />

sabían que no existía posibilidad alguna <strong>de</strong> éxito. Fue<br />

una concesión generosa y <strong>de</strong> complicidad... Entonces, mi<br />

<strong>de</strong>seo quiso recompensarla y, lejos <strong>de</strong> cualquier resignación,<br />

succioné uno a uno los erectos pezones que se daban<br />

orgullosos y beligerantes. Los succioné, los besé y los<br />

mordisqueé repetidas veces sin saciarme <strong>de</strong> ellos, lo que<br />

no era posible. Los senos mostraban su gratitud cuando<br />

recibían aquellas disímiles acciones nacidas <strong>de</strong>s<strong>de</strong> mi <strong>de</strong>seo,<br />

libido y morbo, que se aunaban en otro impreciso<br />

-(o preciso)- incentivo que solo pue<strong>de</strong> generar el amor en<br />

eróticas circunstancias.<br />

Dejé sus pechos y la mire a los ojos. Y <strong>de</strong> pronto, con<br />

<strong>de</strong>cisión, una <strong>de</strong> mis manos fue a entremeterse en la cabellera<br />

<strong>de</strong> mi hembra, y una vez metida en la espesura<br />

<strong>de</strong> sus cabellos los revolví con <strong>de</strong>sor<strong>de</strong>n para luego asirlos<br />

con ostensible firmeza y tiré fuerte <strong>de</strong> ellos. Dánae<br />

no se quejó, aunque vi que un efímero gesto doloroso se<br />

posó en su rostro. No obstante, parecía disfrutar con el<br />

sometimiento a aquella fuerza que <strong>de</strong>notaba po<strong>de</strong>r, y que<br />

la llevaba en cualquier dirección que le impusieran los<br />

movimientos enérgicos al tirar <strong>de</strong> sus cabellos. Los obe<strong>de</strong>cía<br />

y, sometida, echó la cabeza hacia atrás y curvó su<br />

espalda, tal vez entonces buscase una explicación que no<br />

48


<strong>Estela</strong><br />

existía. Con mi amada amante en esa posición, mi boca<br />

reemprendió su viaje <strong>de</strong>scen<strong>de</strong>nte sobre la tersura <strong>de</strong> su<br />

piel dorada para recorrer los músculos sólidos y lisos <strong>de</strong><br />

su abdomen. En un momento, <strong>de</strong>cidí relajar la tensión<br />

<strong>de</strong> mi mano y solté suavemente los sedosos cabellos <strong>de</strong><br />

Dánae, pero, enseguida, esa misma mano se <strong>de</strong>slizó con<br />

lentitud para ir ahora coger las apetitosas copas <strong>de</strong> sus<br />

firmes senos, con el único encargo <strong>de</strong> incrementarle las<br />

sensaciones placenteras también con el tacto <strong>de</strong> mis <strong>de</strong>dos...<br />

Al mismo tiempo, mis labios <strong>de</strong>scendieron sin prisa<br />

por un in<strong>de</strong>finido recorrido hasta que se <strong>de</strong>tuvieron para<br />

permitir que mi lengua investigara la graciosa y bien confeccionada<br />

joya <strong>de</strong> su ombligo. Allí mi boca jugó unos<br />

inquietos instantes y prosiguió el camino <strong>de</strong>scen<strong>de</strong>nte<br />

para volver a la naciente <strong>de</strong>l bien <strong>de</strong>lineado cobrizo vello<br />

púbico <strong>de</strong> mi joven amante. La voluptuosidad, que ya impregnaba<br />

la atmósfera <strong>de</strong> nuestras existencias, parecía ser<br />

inextinguible. Con la boca situada en esa tenue frontera<br />

<strong>de</strong> piel y vellos <strong>de</strong>licados, no pu<strong>de</strong> sino concebir <strong>de</strong>jarme<br />

guiar por el inconfundible perfume erótico <strong>de</strong> mi hembra<br />

<strong>de</strong>seosa. Y otra vez estaba en la búsqueda <strong>de</strong>liberada <strong>de</strong><br />

su sexo, que parecía ansiar mi llegada. No tardé en alcanzar<br />

sus pliegues rosados que mostraba su excitación con<br />

abundancia <strong>de</strong> fluidos aromados <strong>de</strong> sus mieles. Mi lengua<br />

exploró con <strong>de</strong>lica<strong>de</strong>za esos <strong>de</strong>liciosos pliegues y los trató<br />

con sapiencia en todos los sentidos, para <strong>de</strong>tenerse don<strong>de</strong><br />

podía acariciar con comodidad el botón más sensible <strong>de</strong><br />

su precioso sexo, que se erguía orgulloso y provocativo.<br />

Dánae, extraviada por eróticos <strong>de</strong>signios, acataba los<br />

mensajes <strong>de</strong> su libido que la llevaron a convertirse en<br />

esclava <strong>de</strong>l <strong>de</strong>seo. La sensualidad <strong>de</strong> sus <strong>de</strong>sor<strong>de</strong>nados<br />

gestos era una manifestación incitante que traduje como<br />

una súplica para que prosiguiera regalándole aquel goce<br />

enloquecedor y que, a su vez, participaba como parte y<br />

aliciente <strong>de</strong> mi propio placer. No existía nada preestablecido,<br />

solo la pasión <strong>de</strong>sbocada <strong>de</strong> mis instintos me conducía<br />

y, sin per<strong>de</strong>r la suave ca<strong>de</strong>ncia <strong>de</strong> mi quehacer, <strong>de</strong>s<strong>de</strong><br />

el sensible botón se generó un orgasmo sobrevenido que<br />

se le fue transmitiendo en una especie <strong>de</strong> variados latigazos<br />

en distintas intensida<strong>de</strong>s. Dánae, como si buscara la<br />

49


<strong>Alejandro</strong> González-<strong>Geell</strong><br />

clemencia <strong>de</strong> un verdugo inmisericor<strong>de</strong>, asió una <strong>de</strong> mis<br />

manos y la llevó a su boca para comenzar a succionar mis<br />

<strong>de</strong>dos con ansiedad y <strong>de</strong>senfreno. Los mordía y <strong>de</strong>jaba <strong>de</strong><br />

mor<strong>de</strong>rlos, los besaba y no paraba <strong>de</strong> lamerlos, en un <strong>de</strong>lirio<br />

continuado que parecía escaparse <strong>de</strong> cualquier control.<br />

Pero mi meticulosa tarea hizo que Dánae no cesara<br />

<strong>de</strong> encontrar más placer, quizás, nacido <strong>de</strong>l mismo placer.<br />

Y cuando sus sensaciones <strong>de</strong> goce se apaciguaron un<br />

poco, Dánae consiguió un breve instante <strong>de</strong> sosiego que<br />

aprovechó para dar un largo suspiro y para besar mi mano<br />

con cariño. La besó con cariño y luego la llevó contra su<br />

cara, como si fuese un tierno peluche. Pero aún los orgasmos<br />

no la habían abandonado <strong>de</strong>l todo. Y, puesto que mi<br />

quehacer no se había interrumpido, su goce renació con<br />

brío e intensidad. Las nuevas sensaciones comenzaron a<br />

<strong>de</strong>rrotarla y, como si no hallara otra <strong>de</strong>fensa, se llevó su<br />

mano <strong>de</strong>recha a la boca, la quiso lamer pero la mordió<br />

con fuerzas y empezó a mover su cabeza en una especie<br />

<strong>de</strong> histeria que no era sino la consecuencia incontrolada<br />

<strong>de</strong> un exquisito e infrecuente placer que la <strong>de</strong>rretía más<br />

allá <strong>de</strong> cualquier amparo. Sin saber qué hacer en medio<br />

<strong>de</strong> aquel <strong>de</strong>liquio, Dánae me cogió <strong>de</strong> los cabellos para<br />

revolverlos irresoluta, tiró <strong>de</strong> ellos y luego acarició con<br />

suavidad mi cabeza, casi todo a un tiempo, cuando yo<br />

intensificaba mi labor meticulosa y recurrente con mi<br />

boca que actuaba <strong>de</strong> mil maneras en el embriagador sexo<br />

<strong>de</strong> mi amada. Y luego, mientras disfrutaba sorbiendo los<br />

almíbares <strong>de</strong> mi hembra, besando con besos gran<strong>de</strong>s la<br />

apetitosa entrada <strong>de</strong> su bello sexo, como poseído por un<br />

inconfesable propósito, mis labios y dientes <strong>de</strong>cidieron<br />

mor<strong>de</strong>r y soltar con rítmica alternancia la flor hermosa<br />

<strong>de</strong> su adorado sexo, que se mantenía dura y erecta con<br />

orgullo. Toda esa mezcla <strong>de</strong> caricias diversas-(y también<br />

algunas algo hostiles)-, las recibió con estoicismo, y el<br />

clítoris recomenzó a proporcionarle, esta vez, sin interrupción<br />

las sensaciones lujuriosas más placenteras que<br />

el goce <strong>de</strong> Dánae hubo conocido. Casi no podía hacerse<br />

cargo <strong>de</strong> su inmensidad que emitió entre quejas libidinosas<br />

un ahogado y pequeño grito, al mismo instante que su<br />

cuerpo se sacudió con varias contracciones musculares in-<br />

50


<strong>Estela</strong><br />

voluntarias que le fueron imposibles <strong>de</strong> contener. Las ráfagas<br />

<strong>de</strong> un goce sin par le subían como brasas <strong>de</strong>rretidas,<br />

en marejadas sucesivas intermitentes y prolongadas. Sus<br />

quejas se transformaron en mi incentivo y generaron más<br />

pasión a la pasión... más <strong>de</strong>seo al <strong>de</strong>seo... Dánae volvió<br />

arremeter contra mis cabellos, pero enseguida suavizó su<br />

arrebato para llevarme hacia arriba, hasta hacerme quedar<br />

sobre ella, liberando así su sexo <strong>de</strong>l asedio al que le<br />

tenía sometido. Nerviosa y feliz, me miró sin <strong>de</strong>cir nada<br />

y, como si no cupiera otra opción, cubrió mi boca con<br />

un beso pleno, apresurado, ansioso y agra<strong>de</strong>cido. Pero su<br />

exigencia como hembra no podía excluir la ambición <strong>de</strong><br />

recompensarme con un gran orgasmo, porque su amor<br />

tampoco quería ni por asomo negarme. A<strong>de</strong>más, y pese al<br />

<strong>de</strong>l extenso goce recibido, su excitación aunque aquietada<br />

tenía vigencia. De modo que llevó una <strong>de</strong> sus manos a mi<br />

sexo palpitante que se mantenía erecto como una regia<br />

columna <strong>de</strong> capitel rosáceo. La mano <strong>de</strong>licada <strong>de</strong> Dánae<br />

lo cogió con mimo para ayudarle a encontrar el camino<br />

exacto hacia la entrada <strong>de</strong> su sexo empapado, a fin <strong>de</strong> que<br />

la penetrara profundo entre las lubricadas pare<strong>de</strong>s <strong>de</strong> su<br />

cálida y suave vagina que lo acogió voluntariosa y se plegó<br />

a todo su contorno como una agradable ventosa. Sentí<br />

que los músculos internos <strong>de</strong> su vagina hicieron varias<br />

contracciones como muestras <strong>de</strong> bienvenida a la potencia<br />

<strong>de</strong> mi vibrante miembro viril. Luego, sujetándome la cara<br />

con sus dos manos, me la besó varias veces con <strong>de</strong>sor<strong>de</strong>n<br />

y, con palabras sueltas que no pertenecían a ninguna frase<br />

completa, me susurraba amor y <strong>de</strong>seo, <strong>de</strong>seo y amor, y<br />

más amor y más <strong>de</strong>seo. Nos hicimos un solo ser en esos<br />

preciosos instantes, como si fuésemos partes insustituibles<br />

<strong>de</strong> una escultura comprometida con los misterios<br />

<strong>de</strong>l amor, tanto etéreo como físico. Una aglomeración<br />

<strong>de</strong> sensaciones únicas vino a unirnos <strong>de</strong> forma inédita<br />

como una consecuencia impajaritable <strong>de</strong> la sinergia erótica<br />

que generaban nuestros cuerpos dados al amor. No<br />

quería <strong>de</strong>jar <strong>de</strong> mirar el rostro bello, sensual y agra<strong>de</strong>cido<br />

<strong>de</strong> Dánae, mientras me brotaba un ansia imperiosa <strong>de</strong><br />

amarla con ternura y <strong>de</strong>satino a la vez. Pero me contuve<br />

y, <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> instantes <strong>de</strong> inmovilidad, comenzamos a<br />

mecernos con suavidad al compás y sin per<strong>de</strong>r el ritmo<br />

impuesto a la ca<strong>de</strong>ncia <strong>de</strong> nuestras ca<strong>de</strong>ras que se seguían<br />

51


<strong>Alejandro</strong> González-<strong>Geell</strong><br />

con perfección, como si jamás hubiesen estado separadas.<br />

La sincronía <strong>de</strong> nuestros movimientos incrementaba la<br />

sensación <strong>de</strong> complicidad, y me sentía más feliz con la<br />

lentitud acompasada <strong>de</strong> esa total entrega que nos confundía<br />

en una misma pasión. De pronto, Dánae soltó un<br />

sollozo tierno y afrodisíaco, junto a palabras susurradas<br />

que no era sino un ruego para que yo <strong>de</strong>scargara todo el<br />

fruto lechoso <strong>de</strong> mi masculinidad en ella.<br />

Y aunque empezaba a estar extenuada por el acopio<br />

<strong>de</strong> orgasmos, su propensión connatural <strong>de</strong> hembra comprometida<br />

quería po<strong>de</strong>r dármelos a mí y constatar que<br />

también era capaz <strong>de</strong> llevarme al cenit <strong>de</strong>l placer. Entonces,<br />

buscó con ahínco la llegada <strong>de</strong> mi orgasmo y cuando<br />

percibió que éste se hizo imparable, se afanó impetuosa y<br />

con habilidad para que mi <strong>de</strong>leite fuera correspondiente<br />

a sus aspiraciones. Cuando sintió que la manifestación <strong>de</strong><br />

mi goce viril se <strong>de</strong>rramaba entre las pare<strong>de</strong>s cálidas <strong>de</strong> su<br />

sexo que seguían adheridas a mi miembro que, palpitante,<br />

iba <strong>de</strong>jándolo escapar a borbotones, me abrazó con todas<br />

sus fuerzas como si quisiera retenerme <strong>de</strong> una huida<br />

que jamás yo podría haber intentado, ni creo que pudiera<br />

ocurrir ni siquiera en la más incongruente imaginación.<br />

A continuación, un silencio agradable se apropió <strong>de</strong><br />

la escena, y permanecimos calmos unos largos minutos,<br />

<strong>de</strong>jándonos llevar por el abandono dulce <strong>de</strong> la pasión ya<br />

consumida, en la complacencia que dona la mansedumbre<br />

<strong>de</strong>l <strong>de</strong>seo pacificado.<br />

52<br />

***<br />

La película que daba inicio a mi carrera como director<br />

<strong>de</strong> cine era mi mayor reto, largamente ambicionado, y, por<br />

lo tanto, tenía el <strong>de</strong>ber <strong>de</strong> realizarla <strong>de</strong> una manera impecable<br />

y perfecta. No iba <strong>de</strong>jar que nada se escapara a un<br />

completo control, y, a<strong>de</strong>más, primaba que así lo vieran todos.<br />

Me juré que no escatimaría esfuerzos ni ce<strong>de</strong>ría ante<br />

nada por conseguir la gran obra cinematográfica que tenía<br />

como propósito. Sacrificaría cualquier cosa antes <strong>de</strong> renun-


<strong>Estela</strong><br />

ciar a mis convicciones ante las eventuales adversida<strong>de</strong>s<br />

que me alejaran <strong>de</strong> mi i<strong>de</strong>a precisa <strong>de</strong>l film, puesto que mi<br />

talento y el éxito estarían comprometidos. Tenía que triunfar<br />

como cineasta <strong>de</strong>s<strong>de</strong> mi primer largometraje. Nada ni<br />

nadie me lo iban a impedir. Esa era mi férrea voluntad.<br />

Por lo mismo, <strong>Estela</strong>, el complejo personaje, no hacía<br />

sino obsesionarme, sin abandonar su asedio a mis pensamientos<br />

porque existía una controversia interna que no<br />

podía resolver y que me mantenía bajo la sombra <strong>de</strong> mis<br />

dudas. En la búsqueda <strong>de</strong> <strong>Estela</strong>, había visto y entrevistado<br />

a distintas aspirantes al papel. Algunas con aptitu<strong>de</strong>s, otras<br />

con experiencia; otras con presumible talento y con cierta<br />

popularidad. Pero, a mi juicio, no se ceñían al papel con<br />

justeza. Hubo también una actriz conocida, que en un momento<br />

me pareció a<strong>de</strong>cuada pero no podía comprometerse<br />

porque nuestro plan <strong>de</strong> rodaje coincidía con la grabación<br />

<strong>de</strong> una serie <strong>de</strong> TV en la que la postulante tenía un largo y<br />

principal rol. En cierto modo creo que me alegré.<br />

De manera que proseguí la búsqueda. Y, por paradójico<br />

que parezca, tener una i<strong>de</strong>a muy clara <strong>de</strong> <strong>Estela</strong>, me<br />

dificultaba encontrarla. No podía rendirme, y las dudas<br />

las disfracé <strong>de</strong> serena profesionalidad para intentar solucionar<br />

pronto el problema <strong>de</strong> la protagonista.<br />

En los afanosos intentos por resolverlo, aparecieron muchísimas<br />

aspirantes que no me convencieron. La mayoría fueron<br />

jóvenes ilusionadas que no tenían más aval que la osadía<br />

que se fundamentaba en una belleza muy estimable. También<br />

me enfrenté a algunas que eran dueñas <strong>de</strong> un currículum<br />

que garantizaba experiencia y efectivas condiciones artísticas,<br />

pero sus aspectos físicos no coincidían con el tipo <strong>de</strong> mujer<br />

que había creado para mi <strong>Estela</strong>. Otras se amparaban en el<br />

<strong>de</strong>seo <strong>de</strong> conseguir un papel en el cine, a cualquier precio, sin<br />

más base que la mitomanía que se inventa a su alre<strong>de</strong>dor y<br />

la ingenuidad propia <strong>de</strong> la juventud. Y hubo jovencitas que<br />

<strong>de</strong>mostraron una apabullante seguridad, que no era sino <strong>de</strong>scaro,<br />

que pue<strong>de</strong> llegar a ser una gran cualidad para quienes<br />

se inician en el camino <strong>de</strong> la interpretación, pero no útiles a<br />

53


<strong>Alejandro</strong> González-<strong>Geell</strong><br />

mis propósitos. Alguna me dio la impresión <strong>de</strong> tener un <strong>de</strong>scaro<br />

que correspondía a una irresponsabilidad preocupante,<br />

o bien, al <strong>de</strong>sconocimiento <strong>de</strong> las dificulta<strong>de</strong>s objetivas <strong>de</strong>l<br />

oficio. No obstante, a través <strong>de</strong> esas experiencias, comprendí<br />

la legitimidad <strong>de</strong> la osadía <strong>de</strong> quien cree en sus posibilida<strong>de</strong>s,<br />

que les hace asumir temerarios riesgos para conseguir<br />

una oportunidad, sin estimar el alcance <strong>de</strong> las dificulta<strong>de</strong>s.<br />

Des<strong>de</strong> luego esa fuerza pue<strong>de</strong> ser positiva cuando se tiene la<br />

ambición <strong>de</strong> triunfar, a condición <strong>de</strong> que existan aptitu<strong>de</strong>s,<br />

conocimiento, vocación y talento. Nada es gratis.<br />

Mis dudas y titubeos tenía una causa: el haber vislumbrado<br />

a <strong>Estela</strong> en Dánae. Pero ¿cómo afectaría mi<br />

profesionalidad esa <strong>de</strong>cisión ¿Daría lugar a insidias que<br />

pudieran mermar mi prestigio<br />

La pru<strong>de</strong>ncia también jugaba para mantenerme en la<br />

duda. Y tener que convencer a mi productor <strong>de</strong> la candidatura<br />

<strong>de</strong> mi esposa para el papel me daba pudor. ¿Cómo se<br />

lo podría tomar Quizás pudiera ser censurado por actuar<br />

con liviandad e influido por mis sentimientos. Y mi orgullo<br />

no soportaría una negativa frontal a mi criterio.<br />

No era suficiente que yo conociera el talento <strong>de</strong> Dánae.<br />

De manera que me reprimía, pero también había<br />

otra aprensión: Si a ella le resultara tan fácil acce<strong>de</strong>r al<br />

significativo y relevante papel <strong>de</strong> <strong>Estela</strong>, pudiera afectar<br />

negativamente nuestra relación al <strong>de</strong>bilitar el respeto y<br />

admiración que ella me tenía en todos los sentidos. Era<br />

un riesgo que no <strong>de</strong>bía asumir ligeramente.<br />

Pero la imagen <strong>de</strong> Dánae presionaba mi inconsciente,<br />

sin consentirme <strong>de</strong>positar la confianza en otra. Había una<br />

especie <strong>de</strong> luz titilante en mi mente que señalaba que no<br />

encontraría a ninguna mejor que ella. Sin embargo, seguí<br />

negándome a la elección <strong>de</strong> mi esposa para el rol más importante<br />

<strong>de</strong>l film. Y así pasaban los días...<br />

***<br />

54


<strong>Estela</strong><br />

Cuando el inicio <strong>de</strong> “preparación”-(una fase <strong>de</strong> la<br />

producción <strong>de</strong> cine)-<strong>de</strong> la película se acercaba inexorable,<br />

tuve una reunión con Ernesto Zavala, el productor.<br />

Pero antes <strong>de</strong> la cita, me di tiempo para visitar al director<br />

<strong>de</strong>l banco don<strong>de</strong> tenía mis cuentas e inversiones. Quise<br />

hacerlo porque <strong>de</strong>s<strong>de</strong> ahora solo tendría tiempo para<br />

ocuparme <strong>de</strong> mi película. De manera que aproveché <strong>de</strong><br />

dar instrucciones <strong>de</strong> pagos y transferencias a fin <strong>de</strong> que<br />

Dánae tampoco tuviera contratiempos respecto al dinero.<br />

Salí <strong>de</strong>l banco y tomé camino hacia la oficina <strong>de</strong> mi<br />

productor, que no estaba muy alejada <strong>de</strong>s<strong>de</strong> don<strong>de</strong> me<br />

hallaba. Una brisa atenuada acompañó mis pasos por<br />

la acera transitada y concurrida. Me sentía contento. El<br />

resultado <strong>de</strong> aquella gestión había contribuido a levantarme<br />

el ánimo e inyectarme un agradable optimismo<br />

porque había vuelto a comprobar la soli<strong>de</strong>z económica<br />

que me sustentaba. Me sentía seguro y solvente, in<strong>de</strong>pendiente<br />

y libre.<br />

Y mientras proseguía mi camino, mi atención fue reclamada<br />

<strong>de</strong> forma ineludible. La causa estaba en el escaparate<br />

<strong>de</strong> una tienda <strong>de</strong> moda <strong>de</strong> mujer. Era un vestido<br />

rojo, expuesto sobre el cuerpo <strong>de</strong> escayola <strong>de</strong> un maniquí<br />

articulado. Nada más verlo percibí no <strong>de</strong>bía continuar<br />

sino que era preciso acercarme. Allí estaba mostrando su<br />

elegancia y fina hechura. Era ceñido y sofisticado, y, sin<br />

po<strong>de</strong>r argumentar otras razones distintas a la subjetividad,<br />

lo relacioné con el tipo <strong>de</strong> vestuario que la intrigante<br />

y sensual <strong>Estela</strong> tendría en su armario.<br />

No voy a negar que durante ese tiempo, para mí, todo<br />

tenía relación con ella, <strong>de</strong>s<strong>de</strong> personas, lecturas, imágenes<br />

y cosas hasta lugares, pasando por sensaciones y actitu<strong>de</strong>s.<br />

De modo que lo que me ocurrió con ese vestido, creo<br />

que no hacía sino reflejar mi completa entrega al proyecto<br />

más importante <strong>de</strong> mi vida.<br />

Observé aquel vestido hasta que estuve seguro que ese<br />

atuendo sí lo llevaría <strong>Estela</strong>. Me convenció y, muy satis-<br />

55


<strong>Alejandro</strong> González-<strong>Geell</strong><br />

fecho por el hallazgo, sin prisas, reemprendí el camino<br />

hasta la oficina <strong>de</strong> Ernesto Zavala.<br />

***<br />

El <strong>de</strong>spacho <strong>de</strong>l productor estaba en la cuarta planta<br />

<strong>de</strong> un edificio antiguo que lucía una reciente renovación y<br />

a<strong>de</strong>centamiento. La entrada <strong>de</strong>l bello edificio era un amplio<br />

zaguán, que comunicaba con un patio interior, que<br />

otrora <strong>de</strong>bió haber servido como apea<strong>de</strong>ro para los primeros<br />

coches o carruajes, cuando la vida se dibujaba en una<br />

dinámica más pausada. A los costados <strong>de</strong>l zaguán había<br />

altas puertas <strong>de</strong> noble ma<strong>de</strong>ra con cristales en su mitad<br />

superior. Las <strong>de</strong> la izquierda <strong>de</strong>l zaguán estaban cerradas<br />

sin <strong>de</strong>jar el paso franco. Seguramente, formaban parte <strong>de</strong><br />

la zona privada <strong>de</strong> viviendas particulares. En las <strong>de</strong> la <strong>de</strong>recha,<br />

el portal permitía el acceso a un vestíbulo, don<strong>de</strong><br />

se hallaba una espaciosa escalera que conducía a los pisos<br />

superiores, hoy ocupados en su mayoría por oficinas <strong>de</strong><br />

empresas con diferentes rubros, <strong>de</strong>s<strong>de</strong> <strong>de</strong>spachos <strong>de</strong> profesionales<br />

autónomos hasta compañías medianas. Dentro<br />

<strong>de</strong>l recién restaurado vestíbulo, el ascensor, tan viejo como<br />

bello, relucía aún todo el lujo <strong>de</strong> antaño. El aparato funcionaba<br />

correctamente y aguantaba con estoicismo el uso<br />

cotidiano que se prolongaba por las huellas <strong>de</strong> los años,<br />

con apenas un periódico y receloso mantenimiento. Para<br />

ayudar a mantener mi buen estado <strong>de</strong> forma, solía subir<br />

los cuatro pisos por las escaleras cada vez que visitaba a<br />

Ernesto, pero en esta ocasión pulsé el botón <strong>de</strong> llamada <strong>de</strong>l<br />

ascensor. Esperé unos segundos hasta que el artilugio llegó<br />

silencioso. Al abrir las rejas <strong>de</strong> hierro forjado, me pareció<br />

entrar en tiempos pasados. Me encanta imaginar la vida<br />

-(la buena)- <strong>de</strong> aquella época pasada en la que el refinamiento<br />

y el lujo se notaban. Cerré las livianas portezuelas<br />

<strong>de</strong> la vieja caja <strong>de</strong> ma<strong>de</strong>ra acristalada, y ésta se quejó levemente<br />

al comenzar a elevarse. Ascendió con la lentitud<br />

asedada <strong>de</strong> su añejo mecanismo por la estructura <strong>de</strong> hierro<br />

que se aferraba a la vetusta y lustrosa escalera que, en forma<br />

<strong>de</strong> espiral, unía todas las plantas <strong>de</strong>l edificio. El antiguo<br />

palacete era confortable y representativo.<br />

56


<strong>Estela</strong><br />

Una vez en la productora, la secretaria le anunció mi<br />

llegada a Ernesto, y enseguida me comunicó que podía<br />

pasar. Al entrar en el <strong>de</strong>spacho, lo encontré atrincherado<br />

tras un montón <strong>de</strong> DVD, cintas <strong>de</strong> ví<strong>de</strong>o profesional,<br />

guiones y libros, apilados a un costado <strong>de</strong>l escritorio.<br />

Repasaba varios papeles e impresos oficiales junto a<br />

su administrador y hombre <strong>de</strong> confianza, que se levantó<br />

con el sigilo <strong>de</strong> una monja <strong>de</strong> clausura para salir y <strong>de</strong>jarnos<br />

solos. La discreción <strong>de</strong>l administrador era una <strong>de</strong> sus<br />

gran<strong>de</strong>s virtu<strong>de</strong>s, y, más allá <strong>de</strong> su quehacer profesional,<br />

nunca se le oían más palabras que las que la corrección y<br />

gentileza le aconsejaban.<br />

El <strong>de</strong>sor<strong>de</strong>n que había sobre la mesa no daba la impresión<br />

<strong>de</strong> que el productor pudiera llevar un negocio con<br />

diligencia. Sin embargo, en su caso, las apariencias engañan.<br />

Ernesto era un profesional con las i<strong>de</strong>as muy claras,<br />

con la energía y sapiencia necesarias para conseguir sus<br />

metas. El <strong>de</strong>sor<strong>de</strong>n era producto <strong>de</strong> su gran capacidad<br />

para aten<strong>de</strong>r varios asuntos a la vez. Y también éste era<br />

mitigado por la eficiente labor <strong>de</strong> su secretaria, que conoce<br />

muy bien tanto su forma <strong>de</strong> trabajar como a él mismo.<br />

En cuanto quedamos solos, Ernesto, sin entrar en <strong>de</strong>talles,<br />

se quejó <strong>de</strong> todo, tal y como es característico en él.<br />

Esta vez terminó pronto <strong>de</strong> lamentarse y pudimos iniciar<br />

el asunto que motivaba la reunión.<br />

—Vamos con retraso, Antonio. El casting no está cerrado,<br />

y me tienes preocupado—me dijo con su peculiar<br />

dramatismo.<br />

—No te agobies que hay tiempo—le contesté sonriendo.<br />

—No te fíes tanto. Hay que ser más resolutivo para<br />

avanzar—dijo sonriendo porque sabía que me iba a dar<br />

una alegría.<br />

—Des<strong>de</strong> luego... Y tú no lo haces mal—le respondí.<br />

57


<strong>Alejandro</strong> González-<strong>Geell</strong><br />

—Ya te he advertido; ahora la buena noticia: Por fin,<br />

puedo afirmar que ya tienes tu “capricho”.<br />

—¿Capricho ¿De qué hablas<br />

—Larry Brian ha aceptado el papel <strong>de</strong> Pablo—dijo mirándome<br />

y recreándose en la vanidad <strong>de</strong> productor triunfante.<br />

—¡Fantástico, tío!... ¡qué gran noticia!—le dije, levantándome<br />

para ofrecerle la mano y chocar las palmas, <strong>de</strong>l modo<br />

que hoy lo hacen los <strong>de</strong>portistas y también muchos jóvenes.<br />

—Pues ya tienes a tu protagonista masculino. Nada<br />

menos que al actor inglés, que creías “imprescindible”<br />

como Pablo. No te podrás quejar—terminó diciéndome,<br />

mientras me dio un fraternal abrazo. Sin duda, estaba<br />

contento y orgulloso.<br />

Larry Brian era un sólido actor inglés que daba perfectamente<br />

el perfil <strong>de</strong> Pablo, mi protagonista. Había actuado<br />

en unas cuantas películas. Y como ocurre tantas<br />

veces, el reciente reconocimiento y la popularidad que<br />

había alcanzado se <strong>de</strong>bían a una serie <strong>de</strong> TV que gozaba<br />

<strong>de</strong>l éxito internacional masivo <strong>de</strong> la audiencia, en la<br />

que tenía el principal rol protagónico. Físicamente era un<br />

hombre atractivo, <strong>de</strong> unos 38 años <strong>de</strong> edad. Fue Dánae la<br />

que me lo sugirió para hacer a Pablo. Me había hablado<br />

<strong>de</strong>l talento <strong>de</strong> Brian, y lo consi<strong>de</strong>raba un grandísimo actor.<br />

Y hablaba con propiedad puesto que lo conocía bastante.<br />

La confianza en su capacidad actoral era absoluta.<br />

Su opinión tenía una base que se asentaba en el talento<br />

<strong>de</strong>l actor, y a<strong>de</strong>más, creo que en la amistad que iniciaron<br />

cuando ella estudió Arte Dramático en Londres. Conoció<br />

a Larry Brian cuando éste impartió un curso-taller<br />

<strong>de</strong> teatro al que Dánae asistió en su afán por prepararse<br />

eficazmente como actriz. Según me contó, en la ciudad<br />

<strong>de</strong>l Támesis nació una bonita amistad que duró todo el<br />

tiempo que residió allí. Tenía muy buenos recuerdos y le<br />

estaba muy agra<strong>de</strong>cida por la inestimable ayuda que le<br />

58


<strong>Estela</strong><br />

había brindado entonces, al poco <strong>de</strong> llegar a esa ciudad<br />

cosmopolita, sin más compañía que el equipaje y su vocación.<br />

Sin embargo, al hablar <strong>de</strong> Larry Brian, el énfasis<br />

siempre lo ponía en sus gran<strong>de</strong>s dotes actorales. Lo admiraba.<br />

Y así fue que sus comentarios encendieron mi curiosidad<br />

y me inclinaron a comprar algunas <strong>de</strong> sus películas<br />

en DVD, las que miré y analicé con suma atención. Pu<strong>de</strong><br />

verlo en roles diferentes, siempre muy bien <strong>de</strong>finidos y<br />

resueltos con precisión y eficacia. Ciertamente, Dánae<br />

tenía razón, y no pu<strong>de</strong> <strong>de</strong>jar <strong>de</strong> consi<strong>de</strong>rarlo la mejor opción<br />

para el personaje <strong>de</strong> mi película.<br />

De modo que la noticia que me daba Ernesto no podía<br />

haberme sabido mejor. El papel <strong>de</strong> Pablo le iba como<br />

anillo al <strong>de</strong>do al atractivo Larry. Su apariencia física era<br />

inmejorable para dar vida al amante <strong>de</strong> una mujer bella,<br />

<strong>de</strong> buena posición social y económica. La reunión terminó<br />

con mi firme compromiso <strong>de</strong> finalizar el reparto con<br />

celeridad. El compromiso incluía -(esencialmente)- a la<br />

actriz que iba a interpretar a <strong>Estela</strong>, mi gran dilema.<br />

***<br />

Como he apuntado, a causa <strong>de</strong> <strong>Estela</strong>, me hallaba en<br />

un mar <strong>de</strong> dudas y con una <strong>de</strong>sagradable sensación <strong>de</strong> impotencia.<br />

Su injerencia constante me rondaba muy unida<br />

a Dánae. La posibilidad <strong>de</strong> otorgarle el rol a veces se radicalizaba,<br />

otras se <strong>de</strong>bilitaba. Y contra lo acostumbrado,<br />

solo giraba en la in<strong>de</strong>terminación, lo que me obligó<br />

a escudarme en la pru<strong>de</strong>ncia puesto que no <strong>de</strong>bía arriesgarme<br />

con esta propuesta a Ernesto por las posibles ilaciones<br />

que pudieran <strong>de</strong>rivarse <strong>de</strong> la misma. De modo que<br />

cuando <strong>de</strong>bía argumentarle mi in<strong>de</strong>cisión-(por la actriz<br />

que interpretaría a <strong>Estela</strong>)-me <strong>de</strong>fendía con explicaciones<br />

que si bien podían sonar válidas, lo eran por estricta coinci<strong>de</strong>ncia,<br />

dado que tampoco aparecía ninguna actriz que<br />

fuera capaz <strong>de</strong> borrar <strong>de</strong> mi cabeza la opción <strong>de</strong> Dánae.<br />

Quise huir <strong>de</strong> mi irresolución y me incliné por <strong>de</strong>scartar a<br />

Dánae para el papel. A <strong>de</strong>cir verdad, incluso porque a veces<br />

59


<strong>Alejandro</strong> González-<strong>Geell</strong><br />

dudaba <strong>de</strong>l acierto <strong>de</strong> su elección. ¿No sería que la subjetividad<br />

y el amor me estuvieran influyendo en <strong>de</strong>masía ¿Cómo<br />

podría afectar a mi talento y reputación profesional si la dificultad<br />

<strong>de</strong> tan complejo rol la superara y llegara a <strong>de</strong>rrotarla<br />

Lo pensé muchas veces. No soportaría el <strong>de</strong>scrédito. De<br />

modo que el temor a proponerla estaba en parte justificado.<br />

A<strong>de</strong>más, creo que el escaso egoísmo <strong>de</strong> Dánae contribuía<br />

a no sentirme exigido por su eventual candidatura.<br />

Des<strong>de</strong> que contrajimos matrimonio, ella había aparcado<br />

los esfuerzos para buscar una oportunidad profesional<br />

que pudiera dar base a su carrera <strong>de</strong> actriz. Sin embargo,<br />

nunca abandonó <strong>de</strong>l todo su preparación. No <strong>de</strong>jó <strong>de</strong><br />

practicar un “hobby” muy personal. Pasaba horas analizando<br />

y ensayando personajes, a fin <strong>de</strong> utilizar y perfeccionar<br />

las técnicas interpretativas que había adquirido<br />

con tesón. Pero había preferido atemperar su vocación<br />

para <strong>de</strong>dicarse a hacer compatible su existencia con mi<br />

ocupada vida, lo que <strong>de</strong>finía-(sin dudas)-la fuerza <strong>de</strong> su<br />

amor. Así fue que se puso bajo mis ór<strong>de</strong>nes en la productora<br />

publicitaria y su colaboración fue oportuna y útil.<br />

Sus opiniones con regularidad me parecían acertadas y<br />

casi siempre concordantes con las i<strong>de</strong>as que se me generaban<br />

frente a cada trabajo. Dánae es una mujer muy<br />

intuitiva, cualidad que estimo necesaria para alcanzar<br />

un alto nivel en cualquier actividad creativa o artística.<br />

***<br />

En una <strong>de</strong> las asiduas reuniones <strong>de</strong> trabajo con mi productor<br />

se produjo una ocasión propicia para hacerle la propuesta.<br />

Ernesto me argumentaba razones presupuestarias<br />

inesperadas -(que serían muy largas <strong>de</strong> exponer)- que condicionarían<br />

la contratación <strong>de</strong> la actriz para el rol <strong>de</strong> <strong>Estela</strong>.<br />

Si contábamos con Larry Brian en el papel <strong>de</strong> Pablo,<br />

<strong>de</strong> forma excluyente y sin otra opción, había que enfocar<br />

la búsqueda <strong>de</strong> <strong>Estela</strong> únicamente entre actrices noveles,<br />

no consagradas, cuyas pretensiones salariales-(con toda<br />

seguridad)-no serían incompatibles con las cifras que per-<br />

60


<strong>Estela</strong><br />

mitía el presupuesto. La oportunidad era idónea y, como<br />

no podía ser <strong>de</strong> otra manera, me animé, puesto que me<br />

daba una coartada que podía auspiciar la candidatura <strong>de</strong><br />

Dánae. Pero el íntimo arresto inicial se diluyó como un<br />

azucarillo. Una irrupción <strong>de</strong> suspicacia mezclada con algo<br />

<strong>de</strong> inseguridad fue más fuerte que mi atrevimiento. Por<br />

un instante pensé que la coartada <strong>de</strong>l dinero podía justificarme<br />

en principio ante los <strong>de</strong>más, pero no a posteriori ni<br />

ante mí mismo. De modo que me guardé las palabras con<br />

la esperanza <strong>de</strong> hallar a <strong>Estela</strong> en otra actriz. Pensé que así<br />

no me expondría a las maledicencias.<br />

Antes <strong>de</strong> irme le dije apresurado a Ernesto, repitiendo<br />

algo ya comentado.<br />

—Ya sabes que mañana tengo una cita con un agente<br />

que me va a llevar a la productora dos actrices jóvenes<br />

que, según dice, “excepcionales” y “preparadas”, que podrían<br />

hacer el papel <strong>de</strong> <strong>Estela</strong>.<br />

—Como te dije antes: que haya suerte esta vez, amigo<br />

Antonio—me respondió el productor.<br />

Y cuando me <strong>de</strong>spedía <strong>de</strong> Ernesto, me salió <strong>de</strong>l alma<br />

insinuarle la carta que escondía.<br />

—Sabes, si no fuera así, te haré una propuesta que<br />

te pue<strong>de</strong> sorpren<strong>de</strong>r... y tal vez resuelva el tema sin más<br />

tardanza.<br />

—Ojala me sorprendas, confío en tu criterio y como<br />

conozco tu reserva, ahora no haré preguntas—me respondió<br />

sin <strong>de</strong>jar <strong>de</strong> mirarme, y sentí que prefería que continuara<br />

hablándole <strong>de</strong>l tema.<br />

—Bueno, productor, muchas gracias por tu confianza—le<br />

dije sonriente y me escabullí para no ser interrogado.<br />

61


<strong>Alejandro</strong> González-<strong>Geell</strong><br />

Des<strong>de</strong> luego, en ese momento, no tenía intención <strong>de</strong> ser<br />

más explícito por las razones que ya he apuntado. Pero había<br />

dado un primer paso y me quedé con la i<strong>de</strong>a <strong>de</strong> que la<br />

propuesta <strong>de</strong> Dánae no resultaría inasumible por Ernesto.<br />

Pero existía un impedimento personal para avanzar en esa<br />

línea. Por otra parte, en lo que exclusivamente a mí atañía,<br />

no parecía proce<strong>de</strong>nte ni conveniente ofrecerle el papel a<br />

Dánae, sin que hubiera esfuerzos para obtenerlo. Por lo<br />

tanto, si me <strong>de</strong>cidía a avanzar, ella tendría que luchar y<br />

<strong>de</strong>mostrar su valía, porque-(llegado el caso)-también me<br />

otorgaría un respaldo que acreditaría la opción, quitándome<br />

mucho peso y justificaciones. De manera que, antes <strong>de</strong><br />

arriesgarme, me tendría que convencer que era sobradamente<br />

capaz <strong>de</strong> asumir el reto <strong>de</strong> <strong>Estela</strong>.<br />

Así las cosas, no me quedaba más que resolver primero<br />

la cuestión que hacía referencia a mi total convicción. Es<br />

<strong>de</strong>cir, <strong>de</strong>bía empezar a consi<strong>de</strong>rar la posibilidad como algo<br />

concreto. Y mientras caminaba por la calle, especulando<br />

entre Dánae y <strong>Estela</strong>, me acordé <strong>de</strong>l vestido que, unos<br />

días atrás, había atraído mi atención, en el escaparate <strong>de</strong><br />

una tienda cercana a la oficina <strong>de</strong> Ernesto. Y, apresurada<br />

como se asoman casi todas las i<strong>de</strong>as, vislumbré la utilidad<br />

<strong>de</strong> esa prenda. Entusiasmado con la reciente i<strong>de</strong>a,<br />

masticando sus matices, me encaminé hacia la tienda. De<br />

pronto, me inquieté y mis lucubraciones se <strong>de</strong>tuvieron<br />

con la aparición en mi cabeza <strong>de</strong> la contingencia probable<br />

<strong>de</strong> que el vestido se hubiera vendido. Y como si no hubiera<br />

ninguna posibilidad <strong>de</strong> que pudiera existir otro, esa<br />

eventualidad me hostigó mientras me dirigía a la tienda.<br />

Pero mi vieja suerte no podía darme la espalda. Al girar<br />

la esquina, mi aflicción recibió una dosis gran<strong>de</strong> <strong>de</strong> alivio.<br />

Allí en la vitrina lo divisé cubriendo el mismo maniquí <strong>de</strong><br />

yeso. El <strong>de</strong>sasosiego se <strong>de</strong>svaneció y recobré el optimismo<br />

que a menudo me aborda cuando apuesto contra el <strong>de</strong>sconocido<br />

<strong>de</strong>venir. He <strong>de</strong> <strong>de</strong>cir que aquel vestido era más<br />

que un capricho porque su utilidad la estimé necesaria<br />

para llevar a cabo mi i<strong>de</strong>a.<br />

La boutique era elegante, mo<strong>de</strong>rna y su <strong>de</strong>coración<br />

revelaba sin estri<strong>de</strong>ncias su categoría, y resultó ser bas-<br />

62


<strong>Estela</strong><br />

tante más espaciosa que lo que insinuaba <strong>de</strong>s<strong>de</strong> afuera.<br />

No cabía duda que disponía <strong>de</strong> una oferta dirigida a los<br />

consumos <strong>de</strong> una adinerada clientela. Cuando entré no<br />

había clientes y la chica encargada <strong>de</strong> aten<strong>de</strong>r musitaba<br />

la canción que salía <strong>de</strong> unos ocultos altavoces. Era una<br />

chica joven, muy atractiva y <strong>de</strong> una contextura física<br />

similar a Dánae. La <strong>de</strong>pendienta, nada más verme, se<br />

me acercó.<br />

—Buenos días, ¿qué <strong>de</strong>sea—dijo con amabilidad.<br />

Como mi estado anímico era inmejorable, se me ocurrió<br />

aventurar un juego <strong>de</strong> palabras, a fin <strong>de</strong> coquetear<br />

con la seducción.<br />

—Si te lo digo, tal vez puedas enfadarte—le dije mirándola<br />

a los ojos y sin per<strong>de</strong>r la sonrisa.<br />

—Eso <strong>de</strong>pen<strong>de</strong>—me respondió también sonriente.<br />

—Tienes razón, todo <strong>de</strong>pen<strong>de</strong>. Por ahora, solo quiero<br />

llevarme ese vestido que está en el escaparate.<br />

—Me parece muy bien. Da gusto aten<strong>de</strong>r a hombres<br />

con las i<strong>de</strong>as claras—me dijo <strong>de</strong> un modo que me agradó.<br />

—Una cosa: solo lo compraré, si a ti te queda bien—le<br />

dije para jugar con su curiosidad.<br />

—¿Por qué a mí—dijo con espontánea coquetería, y<br />

enseguida agregó: te refieres a aquel rojo que está allí ¿no<br />

Asentí mirándola con seguridad. Ella, en lugar <strong>de</strong> turbarse,<br />

se sintió muy suelta y cómoda bajo mi mirada. La<br />

chica era consciente <strong>de</strong> su atractivo, y <strong>de</strong>bía estar acostumbrada<br />

al acoso <strong>de</strong> ojos masculinos.<br />

63


<strong>Alejandro</strong> González-<strong>Geell</strong><br />

—Tienes muy buen gusto—dijo con una voz seductora.<br />

—Ya lo sé—le respondí escuetamente, paseando mis<br />

ojos sobre ella.<br />

—Es el único que hay... Si quieres lo quito <strong>de</strong>l escaparate,<br />

pero no me hagas trabajar en bal<strong>de</strong>—dijo con sinceridad<br />

cubierta <strong>de</strong> gracia.<br />

—Ya lo he dicho, si a ti te queda bien lo llevo—le respondí,<br />

sin quitarle los ojos.<br />

La chica no se inmutó y me sonrió con natural coquetería<br />

antes <strong>de</strong> girarse para ir hasta el escaparate. Como<br />

sabía que mi mirada la acompañaba, caminó con un andar<br />

pausado <strong>de</strong> hembra que sabe sacar partido a sus virtu<strong>de</strong>s<br />

anatómicas. En el escaparate, con pocos movimientos<br />

<strong>de</strong>spojó al maniquí <strong>de</strong>l vestido. Todo lo hizo con <strong>de</strong>streza<br />

y rapi<strong>de</strong>z. Y con el impecable vestido rojo, recorrió el camino<br />

<strong>de</strong> regreso. Cuando estuvo a mi lado se lo sobrepuso<br />

sobre su cuerpo.<br />

—¿Qué te parece Bonito, ¿verdad,—preguntó y contestó<br />

en una sola frase, sin dar cabida nada más que a una<br />

afirmación.<br />

—De momento, estamos <strong>de</strong> acuerdo. Parece que ambos<br />

tendremos suerte—dije para mantener su interés.<br />

—¿Y qué significa eso—preguntó ella con la curiosidad<br />

comprometida con la seducción.<br />

—Simple. Yo lo compro y tú lo ven<strong>de</strong>s, ¿sí o no<br />

—A ver si es verdad—respondió la chica como si fuera<br />

un <strong>de</strong>safío, mientras yo observaba el vestido.<br />

64


<strong>Estela</strong><br />

—Pero ¿es <strong>de</strong> tu talla<br />

—¡Sí, a mí me quedaría “supersexy”!—Respondió con<br />

un gesto pícaro—¿pero eso qué tiene que ver—preguntó<br />

un tanto avergonzada por su pretensión.<br />

—Verás, tienes una contextura muy similar a la <strong>de</strong> mi<br />

esposa.<br />

—Ah, ya veo. Estás casado como todos los hombres<br />

que valen la pena. Ya sabes, hoy, si no son gays, están<br />

casados ¡vaya suerte que tenemos las solteras!—se quejó<br />

con simpatía.<br />

—No creo que tú te quejes en serio <strong>de</strong> falta <strong>de</strong> pretendientes—le<br />

dije para pinchar en su ego.<br />

—No se trata <strong>de</strong> eso. Solo digo que los hombres como<br />

tú siempre están casados. ¿Te das cuenta—se insinuó<br />

con habilidad.<br />

—Si tú lo dices <strong>de</strong>be ser cierto. Afortunadamente, en<br />

mi caso, estoy muy felizmente casado... En fin... ¿Cuánto<br />

te <strong>de</strong>bo—le respondí para no seguir por una senda que<br />

no <strong>de</strong>seaba recorrer <strong>de</strong>s<strong>de</strong> hacía tiempo.<br />

Lo que había empezado como broma había <strong>de</strong>rivado<br />

a una posible aventura que no estaba dispuesto a vivir.<br />

De modo que, sin per<strong>de</strong>r la templanza ni la simpatía, le<br />

pagué con una <strong>de</strong> mis tarjetas <strong>de</strong> crédito y le agra<strong>de</strong>cí su<br />

amable atención. Antes <strong>de</strong> marcharme quise rego<strong>de</strong>arme<br />

y le lancé un último piropo. Ella agra<strong>de</strong>ció con una amplia<br />

sonrisa:<br />

—Eres una gran ven<strong>de</strong>dora, pero ¿sabes tu belleza le<br />

resta protagonismo a lo que ven<strong>de</strong>s—le solté antes <strong>de</strong> salir.<br />

65


<strong>Alejandro</strong> González-<strong>Geell</strong><br />

—Y tú tampoco estás nada mal—me respondió sin<br />

pestañear siquiera.<br />

***<br />

Poco más tar<strong>de</strong>, con la bolsa que contenía el vestido<br />

rojo recién adquirido, entré en el plató <strong>de</strong> mi productora<br />

don<strong>de</strong> <strong>de</strong>bía realizar un spot publicitario. En esta ocasión,<br />

Dánae no participaba en el rodaje, pero sí había<br />

colaborado en la preparación <strong>de</strong>l mismo. Y éste era el último<br />

comercial que íbamos a producir y rodar, porque mi<br />

obligación y compromiso iban a tener plena <strong>de</strong>dicación a<br />

la película.<br />

Pedro, mi ayudante, como responsable en mi ausencia<br />

y habituado a estas batallas, dirigía las tareas a fin <strong>de</strong> que<br />

nada escapara <strong>de</strong> la perfección que requiere un trabajo<br />

bien hecho. Estaba encima <strong>de</strong> todo y <strong>de</strong> todos. Pedro era<br />

mi más estrecho colaborador <strong>de</strong>s<strong>de</strong> hacía unos cuantos<br />

años. Yo valoraba su eficacia y <strong>de</strong>dicación-(casi monacal)-<br />

al oficio. Esto me permitía <strong>de</strong>legarle varias fatigosas labores,<br />

con la confianza <strong>de</strong> que su criterio sabría discernir<br />

entre las alternativas que algunos técnicos pudieran proponer<br />

en sus respectivas especialida<strong>de</strong>s. Me había acostumbrado<br />

a su colaboración, tanto que me resultaba muy<br />

útil y cómodo tenerlo siempre a mi lado en las tareas propias<br />

<strong>de</strong> nuestra actividad. Conocía en <strong>de</strong>talle mi forma <strong>de</strong><br />

trabajar y asimilaba con rapi<strong>de</strong>z los conceptos y planteamientos<br />

que le exponía. Al parecer los aceptaba, o los hacía<br />

suyos, o simplemente compartía mi modo <strong>de</strong> verlos.<br />

Fuera lo que fuera, esto no <strong>de</strong>ja <strong>de</strong> ser una ventajosa facilidad.<br />

Era diligente, pero nada me eximía <strong>de</strong> la responsabilidad<br />

final, sino que <strong>de</strong>bía mantener con él una fluida y<br />

exigente comunicación. Por lo tanto, nunca <strong>de</strong>jé <strong>de</strong> someter<br />

a una concienzuda supervisión todo su cometido porque,<br />

más allá <strong>de</strong> lo profesional y como es comprensible,<br />

yo no estaba dispuesto a per<strong>de</strong>r por negligencias nada <strong>de</strong><br />

lo que había conseguido y que me pertenece por <strong>de</strong>recho<br />

propio. La confianza en mi ayudante no era gratuita, bien<br />

se la merecía. Naturalmente, era consciente que parte <strong>de</strong><br />

66


<strong>Estela</strong><br />

mi éxito estaba estructurado en la precaución que he tenido<br />

<strong>de</strong> ro<strong>de</strong>arme <strong>de</strong> excelentes profesionales. Siempre<br />

procuré realizar los trabajos audiovisuales con el mismo<br />

equipo humano. Quizás tuve, en pocas ocasiones, que<br />

reemplazar a alguno por razones diversas, aunque en la<br />

mayor parte <strong>de</strong> mis trabajos el equipo técnico era básicamente<br />

el mismo. Pero el colaborador principal había sido<br />

Pedro, que nunca <strong>de</strong>jó <strong>de</strong> participar en mis producciones.<br />

A<strong>de</strong>más, Pedro también era un cinéfilo empe<strong>de</strong>rnido.<br />

Como primer ayudante <strong>de</strong> dirección había hecho un par<br />

<strong>de</strong> películas, hasta que unió su <strong>de</strong>stino a mi productora <strong>de</strong><br />

anuncios publicitarios. De modo que, <strong>de</strong>s<strong>de</strong> hacía algunos<br />

años, su trayectoria profesional se <strong>de</strong>sarrollaba junto a mí.<br />

A más <strong>de</strong> sus cualida<strong>de</strong>s como ayudante, la constante cercanía<br />

y su amor por el cine sirvieron <strong>de</strong> recinto para que<br />

madurara una especial relación entre ambos. Y a pesar <strong>de</strong><br />

que éramos en extremo diferentes, lo consi<strong>de</strong>raba un buen<br />

amigo, uno <strong>de</strong> los pocos que contaban con mi compromiso.<br />

***<br />

El spot que nos ocupaba aquel día era bastante sencillo.<br />

Nos pusimos a la tarea y no paramos hasta que conseguimos<br />

rodar con perfección cada uno <strong>de</strong> los planos que<br />

se necesitaban para que el spot pudiese mostrar <strong>de</strong> forma<br />

competente la i<strong>de</strong>a que el creativo publicitario imaginó.<br />

Al finalizar la jornada, Pedro se me acercó con la satisfacción<br />

<strong>de</strong>l <strong>de</strong>ber cumplido.<br />

—Anota otra muesca en tu revólver, forastero—me dijo,<br />

distorsionando la voz, remedando una caricatura <strong>de</strong> cowboy.<br />

—Una más. Ahora vente conmigo; merecemos una<br />

copa y una charla <strong>de</strong> amigos—le contesté, pasándole un<br />

brazo sobre sus hombros.<br />

67


<strong>Alejandro</strong> González-<strong>Geell</strong><br />

Lo invité a tomar una copa porque <strong>de</strong>seaba hablar.<br />

Quería contarle mi i<strong>de</strong>a <strong>de</strong> <strong>Estela</strong>, y proponerle un plan.<br />

Me pareció que me enten<strong>de</strong>ría mejor que nadie porque<br />

conocía muy bien el guión, así como todo el proyecto<br />

cinematográfico. Hasta entonces, siempre que me refería<br />

al personaje, me cuidaba <strong>de</strong> no levantar sospechas sobre<br />

mis dudas e irresolución. Por nada iba a dar pábulo a<br />

que se pudieran entrever mis vacilaciones. De modo que<br />

<strong>de</strong>jamos a los técnicos atareados en la conclusión <strong>de</strong> sus<br />

trabajos, y salimos <strong>de</strong>l plató.<br />

Antes <strong>de</strong> abandonar el estudio, recogí la bolsa con el<br />

vestido rojo que había comprado en la boutique. La fuerza<br />

<strong>de</strong> la costumbre no quiso guiarnos a otro lugar que no<br />

fuera el cercano Café <strong>de</strong>l Moro, sito a poca distancia <strong>de</strong>l<br />

plató. Nos sentamos en una <strong>de</strong> las mesas situadas sobre<br />

la acera, conformando una pequeña “terraza” que solían<br />

poner cada vez que el clima daba su consentimiento. El<br />

camarero acudió para solicitar los pedidos.<br />

—“Absolut” con tónica—pidió Pedro.<br />

—“Cardhu” con hielo para mí, por favor—fue mi pedido.<br />

Durante la conversación le expliqué muchos <strong>de</strong>talles<br />

<strong>de</strong>l film, cuya preparación se aproximaba. Mientras estaba<br />

hablando, Pedro sacó un bloc para ir tomando notas, puesto<br />

que ya le había comunicado que sería el primer ayudante<br />

<strong>de</strong> Dirección en la película. Y nos pusimos a hacer un<br />

esbozo <strong>de</strong> algunas <strong>de</strong> las principales escenas. Y como era<br />

inevitable, le llevé con astucia a que hiciera la pregunta<br />

sobre quién sería <strong>Estela</strong>. Di un ro<strong>de</strong>o y comencé a relatarle<br />

una reseña breve <strong>de</strong> mi i<strong>de</strong>al <strong>de</strong> actriz, hasta llegar a<br />

la exposición <strong>de</strong> las razones que me inducían a pensar en<br />

Dánae como la mejor para el papel. Lo hice con <strong>de</strong>talles y,<br />

a la vez, con elocuencia que ribeteó <strong>de</strong> brío las razones que<br />

protegían mi propuesta. Pedro me escuchó atento y no se<br />

mostró sorprendido. Su opinión sincera resultó solidaria<br />

con la i<strong>de</strong>a, y vino a revitalizar el germen <strong>de</strong> esa opción.<br />

68


<strong>Estela</strong><br />

—Según lo planteas, tienes razón. Y creo que sería una<br />

buena elección—dijo Pedro y continuó, masticando las<br />

razones—Me parece que lo tienes bastante claro.<br />

—Me alegra saber que compartes mi criterio—le dije,<br />

muy contento con su respuesta.<br />

—En fin, ya sabes que no te mentiría. Me parece acertada<br />

tu elección.<br />

—Calma. No corras que aún no te he explicado mi<br />

plan—le dije con cierto misterio.<br />

—¿De qué se trata—preguntó con curiosidad.<br />

Enseguida abrí la bolsa para mostrarle el vestido.<br />

—¿Ves este vestido Lo compré hoy mismo, pero lo<br />

había visto antes.<br />

—¿Y eso qué tiene que ver—dijo, sin prestar atención<br />

a la prenda.<br />

—Quiero ver como lo luce Dánae... Y cuando se lo<br />

haya puesto le pediré que se maquille como lo haría <strong>Estela</strong>—agregué<br />

con un entusiasmo que hoy podría <strong>de</strong>finir<br />

como pueril.<br />

—O sea, quieres que se disfrace <strong>de</strong> <strong>Estela</strong>—dijo, como<br />

tratando <strong>de</strong> saber cuál era mi pretensión.<br />

—Vamos, que necesito verla vestida y maquillada con<br />

la sofisticación <strong>de</strong> <strong>Estela</strong>, para reafirmarme más si cabe<br />

que su imagen es perfecta y coinci<strong>de</strong>nte con la que <strong>de</strong>be<br />

ser. Solo eso...<br />

69


<strong>Alejandro</strong> González-<strong>Geell</strong><br />

—Vale, ¿y si es así<br />

—Pues que necesitaré ayuda—le dije, pensando en el plan.<br />

—No te sigo, colega—respondió intrigado.<br />

—Vamos a hacerle una prueba en ví<strong>de</strong>o para saber si<br />

confirma que es capaz <strong>de</strong> meterse en la piel <strong>de</strong> <strong>Estela</strong>—le<br />

dije, esperando su aprobación.<br />

—¿Una prueba ¿La necesitas—dijo y me miró extrañado.<br />

—Des<strong>de</strong> luego... ¿por qué no<br />

—Tienes razón, ¿por qué no—dijo y agregó con ingenuidad—Y<br />

esta prueba se la vas a proponer a Ernesto<br />

¿verdad<br />

—No, querido Pedro. De ninguna manera. Ernesto no<br />

pue<strong>de</strong> saber nada <strong>de</strong> la prueba. Solo lo sabrá si Dánae la<br />

pasa con éxito. Por eso necesito tu complicidad—le advertí.<br />

—Ya sabes que soy una tumba—dijo con seriedad.<br />

—Eres un gran tipo—le piropeé sinceramente, y chocamos<br />

las manos.<br />

Nada más exponer el plan, una ansiedad surgida <strong>de</strong> la<br />

nada me contagió <strong>de</strong> una urgencia impropia. Sentía que<br />

era perentorio que mi mujer se enfrentara lo antes posible<br />

a la prueba. ¿Era suficiente mi conocimiento <strong>de</strong> su potencial<br />

y aptitu<strong>de</strong>s<br />

No niego que tenía confianza en el talento <strong>de</strong> Dánae,<br />

pero era imprescindible que ella <strong>de</strong>svaneciera todas las<br />

70


<strong>Estela</strong><br />

conjeturas e in<strong>de</strong>finiciones respecto <strong>de</strong>l enigmático personaje.<br />

De modo que hacerle a Dánae un test audiovisual se<br />

convirtió en una ineludible tarea. Y con la <strong>de</strong>cisión tomada<br />

entré a planificar la prueba que me trajo otra inquietud.<br />

¿Qué consecuencias podía tener un éxito profesional<br />

<strong>de</strong> mi Dánae con su interpretación en el film Podría ser<br />

que su triunfo fuera elogiado y se convirtiera en una actriz<br />

cotizada, lo que supondría que sus compromisos podrían<br />

alejarla <strong>de</strong> mí. Así fue que dudé y, por momentos,<br />

quise renunciar a la prueba porque, incluso, la <strong>de</strong>dicación<br />

que merecía el personaje <strong>de</strong> <strong>Estela</strong> iba a atraparla en <strong>de</strong>trimento<br />

mío. Pero, por otro lado, no podía boicotear mi<br />

película, que merecía también mis esfuerzos y me imponía<br />

con<strong>de</strong>scen<strong>de</strong>r en virtud <strong>de</strong> mi propio interés.<br />

De manera que tuve que sacudirme el egoísmo absurdo<br />

puesto que nuestro amor era sólido. Y como el film-(para<br />

mí)-no era solamente dirigir la pelicula, sino más bien un<br />

duro reto que me daba la oportunidad <strong>de</strong> llegar a ser un<br />

encomiado cineasta, todo esfuerzo valía la pena. Eso <strong>de</strong>bía<br />

tenerlo muy claro. Y como mi i<strong>de</strong>a <strong>de</strong> <strong>Estela</strong> seguía aferrada<br />

a Dánae, nada iba a hacer variar el <strong>de</strong>stino que ya había<br />

comenzado. Me sobrepuse y esquivé los temores.<br />

Con la colaboración <strong>de</strong> Pedro empecé a <strong>de</strong>finir los <strong>de</strong>talles<br />

<strong>de</strong> la escena más apropiada para la imprescindible prueba.<br />

Llegué a la conclusión que la escena <strong>de</strong>bía ser una en la<br />

que Dánae tuviera que variar y matizar con veracidad las<br />

controvertidas intenciones <strong>de</strong>l personaje. Y, <strong>de</strong>s<strong>de</strong> luego, la<br />

iba a poner frente a un <strong>de</strong>safío <strong>de</strong> consi<strong>de</strong>rable dificultad.<br />

A pesar <strong>de</strong> que la i<strong>de</strong>a <strong>de</strong> la prueba me había motivado,<br />

me propuse no <strong>de</strong>mostrarle a Dánae mi notable interés.<br />

En principio, mi intención era que la viera como una remota<br />

posibilidad, pero, no obstante, buscaría aguijonear<br />

su amor propio <strong>de</strong> actriz.<br />

Dánae-(¡cómo no!)-conocía muy bien el guión, pero<br />

esta vez <strong>de</strong>bería exhibir con su interpretación que había<br />

71


<strong>Alejandro</strong> González-<strong>Geell</strong><br />

entendido a fondo el personaje. Le propondría que hiciera<br />

una creación personal y libre según su criterio. Y yo<br />

jugaba con ventaja porque estaba seguro que Dánae se<br />

sentiría atraída por el <strong>de</strong>safío. Recuerdo bien que en alguna<br />

ocasión me confesó que lo mejor que podía suce<strong>de</strong>rle<br />

como actriz, era enfrentarse a un trabajo complejo sin<br />

más alicientes que la propia dificultad.<br />

***<br />

La tar<strong>de</strong> que compré el vestido rojo y que le conté a<br />

Pedro mi secreta <strong>Estela</strong>, nos <strong>de</strong>spedimos con la i<strong>de</strong>a <strong>de</strong>l<br />

test audiovisual acordada. Iba camino <strong>de</strong> mi coche cuando<br />

me fijé en la hora y vi que aún podía pasar a recoger<br />

a Dánae, que había retomado sus clases <strong>de</strong> baile en un<br />

gimnasio céntrico. Y así lo hice.<br />

Aparqué enfrente <strong>de</strong>l mo<strong>de</strong>rno gimnasio. Dánae apareció<br />

por la puerta junto a otros compañeros y compañeras<br />

jóvenes que llevaban dispares atuendos y cargaban<br />

sendas bolsas <strong>de</strong>portivas. Formaban un agradable conjunto<br />

<strong>de</strong> colores. Observé con atención a mi mujer y me<br />

recreé en su belleza y juventud. Sus ojos se alegraron al<br />

<strong>de</strong>scubrir mi inesperada presencia. La alegría se le notaba,<br />

se <strong>de</strong>spidió <strong>de</strong> sus compañeros y vino hacia mí corriendo<br />

como una niña pequeña contenta <strong>de</strong> ver a su padre. Pero<br />

yo no era su padre, sino su amante marido.<br />

—¡Qué sorpresa! No esperaba que pasaras a recogerme<br />

Casi nunca lo haces cuando tienes rodaje—dijo sonriente<br />

y sorprendida.<br />

—He venido a hacerte una proposición.<br />

—Uhmmm… Si es una proposición in<strong>de</strong>cente, la respuesta<br />

es sí—dijo con coqueta simpatía.<br />

—Anda, sube al coche y te lo explico—le dije y nos fuimos.<br />

72


<strong>Estela</strong><br />

Durante el trayecto hacia casa, me divertí jugando con<br />

su inocente curiosidad hasta que por mi propia impaciencia<br />

traicioné mi voluntad y todas las limitaciones que me<br />

había propuesto y, sin preámbulos, me abrí y le solté la<br />

posibilidad <strong>de</strong> asumir el rol <strong>de</strong> <strong>Estela</strong>. Dánae jamás había<br />

<strong>de</strong>jado <strong>de</strong> sorpren<strong>de</strong>rme y esta vez tampoco fue la ocasión.<br />

Ni siquiera se inmutó. Yo había supuesto que explotaría<br />

con un espontáneo entusiasmo, pero, al contrario,<br />

se puso más seria <strong>de</strong> lo corriente. Me confesó-(nunca lo<br />

había hecho)-que <strong>de</strong>s<strong>de</strong> que había leído la novela, sintió<br />

fascinación por <strong>Estela</strong>. Y en un tono sereno, agregó que<br />

mientras fue conociendo el guión que yo escribía, se daba<br />

cuenta que la riqueza <strong>de</strong>l personaje sería una auténtica<br />

oportunidad para la actriz que la encarnara. No pronuncié<br />

más palabras, salvo algún monosílabo, porque me pareció<br />

bastante raro que antes no me hubiera hablado <strong>de</strong><br />

<strong>Estela</strong> con la propiedad que lo estaba haciendo. Continué<br />

oyendo sus argumentos y solo volví a hablar cuando estuvimos<br />

en casa. Lo hice para <strong>de</strong>cirle que se probara el<br />

vestido rojo que había comprado. Sin muchas otras explicaciones,<br />

saqué la prenda <strong>de</strong> la bolsa para <strong>de</strong>safiarla a<br />

que intentara <strong>de</strong>mostrar que podía convertirse en <strong>Estela</strong>.<br />

Como era previsible, Dánae no solo aceptó el reto, sino<br />

que advirtió que iba a impresionarme. Antes <strong>de</strong> ir a probarse<br />

el vestido, me miró al los ojos.<br />

—Vas a ver con tus propios ojos que <strong>Estela</strong> existe...—<br />

dijo con seguridad, me dio un beso escueto y se dirigió al<br />

cuarto <strong>de</strong> baño con el vestido en sus manos.<br />

Lo que no le había dicho era la <strong>de</strong>cisión <strong>de</strong> someterla a<br />

una prueba audiovisual. A Dánae le pareció un incentivo<br />

vestirse y hacer <strong>de</strong> <strong>Estela</strong> para presentármela. Interpretar<br />

personajes era el tipo <strong>de</strong> juego al que siempre estaba<br />

dispuesta, y entraba en su carácter aprovechar cualquier<br />

oportunidad para sacar a luz su versatilidad. En nuestra<br />

intimidad era frecuente que, con cualquier pretexto, se<br />

disfrazara con lo que fuera para adquirir las personalida<strong>de</strong>s<br />

<strong>de</strong> variopintos personajes que representaba con gracia<br />

y confianza, e improvisara parlamentos.<br />

73


<strong>Alejandro</strong> González-<strong>Geell</strong><br />

Mientras Dánae terminaba <strong>de</strong> preparar su versión <strong>de</strong><br />

<strong>Estela</strong> en el cuarto <strong>de</strong> baño, me fui a preparar una copa y<br />

luego me tendí sobre la amplia cama matrimonial, con un<br />

vaso bajo <strong>de</strong> whisky y hielo en mis manos. Iba a dar un<br />

sorbo cuando hizo su aparición en el umbral <strong>de</strong>l dormitorio.<br />

Casi me atraganté al verla <strong>de</strong>slizar con suavidad sus<br />

manos por el marco <strong>de</strong> la puerta, serpenteando y rozando<br />

su cuerpo contra la ma<strong>de</strong>ra. ¡Estaba atónito! ¡Era <strong>Estela</strong>!<br />

Se había convertido en ella, en una hembra inquietante.<br />

Dejó la postura y gestos anteriores y dio un par <strong>de</strong><br />

pasos hacia el centro <strong>de</strong> la habitación. Se <strong>de</strong>tuvo <strong>de</strong>safiante<br />

como una pantera. Su imagen emitía señales que la<br />

i<strong>de</strong>ntificaban con el personaje que mi obstinación podía<br />

reconocer con facilidad. Era una suerte <strong>de</strong> sortilegio que<br />

confundía a Dánae y <strong>Estela</strong> en una misma imagen. Ante<br />

mis ojos por fin estaba la misma <strong>Estela</strong> <strong>de</strong>l retrato que<br />

<strong>de</strong>coraba <strong>de</strong>s<strong>de</strong> hacía tiempo las pare<strong>de</strong>s <strong>de</strong> mi ficción.<br />

Dánae <strong>de</strong>shizo su postura y comenzó a acercarse con<br />

agacelados movimientos, aumentando su sensualidad,<br />

que ahora subrayaba la que le era connatural. Ejecutó varias<br />

posturas provocativas, marcándolas con exageración,<br />

todas ellas dignas <strong>de</strong> una hembra experta que sabe cómo<br />

manejar sus atributos. Los escasos pasos que dio fueron<br />

largos y lentos, hasta quedar frente a mí con las piernas<br />

separadas, haciendo que el vestido se ciñera a su cuerpo y<br />

resaltara sus sugerentes formas. Aun habiéndose maquillado<br />

con rapi<strong>de</strong>z, el resultado parecía haber tenido horas<br />

<strong>de</strong> paciencia. Su rostro era ahora <strong>de</strong> una belleza agresiva<br />

aunque guardaba las reminiscencias <strong>de</strong> su candor.<br />

Nunca antes me había sorprendido tanto porque, sin per<strong>de</strong>r<br />

su esencia, parecía ser otra mujer. Conmovido y asombrado,<br />

no pu<strong>de</strong> más que soltar una exclamación in<strong>de</strong>scifrable <strong>de</strong><br />

aprobación. Des<strong>de</strong> luego, no había supuesto que la i<strong>de</strong>ntificación<br />

pudiera llegar a ser tan eficaz como notable.<br />

—¡Estás impresionante! ... ¡Mejor <strong>de</strong> lo que me pu<strong>de</strong><br />

haber imaginado!—exclamé fascinado.<br />

74


<strong>Estela</strong><br />

—¡Acércate, si te atreves...!—susurró sensual, en una<br />

sobre actuada condición <strong>de</strong> mujer fatal.<br />

Sus gestos y una mirada penetrante apoyaron a sus<br />

palabras que sonaron con un tono <strong>de</strong> voz acaso algo más<br />

grave que la suya.<br />

Me incorporé y, <strong>de</strong>jando el vaso sobre la mesilla <strong>de</strong><br />

noche, me acerqué aún incrédulo. La ro<strong>de</strong>é a corta distancia<br />

y Dánae me siguió con sus ojos, en una mirada que<br />

rebosaba provocación, y muy consciente <strong>de</strong> su po<strong>de</strong>r <strong>de</strong><br />

hembra. Por fin <strong>Estela</strong> era una “realidad” y no estaba únicamente<br />

en mi imaginación, y confirmaba que sería una<br />

mujer muy apetecible. Sin embargo, sus <strong>de</strong>stellos eróticos<br />

no tuvieron eficacia porque yo seguía pasmado por la corporeidad<br />

<strong>de</strong> <strong>Estela</strong>.<br />

—¡Estás perfecta! ¡Sin duda, tú eres <strong>Estela</strong>!—dije, lo<br />

que hizo que ella abandonara su actuación <strong>de</strong> mujer fatal<br />

para adoptar una actitud adolescente y tierna.<br />

—¡Pero yo prefiero ser tu mujer!—dijo con un tono<br />

cariñoso, casi un remedo infantil y enseguida se fue a mis<br />

brazos.<br />

La recibí seguro y volví a sentirme su protector. Le<br />

<strong>de</strong>volví el beso que me propuso con cariñosas manifestaciones.<br />

—Y lo eres, cariño—le dije antes <strong>de</strong> que mis labios se<br />

olvidaran <strong>de</strong> las palabras.<br />

Y entre besos que se sobrevenían sin or<strong>de</strong>n ni similitud,<br />

paulatinamente, nos fuimos entregando al <strong>de</strong>stino <strong>de</strong> la<br />

pasión. De pronto, tomé conciencia y me fijé en su rostro.<br />

Su cara con ese maquillaje no pertenecía a mi Dánae. Era<br />

como estar besando a quien no era mi mujer, a la única<br />

que amo. Me ofusqué y, regido por una pulsión rara y, algo<br />

75


<strong>Alejandro</strong> González-<strong>Geell</strong><br />

alterado, sin soltarla, comencé a restregarle la palma <strong>de</strong><br />

una <strong>de</strong> mis manos para tratar <strong>de</strong> hacerlo <strong>de</strong>saparecer <strong>de</strong> su<br />

faz. La torpe pretensión apenas consiguió esparcir el carmín<br />

<strong>de</strong> sus labios, mezclándolo con el resto <strong>de</strong> pinturas y<br />

maquillaje para convertir su rostro en una especie <strong>de</strong> careta<br />

festiva. Dánae sostuvo firme su cara y había permanecido<br />

quieta con su boca entreabierta y los ojos semicerrados. Se<br />

<strong>de</strong>jaba hacer como quien se entrega a su sino.<br />

En medio <strong>de</strong> la infructuosa tarea por liberarla <strong>de</strong>l disfraz,<br />

reaccioné y me esforcé para recobrarme <strong>de</strong>l extravío.<br />

Y cuando abandoné el extraño viaje, alejado <strong>de</strong> esa incoherencia,<br />

mi boca fue en búsqueda <strong>de</strong> la suya porque<br />

me sentí tan frágil e inseguro que necesitaba saber que<br />

Dánae me amaba. Quería que me lo <strong>de</strong>mostrara.<br />

Su entrega fue retirando mi inseguridad para ir dando<br />

sitio a un creciente <strong>de</strong>seo. Los besos nos fueron convirtiendo.<br />

—Quítate ese vestido—le or<strong>de</strong>né impaciente, porque<br />

<strong>de</strong>bía <strong>de</strong>spojarla <strong>de</strong> <strong>Estela</strong>—Quiero tocar tu cuerpo... el<br />

tuyo...<br />

La respuesta convertida en besos me invitó a proseguir,<br />

pero no me vencí hasta que su actitud entregada e<br />

insistente por <strong>de</strong>sbocar mi <strong>de</strong>seo logró imponerse, y a<br />

mi pasión se le unió la necesidad <strong>de</strong> comprobar que exclusivamente<br />

yo podía llevarla al éxtasis. Me bastó una<br />

pequeña ayuda para que el vestido terminara <strong>de</strong> abandonar<br />

su esbelto cuerpo, que apareció entonces cubierto<br />

aún por dos <strong>de</strong>licadas y suaves prendas interiores. Me<br />

fui sintiendo mejor pues comprendí que el amor y el<br />

sexo se estaban confabulando para propagar un ineludible<br />

po<strong>de</strong>r. Disfruté unos instantes con su dócil entrega<br />

y <strong>de</strong>l cautivador contacto <strong>de</strong> su piel, hasta que <strong>de</strong>cidí<br />

conseguir su total <strong>de</strong>snu<strong>de</strong>z. Se <strong>de</strong>sprendió <strong>de</strong> las finas<br />

prendas íntimas y, cuando quiso volver a retomar su lugar<br />

en el refugio <strong>de</strong> mis brazos, la separé para admirar<br />

la perfección <strong>de</strong> su cuerpo <strong>de</strong>snudo. Luego, la abracé y<br />

76


<strong>Estela</strong><br />

acaricié lentamente por todo su cuerpo. Durante largos<br />

minutos las caricias fueron siendo más intensas y atrevidas,<br />

que la llevaron a una excitación creciente. Ella se<br />

<strong>de</strong>jaba hacer, facilitando cualquier caricia que le hiciera<br />

sentir y sentirme. Sus manos también fueron activas<br />

para coger mi pene y sacarlo <strong>de</strong>l pantalón que aun llevaba<br />

puesto. Estuvimos acariciándonos nuestros sexos,<br />

el uno al otro por largos instantes, <strong>de</strong> distintas maneras,<br />

hasta que llevé mis <strong>de</strong>dos lubricados <strong>de</strong> su propia excitación<br />

a su boca, y ella los chupó y lamió con premura.<br />

A continuación, quiso quitarme toda mi ropa, y<br />

yo colaboré para que lo consiguiera. De modo que ya<br />

estábamos los dos <strong>de</strong>snudos. Dánae se inclinó y fue directo<br />

a acometer una felación y, cogiendo mi endurecido<br />

pene bastante predispuesto, lo mimó con sus labios y<br />

se lo introdujo en la boca que se afanó con habilidad<br />

y competencia, y cuyo propósito no <strong>de</strong>bía ser otro que<br />

darme placer y conseguir mi <strong>de</strong>scarga con su acreditada<br />

<strong>de</strong>streza en el sexo oral. Pero esta vez yo no estaba por la<br />

labor y se lo impedí, aunque mi libido bullía y me alentaba.<br />

Dánae ya había sucumbido al <strong>de</strong>seo, no estaba en<br />

condiciones <strong>de</strong> cuestionarse nada y solo quería obe<strong>de</strong>cer<br />

con sumisión. Nos tendimos en la cama y seguimos acariciándonos<br />

entre besos interminables. En un momento,<br />

al acomodarnos aproveché los movimientos <strong>de</strong> mi pequeña<br />

Dánae para proponerle un giro sobre su cuerpo<br />

hasta que quedara tendida boca abajo. Contemplé las<br />

sinuosida<strong>de</strong>s <strong>de</strong> su cuerpo perfecto y quise hacer <strong>de</strong> él<br />

mi dominio. Recorrí toda su espalda con mis labios eruditos,<br />

ya <strong>de</strong>sbocados en la aventura sicalíptica. La besaba<br />

y la mordisqueaba mientras transitaba con exageración<br />

por cada centímetro <strong>de</strong> su piel, <strong>de</strong>s<strong>de</strong> la nuca hasta<br />

sus pies. Su espalda lisa y sedosa se prestaba, igual que<br />

lo hicieron sus redon<strong>de</strong>adas nalgas cuando las mordía<br />

con suavidad y con la fuerza justa para que el pequeño<br />

daño se aunara con el placer. Y lo hacía con pru<strong>de</strong>ncia<br />

pero con energía, como mi intuición <strong>de</strong> buen amante<br />

me daba a enten<strong>de</strong>r. Mi mejor Dánae se <strong>de</strong>jaba hacer<br />

y sumaba su complicidad sugerente, como una hembra<br />

afrodisíaca siempre dispuesta a darse por entero a los<br />

<strong>de</strong>signios <strong>de</strong>l amor. De modo que, separé sus nalgas algo<br />

obsesionado, y, capturado por mis sentires y pulsiones,<br />

77


<strong>Alejandro</strong> González-<strong>Geell</strong><br />

mi osadía me emplazó a avanzar con audaces caricias.<br />

Mi mejor Dánae pareció entregada y, como si quisiera<br />

<strong>de</strong>mostrar que estaba dispuesta a cualquier reto o experiencia,<br />

movió sus ca<strong>de</strong>ras buscando acomodo y alzó sus<br />

nalgas lo bastante, lo que se podía enten<strong>de</strong>r como una<br />

insinuante invitación a que me atreviera a proseguir.<br />

Pero como no estaba tan seguro, quise tomarme una<br />

pausa, pese a que la fiebre <strong>de</strong> mi libido me contradijera.<br />

Y entonces ella me sorprendió. Giró hacia mí su rostro<br />

marcado por una exagerada expresión libidinosa y con<br />

sus ojos <strong>de</strong>stellando un inconfundible <strong>de</strong>seo. Y, como si<br />

buscara sin rumbo y a tientas la senda <strong>de</strong> complacencia,<br />

no atinó a nada que no fuera suplicarme que lo hiciera,<br />

que lo <strong>de</strong>seaba, y que interpreté como un ruego para que<br />

no <strong>de</strong>járamos escapar la oportunidad <strong>de</strong> esa ocasión casi<br />

ineludible... Y entre los susurros y gemidos dijo algunas<br />

palabras -(que no pu<strong>de</strong> oír <strong>de</strong>l todo)- cuando sintió la<br />

profanación que inauguraba otra fuente <strong>de</strong> placer. La<br />

mejor Dánae se hallaba en el frágil límite que separa el<br />

goce <strong>de</strong>l sufrimiento, y, sobrexcitada, ya no le importaba<br />

nada que no fuera el novedoso placer que tenía enredada,<br />

y que era por ella hasta ese instante <strong>de</strong>sconocido. De<br />

repente, Dánae explotó en un tremendo y prolongado<br />

orgasmo, que la llevó a la cima <strong>de</strong> un éxtasis enajenante<br />

y su ser entero dio un estertor convulso porque el placer<br />

le brotaba como flores <strong>de</strong> una repentina primavera.<br />

Esa noche fue tan <strong>de</strong>finitiva que, más allá <strong>de</strong> lo sicalíptico,<br />

sentí profundamente que ella jamás podría ser capaz<br />

<strong>de</strong> entregarse-(y menos amar)-a nadie que fuera yo.<br />

***<br />

Por la mañana tenía programada la cita con el agente<br />

artístico que había prometido presentarme a dos nuevas<br />

aspirantes al rol <strong>de</strong> <strong>Estela</strong>. Acudí más por cortesía que<br />

por la esperanza <strong>de</strong> hallar a la protagonista <strong>de</strong> mi film.<br />

Aunque nunca se <strong>de</strong>be <strong>de</strong>scartar un milagro, creo que ya<br />

por entonces había hecho mi elección, a falta solo <strong>de</strong> verificar<br />

en el test audiovisual que Dánae no solamente es-<br />

78


<strong>Estela</strong><br />

taba preparada para ser <strong>Estela</strong> sino que la grabación <strong>de</strong> su<br />

cometido-(si era el caso, por las exigencias que yo <strong>de</strong>bía<br />

imponer para conseguir el papel que tenía muy perfilado<br />

en mi cabeza)-sería la base don<strong>de</strong> se justificaría la eventual<br />

y comprometida elección.<br />

La reunión con Agustín, el agente artístico, resultó ser<br />

una inoperante futilidad y comprendí, más que nunca,<br />

la urgencia que tenía realizar la prueba <strong>de</strong> Dánae. Era<br />

la única forma <strong>de</strong> <strong>de</strong>stronar toda duda, y, mayormente,<br />

porque también estaba <strong>de</strong>stinada a proveerme <strong>de</strong> un aval<br />

imposible <strong>de</strong> soslayar en resguardo <strong>de</strong> mi reputación profesional.<br />

De modo que, por un lado, necesitaba que mi<br />

mujer solventara la prueba con éxito. Y por otro, que mi<br />

productor aceptara la propuesta, y que también la asumiera<br />

como muy válida para el importante rol <strong>de</strong>l film.<br />

Esa era la única condición que podría comprometerme<br />

con mi propia <strong>de</strong>cisión.<br />

***<br />

Finalmente, la prueba a Dánae se grabó en una jornada,<br />

y el resultado vino a reafirmar que había acertado<br />

<strong>de</strong> pleno. Procuré que la grabación fuera un trabajo muy<br />

serio, al que nada podía faltarle, <strong>de</strong>s<strong>de</strong> el maquillaje, el<br />

vestuario, <strong>de</strong>corado y atrezo. Las imágenes <strong>de</strong> la grabación<br />

las edité a conciencia, y como recompensa obtuve<br />

una muestra breve y brillante <strong>de</strong>l talento <strong>de</strong> mi Dánae.<br />

Y, visto <strong>de</strong>s<strong>de</strong> la objetividad, no cabía duda que mi mujer<br />

era una formidable actriz, pero esencialmente era <strong>Estela</strong>,<br />

la que siempre tuve en mi cabeza.<br />

Tan pronto como hube acabado la edición <strong>de</strong> las escenas<br />

<strong>de</strong> la prueba audiovisual, mandé que me hicieran un par<br />

<strong>de</strong> copias en DVD. Tenía la necesidad <strong>de</strong> enseñárselas a<br />

Dánae y <strong>de</strong>mostrarle que <strong>Estela</strong> existía. Emocionado como<br />

un principiante por el excelente resultado, me congratulé<br />

por haberla sometido con excesivo rigor al test. Y con las<br />

copias <strong>de</strong> la prueba en DVD en mis manos y con la ilusión<br />

a cuesta, me fui directamente a casa, pero al llegar mi<br />

79


<strong>Alejandro</strong> González-<strong>Geell</strong><br />

mujer no se encontraba allí. No me preocupé <strong>de</strong>masiado<br />

porque más pudo el afán <strong>de</strong> volver a ver a <strong>Estela</strong>. Inserté<br />

un DVD en receptáculo <strong>de</strong>l reproductor, y, orgulloso <strong>de</strong> mi<br />

mujercita, me dispuse a observarla una vez más.<br />

Dánae, como si hubiera previsto ser puntual en esta<br />

cita no pactada, llegó casi enseguida. Empezaba a complacerme<br />

con sus imágenes en la TV <strong>de</strong>l salón cuando<br />

abrió la puerta <strong>de</strong> calle. Nada más entrar, pareció haber<br />

adivinado que se trataba <strong>de</strong> la prueba. Alcanzó a <strong>de</strong>cir<br />

unas escuetas frases antes <strong>de</strong> guardar silencio.<br />

—¿Qué estás viendo—dijo, <strong>de</strong>jando su bolso sobre<br />

una silla.<br />

Preferí no respon<strong>de</strong>r para aumentar su interés. Y Dánae,<br />

sin quitar los ojos <strong>de</strong> la pantalla, avanzó hasta sentarse<br />

a mi lado en el sofá. Me saludó <strong>de</strong> forma breve, con<br />

un beso mecánico y continuó mirando a la TV, como si<br />

estuviese hipnotizada. Sus ojos <strong>de</strong> color ver<strong>de</strong> in<strong>de</strong>finido,<br />

sin pestañear, observaban con expresividad la pantalla.<br />

Miraba las imágenes con cierta extrañeza, como si temiera<br />

que pudieran hacerla responsable <strong>de</strong> algo que no era<br />

culpable. Y su primera reacción fue tan adorable y candorosa<br />

que me poseyó una complaciente ternura.<br />

—¡Pero si soy yo!—exclamó emocionada, y ello me dio<br />

pie para hacer una intencionada y poco original acotación.<br />

—No, no eres tú, es <strong>Estela</strong> ¿no la ves—le dije y esperé<br />

su reacción, pero ella siguió atenta a la pantalla, sin per<strong>de</strong>rse<br />

<strong>de</strong>talle <strong>de</strong> las imágenes que se sucedían.<br />

Mientras miraba su propia imagen en la TV, le cogí una<br />

<strong>de</strong> sus manos y ella me la entregó distraídamente. No le di<br />

importancia ni podía dañarme esa especie <strong>de</strong> indiferencia<br />

porque comprendí su concentración, a la que yo no pretendía<br />

restar un ápice. De manera que no la quise distraer y<br />

la <strong>de</strong>jé que terminara <strong>de</strong> observar el DVD, disfrutando, a<br />

80


<strong>Estela</strong><br />

mi vez, con el inocente regocijo y creciente entusiasmo <strong>de</strong><br />

Dánae. Confieso que ese día sentí que la amaba aún más.<br />

Y cuando las imágenes concluyeron, me miró nerviosa<br />

y, sin saber qué otra cosa hacer, prácticamente se me subió<br />

encima y comenzó a besarme con miles <strong>de</strong> besos cortos que<br />

eran muestras <strong>de</strong> gratitud y <strong>de</strong> su felicidad que no supo exteriorizar<br />

sino <strong>de</strong> ese modo. Aunque divertido por el efusivo<br />

acoso, tuve que frenar su <strong>de</strong>smedido entusiasmo que me<br />

atosigaba en exceso. Le cogí sus antebrazos y la inmovilicé,<br />

<strong>de</strong>jándola in<strong>de</strong>fensa. Frente y cerca <strong>de</strong> su cara le pregunté<br />

sin ninguna necesidad, porque la respuesta era evi<strong>de</strong>nte.<br />

—¿Te ha gustado<br />

—¡Sí, mucho!... ¡Gracias, mi amor!<br />

Parecía no creer lo que había visto. Necesitaba conocer<br />

mi opinión antes <strong>de</strong> continuar. Para ella era muy importante.<br />

—¿Y a ti que te ha parecido—me preguntó con un<br />

halo <strong>de</strong> incertidumbre, tal vez tratando <strong>de</strong> disminuir su<br />

espontáneo entusiasmo.<br />

—Has hecho un buen trabajo...—hice una pausa larga—Me<br />

has convencido: ¡tú eres <strong>Estela</strong>!<br />

—¿En serio<br />

—¿Tú tienes alguna duda<br />

—No sé qué <strong>de</strong>cir...<br />

—Yo creo que en el DVD está la evi<strong>de</strong>ncia... A mí me<br />

has convencido—le respondí, sabiendo que Dánae quería<br />

oírlo, sobre todo, <strong>de</strong> mis labios.<br />

81


<strong>Alejandro</strong> González-<strong>Geell</strong><br />

—¡Me gusta que te haya convencido. Me hace muy<br />

feliz...—dijo y volvió a acometer con sus caricias y besos<br />

alocados e infantiles.<br />

82<br />

***<br />

A la mañana siguiente, el teléfono estaba sonando en<br />

la oficina <strong>de</strong> Ernesto. Era, efectivamente, mi llamada para<br />

anunciarle una visita urgente.<br />

Mi noche no había sido tranquila y mi sueño no fue<br />

profundo sino más bien inquieto por la excitación. La necesidad<br />

<strong>de</strong> obtener pronto la ratificación <strong>de</strong> <strong>Estela</strong> en la<br />

piel <strong>de</strong> Dánae, me abrumaba. Sentía la intransigencia <strong>de</strong>l<br />

apremio por enseñarle la prueba audiovisual a Ernesto,<br />

quien hasta ahora no tenía ni i<strong>de</strong>a <strong>de</strong> su existencia. Y<br />

por fin, llegaba la hora <strong>de</strong> que el secreto saliera a la luz<br />

y mostrara sus resultados. Me hallaba fortalecido porque<br />

el excepcional trabajo <strong>de</strong> mi amada esposa me proveía <strong>de</strong><br />

argumentos que me daban todos los ases para ganar cualquier<br />

partida. De manera que, impaciente pero optimista,<br />

tomé rumbo al <strong>de</strong>spacho <strong>de</strong> mi productor. Sabía que el<br />

DVD <strong>de</strong> prueba era un testimonio suficiente para confirmar<br />

con rotundidad las aptitu<strong>de</strong>s <strong>de</strong> Dánae, que sin vaguedad<br />

patrocinaban su vali<strong>de</strong>z como primera postulante<br />

al complicado rol <strong>de</strong> <strong>Estela</strong>. Contaba también a mi favor<br />

que Ernesto, antes <strong>de</strong> todo, fuera un profesional sensato<br />

y con mucha intuición, que conocía muy bien su oficio<br />

y no dudaba nunca cuando una propuesta le convencía,<br />

aunque ésta fuese arriesgada.<br />

Ernesto me esperaba con curiosidad, porque tuvo en<br />

cuenta mi <strong>de</strong>sacostumbrada premura. Nada más verme,<br />

comprendió que no se trataba <strong>de</strong> algo negativo, lo que le<br />

dio, supongo, algún respiro. Des<strong>de</strong> luego, bastaba mirarme<br />

para enten<strong>de</strong>r que estaba excitado pero, a la vez, animado.<br />

Sin mediar muchas más palabras que las <strong>de</strong> saludo,<br />

siguiendo mi plan, encendí el televisor y el reproductor <strong>de</strong><br />

DVD que allí estaban instalados. Él se sentó en su silla y<br />

me observaba atento e intrigado. Introduje el DVD <strong>de</strong> la


<strong>Estela</strong><br />

prueba en el reproductor y me ubiqué a su lado, un poco<br />

más atrás para po<strong>de</strong>r estudiar sus reacciones. Di “play”<br />

con el mando a distancia y el aparato se puso en marcha.<br />

Cuando aparecieron las imágenes <strong>de</strong> <strong>Estela</strong>, mi sorprendido<br />

productor se concentró, sin <strong>de</strong>cir nada. Sus ojos se<br />

impactaron <strong>de</strong>s<strong>de</strong> el comienzo y al finalizar el DVD, Ernesto<br />

se levantó con serio silencio e hizo que el aparato<br />

recomenzara a mostrar esas imágenes. Una vez que dio al<br />

“play” volvió su cabeza hacia mí y, sonriendo, dijo amigablemente<br />

“¡¡hijo <strong>de</strong> puta!!”<br />

Durante el segundo visionado, mi productor hizo unos<br />

positivos comentarios y luego, como si ya no cupiera otra<br />

posibilidad, no tardamos <strong>de</strong>masiado en estar <strong>de</strong> acuerdo:<br />

Dánae sería <strong>Estela</strong>.<br />

—Dile a tu mujer que la felicito y que se pase a firmar<br />

el contrato... Supongo que con ella tengo que hablar <strong>de</strong><br />

dinero ¿o me equivoco<br />

—Es igual... Como te parezca.<br />

Esa misma noche, en casa, se improvisó una pequeña<br />

reunión motivada por el éxito <strong>de</strong> Dánae. Llegué con Pedro,<br />

mi discreto ayudante, con quien pasaba casi todo el<br />

día, trabajando en el proceso <strong>de</strong> pre-producción <strong>de</strong>l film.<br />

Dánae, por su parte, había llamado a Ximena, una divertida<br />

amiga suya que durante un tiempo habían compartido<br />

piso. A pesar <strong>de</strong> ser muy diferentes, llegaron a ser<br />

gran<strong>de</strong>s amigas. Ximena se sumó a la íntima celebración<br />

y aportó un amigo -(“con ventaja” o “con <strong>de</strong>recho a roce”,<br />

como solía <strong>de</strong>cir)-, un integrante más <strong>de</strong> su frecuentemente<br />

renovada lista <strong>de</strong> efímeros novios o esporádicos<br />

postulantes a ser importantes en el reino <strong>de</strong> sus caprichos.<br />

Era coqueta, simpática y sabía sacar el mejor partido<br />

a sus cualida<strong>de</strong>s y a su perceptible atractivo, sin atarse<br />

a nadie. Adoraba su libertad e in<strong>de</strong>pen<strong>de</strong>ncia, aunque, en<br />

contra <strong>de</strong> lo que manifestaba, creo que es probable que<br />

en su interior anhelara, como la mayoría <strong>de</strong> las personas,<br />

83


<strong>Alejandro</strong> González-<strong>Geell</strong><br />

encontrar a un compañero <strong>de</strong>finitivo para plantearse la<br />

vida en pareja.<br />

El amigo <strong>de</strong> Ximena vestía <strong>de</strong> un modo casual pero<br />

elegante, y resultó ser un hombre culto, reservado e interesante.<br />

Durante algún rato estuvimos charlando porque<br />

había leído la novela en la que se basaba mi película, hasta<br />

que <strong>de</strong>rivamos a la publicidad. Elogió el trabajo <strong>de</strong> algunos<br />

creativos, sin mencionar la labor <strong>de</strong> los realizadores. Y<br />

como no percibí mala intención en sus palabras, le argumenté<br />

didácticamente la importancia <strong>de</strong> éstos en el proceso,<br />

y me agradó que supiera enten<strong>de</strong>rla y valorarla.<br />

Y llegado un momento, hablamos-(¡cómo no!)-<strong>de</strong> la<br />

película. Un ambiente relajado y ameno se había establecido<br />

sin que nadie <strong>de</strong> los presentes hiciese esfuerzos<br />

especiales. Y Ximena bromeó acerca <strong>de</strong> las razones que<br />

pudieron haber incidido para que Dánae se adueñara <strong>de</strong>l<br />

papel <strong>de</strong> <strong>Estela</strong>.<br />

—Estoy convencida que el papel lo conseguiste porque<br />

te estás “tirando” al Director. ¡A mí no me vengas con<br />

trolas!—dijo Ximena y Dánae rió con ganas.<br />

—Vale, pero prométeme no contárselo a nadie—siguió<br />

la broma Dánae.<br />

—Amiga, poco puedo prometer, yo soy muy chismosa,<br />

y la vida <strong>de</strong> una estrella interesa mucho—prosiguió Ximena,<br />

con el mismo tono festivo.<br />

—Al menos, dirás que “mi estrellato” no me lo he ganado<br />

en diferentes camas. Solo en una y, a<strong>de</strong>más, no me puedo<br />

quejar—dijo sonriente con liviana ironía, y me cogió la mano.<br />

La velada fue pasando agradablemente entre divagaciones<br />

informales y especulaciones sobre el resultado y<br />

84


<strong>Estela</strong><br />

las consecuencias que podría tener el film. La distendida<br />

reunión terminó poco <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> haber hecho un último<br />

brindis por el éxito que todos <strong>de</strong>seábamos.<br />

***<br />

Primer día <strong>de</strong> rodaje. La preparación había concluido<br />

sin más problemas que los pequeños imprevistos que<br />

se resuelven sin mayores contratiempos. Era un día claro<br />

y brillante, lo que me hizo consi<strong>de</strong>rarlo como un buen<br />

presagio. Sin embargo, un hecho inesperado vino a contra<strong>de</strong>cirme<br />

y tuvo la <strong>de</strong>rivación <strong>de</strong> hacerme <strong>de</strong>scubrir un<br />

resabio que nunca habría alcanzado a concebir como algo<br />

factible en mi naturaleza.<br />

Aquella mañana, Dánae y yo nos levantamos poco<br />

<strong>de</strong>spués <strong>de</strong>l alba, con bastante antelación y con tiempo<br />

sobrado para llegar puntuales a la primera localización<br />

<strong>de</strong>l rodaje. Se trataba <strong>de</strong> un chalet en las afueras <strong>de</strong> la<br />

ciudad, en cuyo porche iba a tener lugar una escena en<br />

la que <strong>Estela</strong>, la protagonista, veía por primera vez al<br />

hombre que se convertiría en su amante. Recuerdo que<br />

íbamos en mi coche camino <strong>de</strong> ese lugar. Yo conducía y<br />

Dánae, a mi lado, estaba invadida por un silencio, sin<br />

otra causa que el abrazo <strong>de</strong> los nervios previos a una cita<br />

<strong>de</strong> envergadura.<br />

—Cariño ¿te pasa algo—le pregunté, para romper la<br />

silente monotonía.<br />

—No, nada. Estoy bien—me contestó <strong>de</strong> forma parca,<br />

<strong>de</strong>notando un estado <strong>de</strong> congoja propia <strong>de</strong> cualquier primer<br />

día.<br />

—Tranquila. Todo saldrá mejor <strong>de</strong> lo que supones—<br />

le dije para infundirle ánimos, y le cogí una mano. Ella<br />

apretó la mía con fuerza, como si quisiera <strong>de</strong>scargar la<br />

tensión.<br />

85


<strong>Alejandro</strong> González-<strong>Geell</strong><br />

—¿Y tú cómo estás—me preguntó, más que por saberlo,<br />

por seguir la conversación.<br />

—¿Yo... Tranquilo y contento. Tengo mucha fe en la<br />

película—le respondí con seguridad—Y, que sepas, también<br />

confío mucho en ti—agregué en tono paternal.<br />

Dánae me agra<strong>de</strong>ció con la mirada y me puso un beso<br />

tierno en la mejilla. Pero, atenazada por su estado, se envolvió<br />

otra vez en el silencio. Yo la comprendí.<br />

Cuando llegamos a la localización, la actividad que<br />

generaban los preparativos <strong>de</strong> la escena que se tenía que<br />

rodar era efervescente. A través <strong>de</strong>l parabrisas, pu<strong>de</strong> divisar<br />

a Pedro, mi diligente ayudante, que parecía estar<br />

encima <strong>de</strong> todos los menesteres variados que allí se concentraban.<br />

Los técnicos trabajaban afanosos. Más allá,<br />

algo apartados, se hallaban los dos actores que, junto con<br />

Dánae, intervenían en la escena a rodar. Uno <strong>de</strong> ellos era<br />

Larry Brian, el actor inglés que Dánae había conocido durante<br />

su estancia en Londres, y que interpretaba el papel<br />

<strong>de</strong> amante <strong>de</strong> <strong>Estela</strong>. El otro era David Estévez, uno <strong>de</strong><br />

los actores importantes <strong>de</strong>l film, a cuyo saber hacer le correspondía<br />

el papel <strong>de</strong> esposo <strong>de</strong> <strong>Estela</strong>. Ambos charlaban<br />

y bebían un reconfortante café matinal.<br />

El actor inglés había sido el último en integrarse al<br />

elenco. Había llegado <strong>de</strong>s<strong>de</strong> Londres apenas dos días<br />

antes. No obstante, habíamos tenido ocasión <strong>de</strong> hablar<br />

largo sobre el guión y <strong>de</strong> lo que yo necesitaba <strong>de</strong> su personaje.<br />

Larry era un tipo listo y atractivo, <strong>de</strong> aspecto bien<br />

cuidado, extrovertido, mundano y amable sonrisa. Por<br />

su parte, David era un reconocido actor <strong>de</strong> unos sesenta<br />

años, con el cabello blanco muy cuidado. Era alto, <strong>de</strong>lgado<br />

y su aspecto distinguido le confería una apariencia<br />

i<strong>de</strong>al para encarnar a un hombre pudiente, <strong>de</strong> buenas y<br />

finas maneras, casado con una bella y joven mujer, a la<br />

que mima en exceso.<br />

86


<strong>Estela</strong><br />

Aparqué junto a otros vehículos y <strong>de</strong>scendimos <strong>de</strong>l coche<br />

para introducirnos entre esas personas atareadas en<br />

las labores propias <strong>de</strong> sus respectivos oficios. Saludamos<br />

a todos los que se cruzaron a nuestro paso y me dirigí<br />

hasta el furgón-cocina que tenía una gran ventana en uno<br />

<strong>de</strong> sus costados y que servía como la práctica barra <strong>de</strong> un<br />

improvisado bar. Des<strong>de</strong> la ventana <strong>de</strong> ese bar <strong>de</strong> campaña<br />

nacía un prolongado toldo. Y muy próximo al lugar,<br />

la empresa <strong>de</strong> catering había situado una enorme tienda<br />

que sería utilizada como salón-comedor todos los miembros<br />

<strong>de</strong>l equipo y los actores durante los días que durase<br />

el rodaje en esa localización. En la barra <strong>de</strong>l furgón-cocina<br />

se podía <strong>de</strong>sayunar frugalmente, mientras los cocineros<br />

se <strong>de</strong>dicaban a preparar el almuerzo y la comida que se<br />

ofrecería a su hora. Des<strong>de</strong> luego, el servicio <strong>de</strong> catering<br />

también ofrecía agua, refrescos, cafés e infusiones durante<br />

toda la jornada. Allí, esperando turno para el maquillaje,<br />

se encontraban Larry y David charlando amigables,<br />

con unos humeantes cafés en sus manos. Me a<strong>de</strong>lanté a<br />

Dánae que se había quedado unos pasos atrás conversando<br />

con Maruja, una asidua colaboradora <strong>de</strong> la productora<br />

publicitaria. Larry me saludó, al igual que lo hizo David,<br />

con afabilidad y buen ánimo.<br />

Dánae no había tenido ocasión <strong>de</strong> volver a ver a Larry<br />

<strong>de</strong>s<strong>de</strong> la noche <strong>de</strong> su llegada, en la que tuvimos una cena<br />

<strong>de</strong> recepción y cortesía, junto a Ernesto y otras personas.<br />

En esa cena, apenas habían intercambiado saludos y algunas<br />

breves palabras, porque yo, con legitimidad profesional,<br />

lo acaparé por el interés mutuo <strong>de</strong> hablar <strong>de</strong> la<br />

película y <strong>de</strong>l personaje que el actor tenía que representar.<br />

Conversé por unos momentos con los dos actores, hasta<br />

que Dánae se nos acercó. Aproveché la llegada <strong>de</strong> mi<br />

mujer para abandonarles e ir a aten<strong>de</strong>r mis obligaciones,<br />

no sin antes <strong>de</strong>searles suerte. A mi amada le di un suave<br />

beso que me <strong>de</strong>volvió <strong>de</strong> forma mecánica para, enseguida,<br />

prestar toda la atención a su amigo Larry que le preguntó<br />

algo insustancial. Me extrañó lo rápido, frío y automáti-<br />

87


<strong>Alejandro</strong> González-<strong>Geell</strong><br />

co-(hasta indiferente)-que fue su beso, pero, no obstante,<br />

me encaminé hacia don<strong>de</strong> Pedro estaba vigilando la preparación<br />

<strong>de</strong>l plano que daría comienzo al rodaje.<br />

88<br />

***<br />

El <strong>de</strong>corado “natural” que se utilizaba ese primer día<br />

era un chalet en las afueras <strong>de</strong> la ciudad. Esta localización<br />

era una casa gran<strong>de</strong> muy bien mantenida, con un amplio<br />

y cuidado jardín, y que <strong>de</strong>bía <strong>de</strong>notar-(y lo hacía)-la alta<br />

posición que se le suponía a <strong>Estela</strong> y su marido. El plano<br />

que se iba a rodar tendría lugar en el porche <strong>de</strong> la casa,<br />

que dada cara a un jardín. En el porche había un conjunto<br />

<strong>de</strong> muebles <strong>de</strong> terraza muy a juego.<br />

La escena pertenecía al momento en que <strong>Estela</strong> conoce<br />

al fotógrafo que había sido contratado por su marido con<br />

el fin <strong>de</strong> hacerle a ella unas fotografías que serían utilizadas<br />

en la campaña publicitaria <strong>de</strong> una <strong>de</strong> sus empresas.<br />

Des<strong>de</strong> el primer instante, en la mirada <strong>de</strong> <strong>Estela</strong> se tenía<br />

que reflejar que se siente atraída por el fotógrafo. Sin duda,<br />

era una escena importante porque correspondía al primer<br />

encuentro <strong>de</strong> los futuros amantes, en la que se insinuaba el<br />

esbozo <strong>de</strong> una fuerte atracción que, en ese momento y circunstancia,<br />

tendrían que preten<strong>de</strong>r, con buen tino, no evi<strong>de</strong>nciarla.<br />

Sin embargo, ella no evitaría que sus bellos ojos<br />

lanceolados se fijaran en Pablo, el fotógrafo, cuya alma <strong>de</strong><br />

seductor, con la sagacidad <strong>de</strong> un <strong>de</strong>predador, sabría captar<br />

el interés oculto <strong>de</strong> tan selecta presa, aunque no tuviera más<br />

opción que disimular la recepción <strong>de</strong>l mensaje implícito en<br />

la mirada <strong>de</strong> la bella y elegante señora. Esa era la escena. Y<br />

cuando me encontraba junto a la cámara, intercambiando<br />

impresiones con Pedro acerca <strong>de</strong>l plano que se iba a rodar,<br />

mi mirada viajó hacia don<strong>de</strong> había <strong>de</strong>jado a Dánae con Larry<br />

y David. Allí seguían. Quise volver mis ojos al set, pero<br />

una súbita alerta se impuso y mi mirada no supo escabullirse<br />

<strong>de</strong> don<strong>de</strong> estaba el trío <strong>de</strong> actores. Dánae le hablaba a Larry,<br />

como explicándole algo. De pronto Larry la acogió entre<br />

sus brazos con actitud segura, <strong>de</strong> hombre conocedor <strong>de</strong> las


<strong>Estela</strong><br />

<strong>de</strong>bilida<strong>de</strong>s femeninas, también con <strong>de</strong>cisión, no exenta <strong>de</strong><br />

cali<strong>de</strong>z, y le hizo apoyar la cabeza sobre su pecho sobrado<br />

<strong>de</strong> masculinidad. Ella se <strong>de</strong>jó llevar obediente. Algo le dijo<br />

Larry, acariciando largamente su pelo sedoso, mientras Dánae<br />

se <strong>de</strong>jaba abrazar, permaneciendo plácida al cobijo <strong>de</strong>l<br />

actor. Es verdad que pretendí restar importancia a esas turbadoras<br />

muestras <strong>de</strong> afecto, pero la sensación me laceraba y<br />

me advertía que mi mejor pertenencia podía llegar a alejarse<br />

como el agua entre riscos filosos y <strong>de</strong>safiantes. Fue como un<br />

disparo a quemarropa que hirió mi alma y me produjo el<br />

sentimiento más raro que había pasado por mi existencia.<br />

Sentí que perdía el control y, en contra <strong>de</strong> mi atemperada<br />

manera <strong>de</strong> actuar, me precipité a tomar una <strong>de</strong>cisión rápida<br />

que venía a suplir mi in<strong>de</strong>fensión. Corté el diálogo con<br />

Pedro, y, guiado por un arranque irreflexivo, volví mis pasos<br />

hacia los actores sin meditar mi acción y rumiando una sensación<br />

<strong>de</strong>sconocida.<br />

—Empezamos el plano con la “Steady-Cam”. Vete preparándolo—le<br />

dije a Pedro, cuando iniciaba el camino hacia<br />

el furgón-cocina.<br />

Fue muy <strong>de</strong>sconcertante que aquellos gestos cariñosos<br />

entre Dánae y Larry me hicieran abrigar un extrañísimo<br />

sentimiento <strong>de</strong> celos que me incomodó mucho más <strong>de</strong> lo<br />

concebible. Nunca antes había tenido una sensación celosa<br />

tan fuerte. Dice una frase popular que “no hay celos sin<br />

amor, y que no hay amor sin celos”. Al respecto, pienso que<br />

los celos en todo ser humano se mantienen latentes, parapetados<br />

en algún lugar, a la espera <strong>de</strong> que surja la ocasión<br />

que los haga aparecer como respuesta condicionada por<br />

el dolor <strong>de</strong>l amor o <strong>de</strong>l <strong>de</strong>samor, incluso por el <strong>de</strong>specho.<br />

No es posible escapar <strong>de</strong> ellos ni <strong>de</strong> sus estragos.<br />

Aun siendo los celos connaturales a la existencia,<br />

como es evi<strong>de</strong>nte, no se revelan <strong>de</strong>l mismo modo en todos<br />

los seres humanos. En algunos aparecen con suma<br />

facilidad hasta, a veces con frecuencia, por causas fatuas<br />

e insignificantes y sin base, en una calidad <strong>de</strong> celopatía.<br />

En otras, los celos no son sino un síndrome que se origina<br />

89


<strong>Alejandro</strong> González-<strong>Geell</strong><br />

por la mezcla <strong>de</strong> sentimientos <strong>de</strong> pérdida, <strong>de</strong> miedo a la<br />

soledad, con un frontal rechazo a admitir el fracaso <strong>de</strong><br />

una relación. Nada muy racional. Pero tal como no hay<br />

dos personas iguales, tampoco existen dos sentimientos<br />

<strong>de</strong> celos idénticos. Algunos los sienten y los pa<strong>de</strong>cen en<br />

silencio. Otros se enredan en ellos y les hace actuar con<br />

<strong>de</strong>sproporción. Pero <strong>de</strong>jémoslo aquí, es otro tema...<br />

Lo cierto fue que, hasta entonces, los celos no se me<br />

habían manifestado nunca, y menos con la claridad que<br />

lo hicieron en ese preciso instante. Es probable que antes<br />

no me hubiera ocurrido porque jamás había amado a nadie<br />

como estaba amando a Dánae. Lo más semejante que<br />

había sentido había sido una especie <strong>de</strong> celos en<strong>de</strong>bles-<br />

(¿o rencor)-que no eran sino una sensación que provenía<br />

<strong>de</strong> mi amor propio herido. Me había sucedido en ocasiones<br />

muy puntuales, especialmente cuando las cosas en<br />

una relación no transcurrían como yo <strong>de</strong>seaba, y más si<br />

la chica se alejaba <strong>de</strong> la influencia <strong>de</strong> mi voluntad. Por lo<br />

mismo, sé que lo que sentí cuando Dánae se cobijó en el<br />

afecto <strong>de</strong> Larry fue algo muy distinto, <strong>de</strong>sconocido y pesado<br />

como una losa. Fue un sentimiento extraño que me<br />

supo a pegajosa <strong>de</strong>rrota. No podía enten<strong>de</strong>r que las muestras<br />

<strong>de</strong> afecto <strong>de</strong> Dánae pudieran tener otro <strong>de</strong>stinatario.<br />

Aquello fue como una ejecución a mi autoestima y tranquilidad.<br />

En todo caso, tan injusta como imprevisible.<br />

Mientras iba hacia don<strong>de</strong> se hallaban mi mujer y los<br />

dos actores, mi cabeza estaba revolucionada con <strong>de</strong>ducciones<br />

a velocidad <strong>de</strong> vértigo, pero <strong>de</strong> repente todo me<br />

pareció muy ridículo y <strong>de</strong>satinado. En consecuencia, me<br />

revestí <strong>de</strong> una serenidad que encontré unida al pudor. Y,<br />

a<strong>de</strong>más, como tampoco estaba dispuesto a mostrar atisbos<br />

<strong>de</strong> mis extrañas sensaciones y conjeturas internas,<br />

eludí la <strong>de</strong>scompostura sin levantar sospechas <strong>de</strong> mi incomodidad.<br />

Una vez superado el percance, me <strong>de</strong>tuve como reflexionando<br />

para <strong>de</strong>notar concentración, y, <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> la<br />

90


<strong>Estela</strong><br />

pausa, volví al trabajo que la jornada tenía planificado.<br />

Creo que el subterfugio funcionó.<br />

***<br />

El rodaje <strong>de</strong> la escena. Pablo-Larry llega a la cita prevista<br />

con Esteban-David, empresario y marido <strong>de</strong> <strong>Estela</strong>,<br />

que tenía lugar en el porche <strong>de</strong> la casa <strong>de</strong> campo <strong>de</strong>l matrimonio.<br />

Y como es natural, antes <strong>de</strong> empezar a rodar, nos dispusimos<br />

a hacer un ensayo que incluía los movimientos<br />

<strong>de</strong> cámara. Dánae y Larry repasaban sus papeles con David.<br />

Mientras, con disimulo me las ingenié para observarlos,<br />

puesto que mi inquietud no se había <strong>de</strong>svanecido<br />

totalmente. Aun cuando les daba las últimas instrucciones<br />

a Pedro y al operador, seguía observándoles. Una vez<br />

terminada mi exposición, Pedro llamó a los actores para<br />

dar comienzo al ensayo <strong>de</strong> la escena. Los dos actores y<br />

Dánae se reunieron conmigo. Les miré con seriedad antes<br />

<strong>de</strong> centrarme en los pormenores <strong>de</strong> la escena y en<br />

los preceptos que <strong>de</strong>bían tener presentes al acometer sus<br />

interpretaciones. Acompañé mis palabras con gestos y algunos<br />

movimientos que no tenían la pretensión <strong>de</strong> llegar<br />

a ser una actuación, pero que eran útiles para explicar mis<br />

propósitos y lo que se perseguía en esta escena.<br />

—Vamos a ver. Rodaremos la escena en un plano secuencia<br />

para tenerla completa... Por favor, poned atención...<br />

Quiero que salga bien en su totalidad... Larry,<br />

la acción comienza contigo. Descien<strong>de</strong>s <strong>de</strong>l coche y te<br />

acercas al porche, don<strong>de</strong> están Dánae y su marido... La<br />

Steady-Cam te sigue en todo momento y corregirá el<br />

encuadre <strong>de</strong>l plano cuando sea preciso—dije y proseguí<br />

hablando, y todos me prestaban respetuosa atención—<br />

Larry, avanzas seguro, sin prisa... David y Dánae te ven<br />

venir... Dánae, tú sigues a Larry con la vista, solo con los<br />

ojos, con formalidad y distancia, pero que éstas <strong>de</strong>ben ser<br />

contradichas por la intencionalidad que luce tu mirada...<br />

David dirá su diálogo a Larry, quien se dará cuenta <strong>de</strong><br />

91


<strong>Alejandro</strong> González-<strong>Geell</strong><br />

la mirada <strong>de</strong> <strong>Estela</strong>... Y tienes que hacerlo notar, Larry,<br />

aunque lo disimulas muy bien... En ese momento, ella<br />

insinuará una sonrisa que, <strong>de</strong> forma “coqueta”, escon<strong>de</strong>rá<br />

con la taza <strong>de</strong> té... Dánae, tu mirada es sutil, algo ambigua<br />

pero interesada, porque te ha gustado... y a ti Larry,<br />

obviamente, ella te ha atraído y se <strong>de</strong>spierta tu curiosidad<br />

por esa mujer guapa y apetecible... Y como su marido está<br />

presente, <strong>de</strong>bes dar por recibido el mensaje sin ninguna<br />

otra connotación especial... En cuanto a ti, David, actúas<br />

como si no te dieras cuenta... cosa que es verdad en esta<br />

escena... ¿<strong>de</strong> acuerdo<br />

Los actores asintieron, cada uno <strong>de</strong> forma convencional,<br />

aceptando que habían entendido mis explicaciones.<br />

Les miré y no hallé nada más que agregar. Y como respuesta<br />

a un gesto mío, Pedro alzó la voz para transmitir<br />

la alerta <strong>de</strong>l principio <strong>de</strong>l ensayo. Se hizo silencio. Los actores<br />

y técnicos tomaron sus posiciones como si hubiesen<br />

recibido una or<strong>de</strong>n marcial. <strong>Estela</strong> se sentó en una <strong>de</strong> las<br />

sillas, junto a la mesa <strong>de</strong> la terraza. Sobre la mesa se había<br />

puesto un <strong>de</strong>licado juego <strong>de</strong> té, con una infusión a punto<br />

para ser <strong>de</strong>gustada, tal como se les había requerido a los<br />

técnicos <strong>de</strong> la película. David tomó su posición <strong>de</strong> pie al<br />

lado <strong>de</strong> su esposa y adoptó una actitud respetable, acor<strong>de</strong><br />

a su personaje. Larry se fue en dirección <strong>de</strong>l todoterreno<br />

que estaba aparcado a unos escasos metros, y <strong>de</strong> don<strong>de</strong><br />

tenía que <strong>de</strong>scen<strong>de</strong>r para acercarse al porche. Los técnicos<br />

se ubicaron en sitios que no interferían el <strong>de</strong>sarrollo<br />

<strong>de</strong> la acción, vigilantes a todo lo que tuviera que ver con<br />

el cometido <strong>de</strong> sus respectivas responsabilida<strong>de</strong>s. El equipo<br />

<strong>de</strong> cámara esperaba atento la or<strong>de</strong>n <strong>de</strong> comenzar sus<br />

movimientos para seguir a los actores y comprobar que lo<br />

planificado estaría bien conseguido. La concentración se<br />

apo<strong>de</strong>ró <strong>de</strong> los miembros <strong>de</strong>l equipo y un sacro silencio se<br />

instaló cuando, a la voz <strong>de</strong> acción, la escena se inició.<br />

Larry abrió la puerta <strong>de</strong>l todoterreno, <strong>de</strong>scendió con<br />

seguridad y la cerró casi en un mismo movimiento. Miró<br />

hacia el porche y empezó su suelto avance hacia el chalet.<br />

Cuando dio unos pocos pasos ya había observado<br />

el panorama. Al mismo tiempo, sus ojos se <strong>de</strong>tuvieron<br />

92


<strong>Estela</strong><br />

al encontrarse con los <strong>de</strong> <strong>Estela</strong>. Y antes <strong>de</strong> entrar en el<br />

porche, hizo un breve saludo y fue recibido con cortesía<br />

por David.<br />

—Buenas tar<strong>de</strong>s, Pablo. Ha sido muy puntual—le dijo<br />

Esteban, el marido <strong>de</strong> <strong>Estela</strong>, y extendió la mano para<br />

saludar a Larry, que se había convertido en Pablo.<br />

—Siempre suelo serlo; es mi manía—dijo Pablo, y luego<br />

se dirigió a <strong>Estela</strong> con una comedida inclinación <strong>de</strong><br />

cabeza, a modo <strong>de</strong> saludo.<br />

<strong>Estela</strong> sonrió y le respondió con un elegante gesto que<br />

pareció ser algo más que eso. Pero enseguida encubrió su<br />

expresión, bebiendo un poco <strong>de</strong> té <strong>de</strong> la taza que sostenía<br />

entre sus <strong>de</strong>licadas manos. <strong>Estela</strong> tenía un brillo especial<br />

en la mirada, un brillo infrecuente en los ojos <strong>de</strong> una mujer<br />

que no siente la atracción por un hombre.<br />

Pablo alcanzó a distinguir el interés que <strong>de</strong>spertó en<br />

<strong>Estela</strong>. Pero su ojo avizor <strong>de</strong> hombre <strong>de</strong> mundo no iba a<br />

<strong>de</strong>jar pasar inadvertida la clan<strong>de</strong>stinidad <strong>de</strong>l gesto, y con<br />

la astucia <strong>de</strong> un zorro viejo hizo <strong>de</strong>saparecer cualquier<br />

indicio <strong>de</strong> haberlo notado.<br />

—Veo que siempre le acompaña su equipo fotográfico—<br />

dijo Esteban, ajeno a los pensamientos <strong>de</strong> Pablo, fijándose<br />

en el bolso que cargaba sobre uno <strong>de</strong> sus hombros.<br />

Mientras la escena se <strong>de</strong>sarrollaba, yo estaba muy concentrado<br />

en el juego cómplice y sutil <strong>de</strong> los actores, cuya<br />

excelencia era <strong>de</strong>cisiva para el propósito y veracidad <strong>de</strong>l<br />

film. Debo confesar que me incomodó el gesto oculto <strong>de</strong><br />

seducción que <strong>Estela</strong> hizo a Pablo, porque provocó que<br />

volviera a escocerme la pequeña llaga que se abrió al sorpren<strong>de</strong>rla,<br />

poco antes <strong>de</strong> empezar, cobijándose en el regazo<br />

<strong>de</strong> Larry junto al furgón-restaurante.<br />

93


<strong>Alejandro</strong> González-<strong>Geell</strong><br />

Tampoco iba a quejarme, puesto que tuve una total compensación<br />

profesional con lo que mis actores consiguieron.<br />

Dánae había realizado su trabajo maravillosamente bien, y<br />

que Larry había resuelto con brillantez su cometido. David,<br />

por su parte, consiguió una educada naturalidad, permitiendo<br />

el juego <strong>de</strong> miradas <strong>de</strong> los probables amantes como si no<br />

se enterase, cosa que era verdad en la escena. En <strong>de</strong>finitiva,<br />

el ensayo estuvo mejor <strong>de</strong> lo que esperaba. Y <strong>de</strong>s<strong>de</strong> luego, el<br />

entusiasmo me <strong>de</strong>spojó <strong>de</strong> mis poco razonadas inquietu<strong>de</strong>s<br />

celosas y les felicité con sinceridad.<br />

Por su lado, los técnicos responsables <strong>de</strong>l equipo <strong>de</strong><br />

cámara con la “Steady-Cam” corroboraron que la precisión<br />

<strong>de</strong> los movimientos <strong>de</strong> los actores era la a<strong>de</strong>cuada y<br />

que podían acoplarse a ellos sin dificultad para obtener el<br />

mejor encuadre en cada momento. De modo que nos dispusimos<br />

a repetir la acción, esta vez con la cámara rodando.<br />

Me dirigí a los actores para pedirles que con la misma<br />

exactitud repitieran toda la acción ensayada, a fin <strong>de</strong> que<br />

el mecanismo activado <strong>de</strong> la cámara permitiera imprimir<br />

el material fotográfico virgen <strong>de</strong> 35 milímetros. La escena<br />

se rodó sin contratiempos y el resultado <strong>de</strong> las actuaciones<br />

si no fue el mismo, fue mejor, mayormente por algún<br />

matiz seductor <strong>de</strong> <strong>Estela</strong>, especialmente bien logrado.<br />

Fue una jornada productiva. Se había cumplido el plan<br />

<strong>de</strong> trabajo previsto y conseguimos filmar aquella secuencia<br />

compleja <strong>de</strong> un modo <strong>de</strong>stacable, con un resultado<br />

muy valioso en lo artístico. Y todo había transcurrido sin<br />

gran<strong>de</strong>s contratiempos. Claro queda, sin contar con los<br />

conatos <strong>de</strong> celos que me sobrevinieron, primero, a causa<br />

<strong>de</strong> las muestras <strong>de</strong> afecto entre Dánae y Larry cuando se<br />

abrazaron antes <strong>de</strong> rodar, y posteriormente,-(por ilógico<br />

que pueda sonar)-al observar la escondida seducción <strong>de</strong><br />

los presumibles amantes en la escena. Si fuera por consi<strong>de</strong>rar<br />

exclusivamente los aspectos profesionales, podría<br />

haberme hallado pletórico y, sin duda, muy orgulloso <strong>de</strong><br />

mi Dánae, que interpretó a una <strong>Estela</strong> genial, con dominio<br />

y mucho acierto. Solo cabía alabarla puesto que<br />

había conseguido dotar al personaje <strong>de</strong> una fascinación<br />

incontestable, con una sutileza tan inequívoca que pare-<br />

94


<strong>Estela</strong><br />

cía propia. Por su parte, Larry había asumido la personalidad<br />

perfecta <strong>de</strong> un hombre <strong>de</strong> mundo, que sabe intuir el<br />

críptico mensaje femenino, y, a<strong>de</strong>más, se mostró como el<br />

aventurero que siempre encuentra la dirección a<strong>de</strong>cuada<br />

para coronar <strong>de</strong> éxito su viaje in<strong>de</strong>finido. David, a su vez,<br />

encaró su rol con la idoneidad <strong>de</strong> un actor hecho en mil<br />

batallas, y dio la imagen que el personaje <strong>de</strong> marido acaudalado<br />

y complaciente requería.<br />

De manera que mi película había comenzado con muy<br />

buen pie. Y el resultado profesional <strong>de</strong> aquella primera<br />

jornada no pudo sino llenarme <strong>de</strong> entusiasmo y regó mi<br />

confianza para afrontar las dificulta<strong>de</strong>s que me aguardaban<br />

las próximas 8 largas semanas <strong>de</strong>l rodaje que se acababa<br />

<strong>de</strong> iniciar. Y es verdad que el optimismo me ayudó<br />

a anular toda especulación sobre la absurda e inexplicable<br />

sensación <strong>de</strong> celos.<br />

***<br />

Esa noche, al regresar a casa, el entusiasmo con cejaba<br />

y mi mente discurría y esbozaba diversas escenas que se<br />

rodarían en los días sucesivos. Por ésta, y no otra razón,<br />

me aislé en una habitación <strong>de</strong> la casa, contigua al salón, la<br />

cual había convertido en un acogedor estudio <strong>de</strong> trabajo,<br />

y allí pretendía analizar en <strong>de</strong>talle las maneras posibles<br />

<strong>de</strong> resolver la puesta en escena <strong>de</strong> las secuencias a rodar<br />

la jornada veni<strong>de</strong>ra.<br />

El estudio <strong>de</strong> trabajo daba a un jardín exterior muy<br />

bien cuidado, cuya visión me predisponía bien en ciertos<br />

momentos. Un par <strong>de</strong> pare<strong>de</strong>s estaban cubiertas <strong>de</strong> anaqueles<br />

atiborrados <strong>de</strong> libros. El escritorio era antiguo y <strong>de</strong><br />

gruesa ma<strong>de</strong>ra, don<strong>de</strong> tenía una lámpara halógena alargada,<br />

con ángulos flexibles, que, a veces, me daba por compararla<br />

con una mantis religiosa, o bien con ese insecto<br />

<strong>de</strong>lgado y largo que en países latinoamericanos le llaman<br />

“palote”. Frente al macizo escritorio, sobre la pared, justo<br />

encima <strong>de</strong> un sofá <strong>de</strong> piel oscura, había dos cuadros co-<br />

95


<strong>Alejandro</strong> González-<strong>Geell</strong><br />

loridos <strong>de</strong> pintores poco conocidos, aunque con bastante<br />

asomo <strong>de</strong> talento.<br />

Nada más entrar a mi estudio <strong>de</strong> casa, prácticamente<br />

me eché como un saco en el sofá. Pero mi cabeza <strong>de</strong>sgranaba<br />

imágenes <strong>de</strong> las escenas hasta que, <strong>de</strong> repente,<br />

me sobresalté y muy ansioso me levanté para ir a coger<br />

el guión. Fue como haber <strong>de</strong>spertado. Ahora, en la mesa<br />

<strong>de</strong> escritorio me puse a repasarlo con la concentración<br />

<strong>de</strong> un cirujano en busca <strong>de</strong> soluciones para la película,<br />

así como para mis otras elucubraciones. Afuera, supongo<br />

que Dánae había comenzado a realizar acelerada, y con<br />

su habitual esmero, algunas labores domésticas que reclamaban<br />

atención <strong>de</strong>s<strong>de</strong> la noche anterior. Yo la conozco<br />

muy bien.<br />

Durante el repaso <strong>de</strong>l guión, me fui encontrando con<br />

una visión bastante clara <strong>de</strong> las escenas. Y para que esas<br />

i<strong>de</strong>as frescas no se me escondieran entre sombras, las fui<br />

anotando y, luego, me quise aliviar <strong>de</strong> pensamientos contrapuestos,<br />

enfrascándome en la planificación <strong>de</strong>l rodaje<br />

<strong>de</strong>l día siguiente. La tarea me atrapó y el tiempo pasó<br />

sin darme cuenta. Recuerdo que Dánae apareció en el<br />

estudio. Venía con el cabello medio mojado, medio seco,<br />

<strong>de</strong>spués <strong>de</strong> haberse dado una prolongada y reconfortante<br />

ducha caliente. Estaba lista para acostarse, sin más atuendos<br />

que una amplia camiseta sobre su total <strong>de</strong>snu<strong>de</strong>z.<br />

—¿Cariño, quieres que te traiga algo—me preguntó<br />

con dulce tono—Estoy rendida. Me voy a acostar—agregó<br />

cuando rehusé el ofrecimiento con un gesto.<br />

—Yo iré enseguida...—agregué sin levantar la cabeza, y<br />

ella se acercó, me acarició los cabellos y me puso un beso<br />

en la frente.<br />

Su ternura tuvo un efecto contrario a su propósito. Esa<br />

ternura me contrajo y me sobrevino <strong>de</strong> nuevo la chocante<br />

sensación <strong>de</strong> celos, idéntica a la que me atacó al verla en<br />

96


<strong>Estela</strong><br />

los brazos <strong>de</strong> Larry. Sin otra opción, mis ojos la miraron<br />

con rabia e inquisidores, y enseguida rectifiqué pero no<br />

supe porqué. Creo que, por instantes, quise confesarle<br />

mis celosas inquietu<strong>de</strong>s a fin <strong>de</strong> alejar las confusas dudas,<br />

pero fueron más fuertes mi vergüenza y la resistencia a reconocer<br />

esa fragilidad las que vencieron. Todo ocurrió en<br />

fracciones <strong>de</strong> segundos. Ahora parece sencillo contarlo,<br />

pero fue <strong>de</strong>masiado extraño porque iba rumbo a abrirme<br />

e iniciar la confesión y, como si estuviese avanzando hacia<br />

el bor<strong>de</strong> <strong>de</strong> un precipicio, <strong>de</strong> sopetón algo me lo impidió<br />

e interrumpió cualquier avance. Pue<strong>de</strong> que resurgiera<br />

la luci<strong>de</strong>z y se abortó una confesión muy improce<strong>de</strong>nte<br />

e inconveniente. De manera que cuando las palabras<br />

que hablarían <strong>de</strong> mi <strong>de</strong>bilidad iban a escapárseme,-(no sé<br />

cómo pu<strong>de</strong>)-las disfracé <strong>de</strong> otras. Pero, no obstante, me<br />

pareció advertir que ella hubiera apreciado el cambio <strong>de</strong><br />

frases que forcé para <strong>de</strong>cir otra cosa distinta al propósito<br />

primigenio.<br />

—¿Cómo te sentiste en tu primer día <strong>de</strong> trabajo<br />

—Ya sabes que bien. ¿Por qué me lo preguntas—me<br />

dijo y preguntó con aire <strong>de</strong> sospechas porque intuía que<br />

no era lo que yo quería averiguar.<br />

—Simple curiosidad. Anda, acuéstate que mañana tenemos<br />

una jornada muy dura—le dije intentando retomar<br />

la naturalidad.<br />

Pienso que Dánae rehusó buscar una mejor respuesta<br />

y simplemente se conformó porque no podía tener más<br />

que su vaga especulación. Seguro que esta vez la curiosidad<br />

no le iba a quitar el sueño. Y me miró con un halo <strong>de</strong><br />

indulgencia cuando le sonreí al darle las buenas noches,<br />

aun sin haberme gustado, lo <strong>de</strong>jé pasar.<br />

Y en cuanto salió <strong>de</strong>l estudio, me metí en la planificación<br />

<strong>de</strong> los planos y encuadres que iba a usar en la<br />

escena <strong>de</strong>l día siguiente. Estuve ocupado hasta que creí<br />

97


<strong>Alejandro</strong> González-<strong>Geell</strong><br />

ineludible aten<strong>de</strong>r el cansancio que también mi cuerpo<br />

y mente necesitaban. Después <strong>de</strong> asearme en el cuarto<br />

<strong>de</strong> baño, me fui a acostar y en el dormitorio me quedé<br />

observando a Dánae que dormía ajena a este mundo. Parecía<br />

relajada en un sueño profundo que la tenía bien sujeta<br />

a sus re<strong>de</strong>s. Acaso influido por la ternura <strong>de</strong> su imagen<br />

no quise hacer nada que pudiera interferir su sereno<br />

dormir. Pero la observé largamente. Y cuando acababa<br />

<strong>de</strong> meterme en la cama, ella se giró sobre sí buscando<br />

acomodo para darme mejor cabida. Se apo<strong>de</strong>ró <strong>de</strong> mí<br />

un sentimiento benévolo y,-(no lo niego, con timi<strong>de</strong>z,<br />

que no sé <strong>de</strong> dón<strong>de</strong> vino)-crucé un brazo sobre su cálido<br />

cuerpo y me acurruqué a su vera. Pue<strong>de</strong> sonar raro, pero<br />

tuve urgente necesidad <strong>de</strong> sentir su cercanía. Entonces,<br />

a pesar <strong>de</strong>l cansancio, el sueño no me venía-(¿o acaso<br />

éste lo impedía)-y por mi cabeza <strong>de</strong>sfilaron diversos<br />

pensamientos y vagas reflexiones. Recuerdo que llegué<br />

a la conclusión que la vida era muy generosa conmigo.<br />

Y así me dormí.<br />

98<br />

***<br />

—¡Hacemos un ensayo!... ¡Un ensayo, por favor!... ¡a<br />

sus posiciones!—<strong>de</strong>cía en voz alta Pedro y el ruido disminuyó,<br />

no así la actividad que se aceleró.<br />

Con la continuación <strong>de</strong> la secuencia que se filmara la<br />

jornada prece<strong>de</strong>nte, se reanudó el rodaje.<br />

Dánae y David fueron a tomar sus posiciones, ahora<br />

<strong>de</strong>ntro <strong>de</strong>l chalet. Dánae ya se había convertido en <strong>Estela</strong>.<br />

El maquillaje, el peinado, sus a<strong>de</strong>manes y todo la<br />

hacían parecer otra mujer, muy diferente a mi amada y<br />

joven esposa, la que dormía en mis brazos la noche recién<br />

pasada. Como <strong>Estela</strong> aparentaba varios años más <strong>de</strong><br />

edad y cuando se expresaba y se movía, lo hacía bastante<br />

alejada <strong>de</strong> su natural espontaneidad. Como <strong>Estela</strong>, <strong>de</strong>s<strong>de</strong><br />

luego con elegancia, medía sus gestos y solía mostrarse<br />

seductora, siempre con la mo<strong>de</strong>ración que le aconsejaba<br />

su buen bagaje. Tenía una facilidad poco común para


<strong>Estela</strong><br />

revelarse, a conveniencia, tanto distante como afable y<br />

cercana, sin per<strong>de</strong>r las formas ni su cálido encanto. <strong>Estela</strong><br />

era muy consciente <strong>de</strong> su po<strong>de</strong>r <strong>de</strong> hembra, y también<br />

experta en el manejo <strong>de</strong> su capacidad manipuladora, al<br />

dictamen <strong>de</strong> sus caprichosos y volubles <strong>de</strong>seos, o en función<br />

<strong>de</strong> sus objetivos. Sabía simular y cómo vestir sus<br />

verda<strong>de</strong>ras intenciones cuando necesitaba sacar el mejor<br />

partido en una circunstancia <strong>de</strong>terminada. Y encontraba<br />

siempre el modo más eficaz para obtener lo que se proponía,<br />

atributo que la convertía en una mujer peligrosa. Ese<br />

hábil comportamiento tan suyo, muchas veces inescrutable,<br />

resultaba muy atrayente y curiosamente ampliaba<br />

su sensualidad y,-(dicho sea <strong>de</strong> paso)-contra la cual era<br />

bastante difícil luchar.<br />

La secuencia que habíamos rodado el día anterior tenía<br />

continuidad en una escena en el interior <strong>de</strong>l chalet.<br />

La acción transcurría en uno <strong>de</strong> sus salones con gran<strong>de</strong>s<br />

ventanales, que presentaba una <strong>de</strong>coración seria y refinada.<br />

Los técnicos habían trasladado sus implementos y <strong>de</strong>más<br />

elementos necesarios, y los habían dispuesto <strong>de</strong> la manera<br />

que esa escena requería. Focos, estratégicamente ubicados,<br />

daban la luz apropiada para crear la atmósfera que habíamos<br />

consensuado con el director <strong>de</strong> fotografía y que la cámara<br />

<strong>de</strong>bería captar fielmente. Los actores se prepararon<br />

para rodar, <strong>de</strong>spués que se hubieran realizado varios ensayos<br />

<strong>de</strong> la escena. De modo que cuando estuve conforme y convencido<br />

con lo que los actores <strong>de</strong>mostraron en los ensayos,<br />

estuve seguro para dar la voz <strong>de</strong> “motor”. La cámara se puso<br />

en marcha, y, al ver que todo estaba presto, pronuncié la<br />

consabida voz <strong>de</strong> “acción” para que las actuaciones dieran<br />

comienzo. La escena se <strong>de</strong>sarrolló completa, en medio <strong>de</strong><br />

un silencio estricto e ineludible cuando la cámara activa su<br />

mecanismo y los intérpretes ejecutan sus trabajos.<br />

<strong>Estela</strong> y Esteban se sentaron en un sofá y, enfrente, en<br />

un cómodo sillón individual, se situó Pablo.<br />

99


<strong>Alejandro</strong> González-<strong>Geell</strong><br />

—Bien, como <strong>de</strong>cía, amigo Pablo, usted <strong>de</strong>be saber<br />

que este trabajo es muy importante—dijo Esteban con<br />

relación a las fotografías que <strong>de</strong>bería hacerle a <strong>Estela</strong>.<br />

—Para mí todos lo son, Sr. Iriarte.<br />

—No se ofenda, Pablo. Sé que usted es uno <strong>de</strong> los mejores<br />

fotógrafos <strong>de</strong> publicidad.<br />

—Gracias...<br />

—Bien, lo que pretendía explicarle era que, como a<br />

mi mujer le hace mucha ilusión, he <strong>de</strong>cidido aceptar que<br />

ella sea la imagen <strong>de</strong> un exclusivo perfume que lleva su<br />

nombre.<br />

—Perdón ¿cómo se llama la señora—Preguntó Pablo<br />

a <strong>Estela</strong>.<br />

—<strong>Estela</strong> <strong>de</strong> Iriarte—respondió ella enfatizando el apellido<br />

<strong>de</strong> su marido—Pero el perfume se llama “El Secreto<br />

<strong>de</strong> <strong>Estela</strong>”.<br />

—Muy sugestivo... me gusta—comentó Pablo.<br />

—Haremos un gran lanzamiento publicitario. Mi mujer<br />

se lo merece—dijo Esteban con orgullo y sinceridad.<br />

—Como profesional, puedo <strong>de</strong>cirle que su <strong>de</strong>cisión<br />

es, a todas luces, un acierto... Su esposa tiene la imagen<br />

perfecta para ese fin—dijo Pablo con una seguridad que<br />

atrajo a <strong>Estela</strong>.<br />

—Me alegra que en esto estemos totalmente <strong>de</strong> acuerdo—dijo<br />

el Sr. Iriarte.<br />

100


<strong>Estela</strong><br />

—No lo du<strong>de</strong>... A<strong>de</strong>más, estoy seguro que podré conseguir<br />

buenas fotografías con ella... Es un reto interesante—manifestó<br />

Pablo con un tono serio, lanzando a su vez una escueta y<br />

significativa mirada a <strong>Estela</strong>, quien la recogió con la convicción<br />

<strong>de</strong> que su po<strong>de</strong>r femenino estaba sobre un terreno fértil.<br />

Los siguientes comentarios <strong>de</strong> Pablo sobre las cualida<strong>de</strong>s<br />

<strong>de</strong> su mo<strong>de</strong>lo no eran erróneos, puesto que <strong>Estela</strong><br />

reunía todas las características indispensables para ser la<br />

imagen <strong>de</strong> un perfume refinado, o bien para que pudiera<br />

ser relacionada con cualquier producto o marca elitista.<br />

Y mientras Pablo se explayaba, <strong>Estela</strong> lo miraba interesada,<br />

y con discreción <strong>de</strong>jó que su rostro reflejara <strong>de</strong>stellos<br />

seductores, siempre oportunos cuando una mujer versada<br />

quiere aplicarse bien por los entresijos <strong>de</strong> ese atávico<br />

juego.<br />

Como es <strong>de</strong> suponer, yo seguía muy atento toda la acción<br />

<strong>de</strong> los personajes, aunque intensificaba la vigilancia a<br />

los gestos <strong>de</strong> Dánae. Y aquella encubierta seducción que<br />

se producía ante mis ojos, tuvo una infeliz consecuencia.<br />

Mientras observaba la escena-(inopinadamente)-me alteré<br />

<strong>de</strong> forma ostensible con el rebrote <strong>de</strong> aquellas terribles sensaciones<br />

celosas, porque conllevaron instantes enrevesados.<br />

Pero lo más severo fue que, ahora sí, empezaron a agobiarme.<br />

La causa estaba y seguía ahí, como una cruel burla<br />

frente a mí. Y esta circunstancia llegó a ser un tormento.<br />

Me situaba, sin remisión, frente a mi <strong>de</strong>ber irrenunciable<br />

<strong>de</strong> Director <strong>de</strong> Cine, ya que mi aspiración concreta era llegar<br />

a ser un cineasta <strong>de</strong> prestigio, y nada iba a apartarme<br />

<strong>de</strong> mi camino a esa meta. Y, por otra parte, ponía a prueba<br />

mi capacidad <strong>de</strong> resistir con profesional serenidad que mi<br />

adorada mujer mantuviera aquel sutil-(y tan revelador)-<br />

juego <strong>de</strong> seducción con su apuesto y potencial amante. De<br />

manera que si esos asaltos celosos persistían, los que tendría<br />

que saber manejar. No había opción.<br />

Antes <strong>de</strong> marcharse, Pablo sugirió una inquietud, más<br />

por el afán <strong>de</strong> ver la reacción <strong>de</strong> <strong>Estela</strong>.<br />

101


<strong>Alejandro</strong> González-<strong>Geell</strong><br />

—Por ahora solo quiero pensar en cómo se <strong>de</strong>senvolverá<br />

ante el objetivo <strong>de</strong> la cámara—continuó con su texto<br />

Pablo, ahora dirigiéndose a <strong>Estela</strong>.<br />

—Me parece que eso no <strong>de</strong>pen<strong>de</strong>rá solo <strong>de</strong> mí. En<br />

cualquier caso, lo mejor será <strong>de</strong>jarme guiar—respondió<br />

<strong>Estela</strong> con una voz sensual y le dio una leve segunda intención,<br />

con esa habilidad muy personal. Pablo se hizo<br />

cómplice y le <strong>de</strong>volvió una sonrisa.<br />

Y aquella complicidad que empezó a insinuarse entre<br />

los dos personajes, sinceramente, me escocía por tener<br />

que ser testigo <strong>de</strong> algo que no concebía y que me resultaba<br />

indigno y que me obligaba a albergar en mi interior la<br />

fuerte lucha entre el <strong>de</strong>ber y mis infelices sentimientos.<br />

—Créame, <strong>Estela</strong> no le dará dolores <strong>de</strong> cabeza. Hasta<br />

antes <strong>de</strong> casarnos fue mo<strong>de</strong>lo profesional. Y doy fe que<br />

tiene aptitu<strong>de</strong>s—aseveró Esteban.<br />

—Gracias, amor... Prometo estar a la altura <strong>de</strong> tu generosidad<br />

por permitirme esta oportunidad—dijo <strong>Estela</strong>,<br />

paseando la mirada sobre Pablo.<br />

—No, querida, no ha sido una <strong>de</strong>cisión por generosidad.<br />

Yo creo en ti—dijo Esteban orgulloso <strong>de</strong> su mujer, al<br />

momento que puso uno <strong>de</strong> sus brazos sobre los <strong>de</strong>licados<br />

hombros <strong>de</strong> <strong>Estela</strong>, como queriendo refrendar con ello la<br />

veracidad <strong>de</strong> sus palabras y <strong>de</strong> su protectorado.<br />

Pablo prosiguió con el diálogo <strong>de</strong> la escena, replicando<br />

a Esteban, aunque su interés escondido tenía como <strong>de</strong>stinataria<br />

a <strong>Estela</strong>. No había dudas que entre ellos existía<br />

una atracción nada corriente.<br />

—Bien, lo seguro es que a ambos les espera un arduo<br />

trabajo—remató Esteban<br />

102


<strong>Estela</strong><br />

—Que su esposa haya sido mo<strong>de</strong>lo profesional facilitará<br />

bastante el trabajo—dijo Pablo.<br />

—Eso fue hace algún tiempo. De modo que su experiencia<br />

será mi mejor aliada en esta ocasión—respondió<br />

<strong>Estela</strong> con cierta ambigüedad.<br />

—Bien, creo que ya está todo dicho, amigo Pablo—<br />

concluyó Esteban, sin haber percibido las reservadas intenciones<br />

<strong>de</strong> su mujer.<br />

Nada más concluir la frase, Esteban se puso <strong>de</strong> pie y<br />

dio a enten<strong>de</strong>r que la reunión llegaba a su fin. Pablo así<br />

lo entendió y también se levantó para <strong>de</strong>spedirse, pero<br />

enseguida rectificó.<br />

—Si no fuera molestia, antes <strong>de</strong> marcharme, quisiera hacerle<br />

unas instantáneas <strong>de</strong> prueba para po<strong>de</strong>r estudiar con<br />

calma los rasgos <strong>de</strong> su rostro—le dijo a <strong>Estela</strong>, con el propósito<br />

<strong>de</strong> prolongar la visita y porque consi<strong>de</strong>raba que las<br />

fotografías también podían serle profesionalmente útiles.<br />

<strong>Estela</strong>, con una mirada sesgada, acompañada <strong>de</strong> una<br />

leve sonrisa, dio por hecho que la petición <strong>de</strong> Pablo no<br />

solo era aceptada sino que era bien recibida.<br />

—Dígame ¿dón<strong>de</strong> prefiere que me sitúe—dijo sin vacilar<br />

y se levantó buscando con la vista algún lugar <strong>de</strong>l<br />

salón.<br />

Esteban, al ver que su presencia ya no era necesaria,<br />

<strong>de</strong>cidió abandonar el recinto puesto que <strong>de</strong>bía aten<strong>de</strong>r<br />

sus múltiples negocios.<br />

—Bien, yo os <strong>de</strong>jo. Me parece que seré más útil en mi<br />

oficina. Con su permiso, amigo Pablo. Adiós, querida—<br />

dijo Esteban, <strong>de</strong>spidiéndose <strong>de</strong> <strong>Estela</strong> con un afectuoso<br />

beso. Ella se lo <strong>de</strong>volvió también con cariño.<br />

103


<strong>Alejandro</strong> González-<strong>Geell</strong><br />

A continuación, con formalidad, le tendió la mano a<br />

Pablo y salió <strong>de</strong>l salón. <strong>Estela</strong> y Pablo quedaron solos.<br />

Hubo un instante breve <strong>de</strong> in<strong>de</strong>finible silencio, antes <strong>de</strong><br />

que Pablo volviera a hablar.<br />

—Por qué no se pone allí junto a ese ventanal—le dijo.<br />

<strong>Estela</strong> obe<strong>de</strong>ció e inmediatamente caminó hacia el lugar<br />

que Pablo le indicaba. Muy a propósito, porque sabía<br />

cómo sacar partido a su sensual figura, lo hizo con un<br />

andar pausado. En los ojos <strong>de</strong> Pablo había un incentivo<br />

más relacionado con el instinto que con lo profesional. Y<br />

esa mirada la acompañó hasta el lugar indicado junto al<br />

ventanal. La hembra había conseguido su propósito.<br />

La escena incrementó mi interés por el acontecer y,<br />

a la vez, generó incómodos mensajes provenientes <strong>de</strong> la<br />

angustia. Las artes provocativas que advertí en aquella<br />

mujer me confundían tanto que pensé que se me escapaban<br />

varios <strong>de</strong>talles. Esa situación me entumeció pero<br />

logré reunir fuerzas y pu<strong>de</strong> continuar presenciando la<br />

escena. Intenté no per<strong>de</strong>r el control para así distinguir<br />

lo ciertamente veraz <strong>de</strong> lo verosímil respecto <strong>de</strong> todo<br />

cuanto ocurría en aquel salón. Y como, sobre todo, quería<br />

conocer el fondo y el significado <strong>de</strong> las vivencias <strong>de</strong><br />

ella, conseguí abstraerme <strong>de</strong>l entorno <strong>de</strong>l rodaje y me<br />

concentré exclusivamente en Pablo y <strong>Estela</strong>. En mi interior<br />

ya había comenzado a librarse una áspera batalla<br />

contra el acoso <strong>de</strong> la angustia, que se configuraría en<br />

un sufrimiento tan <strong>de</strong>smedido que al parecer arrebataría<br />

parte <strong>de</strong> mi vida.<br />

Nada más alcanzar el lugar cerca <strong>de</strong> ventanal, <strong>Estela</strong><br />

se giró sobre sí y construyó una mirada sugerente que tenía<br />

a Pablo como único <strong>de</strong>stinatario. Pero fue una mirada<br />

exigua que no <strong>de</strong>jaba entrever con certeza su verda<strong>de</strong>ra<br />

intencionalidad. Sin embargo, esa mirada leve tampoco<br />

permitía renunciar a la posibilidad <strong>de</strong> un propósito seductor<br />

que bien podía llevar consigo.<br />

104


<strong>Estela</strong><br />

—¿Le parezco bien aquí—dijo <strong>Estela</strong> con un halo <strong>de</strong><br />

ambigüedad, con clase y savoir-faire.<br />

De manera que sus palabras podían inducir a pensar<br />

que se refería a su belleza, mas su <strong>de</strong>streza le auspiciaba<br />

la escapatoria <strong>de</strong> hacerlo solamente con relación a su posición<br />

junto al ventanal. Ella sabía usar esas armas y las<br />

utilizaba cuando la seducción era su fin.<br />

Pablo, avezado en estas li<strong>de</strong>s, lo percibió y presupuso<br />

que el tono <strong>de</strong> esas palabras pretendía usar la ambigüedad<br />

como un señuelo. De modo que no dijo nada, pero<br />

sonrió mientras preparaba su cámara fotográfica.<br />

Nada <strong>de</strong> lo que ocurría en esos instantes se me escapaba.<br />

Creo que ni el más mínimo gesto <strong>de</strong> <strong>Estela</strong> me pasó<br />

<strong>de</strong>sapercibido. Al mismo tiempo, la sensación <strong>de</strong> pérdida<br />

progresaba en mi interior y un extraño escozor me dañaba<br />

hasta el fondo <strong>de</strong>l alma. Y aun reconociendo la causa,<br />

no podía evitarla.<br />

La causa era-(con claridad)-la corroboración <strong>de</strong> que<br />

esos mensajes <strong>de</strong> seducción <strong>de</strong> Dánae no estaban dirigidos<br />

a mí. Era una circunstancia aborrecible tener que<br />

presenciar esa ignominia.<br />

La escena continuó. Pablo disparaba incesante su cámara<br />

para fotografiar a <strong>Estela</strong> que posaba en diferentes<br />

posturas y expresiones, todas plenas <strong>de</strong> una sensualidad<br />

que-(creo)-solamente una hembra como ella podría irradiar<br />

con cada uno <strong>de</strong> sus gestos. Es preciso <strong>de</strong>cir que la<br />

escena rezumaba erotismo, y, en consecuencia, <strong>de</strong>ntro <strong>de</strong><br />

mí se iba consolidando un daño que, a<strong>de</strong>más, me empezaba<br />

a humillar.<br />

Y la sesión fotográfica seguía <strong>de</strong>sarrollándose. Era<br />

como una metáfora coreográfica que solo perseguía un<br />

fin, el único que se podía prever, y que no sería sino una<br />

105


<strong>Alejandro</strong> González-<strong>Geell</strong><br />

incitación para consumar el <strong>de</strong>seo que ya fulguraba en los<br />

ojos <strong>de</strong> los eventuales amantes.<br />

106<br />

¡Lo que estaba ocurriendo no podía serme indiferente!<br />

***<br />

Aquella jornada fue muy amarga. Y mi amargura fue<br />

mayor cuando íbamos a marcharnos <strong>de</strong> la localización<br />

una vez terminado el trabajo. Dánae, sin antes habérmelo<br />

consultado, invitó a Larry para que regresara con nosotros<br />

a la ciudad. No me sorprendió que Larry aceptara<br />

encantado la invitación y <strong>de</strong>sechara hacerlo en el coche<br />

<strong>de</strong> producción que lo trasladaba a diario, como era preceptivo,<br />

<strong>de</strong>s<strong>de</strong> y hasta la localización <strong>de</strong>l rodaje.<br />

Reconozco que la sorpresa ayudó a evitar cualquier<br />

reacción y tampoco supe cómo negarme. Por otra parte,<br />

la particular dicotomía que la circunstancia me obligaba<br />

vivir, también me exigía consi<strong>de</strong>rar los aspectos exclusivamente<br />

artísticos, que, por cierto, en esta jornada habían<br />

sido, incluso, mejor <strong>de</strong> lo imaginado. Me sentía satisfecho<br />

y optimista. No obstante, queda claro que con aquella<br />

<strong>de</strong>satinada invitación <strong>de</strong> Dánae mi estado anímico dio un<br />

vuelco. Me pareció, cuando menos, una falta <strong>de</strong> respeto y,<br />

<strong>de</strong>s<strong>de</strong> luego, a las que no estaba acostumbrado. Pero preferí<br />

no hacer comentarios y asentí cuando se dignó a comunicarme<br />

la compañía <strong>de</strong>l actor. En <strong>de</strong>finitiva, ¿qué podía hacer<br />

ante un hecho consumado sin ponerme en evi<strong>de</strong>ncia<br />

De modo que Larry regresó con nosotros. Le llevaríamos<br />

al céntrico hotel, don<strong>de</strong> se alojaba. Confieso que una congoja<br />

se me retorcía por <strong>de</strong>ntro a causa <strong>de</strong> esa inexplicable invitación,<br />

que por muy espontánea que fuera me pareció-(aun<br />

a riesgo <strong>de</strong> exagerar)-hasta ofensiva. A mi modo <strong>de</strong> ver, no<br />

<strong>de</strong>bía existir razón alguna para tal ofrecimiento.<br />

Durante el trayecto, conduje encerrado en un silencio<br />

inalterable que-(supuse)-podía camuflar mi estado, pues-


<strong>Estela</strong><br />

to que no era posible <strong>de</strong>satarme <strong>de</strong> mi conflicto. Así que<br />

iba con la vista fija en el camino, sin pronunciar más palabras<br />

que las <strong>de</strong> la estricta cortesía. Pero mi mente era un<br />

hervi<strong>de</strong>ro. ¿Por qué Dánae no me lo había consultado<br />

¿Habría un interés especial u oculto tras aquella inusual<br />

<strong>de</strong>cisión ¿Cabía la posibilidad <strong>de</strong> que Larry, aparte <strong>de</strong> la<br />

amistad, le gustara como hombre<br />

De manera que durante el trayecto Dánae <strong>de</strong>dicaba toda<br />

su atención a Larry, y no parecía haber notado mi malestar-<br />

(¿o no le importó)-. Se metieron en una animada conversación<br />

<strong>de</strong> cosas irrelevantes y un tanto estúpidas que parecían<br />

entretenerles. Y mientras oía esa conversación que recordaba<br />

<strong>de</strong>talles <strong>de</strong> su coinci<strong>de</strong>ncia en Londres, cuando yo aún no<br />

existía en sus vidas, mi dolor se incrementó en la misma medida<br />

que tuvo que hacerlo mi autocontrol. Por primera vez,<br />

me sentí muy excluido <strong>de</strong>l universo <strong>de</strong> mi mujer.<br />

Y cuando aún quedaba algo <strong>de</strong> tiempo para llegar al<br />

hotel, Larry hizo algunos comentarios sobre la película,<br />

dirigiéndose solo a ella. Se refirió al rodaje, a los personajes<br />

que interpretaban, y no <strong>de</strong>sperdició la oportunidad<br />

<strong>de</strong> halagarla.<br />

—<strong>Estela</strong>, recuerdas que yo predije que tu talento te convertiría<br />

en una valiosa actriz—le dijo Larry, usando el nombre<br />

<strong>de</strong>l personaje <strong>de</strong> Dánae, mientras acariciaba su cabeza<br />

y <strong>de</strong>sor<strong>de</strong>naba su cabellera a modo <strong>de</strong> juego afectuoso.<br />

Fue una lisonja impertinente-(sino ofensiva, <strong>de</strong>sconsi<strong>de</strong>rada<br />

conmigo, a mi juicio)-que recibí como un estacazo.<br />

Y, a<strong>de</strong>más, que la nombrara como <strong>Estela</strong> me agredió.<br />

—Por nada <strong>de</strong>l mundo quisiera fracasar con este papel—continuó<br />

Dánae, algo cohibida por el halago <strong>de</strong> Larry.<br />

—¡Vamos, mi niña, que tú eres <strong>Estela</strong>!—dijo Larry,<br />

como asumiendo que las dos eran la misma—Ven acá,<br />

que te mereces un beso—agregó enseguida y la acercó<br />

107


<strong>Alejandro</strong> González-<strong>Geell</strong><br />

para darle un beso en la mejilla, más largo <strong>de</strong> lo usual y<br />

más cariñoso, muy cerca <strong>de</strong> la comisura <strong>de</strong> sus labios.<br />

—Estoy encantada con mi personaje—contestó Dánae,<br />

con entusiasmo y muy complacida por las palabras<br />

interesadas-(es lo que creo)-<strong>de</strong> Larry.<br />

—¡Solo te digo que eres divina, <strong>Estela</strong>!—le dijo Larry,<br />

<strong>de</strong>spués <strong>de</strong> besarla y acariciar <strong>de</strong> nuevo su cabellera, esta<br />

vez con mucho más mimo. Creo que a ella no le molestó<br />

sino que se entregó a esas caricias ajenas.<br />

Ese juego <strong>de</strong> nombres lo estimé, como poco, una burla<br />

sutil que consiguió clavar en mi alma herida. Y esas caricias<br />

que arriesgó con premeditación podrían haber tenido<br />

alguna significación especial entre ellos. Comencé a <strong>de</strong>sgranar<br />

lucubraciones. ¿Y si tuvieron una relación amorosa<br />

en Londres, que ella nunca me habría confesado No era<br />

<strong>de</strong>scartable ni algo tan <strong>de</strong>scabellado. En cuyo caso, pudiera<br />

ser que, por mi presencia, <strong>de</strong> esa forma pretendiera<br />

manifestarle que le seguía atrayendo más como mujer<br />

que como amiga.<br />

Todo podía ser. Así que en esa situación me tocaba<br />

encontrar la templanza suficiente para evitar enseñarle a<br />

Larry que su tejemaneje no había producido efecto en mí.<br />

De modo que <strong>de</strong>cidí parecer invulnerable, <strong>de</strong>sahuciando<br />

cualquier reacción que pudiera dar indicios <strong>de</strong> mi <strong>de</strong>sconcierto.<br />

Pero había más. ¿Acaso las palabras <strong>de</strong> Larry<br />

insinuaban que Dánae era como <strong>Estela</strong><br />

Era insufrible seguir pensando, y, con aparente indiferencia,<br />

continué conduciendo, pero ahora con un fuerte<br />

resentimiento.<br />

—¿Y tú estás <strong>de</strong> acuerdo con lo que opina Larry—me<br />

preguntó repentinamente Dánae.<br />

108


<strong>Estela</strong><br />

Me sorprendí por aquella pregunta y porque era la primera<br />

vez que se dirigía a mí <strong>de</strong>s<strong>de</strong> que habíamos emprendido<br />

el regreso. Tardé en respon<strong>de</strong>r porque me encontró<br />

sin una respuesta rápida, una que no levantara ningún<br />

tipo <strong>de</strong> sospecha.<br />

—¿Me hablas a mí... sí... creo que tiene razón—improvisé<br />

apresurado, y vacilante intenté darme una pátina<br />

<strong>de</strong> normalidad.<br />

Ellos continuaron hablando, y ya no recuerdo sobre<br />

qué lo hicieron porque me ausenté hasta que-(¡por fin!)-<br />

<strong>de</strong>tuve el coche frente al hotel <strong>de</strong> Larry. Creí que disminuiría<br />

mi pa<strong>de</strong>cer, pero no fue así. A modo <strong>de</strong> <strong>de</strong>spedida,<br />

Dánae y Larry se besaron con un beso que enjuicié más<br />

<strong>de</strong>seado y cálido que otras veces. Y eso no fue todo.<br />

Larry se atrevió a darme unas palmaditas en el hombro<br />

para <strong>de</strong>spedirse. Aquel gesto agitó mi rencor porque<br />

atisbé arrogancia y un cierto aire <strong>de</strong> superioridad. Mi<br />

disciplinado autocontrol sabe lo que me costó respon<strong>de</strong>r<br />

con educación. Aguanté el hervor <strong>de</strong> la sangre para<br />

obviar palabras improce<strong>de</strong>ntes que pudieran mermar mi<br />

imagen. Y <strong>de</strong>cidí que valía la pena el esfuerzo por consi<strong>de</strong>rar<br />

inconveniente el momento <strong>de</strong> contrarrestar su<br />

arrogancia. Por lo tanto, me obligué a repeler cualquier<br />

indicio que pudiera sugerirle que sus palabras y actitu<strong>de</strong>s<br />

tenían alguna influencia en mí o que hubieran podido<br />

hacerme mella.<br />

Larry cerró la puerta con un suave empujón, luego<br />

<strong>de</strong> haberse apeado sonriente <strong>de</strong>l coche. En cuanto pu<strong>de</strong>,<br />

arranqué con una aceleración <strong>de</strong>sacostumbrada porque el<br />

encono que trataba <strong>de</strong> mantener contenido me llevó a poner<br />

el motor a un exceso <strong>de</strong> revoluciones. Dánae pareció<br />

no advertirlo, o no le importó porque seguía embelesada.<br />

Lo que sí hizo fue girar su cabeza para mirar hacia atrás<br />

don<strong>de</strong> la estampa <strong>de</strong> Larry hacía señas <strong>de</strong> <strong>de</strong>spedida, que<br />

ella <strong>de</strong>volvió sin saber si aquel las percibiría-(¡qué más da!<br />

Lo importante fue su entusiasmo)-.<br />

109


<strong>Alejandro</strong> González-<strong>Geell</strong><br />

—No pudiste haber hecho mejor elección. Larry es un<br />

actor extraordinario y, por supuesto, muy atractivo—me<br />

comentó Dánae con auténtica admiración.<br />

Ese comentario lo recibí como un azote que me afectó<br />

más <strong>de</strong> lo <strong>de</strong>finible. Una aglomeración <strong>de</strong> sentires confusos<br />

confluían en una exigencia <strong>de</strong> retracto a Dánae por<br />

ese tipo <strong>de</strong> alabanzas al actor, que me dañaban, pero mi<br />

imagen <strong>de</strong> superioridad se negaba y mi orgullo herido<br />

aconsejó que la mejor opción era volver a enfundarme en<br />

el silencio. Porque cuando la imagen que proyectas, que<br />

has impuesto y que se te reconoce es valiosa, se convierte<br />

en tu prisión. Te <strong>de</strong>bes a ella y no pue<strong>de</strong>s permitirte, a<br />

costa <strong>de</strong> cualquier renuncia, mostrarte poco digno <strong>de</strong> ella.<br />

***<br />

Los días siguientes fueron transcurriendo uno tras<br />

otro. El rodaje continuó su ritmo y los resultados artísticos<br />

eran soberbios y me colmaban <strong>de</strong> satisfacción como<br />

Director. Sin embargo, en lo más profundo <strong>de</strong> mí se iban<br />

enraizando unos celos crueles, que sumaban más rencores<br />

a los existentes. Los temores y las especulaciones se<br />

convertían en angustia porque el sentimiento <strong>de</strong> pérdida<br />

seguía consolidándose. Sentía que mi Dánae se alejaba. Y<br />

esta nueva e insondable realidad me agobiaba y fue dando<br />

paso a un vacío in<strong>de</strong>finible.<br />

¿Por qué me ocurría esto a mí, si nunca había concebido<br />

que los celos pudieran hacerme su presa Y aunque<br />

me resistía a creerlo, <strong>de</strong>bo admitir que pa<strong>de</strong>cer celos fue<br />

una dura experiencia que no tuve más remedio que asumir.<br />

Sus protervos ataques comenzaron a ser cada vez<br />

más frecuentes e insoportables. Y aún más, ese maldito<br />

sentimiento era imprevisible, aparecía y <strong>de</strong>saparecía a<br />

su antojo. Así la cosa, lo único a mi alcance era intentar<br />

no exteriorizarlo. De ninguna manera estaba dispuesto a<br />

parecer susceptible <strong>de</strong> sucumbir ante tal adversidad. No<br />

<strong>de</strong>bía claudicar a las tóxicas arremetidas <strong>de</strong> los celos por-<br />

110


<strong>Estela</strong><br />

que siempre he consi<strong>de</strong>rado que éstos solamente pue<strong>de</strong>n<br />

<strong>de</strong>rrotar a los mediocres y a los débiles.<br />

Pese al <strong>de</strong>cidido empeño por sobrellevar la situación,<br />

también <strong>de</strong>bo <strong>de</strong>cir que mi confusión fue creciendo en<br />

consonancia al avance <strong>de</strong> las horas. El <strong>de</strong>sconcertante<br />

comportamiento <strong>de</strong> Dánae, a veces era más que un castigo,<br />

que si bien lo disimulaba, no era menor, y que apenas<br />

podía paliar gracias a los espléndidos logros artísticos que<br />

iba consiguiendo durante el rodaje <strong>de</strong> mi película. Por<br />

otra parte, mi ambición por obtener un éxito total con<br />

el film lo ameritaba todo. Sin embargo, en lo personal,<br />

tal pa<strong>de</strong>cimiento me confinó a las sombras <strong>de</strong> la <strong>de</strong>sesperanza.<br />

A<strong>de</strong>más, la hostilidad <strong>de</strong> los celos <strong>de</strong>jó <strong>de</strong> ser una<br />

novedad, pero sus consecuencias mayores no tardaron en<br />

darse cita. Mi seguridad fue mermando y <strong>de</strong>vino en labilidad,<br />

restándome capacidad <strong>de</strong> reacción para enfrentarme<br />

a hechos adversos. De modo que esa cualidad que antes<br />

siempre tuve muy activa, viva y alerta ahora también se<br />

<strong>de</strong>snutría.<br />

Pero sin más remedio <strong>de</strong>bía continuar. En consecuencia,<br />

no me cabía otra posibilidad que camuflar la <strong>de</strong>sventura<br />

y vestirme <strong>de</strong> mesura para seguir asumiendo la<br />

responsabilidad <strong>de</strong> dirigir el film que me había propuesto,<br />

más todavía porque veía con claridad que lo estaba<br />

consiguiendo. De manera que con un disfraz <strong>de</strong> equilibrio<br />

logré que el entorno <strong>de</strong> actores, técnicos y resto <strong>de</strong><br />

colaboradores no se percataran <strong>de</strong> mi interno acontecer.<br />

Des<strong>de</strong> luego, si algo siempre he tenido por seguro es que<br />

nunca pue<strong>de</strong> resultar provechoso mostrar cualquier flaqueza.<br />

Aquellos fueron unos días extraños. Y como venía<br />

siendo parte <strong>de</strong> la rutina, los habituales viajes <strong>de</strong> retorno<br />

a casa, <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> la jornada laboral, transcurrían en<br />

medio <strong>de</strong> una niebla <strong>de</strong> silencio. Mi escasa locuacidad<br />

pue<strong>de</strong> que inhibiera a Dánae, y, pue<strong>de</strong> que también por<br />

cansancio, prefiriera consumir los momentos <strong>de</strong>l regreso<br />

en el letargo, a fin <strong>de</strong> relajarse.<br />

111


<strong>Alejandro</strong> González-<strong>Geell</strong><br />

Sin embargo, durante uno <strong>de</strong> aquellos retornos, Dánae<br />

trató <strong>de</strong> iniciar una conversación que yo eludí sin saber<br />

bien porqué. Al parecer, no recibió bien mi evasiva y su<br />

tranquilidad no fue tal, lo que vino a impedirle la opción<br />

<strong>de</strong>l aletargado <strong>de</strong>scanso. Entonces volvió a intentar romper<br />

la barrera que se interponía entre nosotros. Pero no<br />

cedí y el trayecto, aunque más tenso, fue un remedo <strong>de</strong><br />

otros mudos. Y cuando llegamos, al bajarnos <strong>de</strong>l coche,<br />

tampoco nos dirigimos la palabra. La barrera parecía haber<br />

incrementado su propósito y, como dos extraños, caminamos<br />

hasta casa, cada uno portando sus pertenencias. Me<br />

a<strong>de</strong>lanté e ignoré la dificultad que tuvo para po<strong>de</strong>r acarrear<br />

sus papeles, vestuario y el enorme bolso <strong>de</strong> <strong>de</strong>portes. Tampoco<br />

me pidió ayuda.<br />

Una vez en el salón, me apareció una pizca <strong>de</strong> indulgencia<br />

que me indujo a intentar recuperar el diálogo con<br />

Dánae. La miré, quise <strong>de</strong>cirle algo, pero no pu<strong>de</strong>. Fue tan<br />

efímero ese <strong>de</strong>seo que no tardó en ser abatido, <strong>de</strong>sautorizando<br />

cualquier oportunidad a la comunicación.<br />

Dánae no conoció mi fugaz pretensión y resignada a<br />

la escasez <strong>de</strong> palabras, tiró con <strong>de</strong>sgana su bolso en el<br />

sillón más cercano, <strong>de</strong>jó el vestuario encima y puso sus<br />

papeles sobre la mesa <strong>de</strong> centro. Pasé por su lado y me<br />

fui en dirección <strong>de</strong>l dormitorio, intentando subrayar que<br />

nada <strong>de</strong> lo que hiciera me importaba. Sentí la mirada que<br />

me dirigió mientras soltaba un suspiro apenas audible, y<br />

enseguida expresó una frase suelta que buscaba abrir un<br />

diálogo que empezara a recomponer el puente <strong>de</strong>rruido<br />

que unía nuestras existencias.<br />

—No hay nada como llegar a casa... ¡Ufff, qué cansancio!—dijo<br />

Dánae sin efusión, y se recostó en el sofá.<br />

Yo, como si no la hubiese oído, seguí caminando, pero<br />

también la miré <strong>de</strong> soslayo, con una mirada breve, y capté<br />

el gesto <strong>de</strong> resignación que se posó en su faz ante la<br />

<strong>de</strong>rrota <strong>de</strong> su intención. Acto seguido, como si no hallara<br />

112


<strong>Estela</strong><br />

otra salida mejor en esa situación, se levantó y se dirigió<br />

a la cocina. Pue<strong>de</strong> que <strong>de</strong>seara abstraerse <strong>de</strong> la realidad.<br />

En el dormitorio, me tendí en la cama y discurrí. Pensé<br />

que la abstracción era una posibilidad que pocas veces pue<strong>de</strong><br />

conseguirse. Pero si Dánae buscaba huir <strong>de</strong> sí misma,<br />

estaba en un error porque, simplemente, eso no es posible.<br />

De pronto, el silencio fue roto por un fuerte ruido proveniente<br />

<strong>de</strong> la cocina. El ruido llegó al dormitorio y, sin<br />

razón lógica, se me incrustó como una daga. Lo acusé<br />

con un brusco <strong>de</strong>sagrado, pero permanecí quieto unos<br />

segundos. Quise aguantar ajeno a lo que pudiera haber<br />

sucedido hasta que me sobrevino un arrebato furibundo<br />

e irresistible. Mascullaba palabras entre dientes cuando<br />

me levanté y fui a ver qué había ocurrido. Encontré a<br />

Dánae arrodillada en el suelo con un trapo en la mano,<br />

limpiando la leche <strong>de</strong>rramada, a la vez que recogía trozos<br />

<strong>de</strong> cristales rotos, con el malhumor impreso en su rostro.<br />

Al parecer, había querido sacar <strong>de</strong> la nevera una botella<br />

<strong>de</strong> leche para beber un vaso, pero tal vez su disgusto hizo<br />

que ésta se le resbalara para terminar en el suelo, rompiéndose<br />

con estruendo. El golpe <strong>de</strong> la botella contra las baldosas<br />

fue seco y el cristal estalló, diseminando sus pedazos<br />

por todas partes, al mismo tiempo que salpicaba en mil<br />

direcciones el blanco líquido que se <strong>de</strong>rramó sin or<strong>de</strong>n.<br />

He reflexionado acerca <strong>de</strong> este inci<strong>de</strong>nte. Si no fue un<br />

augurio, sería un hecho que simbolizaría la quiebra <strong>de</strong>l<br />

prístino amor que hasta entonces había llenado nuestra<br />

casa y gobernado todos nuestros sentires.<br />

—¿Qué ha pasado—le pregunté y me sentí ridículo,<br />

por la evi<strong>de</strong>ncia.<br />

—Nada, se me ha caído la botella <strong>de</strong> leche... eso es<br />

todo—dijo Dánae, sin <strong>de</strong>jar <strong>de</strong> limpiar, en un tono neutro<br />

pero contrariada y con pretendida indiferencia.<br />

113


<strong>Alejandro</strong> González-<strong>Geell</strong><br />

Y puesto que seguir observando a Dánae mientras<br />

limpiaba el suelo resultaba tan absurdo como inútil, me<br />

retiré. La casa retornó al silencio, pero ahora a un silencio<br />

árido y más ostensible. Hubiera querido que no fuese así,<br />

porque se confirmaba que esa inmaterial barrera que nos<br />

separaba ya sería imposible <strong>de</strong> franquear y que iría arrastrando<br />

todo al vacío negro <strong>de</strong> la incomunicación.<br />

114<br />

***<br />

En el salón principal <strong>de</strong> la resi<strong>de</strong>ncia <strong>de</strong>l pudiente<br />

matrimonio, Pablo, el fotógrafo, observaba a <strong>Estela</strong> y<br />

Esteban, los dueños <strong>de</strong> casa, que miraban una serie <strong>de</strong><br />

excelentes fotografías. En todas aparecía <strong>Estela</strong>, posando<br />

en sensuales posturas. Su belleza quedaba subrayada en<br />

cada una <strong>de</strong> esas imágenes que eran el fruto <strong>de</strong>l trabajo<br />

realizado por los potenciales amantes en una <strong>de</strong> las sesiones<br />

fotográficas prece<strong>de</strong>nte, en las que se conjuntaron<br />

el talento artístico <strong>de</strong>l fotógrafo y la inefable sensualidad<br />

que era capaz <strong>de</strong> ofrecer aquella hembra.<br />

Esteban, el marido enamorado, mientras miraba las muestras<br />

<strong>de</strong>l trabajo <strong>de</strong> su joven esposa, sintió crecer su orgullo<br />

y su vanidad masculina se vio recompensada al atribuirse el<br />

mérito que pudiera correspon<strong>de</strong>rle por ser su esposo.<br />

—Estáis haciendo un excelente trabajo. Me alegro y no<br />

puedo <strong>de</strong>jar <strong>de</strong> felicitaros—dijo un Esteban radiante, con<br />

gentileza hacia Pablo.<br />

—Hay algunas que valen la pena—comentó Pablo, y se<br />

dirigió a <strong>Estela</strong>—Usted posa muy bien, señora.<br />

—Pablo, ¿por qué me sigues tratando <strong>de</strong> “usted ¿No<br />

crees que es mejor comenzar a tutearnos—le propuso<br />

<strong>Estela</strong>, sin <strong>de</strong>jar pasar la ocasión <strong>de</strong> facilitar la cercanía<br />

en la relación.<br />

Pablo aprovechó, que <strong>de</strong>s<strong>de</strong> su posición no podía ser visto<br />

por Esteban, para lanzar una mirada profunda e intencio-


<strong>Estela</strong><br />

nada a <strong>Estela</strong>. Como si la estuviera estudiando, empequeñeció<br />

un poco los ojos al mirarla y, con una sonrisa, asintió<br />

para enseguida continuar enseñando el material fotográfico.<br />

—Pablo, creo que nuestro trato tiene que ser menos<br />

formal ¿no te parece—insistió <strong>Estela</strong> con palabras dichas<br />

con un tono podía llevar a equivoco, pero Pablo supo interpretarlo.<br />

Ese tono ambiguo, que podía ser seductor y-(por qué<br />

no)-tan real como expresión <strong>de</strong> un íntimo <strong>de</strong>seo, llegó a<br />

mis oídos y por enésima vez la irritación me poseyó. Y, <strong>de</strong><br />

nuevo, sin ninguna opción <strong>de</strong> <strong>de</strong>sahogo, tuve que soportarla<br />

al compren<strong>de</strong>r que esa hábil seducción que <strong>Estela</strong><br />

imponía en su diálogo era lo mejor para mi película. De<br />

manera que volví a hacerme cargo y renové los esfuerzos<br />

para domar la sensación <strong>de</strong> impotencia que me acosaba<br />

en lo personal. Solo así pu<strong>de</strong> seguir concentrado en lo que<br />

sucedía en el set, ante mis narices.<br />

—Tienes razón. A partir <strong>de</strong> ahora, vamos a tutearnos—dijo<br />

Pablo, aceptando el ofrecimiento.<br />

—Es lo apropiado. Entre el fotógrafo y la mo<strong>de</strong>lo tiene<br />

que existir camara<strong>de</strong>ría. Seguro que ayuda bastante—<br />

agregó Esteban.<br />

—A propósito, Sr. Iriarte, me gustaría <strong>de</strong>cirle que su esposa<br />

sabe muy bien cómo hacer su trabajo. Es una excelente<br />

mo<strong>de</strong>lo—dijo Pablo a Esteban, sirviéndose <strong>de</strong> la circunstancia<br />

para lanzarle un intencionado cumplido a <strong>Estela</strong>.<br />

—Ya se lo había advertido. Mi mujer posee muchas<br />

cualida<strong>de</strong>s—le contestó Esteban, al mismo momento que<br />

le acariciaba una mano a <strong>Estela</strong> que estaba sentada a su<br />

lado en un amplio sofá.<br />

Pablo se fijó en ese <strong>de</strong>talle y prefirió conocer la reacción<br />

<strong>de</strong> <strong>Estela</strong> a esa caricia. Al efecto, le envió una mirada<br />

115


<strong>Alejandro</strong> González-<strong>Geell</strong><br />

furtiva y se encontró con sus ojos que le <strong>de</strong>volvían otra<br />

muy sugerente, acompañada <strong>de</strong> una disimulada sonrisa<br />

cómplice, al mismo tiempo que posaba la cabeza en el<br />

hombro <strong>de</strong> su marido. Esa sonrisa estuvo a<strong>de</strong>rezada por<br />

el riesgo morboso <strong>de</strong> la clan<strong>de</strong>stinidad, y también fue<br />

un mensaje breve pero significativo: <strong>Estela</strong> era atrevida<br />

y estaba dispuesta a asumir riesgos. Así, <strong>de</strong>s<strong>de</strong> luego, lo<br />

intuyó Pablo.<br />

A mí se me heló la sangre porque supe que mi mujer<br />

era capaz <strong>de</strong> aquella felonía. Y como no podía ser <strong>de</strong> otro<br />

modo, concentré la atención en esa incipiente complicidad<br />

entre ellos para no <strong>de</strong>jar escapar ningún <strong>de</strong>talle aún<br />

más revelador. No hay duda que era legítimo e ineludible<br />

tratar <strong>de</strong> tener toda información posible sobre sus pretensiones<br />

a fin <strong>de</strong> protegerme ante la adversidad que se iba<br />

avecinando.<br />

—Pablo ¿mañana trabajaremos en tu estudio—preguntó<br />

<strong>Estela</strong>.<br />

—Sí, quiero terminar la serie <strong>de</strong> interiores; principalmente,<br />

los primeros planos—apuntó Pablo y le hizo otra<br />

pregunta. ¿Te viene bien por la tar<strong>de</strong><br />

—A la hora que tú digas. Soy muy disciplinada cuando<br />

trabajo—respondió <strong>Estela</strong> con actitud sumisa, y se dirigió<br />

a su marido—Amor ¿tú me podrás llevar mañana al estudio<br />

<strong>de</strong> Pablo<br />

—Sabes que sí, cariño. Faltaría más—dijo Esteban,<br />

enamorado y atento con la mujer que era el origen y el<br />

fin <strong>de</strong> su adoración.<br />

Pablo, que había recogido las fotografías diseminadas<br />

sobre la mesa <strong>de</strong> centro, se <strong>de</strong>spidió con formalidad<br />

<strong>de</strong> Esteban y se dispuso a partir. Amablemente, <strong>Estela</strong><br />

<strong>de</strong>cidió acompañarle hasta la puerta. Sin pronunciar<br />

palabras <strong>de</strong>sembocaron al pasillo y recorrieron juntos<br />

116


<strong>Estela</strong><br />

la distancia que les separaba <strong>de</strong> la salida. Allí, lejos <strong>de</strong>l<br />

alcance <strong>de</strong> la visión <strong>de</strong> Esteban, que permaneció en el<br />

salón, se <strong>de</strong>tuvieron. Pablo se giró y quedaron frente a<br />

frente. Y cuando le tendió la mano a modo <strong>de</strong> formal<br />

<strong>de</strong>spedida, <strong>Estela</strong> la tomó entre las suyas y la estrechó<br />

con suavidad, al tiempo que acercó su cara con<br />

insinuante lentitud hasta posarle un beso en la mejilla.<br />

Pablo quiso <strong>de</strong>cir algo pero <strong>Estela</strong> no se lo permitió,<br />

poniéndole un <strong>de</strong>do sobre la boca, con una lentitud<br />

bien medida, y le regaló a<strong>de</strong>más una seductiva sonrisa.<br />

Pablo se conformó.<br />

—Chao... hasta mañana—le dijo suave y en voz muy<br />

baja acercándose un poco más su cara, y Pablo no supo o<br />

no quiso reaccionar.<br />

<strong>Estela</strong> me estaba impresionando por esa natural habilidad,<br />

pero todavía más su ilimitado <strong>de</strong>scaro. Entonces<br />

comprobé que esta mujer dominaba con soltura cualquier<br />

situación arriesgada, pero, principalmente, me llamó la<br />

atención que también parecía disfrutar haciéndolo. Confieso<br />

que resultaba bastante doloroso ser testigo <strong>de</strong> esa<br />

ignominia porque se trataba <strong>de</strong> la misma mujer que yo<br />

amaba. No puedo negar que fue durísimo presenciarlo,<br />

pero mi obligación como Director <strong>de</strong>l film me lo exigía.<br />

Por encima <strong>de</strong>l dolor estaban mi orgullo y valía profesional<br />

y, sobre todo, mi ambición por conseguir el éxito<br />

como cineasta a toda costa.<br />

***<br />

-(Varias veces me había preguntado si la gente consigue<br />

ser feliz a lo largo <strong>de</strong> su existencia, que transcurre<br />

en medio <strong>de</strong> una interminable lucha por lograr que<br />

sus realida<strong>de</strong>s estén en consonancia con sus auténticas<br />

metas, acor<strong>de</strong> a sus i<strong>de</strong>ales, sentires, valores, <strong>de</strong>seos y legítimas<br />

aspiraciones. Pero no parece ser muy fácil conseguirlo<br />

porque, si no es casi todo, siempre hay algo que<br />

lo perturba. No obstante, la esperanza que alumbra la<br />

posibilidad <strong>de</strong> lograrlo muchas veces solo sirve <strong>de</strong> acicate<br />

117


<strong>Alejandro</strong> González-<strong>Geell</strong><br />

para perseverar en la senda que, con frecuencia, lleva a<br />

nuevas frustraciones que se atenúan gracias a pequeñas y<br />

también efímeras metas alcanzadas. Y éstas, finalmente,<br />

para la gran mayoría que no compren<strong>de</strong> nada, se convierten<br />

en la energía que impi<strong>de</strong> que esa máquina tramposa<br />

se <strong>de</strong>tenga, embaucando a aquellos que creen po<strong>de</strong>r hacer<br />

realidad la esperanza, que no <strong>de</strong>ja <strong>de</strong> ser como la línea <strong>de</strong>l<br />

horizonte a la que jamás se llega.)-<br />

***<br />

En los días sucesivos, las escenas entre Pablo y <strong>Estela</strong> continuaron<br />

causando estragos en mis más íntimos sentires e<br />

iban socavando las pare<strong>de</strong>s <strong>de</strong> mi resistencia. Las compuertas<br />

que ralentizaban el torrente <strong>de</strong> sufrimiento también se<br />

estaban <strong>de</strong>teriorando con suma rapi<strong>de</strong>z. Tanto que un día<br />

<strong>de</strong> aquellos estuve casi al bor<strong>de</strong> <strong>de</strong>l <strong>de</strong>rrumbe. Sentía que no<br />

existía ninguna posibilidad <strong>de</strong> alivio a mi alcance. Me hallé<br />

perdido en una red <strong>de</strong> sensaciones encontradas. No llegaba a<br />

enten<strong>de</strong>r que mi amada Dánae fuera capaz <strong>de</strong> tener un juego<br />

<strong>de</strong> seducción con alguien que no era yo. ¿Cómo era posible<br />

Y, sin una respuesta concreta, les aseguro que era difícil y angustioso<br />

soportar la presión <strong>de</strong> esa horrenda encrucijada.<br />

Sin embargo, no claudiqué. No podía sucumbir. No<br />

sería digno <strong>de</strong> mí. De manera que apoyado en mi inalterable<br />

ambición-(que convertí en <strong>de</strong>ber)-por conseguir<br />

una película perfecta, que era la vía que me traería el reconocimiento<br />

total que bien merecía, logré sobrellevar la<br />

carga <strong>de</strong> esa <strong>de</strong>sgraciada paradoja que me obligaba a potenciar<br />

esa maldita relación, aún a costa <strong>de</strong> prolongar mi<br />

infortunio, cuando <strong>de</strong>bía hacer repetir escenas <strong>de</strong> amor, a<br />

veces muy pasionales y eróticas, hasta lograr la perfección<br />

y así po<strong>de</strong>r sentirme conforme, a la vez <strong>de</strong> vejado y herido.<br />

¡Qué injusta paradoja!<br />

***<br />

118


<strong>Estela</strong><br />

El loft <strong>de</strong>l fotógrafo era bastante espacioso, lo que le<br />

permitía utilizarlo en dos vertientes. Un extremo estaba<br />

reservado al estudio profesional, don<strong>de</strong> se emplazaban<br />

todos los implementos que requería para ejercer su oficio.<br />

El otro extremo constituía su vivienda. La sensación<br />

<strong>de</strong> amplitud se <strong>de</strong>bía a la ausencia <strong>de</strong> pare<strong>de</strong>s, aunque<br />

las zonas las tuviese muy bien <strong>de</strong>limitadas. Una <strong>de</strong>coración<br />

ecléctica y liviana producía agrado y la simpleza<br />

le añadía un halo <strong>de</strong> serenidad. La cama se situaba en<br />

el extremo más opuesto al estudio, junto a un cuarto<br />

<strong>de</strong> baño <strong>de</strong> vastas dimensiones. La cocina <strong>de</strong> un diseño<br />

actual estaba a la vista, abierta hacia la parte que<br />

obraba <strong>de</strong> comedor. Unas amplias puertas acristaladas,<br />

que comunicaban con la terraza, estaban enfrente <strong>de</strong><br />

la chimenea. Dos sillones, un sofá, una mesa <strong>de</strong> centro<br />

<strong>de</strong> antiguo hierro forjado con un cristal en la superficie<br />

y una mecedora <strong>de</strong> ma<strong>de</strong>ra se distribuían con or<strong>de</strong>n y<br />

practicidad. Muy cerca había un vetusto “secrétaire” que<br />

hacía las veces <strong>de</strong> mueble bar. Parte <strong>de</strong> la techumbre era<br />

una fantástica claraboya, a través <strong>de</strong> la cual se podía ver<br />

el cielo y contemplar las estrellas durante las noches.<br />

Era un sitio <strong>de</strong>finitivamente acogedor don<strong>de</strong> seguro su<br />

morador pasaría horas amables y gratas.<br />

Aquella tar<strong>de</strong>, en el extremo <strong>de</strong>l estudio, <strong>Estela</strong> posaba<br />

contra un fondo azulado, bajo una variedad <strong>de</strong> luces.<br />

Su bello rostro exhibía sensuales expresiones que se<br />

complementaban con las posturas provocadoras que su<br />

esbelto cuerpo iba adoptando. Sus manos flirteaban por<br />

todas partes, ya fuera acariciando su piel y <strong>de</strong>slizándose<br />

por el contorno <strong>de</strong> su figura, ya fuera para <strong>de</strong>sor<strong>de</strong>nar<br />

su cabellera suelta y sedosa, o ya fuera para remover su<br />

liviana vestimenta, que consistía en una túnica blanca <strong>de</strong><br />

inspiración helénica. La prenda, abierta en sus costados,<br />

se sostenía cruzándose por uno <strong>de</strong> sus hombros. Bajo la<br />

tenue túnica que caía, <strong>de</strong>jando flotar su levedad, <strong>Estela</strong><br />

llevaba únicamente una diminuta braguita. Des<strong>de</strong> luego,<br />

el atuendo admitía entrever el resto <strong>de</strong> su <strong>de</strong>snu<strong>de</strong>z. Y<br />

más todavía por los marcados movimientos <strong>de</strong>l cimbreante<br />

cuerpo <strong>de</strong> esa bella mujer que facilitaba que se asomara<br />

su piel con esplendi<strong>de</strong>z. Pue<strong>de</strong> que quisiera hacer<br />

119


<strong>Alejandro</strong> González-<strong>Geell</strong><br />

ostentación <strong>de</strong> su po<strong>de</strong>r <strong>de</strong> hembra, a la par <strong>de</strong> realizar<br />

un buen trabajo.<br />

Pablo tiraba fotografías con varias cámaras, sin pausa<br />

ni tregua, y las intercambiaba según su albedrío y experiencia,<br />

variando las posiciones y ángulos <strong>de</strong> tiro. Por<br />

unos altavoces salía una música envolvente que se aliaba<br />

con la atmósfera sensual que proponía la sesión fotográfica.<br />

Los movimientos <strong>de</strong> la mo<strong>de</strong>lo y el fotógrafo se fueron<br />

tiñendo <strong>de</strong> una especie <strong>de</strong> danza sin reglas que llegó a<br />

ser como la alegoría <strong>de</strong> un cortejo ritual que sitúa al macho<br />

en el intento <strong>de</strong> atraer con primitiva seducción a la<br />

hembra, que obviamente participa y contribuye al mismo<br />

fin. Pablo se entregó al trabajo con frenesí. Solo <strong>de</strong>tuvo<br />

su concentrada labor para recargar una <strong>de</strong> sus cámaras y<br />

volver enseguida sobre <strong>Estela</strong> con energías renovadas. Comenzó<br />

a darle ór<strong>de</strong>nes con frases firmes y escuetas. <strong>Estela</strong><br />

parecía hipnotizada y obe<strong>de</strong>cía como si le fascinara sentirse<br />

enca<strong>de</strong>nada a esa relación <strong>de</strong> <strong>de</strong>pen<strong>de</strong>ncia. Se había<br />

entregado y disfrutaba, seguramente porque a <strong>Estela</strong> le<br />

apetecía también jugar ese rol sumiso, o bien, acaso fuera<br />

porque todo iba ocurriendo como lo habría diseñado con<br />

una calibrada premeditación. Sea como fuere, es preciso<br />

<strong>de</strong>cir que esa sumisión que ella exponía a<strong>de</strong>rezada con<br />

una vacilante o supuesta reticencia, le aportaba una fuerte<br />

dosis <strong>de</strong> erotismo a la situación.<br />

Las frases <strong>de</strong> Pablo fueron adquiriendo un tono más<br />

drástico y <strong>Estela</strong> continuó reaccionando con obediencia<br />

en una progresión <strong>de</strong> gestos y movimientos sugestivos<br />

cada vez más marcados e, incluso, casi violentos. Pablo,<br />

sin <strong>de</strong>jar <strong>de</strong> disparar, se fue aproximando para encimarla<br />

y ella fue arqueando su cuerpo hacia atrás hasta caer suave<br />

sobre el suelo. El obturador <strong>de</strong> la cámara pestañeaba<br />

incesante. Pablo le or<strong>de</strong>nó que se revolcase y ella lo hizo<br />

como una serpiente, aunque sin avanzar <strong>de</strong>l lugar que<br />

ocupaba en el suelo. El fotógrafo se arrodilló y acercó el<br />

objetivo al rostro <strong>de</strong> <strong>Estela</strong>, <strong>de</strong>jando el cuerpo <strong>de</strong> la apetecible<br />

hembra entre sus piernas. Enfocaba y disparaba<br />

sobre el rostro <strong>de</strong> <strong>Estela</strong> que se mostraba excitado y tentador,<br />

como si vagara entre el sufrimiento y el éxtasis.<br />

120


<strong>Estela</strong><br />

Y cuando esa especie <strong>de</strong> rito estaba alcanzando su clímax,<br />

la carga erótica era tan convincente como concluyente.<br />

De pronto, la cámara en las manos <strong>de</strong> Pablo cesó<br />

<strong>de</strong> disparar y <strong>de</strong>jó <strong>de</strong> interponerse entre ellos. Fue como<br />

si todo se <strong>de</strong>tuviera, como una pausa lenta, y sus rostros<br />

se fueron aproximando hasta quedar al alcance <strong>de</strong> sus<br />

alientos algo agitados. No cupo posibilidad <strong>de</strong> sustraerse<br />

a la sensualidad creada, y ellos, como excluidos <strong>de</strong>l resto,<br />

estaban a punto <strong>de</strong> consumar el beso que se <strong>de</strong>lataba en<br />

sus <strong>de</strong>seos compartidos en la misma concupiscencia.<br />

Mientras, mi sufrimiento llegaba a una cota apenas soportable.<br />

Solamente la parte profesional <strong>de</strong> mi rol como<br />

Director, en mi espantosa dualidad, vino a ayudarme y<br />

pu<strong>de</strong> resistir con bastante esfuerzo al tratar <strong>de</strong> escon<strong>de</strong>r<br />

mi pa<strong>de</strong>cer. Tan solo con coraje aguanté aquel suplicio.<br />

—“Corten”—dije sin sentir ningún alivio porque nada<br />

me era indiferente sino más que gravoso: <strong>de</strong>nigrante.<br />

Pedro, mi ayudante, mandó que todos permanecieran<br />

en sus sitios, a la espera <strong>de</strong> que diera-(o no)-conformidad<br />

a la toma que se acababa <strong>de</strong> rodar. Yo me aparté unos<br />

cuantos metros en busca <strong>de</strong> una calma que no llegaba.<br />

Lo que conseguí fue una calma falsa, pero el único que<br />

lo supo fui yo. Estuve con la mente <strong>de</strong>sierta por unos<br />

minutos, luego respiré profundo y regresé al set. Para mi<br />

<strong>de</strong>sgracia, el operador <strong>de</strong> cámara había advertido que cabía<br />

la posibilidad que en algún momento <strong>de</strong> la escena<br />

pudiera haberse ido <strong>de</strong> foco y que, en su opinión, por<br />

precaución, sería conveniente hacer una nueva toma. Al<br />

comunicarme el contratiempo, oculté mi malestar <strong>de</strong>trás<br />

<strong>de</strong>l director seguro que <strong>de</strong>seaba que los <strong>de</strong>más vieran y<br />

<strong>de</strong>cidí acercarme a los actores. Les felicité por sus recientes<br />

interpretaciones -(¿lo eran)- y les comenté el motivo<br />

que nos obligaba a realizar una nueva toma.<br />

—Lo repetiremos <strong>de</strong>s<strong>de</strong> el principio—terminé diciéndoles<br />

con un pesar que hurgaba aun en mi alma.<br />

121


<strong>Alejandro</strong> González-<strong>Geell</strong><br />

No había más opción que repetir la escena-(por el<br />

eventual fallo <strong>de</strong>tectado por el operador <strong>de</strong> cámara)-y en<br />

virtud <strong>de</strong> la importancia crucial <strong>de</strong> la misma para la trama<br />

<strong>de</strong>l film. Ante todo, mi película era la absoluta prioridad.<br />

Y aunque me sonara a masoquismo, tuve que volver a<br />

dar la or<strong>de</strong>n <strong>de</strong> repetir toda la acción prece<strong>de</strong>nte, temiendo<br />

que, aparte <strong>de</strong> daño, me trajera más <strong>de</strong>solación a mi<br />

realidad que zozobraba. Una vez tomada la <strong>de</strong>cisión, el<br />

martirio no <strong>de</strong>jó <strong>de</strong> horadarme el alma y tuve que enfrentarme<br />

al infortunio <strong>de</strong> tener que volver a presenciar todo<br />

lo que había sucedido ante mis narices en la toma anterior.<br />

Resultaba escabroso, pero no quedaba más remedio<br />

que continuar.<br />

Mientras se efectuaban los preparativos para la repetición<br />

<strong>de</strong> la escena, me alejé <strong>de</strong>l barullo en busca <strong>de</strong> asilo<br />

en la soledad. Mi cabeza estaba revolucionada. Caminé<br />

hacia un lugar apartado sin conseguir sosiego.<br />

Estaba cercado por una maraña <strong>de</strong> sensaciones y por un<br />

preocupante estado <strong>de</strong> nervios. Quise paliar con un cigarrillo<br />

aquel <strong>de</strong>scalabro y, con premura-(tal vez exagerada)-,<br />

saqué uno <strong>de</strong>l paquete, lo encendí y le di una profusa calada,<br />

soltando como un bufido el humo por la nariz. Y como<br />

si el cigarrillo fuera culpable, lo apretujé entre mis <strong>de</strong>dos<br />

con tanta rabia que enseguida se <strong>de</strong>spedazó.<br />

***<br />

La noche había caído cuando Dánae y yo abandonamos<br />

el set, <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> haber finalizado aquella torturante<br />

jornada <strong>de</strong> rodaje. Sin haber pronunciado palabra alguna<br />

durante el trayecto, llegamos a casa. Como si huyera, me<br />

dirigí al dormitorio y me tendí sobre la cama a fumar<br />

pensativo. Unas veces soltaba el humo con fuerzas como<br />

si así pudiera expulsar el encono. Otras, dibujaba círculos<br />

<strong>de</strong> humo que flotaban frágiles y efímeros. El bienestar <strong>de</strong><br />

otros tiempos mejores se había esfumado y la incomunicación<br />

se hizo irreductible, convirtiéndome en su rehén.<br />

122


<strong>Estela</strong><br />

***<br />

Aquella noche, al cabo <strong>de</strong> un largo rato, ella entró en la<br />

habitación con un vaso <strong>de</strong> leche y unas galletas, igual que<br />

en otras ocasiones, pero esta vez me ofreció un poco <strong>de</strong> su<br />

ración. Creo que no tenía otro fin que romper la tensión e<br />

intentar recuperar alguna vía que nos retornara al diálogo,<br />

ahora muy ausente. Se había quitado el maquillaje y llevaba<br />

encima una camiseta gran<strong>de</strong> que también usaba como camisón<br />

<strong>de</strong> dormir. Yo permanecía tendido sobre la cama, sin<br />

haberme <strong>de</strong>svestido, con la camisa <strong>de</strong>sabotonada y abierta,<br />

<strong>de</strong>jando el torso <strong>de</strong>scubierto. Solamente me había quitado<br />

los zapatos, que Dánae evitó pisar cuando se acercó.<br />

—¿Quieres—me dijo, ofreciéndome las galletas y el<br />

vaso <strong>de</strong> leche con un gesto unido a la pregunta.<br />

No acudieron palabras a mi boca y ella tuvo que conformarse<br />

con el silencio. No pareció molestarse. Bebió un<br />

poco <strong>de</strong> leche mientras daba pasos hacia el otro lado <strong>de</strong> la<br />

cama. Puso el vaso en la mesilla <strong>de</strong> noche y giró su cabeza<br />

para enviarme una mirada lánguida que también estaba<br />

vestida <strong>de</strong> ternura. Se sentó en la cama y con un tono casi<br />

<strong>de</strong> súplica me habló otra vez.<br />

—Cariño, si te pasa algo, por favor, dímelo...<br />

—Nada... No te preocupes—le respondí porque sentí<br />

la obligación <strong>de</strong> justificarme y mostrar normalidad.<br />

—Antonio, si algo te suce<strong>de</strong>, quiero que confíes en<br />

mí...—dijo y yo esquivé la respuesta—¿Tienes algún problema<br />

que yo no sepa—continuó Dánae, y me <strong>de</strong>cidí a<br />

fingir una actitud cariñosa.<br />

—No, querida. De verdad, no ocurre nada. Sabes que<br />

te cuento todos mis problemas... bueno, casi todos—dije<br />

con una sonrisa mal fingida.<br />

123


<strong>Alejandro</strong> González-<strong>Geell</strong><br />

La cogí con cierta <strong>de</strong>sidia y la traje hacia mí. Ella se entregó<br />

enseguida y no puso obstáculos a mi intento. Quedó<br />

apoyada sobre mi torso, y le crucé un brazo sobre su<br />

pecho, y ella se aferró a él.<br />

—Amor, seguro que <strong>de</strong>bes estar agotado y tenso por el<br />

rodaje—me dijo con maternal tono.<br />

—Está resultando complicado y bastante duro—le<br />

dije, aprovechando la excusa <strong>de</strong>l rodaje que me facilitó<br />

sin darse cuenta, y que podía fundamentar <strong>de</strong> algún<br />

modo mi estado.<br />

—Yo creo que todo va genial...—Hizo una breve pausa<br />

y continuó—¿o hay algo que no esté saliendo como<br />

preveías Bueno, eso el único que lo sabe eres tú—dijo<br />

interesada pero tratando <strong>de</strong> no incomodarme con sus palabras.<br />

—A veces pienso que hay cosas que pudieran estar mejor.<br />

Y eso sí que me preocupa—respondí con esa mentira<br />

dicha con convencimiento, porque sabía que lo hecho era<br />

inmejorable y que, finalmente, iba a conseguir hacer una<br />

película extraordinaria y sorpren<strong>de</strong>nte.<br />

Esas escasas palabras bastaron para que Dánae recobrara<br />

su jovial ánimo. Mi exigua apertura al diálogo<br />

alentó a Dánae que cambió automáticamente su apagada<br />

expresión por otra más entusiasta. Y sin vacilar quiso estimularme<br />

con su optimismo.<br />

—Estoy segura que tu “peli” va a quedar maravillosa—dijo<br />

con alegría—¡Eres el mejor, por eso me casé contigo!—agregó<br />

bromeando para halagarme.<br />

Sonreí sin <strong>de</strong>masiado interés y le acaricié con <strong>de</strong>sganada<br />

su cabello, que más bien fue inducido por la situación<br />

que por verda<strong>de</strong>ro afecto. Pero el contento <strong>de</strong> Dánae no<br />

124


<strong>Estela</strong><br />

lo interpretó así y fue en busca <strong>de</strong> mi boca para besarla.<br />

Le respondí con un beso muerto, exento <strong>de</strong> ganas, solo<br />

con la intención <strong>de</strong> no perturbar la escasa calma que había<br />

logrado. Ella insistió en su afán. Era evi<strong>de</strong>nte que estaba<br />

dispuesta a iniciar el <strong>de</strong>rrotero que <strong>de</strong>sembocaría en<br />

la inmo<strong>de</strong>ración erótica, y así recobrar parte <strong>de</strong>l pasado.<br />

Buscaba besar y ser besada. Intenté ser con<strong>de</strong>scendiente<br />

y le permití seguir el juego hasta que <strong>de</strong> pronto sentí un<br />

fuerte rechazo que, incluso, tuve que tratar <strong>de</strong> disimular.<br />

Esa aversión me tomó por sorpresa porque fue repentina e<br />

inédita, cercana al odio. Provino <strong>de</strong> un punto ignoto <strong>de</strong> mi<br />

ser, que no puedo precisar, pero era más fuerte que cualquier<br />

otro sentimiento. Des<strong>de</strong> luego, que cualquier probabilidad<br />

<strong>de</strong> compartir con esa mujer un acto <strong>de</strong> amor era<br />

imposible. Y como ella se hallaba motivada, se afanó en el<br />

empeño <strong>de</strong> <strong>de</strong>spertar mi libido puesto que no sabía que mi<br />

sentir ya había <strong>de</strong>cidido no ce<strong>de</strong>r. En consecuencia, asumí<br />

una actitud pasiva hasta que sus insistentes caricias y estímulos<br />

directos comenzaron a <strong>de</strong>spertar los más primitivos<br />

instintos masculinos. Me rebelé y con brusquedad di fin al<br />

juego amoroso y me levanté con la excusa <strong>de</strong> ir al cuarto <strong>de</strong><br />

baño para asearme antes <strong>de</strong> disponerme a dormir.<br />

—Déjame... mañana hay que madrugar—le dije sin<br />

mirarla cuando la removí para ponerme <strong>de</strong> pie.<br />

Ella me observó con cierta turbación y, tal vez, algo<br />

dolida. Hasta entonces, a pesar <strong>de</strong> todo, un rechazo tan<br />

explícito nunca hubiera tenido cabida. La vi vacilar y <strong>de</strong>spués<br />

<strong>de</strong> unos instantes <strong>de</strong> <strong>de</strong>sconcierto, recuperó el ánimo<br />

y asumió la resignación con voluntariedad. Al parecer,<br />

creyó compren<strong>de</strong>r mi opción <strong>de</strong> preferir el <strong>de</strong>scanso, <strong>de</strong>bido<br />

al rodaje <strong>de</strong>l día siguiente.<br />

—Tienes razón. Mañana hay que madrugar—dijo Dánae<br />

finalmente con positiva actitud, y se acomodó entre<br />

las sábanas.<br />

La <strong>de</strong>cisión <strong>de</strong> rehuir <strong>de</strong> cualquier acto <strong>de</strong> amor se prolongó<br />

en el tiempo. Debía evitar caer en la falsedad <strong>de</strong><br />

125


<strong>Alejandro</strong> González-<strong>Geell</strong><br />

una entrega que no <strong>de</strong>seaba, porque era imposible disociarla<br />

<strong>de</strong> la artera, <strong>de</strong>sleal e infiel <strong>Estela</strong>. Y también por la<br />

acumulación <strong>de</strong> rencores que palpitaban más que nunca<br />

antes lo hicieran.<br />

Lo peor fue llegando con progresión y los ataques confusos<br />

<strong>de</strong> celos por las evi<strong>de</strong>ncias fueron ocurriendo cada<br />

vez con más frecuencia y con vigencias más prolongadas.<br />

Y cuando el resentimiento y sus secuelas arreciaban, aunque<br />

esos ataques fueran intermitentes, resultaban si variar<br />

extremadamente agobiantes.<br />

Nunca he llegado a compren<strong>de</strong>r en función <strong>de</strong> qué ocurrían<br />

esos ataques obstinados, porque curiosamente se <strong>de</strong>svanecían<br />

<strong>de</strong>l mismo modo imperceptible con que aparecían.<br />

La manifestación <strong>de</strong> esos acosos era tan inasible como dañina,<br />

que me obligaba a actuar en función <strong>de</strong> sus apariciones.<br />

De modo que tuve que hacer más rígido y severo el autocontrol<br />

que me impuse para nunca mostrar vulnerabilidad a los<br />

ojos <strong>de</strong> los <strong>de</strong>más. Y menos, a los <strong>de</strong> esa mujer.<br />

Ante estas circunstancias, únicamente una férrea disciplina<br />

fue capaz <strong>de</strong> poner freno al creciente <strong>de</strong>seo <strong>de</strong> increpar<br />

a Dánae que, con la cobertura y disfraz <strong>de</strong> <strong>Estela</strong>,<br />

seducía a otro hombre. Y como era obligado averiguar<br />

qué estaba sintiendo por Larry, o por Pablo, lo que parecía<br />

más aconsejable era contenerme. Quise varias veces<br />

enfrentarla a su traición, incluso con vehemencia y<br />

palabras fuertes, pero la sensatez y el pudor me hacían<br />

<strong>de</strong>sestimarlo porque sabía le sería muy fácil negarlo. También<br />

mi contención tenía su lógica. Repren<strong>de</strong>rla implicaba<br />

mostrarme como un ser débil, capaz <strong>de</strong> actuar por<br />

rabia o por <strong>de</strong>specho. A<strong>de</strong>más, pensé y lo consi<strong>de</strong>ré una<br />

iniciativa tan absurda como lo era relacionar el <strong>de</strong>terioro<br />

<strong>de</strong> nuestra maravillosa relación con la aparición <strong>de</strong> <strong>Estela</strong>.<br />

No podía ser. Sin embargo, tenía que existir una causa inequívoca<br />

y principal responsable <strong>de</strong> haber <strong>de</strong>senca<strong>de</strong>nado<br />

mi tormento. Por lo tanto, era esencial <strong>de</strong>scubrirla. Y por<br />

respeto al que soy, no estaba dispuesto a renunciar a ello.<br />

Era un <strong>de</strong>ber inexcusable.<br />

126


<strong>Estela</strong><br />

***<br />

<strong>Estela</strong> se observó con <strong>de</strong>tenimiento el maquillaje que<br />

le acababa <strong>de</strong> dar la maquilladora, y enseguida, con mucha<br />

atención, estudió la imagen que le <strong>de</strong>volvía el espejo<br />

ribeteado <strong>de</strong> bombillas en su bor<strong>de</strong> superior, y puesto<br />

sobre un improvisado tocador que se había situado a<br />

un lado <strong>de</strong>l <strong>de</strong>corado que utilizábamos ese día. Llevaba<br />

un traje <strong>de</strong> tar<strong>de</strong> muy elegante y se veía tan distinguida<br />

como era conveniente en la escena que íbamos a rodar.<br />

Uno <strong>de</strong> mis ayudantes llegó a avisarle que la requería<br />

en el set. Des<strong>de</strong> mi posición, la ojeaba sin que pareciera<br />

evi<strong>de</strong>nte y vi que, antes <strong>de</strong> venir hasta don<strong>de</strong> yo estaba,<br />

se miró vanidosa en el espejo y se dio conformidad a sí<br />

misma.<br />

La escena tenía lugar en un Café lujoso. El equipo <strong>de</strong><br />

técnicos trabajaba en los preparativos para po<strong>de</strong>r rodar.<br />

Dánae cruzó el <strong>de</strong>corado justo por don<strong>de</strong> se instalaba un<br />

largo “travelling”. A un costado, evitando entorpecer la<br />

labor <strong>de</strong> los técnicos, nos hallábamos Larry y yo, repasando<br />

el texto <strong>de</strong> la escena que el actor tendría que interpretar<br />

junto a <strong>Estela</strong>. Mientras <strong>Estela</strong> se nos acercaba,<br />

<strong>de</strong>liberadamente la ignoré, aunque el actor la siguió con<br />

la mirada. Y cuando estuvo a mi lado, seguí dándole indicaciones<br />

a Larry, como si ella no existiera. Guardó silencio<br />

y permaneció atenta a mis palabras.<br />

—Entonces, Larry, estás esperando a <strong>Estela</strong>, miras hacia<br />

la entrada <strong>de</strong>l Café con cierta inquietud, que te cuesta<br />

disimular... Te confun<strong>de</strong> que <strong>Estela</strong> hubiera <strong>de</strong>cidido que<br />

esta primera cita, sin propósitos profesionales y por la<br />

relevancia social <strong>de</strong> su marido, ocurriera en un lugar público...<br />

pero, a<strong>de</strong>más, te incomoda no estar seguro si ella<br />

vendrá—le explicaba a Larry su rol, sin prestarle la menor<br />

atención a Dánae.<br />

—OK. Comprendido...—asintió Larry y se quedó mirando<br />

a Dánae.<br />

127


<strong>Alejandro</strong> González-<strong>Geell</strong><br />

Si por un momento me molestó que lo hiciera, enseguida<br />

lo racionalicé “¿y por qué no pue<strong>de</strong> mirarla”. Y<br />

para salir <strong>de</strong> aquel embrollo que amenazaba con apropiarse<br />

<strong>de</strong> mi cabeza, le dirigí la palabra a ella.<br />

—Dánae, tú entras por allí—dije y le señalé el sitio<br />

con el brazo extendido—Te sientes segura... avanzas con<br />

elegancia y buscas discretamente con la mirada... Larry<br />

estará sentado en esta mesa... Tú le verás primero y sin<br />

vacilar te diriges hacia él...—le explicaba, haciendo las<br />

pausas necesarias para dar énfasis a las indicaciones.<br />

—Entro, avanzo... ¿y cuánto tardo en ver a Pablo—<br />

me preguntó para asegurarse <strong>de</strong> la intencionalidad que<br />

<strong>de</strong>bía imponer a su rol.<br />

A pesar <strong>de</strong> ser una pregunta que no me hubiera contrariado<br />

en otra circunstancia,-(porque era lógica)-, me irritó<br />

que me la hiciera. Precisamente ella; sobre todo, porque<br />

era <strong>Estela</strong>, y <strong>de</strong>bía saber cómo hacerlo.<br />

—¡No, <strong>Estela</strong>, no!... ¡Lo ves casi enseguida... apenas<br />

entras en el Café!—le respondí alzando la voz y asomando<br />

mi rabia. Dánae se cohibió.<br />

—Está bien... perdona...—dijo, bajando la cabeza con<br />

una actitud débil que contrastaba con la que lucía como<br />

<strong>Estela</strong>.<br />

Me pareció que Larry pudo notar que algo ajeno al<br />

rodaje nos ocurría. Por fortuna, Pedro vino y anunció que<br />

todo estaba listo para rodar. Con la templanza como disfraz<br />

le or<strong>de</strong>né que empezáramos cuanto antes. Pedro dio<br />

las indicaciones, los técnicos se hicieron con sus puestos<br />

y los figurantes se movieron para ocupar sus puestos en<br />

las mesas <strong>de</strong>l salón. Otros colaboradores ayudaron a éstos<br />

últimos a encontrar las posiciones que con antelación habían<br />

sido <strong>de</strong>terminadas. Pablo y <strong>Estela</strong> también fueron a<br />

ocupar las suyas.<br />

128


<strong>Estela</strong><br />

El <strong>de</strong>corado <strong>de</strong> la escena era un Café bastante concurrido.<br />

Un lugar selecto y muy en boga. Cuando todo<br />

estuvo preparado y comenzó la acción, se originó el ruido<br />

característico <strong>de</strong>l ajetreo y <strong>de</strong> las conversaciones diversas<br />

que en un sitio así se reúnen como una usual costumbre.<br />

El ruido y el trajín daban buena dosis <strong>de</strong> realidad a la escena.<br />

Los camareros iban y venían con los pedidos, como<br />

si anduvieran sobre ruedas. En una <strong>de</strong> las mesas estaba<br />

Pablo, a la espera <strong>de</strong> que <strong>Estela</strong> apareciera. Y ella lo hizo<br />

<strong>de</strong>s<strong>de</strong> la entrada <strong>de</strong>l Café. Venía con un precioso traje beige,<br />

<strong>de</strong> tela suave, y muy bien conjuntado con el resto <strong>de</strong><br />

complementos. Al entrar hizo una pequeño alto y buscó<br />

con los ojos y vio casi enseguida a Pablo. Vaciló antes <strong>de</strong><br />

retomar sus pasos para dirigirse hacia don<strong>de</strong> la esperaba<br />

su potencial amante. Todo lo había hecho <strong>de</strong> forma correcta<br />

hasta que esa vacilación me inflamó.<br />

—¡Corten!... ¡No, Dánae, no!... ¡tienes que hacerlo<br />

sin vacilar!... ¡Este tipo <strong>de</strong> situaciones no te son ajenas!...<br />

¡Vas segura, sabes lo que estás haciendo!... Vamos, otra<br />

vez...—dije muy ofuscado y or<strong>de</strong>né que se reiniciara la<br />

toma.<br />

—¡Primera posición!... ¡volvemos a primera!—gritó Pedro<br />

y todo se dispuso para el nuevo intento.<br />

Cada cual retomó su posición y se recolocaron todos<br />

los elementos <strong>de</strong> atrezo para la repetición.<br />

—¡Motor!... ¡Acción!—dije en voz alta.<br />

<strong>Estela</strong> repitió la entrada. Esta vez más segura y sin vacilar.<br />

En el Café todo ocurría como se había hecho la vez<br />

prece<strong>de</strong>nte, con un ambiente idéntico a cualquier Café<br />

<strong>de</strong> moda al caer la tar<strong>de</strong>. <strong>Estela</strong> avanzó con andar distinguido<br />

y buscó con sus bellos ojos con evi<strong>de</strong>nte discreción<br />

hasta que <strong>de</strong>scubrió la mesa don<strong>de</strong> estaba Pablo, esperándola<br />

bastante inquieto. Su nerviosismo se acentuó al<br />

comprobar, una vez más, que <strong>Estela</strong> era una mujer que no<br />

129


<strong>Alejandro</strong> González-<strong>Geell</strong><br />

podía pasar <strong>de</strong>sapercibida. Se creyó in<strong>de</strong>fenso ante tantas<br />

miradas que supuso fijas en ellos, como si todos los<br />

presentes les juzgaran e indagaran en la causa <strong>de</strong> la cita<br />

<strong>de</strong> una mujer casada. Pero <strong>Estela</strong> caminó hasta su mesa<br />

como si nadie más le importara, y le concedió una escueta<br />

sonrisa seductora y cómplice.<br />

—¡Hola!... Llegué a pensar que no vendrías...—dijo<br />

Pablo, levantándose <strong>de</strong> la silla al saludarla, no estando<br />

seguro si <strong>de</strong>bía hacerlo, pero no encontró mejor forma <strong>de</strong><br />

recibirle.<br />

Pese a ser un hombre resuelto, estaba hecho un nudo y<br />

no atinaba a actuar con soltura en esa primera cita clan<strong>de</strong>stina<br />

porque <strong>Estela</strong> lo <strong>de</strong>sconcertaba. Tampoco lograba<br />

todavía <strong>de</strong>scifrar los vaivenes caprichosos <strong>de</strong> <strong>Estela</strong>, que<br />

si bien en ocasiones lo provocaba, en otras, se mostraba<br />

<strong>de</strong> forma educada pero un tanto fría y distante, como parecía<br />

que esa sería la actitud esa misma tar<strong>de</strong>. De manera<br />

que no sabía cómo comenzar en esta nueva situación, lejos<br />

<strong>de</strong>l trabajo profesional. Irresoluto y algo nervioso, Pablo<br />

estaba ahora frente a <strong>Estela</strong>. ¿Qué pretendía con esta<br />

cita Porque fue ella quien la propuso. Entonces pensó-(al<br />

igual que yo)-que solamente la fuerte atracción podía dar<br />

sentido a su presencia en ese Café, y que justificaría las<br />

señales <strong>de</strong> esa espinosa mujer que a él le parecían claras<br />

y que le nutrían <strong>de</strong>l valor necesario para haber dado un<br />

paso más en un juego cuyo final <strong>de</strong>sconocía. Pero <strong>Estela</strong><br />

era una mujer muy astuta y se dio cuenta que la situación<br />

iba a estar bajo su control. Le sonrió y <strong>de</strong>cidió darle a la<br />

conversación la dirección que Pablo estaba necesitando<br />

para ahuyentar su <strong>de</strong>sasosiego.<br />

—Yo nunca falto a mis compromisos, y ésta vez, menos<br />

aún—dijo con seriedad, pero seductora y con esa ambigüedad<br />

que sabía usar a su antojo.<br />

<strong>Estela</strong> no <strong>de</strong>jó <strong>de</strong> mirarle mientras se sentaba. Y con<br />

sus ojos <strong>de</strong>splegando misterio, puso sus manos juntas sobre<br />

la mesa y mantuvo la sonrisa.<br />

130


<strong>Estela</strong><br />

—¿Qué le has dicho a tu marido—dijo Pablo apresurado<br />

y sin saber qué más <strong>de</strong>cir.<br />

—Nada especial ¿Por qué tendría que hacerlo Yo no soy<br />

su prisionera; tengo vida propia, mi espacio, y sé que confía<br />

en mí—respondió <strong>Estela</strong> con seguridad, <strong>de</strong>notando que sabía<br />

lo que hacía y cómo lo hacía—No le doy motivos para<br />

que du<strong>de</strong>, ¿no—terminó diciendo <strong>Estela</strong> con un gesto que<br />

invitaba a la complicidad y que se co<strong>de</strong>aba con la seducción.<br />

La veracidad que transmitían sus palabras y gestos no<br />

solo colaboraba a la confusión, sino que, a la vez, me<br />

enar<strong>de</strong>cía, porque en toda su actitud había una coquetería<br />

que se enfatizaba por el tono intencionado que le daba<br />

a su voz. Confieso que la situación me amedrentaba.<br />

—Lo importante es que estás aquí. Y creo que es mejor<br />

no hablar <strong>de</strong> tu marido—dijo Pablo, recuperando una<br />

pizca <strong>de</strong> normalidad.<br />

—Entonces, hablemos <strong>de</strong> ti...—repuso <strong>Estela</strong>.<br />

—Espera... ¿Por qué has elegido este sitio para que nos<br />

viéramos—insistió Pablo, sin <strong>de</strong>jarla terminar la frase,<br />

<strong>de</strong>latando su ansiedad por conocer la causa <strong>de</strong> esa cita.<br />

—Ah, vaya... ¿Y tú porqué aceptaste—se escabulló<br />

<strong>Estela</strong>, con su habitual maestría, que usaba para encubrirse<br />

con una aureola <strong>de</strong> misterio, que le era muy útil<br />

como protección.<br />

—<strong>Estela</strong>, bien sabes que me gustas...—dijo Pablo, sin<br />

más remedio y por ser más explícito que ella.<br />

—Cierto, lo suponía, ahora lo sé...—dijo pretendiendo<br />

ingenuidad e hizo una pausa y agregó mirándole a los<br />

ojos—Tú también me gustas...<br />

131


<strong>Alejandro</strong> González-<strong>Geell</strong><br />

<strong>Estela</strong> entendió que esa frase sería <strong>de</strong>l agrado <strong>de</strong> Pablo,<br />

sabiendo que también eliminaba una posible frustración<br />

<strong>de</strong> su eventual amante. Y, <strong>de</strong>s<strong>de</strong> luego, consiguió que Pablo<br />

recobrara la confianza, la misma que le animó a cogerle<br />

una <strong>de</strong> las cuidadas manos femeninas. Sin embargo,<br />

<strong>Estela</strong> se la retiró con cierta <strong>de</strong>lica<strong>de</strong>za y muy sutil coqueteo,<br />

porque quiso mostrar más pudor que rechazo. Pablo<br />

le sonrió y <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> un pequeño silencio le preguntó:<br />

—¿Puedo saber qué ocurre, en realidad, entre tú y tu<br />

marido—dijo Pablo, tal vez víctima <strong>de</strong> su carácter posesivo.<br />

—¿No habías dicho que no hablaríamos <strong>de</strong> él—volvió<br />

a escabullirse <strong>Estela</strong>, sin calmar la curiosidad <strong>de</strong> Pablo e<br />

invitándole a no insistir en esa dirección.<br />

—Está bien—dijo Pablo con resignación y aventuró<br />

otra pregunta.<br />

—¿Aceptarías ir a otro lugar don<strong>de</strong> pudiéramos estar<br />

solos—<br />

Pablo le soltó con la esperanza <strong>de</strong> tener una respuesta<br />

que podía hacer realidad su <strong>de</strong>seo y no otra que lo diluyera<br />

en las aguas <strong>de</strong> los sueños incumplidos. <strong>Estela</strong> apenas<br />

le miró y bajo los ojos.<br />

—<strong>Estela</strong>, espero que no te haya molestado la pregunta—dijo<br />

Pablo, algo turbado por el silencio <strong>de</strong> esa mujer.<br />

Ella le volvió a mirar y esta vez sus ojos le dieron a<br />

enten<strong>de</strong>r que nada entre ellos le podía molestar.<br />

—¿Ahora mismo...—dijo <strong>Estela</strong>, que jugaba con Pablo,<br />

con otra pregunta, sabedora <strong>de</strong> los propósitos <strong>de</strong> éste<br />

por evi<strong>de</strong>ntes—¿Acaso me estás proponiendo serle infiel<br />

a mi marido—agregó <strong>Estela</strong>.<br />

132


<strong>Estela</strong><br />

Esas palabras retumbaron entre mis sienes y mi corazón<br />

perdió su compás y lo retomó con un latir <strong>de</strong>scompensado.<br />

Mi cerebro se aturdió con esas frases como si jamás<br />

las hubiese concebido, aun conociendo cada palabra<br />

<strong>de</strong>l guión, como era obvio.<br />

—Sabes, Pablo, si es así, estoy segura que lo vas conseguir—concluyó<br />

<strong>Estela</strong>, aceptando la proposición.<br />

Me <strong>de</strong>scompuse y la piel se me heló y sentí fragilidad.<br />

Mis sentires conmocionados amenazaron con anularme<br />

por completo, pero una gota <strong>de</strong> luci<strong>de</strong>z-(creo que generada<br />

por la misma sensación momentánea <strong>de</strong> <strong>de</strong>bilidad)-<br />

acudió a rescatarme <strong>de</strong>l <strong>de</strong>spropósito y pu<strong>de</strong> sobreponerme.<br />

Entonces, <strong>de</strong> forma repentina, y como por un sortilegio,<br />

con suma claridad mental advertí que me hallaba<br />

ante una brutal amenaza. Comprendí al instante que tales<br />

palabras contenían mucha verdad, y, sin duda, si nada<br />

lo impedía, traerían nefastas consecuencias.<br />

Sin embargo, a pesar <strong>de</strong> todo, permanecí impávido e<br />

intenté seguir atento a la escena hasta que finalizó.<br />

—¡Corten!...—dije y rápidamente me retiré varios metros<br />

<strong>de</strong>trás <strong>de</strong> las cámaras, aturdido e incrédulo.<br />

—¡Chequeamos cámara... que nadie se mueva...!—<br />

gritó Pedro y, luego, cuando se comprobó que la cámara<br />

había conseguido captar todo lo acaecido <strong>de</strong> un modo<br />

técnicamente correcto, dijo “ha valido”. Entonces, los intervinientes<br />

en la escena pudieron saberse liberados <strong>de</strong><br />

sus responsabilida<strong>de</strong>s en esa toma.<br />

Los actores también esperaron la conformidad. Pero<br />

antes, nada más oír mi voz diciendo “corten”, se unieron<br />

en un abrazo que no pu<strong>de</strong> ignorar y que se me grabó en el<br />

mismo lugar don<strong>de</strong> el amasijo <strong>de</strong> sentimientos roían una<br />

llaga abierta al dolor. Presentí que una <strong>de</strong>sgracia se estaba<br />

consumando e inclemente me acercaba al límite <strong>de</strong>l<br />

133


<strong>Alejandro</strong> González-<strong>Geell</strong><br />

aguante. Como protección, cogí el guión y fui a sentarme<br />

a una silla alejada <strong>de</strong>l ajetreo puesto que no era conveniente<br />

que se notara mi frágil estado. Des<strong>de</strong> allí, aunque<br />

me era violento, no pu<strong>de</strong> evitar estar pendiente <strong>de</strong> Dánae<br />

y Larry que parecían estar disfrutando en complicidad <strong>de</strong><br />

una amena charla, <strong>de</strong>trás <strong>de</strong>l set.<br />

A estas alturas, entre dudas diversas, pensé que en este<br />

rodaje se estaba construyendo mi infortunio. Y según pasaban<br />

los días, pretendí hallar soluciones al caos, cualesquiera<br />

que fueran eficaces y pusieran remedio, pero éstas en mi<br />

cabeza afloraban con escasez y sin vali<strong>de</strong>z. Esta realidad<br />

me obligó a refugiarme bajo una impenetrable coraza porque<br />

mi íntima confusión, nacida <strong>de</strong> los diabólicos e insaciables<br />

celos, requería ser camuflada. Pero también <strong>de</strong>bía<br />

mantenerme lúcido, y cuando menos con alguna tranquilidad,<br />

para no <strong>de</strong>saten<strong>de</strong>r ni <strong>de</strong>scuidar el trabajo profesional<br />

que, por cierto, marchaba sobre una línea inmejorable.<br />

Pero, me amedrentaba que, a pesar <strong>de</strong> mis <strong>de</strong>nodados<br />

esfuerzos, mi <strong>de</strong>sgracia pudiera ser <strong>de</strong>scubierta. Era<br />

evi<strong>de</strong>nte que mis actitu<strong>de</strong>s se habían alterado, y, por lo<br />

tanto, existía la probabilidad que éstas pudieran extrañar<br />

a algunos ojos maliciosos <strong>de</strong>l entorno cercano. Reflexione<br />

bastante y tuve que conformarme con el convencimiento<br />

<strong>de</strong> que nadie podría aseverar fehacientemente cuál era<br />

la causa. También me servía <strong>de</strong> coartada puesto que, al<br />

ser éste mi primer largometraje como Director, mi estado<br />

alterado se atribuiría al stress por sacar a<strong>de</strong>lante la película.<br />

De manera que, si el caso se producía, fingiría en<br />

esa dirección y daría a enten<strong>de</strong>r que la responsabilidad<br />

me estaría sobrepasando e inoculándome irritabilidad y<br />

algo <strong>de</strong> angustia que-(justificadamente)-me hacían más<br />

irascible, en cuyo caso, nadie más que yo sabría lo errados<br />

que estaban, dado que en los aspectos estrictamente<br />

profesionales y artísticos nada se me estaba escapando <strong>de</strong><br />

las manos. Así era la realidad y, aunque no se me notara,<br />

como Director no podía sino estar exultante. Pero, como<br />

es obvio, había que contar con la otra cara <strong>de</strong> la moneda.<br />

¿Qué ocurría con <strong>Estela</strong> ¿O con Dánae<br />

134


<strong>Estela</strong><br />

***<br />

Una <strong>de</strong> esas noches para no aventar prejuicios, acepté<br />

ir con varios miembros <strong>de</strong>l equipo a un pub, uno como<br />

cualquiera <strong>de</strong> los cientos que hay en la ciudad. Ocurrió<br />

<strong>de</strong>spués <strong>de</strong> acabar una extensa jornada <strong>de</strong> trabajo. Así<br />

que acepté en gran medida porque podía servirme, pues<br />

era una buena oportunidad para apartar eventuales especulaciones<br />

acerca <strong>de</strong> mi estado anímico.<br />

El pub estaba bastante concurrido, y las manecillas<br />

<strong>de</strong>l reloj marcaban algo más que la medianoche. Nuestro<br />

grupo se congregó en un rincón, a un costado <strong>de</strong> la barra,<br />

para beber unas copas y confraternizar en relajadas<br />

conversaciones. Allí estábamos entre otros tantos compañeros,<br />

hombres y mujeres, Pedro, Larry, Dánae y yo. Es<br />

justo <strong>de</strong>cir que había un excelente ambiente y las conversaciones<br />

fluían incesantes, saltando <strong>de</strong> un tema a otro,<br />

sin prejuicios. Yo no participaba, sino que me limitaba a<br />

observar.<br />

—¿Qué pasa, Antonio... pareces aburrido y distante...—me<br />

preguntó y dijo Pedro, mi leal ayudante.<br />

Le tranquilicé con fingida naturalidad y le aseveré que<br />

no me pasaba nada.<br />

—Venga, <strong>de</strong>ja para mañana cualquier problema... ¡a tu<br />

salud!—dijo y me ofreció un brindis con su copa.<br />

Dánae estaba justo al lado, <strong>de</strong> espalda a nosotros, y<br />

coincidió al girarse con el informal brindis, que aprovechó<br />

para hacer “salud” con un golpe <strong>de</strong> su copa en la mía<br />

que resonó antes que sus palabras.<br />

—¡Por ti, mi amor!...—me dijo sonriendo y apoyándose<br />

con un guiño <strong>de</strong> ojo, pero enseguida se volvió para<br />

135


<strong>Alejandro</strong> González-<strong>Geell</strong><br />

retomar la conversación que mantenía, entretenida, con<br />

Larry y otro actor.<br />

Mi intuición consi<strong>de</strong>ró que Dánae hizo aquel brindis<br />

porque se lo encontró, y lo fácil siempre es seguir la corriente.<br />

Es más, creo que lo hizo con prisa y <strong>de</strong>sinterés. Después<br />

<strong>de</strong>l brindis, quise repasar hechos y algunas ambigüeda<strong>de</strong>s,<br />

pero Pedro hizo una observación que me trajo a la memoria<br />

la larga búsqueda-(y las dudas)-que tuve antes <strong>de</strong> iniciar la<br />

película para encontrar a <strong>Estela</strong>, la verda<strong>de</strong>ra.<br />

—¡Qué intuición, maestro!... Conseguiste la mejor <strong>Estela</strong>...<br />

No hay otra... Y, <strong>de</strong> verdad, me alegro que tu tesón te<br />

haya recompensado. Te felicito—dijo Pedro, seguramente<br />

con sinceridad, aunque <strong>de</strong>ntro <strong>de</strong> mí sonó como una ironía.<br />

—¿Tú crees—dije con un tono ambivalente.<br />

—¡Vamos, maestro!... ¡Dánae es <strong>Estela</strong>!... ¡Está clarísimo,<br />

tío!...—dijo con entusiasmo, lo que supuso poner más<br />

abono a la i<strong>de</strong>a que yo configuraba acerca <strong>de</strong> la verdad.<br />

—Eso parece...—le contesté, apagando esas palabras<br />

con la copa que llevé a mis labios para beber porque no<br />

supe qué otra cosa hacer, salvo encen<strong>de</strong>r un nuevo cigarrillo<br />

a continuación, el enésimo <strong>de</strong> aquella noche.<br />

Aquel <strong>de</strong>sgraciado acontecer me llevó a un reflexionar<br />

intenso pero infructuoso, dado que no logré aferrarme a<br />

ninguna certeza. Me daba vueltas por disquisiciones que<br />

serpenteaban en recovecos <strong>de</strong> mi mente. Sin embargo, mi<br />

mente consiguió compren<strong>de</strong>r que era imprescindible poner<br />

freno a aquella espantosa situación.<br />

***<br />

Un sábado-(día que no se rodaba)-preferí no quedarme<br />

en casa y salí a intentar buscar alivio con un paseo<br />

136


<strong>Estela</strong><br />

urbano, aunque no partí muy optimista con la probabilidad<br />

<strong>de</strong> conseguirlo. Ahora bien, puedo <strong>de</strong>cir que, contra<br />

la expectativa, al menos me distraje caminando tranquilo<br />

por las calles <strong>de</strong> la ciudad. Pensé en mil cosas que atañían<br />

a la película y disfrutaba con las soluciones que imaginaba.<br />

Pero, <strong>de</strong> pronto, el paseo tuvo un giro espectacular.<br />

Mi atención fue atravesada por algo como un <strong>de</strong>stello<br />

que hizo que me <strong>de</strong>tuviera, y que provenía <strong>de</strong> unos flamantes<br />

cuchillos <strong>de</strong> caza que atrajeron po<strong>de</strong>rosamente mi<br />

mirada. Se apoyaban en una caja <strong>de</strong> ma<strong>de</strong>ra en el escaparate<br />

<strong>de</strong> una tienda especializada en la cinegética, cuyos<br />

clientes principales <strong>de</strong>bieran ser los a<strong>de</strong>ptos a su práctica.<br />

Recuerdo que sucedió como si fuese algo similar a<br />

una señal que interrumpió el paseo. Y como subyugado<br />

por los hermosos cuchillos, me fui acercando al cristal<br />

<strong>de</strong>l escaparate y allí estuve admirándolos por largo rato<br />

hasta que la contemplación fue abatida por un impulso<br />

que guió mis pasos a la entrada <strong>de</strong> la tienda. Todo fue<br />

muy insólito y casi maquinal. No obstante, es verdad que<br />

aquellas armas me <strong>de</strong>slumbraban, y entonces supe que<br />

se me abría un universo <strong>de</strong> novedosos pensamientos. Tal<br />

vez, para cualquiera, hubiera parecido que estaba poseído,<br />

o que simplemente sería un fanático coleccionista que<br />

por fin encuentra una pieza que encaja totalmente en su<br />

colección. Pero no tuve tiempo <strong>de</strong> cuestionarme nada y,<br />

sin vacilar, adquirí uno <strong>de</strong> esos bellos y afilados cuchillos,<br />

cuya compra hizo que me sintiera muy feliz. Luego retomé<br />

mi paseo por las calles <strong>de</strong> la ciudad, sintiendo un gran<br />

alivio, como quien acaba <strong>de</strong> ingerir el remedio más eficaz<br />

para sus males.<br />

***<br />

Aquella noche <strong>de</strong> sábado, Dánae había preparado una<br />

cena especial. Se preocupó <strong>de</strong> vestir la mesa para una velada<br />

íntima. Había extendido un fino mantel <strong>de</strong> hilo, con las<br />

servilletas a juego, y también había puesto sobre la mesa un<br />

bonito can<strong>de</strong>labro con tres velas. No era muy tar<strong>de</strong> cuando<br />

entré en casa, y la encontré sentada en el sofá, leyendo un<br />

libro, a la espera <strong>de</strong> mi llegada para que cenáramos juntos<br />

en esa velada “sorpresa”. El ambiente, a <strong>de</strong>cir verdad, era<br />

137


<strong>Alejandro</strong> González-<strong>Geell</strong><br />

agradable y sonaba una música relajante en una premeditada<br />

semipenumbra cálida. Cerré la puerta todavía con el<br />

entusiasmo vigente por la compra <strong>de</strong> mi precioso cuchillo,<br />

pero, sin embargo y a pesar <strong>de</strong> la cena-(que entendí que<br />

era un gesto amable)-, la saludé con indiferencia y alcancé<br />

a percibir que ella apagó su primera sonrisa y se cohibió<br />

con el frío saludo. Seguramente su pretensión había sido<br />

recobrar el pasado con una velada como otrora, mas yo<br />

no estaba en esa sintonía y menos con ganas <strong>de</strong> modificar<br />

mi sentir, tan solo porque hubiera <strong>de</strong>cidido recibirme con<br />

la mesa elegantemente dispuesta. De modo que pasé a su<br />

lado en dirección <strong>de</strong>l cuarto que utilizaba como <strong>de</strong>spacho.<br />

Dánae me observaba muy quieta y contestó a mi escueto<br />

saludo con una frase <strong>de</strong>sencantada. A mí, más que otra<br />

cosa, me seguía importando mi reciente adquisición. Y<br />

como no lo había podido hacer en la tienda, ahora era mi<br />

gran ocasión para acariciarla, admirar su bella empuñadura<br />

y tocar la suave y filosa hoja <strong>de</strong> acero reluciente. Me quité<br />

la gabardina y la tiré sin miramientos sobre el sofá <strong>de</strong>l <strong>de</strong>spacho.<br />

Y sin más <strong>de</strong>mora,-(¡por fin!)-saqué el cuchillo <strong>de</strong><br />

su caja—envoltorio y, luego, <strong>de</strong> su vaina. Entonces, el arma<br />

me enseñó todo su po<strong>de</strong>río.<br />

Dánae había hecho el amago <strong>de</strong> seguirme, pero bien<br />

recuerdo que se quedó pensativa en el salón, en completo<br />

silencio. Al cabo <strong>de</strong> unos instantes, <strong>de</strong>s<strong>de</strong> allí, quiso volver<br />

a intentar el diálogo.<br />

—¿Tienes hambre... He hecho carne asada, como a ti<br />

te gusta—dijo con voz débil pero lo suficientemente alta<br />

para que se oyera en el <strong>de</strong>spacho.<br />

Pero, aun habiéndola oído, me mantuve callado, sin<br />

darle respuesta, muy a propósito. Al mismo tiempo, me<br />

sentí invadido por un rencor que trajo consigo una reacción<br />

insospechada y, con el cuchillo entre mis manos,<br />

como enajenado me precipité hacia don<strong>de</strong> estaba Dánae.<br />

No estaba en el salón. Hice un barrido con la mirada y<br />

acusé su ausencia en una especie sobresalto que se esfumó<br />

en cuanto percibí que ella se hallaba en la coci-<br />

138


<strong>Estela</strong><br />

na. Y apresurado y <strong>de</strong> repente le aparecí en la puerta <strong>de</strong><br />

la cocina con el enorme y precioso arma en mis manos.<br />

Me miró con un susto visible, con reserva y quizás también<br />

incrédula. Fue evi<strong>de</strong>ntemente que trató <strong>de</strong> aparentar<br />

normalidad, pero por entonces, dada la situación, ya era<br />

improbable que yo no procurara interpretar sus gestos<br />

y reacciones. De manera que creo que esa vez acerté, y<br />

no sé por qué ese pequeño acierto me satisfizo y cambió<br />

drásticamente mi ánimo. La miré y ante su falta <strong>de</strong> curiosidad,<br />

hablé con buen tono.<br />

—Lo he comprado para usarlo como pisapapeles—dije<br />

sin más, enseñándole el afilado cuchillo—¿Te gusta—<br />

tuve que preguntarle directamente porque no hizo ningún<br />

comentario.<br />

—Es bonito...—respondió con estas dos palabras.<br />

—¿Nada más—insistí, mirándola a los ojos.<br />

—Bueno, es original como pisapapeles—se atrevió a<br />

apuntar con un titubeo que expresaba su cautela en la<br />

incertidumbre.<br />

—¿Te parece—le dije, y me quedé admirando la hoja<br />

<strong>de</strong> acero.<br />

—Ha llamado Larry—dijo, <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> unos instantes,<br />

por cambiar <strong>de</strong> tema.<br />

No fue posible mirarla, mi alma se había petrificado.<br />

—Está muy contento con su personaje—se animó a<br />

continuar, seguramente en un intento por hacer <strong>de</strong>saparecer<br />

su <strong>de</strong>sconcierto; o bien, por voluntad para restablecer<br />

un puente sobre el abismo que dificultaba nuestra<br />

exigua comunicación.<br />

139


<strong>Alejandro</strong> González-<strong>Geell</strong><br />

No le contesté porque me sentí vejado. Es más, sus<br />

palabras me pusieron al bor<strong>de</strong> <strong>de</strong>l colapso. Fue durísimo<br />

saber <strong>de</strong> sus propios labios-(más aún, porque creo que lo<br />

dijo hasta con indolencia)-que aprovechaban mis ausencias<br />

para seguir con sus conversaciones. Para mí era tan<br />

inconcebible que esa <strong>de</strong>svergüenza avivó la ira que me<br />

subía como una marejada. Sin embargo, no iba a darle el<br />

gusto <strong>de</strong> verme molesto o enfadado por su <strong>de</strong>sfachatez.<br />

No me lo podía permitir. Así que me armé <strong>de</strong> estoicismo<br />

y pu<strong>de</strong> controlarme, sin exteriorizar mi caos. Y, con dificultad,<br />

con un andar lento me encaminé hacia mi <strong>de</strong>spacho.<br />

Pero la ira me fue <strong>de</strong>rrotando y, por momentos, creí<br />

que me <strong>de</strong>svanecía y tuve que sujetarme en la mesa <strong>de</strong>l<br />

escritorio. Me vi impotente y, entre sollozos secos, clavé<br />

el cuchillo con un golpe sordo en la superficie <strong>de</strong> ma<strong>de</strong>ra.<br />

Ese violento arranque no consiguió <strong>de</strong>sahogarme ni<br />

aplacar la pujanza <strong>de</strong>l dolor. Pasaron unos largos minutos<br />

y, a lo lejos, alcancé a oír que Dánae me llamaba. Lo<br />

hizo una, dos, y hasta tres veces, y yo no le respondí. De<br />

pronto, apareció en el <strong>de</strong>spacho. Me encontró recostado<br />

sobre la mesa <strong>de</strong>l escritorio, apoyado sobre los brazos y<br />

con los ojos fijos en el cuchillo que, todavía clavado en la<br />

ma<strong>de</strong>ra, se elevaba vertical rozando mis manos. Al verme,<br />

Dánae ralentizó sus pasos, e insegura avanzó con lentitud<br />

hacia mí.<br />

—¿Qué te ocurre, Antonio—dijo con labilidad y recato<br />

que hacían notorio su <strong>de</strong>sconcierto.<br />

Sus palabras las oí lejanas, pero fueron como un fogonazo<br />

que me <strong>de</strong>volvió a la conciencia, aunque tuve que<br />

sacudirme para recobrarme <strong>de</strong>l todo. Pero entonces sentí<br />

una profunda tristeza y un <strong>de</strong>samparo que era como un<br />

<strong>de</strong>spertar ciego que me inhabilitaba. Había <strong>de</strong>saparecido<br />

toda capacidad <strong>de</strong> reacción y la fragilidad me dominaba.<br />

Un miedo difuso, in<strong>de</strong>finido-(acaso traumático)- me hizo<br />

temer existir y enseguida se convirtió en una áspera amargura.<br />

De repente, me di cuenta que Dánae me miraba a<br />

mi lado, sin <strong>de</strong>cir palabra, y yo como un náufrago apenas<br />

pu<strong>de</strong> atinar a aferrarme a su cintura con todas mis fuerzas.<br />

Sentía pena y necesitaba, como jamás, su protección.<br />

140


<strong>Estela</strong><br />

Y, sin soltarme <strong>de</strong> su regazo, me fui escurriendo hasta caer<br />

arrodillado a sus pies, como si en su compasión estuviera<br />

mi único amparo.<br />

—Te quiero... te quiero... no me <strong>de</strong>jes nunca—le repetía<br />

con voz débil y sin cesar en una especie <strong>de</strong> letanía<br />

que no era sino una sentida súplica que me brotaba <strong>de</strong>s<strong>de</strong><br />

muy <strong>de</strong>ntro.<br />

Dánae, que pareció no hallar palabras qué <strong>de</strong>cir, no me<br />

rechazaba y aguantó quieta, mientras me afianzaba a su regazo.<br />

Y, luego, con maternal paciencia, comenzó a acariciarme<br />

con una suavidad acompasada. Qué extraño era todo.<br />

***<br />

El rodaje se reanudó con una escena en la que <strong>Estela</strong><br />

no participaba. Según dijo, aprovecharía el día libre para<br />

ver a su amiga Ximena. Seguramente tenía necesidad <strong>de</strong><br />

hablar y compartir confi<strong>de</strong>ncias con alguien <strong>de</strong> confianza,<br />

<strong>de</strong>spués <strong>de</strong> tantas jornadas <strong>de</strong> intenso trabajo, sobre<br />

todo,-(pienso)-porque nuestros días no estaban siendo <strong>de</strong><br />

los mejores. No sé <strong>de</strong> qué hablaron pero puedo intuirlo.<br />

De cualquier modo, <strong>Estela</strong> volvió al rodaje al día siguiente.<br />

Más preciso es <strong>de</strong>cir la noche subsiguiente puesto que<br />

esa jornada era nocturna. Se iba a rodar <strong>de</strong>s<strong>de</strong> las 22 hrs.<br />

hasta las 6.00 hrs. <strong>de</strong> la mañana.<br />

La acción tenía lugar en una calle <strong>de</strong>l centro <strong>de</strong> la<br />

ciudad, ante la fachada <strong>de</strong>l restaurante que había sido<br />

contratado por el equipo <strong>de</strong> producción <strong>de</strong>l film para<br />

la filmación <strong>de</strong> una <strong>de</strong> las escenas <strong>de</strong>l mismo. Los focos<br />

iluminaban abundantemente la fachada, y todo estaba<br />

dispuesto para rodar. Entonces, resonaron como <strong>de</strong> costumbre<br />

las voces <strong>de</strong> “motor” y “acción” para que las actuaciones<br />

comenzaran.<br />

Pablo y <strong>Estela</strong> salieron <strong>de</strong>l restaurante. Acababan <strong>de</strong><br />

cenar a solas con sus amores, como <strong>de</strong>be ser lo pretendido<br />

141


<strong>Alejandro</strong> González-<strong>Geell</strong><br />

por los amantes <strong>de</strong>s<strong>de</strong> siempre, más aún, en los inicios <strong>de</strong><br />

la relación don<strong>de</strong> el <strong>de</strong>seo se robustece en la atracción y<br />

en el <strong>de</strong>scubrimiento recíproco, cuando parece que todo<br />

lo conocido antes en otros brazos ahora resurge como una<br />

novedad arrebatadora, cuya influencia renovada y tentadora<br />

la consi<strong>de</strong>ramos-(¡como cada vez que ocurre!)-única<br />

y exclusiva. No creo que se pueda negar que los comienzos<br />

en amores son siempre embrujadores y muy embaucadores,<br />

a la par <strong>de</strong> fascinantes. De modo que, nada más<br />

abandonar el restaurante, los amantes se encaminaron<br />

en dirección <strong>de</strong>l coche <strong>de</strong> Pablo, que estaba aparcado a<br />

no más <strong>de</strong> una veintena <strong>de</strong> metros. Esa noche no había<br />

tiempo y, por esta razón, su plan en esta cita no incluía<br />

recluirse en el cobijo <strong>de</strong> cuatro pare<strong>de</strong>s, y abandonarse al<br />

albedrío <strong>de</strong> sus pasiones. La condición <strong>de</strong> casada <strong>de</strong> <strong>Estela</strong><br />

era el motivo que lo impedía, puesto que si regresaba<br />

a casa a una hora pru<strong>de</strong>ncial no tendría que dar <strong>de</strong>masiadas<br />

explicaciones. Pero, a pesar <strong>de</strong> su felonía, también<br />

era otro importante impedimento, que ella hacía valer, el<br />

gran interés que tenía por i<strong>de</strong>ntificarse como una esposa<br />

<strong>de</strong>corosa y digna <strong>de</strong> ser tal. Por lo tanto, consi<strong>de</strong>raba una<br />

obligación y un <strong>de</strong>ber guardar las apariencias.<br />

Esa noche Pablo había bebido algunas copas <strong>de</strong> más<br />

que le aumentaron su intrepi<strong>de</strong>z. Así fue que mientras caminaban<br />

hacia el coche, Pablo quiso acercarla para sentirla<br />

al ver que no venía nadie por esa calle. La cogió por la<br />

cintura y ella se apegó a él, <strong>de</strong>jándose acariciar sumisa, lo<br />

que incentivó su instinto <strong>de</strong> macho encelado. Quiso besarla...<br />

y la besó. La besó con un beso ansioso y <strong>de</strong>sor<strong>de</strong>nado.<br />

Y cuando estuvieron junto al coche, antes <strong>de</strong> abrir<br />

la puerta, Pablo puso a <strong>Estela</strong> entre sus brazos y, como si<br />

<strong>de</strong> un sensual baile se tratara, la gobernó hasta apoyarla<br />

en el capó, muy cerca <strong>de</strong>l faro. Entonces apretó su cuerpo<br />

contra el <strong>de</strong> ella y se restregó suavemente para sentirla,<br />

pero más porque quería que ella lo sintiera. Volvió a besarla,<br />

esta vez con mayor <strong>de</strong>seo y sin dar opción a que<br />

ella pudiera renunciar. Lo hacía con efusión y prisa, como<br />

si ella se le fuera a escapar. <strong>Estela</strong> se resistía contra natura<br />

a la pasión, y con su recurrente ambigüedad eludía el<br />

<strong>de</strong>sbor<strong>de</strong> <strong>de</strong> sus también fogosos instintos. La resistencia<br />

142


<strong>Estela</strong><br />

solamente se <strong>de</strong>bía al peligro <strong>de</strong> exponerse al alcance <strong>de</strong><br />

posibles testigos incompatibles con la situación, lo que a<br />

<strong>de</strong>cir verdad le producía puntual morbo. Evi<strong>de</strong>ntemente<br />

no correspondía <strong>de</strong>jarse llevar si pretendía mantener una<br />

imagen circunspecta y elegante que siempre quería dar <strong>de</strong><br />

sí misma. Pablo, azuzado por el alcohol y el <strong>de</strong>seo, insistía<br />

con una obstinación infantil y varonil a la vez. Pero lo<br />

cierto fue que la inusual situación y la tenacidad <strong>de</strong>l macho<br />

estaban logrando vencer la resistencia <strong>de</strong> <strong>Estela</strong> porque<br />

en ella también se iba avivando la excitación que se<br />

veía favorecida por el aliciente morboso <strong>de</strong>l riesgo. Temió<br />

que se le nublara el raciocinio y esa pasión implacable la<br />

atrapara porque sabía que cada instante que pasara, más<br />

le atraería <strong>de</strong>jarse arrastrar por esa atrevida experiencia.<br />

Pero la cerebral <strong>Estela</strong> no quería claudicar y se rebelaba,<br />

sin mucho éxito, contra esa <strong>de</strong>rrota a la cordura.<br />

—¡Quieto, Pablo! Este no es un sitio a<strong>de</strong>cuado—murmuraba<br />

<strong>Estela</strong> en un ruego excitante.<br />

—Déjame... quiero tocarte... déjame...—musitaba Pablo<br />

y ella se <strong>de</strong>fendía ineficazmente.<br />

Des<strong>de</strong> mi atalaya, construida <strong>de</strong> sufrimiento y estoicismo,<br />

esperaba constatar hasta dón<strong>de</strong> llegaría aquella mala<br />

esposa, pues era imperativo confirmar el oprobio y <strong>de</strong>slealtad.<br />

A<strong>de</strong>más, era fundamental conocer la verdad <strong>de</strong> esa<br />

relación, que ella pretendía hacer pasar como fraternidad<br />

profesional, inocua y ajena <strong>de</strong> cualquier otra opción.<br />

Pablo insistía, besándola en el cuello, en la boca y don<strong>de</strong><br />

podía. <strong>Estela</strong> aceptaba porque se iba imponiendo su<br />

fantasía <strong>de</strong> amar y ser amada sin remilgos en plena calle.<br />

Y cuando una <strong>de</strong> las firmes manos masculinas se atrevió<br />

ir hacia el escote generoso, la vanidad <strong>de</strong> hembra se reforzó<br />

y la hizo sentirse a gusto bajo el asedio <strong>de</strong>sor<strong>de</strong>nado <strong>de</strong><br />

su amante. El vestido permitía entrever la bondad <strong>de</strong> sus<br />

tersos senos que flotaban libres bajo la sedosa y fina tela.<br />

Sin <strong>de</strong>jar <strong>de</strong> besarla, ahora en la boca, introdujo la mano<br />

por el amplio y suelto escote para acariciar uno a uno los<br />

143


<strong>Alejandro</strong> González-<strong>Geell</strong><br />

pezones <strong>de</strong> ambos pechos, que se fueron endureciendo<br />

gradualmente y alegres con ese tacto codicioso que la cargaba<br />

<strong>de</strong> erotismo.<br />

—Por favor, Pablo, no sigas...—musitó en un ruego,<br />

pero Pablo hizo caso omiso a esa seductora súplica y continuó<br />

las caricias.<br />

<strong>Estela</strong> logró aferrarse a la luci<strong>de</strong>z y se rehízo. Asió la<br />

mano aventurera <strong>de</strong> Pablo y la quitó <strong>de</strong> sus pechos porque<br />

sabía que esas caricias alentaban sus apetencias <strong>de</strong> ce<strong>de</strong>r al<br />

<strong>de</strong>sconcierto <strong>de</strong>l morbo en tal situación. Pablo, sin haberse<br />

dado por vencido, asumió el rechazo-(que estimó parcial)-<br />

<strong>de</strong> <strong>Estela</strong> y se tomó un respiro. La miró un instante directamente<br />

a los ojos con fijeza y sin <strong>de</strong>specho antes <strong>de</strong> volver<br />

a besarla por casi todo el rostro, mientras la misma mano<br />

que había jugueteado con sus pezones ahora viajaba para<br />

per<strong>de</strong>rse bajo los pliegues <strong>de</strong>l vestido. Y la mano alcanzó el<br />

bor<strong>de</strong> <strong>de</strong> la diminuta braguita, y allí no se <strong>de</strong>tuvo sino que<br />

se arriesgó y, aun contra la leve resistencia <strong>de</strong> la hembra,<br />

pudo rozar los labios entreabiertos <strong>de</strong>l sexo ya hume<strong>de</strong>cido,<br />

don<strong>de</strong> se impregnó <strong>de</strong> sus mieles. Por instantes, <strong>Estela</strong><br />

transigió y dio muestras <strong>de</strong> flaqueza. Si bien su resistencia<br />

parecía estar aún vigente, su <strong>de</strong>fensa daba muestras <strong>de</strong> ineficacia.<br />

Cuando <strong>Estela</strong> empezaba a abandonarse <strong>de</strong>l todo, ya<br />

en el umbral <strong>de</strong> la complaciente <strong>de</strong>rrota en aquella excitante<br />

situación, alcanzó a divisar que por la acera se acercaba una<br />

pareja. Esa aparición la puso en la realidad y le resucitó el<br />

pudor que le <strong>de</strong>volvió el control. Y una vez que retomó la<br />

conciencia, con <strong>de</strong>cisión puso fin a aquella experiencia inconclusa.<br />

Mientras tanto, mi condición dual me obligaba a ser<br />

testigo <strong>de</strong> la ignominia, pretendiendo que no existían ni<br />

la rabia ni el dolor que rezumaban en mi integridad. Y<br />

confieso que, aún siendo muy duro soportar aquello, me<br />

entristecía verla sucumbir al <strong>de</strong>seo y al límite <strong>de</strong> cometer<br />

una locura, <strong>de</strong>jándose amar en la calle como una adolescente<br />

<strong>de</strong>scocada o una fulana cualquiera.<br />

144


<strong>Estela</strong><br />

Pablo, en cuando ella se lo advirtió, también vio a la<br />

pareja que venía. Comprendió que no era pertinente continuar<br />

y la liberó para recobrar la compostura. A su vez,<br />

<strong>Estela</strong> se repuso y acomodó sus vestimentas con <strong>de</strong>lica<strong>de</strong>za<br />

e hipocresía. Enseguida, ambos se montaron en el<br />

vehículo y arrancaron, <strong>de</strong>jando el <strong>de</strong>seo aparcado justo<br />

don<strong>de</strong> pocos instantes antes parecía irrefrenable.<br />

Por mi parte, con profesionalidad, mantuve la serenidad<br />

y con aplomo di vali<strong>de</strong>z a la escena que había resultado<br />

increíblemente auténtica y, sobre todo, voluptuosa,<br />

tanto como <strong>de</strong>bía ser. Pero no era mi verdad.<br />

La jornada concluyó cuando el alba empezaba a instalarse<br />

en la ciudad. Terminamos <strong>de</strong> rodar el último plano,<br />

y yo mantenía toda mi ofuscación reprimida. Es verdad<br />

que, si no me sobrepasaban, me abrumaban los acontecimientos<br />

y con <strong>de</strong>cisión abandoné sin <strong>de</strong>mora el lugar <strong>de</strong><br />

mi suplicio. No me lo expliqué entonces, pero Dánae se<br />

apresuró para po<strong>de</strong>r subirse al coche. Des<strong>de</strong> luego, conduje<br />

sin mirarla, como si no existiese, rumiando mi <strong>de</strong>sgracia. Y,<br />

solo cuando llegamos a casa, me di cuenta que aún llevaba<br />

intacto el maquillaje que la convertía inequívocamente en<br />

<strong>Estela</strong>.<br />

—¡Por qué no te has quitado ese maquillaje!—le grité,<br />

sin ocultar mi malestar, porque me salió <strong>de</strong>l alma.<br />

—Vi que tú tenías prisa. Eso es todo... Ahora me lo<br />

quito—me dijo y se giró y se marchó hacia el dormitorio,<br />

sin importarle lo que yo pudiera <strong>de</strong>cir.<br />

Me hirió el <strong>de</strong>splante pero no dije nada y me fui directo<br />

al escritorio para <strong>de</strong>sahogarme con mi fiel confi<strong>de</strong>nte:<br />

el flamante cuchillo <strong>de</strong> caza. Al cabo <strong>de</strong> varios minutos,<br />

vi que Dánae pasaba hacia el cuarto <strong>de</strong> baño y entonces<br />

me asediaron truculentas i<strong>de</strong>as. Con ausencia <strong>de</strong> toda reflexión,<br />

salí tras ella con el arma en mi mano.<br />

145


<strong>Alejandro</strong> González-<strong>Geell</strong><br />

—Creo que a ti te encanta ser <strong>Estela</strong>—le espeté para<br />

ver su reacción.<br />

Ella se <strong>de</strong>tuvo en seco y me miró con rabia, por primera<br />

vez.<br />

—Y hoy te <strong>de</strong>jaste llevar por la situación, y si eso no<br />

fue exagerado ¿qué significa— le dije mirándola fijo y<br />

ella me mantuvo la mirada.<br />

—¡Si no te pareció bien, por qué no lo hiciste repetir!—me<br />

contestó con un grito histérico, impropio en ella.<br />

Sus palabras resonaron en mi cabeza como un gran<br />

estruendo, y sobre todo me ofendió su actitud <strong>de</strong>safiante.<br />

Y para no <strong>de</strong>mostrarle que esa actitud me condicionaba,<br />

no me inmuté, aunque mi enfado ascendió varios puntos.<br />

—¡Seguro que era eso lo que pretendías!—le grité con<br />

agresividad—¿o no—agregué con ironía.<br />

—¡Pero qué absurdo! Lo único que me interesa es hacer<br />

mi trabajo, lo mejor posible por el bien <strong>de</strong> tu película—dijo<br />

<strong>de</strong>sesperada, moviendo la cabeza <strong>de</strong> lado a lado,<br />

tal vez como para huir <strong>de</strong> sí misma, y no supo qué más<br />

<strong>de</strong>cir. Pero a mí no me conmovió.<br />

—¿Estás segura que lo haces solo por la película—<br />

continué atacando sarcástico.<br />

—¡¿Qué insinúas! ¡Vamos, esto es ridículo!—dijo<br />

exasperada, y se marchó presurosa hacia el dormitorio<br />

con muestras evi<strong>de</strong>ntes <strong>de</strong> su impotencia.<br />

—Nada es ridículo. Al contrario, todo es posible—dije<br />

sin preocuparme si me había oído e inicié mis pasos hacia<br />

el <strong>de</strong>spacho.<br />

146


<strong>Estela</strong><br />

Pero Dánae había alcanzado a oírme y no pudo reprimirse.<br />

Con su ímpetu volcado en un ataque <strong>de</strong> inconformismo,<br />

vino hasta don<strong>de</strong> me encontraba con mi bello<br />

cuchillo en las manos.<br />

—No te entiendo, ¿a dón<strong>de</strong> quieres llegar—dijo viniendo<br />

y se <strong>de</strong>tuvo justo a mi espalda.<br />

Su sorpren<strong>de</strong>nte-(y osada)-actitud me crispó tanto que<br />

apreté el cuchillo con firmeza y me giré con premeditada<br />

lentitud, como si todos mis movimientos formaran parte<br />

<strong>de</strong> uno solo, y le puse el afilado acero cerca <strong>de</strong>l rostro,<br />

rozando la <strong>de</strong>licada piel.<br />

—¿Por qué no te quitas <strong>de</strong> una puta vez la careta, <strong>Estela</strong><br />

—le dije con saña, con los ojos fijos en los suyos, y<br />

ella <strong>de</strong> forma fulminante se sumió en una nube <strong>de</strong> pavor<br />

que la paralizó.<br />

—Yo no soy <strong>Estela</strong>...—atinó a balbucear, entre sollozos.<br />

—De eso ya no estoy tan seguro—le dije muy quedamente,<br />

sin <strong>de</strong>jar <strong>de</strong> mirarla y acercando mi cara a la suya.<br />

***<br />

En el salón <strong>de</strong> su casa-estudio, Pablo terminaba <strong>de</strong> or<strong>de</strong>nar<br />

las diapositivas que correspondían a la última sesión<br />

<strong>de</strong> trabajo con <strong>Estela</strong> como mo<strong>de</strong>lo. Las combinó<br />

meticulosamente antes <strong>de</strong> ponerlas en el proyector que<br />

había situado, tras el sofá, justo frente a un telón portátil<br />

que ya estaba <strong>de</strong>splegado. <strong>Estela</strong> y su marido acababan<br />

<strong>de</strong> llegar. Era la primera vez que Esteban visitaba el estudio—apartamento,<br />

y aunque empezaba a albergar dudas<br />

sobre los posibles amores ilícitos <strong>de</strong> su mujer, mantenía<br />

la actitud serena <strong>de</strong> siempre. Prefería callar con aplomo<br />

porque su amor por esa pérfida mujer era tan acentuado<br />

que apropiadamente le nutría la compostura y también la<br />

fortaleza para resistir en la sombra <strong>de</strong> sus dudas.<br />

147


<strong>Alejandro</strong> González-<strong>Geell</strong><br />

—Lo felicito. Su estudio es muy acogedor. <strong>Estela</strong> me<br />

lo había comentado—dijo Esteban con gentileza, sin permitirse<br />

mostrar ni pizca <strong>de</strong>l malestar que sus conjeturas<br />

le proporcionaban.<br />

Pablo le agra<strong>de</strong>ció con formalidad. Y antes <strong>de</strong> proce<strong>de</strong>r<br />

a visionar las diapositivas, les ofreció a sus dos invitados<br />

algo <strong>de</strong> beber. Solo <strong>Estela</strong> aceptó el ofrecimiento. Pidió<br />

un vodka con hielo. Se lo preparó y aprovechó <strong>de</strong> ponerse<br />

otro para él. Mientras tanto, <strong>Estela</strong> y su marido se <strong>de</strong>dicaron<br />

a observar las fotografías ampliadas y enmarcadas<br />

que <strong>de</strong>coraban una <strong>de</strong> las pare<strong>de</strong>s. Era una serie <strong>de</strong> <strong>de</strong>snudos<br />

en blanco y negro, con encuadres muy originales,<br />

cuyo autor no era otro que el propio anfitrión. <strong>Estela</strong> se<br />

había cogido <strong>de</strong>l brazo <strong>de</strong> su marido <strong>de</strong> una forma muy<br />

cariñosa y le comentaba las fotografías con una admiración<br />

que parecía querer contagiársela.<br />

Pablo se acercó con las dos copas, una para ella y la<br />

otra para él mismo. Hicieron un brindis sin solemnidad y<br />

a continuación el matrimonio se sentó en el sofá, ubicado<br />

enfrente <strong>de</strong> la pantalla. El fotógrafo encendió el proyector<br />

y manipuló un regulador empotrado en la pared para hacer<br />

disminuir la luz <strong>de</strong>l estudio, <strong>de</strong>jándolo en una cálida<br />

semioscuridad. <strong>Estela</strong>, sentada junto a su marido, apoyó<br />

su cabeza en el hombro <strong>de</strong> aquel hombre sereno, teniendo<br />

cogida una <strong>de</strong> sus manos entre las suyas, igual que una esposa<br />

enamorada. La naturalidad y la ternura que <strong>de</strong>jaba<br />

traslucir <strong>Estela</strong> eran alucinantes, y, con el cinismo como<br />

soporte, parecía importarle un bledo la presencia <strong>de</strong> Pablo.<br />

Como no podía ser <strong>de</strong> otra manera, Pablo se sintió incómodo<br />

y se enervó. Trató <strong>de</strong> encubrirse manipulando el<br />

funcionamiento <strong>de</strong>l aparato proyector <strong>de</strong> diapositivas, sin<br />

lograr parecer indiferente. Finalizó <strong>de</strong> poner la selección<br />

<strong>de</strong> fotografías en el receptáculo y se sentó junto a <strong>Estela</strong><br />

con el mando automático <strong>de</strong>l proyector en sus manos a<br />

fin <strong>de</strong> controlar la exposición <strong>de</strong> las diapositivas. Con un<br />

apremio que no <strong>de</strong>bería haber tenido, dio comienzo a la<br />

sesión y las imágenes fueron sucediéndose una a una. En<br />

todas ellas iba apareciendo <strong>Estela</strong> en distintas poses, con<br />

distintas y escasas vestimentas, siempre bella, sensual y<br />

148


<strong>Estela</strong><br />

provocativa. Y mientras la leve sonoridad <strong>de</strong>l motor <strong>de</strong>l<br />

proyector era el único ruido que rompía el silencio, con<br />

el auspicio <strong>de</strong> la semioscuridad, una mano <strong>de</strong> <strong>Estela</strong> se<br />

extendió hasta llegar a acariciar con sutileza uno <strong>de</strong> los<br />

muslos firmes <strong>de</strong> Pablo. Lo hizo con un movimiento escondido<br />

<strong>de</strong> la vista <strong>de</strong> su marido, pero éste tenía la suspicacia<br />

viva a causa <strong>de</strong>l laberinto emocional y alcanzó a<br />

percatarse <strong>de</strong> esa lamentable osadía. Sintió la quemazón<br />

<strong>de</strong> los celos, pero mayor fue la aflicción porque comprobó<br />

la soli<strong>de</strong>z <strong>de</strong> sus peores temores. La <strong>de</strong>silusión le abrazó,<br />

y, sin embargo, se mantuvo impasible y soterró su <strong>de</strong>sencanto<br />

con gallardía.<br />

<strong>Estela</strong> y los dos actores interpretaban la escena con<br />

exhaustiva veracidad. Tanto fue así que la pasividad <strong>de</strong><br />

Esteban, el marido engañado, me exasperaba y hubiera<br />

querido exigirle que reaccionase. El sufrimiento me mortificaba,<br />

me corroía y pedía que ese hombre actuase <strong>de</strong><br />

distinta manera, que reaccionase. Pero no era posible, la<br />

solución estaba excluida <strong>de</strong> las opciones, puesto que lo<br />

que consi<strong>de</strong>raba más a<strong>de</strong>cuado en esa errática realidad,<br />

no estaba escrito en el guión.<br />

Y puesto que me <strong>de</strong>batía entre el <strong>de</strong>ber y la zozobra,<br />

muy confundido, en un momento dado, me precipité e interrumpí<br />

la escena sin ninguna razón. Me justifiqué con<br />

unas vagas indicaciones a Esteban, que eran innecesarias<br />

porque lo había actuado francamente bien. La misma turbación<br />

hizo exten<strong>de</strong>rme en explicaciones que no tenían<br />

cabida si mis emociones no se hubieran convulsionado.<br />

—¡Corten!—dije en voz alta y luego me dirigí a Esteban—Ha<br />

estado bien, pero cuando <strong>de</strong>scubres que tu mujer<br />

acaricia a su amante, lo <strong>de</strong>bes reflejar en el rostro...<br />

para ti es la confirmación <strong>de</strong> tus sospechas... ¿lo entien<strong>de</strong>s<br />

Esteban asintió, pero yo seguí argumentando los pormenores<br />

<strong>de</strong> lo que <strong>de</strong>bía estar sintiendo un marido engañado.<br />

Las palabras me brotaban fáciles y sonaban convin-<br />

149


<strong>Alejandro</strong> González-<strong>Geell</strong><br />

centes porque, <strong>de</strong> algún modo, era como resumir lo que<br />

ocurría <strong>de</strong>ntro <strong>de</strong> mí.<br />

—Tú estás atrapado entre tus sentimientos y la realidad...<br />

y ahora has comprobado que te es adversa—concluí,<br />

con la seguridad que mi drama era casi idéntico al<br />

<strong>de</strong> Esteban.<br />

De manera que cuando nuevamente estuvo todo listo<br />

para volver a rodar, nos pusimos a filmar la escena completa<br />

<strong>de</strong>s<strong>de</strong> su inicio. <strong>Estela</strong> repitió la esgrima <strong>de</strong> sutilezas<br />

sibilinas a fin <strong>de</strong> complacer a los dos hombres que se le<br />

habían entregado. La escena salió perfecta.<br />

Esa noche me encerré en el escritorio y quise preparar<br />

la próxima jornada, pero mi estado no era el mejor para<br />

este menester. Por más que lo intentara, la concentración<br />

no me visitaba. Se lo impedía una imagen que me seguía<br />

rondando: aquel manoseo atrevido y artero <strong>de</strong> <strong>Estela</strong>.<br />

Toda esa escena y el gesto furtivo me seguían agrediendo.<br />

Llegué a sentirme tan humillado e impotente por el<br />

agravio y la <strong>de</strong>svergüenza <strong>de</strong> mi mujer. Tampoco podía<br />

permanecer quieto y empecé a pasearme por el <strong>de</strong>spacho<br />

sin saber qué hacer para poner remedio a ese calvario.<br />

Con mis nervios a flor <strong>de</strong> piel, encendí un cigarrillo y<br />

sin siquiera disfrutarlo, busqué en el humo respuestas a<br />

mi <strong>de</strong>sventura. ¿Cómo era posible que <strong>Estela</strong> tuviera el<br />

<strong>de</strong>scaro <strong>de</strong> hacer esa caricia estando tan cerca <strong>de</strong> su marido...<br />

¿Era tan fuerte la atracción que sentía por Pablo<br />

que no pudo reprimirse... ¿O es que realmente se había<br />

enamorado <strong>de</strong> él... También cabía la posibilidad <strong>de</strong> que<br />

ya no le importara lo que pudiera pensar o <strong>de</strong>cir su esposo...<br />

Podría ser...<br />

***<br />

Durante un corto viaje <strong>de</strong> negocios, Esteban y <strong>Estela</strong><br />

estaban hospedados en un lujoso hotel. Se hallaban en<br />

uno <strong>de</strong> sus bares cuando <strong>Estela</strong> se disculpó con la excusa<br />

150


<strong>Estela</strong><br />

<strong>de</strong> ir al “toilette”. Su marido se levantó solícito para permitirle<br />

el paso, y ella le concedió una sonrisa cariñosa y<br />

le dijo, échame <strong>de</strong> menos mientras vuelvo, Esteban dijo,<br />

<strong>de</strong>s<strong>de</strong> luego, y <strong>Estela</strong>, muy a propósito, <strong>de</strong>jó su teléfono<br />

móvil sobre la mesa y salió <strong>de</strong>l bar. Caminó con <strong>de</strong>cisión,<br />

con su habitual andar <strong>de</strong> hembra sugerente por un<br />

ancho pasillo, sorteando con indiferencia a las personas<br />

que se le cruzaron hasta llegar al otro extremo <strong>de</strong>l amplio<br />

hall, don<strong>de</strong> había un vasto salón. En un recodo, sobre<br />

una mesa baja, junto a un sillón, había un búcaro <strong>de</strong><br />

buena cerámica con flores recientes y, principalmente,<br />

un teléfono que permitía llamadas al exterior, como ella<br />

ya bien había comprobado horas antes. Se sentó cómodamente<br />

en el sillón, se inclinó para coger el auricular y<br />

se dispuso a marcar un número que tenía archivado en<br />

su memoria.<br />

<strong>Estela</strong>, obviamente, le había mentido a su marido, con<br />

una intencionada y efectiva naturalidad que sabía usar<br />

como nadie. La mentira, esta vez, tenía el único fin ponerse<br />

en contacto con su amante. Y esta fue la razón que<br />

tuvo para <strong>de</strong>jar su móvil a la vista <strong>de</strong> su marido-(cierto que<br />

apagado, por precaución, pero esto no lo sabía Esteban)-<br />

y suprimir posibles conjeturas. Al verla, a<strong>de</strong>más, parecía<br />

segura y muy a gusto protagonizando ese expuesto juego<br />

<strong>de</strong> amores adúlteros.<br />

—Pablo, soy <strong>Estela</strong>—dijo apresurada al auricular nada<br />

más oír la voz <strong>de</strong> Pablo al otro lado—No he podido llamarte<br />

antes... y tenía que avisarte que no podremos vernos<br />

hoy. No regresaremos esta tar<strong>de</strong> como estaba previsto...<br />

Lo siento, cariño... Han surgido algunos inconvenientes...<br />

Creo que lo haremos en el primer vuelo <strong>de</strong> mañana.<br />

<strong>Estela</strong> hizo una pausa para escuchar lo que <strong>de</strong>cía Pablo<br />

al otro lado <strong>de</strong>l hilo.<br />

—Más lo siento yo... Tenía muchas ganas <strong>de</strong> verte...<br />

¿Sabes te he echado <strong>de</strong> menos...—terminó diciendo Pablo.<br />

151


<strong>Alejandro</strong> González-<strong>Geell</strong><br />

—Yo también, tú lo sabes... Ahora tengo que <strong>de</strong>jarte...<br />

Te llamaré en cuanto llegue... ¿Vale...—le dijo, pretendiendo<br />

darle la impresión <strong>de</strong> que llamarle era complicado<br />

y que tenía que vencer las dificulta<strong>de</strong>s, que no eran pocas<br />

por las condiciones <strong>de</strong>l viaje con su marido, pero terminó<br />

diciéndole con una voz sensual y anhelante.—Mañana<br />

nos veremos... Adiós, mi amor... te quiero...<br />

La indignación se extendió veloz por los laberintos <strong>de</strong><br />

mi mente y fue transformándose en cólera, pero el <strong>de</strong>ber<br />

me obligaba a permanecer allí con una actitud expectante<br />

frente a la <strong>de</strong>slealtad <strong>de</strong> mi <strong>de</strong>sconocida esposa. Como<br />

siempre, la serena imagen <strong>de</strong> buen profesional fue un<br />

buen recepto para po<strong>de</strong>r escon<strong>de</strong>r el <strong>de</strong>scalabro que mis<br />

sentimientos y las emociones.<br />

Recuerdo que fueron aquellos días intensos y <strong>de</strong> gran<br />

sufrimiento. Solamente mi amor propio y el temor al fracaso<br />

me sostenían y me forzaban a perseverar en la tarea<br />

y así mantener una conducta que no se alejara <strong>de</strong>masiado<br />

<strong>de</strong> la normalidad. ¿Pero qué es la Normalidad Si no<br />

es solo una abstracción o simples reglas que la Sociedad<br />

consi<strong>de</strong>ra usuales y mayoritarias, lo único que me queda<br />

claro es que para <strong>de</strong>mostrar “normalidad”, las opiniones,<br />

acciones y sentires, etc. se <strong>de</strong>ben recubrir con un barniz<br />

que las haga parecer como “normal” a lo que los <strong>de</strong>más.<br />

En consecuencia, hay que renunciar a ser como se es <strong>de</strong><br />

verdad para estar inserto en la normalidad. Entonces<br />

¿qué es la normalidad sino una constante renuncia<br />

Una vez concluida aquella procelosa jornada, no encontré<br />

el equilibrio suficiente para imponerme el regreso<br />

a casa junto a ella. Aunque no se notara, se me había quebrado<br />

la resistencia y mi seguridad asumía su flaqueza,<br />

pues la imagen <strong>de</strong> esa mujer insolente se me repetía incesante<br />

y daba énfasis a la escasa importancia le atribuyó a<br />

mi presencia cuando tuvo necesidad <strong>de</strong> comunicarse con<br />

su amante, a fin <strong>de</strong> avisarle la inoportuna postergación<br />

<strong>de</strong>l encuentro que ambos estaban <strong>de</strong>seando como jamás.<br />

De modo que utilicé como pretexto una inexistente cita<br />

152


<strong>Estela</strong><br />

profesional, acerca <strong>de</strong> la banda sonora <strong>de</strong>l film, para irme<br />

<strong>de</strong>l rodaje.<br />

Salí <strong>de</strong>l rodaje apresurado y conduje hasta que aparqué en<br />

una calle cualquiera. Bajé <strong>de</strong>l coche y como un <strong>de</strong>samparado<br />

<strong>de</strong>ambulé por la ciudad que se fue liberando <strong>de</strong> transeúntes<br />

en la misma medida que el reloj avanzaba hacia la noche,<br />

para mí la más profunda. Pasé largo tiempo caminando lento<br />

y sin rumbo fijo, mientras las calles se fueron vaciando <strong>de</strong><br />

peatones y el tráfico se hizo mínimo, casi insignificante, confabulándose<br />

con la espantosa soledad que albergaba.<br />

***<br />

En los días siguientes, las jornadas <strong>de</strong> rodaje fueron<br />

transcurriendo con una ácida similitud a todas las <strong>de</strong> esa<br />

enervante etapa. No puedo <strong>de</strong>jar <strong>de</strong> reconocer que mi seria<br />

actitud profesional era recompensada por los exitosos<br />

resultados que en el trabajo se conseguía. También es preciso<br />

<strong>de</strong>cir que estaba constantemente alerta y temiendo el<br />

regreso <strong>de</strong> los repentinos asaltos <strong>de</strong> dolor, rencor y dudas,<br />

mezclados en una complicada mixtura. La causa <strong>de</strong> origen<br />

no era otra que los celos que mi mujer me provocaba<br />

sin darme tregua ni <strong>de</strong>scanso. La dualidad <strong>de</strong> roles me<br />

ponía frente a sentires y expectativas tan contradictorios,<br />

que nunca he llegado a enten<strong>de</strong>r <strong>de</strong>l todo lo ocurrido.<br />

Y como durante ese tiempo, la ansiedad y el optimismo<br />

fluctuaban entre máximos y mínimos, no me fue fácil vivir<br />

lo vivido.<br />

***<br />

Una <strong>de</strong> aquellas noches, al llegar a casa, encontré a<br />

Ximena haciéndole compañía a Dánae. No me importó<br />

que estuviera en casa. Pero acusé una cierta incomodidad<br />

cuando entré, porque las palabras <strong>de</strong> su charla se a<strong>de</strong>lgazaron<br />

con prontitud y enseguida se permutaron por<br />

otras distintas. No había que ser muy intuitivo para darse<br />

cuenta que mi presencia les abortó la conversación y la<br />

153


<strong>Alejandro</strong> González-<strong>Geell</strong><br />

privacidad que, en rigor, prescindía <strong>de</strong> mí. La atmósfera-<br />

(me arriesgo)-<strong>de</strong> confesionalidad fue rota con mi llegada<br />

y arrinconaron el tema que estaban tratando hasta entonces.<br />

Pero, alcancé a ver que Dánae se limpió los ojos<br />

con el propósito <strong>de</strong> evitar que se notase que había estado<br />

llorando, en un indudable <strong>de</strong>seo <strong>de</strong> aparentar normalidad.<br />

Lo cierto fue que ese día mi ánimo no andaba por<br />

sus niveles más bajos y me aconsejó sortear cualquier servidumbre<br />

al encono, así que me escindí <strong>de</strong> todo atisbo <strong>de</strong><br />

malestar por aquella na<strong>de</strong>ría.<br />

Cuando Ximena terminó <strong>de</strong> pronunciar las últimas<br />

frases en un notorio volumen <strong>de</strong>scen<strong>de</strong>nte, sin per<strong>de</strong>r<br />

un segundo, me brindó un expresivo saludo que quería<br />

borrar cualquier rastro <strong>de</strong> lo anterior a mi llegada. Y sin<br />

dar importancia al brusco cambio <strong>de</strong> conversación que<br />

se produjo con mi entrada, saludé a Ximena con afecto y<br />

me acerqué a mi Dánae para darle un beso cariñoso. Ella<br />

me respondió, seguro que aún bajo el estorbo <strong>de</strong> algún<br />

pa<strong>de</strong>cimiento, con un suave hilo <strong>de</strong> voz:“hola”.<br />

—Apuesto a qué estabais arreglando el mundo—dije,<br />

animoso para trivializar y ganarme un sitio en la conversación,<br />

que no sería la misma, claro.<br />

—Sí, pero no lo hemos conseguido—respondió Ximena<br />

con su gracia tan característica—¿Y tú qué tal—me<br />

preguntó enseguida.<br />

—Bien, todo muy bien. No puedo quejarme—le contesté<br />

y miré a Dánae que seguía callada—¿Mi amor, te<br />

ocurre algo—le pregunté con paternal ternura.<br />

—No, nada—dijo sin exten<strong>de</strong>rse, y yo no me conformé.<br />

—No, cielo, te conozco muy bien. Pero no estés triste...<br />

Sea lo que sea, tiene arreglo—le dije.<br />

154


<strong>Estela</strong><br />

—Menos la muerte—apuntó Ximena, muy aguda y<br />

poco original esta vez.<br />

—Cariño, anímate o me obligarás esta noche a invitaros<br />

a las dos a cenar fuera. No es broma ¿Qué te parece—le<br />

dije sonriente a Dánae, con la esperanza <strong>de</strong> ver<br />

un asomo <strong>de</strong> alegría en su rostro entristecido—Ximena,<br />

¿adón<strong>de</strong> os apetecería ir—participé a Ximena para no<br />

parecer <strong>de</strong>scortés.<br />

Ximena, siempre vital y entusiasta, me ayudó a convencer<br />

a Dánae que, en principio, no parecía muy animada.<br />

—Venga, Dánae, que nos hace falta un poco <strong>de</strong> diversión—le<br />

dijo Ximena.<br />

—Vamos, mi amor, arréglate un poquito para que todos<br />

vean lo guapa que eres—le dije con zalamería.<br />

Dánae aceptó sin exaltación y, obediente, fue arreglarse<br />

para atenuar su <strong>de</strong>solado aspecto. Mientras tanto, Ximena<br />

prosiguió charlando conmigo y me entretuvo con<br />

su innegable simpatía.<br />

—Sí, aún estoy saliendo con Miguel, aunque tengo algún<br />

otro. Uno solo pue<strong>de</strong> llegar a aburrir. Así que <strong>de</strong> vez<br />

en cuando salgo con el otro. Hay que evitar caer en la rutina,<br />

¿sabes—dijo Ximena en una <strong>de</strong> sus intervenciones,<br />

no sé si en broma.<br />

—No vas a cambiar nunca—le dije y me quedé pensando—Quizás<br />

sea mejor así—agregué porque me recordó<br />

el cambio que había hecho tan distinta a mi mujer.<br />

—Yo no cambiaré jamás—enfatizó y continuó—Me<br />

gusto así.<br />

155


<strong>Alejandro</strong> González-<strong>Geell</strong><br />

—Eso es lo correcto. Las personas no <strong>de</strong>ben cambiar—<br />

le dije, pero estaba hablando para mí.<br />

Habían pasado unos largos minutos cuando oí pasos<br />

que venían <strong>de</strong>s<strong>de</strong> el dormitorio hacia el salón. Me estremecí<br />

porque, ante mis ojos, apareció <strong>Estela</strong>. Me asusté y<br />

no reaccioné porque no supe qué hacer. Un escalofrío me<br />

recorrió por toda la piel y se me hizo un nudo en la garganta.<br />

Tuve que esforzarme para tratar <strong>de</strong> aclarar la visión<br />

y atreverme a mirarla mejor. Me levanté <strong>de</strong>l sillón y moví<br />

la cabeza, como si esa fuera la mejor manera <strong>de</strong> liberarme<br />

<strong>de</strong> la imagen que no esperaba encontrar en mi casa.<br />

Casi me <strong>de</strong>svanecí, pero conseguí volver a observarla con<br />

pausada atención y, menos mal, allí enfrente la única que<br />

estaba era mi amada Dánae. Ya repuesto, pu<strong>de</strong> mirarla<br />

bien y se veía muy bella, aun conservando en su semblante<br />

un tenue halo <strong>de</strong> tristeza. Sin embargo, noté que<br />

me miraba con un gesto entre medroso y <strong>de</strong> extrañeza<br />

y, como intentado no molestar, nos dijo que estaba lista<br />

para salir. Ni Dánae ni Ximena pudieron disimular que<br />

habían captado mi confusión porque aunque me había<br />

repuesto <strong>de</strong>l reciente y <strong>de</strong>sagradable episodio, mi ánimo<br />

festivo se tornó en otro más áspero y taciturno. En esos<br />

instantes, se produjo un repentino, hasta inquietante, silencio.<br />

Sin embargo, Ximena se atrevió a preguntarme si<br />

me pasaba algo. De mis labios solamente recibió una escurridiza<br />

negativa.<br />

Salimos <strong>de</strong> casa en medio <strong>de</strong> una sensación inexplicable.<br />

Mi mente no se apaciguaba, y, tal vez, hubiera preferido<br />

estar solo, solo con mi amargura. No obstante, tuve<br />

una leve esperanza <strong>de</strong> recobrar el bienestar perdido. Y<br />

ellas parecían estar a la espera <strong>de</strong> acontecimientos.<br />

156<br />

***<br />

En el porche <strong>de</strong> su casa <strong>de</strong> campo, <strong>Estela</strong> hablaba con<br />

Esteban, su marido, que parecía resignarse a los argumentos<br />

que con habilidad ella iba tejiendo para justificar lo<br />

injustificable, o para <strong>de</strong>bilitar los asomos <strong>de</strong> dudas. Pero


<strong>Estela</strong><br />

a Esteban, más que el daño <strong>de</strong> las dudas, le amedrentaba<br />

la posibilidad <strong>de</strong> per<strong>de</strong>rla, lo que lo situaba al bor<strong>de</strong><br />

<strong>de</strong> la <strong>de</strong>rrota. Su particular calvario era el <strong>de</strong> un hombre<br />

que sabe, y que no quiere terminar <strong>de</strong> aceptar, que su<br />

mujer se conduce por las trayectorias <strong>de</strong>l amor infiel. Y<br />

este hombre cabal no podía liberarse <strong>de</strong>l pa<strong>de</strong>cimiento, le<br />

costaba creer que su confianza estaba siendo burlada, y le<br />

era <strong>de</strong>masiado difícil admitir que los <strong>de</strong>seos <strong>de</strong> hembra <strong>de</strong><br />

su esposa tuvieran otro <strong>de</strong>stinatario.<br />

Oír esos inexactos argumentos y su cinismo me irritaba<br />

tanto que se me <strong>de</strong>sarrolló un sentir solidario. Lo<br />

entendí y también comprendí que éramos almas gemelas.<br />

Ambos estábamos enamorados <strong>de</strong> una mujer hermosa,<br />

que era la única dueña <strong>de</strong> nuestros sentimientos <strong>de</strong> amor.<br />

De manera que su <strong>de</strong>rrota la hice mía cuando escuchaba<br />

las palabras tibias que el pobre Esteban usaba sin ninguna<br />

convicción. Me mortificaba ver a aquel marido engañado<br />

pronunciando palabras medrosas, porque era cautivo <strong>de</strong><br />

la <strong>de</strong>sdicha <strong>de</strong> amar.<br />

—Sé cómo eres y lo acepto. Sin embargo, no puedo<br />

ocultarte que creo que pudieras haber estado faltando a<br />

mi confianza—<strong>de</strong>cía inseguro el marido <strong>de</strong> <strong>Estela</strong>, separando<br />

las palabras quedadamente como si no se atreviese<br />

a pronunciarlas.<br />

En el fondo abrigaba la esperanza <strong>de</strong> que su esposa,<br />

en un arresto <strong>de</strong> sinceridad, colaborara a <strong>de</strong>spejar sus dudas,<br />

lo que serviría como ayuda para condonar su falta.<br />

Esteban ansiaba que se produjera un acto <strong>de</strong> honestidad,<br />

y que <strong>Estela</strong> regresara a la verdad. Estaba <strong>de</strong>cidido a aceptar<br />

los hechos, por duros que éstos fueran, en base a la<br />

sinceridad y a la muestra <strong>de</strong> un mínimo arrepentimiento.<br />

Lo necesitaba para po<strong>de</strong>r reconstruir la relación, lejos <strong>de</strong><br />

cualquier <strong>de</strong>slealtad o traición prece<strong>de</strong>nte. Pero nada llegó<br />

a producirse como anhelaba el buen Esteban.<br />

—¿Qué insinúas—le respondió contrariada <strong>Estela</strong>, con<br />

una mirada altiva que extinguió la expectativa <strong>de</strong> Esteban.<br />

157


<strong>Alejandro</strong> González-<strong>Geell</strong><br />

—Calma, <strong>Estela</strong>, calma—le dijo un tanto azorado e<br />

insistió en un tono más comedido—Perdóname, cariño,<br />

pero es necesario que te diga lo que pienso. Quería hablarte<br />

<strong>de</strong> Pablo...—continuaba diciendo Esteban, pausadamente<br />

y con esfuerzo cuando <strong>Estela</strong> le frenó.<br />

—No sigas, por favor, que aventuras a equivocarte—le dijo<br />

<strong>Estela</strong>, ahora con una tierna mirada, cargada <strong>de</strong> cinismo.<br />

—Te juro que quiero estar equivocado, <strong>Estela</strong>—dijo<br />

Esteban, con la misma esperanza <strong>de</strong> un con<strong>de</strong>nado a<br />

muerte, y reflejó que estaba totalmente entregado a los<br />

<strong>de</strong>signios caprichosos <strong>de</strong> su esposa.<br />

<strong>Estela</strong> supo enseguida que había vencido con facilidad,<br />

pero también supo que <strong>de</strong>bía contrarrestar el ataque<br />

<strong>de</strong> las dudas.<br />

—Amor, <strong>de</strong>bes confiar en mí. Nunca he tenido nada<br />

con Pablo, ni tampoco podría tenerlo. No tiene sentido.<br />

Te quiero por ser como eres y el mejor marido <strong>de</strong>l mundo.<br />

Sabes muy bien que soy feliz contigo—mintió con una<br />

seguridad que no <strong>de</strong>jaba ningún resquicio que ahuyentara<br />

la veracidad que quiso dar a sus afirmaciones.<br />

Nada más terminar sus eficaces frases, <strong>Estela</strong> pegó su<br />

cuerpo al <strong>de</strong> él y le concedió unos mimos acertados que<br />

hicieron a su marido rendirse sin remedio. Esteban comprendió<br />

que el amor por su mujer lo tenía reciamente<br />

atado con unas maromas anudadas que no sabría cómo<br />

<strong>de</strong>satar, aunque se lo propusiera. De modo que no tuvo<br />

más salida que someterse a la necesidad <strong>de</strong> creer. Tenía<br />

que creer. Y también <strong>de</strong>seaba creer. Tanto lo <strong>de</strong>seaba que<br />

no midió que su capitulación era <strong>de</strong>masiado incondicional.<br />

Fue una rendición que encumbró la sensación<br />

<strong>de</strong> triunfo <strong>de</strong> <strong>Estela</strong>, que estaba muy satisfecha consigo<br />

misma.<br />

158


<strong>Estela</strong><br />

—No me importa lo que pueda haber ocurrido, <strong>Estela</strong>.<br />

Lo único que te pido es que nuestro matrimonio se mantenga<br />

como el que hasta ahora ha sido—dijo Esteban en<br />

un tono que bien pudiera haberse equiparado a un ruego,<br />

y <strong>Estela</strong> sonrió mientras lo abrazaba.<br />

—No te preocupes, cariño. Nada cambiará—le dijo antes<br />

<strong>de</strong> darle un suave beso—Debes creerme. Pablo es un<br />

buen amigo, simpático, que me entretiene y nada más—<br />

terminó <strong>Estela</strong> con un susurró junto a su oído, aprovechando<br />

<strong>de</strong> rematar la faena.<br />

Y segura <strong>de</strong> haber conseguido ganar esa batalla <strong>de</strong>sigual<br />

le mimó con unas largas caricias que su marido recibió,<br />

resignado a su suerte.<br />

Hice mío el <strong>de</strong>satino <strong>de</strong> aquel hombre, y se me agrietaron<br />

la sensibilidad y la sensatez, puesto que había comprobado<br />

que esa mujer, tan hipócrita como <strong>de</strong>sollada, no<br />

mostraba el menor remordimiento. A la par, no pu<strong>de</strong> <strong>de</strong>jar<br />

<strong>de</strong> compa<strong>de</strong>cerme <strong>de</strong> Esteban, el marido abatido, que<br />

sin más opción tenía que sobrevivir a un gran <strong>de</strong>scalabro.<br />

Nuestras realida<strong>de</strong>s bien podían consi<strong>de</strong>rarse semejantes<br />

y, si me apuran, acaso también congruentes, como<br />

se dice <strong>de</strong> los triángulos que son idénticos en geometría.<br />

¡Qué <strong>de</strong>sdichada coinci<strong>de</strong>ncia!<br />

***<br />

Ya por la noche, seguía masticando las similitu<strong>de</strong>s <strong>de</strong><br />

la situación <strong>de</strong> Esteban y la mía. Con obsesión traducía<br />

y comparaba los hechos, buscándole significados a los<br />

paralelismos. Pero esos pensamientos solo conseguían<br />

traerme <strong>de</strong>solación. De manera que quise huir <strong>de</strong> mí mismo<br />

y me encerré en mi <strong>de</strong>spacho bajo llave. En mi alma,<br />

al tormento se le sumó una amargura negra y, entonces,<br />

159


<strong>Alejandro</strong> González-<strong>Geell</strong><br />

<strong>de</strong>rramé lágrimas tristes. Y entre esas lágrimas sentidas,<br />

divisé mi fiel cuchillo <strong>de</strong> caza. Incitado por la conmoción,<br />

lo cogí ansioso y lo saqué <strong>de</strong> su vaina y la hoja <strong>de</strong> acero<br />

resplan<strong>de</strong>ció. La observé por largos instantes aún con los<br />

ojos llorosos y, luego, fui aproximando el aguzado filo <strong>de</strong>l<br />

arma a mi cuello y lo puse sobre la yugular. Pero cuando<br />

el daño empezó a hacerse sentir, paradójicamente, asomaron<br />

en mi mente algunos <strong>de</strong> mis mejores recuerdos,<br />

que fueron los que vinieron en mi rescate. Todo cambió<br />

abruptamente y me hallé reviviendo mis mejores tiempos<br />

con ella. “¡La quiero tanto que no es posible transmitirlo...!<br />

¡Oh Dios, cuánto la necesito...! ¡Cuánto la echo <strong>de</strong><br />

menos!”<br />

***<br />

La tar<strong>de</strong> se <strong>de</strong>slizaba sobre sus últimas horas cuando<br />

<strong>Estela</strong>, sin previo aviso, se presentó en el estudio <strong>de</strong> Pablo,<br />

que como siempre se encontraban en cualquier sitio<br />

enseres relacionados con su profesión <strong>de</strong> fotógrafo. Habían<br />

pasado varios días sin que los amantes hubieran tenido<br />

ocasión <strong>de</strong> verse. Distintas razones habían servido<br />

<strong>de</strong> obstáculo para que no pudieran disfrutarse con las <strong>de</strong>liciosas<br />

concesiones que eran privativas <strong>de</strong> sus apasionados<br />

encuentros. El recuerdo <strong>de</strong> esas fogosas citas les había<br />

ayudado a sobrellevar mejor la involuntaria separación<br />

impuesta por las circunstancias. Sin embargo, la intempestiva<br />

visita <strong>de</strong> <strong>Estela</strong> no llegó a sorpren<strong>de</strong>r a Pablo más<br />

<strong>de</strong> lo preciso, porque sabía que ella podía aparecer siempre<br />

que sus coartadas se lo permitieran. A<strong>de</strong>más, la sorpresa<br />

se atenuaba porque esa mujer lo tenía obsesionado<br />

más <strong>de</strong> lo que jamás supuso que cupiera en sus peregrinas<br />

especulaciones, y, en consecuencia, invariablemente la estaba<br />

aguardando. El hecho fue que Pablo se encontraba<br />

leyendo, cuando sonó el timbre y aunque se <strong>de</strong>sperezó<br />

antes <strong>de</strong> levantarse, no tardó en acudir a la llamada sin<br />

pensar en quién estaría tras su puerta. Nada más abrir,<br />

<strong>Estela</strong> le sonrió y como una adolescente enamorada se<br />

abalanzó sobre él que la recogió entre sus brazos. Pablo<br />

cerró la puerta como pudo y, confundidos en un anhela-<br />

160


<strong>Estela</strong><br />

do abrazo, se <strong>de</strong>jaron llevar por un sen<strong>de</strong>ro abundante<br />

<strong>de</strong> besos ávidos y atropellados. Muy pronto el <strong>de</strong>seo se<br />

<strong>de</strong>rramaba, potenciado por la abstinencia que durante los<br />

largos días <strong>de</strong> veda tuvieron que soportar. Las caricias y<br />

los besos no se interrumpieron mientras avanzaban hacia<br />

cualquier lugar <strong>de</strong>l estudio, hasta que se <strong>de</strong>tuvieron, entre<br />

trípo<strong>de</strong>s y focos, don<strong>de</strong> se fue <strong>de</strong>sbocando la pasión en<br />

consonancia a las volunta<strong>de</strong>s <strong>de</strong> sus libidos encendidas,<br />

con un vértigo quizás superior a otros prece<strong>de</strong>ntes.<br />

Paralelamente a este acontecer, mi angustia creció <strong>de</strong><br />

súbito, originando una contención muy difícil. Sin embargo,<br />

aun atrapado por el martirio <strong>de</strong>l interminable suplicio,<br />

seguí observando vigilante las impetuosas concesiones<br />

<strong>de</strong> los amantes, con la pretensión <strong>de</strong> que no se<br />

escapara a mi conocimiento ni el más mínimo <strong>de</strong>talle <strong>de</strong><br />

los crueles afanes que, fatalmente, tenían lugar frente a<br />

mis ojos.<br />

Mientras los amantes se besaban con un <strong>de</strong>seo <strong>de</strong>smedido,<br />

mi mente bregaba por interpretar las reacciones<br />

<strong>de</strong> esos dos seres enca<strong>de</strong>nados al frenesí. Pensé<br />

que aquella entrega solamente pue<strong>de</strong> darse cuando la<br />

pasión es auténtica. Y a mi modo <strong>de</strong> ver, ahora ésta<br />

bullía generosa, alejándola <strong>de</strong>l control y la censura. De<br />

manera que igual que un presidiario que, sabiéndose<br />

inocente, <strong>de</strong>bía aguantar mi con<strong>de</strong>na, con grilletes y<br />

sin escape posible.<br />

A causa <strong>de</strong> este infortunio me convertí en testigo <strong>de</strong><br />

mi propia <strong>de</strong>rrota que se consumaba en aquella recíproca<br />

entrega <strong>de</strong> esos amantes que exhibían un amor completo,<br />

apasionado, absoluto.<br />

Y pese al ostensible esfuerzo, no fui capaz <strong>de</strong> remediar<br />

que mis ojos se cargaran <strong>de</strong> la acuosidad salina <strong>de</strong> lágrimas<br />

contenidas. Al menos, el esfuerzo sirvió para evitar<br />

que esas lágrimas se <strong>de</strong>slizaran por mis mejillas azoradas.<br />

Y cuando por fin la escena finalizó, mis labios apenas<br />

161


<strong>Alejandro</strong> González-<strong>Geell</strong><br />

alcanzaron a <strong>de</strong>cir en palabras disminuidas la or<strong>de</strong>n <strong>de</strong><br />

cortar. Acto seguido, mi ayudante las repitió con una voz<br />

más potente, mientras yo me alejaba con mi existencia a<br />

punto <strong>de</strong> acusar el <strong>de</strong>terioro que le proveyó la inevitable<br />

obligación <strong>de</strong> presenciar el agraviante hecho que acaba<br />

<strong>de</strong> ocurrir.<br />

Mi mente era un caos que me <strong>de</strong>bilitaba. Mi discernimiento<br />

era trepidante y se hallaba como el agua justo antes<br />

<strong>de</strong> sobrepasar el punto <strong>de</strong> ebullición, gracias a que la imagen<br />

altiva <strong>de</strong> <strong>Estela</strong> se paseaba arrogante y triunfadora por<br />

mi cerebro. La envoltura <strong>de</strong> hombre estable, con sentido <strong>de</strong><br />

la profesionalidad, aflojaba y mi acuciante inquietud fue<br />

dilatándose y haciéndose cada vez más renuente.<br />

***<br />

Los amantes estaban sobre la cama con sus cuerpos<br />

completamente <strong>de</strong>snudos. Mi turbación me había hecho<br />

dar la or<strong>de</strong>n <strong>de</strong> cortar la filmación por enésima vez<br />

para redundar en indicaciones poco concretas. Me sentía<br />

contrariado y me era en extremo difícil concentrarme<br />

únicamente en los aspectos artísticos y técnicos <strong>de</strong> lo<br />

que sucedía. En una <strong>de</strong> aquellas interrupciones, tomé<br />

conciencia <strong>de</strong> la <strong>de</strong>snu<strong>de</strong>z <strong>de</strong> mi mujer, allí expuesta.<br />

Su procacidad e impudor me violentaron porque parecía<br />

no importarle permanecer <strong>de</strong>snuda ante las <strong>de</strong>cenas <strong>de</strong><br />

ojos allí presentes. Me enfurecí y no pu<strong>de</strong> sustentar más<br />

la mesura. De mi boca saltaron frases que le or<strong>de</strong>naron,<br />

con una voz cortante, que se cubriera y acabara con esa<br />

impudicia. Fue tan contun<strong>de</strong>nte la or<strong>de</strong>n que su rostro<br />

pali<strong>de</strong>ció y no supo qué <strong>de</strong>cir. Al oír mi voz crispada, un<br />

colaborador con prontitud diligente le pasó una manta<br />

para que tapara su <strong>de</strong>snu<strong>de</strong>z. Sin embargo, su obediencia<br />

no fue suficiente para <strong>de</strong>volverme la tranquilidad ni<br />

tampoco diluyó el enfado.<br />

Después <strong>de</strong> este arrebato, me sentí observado por todos<br />

los presentes, y creo que acerté al pedir un <strong>de</strong>scanso.<br />

162


<strong>Estela</strong><br />

—¡Tenéis diez minutos! ¡Descansamos diez minutos!—dijo<br />

en voz alta Pedro, <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> mi petición, y el<br />

resto <strong>de</strong> los componentes <strong>de</strong>l equipo se aprontó a aprovecharlo.<br />

Salí <strong>de</strong>l <strong>de</strong>corado, tenso y aturdido. Esta vez no lo<br />

pu<strong>de</strong> disimular. Encendí un cigarrillo y aspiré el humo<br />

con nervios y ansiedad, sin conseguir el apaciguamiento<br />

que necesitaba. Pero más allá <strong>de</strong> la <strong>de</strong>snu<strong>de</strong>z <strong>de</strong> mi mujer,<br />

la causa <strong>de</strong> mi estado se afirmaba en otra soli<strong>de</strong>z que no<br />

era sino el infortunio <strong>de</strong> tener que ver impasible como<br />

hacía el amor con alguien que no era yo.-(¡Cómo podía<br />

estar ocurriendo!)-.<br />

Mi <strong>de</strong>sesperación no se calmaba, pero en cierto modo<br />

me obligó a reflexionar. Y mientras rememoraba sus <strong>de</strong>claraciones<br />

<strong>de</strong> otrora, cuando éramos felices, que preconizaban<br />

lealtad y fi<strong>de</strong>lidad en el amor, me resultaba difícil<br />

hacerlas compatibles con sus actos y actitu<strong>de</strong>s actuales,<br />

como eran las que veía cuando se hallaba en los brazos<br />

<strong>de</strong> su amante. Verla disfrutar con otro me <strong>de</strong>sestabilizaba<br />

porque era la evi<strong>de</strong>ncia <strong>de</strong> mi fracaso. En consecuencia,<br />

sus promesas, confesiones y afirmaciones pasadas se<br />

disolvían en su propia inconsistencia. De modo que me<br />

convencí tanto <strong>de</strong> su <strong>de</strong>svergüenza como <strong>de</strong> su <strong>de</strong>slealtad.<br />

Mi convicción fue total y avalada por todo lo que sucedía<br />

ante mis ojos, pero, a<strong>de</strong>más, ésta se reforzaba porque<br />

ni siquiera parecía importarle entregarse con ese afán y<br />

amarse sin reparos con su amante <strong>de</strong>lante mío, como si<br />

yo no existiera. Igualmente, confieso, su <strong>de</strong>sfachatez me<br />

<strong>de</strong>sarmaba y me hacía sucumbir en un gran <strong>de</strong>sconsuelo.<br />

El aguante que mantuve hasta entonces se resquebrajó y<br />

la razón renunció a regirme cuando me vi apremiado, por<br />

mi obligación como Director, a cortar en varias ocasiones<br />

la acción <strong>de</strong> esa maldita escena. Des<strong>de</strong> luego, sabía que<br />

la escena <strong>de</strong> los amantes <strong>de</strong>snudos e inmersos en un frenesí<br />

pasional, estaba resultando muy auténtica y erótica,<br />

lo que satisfacía todas las expectativas artísticas y profesionales.<br />

Pero el sentimiento <strong>de</strong> pérdida perseveraba,<br />

socavándome la entereza y, con turbación en mis a<strong>de</strong>ntros,<br />

intervenía con el pretexto <strong>de</strong> corregir <strong>de</strong>talles que en<br />

163


<strong>Alejandro</strong> González-<strong>Geell</strong><br />

realidad no lo necesitaban. Seguro que mis indicaciones<br />

pudieron ser reiterativas, pero lo relevante es que no tenían<br />

porqué. Ahora, al recordarlo, me avergüenzo <strong>de</strong> esas<br />

estúpidas intervenciones, que solo podían justificarse por<br />

mi voluntad <strong>de</strong> enmascarar el sufrimiento.<br />

La mezcla <strong>de</strong> exasperación e intranquilidad que me<br />

consumía, supuso exteriorizar actitu<strong>de</strong>s que parecían<br />

una inseguridad en el trabajo que no era tal, porque en<br />

lo profesional no existían dudas, sabía lo que <strong>de</strong>bía hacer.<br />

Y lo <strong>de</strong>jo muy claro, mis actitu<strong>de</strong>s eran únicamente<br />

consecuencia <strong>de</strong>l agravio. Y puesto que solo yo sabía la<br />

verdad, me irritaba que este hecho tuviera esa interpretación<br />

errónea, que bien pudiera dañar mi reputación y<br />

que también agregaba otra preocupación a mi cabeza, ya<br />

bastante atareada con el problema principal.<br />

Y aún con mi dignidad mancillada, comprendí que no<br />

había lugar a la renuncia ni más salidas que retomar el<br />

trabajo. Pero era una tortura. Imaginarla <strong>de</strong> nuevo <strong>de</strong>snuda<br />

con su amante, hacía que me sobreviniera un sudor<br />

frío <strong>de</strong> rebeldía. ¿Pero qué podía hacer si era ineludible<br />

reanudar la tarea<br />

***<br />

Al regresar al plató, traté <strong>de</strong> disimular mi quebranto.<br />

Las miradas que percibí <strong>de</strong>mostraron que no lo conseguí.<br />

Entonces me di comenta cuenta que la cuestión se complicaba<br />

más allá <strong>de</strong> lo pre<strong>de</strong>cible. De modo que con urgencia<br />

había que buscar una solución, y, en esos precisos<br />

momentos, no tenía tiempo para pensar en ella. Y aunque<br />

el <strong>de</strong>ber me hostigaba, tenía que usar mi cabeza solo para<br />

resolver la escena, porque siempre tuve como premisa que<br />

mi primera obligación era sacar a<strong>de</strong>lante el rodaje y la<br />

película hasta su fin. Y nada lo iba a impedir.<br />

—¡Pedro!—grité mientras avanzaba—¡Vamos a ver si<br />

<strong>de</strong> una puta vez terminamos esta maldita escena!<br />

164


<strong>Estela</strong><br />

Los preparativos para filmar nuevas tomas <strong>de</strong> la escena<br />

recomenzaron y cuando los técnicos finalizaron sus<br />

tareas, se reinició el rodaje.<br />

***<br />

<strong>Estela</strong> y Pablo hacían el amor con vigor. Envueltos por<br />

una vorágine <strong>de</strong> sensaciones, sus cuerpos <strong>de</strong>snudos se apretaban<br />

tanto entre sí que posiblemente le restaban los minúsculos<br />

volúmenes <strong>de</strong> espacio a las partículas <strong>de</strong> aire que<br />

podían haber quedado retenidas entre sus bellos cuerpos. El<br />

placer cobró vigencia y se reflejó en los gestos <strong>de</strong> la mujer<br />

que revelaba su goce con expresiones libidinosas. Su boca<br />

gemía con sensualidad y, sin po<strong>de</strong>r contenerse, mordió uno<br />

<strong>de</strong> los recios hombros <strong>de</strong> su amante, lo que no impidió que<br />

esos gemidos se entremezclaran con ininteligibles susurros.<br />

Por momentos me sentí totalmente confundido. Quise<br />

pensar con optimismo que ella no fuera realmente ella.<br />

Pero, a la vez, pensaba que lo era y pensaba que -(<strong>de</strong> alguna<br />

manera)- ella intentaba reprimirse, evitando <strong>de</strong>jarse<br />

arrastrar hasta el <strong>de</strong>scontrol por esa pasión <strong>de</strong>satada, a<br />

causa <strong>de</strong> mi cercana presencia. “¡Vaya consuelo! ¡No, no...!<br />

¡Ese falso respeto no pue<strong>de</strong> servir para encontrar alivio!”<br />

De otra parte, y solamente a efectos profesionales, me<br />

pareció que su contención resultaba ciertamente morbosa<br />

porque el <strong>de</strong>nuedo para no doblegarse a la lujuria le fijaba<br />

gestos en su rostro que motivaban la libido.<br />

La escena era formidable y cargada <strong>de</strong> erotismo. Los<br />

amantes se transportaron y consiguieron un realismo tan<br />

eficaz como atroz para mis a<strong>de</strong>ntros, que me hizo claudicar<br />

a los pies <strong>de</strong>l <strong>de</strong>ber, con la dignidad rota y con el<br />

dolor más inmenso que hube conocido. Comparecer ante<br />

aquella brutal escena <strong>de</strong> sexo entre mi mujer y su amante<br />

fue una <strong>de</strong> las experiencias más <strong>de</strong>spiadadas que me ha<br />

tocado vivir. Y esa escena se talló en mi mente para venir<br />

a dar existencia eterna al recuerdo más agrio y dañino.<br />

165


<strong>Alejandro</strong> González-<strong>Geell</strong><br />

Salí <strong>de</strong>l plató, <strong>de</strong>jando todo y a todos tras <strong>de</strong> mí. Llegué<br />

tar<strong>de</strong> a casa y, cosido a la tortura <strong>de</strong> aquel recuerdo,<br />

me encerré en el <strong>de</strong>spacho. El bello cuchillo <strong>de</strong> caza me<br />

saludó con el brillo esplendoroso <strong>de</strong> su hoja, y yo lo cogí y<br />

lo acaricié con mis manos nerviosas. Pasó bastante tiempo<br />

y al parecer Dánae se había acostado hacía ya bastante<br />

rato. Repasé los últimos acontecimientos, <strong>de</strong>shojando<br />

uno a uno todos mis rencores, hasta que algo hizo <strong>de</strong> espoleta<br />

y la humillación <strong>de</strong>tonó en mi dignidad y el amor<br />

herido. El <strong>de</strong>terioro consiguiente me <strong>de</strong>jó sin ninguna capacidad<br />

<strong>de</strong> análisis y, sin más reflexión, me levanté como<br />

un autómata con el único fin <strong>de</strong> llegar al dormitorio, don<strong>de</strong><br />

Dánae fingía dormir. Con mi bella arma <strong>de</strong> acero en<br />

la mano, llegué a su lado. En la penumbra, la miré con<br />

odio y <strong>de</strong> mi garganta salió un grito seco y agresivo que la<br />

sobresaltó. Y, simulando que se <strong>de</strong>spertaba, se removió en<br />

la cama con lentitud aunque captó enseguida que la saña<br />

era mi compañera. Encendí la luz <strong>de</strong> un manotazo y pu<strong>de</strong><br />

ver sus ojos ahora amedrentados. Su temor no me importó<br />

aunque podía compren<strong>de</strong>rlo. Seguramente era miedo a<br />

lo inesperado e imprevisible.<br />

—¡Sal <strong>de</strong> tu cobijo y ven aquí!—le or<strong>de</strong>né rudamente<br />

y ella me obe<strong>de</strong>ció en silencio y se puso <strong>de</strong> pie junto a la<br />

cama con indigencia.<br />

La miré <strong>de</strong>tenidamente. Llevaba puesto un camisón<br />

<strong>de</strong>lgado y corto, <strong>de</strong> tela tenue, que se <strong>de</strong>scolgaba en dos<br />

finos tirantillos que pasaban sobre sus hombros. Y <strong>de</strong>bajo,<br />

toda su completa <strong>de</strong>snu<strong>de</strong>z. Con la ofuscación latiéndome<br />

en las sienes, di algunos pasos sin dirección fija<br />

y, <strong>de</strong> repente, como si el cuchillo <strong>de</strong> caza me instigara,<br />

me situé frente a ella con la amenaza fiera <strong>de</strong> mis gestos<br />

como testigo. Estaba paralizada y permanecía inmóvil,<br />

<strong>de</strong>sprovista <strong>de</strong> reacción, sin po<strong>de</strong>r articular ni una sola<br />

frase, ni una queja.<br />

—¿Sabes yo creo que te encanta hacer el amor con<br />

tu amante ¿no es verdad, <strong>Estela</strong>—le dije, soltando las<br />

palabras una a una, quedadamente.<br />

166


<strong>Estela</strong><br />

Ella, recelosa, me miró con fragilidad, sin <strong>de</strong>cir nada.<br />

—¿Gozabas, <strong>Estela</strong>... Dime, ¿te hace gozar tu amante...<br />

¡Respón<strong>de</strong>me!... ¡puta!...—continué, alternando las<br />

frases dichas en un tono suave y arrastrado, con otras que<br />

se atropellaban en mi garganta, con fuerza e ira—Tú no<br />

fingías. Tú gozabas... ¿o no, <strong>Estela</strong><br />

Mientras hablaba le fui acercando lentamente el lado<br />

más afilado <strong>de</strong>l cuchillo hasta tocar su faz empali<strong>de</strong>cida<br />

y trémula. Con toda intención, le rocé la piel con el arma<br />

filosa, y ella captó la seria amenaza con pánico. Hizo un<br />

a<strong>de</strong>mán instintivo que parecía querer significar que le había<br />

hecho daño. Y como su gesto mísero no encontró eco,<br />

volvió quedarse petrificada, ahora con la mirada perdida.<br />

Por instantes pensé que esa mujer, como solía hacerlo<br />

en ocasiones en las que se veía acorralada, pudiera andar<br />

buscando argumentos para explicarse y conseguir indulgencia.<br />

Pero como ya la conocía lo suficiente, no lo iba a<br />

conseguir ni tampoco yo iba a darle tiempo.<br />

—¡Contéstame, puta!... ¡contesta!—le grité encima <strong>de</strong><br />

su rostro, sin alejar la hoja acerada que imponía respeto.<br />

Ella se mantenía atada al mutismo y a una aparente<br />

fragilidad. Esa actitud provocó que la sensatez reventara<br />

y que la cólera se apo<strong>de</strong>rara <strong>de</strong> mis actos. Fue entonces<br />

cuando mi mano libre cruzó el aire para asestar<br />

en el rostro <strong>de</strong> la aterrada mujer un golpe seco, que ella<br />

recibió con el mismo silencio que <strong>de</strong>volvía a mis imprecaciones,<br />

aunque esta vez se puso a llorar con retenidos<br />

gemidos, como si quisiera ocultarlos. Su <strong>de</strong>svalía no me<br />

arredró ni obtuvo mi compasión, porque la compasión<br />

ya no estaba conmigo sino muy lejos, tan lejos como<br />

los buenos recuerdos. Una impiedad sostenida empezó<br />

a reinar y me cegué <strong>de</strong> rencores. Mi único objetivo era<br />

humillar a esa mujer altiva que, con inconcebible <strong>de</strong>slealtad,<br />

engañaba impune a su marido, llevando una<br />

vida <strong>de</strong> dualida<strong>de</strong>s y <strong>de</strong> amores ilícitos. Contrariamente<br />

a lo que se pudiera suponer, no perdí la calma y con<br />

167


<strong>Alejandro</strong> González-<strong>Geell</strong><br />

la punta <strong>de</strong>l cuchillo fui haciendo un lento recorrido<br />

punzante sobre su piel. Me rego<strong>de</strong>é con el dolor que le<br />

estaba infligiendo hasta que me atrajo la i<strong>de</strong>a <strong>de</strong> cortar<br />

uno a uno los tirantes <strong>de</strong>l camisón que llevaba encima.<br />

El filo <strong>de</strong>l cuchillo cortó con facilidad el primer<br />

tirante y la tela <strong>de</strong>l camisón se <strong>de</strong>slizó, <strong>de</strong>jando uno <strong>de</strong><br />

sus pechos al aire. La i<strong>de</strong>a fue repentina y, en seguida,<br />

pasé el arma cortante por el pezón <strong>de</strong>scubierto dos o<br />

tres veces antes <strong>de</strong> ir a buscar el otro tirante. La miré<br />

y ella sollozaba con la cabeza baja. Di un último corte<br />

en el débil tirantillo que agotó su resistencia e hizo que<br />

el <strong>de</strong>lgado camisón se <strong>de</strong>splomara, <strong>de</strong>slizándose suavemente<br />

hasta el suelo por los contornos <strong>de</strong> su cuerpo.<br />

Ella no se movió ni tampoco hizo nada por impedir que<br />

el camisón abandonara su cuerpo empequeñecido que<br />

terminó por mostrarse totalmente <strong>de</strong>snudo. Pero en un<br />

acto involuntario, casi reflejo e inútil, quiso tratar <strong>de</strong><br />

escon<strong>de</strong>r su <strong>de</strong>snu<strong>de</strong>z, y apenas consiguió agregar a su<br />

imagen precariedad e impotencia. Se le percibía más<br />

in<strong>de</strong>fensa que nunca. Su llanto apagado y el <strong>de</strong>samparo,<br />

que pudieran preten<strong>de</strong>r <strong>de</strong>spertar lástima, lo único<br />

que consiguieron fue ponerme más nervioso. Como el<br />

objetivo era hacerle conocer la vergüenza y los estragos<br />

<strong>de</strong> la humillación, no me iba a <strong>de</strong>jar influir por nada.<br />

Y con cauto y lento proce<strong>de</strong>r, que algunos podrían calificar<br />

<strong>de</strong> sádico, sin cesar agredirla verbalmente, <strong>de</strong>slicé<br />

sobre su <strong>de</strong>snu<strong>de</strong>z el filo y la punta <strong>de</strong>l brillante arma<br />

que mis manos manejaban con <strong>de</strong>streza. Sus pechos<br />

fueron una <strong>de</strong> las metas <strong>de</strong>l acoso. En ellos me entretuve<br />

raramente, pasándoles el filo cortante por todos<br />

ellos y, <strong>de</strong>s<strong>de</strong> luego, con mayor intensidad por sus pezones.<br />

Esos senos, pese a todo, mantenían su firmeza,<br />

como si <strong>de</strong>fendieran su orgullo. Después <strong>de</strong> observarlos<br />

con <strong>de</strong>tención, los pinché quietamente varias veces con<br />

la afinada punta <strong>de</strong>l acero, controlando <strong>de</strong> forma sutil<br />

el daño. Ella recibía el castigo sin reflejar ninguna sensación,<br />

hundida en un llanto seco, sin lágrimas.<br />

—Te callas porque sabes que no miento... Tú gozabas,<br />

<strong>Estela</strong>... ¡Eres una gran puta!... ¿acaso no lo sabes... Claro<br />

que lo sabes... ¡zorra!...—continuaba con mi ataque<br />

168


<strong>Estela</strong><br />

verbal sin darle tregua—¿Te gusta que te folle—le pregunté<br />

sin tener respuesta—Sí, claro, yo sé que te gusta...<br />

Eres una maldita ninfómana—le grité porque aquella mujer<br />

parecía estar ausente.<br />

Tanta precariedad solo lograba empeorar mi estado<br />

iracundo, puesto que me parecía una burla su postura <strong>de</strong><br />

víctima humil<strong>de</strong> que no rechazaba ni aceptaba las acusaciones.<br />

La exasperación que me provocaba su engañosa<br />

imagen <strong>de</strong>sató un nuevo arrebato <strong>de</strong> furia. Encolerizado,<br />

la remecí, la empujé con toda la violencia que fui capaz<br />

y ella se <strong>de</strong>splomó como un muñeco sobre la alfombra.<br />

—Ahora yo te voy a follar para que compares... Vas a<br />

gozar más que con tu amante—le anuncié esa propuesta<br />

<strong>de</strong>safiante e ineludible.<br />

Me tendí a su lado con movimientos pausados sin <strong>de</strong>jar<br />

<strong>de</strong> mirarla, e, inopinadamente, con una violencia que<br />

quería marcar las reglas <strong>de</strong> mi dominio, la cogí <strong>de</strong>l pelo con<br />

fuerza y traje su cara hacia la mía, ubicándola muy cerca,<br />

hasta rozarnos los labios. Ella no se quejó y apenas me<br />

miró con los ojos vacíos, sin expresar nada más que una<br />

pena inmensa. Pero su pena no me importaba, y, guiado<br />

por mis odios, intenté consumirla con un beso exagerado.<br />

Al hacerlo, tampoco se expresó ni tuvo reacción alguna,<br />

frustrando mi intento <strong>de</strong> <strong>de</strong>satar sus pasiones.<br />

—¡Bésame!... ¡Te digo que me beses!—le or<strong>de</strong>né ofendido.<br />

La volví a besar con otro beso gran<strong>de</strong>, grosero, que<br />

tampoco le sacudió el letargo. Y como si esto formara<br />

parte <strong>de</strong> un juego <strong>de</strong> <strong>de</strong>sconocido <strong>de</strong>senlace, redoblé<br />

los esfuerzos para <strong>de</strong>spertar su libido e incitar su <strong>de</strong>seo.<br />

Enervado y ansioso, usé mi fuerza que quedó <strong>de</strong>mostrada<br />

cuando movía su empequeñecido cuerpo con inusual facilidad<br />

al tratar <strong>de</strong> besarla en distintas partes con urgencia<br />

y sin discreción.<br />

169


<strong>Alejandro</strong> González-<strong>Geell</strong><br />

—¡Ya verás, zorrita, cómo vas gozar!... ¡Dime que te<br />

gusta!—le repetía frases como éstas, mientras con mis<br />

besos intentaba infundirle <strong>de</strong>seo, hasta que terminé por<br />

sorpren<strong>de</strong>rme <strong>de</strong>l nulo éxito.<br />

Extrañado porque mis intentos no surtieron efecto,<br />

me acogió una sensación <strong>de</strong> frustración que se convirtió<br />

<strong>de</strong> forma instantánea en una rabia tal que, sin soltarle el<br />

cabello asido férreamente con mi mano izquierda, volví a<br />

acercar su rostro al mío. La observé con fiereza, con la respiración<br />

acelerada, y ella no dijo nada. Con <strong>de</strong>sprecio, <strong>de</strong>jé<br />

<strong>de</strong> mirarla y le solté el cabello. Me quedé pensativo, tendido<br />

a su lado, casi encima <strong>de</strong> su cuerpo <strong>de</strong>snudo, y vi que<br />

su sexo estaba al fácil alcance <strong>de</strong> mi mano <strong>de</strong>recha, armada<br />

por el gran cuchillo <strong>de</strong> caza. Como una estrella fugaz que<br />

<strong>de</strong>ja atrás su estela, una i<strong>de</strong>a se me cruzó por la cabeza.<br />

La hoja <strong>de</strong>l cuchillo dio un <strong>de</strong>stello brillante cuando, sin<br />

soltarlo, lo cambié <strong>de</strong> posición. Ahora era la empuñadura<br />

la que apuntaba al sexo <strong>de</strong> esa mujer menguada, y la hoja<br />

afilada se alineaba a mi muñeca y mi antebrazo. Con estudiada<br />

lentitud, fui tentando con el precioso y firme mango<br />

labrado hasta encontrar la entrada <strong>de</strong> su sexo reseco. Lo<br />

situé entre sus pliegues y nada hizo suponer que agra<strong>de</strong>cían<br />

esa visita. Acomodé el extremo <strong>de</strong> la empuñadura y lo<br />

<strong>de</strong>slicé varias veces por la semicerrada abertura, procurando<br />

separar los labios <strong>de</strong> aquel sexo también in<strong>de</strong>fenso. Lo<br />

hacía con suavidad, como si <strong>de</strong> un juego erótico se tratara<br />

y, <strong>de</strong> repente, sin contemplaciones, con fuerza le introduje<br />

<strong>de</strong> una vez todo el duro mango <strong>de</strong>l arma en su vagina. Ella<br />

acusó la dureza <strong>de</strong> esa penetración con el dolor marcado<br />

en su cara. Ese fue el único gesto que <strong>de</strong>mostraba que vivía<br />

y que sufría al mismo tiempo.<br />

—Disfruta, <strong>Estela</strong>. Vamos, querida, si te gusta... <strong>de</strong>muéstralo—le<br />

<strong>de</strong>cía al hacerle el amor con la recia empuñadura<br />

<strong>de</strong>l arma.<br />

Y así mientras persistía en el afán <strong>de</strong> agredirla y humillarla,<br />

tuve el morboso <strong>de</strong>seo <strong>de</strong> que alcanzara <strong>de</strong> ese<br />

modo un orgasmo. Mi mano aferrada al arma obedien-<br />

170


<strong>Estela</strong><br />

te, en una labor in<strong>de</strong>licada, trataba que esa vil mujer<br />

enseñara su capacidad <strong>de</strong> goce y que evi<strong>de</strong>nciara que<br />

disfrutaba. Y, <strong>de</strong> pronto, sucedió algo inexplicable. Fue<br />

un estremecimiento y algo como un raro fogonazo <strong>de</strong><br />

luz en mi mente los que vinieron a señalar un cambio<br />

radical. No supe cuál fue la causa <strong>de</strong> ese cambio tan<br />

insólito como asombroso. Solo sé que existió y guió mis<br />

siguientes actos.<br />

—Mi amor, yo sé que tú no eres <strong>Estela</strong>... ¡Eres mi Dánae!<br />

¡Dime que es verdad!... Te quiero, Dánae... Te quiero—me<br />

encontré diciéndole con remordimientos y en<br />

busca <strong>de</strong> su comprensión por la insensatez <strong>de</strong> mi equívoco.<br />

Y al <strong>de</strong>cir esas palabras, me di cuenta que tenía el<br />

enorme cuchillo en mi mano y me asusté. Sentí que me<br />

quemaba, lo lancé lejos y me abracé a ella porque en esos<br />

difíciles momentos necesitaba trasmitirle todo mi amor.<br />

No sé por qué comencé a sentir mucho frío, un frío largo,<br />

sudoroso e imborrable. Lloré mansamente a su lado<br />

mientras ella fue recobrando el movimiento, la vida.<br />

***<br />

Por fin llegó el final <strong>de</strong>l rodaje <strong>de</strong> toda la película. Sin<br />

embargo, mi liberación ni mi <strong>de</strong>sahogo aparecieron. Por<br />

el contrario, la soledad <strong>de</strong>scolló y ya no me fue posible<br />

escapar <strong>de</strong> la confusión que iba creciendo en la misma<br />

medida que mi perplejidad.<br />

Como es bien sabido, el proceso que implica hacer una<br />

película no concluye con el fin <strong>de</strong>l rodaje. Por lo tanto,<br />

mi labor profesional me exigía continuar con la fase <strong>de</strong><br />

posproducción, que incluye el montaje, la sonorización,<br />

las mezclas, etc.... De manera que me metí <strong>de</strong> lleno en el<br />

trabajo, todavía teniendo que soportar el acecho <strong>de</strong> mis infinitas<br />

dudas que, agazapadas, continuaban suministrándome<br />

intranquilidad. Sin embargo, por lo menos, ahora sí<br />

171


<strong>Alejandro</strong> González-<strong>Geell</strong><br />

tenía una convicción: <strong>Estela</strong> era la causa <strong>de</strong>l estrago <strong>de</strong> mi<br />

felicidad.<br />

En lo particular y cotidiano, había asumido la dificultad<br />

<strong>de</strong> comunicación con mi esposa, y apenas nos hablábamos.<br />

Pero como tampoco podía eludir la necesidad<br />

<strong>de</strong> hallar la razón que nos impedía la comunicación, me<br />

rondaba la i<strong>de</strong>a <strong>de</strong> que Dánae también <strong>de</strong>bía estar influenciada<br />

por <strong>Estela</strong>. Con seguridad, esa perniciosa mujer<br />

había trastocado su vida. Ergo, la felicidad que habíamos<br />

conocido se fue alejando, igual que el humo <strong>de</strong> una<br />

hoguera que ar<strong>de</strong> a la intemperie en un día ventoso. Entonces,<br />

si no estaba dispuesto a renunciar a la vida feliz<br />

que antes había conseguido junto a mi Dánae, comprendí<br />

que no podía permanecer pasivo e irresoluto en esa patética<br />

situación. Así fue que <strong>de</strong>cidí a presentar batalla para<br />

conservar lo que me pertenecía. No había ninguna duda:<br />

¡Sí, tenía que hacer algo!<br />

172<br />

***<br />

¿Quién pue<strong>de</strong> <strong>de</strong>cir, sin engaño, que sus verda<strong>de</strong>ros<br />

sueños han sido plenamente realizados Creo que los que<br />

pudieran <strong>de</strong>clarar que lo han conseguido, si no mienten,<br />

suelen estar errados en su apreciación, o en cuanto al valor<br />

<strong>de</strong> sus aspiraciones. Con certeza digo: una afirmación<br />

así solo podría ser producto <strong>de</strong>l conformismo que tien<strong>de</strong> a<br />

aparecer con el paso <strong>de</strong>l tiempo, diluyendo con sutileza los<br />

sueños y anhelos que se van frustrando inexorablemente.<br />

Y pue<strong>de</strong> que, a veces, sea la fatiga y el cansancio que conlleva<br />

esa misma inacabable lucha por lograr las metas, aspiraciones<br />

o sueños personales, la que coadyuva a consolidar<br />

la renuncia a la propia esperanza <strong>de</strong> éxito. Y cuando esa<br />

renuncia se hace <strong>de</strong>finitiva, la vida se vacía y se hace estéril<br />

y exenta <strong>de</strong> cualquier posibilidad, para siempre.<br />

Des<strong>de</strong> luego creo que también es irrefutable que todos<br />

los individuos son rehenes <strong>de</strong> sus circunstancias y <strong>de</strong> los<br />

valores colectivos que condicionan sus vidas, en cada momento,<br />

sin ninguna excepción, igual que lo hacen las fir-


<strong>Estela</strong><br />

mes convicciones morales. De modo que es sintomático<br />

que siendo esto obvio, sólo algunos pocos parecen existir<br />

conscientes a esta realidad. Y es relevante que la inmensa<br />

mayoría se queda sin enfrentarse <strong>de</strong> forma radical a<br />

cualquier circunstancia adversa y <strong>de</strong>terminante, optando<br />

por el victimismo respecto <strong>de</strong> su realidad, ignorando que<br />

se pue<strong>de</strong> sucumbir por no asumir la responsabilidad <strong>de</strong><br />

conducir sus vidas. A muchos les basta con <strong>de</strong>s<strong>de</strong>ñar la<br />

fuerza <strong>de</strong> las circunstancias, <strong>de</strong> esos valores colectivos y<br />

la prisión <strong>de</strong> los prejuicios sociales y morales, para <strong>de</strong>jarse<br />

llevar por el acontecer como un corcho que flota a la <strong>de</strong>riva,<br />

sin nunca darse cuenta <strong>de</strong>l por qué su vida ha sido y<br />

sigue siendo lo que es, sin concebir que somos responsables<br />

<strong>de</strong> todo lo que nos ocurre y afecta.<br />

***<br />

En una imagen muy conseguida, incrustada en una<br />

<strong>de</strong> las pantallas sobre una mesa <strong>de</strong> edición <strong>de</strong> la sala <strong>de</strong><br />

montaje, aparecía <strong>Estela</strong> vestida con un traje apropiado<br />

a su estilo, soltando una mirada repleta <strong>de</strong> coquetería y<br />

sensualidad.<br />

Jaime, el montador que trabajaba conmigo, <strong>de</strong>tuvo esa<br />

imagen para pedirme la opinión.<br />

—¿Te parece mejor en este plano—me preguntó, a fin<br />

<strong>de</strong> elegir el plano que se iba a utilizar.<br />

—Vamos a ver... pon <strong>de</strong> nuevo el plano anterior—le<br />

dije vacilante.<br />

Jaime accionó los mandos <strong>de</strong>l Avid y apareció en la<br />

pantalla el plano solicitado. Allí volvía a estar <strong>Estela</strong>. La<br />

imagen similar, aunque más amplia, era el resultado <strong>de</strong><br />

otro plano con distinto encuadre <strong>de</strong> la misma escena. Jaime<br />

accionó las teclas <strong>de</strong>l or<strong>de</strong>nador para acomodar los<br />

fotogramas en el sitio <strong>de</strong>bido y le dio al “play”. En ese<br />

nuevo plano, <strong>Estela</strong> también estaba irresistible.<br />

173


<strong>Alejandro</strong> González-<strong>Geell</strong><br />

—Ya sé que te gusto... y aunque nunca me has dicho<br />

que me quieres... que me amas... estoy segura que te estás<br />

enamorando <strong>de</strong> mí—dijo la imagen <strong>de</strong> <strong>Estela</strong> como<br />

si estuviese mirándome, pero no podía apo<strong>de</strong>rarme <strong>de</strong><br />

esas palabras, pues tenían un único <strong>de</strong>stinatario: Pablo,<br />

su amante.<br />

—Está súper bien en los dos planos. Cualquiera te<br />

pue<strong>de</strong> valer—dijo Jaime, pensando en su labor y admirando<br />

a <strong>Estela</strong>.<br />

El comentario <strong>de</strong> Jaime no <strong>de</strong>jó <strong>de</strong> remover mis temores,<br />

porque la autenticidad <strong>de</strong> <strong>Estela</strong> significaba también<br />

una pérdida.<br />

—Sí, claro que sí—le respondí confundido—pero ahora<br />

no sé cuál elegir. Estoy cansado. Prefiero que mejor<br />

lo <strong>de</strong>cidamos mañana—me excusé atolondrado con ese<br />

poco veraz pretexto.<br />

En realidad, lo que necesitaba era alejarme <strong>de</strong> <strong>Estela</strong><br />

porque esa maldita mujer se inmiscuía por mis sentires y<br />

me disminuía en todos los sentidos.<br />

Jaime, como era lo propio, aceptó mi <strong>de</strong>cisión y prosiguió<br />

moviendo imágenes en el or<strong>de</strong>nador “Avid” <strong>de</strong> edición,<br />

a fin <strong>de</strong> ir avanzando en su cometido. Y yo abandoné<br />

la sala <strong>de</strong> montaje.<br />

En el parking <strong>de</strong>l estudio, subí a mi automóvil y<br />

arranqué para introducirme en la noche fría. Conduje<br />

largamente sin rumbo fijo, indagando por un sinfín <strong>de</strong><br />

cosas relacionadas con <strong>Estela</strong> y con Dánae, hasta que<br />

<strong>de</strong>semboqué en una calle poco concurrida. Divisé una<br />

cabina telefónica, cerca <strong>de</strong> una farola que iluminaba<br />

muy poco, y <strong>de</strong>tuve el coche porque quise hacer una llamada<br />

y antes había comprobado que mi móvil se había<br />

quedado sin carga, cosa que me sucedía ahora último<br />

con frecuencia.<br />

174


<strong>Estela</strong><br />

Entré en la cabina, luego marqué el número <strong>de</strong> casa<br />

y oí el sonido <strong>de</strong> la llamada. Dánae no tardó en respon<strong>de</strong>r.<br />

—¡Diga...! ¡diga... ...diga!—repitió agitada o nerviosa<br />

varias veces.<br />

Oía esas enervadas palabras y me mantuve en silencio<br />

hasta que escuché el ruido que se hizo cuando ella colgó.<br />

Anegado <strong>de</strong> dudas y <strong>de</strong> vacilaciones, puse el auricular<br />

en el cuerpo <strong>de</strong>l aparato con apreciable lentitud. Medité<br />

unos instantes y me dispuse a abandonar la cabina, pero<br />

finalmente no lo hice. Una amalgama <strong>de</strong> sentires rarísimos<br />

me indicó que <strong>de</strong>bía volver a realizar esa llamada. Y<br />

así lo hice.<br />

—¡Diga!—contestó Dánae ahora con <strong>de</strong>sgana y enfado.<br />

—¿<strong>Estela</strong>—pregunté con voz suave y pretendiendo<br />

disfrazar la mía, con la esperanza <strong>de</strong> disipar la más gran<strong>de</strong><br />

<strong>de</strong> mis dudas.<br />

—¿Antonio, eres tú—dijo ella sin negar su i<strong>de</strong>ntidad,<br />

y eso para mí no podía ser sino la confirmación <strong>de</strong> que<br />

<strong>Estela</strong> moraba también en mi casa.—¿Dón<strong>de</strong> estás—<br />

continuó ella y no pudo escuchar nada al otro lado <strong>de</strong>l<br />

hilo, pues yo solo pensaba. Pero insistió:<br />

—¿Vas a llegar pronto—dijo<br />

—¿Estás sola—le pregunté incisivo, <strong>de</strong> forma súbita.<br />

—Sí... ¿por qué...—respondió vacilante, como si retrocediera.<br />

—Por nada... déjalo...—terminé diciendo porque <strong>de</strong><br />

pronto me pareció tan <strong>de</strong>satinado aquel diálogo que llegué<br />

a avergonzarme <strong>de</strong> mi estupi<strong>de</strong>z.<br />

175


<strong>Alejandro</strong> González-<strong>Geell</strong><br />

Crucé la calle, me subí al coche y conduje en dirección<br />

<strong>de</strong> casa. Tardé más <strong>de</strong> 45 minutos en llegar, lo que me<br />

<strong>de</strong>mostró que había estado bastante lejos.<br />

Dánae dio un sobresalto al oírme entrar, aun cuando<br />

había abierto la puerta con cuidado y, por qué no, con<br />

<strong>de</strong>lica<strong>de</strong>za.<br />

—Hola, mi amor, ¿qué tal estás—le dije, con un tono<br />

cariñoso y le di un beso en la frente, pero creo que ella lo<br />

recibió incierta.<br />

—Hola. Yo estoy bien... ¿y tú—me dijo con voz medrosa,<br />

aunque me dio la impresión que pretendía mostrar<br />

normalidad.<br />

—Muy bien. Hoy hemos avanzado bastante en el montaje—le<br />

conté <strong>de</strong>spreocupado—¿Tienes algo <strong>de</strong> comer...<br />

vengo hambriento—dije y me quité el abrigo <strong>de</strong> cuero.<br />

—Como no sabía a qué hora ibas a llegar, no he preparado<br />

nada. Pero si quieres te hago un filete—dijo ella,<br />

como si esperase alguna reacción mía.<br />

—Bueno, házmelo en un bocadillo, por favor—le respondí<br />

agra<strong>de</strong>cido.<br />

Dánae se levantó enseguida y se dirigió a la cocina.<br />

Recuerdo que me pareció que se hallaba a la expectativa<br />

y, acaso, algo <strong>de</strong>sconfiada. Pero no lo tuve en cuenta y<br />

encendí el aparato estéreo y puse una música agradable.<br />

Luego me dirigí al escritorio en busca <strong>de</strong> mi cuchillo <strong>de</strong><br />

caza. Con el arma llegué al umbral <strong>de</strong> la puerta <strong>de</strong> la cocina<br />

don<strong>de</strong> Dánae estaba preparando el filete. La observé<br />

profundamente, sin <strong>de</strong>jar <strong>de</strong> jugar con el peligroso cuchillo,<br />

que ya manejaba con <strong>de</strong>streza.<br />

—Hace tiempo que no vamos al cine ¿te apetece ir<br />

esta noche—le dije.<br />

176


<strong>Estela</strong><br />

—No lo sé...—dudó ella y me miró—Bueno, pero si<br />

tú quieres, invitaré a Ximena—agregó recelosa y con voz<br />

en<strong>de</strong>ble, como si midiera sus palabras. Y cuando terminó<br />

la frase, sus ojos se <strong>de</strong>tuvieron en el cuchillo que pasaba<br />

<strong>de</strong> una <strong>de</strong> mis manos a la otra.<br />

—Vale, llámala—le dije y continué observándola mientras<br />

ella terminaba <strong>de</strong> hacer el bocadillo.<br />

Una vez que finalizó, por propia iniciativa, <strong>de</strong>stapó<br />

una cerveza para acompañar mi frugal cena.<br />

Aquella atención me recordó nuestro pasado y la recibí<br />

con una ligera alegría, porque no la esperaba. Con el bocadillo<br />

y la cerveza sobre una ban<strong>de</strong>ja, me fui a sentar en uno <strong>de</strong><br />

los sillones y me instalé a comer con apetito. Dánae cruzó<br />

frente a mí, como suspendida en el aire, sin hacer ningún<br />

ruido, hasta el teléfono y marcó el número <strong>de</strong> Ximena. Esperó<br />

y <strong>de</strong>jó que sonara la llamada, pero nadie le contestó.<br />

—¿La has llamado a su casa—le pregunté, al ver que<br />

colgó sin haber dicho nada.<br />

—Sí, parece que ha salido—dijo con pesar.<br />

—¿Y por qué no llamas al móvil Es más seguro.—le<br />

sugerí para que encontrara a su amiga.<br />

—A veces lo tiene apagado—respondió, pero marcó el<br />

número <strong>de</strong>l teléfono móvil <strong>de</strong> su amiga.<br />

Al parecer, efectivamente estaba apagado y <strong>de</strong>bió haber<br />

saltado el buzón <strong>de</strong> voz. Si fue así, Dánae no <strong>de</strong>jó<br />

ningún mensaje.<br />

—Si prefieres, nos quedamos en casa. Hace tiempo que no<br />

hacemos el amor—le propuse, y ella me miró sin respon<strong>de</strong>r.<br />

177


<strong>Alejandro</strong> González-<strong>Geell</strong><br />

E hicimos el amor. Decirlo así suena bien, pero es solamente<br />

una forma <strong>de</strong> hablar porque lo que hicimos no<br />

fue ni una semblanza <strong>de</strong> nuestros encuentros sexuales anteriores<br />

a esta funesta etapa. Ocurrió <strong>de</strong> un modo frío y<br />

mecánico. Fue un acto físico, sin más, exento <strong>de</strong> cualquier<br />

entrega. Sentí que ella aceptó el hecho porque no se atrevió<br />

a rechazarme. Me dolió que así fuera. Me sentí como<br />

el marido <strong>de</strong> una esposa resignada y obediente que asume<br />

con servidumbre y sumisión el débito conyugal. De<br />

manera que el resultado no pudo ser más frustrante y su<br />

actitud fue un golpe bajo a mi hombría porque ni la voluntad<br />

ni mi empeño consiguieron <strong>de</strong>spertar su <strong>de</strong>seo. Mi<br />

cabeza caviló rápido y no me cupo duda que el <strong>de</strong>terioro<br />

<strong>de</strong> nuestra relación tenía en <strong>Estela</strong> su principal causa. Sí,<br />

esa miserable mujer también estaba perjudicando a mi<br />

Dánae. Lo tenía claro puesto que antes <strong>de</strong> su aparición<br />

en nuestras vidas, nunca había ocurrido algo similar, ni<br />

por asomo.<br />

Durante las semanas posteriores estuve muy ocupado<br />

con el difícil montaje <strong>de</strong> la película. Como en un mal sueño,<br />

al componer las escenas con las imágenes que se habían<br />

rodado, ineludiblemente tenía ante mis ojos a <strong>Estela</strong><br />

que no cejaba nunca <strong>de</strong> entretejer su maligna telaraña.<br />

Las citas <strong>de</strong> <strong>Estela</strong> con Pablo, su amante, vulneraban<br />

cualquier ética o moral. Asimismo, minaban mi estoica<br />

resistencia puesto que, atormentado, tenía que consentir<br />

las dulces mentiras que con felonía le contaba al pobre<br />

Esteban, su marido. ¡<strong>Estela</strong> era tan inmoral como falsa<br />

y perversa!.. Y esta afirmación no es una calumnia. Los<br />

hechos me facultan a calificarla <strong>de</strong> este modo. ¡Cuánta<br />

capacidad poseía aquella mujer para enredar y sacar provecho<br />

<strong>de</strong> la maraña!<br />

El montaje <strong>de</strong>l film, esa otra penitencia que me había<br />

<strong>de</strong>parado el <strong>de</strong>stino, estaba llegando a su fin. Uno <strong>de</strong> los últimos<br />

días que estuve trabajando en el Avid, junto a Jaime,<br />

el montador, el whisky me había estado acompañado a lo<br />

largo <strong>de</strong> la tar<strong>de</strong> para proveerme <strong>de</strong> un poco más <strong>de</strong> valor.<br />

178


<strong>Estela</strong><br />

En un <strong>de</strong>scanso, invité a Jaime a beber otra copa en el<br />

bar <strong>de</strong>l estudio. Aceptó la invitación porque no había bebido<br />

nada en el transcurso <strong>de</strong> la tar<strong>de</strong> y quizás pensó que no le<br />

vendría mal. Proponerle el <strong>de</strong>scanso y <strong>de</strong>splazarnos hasta el<br />

bar fue ante todo una excusa. En efecto, lo que necesitaba era<br />

escabullirme <strong>de</strong> la zozobra y alejarme <strong>de</strong>l asedio <strong>de</strong> <strong>Estela</strong>.<br />

En esta última etapa, el whisky había sido un buen<br />

colaborador que me ayudaba a soportar las imágenes <strong>de</strong><br />

<strong>Estela</strong> que me ofendían sin pausa. Es verdad que a esas alturas<br />

<strong>de</strong>l montaje, el alcohol formaba parte <strong>de</strong> mi <strong>de</strong>fensa.<br />

Me proporcionaba una singular protección que aplacaba la<br />

amenaza <strong>de</strong> insurrección <strong>de</strong> mis sentires. De modo que tenía<br />

por costumbre beber un par <strong>de</strong> copas en cada jornada.<br />

Y no se crea que me escudaba en la bebida, sino que ésta<br />

me ayudaba a conservar la calma, me permitía mostrarme<br />

seguro y reforzaba mi luci<strong>de</strong>z para enfrentar la terrible verdad<br />

que se manifestaba en esas adversas imágenes.<br />

Con el montaje llegué al convencimiento <strong>de</strong> que <strong>Estela</strong><br />

había entrado en nuestras vidas como el virus <strong>de</strong> una<br />

perniciosa enfermedad que, en principio, estuvo algo aletargado,<br />

pero luego maduró y se manifestó con saña para<br />

ir arruinando el cuerpo sano <strong>de</strong>l amor y la felicidad.<br />

***<br />

<strong>Estela</strong> estaba bellísima, mirando por el ventanal <strong>de</strong>l<br />

salón <strong>de</strong> la casa <strong>de</strong> campo. Había querido invitar a su<br />

amante para pasar la tar<strong>de</strong> juntos. Aprovechaba la ausencia<br />

<strong>de</strong> su marido, a causa <strong>de</strong> sus múltiples activida<strong>de</strong>s<br />

empresariales, para seguir agregando afrentas a la lealtad.<br />

Pablo, el amante, había recibido la invitación <strong>de</strong> <strong>Estela</strong>, y,<br />

atrapado por su embrujo como estaba, no le cupo la posibilidad<br />

<strong>de</strong> rechazar esa ocasión tan propicia. De modo<br />

que esa tar<strong>de</strong> llegó puntual a la cita.<br />

Nada más entrar, Pablo dio los pasos que necesitó para<br />

cogerla ansioso por la cintura y ella, modosa, se <strong>de</strong>jó. Lue-<br />

179


<strong>Alejandro</strong> González-<strong>Geell</strong><br />

go, <strong>Estela</strong> se giró y cruzó sus brazos <strong>de</strong>trás <strong>de</strong>l cuello <strong>de</strong> su<br />

amante, pegando su cuerpo a él. Lo miró con la mirada <strong>de</strong><br />

las mujeres enamoradas, o <strong>de</strong> las que quieren <strong>de</strong>mostrar<br />

que lo están. Al contraluz, se recortaba una romántica<br />

silueta con la pareja como protagonista. Por mi parte, si<br />

hubiera podido separarme <strong>de</strong> mis rencores, quizás también<br />

hubiera podido admirar esa bella imagen, llena <strong>de</strong><br />

amor y ternura. Decir lo contrario sería faltar a la verdad.<br />

—Me alegro que hayas podido venir, mi amor—le dijo,<br />

junto a un medio beso que Pablo no pudo conseguir completo,<br />

aunque lo intentó.<br />

—Cuesta negarse a una invitación tuya. Tanto que no<br />

me importa el riesgo—le dijo él, ilusionado.<br />

—Te quiero, Pablo. Ahora sí que estoy segura—le replicó<br />

para echar más leña al fuego <strong>de</strong> Pablo, como si no<br />

quisiera que pensara en el riesgo.<br />

—Me gusta oírtelo <strong>de</strong>cir—dijo él, entregado, y <strong>Estela</strong><br />

lo besó con ganas.<br />

—¿Tu marido no sospecha nada <strong>de</strong> lo nuestro—le<br />

preguntó con lógico temor y una culpa inconsciente repiqueteándole<br />

en algún lugar <strong>de</strong> su conciencia.<br />

—No, mi amor. No te preocupes más por eso. Yo sé<br />

arreglármelas. Y recuerda que le conozco muy bien.<br />

—Ya lo sé—dijo Pablo.<br />

—Amor, quiero que ahora lo olvi<strong>de</strong>s—continuó <strong>Estela</strong>,<br />

uniéndose aún más a él—¡Solo sé que me gusta estar<br />

contigo!—agregó.<br />

—¿Has hecho el amor con él últimamente—le preguntó<br />

Pablo, celoso, inseguro, mostrando su <strong>de</strong>bilidad.<br />

180


<strong>Estela</strong><br />

—Pero, cariño, eso no me lo preguntes—se escabulló<br />

<strong>Estela</strong>.<br />

—Necesito que me lo digas—insistió Pablo.<br />

—Recuerda que también soy su esposa. Pero créeme,<br />

contigo es muy distinto—le contestó <strong>Estela</strong> con convicción<br />

y cinismo ligados a un mismo tronco, y sin dilación<br />

lo acalló con un beso apasionado. Pablo la apretó contra<br />

su cuerpo, <strong>de</strong>jando al mismo tiempo que sus manos la<br />

acariciaran por encima <strong>de</strong>l vestido <strong>de</strong> fina tela, con lo que<br />

daba por válida su respuesta.<br />

Fue en ese preciso instante cuando <strong>de</strong>cidí distanciarme<br />

<strong>de</strong> <strong>Estela</strong> e invitar a Jaime a beber una copa en el bar <strong>de</strong>l<br />

estudio. Mi resistencia se iba agrietando a pasos agigantados<br />

y un poco más <strong>de</strong> alcohol me ayudaría a soportar ese<br />

<strong>de</strong>terioro algo mejor. La causa ahora radicaba en el nulo<br />

remordimiento que mostraba esa maldita mujer. Por más<br />

que lo esperaba, no había modo que le apareciese un mínimo<br />

atisbo <strong>de</strong> culpa, o que al menos mostrase un poco<br />

<strong>de</strong> respeto por el hombre que la <strong>de</strong>sposó en la creencia <strong>de</strong><br />

haberlo hecho con una mujer leal y honesta.<br />

En el bar <strong>de</strong>l estudio no había muchas personas. El<br />

montador y yo bebimos en medio <strong>de</strong> una charla intrascen<strong>de</strong>nte.<br />

Después <strong>de</strong> terminar su copa, Jaime quiso volver<br />

al trabajo. Yo elegí quedarme en compañía <strong>de</strong> mi drama.<br />

Bebí otro par <strong>de</strong> copas más hasta que logré apaciguarme<br />

y, entonces, volví a la sala <strong>de</strong> montaje para enfrentarme<br />

<strong>de</strong> nuevo a las imágenes. Allí encontré a Jaime manipulando<br />

el teclado <strong>de</strong>l Avid con experimentada rapi<strong>de</strong>z. Las<br />

imágenes en una <strong>de</strong> las pantallas pasaban <strong>de</strong> prisa hasta<br />

que se <strong>de</strong>tuvo en una <strong>de</strong> <strong>Estela</strong>. Yo estaba calmo y, a <strong>de</strong>cir<br />

verdad, algo bebido. Jaime me preguntó mi parecer acerca<br />

<strong>de</strong> aquel plano. Lo miré pero no dije nada, y, ante mi silencio,<br />

retomó los mandos para poner otro similar con la<br />

intención que eligiera. Permanecí contemplando a <strong>Estela</strong><br />

quedadamente, como si estuviera cautivado por su hechizo<br />

y como si la estudiara al mismo tiempo. Reconozco<br />

181


<strong>Alejandro</strong> González-<strong>Geell</strong><br />

que tampoco pu<strong>de</strong> <strong>de</strong>jar <strong>de</strong> admirar su belleza. Y puesto<br />

que Jaime esperaba mi elección, le or<strong>de</strong>né que fuera poniendo<br />

alternativamente los dos planos con la imagen <strong>de</strong><br />

esa mujer funesta. Quería mirarlas una y otra vez con el<br />

propósito <strong>de</strong> <strong>de</strong>scubrir algo en ella que me orientara en<br />

cuanto a sus pensamientos y propensiones. En esa tarea<br />

estaba cuando algo similar a una etérea advertencia atravesó<br />

por mi cabeza. Sentí que tenía que llamar a casa en<br />

ese preciso momento, antes que fuera <strong>de</strong>masiado tar<strong>de</strong>.<br />

Fue como si ella misma me lo quisiera comunicar.<br />

—Está genial en los dos planos—comentó Jaime, cuando<br />

yo estaba ocupado con el otro asunto.<br />

—No lo sé, Jaime. Espérame, tengo que hacer una llamada—le<br />

dije y abandoné la sala con un vaso <strong>de</strong> whisky<br />

a medio llenar en mis manos.<br />

Sorbí un trago más antes <strong>de</strong> realizar la llamada <strong>de</strong>s<strong>de</strong><br />

mi móvil pero allí no tenía cobertura. Proferí dos o tres<br />

improperios en voz alta y me encaminé hacia el teléfono<br />

público que había en el pasillo <strong>de</strong>l estudio.<br />

Disqué el número <strong>de</strong> casa y esperé, pero nadie me contestó.<br />

Desconcertado, corté para marcar con prisa ahora<br />

el número <strong>de</strong>l móvil <strong>de</strong> Dánae, que comenzó a sonar con<br />

el típico sonido intermitente <strong>de</strong> llamada. Lo mantuve llamando<br />

pues tenía que respon<strong>de</strong>r y <strong>de</strong>cirme por qué no<br />

estaba en casa. Al cabo <strong>de</strong> un rato, no me quedó más<br />

remedio que aceptar que este intento tampoco tuviera<br />

éxito. Pero no quise rendirme sin más, y volví a llamar<br />

al teléfono <strong>de</strong> casa. Esta vez, <strong>de</strong>jé que el teléfono sonara<br />

mucho más <strong>de</strong> lo habitual. Estaba <strong>de</strong>cidido a insistir<br />

hasta que lo cogiera. Ella tenía que estar en casa. Entretanto,<br />

me exasperaba su excesiva tardanza. ¡Y por fin me<br />

respondió!<br />

—¿Por qué has tardado tanto en contestar—le dije,<br />

precipitado, nada más oír su voz.<br />

182


<strong>Estela</strong><br />

—Perdona, pero estaba <strong>de</strong>spidiendo a Larry—me respondió<br />

como si esa fuera una disculpa.<br />

—¿Has dicho que Larry está en mi casa—le pregunté,<br />

atónito y atropelladamente, sin ocultar que la noticia me<br />

había roto.<br />

—Acaba <strong>de</strong> irse. Te ha <strong>de</strong>jado muchos saludos. Mañana<br />

regresa a Londres—me dijo, creo que con voluntad <strong>de</strong><br />

agradar.<br />

Mi mente comenzó a trabajar con urgencia. Si esa visita,<br />

planeada a mis espaldas, había ocurrido precisamente<br />

en mi ausencia, la cantidad <strong>de</strong> <strong>de</strong>talles que me daba<br />

no tenía otro cometido que <strong>de</strong>sviar mi atención sobre lo<br />

substancial. Pero eso no funcionaba conmigo porque estoy<br />

convencido que los excesos <strong>de</strong> explicaciones, en lugar<br />

<strong>de</strong> servir <strong>de</strong> atenuante, siempre revelan un componente<br />

<strong>de</strong> culpa o preten<strong>de</strong>n ocultar algo.<br />

—¿Acaso siempre aprovecha mis ausencias para visitarte—le<br />

espeté, sin pensar que podía estar mostrando<br />

fragilidad y una cierta inseguridad.—Dímelo rápido ¿a<br />

quién vino a ver—terminé casi gritando, sin importarme<br />

nada.<br />

—Pero, Antonio, pensé que te gustaría saber que vino<br />

a <strong>de</strong>spedirse <strong>de</strong> nosotros antes <strong>de</strong> volver a su país—me<br />

respondió ella, y, como ya la conozco muy bien, consi<strong>de</strong>ré<br />

que trataba <strong>de</strong> confundirme con argumentos envueltos <strong>de</strong><br />

suavidad y que suenan razonables.<br />

—Ya no hay dudas. Está claro que no podéis pasar<br />

mucho tiempo sin veros.—le dije tan convencido como<br />

entristecido.<br />

—Antonio, por favor, cálmate. Ya hablaremos, cuando<br />

vengas...—me dijo ella con nerviosismo.<br />

183


<strong>Alejandro</strong> González-<strong>Geell</strong><br />

Enseguida pensé que eludía la conversación, que pretendía<br />

ganar tiempo y así preparar su estrategia, únicamente<br />

porque no tenía una respuesta que la absolviera.<br />

—¡No tengo nada que hablar contigo! ¡Eres una grandísima<br />

puta!—le grité enfurecido y colgué.<br />

Lo hice con un golpe enérgico, aunque el teléfono no<br />

fuera responsable <strong>de</strong> nada. A causa <strong>de</strong> la fuerza, el auricular<br />

rebotó y se cayó <strong>de</strong>l receptáculo para quedar colgando,<br />

balanceándose en el aire como un péndulo.<br />

A continuación, me quedé mirando el suelo, y cuando<br />

me di cuenta que aún tenía el vaso <strong>de</strong> whisky en mi mano<br />

lo apuré <strong>de</strong> un trago, hasta agotar su contenido. Y en lugar<br />

<strong>de</strong> retornar a la sala <strong>de</strong> montaje, enfilé mis pasos hacia<br />

el bar. Allí, <strong>de</strong>posité la copa vacía sobre el mostrador y<br />

le pedí al camarero que me la rellenase. Luego, como un<br />

ausente, me retiré a una <strong>de</strong> las escasas mesas, enterrado<br />

entre la <strong>de</strong>sesperanza y el <strong>de</strong>sconsuelo.<br />

Lo que estaba viviendo no lo podía compren<strong>de</strong>r, y menos<br />

aceptar. El amante y mi esposa tenían el <strong>de</strong>scaro <strong>de</strong><br />

verse en mi propia casa. Era muy <strong>de</strong>nigrante. Y <strong>de</strong>spués<br />

<strong>de</strong> razonarlo, concluí que ese hecho, más allá <strong>de</strong> cualquier<br />

otra consi<strong>de</strong>ración, significaba que ellos no me tenían el<br />

menor respeto y que tampoco les importaba menoscabar<br />

mi dignidad <strong>de</strong> hombre.<br />

Con paciencia seguí reflexionando. Y esta vez concluí<br />

que <strong>Estela</strong> ejercía sobre mi Dánae una poco conveniente<br />

o, mejor digamos las cosas por su nombre, una nefasta<br />

influencia. La había llegado a conocer tan a fondo que<br />

no dudé que había caído en sus garras. De manera que,<br />

<strong>de</strong>spués <strong>de</strong> sopesar esta opresiva y asfixiante situación,<br />

dado que nuestra <strong>de</strong>sgracia tenía en <strong>Estela</strong> su exclusiva<br />

fuente, llegué a la única conclusión posible: atacar el mal<br />

en su raíz. Era la única salida. Igual que el cielo tras una<br />

184


<strong>Estela</strong><br />

tormenta <strong>de</strong> verano, mi razón se esclareció y empecé a ver<br />

las cosas mucho más nítidas.<br />

Sonreí y, antes <strong>de</strong> dar fin a mi copa, le pedí al camarero<br />

que me sirviese otra para llevármela conmigo. Volví a la<br />

sala <strong>de</strong> montaje para reasumir mi responsabilidad con el<br />

trabajo. Entré con la nueva copa servida <strong>de</strong> abundante<br />

whisky con un par <strong>de</strong> pedruscos <strong>de</strong> hielo. Jaime estaba<br />

trabajando concentrado en las escenas <strong>de</strong> la película.<br />

—Vamos a ver, amigo Jaime... hay que terminar esta<br />

película <strong>de</strong> una puta vez... ¿Con cuál escena estás—le<br />

pregunté con voz <strong>de</strong>cidida y pue<strong>de</strong> que mis palabras se<br />

arrastraran un poco a causa <strong>de</strong> los efectos <strong>de</strong>l alcohol.<br />

—En la escena “35”. La tengo montada—me dijo Jaime,<br />

sin más comentarios.<br />

Jaime manipuló el Avid y las imágenes pasaron con<br />

bastante rapi<strong>de</strong>z hasta que se <strong>de</strong>tuvieron en una <strong>de</strong>l comienzo<br />

<strong>de</strong> la escena 35. Dio paso también a los canales<br />

<strong>de</strong> audio para que pudiera verlas con el sonido correspondiente.<br />

—Te la pondré con sonido. La apreciarás mejor—dijo<br />

con profesionalidad.<br />

Le <strong>de</strong>volví un gesto <strong>de</strong> aprobación, y Jaime terminó <strong>de</strong><br />

hacer los últimos arreglos antes <strong>de</strong> dar marcha a la escena.<br />

—Ahí tienes la 35. A ver si te gusta como ha quedado—dijo,<br />

y sus palabras, no sé por qué, las percibí como<br />

un <strong>de</strong>safío.<br />

En la pantalla principal <strong>de</strong>l Avid aparecieron <strong>Estela</strong><br />

y Pablo. Estaban en completa <strong>de</strong>snu<strong>de</strong>z, encima <strong>de</strong> una<br />

amplia cama, dispuestos a satisfacer sus ansias <strong>de</strong> amor y<br />

sexo... Pablo besaba afanoso la apetitosa boca <strong>de</strong> la hembra<br />

185


<strong>Alejandro</strong> González-<strong>Geell</strong><br />

que, con sus gemidos, parecía suplicarle que lo hiciera. Fue<br />

aquel un beso continuado, largo e inquietante... A partir <strong>de</strong><br />

ese beso, lejos <strong>de</strong> cualquier escrúpulo, los amantes comenzaron<br />

a restregarse entre sí, empujando y apretando sus<br />

cuerpos esbeltos, con un <strong>de</strong>seo indomable que se les <strong>de</strong>sbocó,<br />

igual que lo hicieron sus irreprimibles fogosida<strong>de</strong>s.<br />

Pablo comenzó a recorrerla con su boca por el cuello, por<br />

sus pechos hermosos y erguidos que parecían agra<strong>de</strong>cer y<br />

pedir aún más... La ávida boca <strong>de</strong> Pablo <strong>de</strong>scendió por el<br />

vientre <strong>de</strong> esa mujer que estaba internándose en la niebla<br />

agradable <strong>de</strong>l <strong>de</strong>seo bajo la tutela <strong>de</strong> su libido al rojo, que<br />

tenía el placer como la única meta... Y la boca <strong>de</strong>l experto<br />

amante llegó a los aledaños <strong>de</strong> su sexo y ralentizó el avance<br />

para disfrutar ahora con una aproximación más lenta...<br />

cuando alcanzó los bor<strong>de</strong>s <strong>de</strong>licados <strong>de</strong> ese precioso sexo,<br />

se abocó a besarlo quedadamente y a veces acrecentando<br />

la intensidad... En el rostro <strong>de</strong> <strong>Estela</strong> se esbozaban gestos<br />

en los que se podía leer el goce y el singular <strong>de</strong>leite que le<br />

producían las caricias <strong>de</strong> su amante... Y entonces surgieron<br />

sugestivos y lascivos gemidos <strong>de</strong> <strong>Estela</strong>, que casi no podía<br />

resistir las oleadas persistentes <strong>de</strong> placer que le llegaban<br />

<strong>de</strong>s<strong>de</strong> no sabía dón<strong>de</strong>... tampoco le importaba saberlo y<br />

resistía con lascivia el asedio <strong>de</strong> esa <strong>de</strong>liciosa constancia...<br />

Asimismo sus gestos se unieron a movimientos inquietos<br />

que exhibían un superlativo erotismo, que era generador<br />

<strong>de</strong> más pasión a la pasión...<br />

Durante el visionado <strong>de</strong> la escena, mi concentración<br />

no <strong>de</strong>sertaba, como tampoco lo hacía mi angustia. Ambas,<br />

me aislaban hasta que tomé conciencia <strong>de</strong> la cercanía<br />

<strong>de</strong> Jaime que al parecer notó que algo me ocurría. Me<br />

avergoncé y traté que no se diera cuenta <strong>de</strong> mi verdad<br />

en esos instantes. Y, entonces, me entró una <strong>de</strong>sesperación<br />

que oculté y me quedé muy quieto, sin apartar mis<br />

ojos <strong>de</strong> la escena. Y aquello era tanto que, incluso, no me<br />

reconocía en mi pasividad ni la irresolución frente a tal<br />

vejación. No podía compren<strong>de</strong>r cómo me permitía seguir<br />

observando tal escena. En mis a<strong>de</strong>ntros me critiqué con<br />

suma dureza por no impedir que aquello sucediera. ¡Pero<br />

en qué clase <strong>de</strong> hombre me estaba convirtiendo!<br />

186


<strong>Estela</strong><br />

***<br />

... <strong>Estela</strong> seguía inmersa en una <strong>de</strong>nsa nube <strong>de</strong> placer<br />

que su experto amante le procuraba y que se esparcía por<br />

toda su sensibilidad erótica... <strong>Estela</strong> se removía y sentía que<br />

sus músculos se contraían y se soltaban con intermitencia...<br />

Pablo disfrutaba <strong>de</strong> los espasmos involuntarios que el goce<br />

le producía a la hembra y trató <strong>de</strong> sujetarla mientras ella le<br />

acosaba con sus manos y brazos en una petición alocada<br />

<strong>de</strong> cercanía... y <strong>de</strong>cidió <strong>de</strong>jarse llevar y subir para acoplarse<br />

a ella y buscó entonces su rostro que, enfebrecido, exponía<br />

muecas inconexas que eran señales <strong>de</strong>l efecto <strong>de</strong> un enorme<br />

placer sicalíptico... la observó una fracción <strong>de</strong> tiempo y la<br />

cogió con fuerza para acercar su boca ansiosa y provocadora<br />

a la suya... las bocas <strong>de</strong> los amantes se volvieron a encontrar<br />

en un beso <strong>de</strong>sor<strong>de</strong>nado e intenso, que apagó algunas medias<br />

palabras y algunos gemidos que apuraban su salida...<br />

... En la posición que estaban los amantes, a merced <strong>de</strong><br />

sus apremiantes libidos, sus cuerpos colaboraron para hacer<br />

mágicamente fácil cualquier intento amoroso. Y Pablo<br />

la penetró con profundidad y el cálido habitáculo femenino<br />

se amoldó ajustadamente al anhelado y vigoroso huésped...<br />

<strong>Estela</strong> acusó gozosa la magnífica penetración y lo <strong>de</strong>mostró<br />

con un gesto voluptuoso e in<strong>de</strong>scriptible... Los cuerpos reiniciaron<br />

el combate... se empujaban entre sí, buscando coger<br />

un compás que recuperaron tantas veces como perdieron...<br />

ya <strong>de</strong>sbordados todos los límites, los amantes se disfrutaban<br />

aun habiendo extraviado la noción <strong>de</strong> tiempo y realidad...<br />

Solo obe<strong>de</strong>cían a sus instintos y a lo que el goce era capaz <strong>de</strong><br />

or<strong>de</strong>nar... Las manos <strong>de</strong> aquella hembra arrebatada acariciaron<br />

y arañaron la espalda <strong>de</strong>l macho que insistía en su afán<br />

<strong>de</strong> darle más placer y encontrar con ello su placer... hasta<br />

que en el rostro <strong>de</strong> <strong>Estela</strong> se marcó el éxtasis... los gemidos<br />

y grititos podían <strong>de</strong>scribir con exactitud y suficiencia las orgásmicas<br />

sensaciones que en ella se estaban asentando...<br />

—¡Estoy hasta los huevos <strong>de</strong> <strong>Estela</strong>!... ¡Hija <strong>de</strong> la grandísima<br />

puta!—grité <strong>de</strong> repente y con rotundidad y me<br />

levanté enérgicamente <strong>de</strong> mi silla.<br />

187


<strong>Alejandro</strong> González-<strong>Geell</strong><br />

Esas frases fueron como un <strong>de</strong>sahogo <strong>de</strong> la tensión,<br />

aunque no tuvieran la intención <strong>de</strong> compartir mis penurias<br />

con Jaime, que se percató <strong>de</strong> que mi conducta correspondía<br />

a un gran disgusto y <strong>de</strong>tuvo las imágenes.<br />

—Si quieres, lo <strong>de</strong>jamos, Antonio...—me dijo, porque,<br />

a<strong>de</strong>más, notó que no estaba muy en condiciones <strong>de</strong> trabajar.<br />

—¡No, no, que digo qué no!... Sigamos... Hay que terminar<br />

esta mierda. ¡Quiero que se sepa que <strong>Estela</strong> es una<br />

gran puta!... ¡sigue!...—le or<strong>de</strong>né empecinado y me senté<br />

<strong>de</strong> nuevo en la silla.<br />

Jaime obe<strong>de</strong>ció y aceptó continuar. Las imágenes se<br />

pusieron otra vez en marcha.<br />

Volvió a aparecer <strong>Estela</strong>, que seguía disfrutando <strong>de</strong>l<br />

amor y <strong>de</strong>l sexo con su amante. Con valentía, me concentré<br />

en el rostro extasiado y gozoso <strong>de</strong> <strong>Estela</strong>, cuya imagen<br />

se me grabó en el odio, justo don<strong>de</strong> se acumulaban todos<br />

mis otros rencores.<br />

Había pasado la media noche cuando abandoné el estudio<br />

<strong>de</strong> montaje. Pese al abundante consumo etílico, mi<br />

estado no me impedía coordinar con relativo dominio la<br />

mayor parte <strong>de</strong> mis movimientos. Y así conduje mi coche,<br />

sin percance alguno, por las calles <strong>de</strong> la cuidad semi vacía.<br />

Era una noche <strong>de</strong>sapacible, hacía bastante frío y una inminente<br />

niebla se <strong>de</strong>lataba amenazante. Como si huyera,<br />

conduje con prisa por llegar a ninguna parte, con la vista<br />

perdida y clavada en el camino. Y aunque parecía concentrado<br />

en la conducción, mi cabeza hervía en torno a una<br />

sola i<strong>de</strong>a, que se alimentaba con las imágenes in<strong>de</strong>lebles <strong>de</strong><br />

<strong>Estela</strong>. Esas imágenes lacerantes se paseaban por mi mente<br />

en un anárquico mosaico. Apremiado y, <strong>de</strong>s<strong>de</strong> luego, sobrepasado,<br />

intenté mover la cabeza <strong>de</strong> lado a lado con energía<br />

para sacudirlas y así reducir el espantoso tormento.<br />

188


<strong>Estela</strong><br />

—¡Hasta cuándo, <strong>Estela</strong>... hasta cuándo...!—grité <strong>de</strong><br />

repente rompiendo el silencio, y me sentí <strong>de</strong>rrotado.<br />

No recuerdo cuanto tiempo pasé conduciendo hasta<br />

que <strong>de</strong>tuve el coche en un barrio apartado. Descendí y<br />

caminé a la espera <strong>de</strong> una serenidad que no me llegaba.<br />

Deambulé por un par <strong>de</strong> calles estrechas en busca <strong>de</strong><br />

nada, solo <strong>de</strong> mi paz. Sin haberla encontrado, <strong>de</strong>sesperanzado,<br />

tomé dirección <strong>de</strong> retorno y, al girar en una esquina,<br />

cerca <strong>de</strong>l coche, <strong>de</strong>scubrí la puerta <strong>de</strong> un club-bar. Un<br />

letrero luminoso indicaba su nombre y aún permanecía<br />

abierto. Sin vacilar, entré porque pensé que mi aflicción<br />

requería otra copa. Me encontré con el ambiente típico<br />

<strong>de</strong> este tipo <strong>de</strong> bares en que los clientes dialogan con las<br />

prostitutas que les escuchan con fingida atención y falsa<br />

coquetería. La intención no es otra que hacerles consumir<br />

y, a su vez, ser invitadas, como exige su rigor profesional,<br />

a fin <strong>de</strong> nutrir su peculio. También en esos iterados diálogos<br />

existe la posibilidad eventual <strong>de</strong>l comercio <strong>de</strong> sexo,<br />

siempre presente en sus condiciones <strong>de</strong> meretrices. A esas<br />

horas, había varias mujeres y muy pocos parroquianos.<br />

Después <strong>de</strong> otear el panorama, me dirigí a la barra y me<br />

senté en uno <strong>de</strong> los taburetes <strong>de</strong>socupados. Y sin medir la<br />

intensidad <strong>de</strong> mi voz, pedí una copa.<br />

—¡Eh, tú ven!... Ponme una copa y tú bebe lo que quieras,<br />

yo te invito—le dije a una <strong>de</strong> esas mujeres que se me<br />

acercó con una sonrisa que quería <strong>de</strong>mostrar simpatía.<br />

—Gracias, guapo—me dijo y le pidió al camarero dos<br />

copas, que nos sirvió con presteza.<br />

Miré a la prostituta que era bastante agraciada, incluso<br />

con su excesivo maquillaje. Al mirarla se me ocurrió<br />

hacerle una broma.<br />

—¿Sabes una cosa... Tú te pareces a mi mujer—le<br />

dije, para intrigarla.<br />

189


<strong>Alejandro</strong> González-<strong>Geell</strong><br />

—¿En serio ¿Me parezco—me respondió, con interés<br />

aparente y para seguir el hilo <strong>de</strong> la conversación, como<br />

hubiera hecho con cualquier tema y con cualquier cliente.<br />

—¡Claro, las dos sois putas!—le dije, como si hubiese<br />

hecho el mejor <strong>de</strong> los chistes, y reí.<br />

La prostituta sonrió, pero no se rió, y, guiada por su<br />

interés profesional, continuó a mi lado.<br />

—¿Y tú cómo te llamas—le pregunté, sin más intención<br />

que conocer su nombre.<br />

—<strong>Estela</strong>... ¿te gusta—me respondió la chica, sin pretensión<br />

alguna y sin percatarse <strong>de</strong> lo que eso significaba<br />

para mí.<br />

Esa inesperada respuesta no vino sino a sembrar mi<br />

maltrecha existencia aun con más recelos. El oír ese nombre<br />

en boca <strong>de</strong> la profesional, por décimas <strong>de</strong> segundos,<br />

me paralizó y removió todas mis dudas, puso en valor las<br />

suspicacias y <strong>de</strong>spertó mi curiosidad más interesada.<br />

—¿Acaso es común que muchas putas os llaméis <strong>Estela</strong>—le<br />

dije muy molesto, pero ella no podía enten<strong>de</strong>rlo.<br />

—No, cariño, no es mi nombre verda<strong>de</strong>ro. Solamente<br />

lo uso para trabajar aquí... ¿Es bonito, verdad—me confesó<br />

con candi<strong>de</strong>z, intentando establecer más confianza<br />

entre nosotros.<br />

—Vamos a ver. Déjame enten<strong>de</strong>rlo bien. O sea que en<br />

tu vida usas dos nombres—le dije a la vez que reflexionaba<br />

con rapi<strong>de</strong>z.<br />

Ella asintió con displicencia porque <strong>de</strong>sconocía la importancia<br />

<strong>de</strong> su confesión.<br />

190


<strong>Estela</strong><br />

—Es conveniente, si tienes doble vida.—agregó.<br />

Continué conversando con esa prostituta que, sin saberlo,<br />

me estaba ayudando. Y cuando abandoné el bar<br />

en su compañía, la noche había avanzado en su ruta<br />

poco más <strong>de</strong> una hora. A causa <strong>de</strong>l notorio exceso <strong>de</strong><br />

alcohol ingerido, la maquillada meretriz me acompañó<br />

porque veía en mí un cliente potencial y una presa fácil<br />

para rematar la parte “comercial” <strong>de</strong> su noche. Como era<br />

previsible, en el <strong>de</strong>curso <strong>de</strong> la frívola y superficial relación,<br />

nada más alcanzar la acera, la chica introdujo, <strong>de</strong><br />

forma muy sutil, elementos mercantiles a nuestro diálogo,<br />

aunque sin per<strong>de</strong>r aún, estratégicamente, su actitud<br />

cariñosa.<br />

—Bueno, cariño, recuerda que me tienes que dar un<br />

“regalito” por irme contigo—dijo y me cogió <strong>de</strong>l brazo.<br />

—¿Qué regalito—le pregunté, ignorante.<br />

—Ya sabes, cariño... me tienes que dar dinero...—me<br />

dijo sin preten<strong>de</strong>r parecer <strong>de</strong>masiado “comercial”.<br />

Me revisé los bolsillos y ya no me quedaba dinero, salvo<br />

unas cuantas monedas. Ella me miraba atenta mientras<br />

los daba vueltas <strong>de</strong>l revés. La actitud <strong>de</strong> la prostituta<br />

tardó muy poco en empezar a cambiar.<br />

—¿Sabes una cosa... ¡no me queda dinero!—le solté,<br />

con una sonrisa que pretendía ser una excusa.<br />

Fue una rapidísima metamorfosis.<br />

—¡Cómo que no tienes dinero!... ¡y para qué me haces<br />

per<strong>de</strong>r el tiempo!...—me gritó—¡Eso me pasa por meterme<br />

con un borracho <strong>de</strong> mierda!—continuó diciendo,<br />

mientras gesticulaba amenazante.<br />

191


<strong>Alejandro</strong> González-<strong>Geell</strong><br />

Me sentí apocado, pero le di las gracias porque, con<br />

su proce<strong>de</strong>r y sus palabras, trajo una luz a mi cabeza y<br />

una certeza se configuró en la pura lógica. Entendí que<br />

las mujeres <strong>de</strong> dos caras, como el caso <strong>de</strong> esta prostituta<br />

y <strong>de</strong> <strong>Estela</strong>, siempre están sacando provecho a cualquier<br />

circunstancia, y solo actúan por egoísmo y en pos <strong>de</strong> un<br />

objetivo pre<strong>de</strong>terminado <strong>de</strong> su exclusivo interés, sin miramientos<br />

secundarios ni benevolencia.<br />

La meretriz se alejó mascullando frases que ya no alcancé<br />

a enten<strong>de</strong>r, aunque la seguí con la mirada hasta que<br />

se perdió por la esquina cercana.<br />

—¡Vale!... ¡vete! Me da lo mismo que te vayas... ¡Déjame<br />

solo!... ¡No te necesito!... ¡Yo no necesito a nadie!—le<br />

grité <strong>de</strong>spechado, sin saber si ella me oía o me prestaba<br />

atención.<br />

Y allí me quedé solo y abatido. Caminé hasta mi coche<br />

que me ayudó a sostenerme cuando intentaba abrir<br />

con dificultad la puerta. Me subí y lo puse en marcha<br />

para meterme <strong>de</strong> nuevo en la noche solitaria. Y cuando<br />

guiaba el coche por las calles <strong>de</strong> la ciudad dormida, mis<br />

<strong>de</strong>sparramados pensamientos me llevaron ante una evi<strong>de</strong>ncia:<br />

<strong>Estela</strong> era el nombre <strong>de</strong> la puta que acababa <strong>de</strong><br />

abandonarme, pero también era el nombre que empleaba<br />

Dánae cuando engañaba a su marido. Una coinci<strong>de</strong>ncia<br />

luminosa a mi enten<strong>de</strong>r. Pue<strong>de</strong> resultar curioso, pero no<br />

menos válido. Ella en casa, conmigo, se llamaba Dánae, y<br />

luego su amante la llamaba <strong>Estela</strong>. ¡Voilà!, me dije.<br />

***<br />

Los ruidos que produjo la puerta al abrirse fueron mucho<br />

más audibles en el silencio <strong>de</strong> la noche, lo que posibilitó<br />

que ella los escuchara, seguramente, como un irreal<br />

tañido <strong>de</strong> campanadas agoreras. Esos ruidos y mis pasos<br />

actuaron como un resorte que la hizo salir <strong>de</strong>l dormitorio.<br />

Apareció en el salón, caminando <strong>de</strong>scalza, solamen-<br />

192


<strong>Estela</strong><br />

te vestida con un fino camisón. Lo hizo con innecesaria<br />

urgencia y precipitación. Nada más cruzar el umbral que<br />

daba entrada al salón, se <strong>de</strong>tuvo <strong>de</strong> forma instantánea,<br />

como si recibiera una imperativa e ineludible or<strong>de</strong>n... Se<br />

quedó estática, mirándome con los ojos temerosos y expectantes.<br />

Y como si <strong>de</strong> la puesta en escena <strong>de</strong> un duelo<br />

se tratara, quedamos enfrentados... Inicié mis pasos hacia<br />

ella que estaba como petrificada en el umbral <strong>de</strong> la puerta<br />

que daba al pasillo <strong>de</strong> los dormitorios. Al hacerlo, tropecé<br />

con algunos muebles, que no impidieron mi avance.<br />

—¿Qué pasa ¿Te extraña que yo venga a verte—le<br />

dije agresivo y convulsionado por vagas reminiscencias <strong>de</strong><br />

amor, ahora convertidas en un odio intenso hacia quien<br />

me arrebataba la felicidad que tanto me había costado<br />

construir.<br />

Ella no contestó ni hizo ningún gesto significativo y se<br />

incrustó en un silencio tedioso. Comencé a mirarla con<br />

mucha calma y con profundidad. Entonces <strong>Estela</strong>, irónica<br />

y <strong>de</strong>safiante, frente a mí, me <strong>de</strong>volvió la mirada con toda<br />

su arrogancia. No puedo negar que estaba muy atractiva.<br />

Lucía un <strong>de</strong>licado peinado e iba muy bien maquillada<br />

y vestía elegante, con sus mejores atuendos. Pero esa<br />

distinguida exhibición no le iba a servir <strong>de</strong> nada en esta<br />

ocasión. No en vano era yo conocedor <strong>de</strong> sus tretas. Sabía<br />

que cada vez que se enfrentaba a una adversidad, <strong>Estela</strong><br />

mejor que nadie usaba, esas, sus mejores armas, para<br />

llevar las cosas a su terreno, don<strong>de</strong> siempre solía sacar<br />

ventajas. Este conocimiento me sirvió para anular el efecto<br />

<strong>de</strong> sus artimañas y no caer en sus re<strong>de</strong>s. No obstante,<br />

me previne y me mantuve alerta sin <strong>de</strong>jar <strong>de</strong> mirarla en<br />

todo momento como la enemiga que era, sin con<strong>de</strong>scen<strong>de</strong>r,<br />

porque sobre todo la veía como la causa <strong>de</strong> toda mi<br />

<strong>de</strong>sgracia y, lógicamente, <strong>de</strong> la <strong>de</strong> mi pobre Dánae.<br />

Creo que no exagero si digo que <strong>Estela</strong> estaba bellísima<br />

y provocadora. Se sentía fuerte y <strong>de</strong>safiante. Quiso<br />

embaucarme con su seducción e hizo caso omiso a mi<br />

enfado y parecía inmune a mis palabras hirientes que la<br />

193


<strong>Alejandro</strong> González-<strong>Geell</strong><br />

increpaban. Su táctica me irritó tanto que dio alicientes<br />

a una furia rebel<strong>de</strong> que empezó a reverberar <strong>de</strong>ntro <strong>de</strong><br />

mí. Sin embargo, mi mente no se nubló puesto que tenía<br />

claro que <strong>de</strong>bía mantenerme calmo para coronar con éxito<br />

mi cometido. La calma y mis rencores me aconsejaron<br />

postergar el <strong>de</strong>senlace para hacerle pa<strong>de</strong>cer la humillación<br />

y <strong>de</strong>mostrarle mi superioridad. La miré con <strong>de</strong>sprecio y<br />

comencé a tocar su cuerpo <strong>de</strong> forma grosera y grotesca.<br />

Ella intentó resistirse casi por instinto, rechazándome,<br />

pero mi insistencia era rotunda. El acoso persistió con<br />

un <strong>de</strong>sor<strong>de</strong>nado intento por tocarle los pechos que, si estuvieron<br />

dispuestos para su amante, ¿por qué no iban a<br />

estarlo para mí...<br />

Nada fue como yo esperaba. Ella esquivó mis manos<br />

fingiendo temor, con ese gesto que usaba cuando necesitaba<br />

parecer in<strong>de</strong>fensa, y me las sujetó con las suyas.<br />

—Cálmate, Antonio... ven... tienes que acostarte, por<br />

favor...—dijo para sosegarme y yo más me enfurecí.<br />

—¡Suéltame!... Tú no eres Dánae... ...Eres <strong>Estela</strong>... por<br />

eso me rechazas...—le grité, <strong>de</strong>jándola en evi<strong>de</strong>ncia ante<br />

el engaño que pretendía ten<strong>de</strong>rme como una trampa.<br />

—¡Antonio, escúchame, por favor!—dijo en un tono<br />

<strong>de</strong> súplica que corté con un soberbio manotazo en plena<br />

boca.<br />

Sus palabras se convirtieron en llanto. Temblaba y mi<br />

acertado golpe la hizo sucumbir. Se recogió sobre sí y quiso<br />

<strong>de</strong>mostrar <strong>de</strong>bilidad y <strong>de</strong>sprotección. Sé que lo hacía<br />

como táctica, a fin <strong>de</strong> mostrarse tan <strong>de</strong>svalida y <strong>de</strong>samparada<br />

como pue<strong>de</strong> estarlo un quejumbroso animalejo atrapado<br />

en un cepo, esperando la nada o su propia muerte.<br />

Pero su postura dio nuevos bríos a mi ira e, inclemente,<br />

primero a empellones y luego, casi en volandas, la llevé<br />

hasta el dormitorio como quien traslada un saco viviente.<br />

194


<strong>Estela</strong><br />

Sin ninguna contemplación, le di otro violento manotazo<br />

en pleno rostro, que la hizo caer encima <strong>de</strong> la cama.<br />

—¡Yo también quiero follarte!—le grité, y me subí sobre<br />

su cuerpo pasivo y resignado—¡Eres una puta!...<br />

Curiosamente, contra lo previsible, no me opuso<br />

resistencia, aunque tampoco colaboró. A pesar <strong>de</strong> su<br />

inacción, traté <strong>de</strong> besarla, al tiempo que, a jirones, le<br />

<strong>de</strong>spojaba su vestimenta. Debido al alcohol, la torpeza<br />

guiaba mis movimientos y no tuve ninguna eficacia. No<br />

obstante, me fui imponiendo porque ella permanecía<br />

impávida, como una muñeca <strong>de</strong> tamaño natural. Mi objetivo<br />

era poseerla y conseguirlo se había transformado<br />

en la venganza que merecía por lo que nos había estado<br />

haciendo a Dánae y a mí. Asimismo era mi meta <strong>de</strong>mostrarle<br />

que conmigo no podía. Quería <strong>de</strong>járselo claro.<br />

Pero, <strong>de</strong> repente, su excesiva pasividad me pareció una<br />

burla. Comprendí que su afán por no oponer resistencia<br />

era otra <strong>de</strong> sus tretas, que, a su vez, también me<br />

pareció una astuta estrategia para restar brillantez a mi<br />

venganza. De manera que al verla llorar callada tratando<br />

<strong>de</strong> ameritar compasión, hizo que la furia me nublara la<br />

luci<strong>de</strong>z <strong>de</strong> mi revancha. Pero, en ningún caso, <strong>Estela</strong> se<br />

iba a reír <strong>de</strong> mí. Entonces la cogí por el cuello y apreté<br />

con todas las fuerzas que logré reunir en un acopio <strong>de</strong><br />

energía. Sé que ella comprendió mi objetivo y trató <strong>de</strong><br />

respirar infructuosamente hasta que dio su último estertor<br />

al cruzar el límite <strong>de</strong> la vida con la muerte. No hubo<br />

otra solución, y esa pérfida mujer tuvo que renunciar a<br />

la vida, puesto que mi <strong>de</strong>cisión fue más fuerte que su<br />

capacidad <strong>de</strong> eludir el castigo.<br />

***<br />

Pasaron muchos minutos, quizás al menos una hora,<br />

hasta que volví a ver a Dánae, dormida junto a mí. Me<br />

embargó una gran emoción contemplar la dulzura <strong>de</strong> su<br />

rostro. Estaba tan plácida que no quise interrumpir su<br />

<strong>de</strong>scanso y me quedé sosegado a su lado, acariciándola<br />

195


<strong>Alejandro</strong> González-<strong>Geell</strong><br />

suavemente en una veneración casi sacra. De modo que<br />

la <strong>de</strong>jé <strong>de</strong>scansar porque <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> todo lo que habíamos<br />

sufrido, bien lo merecía. Sin embargo, me sentí obligado<br />

a expresarle mis excusas por los errores y transmitirle optimismo<br />

para nuestro próximo futuro, con la fe <strong>de</strong> que<br />

en su sueño me oiría. Necesitaba que mi pequeña amada<br />

supiera que el futuro era esplendoroso y que íbamos a recobrar<br />

nuestra felicidad. Un sentimiento nuevo se anunciaba<br />

como la aurora y traía renovadas esperanzas. Amándola<br />

como la estaba amando, me sentí muy afortunado<br />

cuando pu<strong>de</strong> apoyar con tranquilidad mi cabeza sobre<br />

su pecho. Y sin cesar <strong>de</strong> acariciar su asedado cabello con<br />

mucha ternura, con mucho amor, con todo el amor que<br />

había estado postergado, le hablaba.<br />

—Dánae, yo te quiero... por fin nos hemos liberado <strong>de</strong><br />

<strong>Estela</strong>... Ahora podremos volver a ser felices... Ten confianza<br />

en mí... Pue<strong>de</strong>s estar segura que esa maldita mujer<br />

nunca más volverá a molestarte... ... Te quiero... te quiero,<br />

Dánae, te quiero... te quiero, Dánae, te quiero...—le <strong>de</strong>cía<br />

y así me dormí con la satisfacción <strong>de</strong>l <strong>de</strong>ber cumplido, y<br />

más enamorado que nunca.<br />

***<br />

La vertiginosidad <strong>de</strong> los acontecimientos que siguieron<br />

me agotó en extremo, hasta tal punto que mi estado requirió<br />

<strong>de</strong> cuidados médicos. Y aunque no puedo precisar<br />

todo lo que ocurrió a continuación <strong>de</strong> haberme dormido<br />

junto a Dánae, sí recuerdo que posteriormente hubo un<br />

juicio contra mí. Nunca lo entendí. Durante aquel juicio,<br />

mi abogado-(que me impusieron)-argumentó “<strong>de</strong>sequilibrio<br />

mental” para intentar reducir mi con<strong>de</strong>na... Al oírlo,<br />

me rebelé y les dije a todos los presentes que yo solo había<br />

<strong>de</strong>fendido mi intimidad, asediada por <strong>Estela</strong>. Todos<br />

rieron, alguno, incluso, tratando <strong>de</strong> no hacerlo. A mí eso<br />

no me importaría, si al menos comprendieran. ¡Pero no!<br />

Se empecinaron y lograron separarme <strong>de</strong> Dánae, justo<br />

ahora que nos habíamos liberado <strong>de</strong> <strong>Estela</strong>.<br />

196


<strong>Estela</strong><br />

Por otra parte, últimamente, me he enterado que existe<br />

un enorme interés por entrevistarme. Debe ser <strong>de</strong>bido<br />

al éxito que está cosechando mi película... ¿Pero qué les<br />

puedo <strong>de</strong>cir ... Nada... porque la gente, en general, no<br />

compren<strong>de</strong> nada...<br />

FIN<br />

197

Hooray! Your file is uploaded and ready to be published.

Saved successfully!

Ooh no, something went wrong!