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00. VARIOS (I-VI) - Grupo Leon Jimenes

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LA NATURALEZA DOMINICANA • ÁMBAR<br />

<strong>VARIOS</strong><br />

31


FÉLIX SER<strong>VI</strong>O DUCOUDRAY<br />

32


LA NATURALEZA DOMINICANA • ÁMBAR<br />

ALERTAN SOBRE LA DESAPARICIÓN<br />

DE LOS ECOSISTEMAS EXISTENTES<br />

Que en una tienda de comestibles se esté vendiendo<br />

carne de carey puede pasar como la<br />

cosa más natural del mundo; pero a los ojos de los<br />

hombres de ciencia alcanza resonancia escandalosa<br />

y es posible que se convierta en denuncia, como<br />

ocurrió en el Coloquio del CIBIMA (Centro de Investigaciones<br />

de Biología Marina) de la UASD.<br />

Estaban allí reunidos especialistas preocupados<br />

por conservar especies y ecosistemas amenazados<br />

de extinción, y uno de los presentes, De Windt Lavandier,<br />

avezado conocedor del mar y de la pesca,<br />

clavó en la picota, con éste y otro caso semejante,<br />

los descuidos oficiales: «Está prohibida la venta<br />

de peces que envenenen, sin embargo, hay pescaderías<br />

de altos funcionarios del gobierno actual<br />

[junio de 1978] que están anunciando la venta de<br />

picúas. Y estando igualmente prohibida la captura<br />

del carey, protegido por veda, en algunos supermercados<br />

se anuncia abiertamente la venta de su<br />

carne».<br />

La doctora Sophy Jakowska agregó otro dato<br />

que tenía el mismo sentido:<br />

«En el plan de desarrollo trazado por expertos<br />

gubernamentales se menciona junto a la del ámbar,<br />

como una de las artesanías que debe ser fomentada,<br />

la que trabaja con la concha del carey. Es<br />

evidente que el gobierno no piensa en la protección<br />

de ese animal, que se halla en peligro de extinción».<br />

¿Que el afán de lucro se convierte en escollo problemático<br />

No siempre.<br />

Y doy la prueba: el conocido diseñador de muebles,<br />

arquitecto Manuel Cáceres Troncoso, podrá<br />

embellecer una mesa con incrustaciones de ámbar<br />

por ejemplo, o recubrirla con la «concha» del<br />

chifle de la vaca; pero nadie lo hará abandonar su<br />

escrupulosa renuncia a la concha del carey.<br />

«Si yo la usara –me dijo–, estaría contribuyendo<br />

a la desaparición de una especie que está a punto<br />

de desaparecer y que nadie podrá después restituirle<br />

a la naturaleza».<br />

Anda también el manatí perdiéndose, del cual<br />

apenas quedarán 48 ejemplares, sumados los de la<br />

costa Noroeste y los del Sureste, según la cuenta<br />

más optimista que se presentó al Coloquio. Y aquellos<br />

21 alcanzados a ver hace algún tiempo desde<br />

Montecristi, fue posiblemente la migración de una<br />

manada de los que todavía quedaban en Haití.<br />

Nunca más se ha vuelto a ver por nuestras aguas<br />

un grupo tan numeroso.<br />

La amenaza de que el inventario de especies<br />

quede con el catálogo diezmado, alcanza también<br />

a la flora del país.<br />

El profesor Marcano trajo a colación —y a estudio—<br />

el caso de los últimos guayacanes y de los cambrones<br />

finales de Paya, a punto ya de ser cortados,<br />

según el toque de alerta que a ese respecto dio<br />

en el cónclave científico. Y al recordar la existencia<br />

de una vieja ley protectora de la ceiba de Tamboril,<br />

habló de la conveniencia de que alguna medida<br />

semejante salve los únicos sobrevivientes y testigos<br />

del bosque que había en ese lugar.<br />

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FÉLIX SER<strong>VI</strong>O DUCOUDRAY<br />

Pero no se trata únicamente de especies.<br />

Envueltos en el torbellino de las devastaciones<br />

andan también ecosistemas completos.<br />

Y aquí vienen a cuento las palabras del doctor<br />

Alain Liogier, uno de los presentes en la reunión,<br />

que ya antes había dicho: «...no se trata de preservar<br />

una que otra especie animal o vegetal amenazada<br />

de extinción; lo que nos proponemos es evitar<br />

que desaparezcan los ecosistemas existentes».<br />

Porque no hay cosa que dé más brega que reconstituirlos;<br />

lo que, por otra parte, no siempre es<br />

posible.<br />

Entre esos ecosistemas en pleno deterioro se<br />

cuentan los bosques de nuestro país, de lo cual hablaron<br />

con pelos y señales varios de los naturalistas<br />

que asistieron al coloquio del CIBIMA.<br />

Pero antes de traer a esta tribuna lo que allí enseñaron,<br />

conviene decir esto: los dominicanos están<br />

muy creídos de que con la llamada campaña de reforestación,<br />

que hasta el momento está centrada<br />

en repoblar los pinares destruidos, el daño queda<br />

totalmente conjurado. Y no es así.<br />

Por lo siguiente: «...no basta, por ejemplo<br />

—quien está hablando es el doctor Liogier de nuevo–,<br />

con sembrar pinos en una loma que hace años<br />

fue víctima de un incendio forestal. Hay que crear<br />

de nuevo un ambiente ecológico, un ecosistema<br />

del cual hace parte la especie botánica llamada<br />

pino, la que vive en comunidad con muchos animales,<br />

plantas y microorganismos de un microclima<br />

especial. Para esto se necesita conocer a fondo<br />

el ecosistema donde crece el pino y así poderlo reproducir».<br />

A lo que debemos añadir esta constatación ominosa:<br />

«...el ecosistema depende de factores ambientales<br />

determinados, que al desaparecer inutilizan<br />

los esfuerzos para volver a crear el mismo<br />

ambiente, ya que hay procesos que no vuelven atrás<br />

y la pérdida se hace irreversible».<br />

Los que intervinieron en el coloquio se sabían<br />

muy bien estas desgracias. Por eso hablaron con alarma<br />

de lo que está ocurriendo.<br />

El padre Cicero, por ejemplo, mencionó entre<br />

otros el caso del bosque húmedo sobre lomas de<br />

caliza (Los Haitises), y explicó así el desastre:<br />

—Cuando se corta la flora, la caliza queda expuesta<br />

a los rayos del sol, lo que determina que aumente<br />

enormemente la evaporación. De esas piedras<br />

ahora recalentadas sube una corriente de aire cálido<br />

que empuja las nubes de las montañas hacia el mar,<br />

y no llueve. Talar el bosque en un sitio como ése por<br />

obtener una cosecha de ñames o de habichuelas,<br />

que no siempre se da, significa perder lo que la naturaleza<br />

duró siglos en hacer, y aparece entonces,<br />

en lugar del bosque, una maleza, con lo que además<br />

acaba perdiéndose la riqueza apícola de la zona.<br />

Otra vegetación muy frágil es la que crece a orillas<br />

del mar, en el llano costero del Este. Ahí quedan<br />

todavía –señaló Cicero– pequeños bosques húmedos<br />

y bosques secos como puede verse cerca de<br />

Guayacanes, con higos, maderas preciosas —la<br />

caya, por ejemplo— y otros árboles que crecen<br />

sobre una capa vegetal mínima. ¿Cómo es posible<br />

que hayan podido formarse bosques, prácticamente<br />

sobre la roca caliza<br />

En el Parque Nacional del Este se ven las raíces<br />

de los árboles agarrándose al pedregal. Si se pierde<br />

la capa de suelo, que allí es muy delgada, ya no<br />

se podrá reforestar. Y es eso precisamente lo que<br />

sobreviene cuando se destruye ese bosque milagroso:<br />

las aguas y los vientos barren el suelo y sólo<br />

quedan piedras.<br />

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LA NATURALEZA DOMINICANA • ÁMBAR<br />

Otro caso al que se le cantan descuidadas loas Oigamos al naturalista: —Desde el 1927 comenzaron<br />

la construcción de canales de riego en toda<br />

es el de Fondo Negro. Vino Andrew Young, el embajador<br />

norteamericano ante la ONU, lo llevaron a la Línea y desde entonces comenzó el corte despiadado<br />

de árboles, los canales saturaron el aire de<br />

verlo y todos salieron admirados del esfuerzo de<br />

una comunidad laboriosa.<br />

gran humedad y las lluvias aumentaron, echando<br />

Pero hay que decirlo: laboriosa aunque sin consejo<br />

de sabios.<br />

estos son atacados por la humedad del follaje.<br />

a perder todo tomate que allí se siembre porque<br />

Porque estos ven las cosas de otro modo y con Ahora el tomate industrial se cultiva en los<br />

visión más profunda y de mayor alcance.<br />

campos del Sur del país, pero allí llegarán los canales<br />

de riego y para unos pocos años pasará lo<br />

Cicero advirtió por ejemplo en el Coloquio: cerca<br />

de Fondo Negro impera el bosque seco y el monte<br />

espinoso, de cactus grandes y cambrones, que hoy hongo no les permite producir beneficios para el<br />

mismo que sucedió con los tomates linieros: que el<br />

está siendo devastado para sembrar tomate. Debajo agricultor.<br />

de ese bosque la tierra es arenosa y fértil. Pero si el De todo lo cual sale en claro esta moraleja a la<br />

bosque se destruye ¿qué pasará con la enorme fauna<br />

de insectos de la zona Si se conservaran siquie-<br />

daña la patria; y la naturaleza merece tanto respeto,<br />

que debemos atenernos: el daño a un ecosistema<br />

ra pequeños montes, en ellos se refugiarían aves y que ningún cambio debe hacerse en ella sin antes<br />

mamíferos que, controlándolos, impedirían que se consultar con los expertos en ecología.<br />

volvieran plagas muchos de los insectos; y si se conservan,<br />

resultaría más eficaz el control<br />

(14 oct., 1978, pp.3-4)<br />

sobre las plagas. ¿Pero está manejándose<br />

así el caso de Fondo Negro Algo parecido<br />

ocurrió con el arroz, en que se confronta<br />

el problema de la plaga de ratones. Si se<br />

dejaran bosques aunque sean pequeños<br />

donde pueda vivir la lechuza, depredadora<br />

del ratón, se evitaría el uso de raticidas.<br />

El profesor Marcano, a su vez, ha visto<br />

el problema por otro lado, recordando la<br />

lección aprendida en la experiencia de la<br />

Línea Noroeste, región que fue la principal<br />

productora de tomate mientras en ella<br />

se mantuvo inalterado el ambiente natural<br />

del bosque seco. Pero las obras de regadío<br />

sin cálculos de ecología trajeron el<br />

Bosque del Parque Nacional del Este, víctima constante de la codicia y la ignorancia<br />

desastre.<br />

que ponen en peligro el ecosistema existente.<br />

35


FÉLIX SER<strong>VI</strong>O DUCOUDRAY<br />

Montes espinosos como éste han sido devastados para sembrar tomates en el Sur, modificando irreversiblemente<br />

el ecosistema de la zona.<br />

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LA NATURALEZA DOMINICANA • ÁMBAR<br />

LAS PLANTAS PRACTICARON EL TURISMO<br />

MUCHO ANTES QUE EL HOMBRE LO IDEARA<br />

Dionisio Pulido es (o era, porque no sé si está<br />

vivo) un campesino de México que se hizo<br />

famoso de la noche a la mañana, hasta el punto de<br />

que hoy su nombre aparece en casi todos los<br />

manuales de geología, ya que tuvo la suerte (hay<br />

suertes buenas y suertes malas; pero la suya, como<br />

se verá, fue mala) de presenciar el 18 de enero de<br />

1943 y sentado en butaca de primera fila, el nacimiento<br />

de un volcán, desde entonces llamado<br />

—aunque no por él, sino por una de las víctimas,<br />

como también se verá— el Paricutín.<br />

Suerte mala, por haber dado la naturaleza en la<br />

flor —y en la espina: es muy propio de ella emparejar<br />

las dos cosas— de erigírselo en el mismísimo<br />

conuco, que era el suyo, donde ese día, como<br />

tantos otros, trabajaba.<br />

La viscosa lengua de lava incandescente pasó<br />

sobre su milpa, avanzó 10 kilómetros y alcanzó el<br />

pueblo de San Juan Parangaricutiro, del que sólo<br />

queda hoy, como alta isla en revuelto mar de rocas,<br />

el campanario de la vieja iglesia (o quizás fuera<br />

mejor decir, en lugar de «como alta isla», por ser<br />

comparación más adecuada, «como periscopio»).<br />

Otro pueblito cercano, que cometió el descuido<br />

de no ponerse torres, fue totalmente cubierto por la<br />

corriente de lava y para que nunca se olvidaran de<br />

él, le dejó su nombre al volcán. Lo que viene a ser<br />

una manera, aunque póstuma, de tener torre…<br />

Los volcanes, pues, destruyen. Y no sólo poblados,<br />

sino también conucos, y bosques y los habitantes<br />

del bosque.<br />

Pero hay otros que construyen.<br />

Que construyen islas, por ejemplo.<br />

Las de Hawai, pongamos por caso, que son islas<br />

de basalto por ser islas volcánicas, ya que el basalto<br />

es lava convertida en roca.<br />

Y es que los volcanes abren también sus agujeros<br />

de fuego en el fondo del océano. Sólo que entonces<br />

no hay ningún Dionisio Pulido que contemple<br />

el espectáculo, ni peces que lo cuenten.<br />

Pero la cosa ocurre igual: del cráter empieza a<br />

manar lava, y esa lava ya enfriada y convertida en<br />

roca va acumulándosele al cráter en los alrededores<br />

y hacia arriba —obra de albañilería submarina—,<br />

hasta que el empecinamiento cónico traspasa<br />

la superficie del mar, y sobre ella aparece como<br />

pico de iceberg, sólo que a la inversa, puesto que<br />

calienta y puesto que no flota estando, como está,<br />

anclado al fondo del océano. Y como el manadero<br />

de lava no cesa en su ajetreo, el pico de basalto crece<br />

y se ancha en isla donde después, mucho después,<br />

vendrían las bailarinas con faldas de flecos<br />

vegetales y guirnaldas de flores por el cuello.<br />

¿Flores y flecos... ¿Pero de cuáles plantas<br />

Porque las islas del archipiélago hawaiano fueron<br />

inicialmente sólo roca pelada; y además roca<br />

pelada en medio del océano Pacífico, distantes de<br />

toda posible conexión terrestre que sirviera de<br />

puente para el arribo de la flora (o de la fauna).<br />

Pero lo cierto es que cuando el hombre llegó por<br />

primera vez a ellas, estaban ya cubiertas de vegetación<br />

y pobladas de animales.<br />

37


FÉLIX SER<strong>VI</strong>O DUCOUDRAY<br />

¿De dónde y cómo llegaron hasta allí<br />

Esto tiene ya toda la traza de parecerse a lo que<br />

me faltaba al comienzo: un tema. Y efectivamente<br />

lo es: el gran tema del poblamiento floral (también<br />

faunal) de las llamadas islas oceánicas.<br />

Pero pienso que lo mejor sería abordarlo como<br />

empecé: divagando.<br />

Y por eso hacer, con el asunto, escala —y demora—<br />

en las Antillas.<br />

Para empezar diciendo: se sabe, por ejemplo,<br />

que la vegetación de estas islas del Caribe tiene<br />

marcado predominio de plantas sudamericanas.<br />

De lo cual se da casi siempre la consabida explicación:<br />

llegaron saltando de isla en isla por el arco<br />

de las Antillas Menores, anticipando uno de los itinerarios<br />

que parecen haber seguido después los<br />

indios arauacos.<br />

Y ello se da con prueba: muchas de tales plantas<br />

se encuentran todavía en las islitas que les sirvieron<br />

de puente, lo que demuestra que por allí pasaron.<br />

Pero a propósito (que es como si hablando del<br />

rey de Roma, él asomara): las Antillas Menores, a<br />

semejanza de las islas hawaianas, son de origen<br />

volcánico; en lo cual se diferencian de las Antillas<br />

Mayores. Y tienen con éstas otra disparidad importante:<br />

acta de nacimiento mucho más reciente.<br />

De modo que hubo un tiempo, y no breve, en<br />

que Cuba, La Española, Puerto Rico y Jamaica ya<br />

existían, sin que el arco insular de las Antillas Menores<br />

asomara en el Caribe. En otras palabras: faltaba<br />

el puente que permitiría explicar fácilmente<br />

cómo llegaron las plantas sudamericanas.<br />

Lo cual complica inesperadamente el problema<br />

de las rutas utilizadas por el turismo vegetal.<br />

Porque sucede lo siguiente: que algunos géneros,<br />

como el Gochnatia, presente aquí lo mismo que<br />

en las Bahamas y en Cuba, falta en todas las demás<br />

Antillas; pero existe en el oeste del continente americano,<br />

desde Texas hasta Chile, según ha informado<br />

el Dr. Liogier, quien concluye: «Tuvo que<br />

llegar a las Antillas por otro camino». ¿Cuál<br />

Se apela entonces al auxilio de la geología histórica<br />

para poder responder: por Centroamérica.<br />

Respuesta que se basa en aquella teoría de que<br />

las Antillas Mayores estuvieron unidas con la América<br />

Central hasta el Plioceno.<br />

Y que añade: antes de separarse existieron tres<br />

puentes terrestres. Uno que salía de Honduras-<br />

Bélice; otro, de Honduras-Nicaragua; y, el tercero,<br />

de Yucatán. Los dos primeros llegaban hasta aquí<br />

pasando por Cuba, y el último pasando por Jamaica.<br />

Pero tampoco esta teoría puede explicarlo todo,<br />

por lo que cuatro orquídeas han dejado pensativo<br />

al Dr. Liogier, afanado en dar con la clave de las<br />

rutas y medios seguidos por las plantas en el poblamiento<br />

antillano.<br />

Tres de ellas (Barbosella mostrabilis, Goodyera<br />

striata y Stellilabium minutiflorum) sólo han aparecido<br />

en las montañas de Centroamérica y de La Española,<br />

esto es, sin dejar rastro ni registro de escalas<br />

en Cuba o en Jamaica. Lo que parece indicar que<br />

no utilizaron los puentes terrestres que tocaban en<br />

dichas islas antes de llegar a la nuestra.<br />

Y él mismo escribe: «Un caso aún más difícil de<br />

explicar es el del Epidendrum soratae», porque ésta,<br />

siendo de Los Andes peruanos, vino a parar, sin estancia<br />

en ningún punto intermedio (puesto que no<br />

utilizó el puente de las Antillas Menores ni los de<br />

la América Central) a los bosques de pinos de las<br />

montañas de nuestra isla, donde ha sido hallada<br />

entre 2,000 y 2,300 metros de altura.<br />

38


LA NATURALEZA DOMINICANA • ÁMBAR<br />

Que sería como decir: de Los Andes peruanos a<br />

los «Andes» de las Antillas, sin pasar por la teoría<br />

de los puentes terrestres.<br />

Y aquí hay que volver al archipiélago hawaiano,<br />

cuyo poblamiento de plantas y animales recorrió<br />

otras vías, ya que el origen volcánico de esas<br />

islas en medio del Pacífico excluye toda posibilidad<br />

de puentes terrestres.<br />

El hecho, pues, de estar pobladas permite llegar<br />

a la conclusión de que debe reconocérsele importancia<br />

mayor de la que generalmente recibe, al<br />

hecho comprobado de la dispersión a gran distancia<br />

por vías que no van por tierra.<br />

¿Cómo explicar si no la presencia del pino (Pinus<br />

occidentalis) en nuestra isla y otras Antillas, lo<br />

mismo que del ébano verde, que es una magnolia<br />

(Magnolia pallescens), por sólo mentar dos, ya que<br />

la geología descarta totalmente que haya existido<br />

alguna vez en el pasado conexión terrestre de nuestras<br />

islas con América del Norte, punto de procedencia<br />

de esas plantas<br />

El Dr. González Massenet, en el tantas veces<br />

citado Coloquio del CIBIMA Sobre Prácticas de Conservación<br />

de la Naturaleza, contó cómo las lilas<br />

—plaga invasora a pesar de su belleza— después<br />

de haberse pasado el tiempo, mucho tiempo, confinadas<br />

en las aguas fluviales de algún rincón del<br />

Brasil, un día soltaron las amarras, echaron a navegar<br />

y hoy se reproducen inconteniblemente en<br />

decenas de países.<br />

De lo cual me acuerdo cada vez que yendo por<br />

la avenida George Washington y saliendo al mar<br />

el Ozama lleno de lodo cuando le ha llovido en los<br />

desmontes, las veo que bajan flotando de retorno<br />

al Caribe. Como si fuesen balsas, en muchas de las<br />

cuales seguramente viajan semillas y pequeños<br />

animales que quedaron en ellas al ser desprendidas<br />

de la orilla.<br />

Pero también hay semillas que flotan, y con<br />

suficiente resistencia al agua de mar en la cáscara,<br />

como en lo tocante a la familia del ojo de buey<br />

(Mucuna urens) demostraron ya Stephens (1966) y<br />

Gunn (1968).<br />

A lo que se añaden plantas como la verdolaguilla<br />

(Sesuvium portulacastrum), cuyos fragmentos<br />

flotantes, según constató Carlquist (1974), pueden<br />

echar raíces y perderse como si fueran estacas, sin<br />

resultar dañadas por el mar.<br />

Y desde luego, el transporte en el viento (o transporte<br />

eólico, como prefieren decir los científicos<br />

aficionados a una jerga de élite). Así, traídas las<br />

semillas por el viento, llegó a nuestros pinares procedente<br />

de la América del Norte, la clavellina (Hieracium<br />

gronovii).<br />

Y por último, las aves: en el lodo norteño que se<br />

les pegó en las patas, trajeron, las migratorias, semillas<br />

de Tillaea aquatica y Limosella aquatica, halladas<br />

por Liogier (primera vez en las Antillas) en una<br />

lagunita de Valle Nuevo, a 2,300 metros de altura.<br />

Es posible que así hayan llegado también, como<br />

llegaron a Hawai, algunas de las Lobelia.<br />

Las aves también comen semillas. Y con ellas<br />

adentro viajan de un lugar a otro.<br />

Hace poco los más pesimistas aducían, en contra,<br />

este argumento: los pájaros no duran tanto<br />

tiempo sin evacuar como lo requeriría el vuelo para<br />

la dispersión a gran distancia. Pero los experimentos<br />

de Proctor (1968) y de Vlaming y Proctor<br />

en el mismo año, demostraron que las aves costeras<br />

retienen las semillas dentro del organismo durante<br />

períodos excepcionalmente largos: más de<br />

100 horas algunas, y otras más de 300 horas.<br />

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FÉLIX SER<strong>VI</strong>O DUCOUDRAY<br />

Y a más de todo eso, en las plumas: semillas<br />

peludas o ganchudas.<br />

O frutos pegajosos como el de Pisonia (a cuya<br />

familia pertenece nuestro uña de gato, Pisonia aculeata)<br />

que así pueden viajar trechos muy amplios.<br />

Y para que se vea hasta qué punto resulta fuerte<br />

el adhesivo natural, sorpréndanse con esta información<br />

que personalmente le comunicó R. R.<br />

Thorne a Carlquist en 1965: en la isla Heron, del<br />

Queensland, las aves marinas pueden quedar a<br />

veces tan viscosa y espesamente cubiertas por los<br />

frutos de Pisonia, que les resulta imposible moverse<br />

y se convierten en fácil presa de las ratas.<br />

Y con esta divagación terminamos nuestra entrega<br />

de hoy.<br />

(21 oct., 1978, p. )<br />

Flora alpina de Valle Nuevo que tanto maravilló a Erik <strong>Leon</strong>ard Ekman por estar compuesta de plantas de los mismos géneros de los de su Suecia natal,<br />

traídas por aves migratorias que las depositaron en nuestros altiplanos.<br />

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LA NATURALEZA DOMINICANA • <strong>VARIOS</strong><br />

AÚN CRECE AQUÍ SILVESTRE EL ARROZ DE LOS INDIOS<br />

Hace meses, el profesor Marcano me enseñó<br />

una espiguita negra.<br />

—¿Sabes qué es esto<br />

La tenía guardada entre las páginas del Catalogus<br />

Florae Domingensis, la obra de Moscoso, y la dejó<br />

allí de nuevo.<br />

Esa mañana estábamos en La Cueva, nombre<br />

con que todos conocen en la UASD esa suerte de<br />

semisótano y semipenumbra donde se conserva el<br />

herbario de la Universidad. Un cuartico que también<br />

sirve de aula provechosa a las enseñanzas del<br />

sabio botánico, y que es, al mismo tiempo, punto<br />

de partida —y de entusiasmo— para muchos empeños<br />

de investigación que él anima.<br />

Hará diez días me la volvió a enseñar, pero ya<br />

no entre las páginas del libro de Moscoso, sino entre<br />

las de otro libro que él está habituado a leer<br />

asiduamente. Dicho sea con toda la cursilería del<br />

mundo: el libro de la naturaleza.<br />

Salimos del Museo de Historia Natural —iba con<br />

nosotros un fotógrafo de El Caribe— rumbo a los<br />

campos cenagosos del municipio de Guerra, que es<br />

uno de los muchos lugares del país en que esa planta<br />

se da como maleza. Y allí la vimos, en el paraje<br />

que los moradores llaman Cuenca —sección de Matas<br />

de Palma— invadiendo como «mala yerba» las<br />

parcelas preparadas para la siembra del arroz.<br />

De Guerra viajamos ese mismo día a San Cristóbal,<br />

donde el padre Cicero cultiva varios ejemplares<br />

en el muestrario de plantas nativas que tiene<br />

en el Instituto Politécnico Loyola.<br />

Ya la había visto, pues, en tres formas: seca y<br />

prensada, como se preparan las muestras vegetales<br />

para el herbario; en su hábitat natural, donde<br />

se propaga libremente, y además cultivada en una<br />

maceta que le reproducía el ambiente cenagoso.<br />

Eso ahora resulta fácil.<br />

Pero a Marcano le costó Dios y ayuda dar con<br />

ella.<br />

¡Dieciséis años de búsqueda!<br />

Por esa zona y aún más allá, hasta Bayaguana,<br />

venía él merodeando desde hacía mucho tiempo.<br />

Casi desde su juventud. Y como a veces carecía de<br />

dinero para ello, se iba a pie desde la capital. El caso<br />

era no detenerse, por dificultades de esa clase,<br />

en el afán de conocer la naturaleza investigando<br />

sobre el terreno.<br />

Y como nada lo detuvo, llegó a conocer esos<br />

lugares (al igual que el resto del país; eso es lo extraordinario<br />

en él) casi como la palma de su mano.<br />

Un día vio algo que le llamó la atención: un rizoma<br />

(tallo subterráneo) que le pareció de arroz.<br />

¿Por qué<br />

—Porque el tallo de arroz se conoce.<br />

Pero el que comemos todos los días (Oryza<br />

sativa) no tiene así la raíz. ¿Cuál sería éste<br />

Desde ese día («desde 1960 poco más o menos»)<br />

empezó a buscar la planta. Hasta entonces se había<br />

topado solamente con el rizoma.<br />

Ya en el catálogo de Moscoso aparecía la Oryza<br />

perennis, una especie silvestre, colectada en los campos<br />

de Guerra.<br />

41


FÉLIX SER<strong>VI</strong>O DUCOUDRAY<br />

¿Sería esa<br />

También la colectó Ekman (1930) en la misma<br />

región, quien ya antes había dado con ella (1923)<br />

en la provincia cubana de Pinar del Río y en Isla<br />

de Pinos. Allá la denominó Oryza cubensis. Posteriormente<br />

(1946) la encontró aquí, también en Guerra,<br />

R. Howard.<br />

Los herbarios no tenían muestra de ella, y por<br />

eso Marcano no había podido verla. Se hacía necesario<br />

hallar la planta que subía del rizoma para<br />

identificarla.<br />

El asunto resultaba importante porque todos<br />

esos hallazgos indicaban que en la isla seguía dándose<br />

el antecesor silvestre del arroz cultivado.<br />

Y para no seguir hablando por nuestra cuenta,<br />

demos la palabra a las autoridades.<br />

Oigamos, por ejemplo, a M. F. Chandraratna.<br />

Tras señalar que el Oryza sativa es el que se cultiva<br />

en Asia y el Oryza glaberrima (otra especie de arroz),<br />

en África, escribe en su obra Genetics and Breeding<br />

of Rice:<br />

«La existencia de formas intermedias entre ellas<br />

da pie para sostener un origen común derivado de<br />

un antecesor común. (…) Si Asia y África se aceptan<br />

como los centros de origen de Oryza sativa y<br />

Oryza glaberrima respectivamente, el antecesor común<br />

debió tener una distribución que cubriera<br />

ambos continentes. La única especie silvestre que<br />

responde a este requerimiento es la perennis, la más<br />

ampliamente distribuida de todas las especies de<br />

Oryza.<br />

Porque la Oryza perennis —señala el autor—<br />

existe no sólo en Asia y en África sino también en<br />

nuestro continente.<br />

Ya antes Sampath y Roo (1951) se habían basado<br />

en la amplia distribución geográfica de la Oryza<br />

perennis para considerar esta especie como la progenitora<br />

de las dos especies cultivadas, Oryza sativa<br />

en Asia y Oryza glaberrima en África.<br />

Y Chandraratna (1964) agrega: «La facilidad<br />

con que Oryza perennis se cruza con Oryza sativa<br />

(…) da apoyo adicional a esta opinión».<br />

Las Oryzae constituyen un grupo de gramíneas<br />

del que son parte unos catorce géneros distintos,<br />

que probablemente surgieron al diferenciarse sus<br />

primeros miembros de un progenitor semejante<br />

al bambú y adaptarse a un hábitat acuático o cenagoso.<br />

Esta adaptación constituyó factor importante<br />

en la evolución de las Oryzae. Pero todavía<br />

conservan un rasgo primitivo que comparten con<br />

las Bambuseae: «La presencia frecuente de seis estambres<br />

en la flor hermafrodita» (Chandraratna).<br />

De esa larga evolución surgió la Oryza perennis,<br />

una de las formas silvestres del arroz, anterior a la<br />

aparición de las especies que el hombre neolítico<br />

empezó a cultivar cuatro mil o seis mil años antes<br />

de nuestra era, probablemente en el sudeste asiático,<br />

y que llegó a nuestro continente mucho antes<br />

que las carabelas de Colón.<br />

Dicho de otro modo: que eso de que el arroz lo<br />

trajeron a América los españoles porque aquí no<br />

existía —tan enseñado y reseñado como verdad<br />

absoluta en los manuales de historia—, es cierto y<br />

no es cierto. Depende de cuál arroz se trate.<br />

En su carta de 1503 a un amigo florentino, Américo<br />

Vespucio da los primeros datos acerca de las<br />

plantas que cultivaban los indios de Brasil: entre<br />

ellas, a más de la yuca, de la batata, del maíz, de la<br />

piña y del algodón, una variedad de arroz.<br />

Y el Hermano León al indicar en su Flora de Cuba<br />

la distribución de la Oryza perennis, señala, entre<br />

otros puntos: Brasil.<br />

42


LA NATURALEZA DOMINICANA • <strong>VARIOS</strong><br />

¿Arroz de los indios ¿O al menos de los indios<br />

amazónicos<br />

Y si aparecía aquí, ¿arroz también de los indios<br />

antillanos<br />

No era imposible. Había que ver. Y lo primero<br />

que debía verse era si en la isla se daba alguna<br />

forma de arroz silvestre que los indios hubieran<br />

podido utilizar en su alimentación.<br />

Y verlo fue precisamente lo que le llevó a Marcano<br />

los dieciséis años de búsqueda de que hablamos<br />

al comienzo.<br />

—Sabiendo que el arroz es planta de ambientes<br />

acuáticos o cenagosos, visitábamos continuamente,<br />

tras él, las lagunas de la zona de Guerra, colectando<br />

plantas. Estuvimos años en eso, sin poder<br />

hallarlo. Pero no paramos las excursiones; y un día,<br />

al hablar con los campesinos, nos informaron que<br />

este arroz crecía preferentemente en las ciénagas y<br />

en campos preparados para la siembra del arroz<br />

corriente. Entonces dejamos de buscarlo solamente<br />

en las lagunas y al empezar a rastrear también en<br />

los campos de arroz no tardamos en hallarlo: eso<br />

fue el 29 de noviembre de 1976, y era efectivamente<br />

ese: el Oryza perennis.<br />

Apareció en una ciénaga de la sección Matas de<br />

Palma (municipio de Guerra). Al dar cuenta del<br />

hallazgo, el Naturalista Postal N˚9 (1977) puntualizó:<br />

«Se colectó por primera vez para los herbarios<br />

dominicanos».<br />

Ese día —como tantos otros— el padre Cicero<br />

iba con Marcano.<br />

La publicación científica añadía: «Este arroz,<br />

propio de todas las lagunas y arroyos de las regiones<br />

tropicales del mundo, se distingue de la Oryza<br />

sativa por poseer aristas de hasta 10 centímetros<br />

de largo, y por sus glumas, lemma y palea que<br />

cuando maduran son de color negro». (…) Es muy<br />

abundante en las lagunas y ciénagas del país».<br />

El largo flequillo del grano (arista), ausente en<br />

el arroz corriente, facilita la propagación distante<br />

de la planta: es tieso como alambre, y eso le permite<br />

«clavarse» entre las plumas de las aves y viajar con<br />

ellas.<br />

Los campesinos dominicanos lo conocen muy<br />

bien, pero hablan mal de él, ya que lo consideran<br />

yerba indeseable en sus cultivos.<br />

Lo llaman por ejemplo «arroz de gallareta», y<br />

arroz «ahoga gallina».<br />

—Ese es un arroz malo. Ese no se siembra ni lo<br />

recogen. Lo dejan en el corte.<br />

Así se expresó una campesina ya entrada en<br />

años.<br />

Y un agricultor de la zona de Cuenca:<br />

—¿Uno que tiene muchos flecos ¡Ese lo arrancamos!<br />

Es el arroz cimarrón.<br />

Otro, finalmente, nos dio así la ficha de «delincuente»<br />

del Oryza perennis:<br />

—Es un arroz «cabezú». Uno lo arranca y crece<br />

de nuevo. Aquí se da silvestre.<br />

Como hace millares de años.<br />

¿Arroz de los indios<br />

Los textos afirman (por ejemplo el de Forde,<br />

Hábitat, economía y sociedad) que en el Nuevo Mundo<br />

«el único cereal cultivado fue el maíz»; pero no<br />

excluye que lo recolectaran.<br />

Se sabe que el aborigen de América utilizó el<br />

arroz en su alimentación. Así lo prueba el hallazgo<br />

de recipientes de barro cocido que los indios del<br />

Mississipi usaban para desgranar arroz silvestre.<br />

(E. Johnson, «Archæological evidence for utilization<br />

of wild rice», Science N˚163 (1969), Departamento<br />

de Antropología,Universidad de Minnesota).<br />

43


FÉLIX SER<strong>VI</strong>O DUCOUDRAY<br />

Lo que todavía se discute es cuál pudo haber<br />

sido la especie utilizada. Quist, sostiene que se trataba<br />

de otra planta, la Zizania acuatica, que aunque<br />

no sea arroz para los científicos, se le parece<br />

tanto que en los Estados Unidos es conocido comúnmente<br />

como «arroz silvestre» («la cizaña de la Biblia»,<br />

explica Marcano).<br />

El ya citado Forde, al referirse a los indios iroqueses<br />

de Norteamérica, escribe lo siguiente: «En<br />

las húmedas llanuras que flanquean los ríos y lagos,<br />

desde Nueva Inglaterra hasta Nueva Escocia,<br />

los Grandes Lagos y aún más allá, crece un cereal<br />

silvestre, el denominado «arroz silvestre» (Zizania<br />

sp.) que era recolectado en grandes cantidades por<br />

pueblos cazadores, especialmente por los ojibwa<br />

que vivían hacia el oeste del Lago Superior. (…)<br />

Los ojibwa, que vivían en Georgian Bay, echaban<br />

en las marismas semillas de arroz silvestre, envueltas<br />

en pequeñas bolas de barro para así aumentar<br />

la cosecha de la siguiente estación, pero nunca<br />

adoptaron el cultivo regular».<br />

En América del Sur lo que existía no era una<br />

parodia del arroz, como resulta la Zizania acuatica,<br />

sino arroz verdadero aunque silvestre: la Oryza perennis,<br />

del que seguramente habló Américo Vespucio<br />

en su carta de 1503. Y si con él se alimentaban<br />

los indios amazónicos ¿no es presumible que los<br />

nuestros, viniendo de allá, del tronco arauaco, lo<br />

aprovecharan aquí al toparse con él en nuestra isla,<br />

aunque no más fuera recolectándolo<br />

Porque ese Oryza perennis, según lo que se desprende<br />

de las explicaciones de Marcano, da menos<br />

trabajo que la pequeña brega que les costaba a los<br />

indios ojibwa: ni siquiera hay que sembrarlo año<br />

tras año. No es gramínea anual, como el arroz corriente,<br />

sino que una vez que prende se continúa<br />

reproduciendo y propagando para siempre. De ahí<br />

el nombre de perennis (perenne) con que se conoce<br />

esta especie. Y de ahí también la bronca que tenía<br />

con él, en Guerra, el campesino que lo denunciaba<br />

como arroz «cabezú» porque no había manera<br />

de acabar con él.<br />

No había, pues, necesidad de cultivarlo.<br />

Estaba puesto ahí por la naturaleza y en abundancia,<br />

a disposición de quien quisiera aprovecharse<br />

de él.<br />

Y no era como para ser desperdiciado por una<br />

población de recolectores. Ni siquiera por indios<br />

de incipiente agricultura neolítica, que podían<br />

complementar con él la producción del huerto primitivo.<br />

Sobre todo cuando se observa que los granos<br />

que le llenan las espigas son iguales a los del arroz<br />

corriente. Se comprende que hoy el campesino lo<br />

desprecie y prefiera las variedades más productivas<br />

del arroz de cultivo, Oryza sativa.<br />

Pero el indígena no tenía posibilidad de escoger.<br />

O lo cogía o lo dejaba.<br />

¿No parecería ilógico que lo dejara<br />

Sin el hallazgo y la verificación de Marcano resultaba<br />

difícil y demasiado aventurado plantearse<br />

siquiera este problema.<br />

Pero ya, con eso, se ha dado el primer paso indispensable<br />

para la averiguación.<br />

Ahora, para dilucidarlo, toca el turno —y la palabra—<br />

a los investigadores de nuestra prehistoria,<br />

a los diversos especialistas de la arqueología, pero<br />

sobre todo a los palinólogos que le siguen el rastro<br />

al polen antiguo de los yacimientos indígenas, y a<br />

los paleobotánicos que quizás podrían identificar<br />

esta especie de arroz entre restos de comida.<br />

(31 mar., 1979, pp. )<br />

44


LA NATURALEZA DOMINICANA • <strong>VARIOS</strong><br />

Campo sembrado de la gramínea anual Oryza sativa (arroz de cultivo).<br />

45


FÉLIX SER<strong>VI</strong>O DUCOUDRAY<br />

Espiga de Oryza perennis,<br />

con los granos maduros,<br />

ya negros, y con las aristas<br />

(«flecos del grano»),<br />

bien desarrolladas.<br />

FOTOS: PADRE JULIO CICERO, S. J.<br />

(Foto sup.)<br />

Campo infestado de<br />

Oryza perennis<br />

ya fructificado.<br />

(Foto inf.)<br />

El mismo campo,<br />

años después, ya arado<br />

y preparado para sembrar<br />

el arroz corriente<br />

(Oryza sativa).<br />

FOTO: SÓCRATES RODRÍGUEZ<br />

46


LA NATURALEZA DOMINICANA • <strong>VARIOS</strong><br />

EL HURACÁN CONSTRUYE LOS PARAÍSOS DEL FUTURO<br />

El ojo del sabio ve lo que no advierte el ojo del<br />

profano.<br />

Al día siguiente del huracán David, cuando los<br />

capitaleños mirábamos azorados la muchedumbre<br />

de árboles derribados por el viento, el profesor<br />

Marcano me dijo:<br />

—Observa que los árboles que más se han caído<br />

pertenecen a especies que no son nativas, sino introducidas.<br />

Los cocos se cayeron; pero las canas están<br />

en pie.<br />

Todo el que anduvo por la avenida George<br />

Washington ha de haberse asombrado con la inconmovible<br />

resistencia de las canas (Sabal umbraculifera),<br />

ninguna de las cuales se doblegó siquiera; y<br />

ha de haberse asimismo lamentado del fofo arraigo<br />

de tanto cocotero derribado.<br />

Tras el ejemplo, Marcano dio la razón: «Las plantas<br />

nativas están ya adaptadas».<br />

Yo empecé a ver los huracanes a otra luz.<br />

Y me acordé de la cadena de la Defensa Civil,<br />

que de tanto hablar de «crueldades de la naturaleza»<br />

se metió en ese mundo de tonterías lacrimógenas<br />

tan propio de las telenovelas.<br />

Y me acordé porque, después de todo, los huracanes<br />

no son otra cosa que fenómenos naturales.<br />

Yo quisiera subrayarlo: naturales.<br />

Viéndolos por este costado se llega a entender<br />

el papel benéfico que desempeñan en la naturaleza.<br />

Quisiera, para que no me entiendan mal, subrayar<br />

también esto: en la naturaleza. Operan en ella<br />

como agentes de la selección natural.<br />

Cada especie de árbol es el producto de la evolución,<br />

proceso que tiende al máximo de estabilidad<br />

y que va moldeándole características tales como<br />

la resistencia a las enfermedades, vigor de crecimiento<br />

y otras, las cuales se muestran plenamente<br />

cuando el árbol crece en el medio ambiente para el<br />

cual fue adaptado por la evolución.<br />

Más todavía: dentro de una misma especie de<br />

árbol que tenga amplia distribución en zonas geográficas<br />

diversas, se desarrollan las llamadas «razas<br />

climáticas»; a tal punto que cuando se siembran<br />

juntas varias de ellas en un mismo sitio, de manera<br />

que unas estén mejor adaptadas que otras al medio<br />

ambiente que lo caracterice, dichas «razas climáticas»<br />

diferirán, aun siendo de una misma especie,<br />

en el vigor de crecimiento, resistencia a las enfermedades<br />

y en otras cualidades adaptativas.<br />

No será, pues, necesario pormenorizar aquí el<br />

desamparo en que se encuentran las especies<br />

exóticas cuando crecen en un medio ambiente para<br />

el cual no fueron preparadas por el proceso evolutivo<br />

mediante la selección natural de los más aptos.<br />

Por eso el cocotero (Cocos nucifera), que no es de<br />

estas tierras, está siendo diezmado por el amarillo<br />

letal. Las palmas nativas, en cambio, aun siendo<br />

de la misma familia, no han sido afectadas por el<br />

quebranto.<br />

Entre los factores más exigentes que influyen en<br />

la evolución, el clima aparece en primera fila. Y<br />

quien hable de clima en el Caribe, está mentando<br />

ya ciclones y huracanes.<br />

47


FÉLIX SER<strong>VI</strong>O DUCOUDRAY<br />

De 1494 a 1955 se habían registrado en esta<br />

región —según la autorizada obra Hurricanes, de I.<br />

Tannehill— 1,080 huracanes. Eso en 461 años, que<br />

para los plazos de la evolución natural es tiempo<br />

muy corto; pero que ya da un promedio de 2.3 huracanes<br />

al año.<br />

No obstante ello, debe tenerse cuenta con que<br />

no se llevó, en los primeros siglos, registro minucioso<br />

de tales fenómenos; y que de 1900 a 1955,<br />

período en que ya se estudiaron con mayor asiduidad,<br />

el número de huracanes registrados sube<br />

a 414, lo que da un promedio de 7.4 por año, y un<br />

total de 3,458 en los 461 años mentados. En un<br />

millón de años, plazo más normal para las crónicas<br />

de la naturaleza, la cifra alcanza magnitudes astronómicas.<br />

Por cierto que el primero de los conocidos en la<br />

isla, el de julio de 1502, fue anunciado por Cristóbal<br />

Colón cuando advertía a Ovando, pidiéndole permiso<br />

para entrar al puerto de Santo Domingo, que<br />

«había vehementes indicios de la proximidad de<br />

un temporal» por lo cual aconsejaba no se dejara<br />

salir la escuadra que estaba a punto de zarpar al<br />

mando de Antonio Torres. Como no le dieron permiso<br />

—ni importancia al vaticinio— Colón tuvo<br />

que pasarlo, aunque bien guarecido, en la bahía<br />

de Las Calderas; pero la escuadra, que se hizo a la<br />

mar sin atender presagios, perdió 20 naves al encontrarse<br />

con el huracán.<br />

Aquí valdría repetir lo del comienzo: el ojo del<br />

sabio ve lo que no advierte el ojo del profano.<br />

Y en ese trance Colón vio, entre otras cosas, la<br />

presencia numerosa y desacostumbrada de peces<br />

que subían a la superficie, y lo tuvo por signo de<br />

mal tiempo.<br />

Antes del huracán.<br />

Marcano, en cambio, veía lo suyo después del<br />

huracán. Sigamos con él.<br />

Esa mañana me sacó a un breve recorrido por<br />

los jardines del Museo de Historia Natural, en la<br />

Plaza de la Cultura, para confirmar lo que decía:<br />

—Mira las palmas: pueden perder las hojas pero<br />

no se descogollan. Hablaba de la palmera real<br />

(Roystonea hispaniolana), y añadió lo mismo del corozo<br />

(Acrocomia quisqueyana) que es de lo poco que<br />

puede verse casi intacto en el Mirador del Sur.<br />

Palma y corozo, al igual que las canas, son endémicos<br />

en la isla.<br />

Y más adelante:<br />

—Ese alhelí blanco (Plumeria subsessilis), endémico,<br />

aun siendo planta de ramas débiles y quebradizas,<br />

resistió. El roble sigue en pie; y la uva de<br />

playa parece que no sintió el paso del huracán.<br />

La jina puertorriqueña (Pithecellobium dulce), en<br />

cambio, oriunda de América Central, estaba en el<br />

suelo. Y la casia amarilla (Cassia siamea), quedó<br />

descuartizada.<br />

Y así lo demás: se cayeron en la ciudad casi todas<br />

las anacahuitas (Sterculia apetala), nativa de Venezuela,<br />

entre ellas la que crecía en la acera del cementerio<br />

viejo, que tenía trazas de ser el árbol más<br />

robusto de la capital.<br />

A propósito: el que crecía en el parquecito de la<br />

iglesia de Las Mercedes no era el árbol de Tung,<br />

como se publicó, sino lo que aquí —también erróneamente—<br />

llamamos álamo, que es una de las<br />

muchas especies del género de los higos: Ficus religiosa,<br />

árbol que según las leyendas de la India, su<br />

lugar de origen, cobijó la inspiración de Buda. Allá<br />

es árbol sagrado.<br />

De la misma especie son los «álamos» que el<br />

huracán David derribó en el parque Colón, y el que<br />

48


LA NATURALEZA DOMINICANA • <strong>VARIOS</strong><br />

se alzaba en la plazoleta del Carmen, también<br />

vencido.<br />

Se le reconoce por las hojas acorazonadas con<br />

una larga proyección en el ápice. O dicho en cristiano:<br />

con un rabito en la punta.<br />

El árbol de Tung (Aleurites trisperma), oriundo<br />

de Filipinas, es lo que aquí hemos apodado «jabilla<br />

extranjera», de importación reciente y que a pesar<br />

de ser muy venenosa ha empezado a sembrarse<br />

en aceras y patios como árbol de sombra. Por lo<br />

cual no debe lamentarse que haya resultado escaso<br />

superviviente ante las duras exigencias selectivas<br />

del David.<br />

La verdadera jabilla, la nuestra (Hura crepitans),<br />

aguantó el viento más afirmadamente; y una que<br />

resultó desgarrada de arriba abajo, en la esquina<br />

de la avenida Independencia y la Socorro Sánchez,<br />

tenía enfermas las entrañas.<br />

Por cierto que la jabilla, digámoslo de paso, no<br />

tiene espinas como comúnmente se dice, sino aguijones,<br />

esto es, protuberancias del tejido epidérmico<br />

que se arrancan sin lesionar el tallo. Las espinas<br />

no.<br />

¿Cuál más<br />

La Tabebuia pentaphylla, que bordeaba nutridamente<br />

la avenida Bolívar y que se vino abajo como<br />

larga serie de dominó. Se dice que la trajo al país el<br />

eminente botánico Rafael María Moscoso.<br />

Mentemos aun otra especie para acabar, ya que<br />

la enumeración completa resultaría demasiado extensa:<br />

Ficus aurea, que a pesar de llamarse también<br />

higo cimarrón no es árbol nativo, y que tan bellamente<br />

crecía en la calle Doctor Báez.<br />

Llegados a este punto me adelanto a aclarar lo<br />

siguiente, para salirle al paso a una objeción que<br />

creo adivinar: no se ha sostenido en cuanto llevo<br />

dicho que todo árbol nativo haya sobrevivido al<br />

huracán, o que ninguno importado fuera capaz de<br />

resistir las ráfagas violentas. Sino que en la cuenta<br />

del derribo hay menos de aquellos, y que entre<br />

los «extranjeros», aunque no falten algunos bien<br />

parados, se amontona el mayor número de los<br />

caídos.<br />

Esa es precisamente la obra del huracán; su papel<br />

de agente de la selección natural.<br />

Pone a pulsear cada árbol con un campeón de<br />

vientos, y sólo el que pasa esa prueba suprema tiene<br />

derecho a vivir.<br />

Así depura las especies nativas de ejemplares<br />

endebles, al tiempo que va formando las nuevas<br />

«razas climáticas» en las especies llegadas aquí de<br />

otros confines.<br />

Sanea de ese modo los bosques del futuro, en<br />

que convivirán únicamente los descendientes más<br />

sanos y vigorosos de los triunfadores. Hasta alcanzar<br />

el clímax de la perfección definitiva.<br />

¿Que no lo veremos<br />

Cada hombre, es cierto, tiene calendario corto.<br />

Pero también lo tiene cada árbol. Esa Tabebuia<br />

que florecerá deslumbradoramente al llegar la<br />

primavera, no vivirá en el bosque armonioso y venidero;<br />

ni tampoco los guayacanes que por las<br />

flores parecían árboles azules en el junio de isla<br />

Cabritos.<br />

Lo verán y disfrutarán sus hijos y los nuestros.<br />

Para ellos trabaja el huracán.<br />

Lo que la naturaleza moldea y salva son especies;<br />

que a veces (ellas también lo mismo que los<br />

árboles) no nos dejan ver el bosque...<br />

Las especies de árboles alcanzarán el triunfo<br />

forestal.<br />

Y la especie humana con ellas.<br />

49


FÉLIX SER<strong>VI</strong>O DUCOUDRAY<br />

Añadiendo, uno tras otro, la brevedad de cada<br />

calendario.<br />

Mientras tanto no queda otro camino —ni remedio—<br />

que atenernos a las leyes naturales, para<br />

que podamos, utilizándolas (que es la manera de<br />

domarlas), contribuir a la glorificación de la madera,<br />

y de flores en que abejas más dulces que la<br />

miel recojan, con el polen en que la oscura raíz cansada<br />

sube a ver la vida y pide su relevo —umbral<br />

de la semilla—, la orden del renuevo para que el<br />

bosque siga, y siga la madera y la flor siga.<br />

Trabajemos como trabaja el huracán, y al pie de<br />

su consejo: para los paraísos naturales del futuro.<br />

Con su ley en la mano.<br />

Sólo así puede el hombre ser libre.<br />

Porque en un mundo sometido a leyes inviolables<br />

¿puede la libertad ser otra cosa que la necesidad<br />

metida en la conciencia<br />

No hay otro modo de dominar los huracanes<br />

imborrables.<br />

A causa de David han muerto más de mil dominicanos,<br />

la mayoría de ellos por las inundaciones.<br />

Pero las aguas precipitan su mortal sorpresa tan<br />

repentinamente, porque el desmonte ha quitado<br />

los frenos naturales que dosificaban gradualmente<br />

la creciente de los ríos.<br />

¿A causa de David han muerto<br />

Levantaron sus casas precariamente porque la<br />

falta de recursos vedó la solidez de la morada.<br />

¿A causa de David murieron<br />

Lo repito: fenómeno natural.<br />

Que sólo sube el daño cuando la civilización que<br />

encuentra en su camino no ha mostrado respeto por<br />

sus leyes, ni dispensó justicia suficiente para que todos<br />

pudieran ejercer los recaudos que impone su<br />

frecuencia en el Caribe.<br />

Lo dicho, pues: agentes de la selección natural,<br />

y que de paso, junto con los árboles endebles, descartan<br />

además las civilizaciones inservibles.<br />

Dura lección, pero útil. Ojalá que la aprendamos.<br />

(15 sep., 1979, pp. 4-5)<br />

Por asombroso que parezca, el ser humano, deforestando, ha tumbado<br />

más árboles que el ciclón David [1979].<br />

50


LA NATURALEZA DOMINICANA • <strong>VARIOS</strong><br />

Aunque la furia del viento y del mar durante el paso del ciclón David causaron serios destrozos en la avenida George Washington, las canas,<br />

a diferencia de otros árboles, resistieron.<br />

Cocal de la costa sur diezmado por los efectos del ciclón David.<br />

51


FÉLIX SER<strong>VI</strong>O DUCOUDRAY<br />

(Foto sup.)<br />

Arboretum del Instituto Politécnico<br />

Loyola, de San Cristóbal,<br />

después del ciclón David.<br />

(Foto inf.)<br />

La fuerza del huracán pone a prueba<br />

la resistencia de los árboles<br />

que deberán quedar en pie<br />

después de su paso,<br />

mientras que la deforestación<br />

que el hombre le impone a la naturaleza<br />

es irreversible.<br />

52


LA NATURALEZA DOMINICANA • <strong>VARIOS</strong><br />

DEL MAR HA LLEGADO UN <strong>VI</strong>ENTO CARGADO DE<br />

HELECHOS, INSECTOS, BROMELIAS Y GA<strong>VI</strong>OTAS<br />

El huracán, además...<br />

Después de haberlo escrito pensé que este<br />

comienzo parece salir a medio camino de párrafos<br />

precedentes que no están a la vista, a los cuales el<br />

«además» añadiría lo que yo escriba. Por lo cual<br />

cojea.<br />

Pero no me acostumbro a poner el consabido<br />

número romano (II) con que se indica que el trabajo<br />

publicado es el segundo respecto de algún otro,<br />

como en el caso de éste.<br />

A más de ello, no sería propiamente continuación<br />

en que se alarga lo ya dicho la semana pasada,<br />

en «Los huracanes construyen los paraísos<br />

del futuro», sino manera de abordar el asunto de<br />

los ciclones por otro costado, como vienen ellos con<br />

sus vientos después que pasa el vórtice soleado.<br />

Y pues de todos modos con el «además» se da a<br />

entender que esto va con aquello y que le añade,<br />

pienso que así también se da la idea de seguimiento<br />

y que puedo tomarlo como pie de entrada.<br />

Y empezar por ejemplo:<br />

Los huracanes, además, son agentes poderosos<br />

en la dispersión geográfica de las especies de plantas<br />

y animales, tema que todavía anda entre acaloradas<br />

polémicas, más apasionantes, en verdad,<br />

que apasionadas.<br />

Cuando el profesor Cicero encontró en la Beata,<br />

el otoño pasado, sus duendes (Zephyranthes bifolia)<br />

florecidos entre las peñas y el ventarrón del farallón<br />

costero, enseguida el hallazgo le puso en la cabeza<br />

este problema: ¿cuál camino los había llevado,<br />

cruzando el mar, hasta ese rincón aislado (Dicho<br />

sea «aislado» en este caso, con toda la fuerza de su<br />

sentido etimológico, que le viene de isla).<br />

Lo que llevaba a considerar y a seguir considerando<br />

(para decirlo como el merengue de Dolorita)<br />

ese problema, era el color anaranjado de la flor, totalmente<br />

divergente de los duendes del vecindario<br />

más próximo, la península de Barahona, donde son<br />

rojos.<br />

El anaranjado estaba por Baní arriba, en las<br />

lomas de Valdesia. Allí encendía su lejano fuego de<br />

corola.<br />

Semanas o meses después —ahora no recuerdo;<br />

pero siempre en uno de estos reportajes— al hablar<br />

de esos duendes, yo le puse imaginariamente este<br />

motor de vientos al traslado: los huracanes.<br />

Pensaba que algún ciclón violento, desatada la<br />

fuerza de sus aguaceros torrenciales, capaces de<br />

arrastrar por cañadas recónditas no sólo plantas<br />

sino hasta piedras, y bajarlas hasta los ríos desbordados,<br />

«que van a dar a la mar» como en los versos<br />

de Manrique —o en los del Nizao—, pudo sacar<br />

los duendes a la costa embravecida y desde allí<br />

aventarlos hasta la isla en que Cicero los encontró<br />

ya establecidos y florecientes.<br />

Se lo expuse al profesor Marcano, que aquel día<br />

del hallazgo iba con Cicero, y comentó:<br />

—Es una conjetura interesante. Podría ser...<br />

Porque los huracanes hacen eso, y más.<br />

En alas de vientos poderosos que los habían<br />

sacado del mar, llegaron peces hasta los cielos de<br />

53


FÉLIX SER<strong>VI</strong>O DUCOUDRAY<br />

Inglaterra, donde después cayeron como lluvia<br />

asombrosa sobre algún paraje del país, según me<br />

lo comunicó Sixto Incháustegui. El evento quedó<br />

famosamente registrado en la literatura científica<br />

junto con otra «lluvia» esa vez de ranas, también<br />

en Inglaterra.<br />

Y a propósito, desde que menté arriba el merengue<br />

de Dolorita estaba por decirlo, para mostrar<br />

los lujos de semántica que se gastan a veces las<br />

letras de nuestra música popular.<br />

(Estamos ya en el vórtice del reportaje, lo cual se<br />

dice por el camino que llevamos recorrido: en su<br />

«ojo» central, que ha de ser, como el de las tormentas,<br />

calmo; y que permite, por eso, digresiones<br />

apacibles). Veámoslo:<br />

En el merengue empieza así la queja del amante<br />

mal tratado:<br />

Dolorita,<br />

considera y considera;<br />

Dolorita,<br />

y vuelve a considerar,<br />

donde el verbo «considerar» está usado en la significación<br />

de «reflexionar», para pedir que Dolorita<br />

medite en el asunto que enseguida se le propone:<br />

Dolorita,<br />

si tú no me consideras;<br />

Dolorita ¿quién me va a considerar<br />

Y eso queda planteado con el mismo verbo; pero<br />

ya en otra acepción: la de «tratar con respeto» a<br />

una persona.<br />

Toda la gracia —y la desgracia— de la queja<br />

amorosa precisamente sale del estudiado descuido<br />

con que se pasa del uno al otro sentido de la misma<br />

palabra para expresar dos cosas distintas.<br />

Y ahora sigamos, para no dejar la lengua del<br />

merengue —ni el tema del comienzo— «considerando»<br />

el papel desempeñado por los ciclones<br />

como difusores de las formas de la vida natural.<br />

Eso, desde luego, lo sabían los poetas hace<br />

tiempo.<br />

Deligne, por ejemplo, que en el poderoso poema<br />

«Del patíbulo», para recalcar cómo el fusilamiento<br />

de un pensador difunde sus ideas en vez de suprimirlas,<br />

esgrime estas comparaciones:<br />

... Así las aves<br />

picoteando la pulpa, las simientes<br />

más presto ofrendan a la tierra amante;<br />

así en el monte, apedreando el fruto<br />

multiplican la fronda los rapaces;<br />

y la germinación en mayor radio<br />

llevan a prosperar los huracanes.<br />

Darlington, que en 1957 publicó una de las obras<br />

clásicas acerca de la distribución geográfica de<br />

los animales, Zoogeography, puntualizó la cuestión<br />

en estos términos:<br />

«La fuerza del viento sobre los animales pequeños<br />

depende de la relación existente entre la superficie<br />

del cuerpo del animal y su peso. La superficie<br />

varía al cuadrado, el peso al cubo. Por eso al<br />

disminuir de tamaño se disminuye de peso más<br />

que de superficie. …) La fuerza y la potencia de<br />

transportación del viento aumenta (aproximadamente)<br />

con el cuadrado de la velocidad del viento».<br />

Y así, para mostrar la eficacia del viento como<br />

agente de dispersión, hizo estos cálculos:<br />

«El efecto del viento sobre un animal de una<br />

onza de peso, cuando sopla a 100 millas por hora,<br />

supera en unas 224 veces (14 por 16) el efecto que<br />

obra sobre el hombre un viento de 25 millas por<br />

hora; y el efecto del viento, cuando sopla a 100<br />

millas por hora sobre un animal de 1 pulgada de<br />

largo (una rana pequeña, por ejemplo) es unas 1040<br />

54


LA NATURALEZA DOMINICANA • <strong>VARIOS</strong><br />

veces (65 por 16) mayor que el efecto del viento a<br />

25 millas por hora, sobre el hombre”.<br />

Y llegó a esta conclusión: «Los huracanes pueden<br />

operar como importantes agentes de dispersión.<br />

Son enormes sistemas de circulación de aire<br />

ascendente, y pueden recoger y transportar por lo<br />

tanto cantidades de objetos diminutos y hacerlos<br />

recorrer largas distancias. No creo que los vientos<br />

hayan tenido mucho que ver con la dispersión de<br />

los vertebrados, pero los vientos pueden haber sido<br />

agentes muy importantes en la dispersión de animales<br />

más pequeños, como los insectos y moluscos,<br />

y (en la dispersión) de las plantas».<br />

El profesor Marcano me dio este dato:<br />

—Hay una planta, la Vriesea sintenesis propia de<br />

Puerto Rico, y de la familia de las Bromeliaceae,<br />

que ha sido encontrada ya varias veces en el Este<br />

de nuestro país. Yo presumo que las semillas fueron<br />

traídas por los ciclones.<br />

Y en el viento (aun sin tener empuje aciclonado)<br />

vuelan las esporas del helecho, por ejemplo, que<br />

aun cayendo a tres mil kilómetros de distancia, retienen<br />

el poder germinativo y reinscriben la flora<br />

original en otro sitio o la varían formando, por<br />

adaptación al nuevo ambiente, especies de estreno.<br />

En Valle Nuevo hay una flora que Ekman llamó<br />

«alpina», donde el pajón (Danthonia domingensis)<br />

alfombra los pinares, y que seguramente llegó en<br />

alas del viento; al menos parte de ella.<br />

Pero no sólo eso. Sin ir tan lejos, el huracán también<br />

ayuda, a trecho más corto, en la multiplicación<br />

de plantas que aparentemente destruye.<br />

Los cactus, por ejemplo, que si descuartizados,<br />

reconstruyen con cada pedazo la planta original.<br />

—A ellos les conviene desprenderse de sus<br />

ramas (o cladodios), que son tallos que parecen<br />

hojas pero que echan flores y raíces adventicias.<br />

Esa es una de las maneras que tienen de reproducirse<br />

y multiplicarse en estado silvestre. Es la<br />

multiplicación vegetativa, además de la que se<br />

efectúa por sus semillas, generalmente transportadas<br />

por aves.<br />

De modo que no nos engañemos: al ver que el<br />

huracán agarra un cactus por la garganta y lo sacude<br />

hasta arrancarle la cabeza y dejarlo despedazado,<br />

está forzando la preservación y aumento de<br />

la especie.<br />

Parece que la borra; pero al contrario: saca copias<br />

de ella.<br />

Y ahora, para cerrar, salgamos del ciclón con<br />

estas aves: las gaviotas y las golondrinas.<br />

Se dice de las primeras que presienten la proximidad<br />

de los ciclones. Son aves pelágicas, esto es,<br />

que viven en los cayos e islotes de la mar, lejos de<br />

las costas; y cuando viene la tormenta abandonan<br />

las rocas en que habitan y van a buscar refugios<br />

tierra adentro.<br />

Rafael María Moscoso asentó esta observación<br />

en su trabajo Los ciclones: «En el ciclón de San Felipe,<br />

que azotó a Puerto Rico el 13 de septiembre de<br />

1928, numerosísimas gaviotas de la costa Norte,<br />

en su huida al interior de la isla, acamparon en el<br />

parque Colón de esta ciudad de Santiago».<br />

De la reiterada observación de tal maña precautoria<br />

salió el dicho consabido: pájaro de la mar en<br />

tierra, ¡mal tiempo!<br />

Pero no es cierta, en cambio, la creencia que atribuye<br />

a las golondrinas esa facultad de presagio.<br />

Vuelan, es verdad, antes del huracán o cuando<br />

va a llover; pero no lo hacen por recibir noticia anticipada<br />

del temporal, sino porque en ese momento<br />

salen a comer.<br />

55


FÉLIX SER<strong>VI</strong>O DUCOUDRAY<br />

La razón estriba en que la mayoría de los insectos<br />

sienten el cambio de la presión atmosférica que<br />

sobreviene en tales trances. Eso los hace volar, y<br />

las golondrinas lo mismo que otras aves insectívoras,<br />

salen tras ellos y los atrapan en el aire.<br />

Son, pues, los insectos, y no las golondrinas, los<br />

que perciben los signos del mal tiempo; pero como<br />

estos no se ven, se atribuye la anticipación de la<br />

noticia a las aves que se lanzan tras ellos para engullírselos.<br />

Un caso de meteorología mortal.<br />

22 sep., 1979, pp. 4-5)<br />

El duende de la Beata,<br />

Zephyranthes bifolia,<br />

de flor anaranjada.<br />

Rincón de Bayahibe, antes del paso del ciclón David. La furia de este fenómeno atmosférico destruyó muchas de estas embarcaciones.<br />

56


LA NATURALEZA DOMINICANA • <strong>VARIOS</strong><br />

ALABANZA Y DESAGRA<strong>VI</strong>O DEL CAMBRÓN<br />

Yo había viajado muchas veces por la región<br />

Sur del país, y otras tantas estuve en la Línea<br />

Noroeste, que es una como Azua del norte, metiéndome<br />

por los rumbos de Mao o de Montecristi,<br />

cañadas van cañadas vienen, y sabanas del espinar.<br />

Todo eso son cambronales interminables, donde<br />

el hombre ha convivido largamente con la planta,<br />

hasta conocerle sus mañas y virtudes.<br />

Pero nunca oí a nadie hablar bien del cambrón.<br />

En la capital tampoco. Ni en el Este, hasta donde<br />

han llegado sus semillas y con ellas los montes<br />

de cambrones, que llenan grandes espacios de la<br />

punta oriental del país, por Juanillo y más allá.<br />

Hasta que un día oí, en boca de un campesino, el<br />

primer elogio del cambrón. ¿Cómo no iba yo a anotar<br />

la fecha 30 de agosto del año 1980, sábado por<br />

más señas. No se me olvidará tampoco el sitio:<br />

paraje Bohío Viejo, de La Celestina, en la bajada hacia<br />

el río Guanajuma, casi llegando: se oían, entre<br />

el rumor del agua, las voces de las lavanderas.<br />

Sí, señor; elogió al cambrón.<br />

Para mí fue sorpresa, porque yo también, de tanto<br />

verlo crecer en los confines desérticos, como rey<br />

de sequía, contertulio del cactus y parroquiano de<br />

las desolaciones sofocantes, me había formado de<br />

él una muy mala opinión que repetía mentalmente<br />

cada vez que me topaba con sus congregaciones<br />

numerosas: «Este árbol es una desgracia».<br />

O plaga indeseable.<br />

El colmo era el polvazo, que se alzaba como<br />

aplauso en el silencio de sus asambleas forestales.<br />

Su clamor envolvente. Polvo tan seco y penetrante<br />

que no hay veda de poros o resquicios que no<br />

quiebre.<br />

Son además famosas sus espinas: lo más próximo<br />

al acero que fabrica la botánica. Espinas toledanas.<br />

Pero más agresivas que una espada. ¿Quién,<br />

habiendo vivido a la vera del cambrón, no recuerda<br />

el rasguño de sus ramas en el rostro, o aquella<br />

espina que, caída en el suelo, le llegó hasta la planta<br />

del pie traspasando la suela del zapato Incluso<br />

pinchan y desinflan llantas de automóviles.<br />

Y entonces planta de un paisaje en el que sólo<br />

se dan las maldiciones. Reseco. Hostil. Caliente.<br />

Despiadado.<br />

¿Cómo iba nadie a querer el cambrón o a defenderlo<br />

Pero este campesino cantó sus alabanzas, y en<br />

verdad que dando razones bien pensadas dejó muy<br />

mal paradas las opiniones adversas al cambrón,<br />

y puso en evidencia —no tuve más remedio que<br />

reconocerlo— cómo era superficial el memorial de<br />

agravios acumulados contra el árbol.<br />

Oigamos lo que dijo:<br />

—Ese palo crece rápido, la yerba se da grande<br />

debajo de él, echa fruto que todos los animales<br />

comen, da buen carbón y buena leña, y si hay ahí<br />

un monte pelado usted siembra cambrón y hay<br />

sombra.<br />

A lo que el profesor Cicero —él y Marcano estaban—<br />

agregó: «Y algo más que no has enumerado:<br />

las abejas».<br />

57


FÉLIX SER<strong>VI</strong>O DUCOUDRAY<br />

—Ah, sí; ése es el árbol que más lleno está de<br />

abejas.<br />

Prosopis juliflora es su nombre en el latín de ciencias,<br />

conocido, a más de cambrón, por bayahonda<br />

en el habla del común.<br />

Planta leguminosa, lo que le añade otra bondad<br />

a la cuenta que de ella se hizo en la casa rural de<br />

Bohío Viejo: enriquece los suelos.<br />

Yo me quedé pensando en todo eso, confronté<br />

nuevamente la loa del campesino con las opiniones<br />

de Marcano y de Cicero, consultándolos. Recibí explicaciones.<br />

Repasé los parajes observando. Leí los<br />

textos que pusieron en mis manos. Y salgo ahora<br />

convertido —después de aquellos tres— en el cuarto<br />

abogado del cambrón y de los cambronales, no<br />

obstante las espinas y el polvazo.<br />

Por eso aquí comienzo preguntando: ¿de dónde<br />

piensa usted que les viene a los suelos de Azua la<br />

famosa excelencia, lo mismo que a los suelos de la<br />

Línea<br />

No lo piense dos veces y afírmelo conmigo: de<br />

los cambronales que a lo largo de siglos y más siglos<br />

han vegetado en ellos.<br />

Por ser árbol de la familia de las leguminosas,<br />

cumple como toda su parentela el mismo desempeño<br />

de contribuyente edáfico: sus raíces son fijadoras<br />

de nitrógeno y así mejoran la calidad agrícola<br />

del suelo; y lo mismo con sus hojas, que al caer y<br />

mezclarse con la tierra le incrementan los componentes<br />

orgánicos.<br />

De ahora en adelante no lo olvide: el polvo del<br />

cambronal es polvo fértil.<br />

Los cambrones son constructores de suelo. Cada<br />

uno tiene título de ingeniero graduado en edafología,<br />

y ejerce la profesión activa y maravillosamente,<br />

sin días de descanso. No los tome usted,<br />

pues, como seña de desastre ecológico. Todo lo<br />

contrario: ponen en el desierto la posibilidad del<br />

oasis. Preludian el paraíso en el bosque seco. No<br />

son causantes de la desertificación, sino enmienda.<br />

Y en tal faena tiene compinches meritorios, a los<br />

que tampoco se les reconoce el bien que hacen: son<br />

las otras leguminosas del bosque seco, que aquí<br />

miento en son de llamamiento a la gratitud nacional:<br />

el lino criollo (Leucaena leucocephala), el aromo<br />

(Acacia farnesiana), el carga agua (Cassia crista) y<br />

hasta la humilde brusca.<br />

Reputemos, pues, como venturosa la existencia<br />

del espinoso cambrón. La resistencia que muestra<br />

ante la sequía y la facilidad con que prospera en<br />

las regiones más áridas de clima caliente, ha hecho<br />

posible, unido a plantas de querencia semejante,<br />

poner la corona de un bosque en territorios que de<br />

otro modo habrían quedado como suelo pelado y<br />

desahuciado. El cambrón, además, los regenera.<br />

Los protege de la erosión (tiene fama de gran fijador<br />

de dunas, por ejemplo).<br />

Etcétera, etcétera, etcétera.<br />

Y ahora pasemos a descifrar estos etcéteras, por<br />

ver cómo resulta autor de mayores beneficios aquello<br />

que creía causante de tantos maleficios.<br />

¿Sabía usted que el cambrón es el árbol forrajero<br />

más importante del mundo Así lo afirman R. O.<br />

Whyte, G. NiIsson-Leissner y H.C. Trumble en un<br />

libro que la FAO publicó en 1955: Las leguminosas en<br />

la agricultura.<br />

El famoso caldén de las pampas argentinas, reconocido<br />

desde hace tiempo como importante árbol<br />

forrajero, es el Prosopis caldenia, hermanito de nuestro<br />

cambrón.<br />

Y a propósito: Argentina parece ser el centro del<br />

polimorfismo del género Prosopis, señalan los auto-<br />

58


LA NATURALEZA DOMINICANA • <strong>VARIOS</strong><br />

res mencionados, «ya que cuenta con unas 20<br />

especies y gran número de formas menores que<br />

no se pueden distinguir al través de la nomenclatura».<br />

Lo que no quiere decir que de allí provengan<br />

todas las especies de cambrones, puesto que<br />

la adaptación a los ambientes de otras tierras suele<br />

cristalizar en especies nuevas. Nuestro cambrón,<br />

por ejemplo, el Prosopis juliflora, es oriundo de Jamaica,<br />

de donde se propagó por las Antillas. La<br />

posición de ese lugar de origen respecto de La Española,<br />

podría dar pie para pensar que los cambrones<br />

llegaron al país por el sur, y que por tanto<br />

primero hubo cambronales en Azua que por la<br />

Línea Noroeste; pero esto no pasa de simple conjetura.<br />

No autorizan a tanto las investigaciones ni<br />

los conocimientos acerca del poblamiento floral de<br />

nuestra isla. He mencionado el asunto sólo por tentar<br />

a nuestros investigadores, que tendrían en ello<br />

un atractivo tema de averiguación científica.<br />

Volvamos a la forrajería.<br />

Muchas especies de Prosopis dan vainas dulces<br />

que sirven de alimento para el ganado; pero ninguna<br />

de ellas supera las de nuestro cambrón, que son<br />

las mejores. Y no alimento así comoquiera, sino apetecido<br />

ávidamente por los animales, lo mismo que<br />

su follaje tierno y las semillas. Tan grande es el valor<br />

nutritivo de las vainas maduras, que algunos autores<br />

lo comparan con el del maíz. De ahí que a<br />

más de dejarlo como árbol de ramoneo, se recogen<br />

las vainas y semillas que caen al suelo para utilizarlas<br />

como pienso a más de preparar con ellas alimentos<br />

concentrados, lo cual se hace en gran escala en<br />

las regiones desérticas del Perú, por ejemplo. En<br />

Hawai es el árbol leguminoso más importante,<br />

donde produce de junio a noviembre una abundante<br />

cosecha de vainas con que se alimenta a las<br />

vacas lecheras y a los cerdos. En otros países se les<br />

da de comer a las ovejas. ¿Y quién no ha visto aquí<br />

la fruición con que los chivos devoran el cambrón<br />

Otrosí: la Estación Experimental Agrícola de<br />

Hawai dispone de un laboratorio donde se estudian<br />

las técnicas más apropiadas para producir,<br />

recolectar, trillar, limpiar y escarificar las semillas,<br />

y esa información se ofrece a los agricultores como<br />

servicio público.<br />

Finalmente este dato: un árbol de 10 años rinde<br />

hasta 90 kilogramos de vainas al año.<br />

Muchos ganaderos mal informados cometen el<br />

error de cortar los cambrones del potrero. Con eso<br />

se causan a sí mismos triple daño: privan al ganado<br />

de ese rico alimento, le quitan a las reses la sombra<br />

que tanto necesitan sobre todo en las regiones<br />

de solazo caliente y de sequía, que son las del cambrón,<br />

y a la yerba el amparo que le permite —como<br />

decía el campesino de Bohío Viejo— «darse grande<br />

debajo de él». Sin hablar ya de los daños de todo<br />

desmonte arbitrario.<br />

¿De dónde viene esta práctica, que no parece<br />

ser sólo dominicana Oigamos la respuesta en el<br />

libro de la FAO: «Los ganaderos creen que (el cambrón)<br />

destruye las yerbas. Probablemente lo que<br />

sucede es que las yerbas se agotan con el pastoreo<br />

excesivo y los árboles leguminosos acaban por ocupar<br />

la tierra denudada». Pero cuando se evita ese<br />

tipo de pastoreo —estamos cansados de verlo— la<br />

yerba no sólo crece bien, sino, más lozana y más<br />

alta debajo de los cambrones que cuando queda<br />

expuesta a pleno sol.<br />

Que Marcano diga ahora lo de las abejas:<br />

—La abundancia de flores permite establecer<br />

grandes colmenares en las zonas en que el cambrón<br />

vegeta. Es la planta melífera de mayor rendimiento,<br />

59


FÉLIX SER<strong>VI</strong>O DUCOUDRAY<br />

siempre que los apiarios tengan agua. El cambrón<br />

produce una miel blanca, de sabor agradable, que<br />

tiene mucha demanda en los mercados internacionales.<br />

Su inconveniente es la tendencia a azucararse<br />

al poco tiempo de extraída, pero entonces<br />

resulta más sabrosa, al decir de algunos, ya que se<br />

come como caramelo. Normalmente el cambrón da<br />

dos floraciones al año, lo que permite dos cosechas<br />

de miel, y eso pone la zona en la categoría de buena.<br />

Florece en abril y en noviembre, según las lluvias.<br />

Cuando llueve en la Cuaresma, la primera floración<br />

se adelanta. Y puede dar hasta una tercera floración<br />

y con ella una tercera cosecha de miel, si llueve en el<br />

período intermedio. En este caso cada caja, que da<br />

$25 de miel por cosecha, produce $75 en el año.<br />

Otra cosa: la madera del cambrón es dura y valiosa,<br />

por lo que nuestros campesinos aprovechan<br />

sus palos no sólo para cercar sino también para<br />

poner los horcones de sus ranchos, lo mismo que<br />

utilizaron aquel jícaro en el poema de Deligne, «el<br />

más negro y más bravío», en que angulaba el bohío.<br />

Perdonémosle ahora las espinas en que se convierten<br />

sus estípulas, ya que son uno de los medios<br />

de defensa con que cuenta el cambrón para ponerle<br />

freno y límite al goloso embiste de los animales<br />

que lo tienen por manjar comestible. Con ellas sobrevive<br />

y nos depara los bienes y bondades de su<br />

estirpe.<br />

(13 dic., 1980, pp. 4-5)<br />

La yerba crece lozana debajo de los cambrones (Prosopis juliflora), cuya sombra, además, protege al ganado de los rigores del solazo.<br />

60


LA NATURALEZA DOMINICANA • <strong>VARIOS</strong><br />

LA NA<strong>VI</strong>DAD ENCIENDE SUS COROLAS DE MIEL<br />

Solamente una flor reconocida parece tener la<br />

Navidad dominicana: la roja flor de Pascua, que<br />

realmente no es flor, ni tampoco pascual en todos<br />

los países (lo veremos después al pie de la fotografía);<br />

pero sí la única que nuestros compatriotas<br />

relacionan con esta época del año.<br />

Salvo quizás la gente del colonato azucarero, o<br />

los picadores de sus plantaciones, porque ellos<br />

saben que en este tiempo alza la caña su pendón<br />

florido, a más de los macorisanos por lo mismo, y<br />

de los cuales particularmente lo sabía Federico Bermúdez,<br />

que le cantó «A la flor de la caña» en conocidos<br />

versos que llevan ese título.<br />

Y salvo, además, la gente de la miel y del castreo,<br />

que por vivir de flores y de abejas andan en<br />

estos días observando el abrir de las corolas que<br />

son urnas del néctar y que les traen ahora la zafra<br />

del panal.<br />

Pero el resto no sabe ni siquiera la medida de esta<br />

misa floral que es nuestro invierno.<br />

Florecen las gramíneas, por ejemplo. La caña del<br />

azúcar, acabada de mentar, y desde luego la brava<br />

—mentada en el merengue—, que son, ambas a<br />

dos, de esa familia. Pero también muchas otras.<br />

Azua es mirador privilegiado para contemplar<br />

el espectáculo de una de ellas: las verdes montañas<br />

de la cordillera Central, que por allí asoman el costado<br />

sureño, empiezan, en llegando estos meses, a<br />

cambiar de color hasta ponerse rojas, de color ladrillo,<br />

sobre el fondo de un cielo claro y seco, de esmalte<br />

azul. Quien sólo las vea entonces de repente<br />

sin haber seguido la gradual intensificación del<br />

rojo, se extraviará creyendo que son montes pelados,<br />

de barro colorado.<br />

Pero no.<br />

Son montañas floridas.<br />

La flor del yaraguá (Melinis minutiflora) —rojo<br />

plumón— cubrió sus flancos.<br />

Esta yerba forrajera, nativa de África y por tanto<br />

importada, es la pólvora de nuestras cordilleras,<br />

donde alcanza su congregación más numerosa:<br />

arde con extraordinaria facilidad, por lo que<br />

ha dado pie —y chispas— a no pocos incendios<br />

forestales. Y aunque pone mal olor en la leche de<br />

los animales, tiene su lado bueno: reduce el ataque<br />

de una plaga tan temible como las garrapatas, que<br />

nacen en el suelo, suben después a las plantas y de<br />

ahí se les pegan a los animales que pasan. Pero los<br />

pelos glandulosos que cubren el tallo del yaraguá<br />

segregan una sustancia pegajosa —por eso le dicen<br />

también yerba de «melao»— que, reteniéndolas,<br />

no deja que las garrapatas le caigan al ganado ni a<br />

otros animales. Lo malo es que la tal sustancia es<br />

la misma que daña el olor de la leche. No todo ha<br />

de ser glorias ni ventajas.<br />

Quedémonos un rato en las montañas, ya que<br />

anduve por ellas con el profesor Marcano para<br />

verles las flores navideñas. Por Casabito y por las<br />

de Rancho Arriba hasta Rincón de Yuboa.<br />

De medio talle arriba —900 metros de altitud<br />

poco más o menos— empezamos a ver en Casabito<br />

una de las plantas que primero brota en la montaña<br />

61


FÉLIX SER<strong>VI</strong>O DUCOUDRAY<br />

cuando la pólvora de marca yaraguá hace una de<br />

las suyas: el palo de toro (Baccharis myrsinites), arbusto<br />

de la familia de las Compuestas, cuyas hojas<br />

de verde muy prieto, casi puerro, hacen más visible<br />

el albor de las corolas. Es propio del bosque<br />

muy húmedo y del pluvial y endémico de nuestra<br />

isla, esto es, que no crece en ningún otro lugar del<br />

mundo. Aunque es planta melífera, las abejas sólo<br />

visitan aquellas que se dan a menor altura, y aún<br />

así con escaso merodeo, porque el insecto no tiene<br />

preferencias por su encumbramiento. Y para que<br />

se vea cómo la naturaleza le busca acotejo y cabida<br />

a todas sus criaturas viables, digamos lo siguiente:<br />

otro Baccharis, el Baccharis dioeca, crece sobre la roca<br />

costera de Montecristi, en la parte más baja de El<br />

Morro. Son dos hermanos que probablemente no se<br />

han visto nunca. El de Montecristi tiene las hojas<br />

más duras (coriáceas), más redondeadas y glaucas,<br />

y a diferencia del Baccharis myrsinites, no es endémico.<br />

Se da también en Cuba y las Antillas Menores.<br />

Por ser el refugio del último de nuestros grandes<br />

manaclares, en Casabito vimos de esta bella<br />

palma (Prestoea montana) la flor, también navideña,<br />

y también blanca, en el tope de su tronco, que es fina<br />

vara de plata. Le pasa lo mismo que al Baccharis<br />

myrsinites: siendo planta melífera, las abejas apenas<br />

la aprovechan, por la altura. Crece generalmente<br />

en montañas de bosque muy húmedo o pluvial.<br />

Estaba allí también, un poco más arriba, uno de<br />

las 17 especies de senecios, 11 de ellos endémicos,<br />

que generalmente se dan en nuestras montañas.<br />

La flor amarilla del que vimos estaba a punto de<br />

floración, todavía apretados los botones.<br />

¿Y sabe usted por qué se llama el género, Senecio<br />

Porque al secarse las flores y quedar las semillas<br />

con un pelo que vuela, parecen la cabeza de<br />

un viejo canoso. Sénex (de donde viene Senecio)<br />

quiere decir viejo en latín. De ahí viene también,<br />

en castellano, senectud.<br />

Después de ver las flores de montaña y de este<br />

tiempo, los helechos, en cambio, ¡qué tristeza! La<br />

Navidad los seca y achicharra, y los más resistentes<br />

andan como enmohecidos, mustio y engurruñado<br />

el verde esplendoroso de otros meses. «Los<br />

chiquitos —me decía Marcano— se quedan ahí revejidos;<br />

y hasta la primavera no crecen». Pajón<br />

cenizo: en eso habían quedado.<br />

Y ahora que mencioné la primavera, y sabiendo<br />

además que en el abrir de las corolas el invierno<br />

no se le queda atrás, preguntémosnos: ¿a qué atribuir<br />

que no coincida en todas las plantas el ciclo<br />

de la floración ¿Por qué florecen fijamente unas en<br />

primavera, otras a medio año y queden muchas<br />

para invernar floridas<br />

¿Es la temperatura… ¿Acaso el clima<br />

No, ciertamente.<br />

Se sabe que hay hormonas vegetales que al desencadenar<br />

su flujo provocan que las plantas pasen<br />

súbitamente a la fase de reproducción, cuyo comienzo<br />

es la flor.<br />

Pero el misterio era éste: ¿Por qué tan periódicamente<br />

O dicho de otro modo: ¿cuál es el factor<br />

que teniendo ese poder de encender la refinería de<br />

las hormonas, opera a la vez con puntualidad de<br />

calendario<br />

Al cabo de muchos experimentos se halló la clave:<br />

la cambiante duración de los períodos diarios<br />

de luz y obscuridad a lo largo del año. Días largos<br />

y noches cortas en verano, noches largas y días<br />

cortos en invierno, y poco más o menos parejos en<br />

primavera y otoño.<br />

62


LA NATURALEZA DOMINICANA • <strong>VARIOS</strong><br />

Hay plantas que no florecen o lo hacen con mucho<br />

retraso, si el día no alcanza una duración determinada.<br />

Las espinacas que se cultivan en Europa,<br />

por ejemplo, sólo florecen cuando la luz les<br />

dura 13 horas o más. Se puede inducir la floración<br />

de todas ellas prolongándoles el día con iluminación<br />

artificial, que puede llegar a ser continua. De<br />

nuevo la espinaca: su floración más rápida se obtiene<br />

con luz permanente. Son plantas, pues, que<br />

no requieren que se alternen los períodos de luz y<br />

oscuridad. Aquí, pues, lo decisivo es la mucha luz.<br />

Florecen en verano. Se les llama macrohémeras.<br />

Otras plantas, las microhémeras, sólo florecen<br />

normalmente al influjo de los períodos alternos de<br />

luz y sombra, con una duración determinada, que<br />

varía según las especies, del período de oscuridad.<br />

Aquí la exigencia decisiva es la sombra, no la luz.<br />

Si requieren noches largas, florecen en invierno; si<br />

cortas, en verano, y así de seguido. Otra exigencia:<br />

que el tiempo en que permanecen a oscuras no les<br />

sea interrumpido. A veces basta quebrarlo por menos<br />

de un segundo para impedir la floración. Y a<br />

cada especie de este tipo corresponde, a más de una<br />

exigencia mínima de sombra, una duración máxima<br />

de ella, tras la cual ha de sobrevenir la alternación<br />

con algún período de luz, aunque sea muy<br />

corto, como en el caso de uno de los Kalanchoe, al<br />

que le basta con un segundo de iluminación suficientemente<br />

intensa cada día.<br />

Hay finalmente plantas neutras, que se muestran<br />

indiferentes a estas influencias.<br />

¿Flores de invierno Pues ya se sabe: son plantas<br />

que cuando las noches de este tiempo alcanzan<br />

la larga duración que ellas requieren, empiezan a<br />

segregar las sustancias que desencadenan la formación<br />

de órganos reproductores. Y a este depender<br />

de la luz y de la sombra la fase reproductora de la<br />

planta, se le llama fotoperiodismo, palabra tan mal<br />

hecha, que en castellano impone con mayor fuerza<br />

su significación —que también tiene— de periodismo<br />

gráfico.<br />

De todos modos, ese fotoperiodismo es lo que<br />

alegra en estos meses al campesino con apiario.<br />

Porque aún siendo más abundante en primavera<br />

la floración general, las flores más cargadas del<br />

néctar que recogen las abejas se abren en invierno,<br />

y por eso en esta época se efectúa la cosecha principal<br />

de miel.<br />

Si la zona es buena, un castreo cada 28 días: el<br />

de diciembre, el de enero y el de febrero. Quien ha<br />

puesto apiario de 100 cajas, pongamos por caso,<br />

sabiendo que cada caja le da $25 por castreo, calcula<br />

fácilmente que ganará en el invierno $7,5<strong>00.</strong> Lo del<br />

año entero —y no un mal año—: a $625 por mes.<br />

Don de las flores de Navidad, que además llenan<br />

el campo de belleza.<br />

Una de ellas publica con el nombre el tiempo en<br />

que abre la corola, que es blanca: el aguinaldo<br />

(Turbina corymbosa), que también insistió en ello<br />

en el apodo que le tocó por ser enredadera: bejuco<br />

de Pascua. Planta extraordinariamente melífera, de<br />

gran utilidad para la apicultura en los bosques de<br />

transición, y con la flor de albor tan puro que relumbra.<br />

Pertenece al clan de la batata, y por eso<br />

llevan el mismo apellido: el de la familia de las<br />

Convolvuláceas, a que pertenecen.<br />

Convolvulácea es también, y melífera, otra que<br />

florece ahora: la campana amarilla (Merremia umbellata).<br />

Y asimismo otro bejuco de Pascua: campanitas<br />

(Convolvulus nudiflorus), aunque da menos miel que<br />

las otras. Apenas para el sostenimiento de la abeja,<br />

63


FÉLIX SER<strong>VI</strong>O DUCOUDRAY<br />

por lo que necesita refuerzo de otras plantas en el<br />

abasto de néctar.<br />

¿Y aquella flor azul pálido tan cerca de la tierra,<br />

que trae su lozana frescura al bosque seco y aún al<br />

espinoso Otra convolvulácea: Evolvulus alsinoides,<br />

y que por llamarse también ilusión haitiana es<br />

tocaya de la otra (Evolvulus tenuis longifolius) que<br />

se cultiva en jardines. El hecho de que tenga tres<br />

nombres en latín indica que es una subespecie<br />

del Evolvulus tenuis: la variedad longifolius. Y a<br />

propósito: esta ilusión haitiana, que a diferencia<br />

de la Evolvulus alsinoides, requiere mucha humedad,<br />

es oriunda del Brasil. ¿Cómo con ese origen paró<br />

en llamarse «haitiana» Quién sabe.<br />

Anotemos además en la floración de estos meses,<br />

el pabellón de rey (Chamissoa altissima), muy<br />

común en nuestros bosques húmedos, y que también<br />

florece en otra época; la escobilla (Melochia<br />

nodiflora), de pétalos entre morado claro y rosa,<br />

del bosque seco y que sin ser planta melífera de<br />

cosecha es muy visitada por las abejas. Por pertenecer<br />

a la familia de las Esterculiáceas, es pariente<br />

cercana del cacao, la guásuma y la anacahuita.<br />

Y finalmente cuatro reinas del néctar y de miel:<br />

el rompesaragüey (Eupatorium odoratum), que en<br />

todo el país crece como invasora de terrenos yermos,<br />

no importa de cuál sistema ecológico: hasta<br />

en el camino hacia el pico Duarte aparece. El bejuco<br />

de indio (Gouania lupuloides), una de las plantas<br />

melíferas de mayor importancia, llamada en el<br />

Este bejuco de jabón por la gran cantidad de saponina<br />

que tienen sus hojas que los campesinos usan<br />

para lavar. Del bosque húmedo preferentemente<br />

y el muy húmedo, anda por las cañadas sombrías<br />

enredado a los árboles. Las dos que faltan son el<br />

bejuco de costilla (Serjania sinuata), de terreno seco<br />

y a veces en bosque húmedo, y el cepú (Mikania<br />

cordifolia), que se da en todos nuestros bosques.<br />

Y aquí se acabó, con esta cuenta, el cuento de la<br />

Navidad floral.<br />

(20 dic., 1980, pp. 4-5)<br />

Senecio de flores amarillas<br />

todavía en botón,<br />

fotografiado en Casabito.<br />

En el país hay 17 especies,<br />

11 de ellas endémicas.<br />

64


LA NATURALEZA DOMINICANA • <strong>VARIOS</strong><br />

Dos gramíneas florecidas en invierno:<br />

(Foto sup.)<br />

For del yaraguá<br />

(Melinis minutiflora),<br />

fotografiada en Casabito.<br />

(Foto inf.)<br />

Caña de azúcar<br />

(Saccarum officinarum)<br />

con sus flores agrupadas<br />

en una gran inflorescencia<br />

y cubiertas de pelos blancos.<br />

65


FÉLIX SER<strong>VI</strong>O DUCOUDRAY<br />

(Foto izq.) La trepadora aguinaldo (Turbina corymbosa) es una de las plantas más útiles en la agricultura. Crece en toda la isla, pero sobre todo en los<br />

bosques de transición. Sólo florece en Navidad, y de ahí su nombre. (Foto der.) Rompesaragüey (Eupatorium odoratum) fotografiado a la subida de<br />

Rancho Arriba. Planta invasora de terrenos yermos en todos los ecosistemas.<br />

(Foto izq.) Bejuco de costilla (Serjania sinuata), de flores blancas y olorosas repletas de néctar y de polen. Propia de terrenos secos, a veces llega al bosque húmedo.<br />

(Foto der.) Flor de Pascua (Poinsettia pulcherrima). La parte roja no es flor, sino hojas modificadas (brácteas), que protegen la pequeña y verdadera<br />

flor, que es verde o blanca. En Argentina, el invierno llega en junio y por eso esta flor no florece en Navidad, por lo que allí no es «flor de Pascua».<br />

66


LA NATURALEZA DOMINICANA • <strong>VARIOS</strong><br />

INSECTOS QUE ORDEÑAN MIEL TIENEN PANADERÍA<br />

Un membrácido… ¡No meneen la mata, que<br />

esta es la hora de ellos venir…!<br />

Miré mi reloj: eran las 9 y 20 de una soleada<br />

mañana del paraje La Jagüita, sección Los Jobos,<br />

ya cerca de Bánica, por la Frontera. Y quien daba<br />

esa voz era el profesor Marcano, que andaba, con<br />

su red de entomólogo, en lo suyo.<br />

Raro ese sol en la soleada mañana de este mayo<br />

de 1981 —su día 23— que ha sido tan lluvioso; pero<br />

en tales contornos no daba mucha guerra el asedio<br />

del diluvio.<br />

La expedición científica del Museo de Historia<br />

Natural se había parado allí a recolectar insectos.<br />

Los membrácidos (tienen por seña más común<br />

dos «chifles» en la frente) son parte de ese mundo<br />

de seres diminutos, unas veces dañinos —de esa<br />

tropa son ellos—, otras benéficos —caso de las<br />

abejas, por ejemplo, o el de insectos que destruyen<br />

a otros que son perjudiciales—; y ha de seguírseles<br />

la pista y capturarlos, no solamente por colocarlos<br />

en las exhibiciones del Museo, sino además<br />

porque marcando sobre el mapa de la patria<br />

sus andanzas, pueda saberse hasta dónde llevan<br />

su daño o su provecho, y el cultivo se entere, cuando<br />

les sienta el merodeo, si le ponen amparo o<br />

amenaza.<br />

La planta de que hablaba Marcano («¡No la meneen!»)<br />

era la que se ha dado en llamar cabra (Bunchosia<br />

glandulosa). Varias veces había encontrado<br />

en ella los membrácidos, pero no en ese sitio. Y de<br />

tanto andar con ellos en tratos de recolector les<br />

tenía muy sabida —además del horario— su treta<br />

defensiva de dejarse caer en cuanto algo que<br />

no sea la brisa les sacude la rama o la hoja que se<br />

comen. Con eso, pues, pedía que no los espantaran.<br />

Dio un fuetazo en la cabra con la red:<br />

—Me llevé la mata con todo; pero aquí está (el<br />

membrácido).<br />

Uno, y otro y más, que fue metiendo en los consabidos<br />

tubitos de vidrio. De un trocito de papel<br />

sanitario, enrollado y vuelto una como bolita con<br />

lo dedos, hace el tapón con que los cierra. Son tubitos<br />

vacíos —todavía no he podido saber dónde consigue<br />

tantos— de la anestesia que usan los dentistas.<br />

Según dice, los más prácticos.<br />

Cuando tira la red, rara vez falla. La que usa,<br />

de construcción casera, es de boca estrecha: un<br />

palmo de diámetro o poco más a lo sumo; con el<br />

asta de metal, para lo cual ha aprovechado una<br />

antena de automóvil. Y no hay quien se la haga<br />

cambiar, por lo manuable.<br />

Un mandil corto —formato de masón aunque<br />

él no sea— con dos bolsillos grandes lleva siempre<br />

amarrado a la cintura cuando se mete a recolectar<br />

en el monte. Uno de los bolsillos va lleno de tubitos<br />

de vidrio; y los va pasando al otro cuando ya tienen<br />

insectos recogidos. Al terminar en cada sitio el<br />

ajetreo de recolección, pone en funda aparte todos<br />

los tubitos con insectos de ese lugar, y añade un<br />

papelito en que anota, además de la localidad, la<br />

fecha. Los demás integrantes de la expedición<br />

67


FÉLIX SER<strong>VI</strong>O DUCOUDRAY<br />

científica le traen los tubitos que hayan podido<br />

llenar de insectos.<br />

Mire éste, profesor.<br />

Con ellos discute los hallazgos. Los examina<br />

con la pequeña lupa de naturalista que lleva colgada<br />

al cuello, y luego la pasa a los demás para que<br />

vean. Cuando regresa al Museo, entrega el botín<br />

de ciencia a los encargados de clasificarlo y conservarlo<br />

en el departamento de entomología. O en<br />

el de paleontología, o de herpetología, según sea<br />

el caso. Porque él va atento a todo, y de todo sabe.<br />

Ya lo dije una vez: es el naturalista de tipo clásico,<br />

que en nuestros días —yo creo que por desgracia—<br />

se va convirtiendo cada vez más en rara avis.<br />

Días antes, por la sección sanjuanera de La Jagua<br />

—¿cuál planta le pasa por el lado sin que él<br />

le reconozca familia, género y especie o no le advierta<br />

novedades— se detuvo, por ejemplo, a examinar<br />

un corozo más de cerca: le llamó la atención<br />

la carencia de espinas en el tronco. Cuando los lugareños<br />

le informaron que ése no era el único pidió<br />

que lo llevaran a ver el otro. Bajó al arroyo Dajai<br />

con eso entre ceja y ceja; y al cabo confirmó que<br />

no se trataba de especie o variedad desconocida,<br />

sino el mismo corozo ya tantas veces registrado,<br />

sólo que aciclonado: los vientos del ciclón David<br />

se habían llevado la espinas.<br />

Ese es Marcano.<br />

Que ahora me decía: Tanto la ninfa como el<br />

adulto de los membrácidos en general, pican cualquier<br />

parte de la planta, le chupan la savia, retardan<br />

el crecimiento de los frutos y los achican. E<br />

incluso pueden secar la flor.<br />

Este de La Jagüita es el Orthobelus gomez-menori,<br />

que por primera vez, como se dijo —o «primera<br />

cita» como suelen decir no pocos de nuestros<br />

científicos en una jerga mal hablada—, se encontró<br />

en dicho lugar.<br />

(Ese retortijón que con «primera cita» se le da<br />

al castellano llega a más: «primera cita para La<br />

Jagüita», por ejemplo, donde el «para» es sintaxis<br />

importada, y traducción literal del inglés de Norteamérica.<br />

¿Por qué no decir en castellano lo que se<br />

quiere significar: primer hallazgo, o primera vez<br />

que se encuentra, etc.).<br />

Acerca de este género Orthobelus de membrácidos,<br />

señala el autorizado entomólogo puertorriqueño<br />

J. A. Ramos lo siguiente: «Aparenta<br />

ser endémico para (sic) la Hispaniola, y está representado<br />

por 7 especies». (Membrácidos de la República<br />

Dominicana, Universidad de Puerto Rico,<br />

Recinto Mayagüez, 1979).<br />

El profesor Marcano, con cuya colección trabajó<br />

Ramos, se había topado con el Orthobelus gomezmenori<br />

en 7 sitios de nuestro país. Uno de ellos<br />

Guayubín: los seis restantes en el Sur.<br />

Ahora en este viaje, a más de en La Jagüita,<br />

apareció también en Cortés, al oriente del valle de<br />

San Juan; ambos en el Sur otra vez.<br />

Con esto más: Marcano lo había encontrado en<br />

plantas de maíz, de malva, de cabra como en La<br />

Jagüita; pero en Cortés apareció ahora por primera<br />

vez en otra planta: la Cassia emarginata, que es uno<br />

de los «carga agua», de la familia de las Leguminosas.<br />

De modo que Cortés dio nueva localidad y<br />

nueva planta.<br />

Otro de los membrácidos, el Vanduzeea segmentata<br />

(«parece un muñequito con sombrero»: descripción<br />

pintoresca de Marcano), se ensaña con los<br />

cultivos de guandules, donde se convierte en plaga<br />

muy abundante y sumamente dañina: reduce la<br />

producción del grano, transmite virus, etc.<br />

68


LA NATURALEZA DOMINICANA • <strong>VARIOS</strong><br />

Pero todo eso es poco comparado con la dificultad<br />

que opone a la recolección de la legumbre del<br />

guandul: las plantas infestadas por la Vanduzeea<br />

segmentata se llenan de hormigas caribes y no hay<br />

quien se acerque a no ser que se disponga a salir<br />

ardido.<br />

Ahora bien: en ese verdadero infierno de estragos<br />

del membrácido e invasión de hormiguero picante<br />

se da, por incongruente o sorpresivo que parezca,<br />

una de las increíbles maravillas de acoplamiento<br />

y fecunda colaboración con que suele deslumbrarnos<br />

la naturaleza.<br />

Esas hormigas caribes están allí —¡asómbrense!—<br />

defendiendo a los membrácidos; pero no<br />

desinteresadamente, sino por supremo egoísmo.<br />

Las ninfas de la Vanduzeea segmentata segregan<br />

una sustancia azucarada por la cual se vuelven locas<br />

las hormigas, ya que les sirve de apetitoso alimento.<br />

A cambio del néctar, las hormigas no sólo defienden<br />

furiosamente, a picada limpia, a las ninfas del<br />

membrácido, sino que también las limpian y les<br />

permiten vivir.<br />

¿Vivir Ciertamente, porque si la sustancia que<br />

las hormigas les quitan quedare cubriendo el cuerpo<br />

de las ninfas, éstas morirían asfixiadas.<br />

Parece trato comercial de dando y dando: a<br />

cambio de que me dejes alimentar con tu néctar,<br />

yo te libro de su mortal cobertura y te defiendo.<br />

Deslumbrado no es la palabra. Uno se queda<br />

atónito viendo la complejidad de estos sutiles acotejos<br />

de supervivencia en que la evolución coloca<br />

a algunas de las especies que ha ido creando.<br />

Sobre todo porque no es caso único.<br />

Los áfidos —otro grupo de insectos— segregan<br />

también un líquido azucarado por los dos sifones<br />

(algo así como chifles) que tienen en la parte trasera<br />

y superior del abdomen.<br />

Las hormigas —de eso debe de hacer millones<br />

de años— se enteraron, y desde entonces acuden<br />

a ellas tal como acuden al vaso de miel que se deja<br />

descuidado en una mesa, y aun al mismo panal<br />

que es fábrica de ella.<br />

Pero esta vez no encuentran ya segregada la<br />

sustancia como en la Vanduzeea, sino que tienen que<br />

sacarla. Las hormigas, con sus antenas, les tientan<br />

los sifones a los áfidos para excitar la secreción del<br />

jugo azucarado, y entonces chupan esa miel golosamente.<br />

Es como si los ordeñaran. Ni más ni menos. Y<br />

por eso la gente del común llama a los áfidos «la<br />

vaca de la hormiga».<br />

La ley de supervivencia, que es ley suprema de<br />

la naturaleza, tiene estos rebusques de alimentación<br />

milagrosa. Nunca se sabrá cuántas especies<br />

que no dieron con estas claves —dicho sea por el<br />

clavo en que da— refinadas no tuvieron más remedio<br />

que salir de escena. O que no dieron con ninguna<br />

otra clave aunque no fuera tan graciosa ni<br />

perfecta. Porque lo cierto es que cada especie<br />

viviente tiene su acomodo de abastecimiento; y<br />

que cuando lo pierde o se lo deja quitar irá derecho<br />

al cementerio de especies extinguidas. Tras<br />

lo cual vendrá otra a ocupar inexorablemente el<br />

nicho ecológico que así quedó vacante. Porque en<br />

fin de cuentas la naturaleza efectúa ensayos y sólo<br />

permanecen los que resultan exitosos. Borra sus<br />

fracasos y sustituye los intentos fallidos por otros<br />

mejor armados para la lucha de supervivencia.<br />

De todo lo cual saca provecho el hombre, que<br />

cuando sabe serlo se convierte en amo de la naturaleza.<br />

69


FÉLIX SER<strong>VI</strong>O DUCOUDRAY<br />

En América del Sur (no recuerdo ahora si en<br />

Brasil o en Argentina) hay un árbol que por llenarse<br />

de áfidos y hormigas, deja caer una como lluvia de<br />

miel: la del sifón del áfido que las hormigas excitan,<br />

en ese caso con exceso. Al igual que las abejas, la<br />

recogen también los indios, que la llevan a vender<br />

a los adinerados y estos la compran costosamente<br />

para alimentarse con ella como si fueran hormigones.<br />

Y ahora cerremos esta crónica de insectería<br />

poniendo un caso de los mentados insectos benéficos:<br />

los escarabajos del género Canthon, que son<br />

escarabajos con panadería.<br />

En Australia, por ejemplo, los han estado buscando<br />

por el mundo desesperadamente para importarlos.<br />

Se ha intentado llevar los de Argentina<br />

por ver si hallan algún hábitat australiano que les<br />

sea propicio y puedan criarse allá y reproducirse.<br />

Ese empeño hasta hoy les ha fracasado.<br />

Lo cual es mala suerte, ya que los Canthones<br />

actúan como control biológico que suprime las<br />

moscas que tan copiosamente diezman la ganadería.<br />

Cuando usted vea que el profesor Marcano o<br />

cualquiera de sus acompañantes, yendo por el<br />

campo se agacha a escarbar boñigas, no lo piense<br />

dos veces: están buscándolos.<br />

El macho de estos escarabajos ajetrea debajo<br />

de los excrementos de vacas porque de ellos se hace<br />

el «pan» para las crías.<br />

Convierte un pedazo en breve bola y con las<br />

patas traseras la va arrastrando hasta el nido donde<br />

está la hembra a punto de poner los huevos. Por<br />

ser con las patas traseras que lo lleva y caminando,<br />

como se dice del cangrejo, para atrás, se ha ganado<br />

el nombre de «reculador».<br />

Deja la bola en el hoyito de entrada a la cueva<br />

que es nido del Canthon. De allí la hembra la toma<br />

a dentelladas y masticándola y dejándola caer<br />

la panifica. En ese «pan» pondrá los huevos, y así<br />

sus larvas, al nacer, encuentran ya dispuesto el primer<br />

alimento que les asegurará la subsistencia.<br />

El beneficio proviene de la panificación de la<br />

boñiga: con eso la escarabajo «panadera» destruye<br />

los huevos dejados por la mosca del ganado, cuyas<br />

larvas quedan trituradas en el «pan».<br />

En este viaje apareció en dos nuevas localidades<br />

sureñas (Asiento de Luisa y Cortés) el Canthon<br />

callosus, llamado también reculador rojo por las dos<br />

manchas de ese color que tiene en el protórax.<br />

La primera vez que se dio con él en tierra dominicana<br />

(hallazgo de Marcano) fue el 21 de julio de<br />

1973, cerca de la frontera.<br />

Ya antes, ejemplares de este escarabajo habían<br />

sido recogidos en Haití.<br />

Al igual que otras dos especies halladas aquí<br />

(Canthon signifer y Canthon violaceus) tiene blancas<br />

las antenas, únicos casos en esta familia.<br />

El Canthon callosus y el Canthon signifer viven<br />

solamente en La Española.<br />

Los dos son de bosque seco; pero con la particularidad<br />

de que el Canthon signifer (reculador<br />

blanco, por tener de ese color las manchas del protórax)<br />

mora en los rincones húmedos de esa zona<br />

de vida. A orillas de los ríos, por ejemplo.<br />

(13 jun., 1981, pp. 4–5)<br />

70


LA NATURALEZA DOMINICANA • <strong>VARIOS</strong><br />

Dos curculiónidos en el momento de la cópula.<br />

Oruga de mariposa, cuando se dedicaba a devorar las hojas de que se alimenta.<br />

71


FÉLIX SER<strong>VI</strong>O DUCOUDRAY<br />

Gusano del género<br />

Olketicus. Tanto los<br />

adultos (machos y<br />

hembras) como las<br />

larvas, se comen las<br />

hojas de las plantas<br />

en que caen. Las<br />

hembras carecen de<br />

alas y viven<br />

prácticamente dentro<br />

de fundas como éstas,<br />

donde además ponen<br />

los huevos y crían sus<br />

larvas.<br />

Dos insectos,<br />

uno de los<br />

cuales<br />

parasita al<br />

otro.<br />

Oruga de mariposa<br />

del género Prodenia.<br />

Fotografiada en la<br />

zona de la loma<br />

de El Número.<br />

72


LA NATURALEZA DOMINICANA • <strong>VARIOS</strong><br />

PRIMERA FLOR JUNTO A LA NUBE DEL VOLCÁN<br />

A<br />

mí me gusta contar lo que se habla en el<br />

camino durante las excursiones de ciencia,<br />

que en este viaje del 4 de diciembre de 1981 hacia<br />

los volcanes sanjuaneros serán conversaciones<br />

entre el profesor Marcano y el padre Julio Cicero,<br />

ambos a dos investigadores a tiempo completo.<br />

Y me gusta hacerlo, no solamente por los conocimientos<br />

que expresan o las interesantes observaciones<br />

que hacen (en ocasiones por primera vez),<br />

sino también para que se borre la idea, muy<br />

difundida, de que la ciencia anda siempre tan<br />

engolada como en los discursos de academias.<br />

¿Chistes ¡Pero si estoy cansado de oírlos! Y algunos<br />

tan malcriados (excluyo de esto a Cicero, lo que<br />

no significa que hayan de atribuirse necesariamente<br />

a Marcano) que por melindres de lectura —no de<br />

escritura en este caso— me abstengo de publicar<br />

aquí. Pero de todos modos obsérvese —puse la palabra<br />

muy calculadamente— que no he dicho chistes<br />

vulgares ni groseros. Solamente malcriados; con lo<br />

cual he querido aludir al espanto que darían si<br />

dichos en alguna solemni dad académica, o que, aun<br />

sin espanto, no serían llevados a estas páginas,<br />

que tienen también algo de tablado aunque ceñido<br />

por otras convenciones más rigurosas que las del<br />

teatro.<br />

Por lo común estos reportajes no se basan en sapiencias<br />

mías sino en los datos que me comunica o<br />

en las explicaciones que me da el profesor Marcano.<br />

Exagerando las cosas —y prestigiándolas— podría<br />

afirmarse que él habla por mi pluma en estos casos.<br />

He dicho muchas veces —lo repito ahora— que<br />

soy únicamente cronista de estos viajes, periodista<br />

que recoge noticias, sólo que de ciencias, y aunque<br />

hoy siento que me tocaría hablar de todas las<br />

interesantes informaciones que me ha ido proporcionando<br />

en las últimas semanas Ivan Tavares<br />

sobre la zona volcánica de San Juan, eso lo dejaré<br />

para un futuro próximo, mientras que hoy le daré<br />

la palabra —a varias voces— a mis compañeros de<br />

viaje para que así las conversaciones del camino<br />

le multipliquen las noticias al lector.<br />

—¿Sabe, padre Me llegó de Alemania —este<br />

es Marcano hablando con Cicero— una colección<br />

de fósiles del Primario y del Secundario hasta el<br />

Cretácico… Amonites y comparsa.<br />

«Del Primario» x: eso quiere decir «de los más<br />

antiguos». Y siguió: Por suerte tenía libros para<br />

identificarlos, porque llegaron con el nombre escrito<br />

a mano en una letra que casi no se entiende.<br />

«Libros para identificarlos»: eso quiere decir<br />

(aparte de pasarse noches sobre ellos) catálogos<br />

con ilustraciones de cada especie de fósiles, en que<br />

además se describen y enumeran los caracteres<br />

distintivos de cada una.<br />

Yo conocí al alemán que los enviaba. Visitó meses<br />

atrás, el Museo de Historia Natural y resultó<br />

ser paleontólogo. Colega de Marcano, por tanto.<br />

Y Marcano aprovechó la ocasión para mostrarle un<br />

trozo de caliza que Cicero había recogido en las<br />

alturas sancristobalenses de la montaña Resolí<br />

(castellanización de Resolú, nombre en francés que<br />

73


FÉLIX SER<strong>VI</strong>O DUCOUDRAY<br />

los haitianos le pusieron en el siglo XIX al fuerte,<br />

hoy arruinado, que había en ese pico). En el pedazo<br />

de roca había, aunque no muy claras, señas de fósiles.<br />

¿Cuál reconocía en ellas el paleontólogo<br />

alemán Fue casi una sesión de trabajo improvisada,<br />

al cabo de la cual —esto quiere decir: de mucho<br />

remirar y meditar— pudo dar con el género:<br />

«Me parece que es Hiatella».<br />

Poco después, al recorrer las colecciones del<br />

Museo de Historia Natural, se maravilló de los fósiles<br />

de nuestro Mioceno, que aparecen en tan perfecto<br />

estado de conservación. Recibió algunos<br />

como donación de intercambio, y prometió enviar<br />

al museo dominicano, a cambio de eso, la colección<br />

de que Marcano habló en el viaje. Con ese dando y<br />

dando puede hoy decirse del Museo de Historia<br />

Natural lo que decía de Santiago el viejo y consabido<br />

merengue: que ya tiene lo que no tenía.<br />

Los fósiles de Alemania le trajeron a la memoria<br />

otra peripecia de investigación, esta vez criolla:<br />

—…Y a propósito: cuando acabé de identificar<br />

los fósiles de la formación Gurabo sobre la que<br />

descansa la formación Isabela, del llano costero del<br />

Norte, concretamente los del lugar llamado La<br />

Culebra, resultó que todos son fósiles típicos de<br />

Gurabo… ¡Qué suerte! Porque así no pueden caber<br />

dudas de que efectivamente habíamos encontrado<br />

—y por primera vez— la formación Gurabo<br />

en esa parte del país… Como aquí (íbamos ya por<br />

los cortes de la carretera en el llano costero del Sur,<br />

poco después de San Cristóbal, casi entrando al<br />

valle del Nizao, y ese era el «aquí»), donde la Dra.<br />

Emily Vokes encontró un Murex (gasterópodo<br />

gurabense. FSD). Y entonces, dirigiéndose a Iván:<br />

—Vamos a venir a ese arroyo que está ahí, porque<br />

debe tener más cosas de esa formación.<br />

Y enseguida la respuesta entusiasmada de Iván:<br />

—¡Magnífico! Cuando usted así lo decida, vendremos<br />

sin falta.<br />

Escudriñarle las entrañas a la patria: con eso anda<br />

siempre esta gente entre ceja y ceja. Pero no<br />

solamente los recovecos subterráneos: también<br />

la nata florida, como se vio con esto del Paspalum.<br />

Lo acababan de ver por Los Haitises, donde es<br />

parte de su vegetación más típica. Nombre completo:<br />

Paspalum notatum, que es gramínea y, por tanto,<br />

grama. Y al mentarla vino a cuento este apunte<br />

de Cicero:<br />

—Esta yerba crece parejita; y en Los Haitises,<br />

donde se da silvestre, nadie le pasa la maquinita<br />

de recorte, sino que es así a lo natural.<br />

¿Cómo no pensar —yo lo pensé enseguida—<br />

que hay gente aquí que gasta divisas en importar<br />

grama extranjera para sus jardines; pero que sólo<br />

consigue de la que crece con las puntas paradas y<br />

hay que estar recortándola continuamente Si<br />

conocieran el país y sus tesoros sabrían que aquí<br />

crece esa grama, el Paspalum, que ni mandada a<br />

hacer para jardines, ya que se da aplastada y es<br />

como si ella misma se recortara las puntas.<br />

Y era de oír a Marcano, que para indicar que<br />

crece en todas partes, repetía, como es su costumbre,<br />

la frase tantas veces usada por Moscoso<br />

en su catálogo de flora para decirlo en latín: «per<br />

totam insula difusa» (difundida por toda la isla).<br />

Sí, pero con sus bemoles. Ya que si bien anda<br />

por toda la geografía no ocupa todos los ambientes:<br />

«Vive del bosque húmedo para arriba, esto es, hasta<br />

el muy húmedo. Y llega hasta los 1,000 metros de<br />

altitud».<br />

Con esto más: Crece —palabras también de Marcano—<br />

generalmente en los lugares que no han sido<br />

74


LA NATURALEZA DOMINICANA • <strong>VARIOS</strong><br />

perturbados, esto es, donde no ha sido cortada la<br />

vegetación original.<br />

Y entonces se mentaron otras dos, vistas por Los<br />

Haitises, son al revés, porque de todo hay en la<br />

viña del Señor: prefieren los ambientes ya perturbados,<br />

por lo cual se les llama «plantas de repoblación<br />

secundaria».<br />

Una de ellas es el jau-jau o guayuyo, que en el<br />

latín de ciencias es Piper aduncum, arbusto de 2 a 6<br />

metros de altura que crece en toda la América tropical,<br />

y aquerenciado, como el Paspalum en el bosque<br />

húmedo y el muy húmedo.<br />

El otro es el helecho Nephrolepsis exaltata, de<br />

frondes erectos. Frondes son las varitas quebradizas<br />

en que van lo que la gente del común cree<br />

que son hojas, que el exaltata no tiene sino pinnas.<br />

Debajo de las pinnas (todo esto lo aprendí oyendo<br />

la conversación del viaje) echan las esporas con<br />

que se reproducen, agrupadas en puntitos negros<br />

llamados soros, cada uno de los cuales contiene varios<br />

esporangios. «Y en algunas partes sus frondes<br />

crecen tan altos, que casi convierten en imposible<br />

el caminar entre ellos. Me acuerdo muy bien los<br />

de Loma Quemada, en Samaná, que eran más grandes<br />

que yo».<br />

Y como el helecho y el jau-jau ocupan el mismo<br />

nicho en la naturaleza, esto le trajo recuerdos a<br />

Marcano:<br />

—Con ese jau-jau he hecho yo muchas maldades…<br />

Así comprobé que no crece en lugares<br />

donde la vegetación no ha sido perturbada.<br />

Y contó:<br />

—En Rancho Ramón (escala frecuente para el<br />

ascenso al pico Duarte) están los jau-jau que es<br />

uno encima de otro. De allí tomé varias veces semillas<br />

y las tiraba abajo donde no se ha cortado<br />

nada. Cada vez que he vuelto, busco a ver si encuentro<br />

alguna planta que haya brotado de ellas.<br />

Pero no he visto ni una.<br />

«Maldades», así se refería a esto, que es cosa<br />

muy distinta, y que propiamente debió llamar<br />

«experimento»; pero éste era viaje, no academia,<br />

y es éste el modo de hablar que les sale sueltamente<br />

a los investigadores cuando andan «en mangas de<br />

camisa»…<br />

Y hasta pormenores de cocina como éste que<br />

Cicero trajo a colación:<br />

—Según he podido ver, aquí salen los mismos<br />

géneros de hongos que en Europa tienen especies<br />

comestibles. Habría que ver si las de aquí también<br />

lo son. Eso se dice, por ejemplo, del Calvatia, ese<br />

hongo que es una bola enorme que crece entre las<br />

yerbas. En los libros aparece como inofensivo; pero<br />

son libros extranjeros y hay que andar con cuidado.<br />

¿Por qué<br />

—Porque el cáñamo de los países fríos, por ejemplo,<br />

no tiene marihuana; pero en el trópico sí. Cosas<br />

de ese tipo ocurren. Una vez me puse a cocinar<br />

ese hongo Calvatia, y la olla se puso muy negra, lo<br />

cual es mal indicio. La verdad es que eso aquí no<br />

se ha estudiado a fondo. El único hongo silvestre<br />

comestible que se conoce en el país es el yonyón<br />

de la Frontera y del Suroeste. Lo comen (una suerte<br />

de moro, en que con el arroz combinan ese hongo<br />

en lugar de habichuelas) en Duvergé, La Descubierta,<br />

etc. Creo que también por Elías Piña.<br />

El viaje se demoró un rato en los calderos:<br />

—¿Sabe usted —este es de nuevo Cicero hablando<br />

con Marcano— con qué sazonan las palomas y<br />

rolitas para darle sabor de aves cimarronas aún<br />

no siéndolo Con la semillita de la Cleome viscosa.<br />

En algunas partes del país le dicen «tabaquito».<br />

75


FÉLIX SER<strong>VI</strong>O DUCOUDRAY<br />

Sí, algo de eso había oído Marcano, y es notable<br />

que mientras la semilla alimenta a las aves, del resto<br />

de la planta se saca un fuerte insecticida.<br />

Yo me acordé del pedregal blanquísimo, a orillas<br />

del Cana, por El Cercado, donde crecían dos<br />

Cleomes: la ya mentada y la gynandra, que es más<br />

grande. Pero las semillas que más comen las palomas<br />

y rolitas no son las de ésta, sino las de la viscosa.<br />

A todas estas plantas del género Cleome (son varias<br />

especies) los dominicanos las llaman «masambey».<br />

Hay en toda la República, hasta en Azua.<br />

Más allá de este pueblo, doblamos hacia San<br />

Juan, y al pasar por Magueyal llega este dato a la<br />

cabeza de Cicero:<br />

—Pan de pájaro: así le dicen aquí al maguey<br />

(Agave intermixta). Y la razón es ésta: la gente ve<br />

que cuando florece acuden muchas ciguas a comer<br />

polen, néctar e incluso los insectos que van a la<br />

flor.<br />

Más adelante le escucho decir algo que me<br />

mueve a pedirle explicaciones: ¿Y cómo puede ser<br />

eso de que el maíz cultivado sin limpiarle las yerbas<br />

del terreno produce más; y que es mejor por tanto<br />

dejarlo que se enyerbe<br />

—Porque el maíz necesita cierta resistencia para<br />

fijar la raíz, y donde se remueve la tierra y se aporca<br />

no halla facilidad para fijarse. Segunda razón:<br />

porque entonces, cuando está enyerbado, son las<br />

yerbas las atacadas por las plagas, que dejan tranquilo<br />

al maíz. Lo único que ha de hacerse después<br />

de sembrarlo, cuando empieza a brotar, es un<br />

desyerbo, y sólo para que le dé bien el sol. Se han<br />

efectuado siembras experimentales: siembra<br />

convencional, siembra con las yerbas cortadas,<br />

siembras con insecticidas y otra siembra sin hacerle<br />

nada al maíz. Y el resultado fue sorprendente:<br />

donde mejor se dio fue con las yerbas.<br />

Y como por sorpresas andamos, ésta que dejamos<br />

para el cierre. Aunque la raqueta (Euphorbia<br />

lactea) se tuvo por mucho tiempo como planta que<br />

no florecía aquí, Marcano y Cicero la vieron florida<br />

en 1980 por Asiento de Luisa y ahora, en 1981, la vi<br />

yo con ellos, sobre lavas volcánicas del mismo<br />

paraje. Las fotografías que tomé y que aquí doy a<br />

conocer probablemente sean las primeras que se<br />

publican de este hallazgo. [Ver al final del artículo]<br />

La planta da de sí —¿quién no lo sabe— una<br />

leche (látex) muy cáustica. Pues bien (y este es el<br />

segundo apunte acerca de la raqueta): los chivos<br />

se la comen con avidez y quedan como si nada.<br />

Visto también en Asiento de Luisa.<br />

(26 dic., 1981, pp. 4–5)<br />

Domos de los volcanes apagados<br />

en el camino hacia<br />

Padre Las Casas,<br />

vistos desde la entrada<br />

al poblado de Hato Nuevo.<br />

76


LA NATURALEZA DOMINICANA • <strong>VARIOS</strong><br />

Por mucho tiempo se creyó que las raquetas (Euphorbia lactea) no florecían en el país.<br />

Los profesores Marcano y Cicero en 1980 le vieron la flor en Asiento de Luisa y en 1981 pudimos<br />

captar su inflorescencia en el mismo paraje.<br />

77


FÉLIX SER<strong>VI</strong>O DUCOUDRAY<br />

Los volcanes sanjuaneros desparramaron sus lavas hará cerca de un millón de años y al quedar petrificadas se convirtieron en rocas basálticas<br />

del tipo de escoria (con poros) (izq.) y masivo (der.).<br />

Volcán sanjuanero, y a sus pies terrenos formados por la descomposición o trituración de sus lavas. El intenso cultivo, que se ve en la foto,<br />

indica la buena calidad agrícola de los mismos, lo que es propio de los terrenos volcánicos.<br />

78


LA NATURALEZA DOMINICANA • <strong>VARIOS</strong><br />

EL CAMUFLAJE FUE INVENTO DE ANIMALES,<br />

NO INVENTO DEL HOMBRE<br />

Ven a ver este insecto.<br />

Y aunque el profesor Marcano me señalaba<br />

la planta en que él lo había encontrado, me dio<br />

trabajo reconocerlo porque más parecía espina<br />

que otra cosa: una espina perfecta, pero seca, del<br />

mismísimo color que la corteza de la planta.<br />

Era el Orthobelus gomez-menori, un Homoptera<br />

(esto es, de ese orden de insectos) perteneciente a<br />

la familia de los Membrácidos.<br />

—Es uno de los membrácidos más abundantes<br />

en el país y casi nadie lo ve: por eso de confundirse<br />

con una espina. ¡Las veces que tú lo habrás visto<br />

sin darte cuenta de que se trataba de un insecto!<br />

Este fenómeno se llama mimetismo, que es<br />

la propiedad que tienen algunos organismos de<br />

parecerse a otros organismos o a los objetos que<br />

los rodean y entre los cuales viven. En este caso, el<br />

Orthobelus gomez-menori se asemeja a algo del<br />

ambiente natural que lo rodea: espina, delgada ramita<br />

seca, etc.<br />

Con ese disfraz se defiende, ya que pasa inadvertido<br />

ante otros animales que se lo comen.<br />

Y la eficacia de su camuflaje podía deducirse de<br />

la población tan abundante que de estos membrácidos<br />

halló Marcano ese día (17 de julio de 1984)<br />

en el monte espinoso de Tábara Abajo: las dos plantas<br />

llamadas por los campesinos «carga agua»,<br />

Cassia crista y Cassia emarginata, estaban llenas de<br />

ellos.<br />

La primera vez que dieron con él en nuestro país<br />

fue el 9 de abril de 1966, en Duvergé, y quien lo<br />

reconoció fue el profesor Marcano. Después se ha<br />

encontrado en Cabo Rojo, en Barahona, en el cruce<br />

de Ocoa, en San Cristóbal, en Montecristi, y ahora<br />

en Tábara Abajo.<br />

(Dicho sea de paso: esa lista de las localidades<br />

en que vive indica que no está confinado en los<br />

ambientes de sequía, aunque parezca preferirlos,<br />

porque San Cristóbal, por ejemplo, es zona de bosque<br />

húmedo).<br />

Tanto la larva del Orthobelus gomez-menori, como<br />

la forma ya adulta, se alimentan de la savia que<br />

chupan a las ramas de las carga agua. En algunos<br />

casos llegan a secarlas; por lo cual a primera vista<br />

podría decirse que hace daño. Y efectivamente lo<br />

hace; pero de algún modo entre el Orthobelus gomezmenori<br />

y los carga agua se ha establecido un cierto<br />

equilibrio, en que cada uno vive y deja vivir al otro,<br />

ya que, a pesar de la abundancia del insecto, la Cassia<br />

crista y la Cassia emarginata tienen en esa parte<br />

del país poblaciones muy numerosas. Quizás en<br />

ello tenga algo que ver lo siguiente: que el mimetismo<br />

no le sirve mucho al insecto cuando se sienta<br />

a la mesa, porque la savia que chupa es la de las<br />

ramas jóvenes, y su color lo que imita es el de una<br />

rama seca, esto es, el de aquellas ramas en que no se<br />

sienta a comer. Por eso cuando sale a buscar comida<br />

sale a riesgo, y entonces se lo pueden engullir más<br />

fácilmente.<br />

Se dice que por la boca muere el pez; y si las cosas<br />

ocurren como he imaginado, podría decirse lo<br />

mismo del Orthobelus gomez-menori.<br />

79


FÉLIX SER<strong>VI</strong>O DUCOUDRAY<br />

Lo cual no pasa de conjetura hasta el momento.<br />

Pero valdría la pena averiguarlo mediante el estudio<br />

minucioso de la convivencia de estas plantas y<br />

este insecto cuya vida cuenta, además, con custodios<br />

muy interesados.<br />

Lo digo porque al igual que todos los homópteros,<br />

éste, que es de la familia Membracidae, es<br />

defendido de sus enemigos por las hormigas caribes,<br />

las cuales se comen, por ser de sabor dulzón,<br />

los excrementos del Orthobelus gomez-menori. No<br />

quieren verse privadas de quienes las proveen de<br />

ese «manjar».<br />

Otro caso de mimetismo en Tábara Abajo: el de<br />

las culebritas arborícolas del género Uromacer, que<br />

engloba dos especies: la Uromacer frenatus y la<br />

Uromacer catesbyi.<br />

La primera es más propia de Barahona, y la segunda<br />

de Tábara Abajo, que fue donde la vio Marcano.<br />

Tienen el cuerpo gris y la cabecita verde.<br />

Parece un disparate de la naturaleza, ¿verdad<br />

Pero no.<br />

Esa coloración determina que sus víctimas<br />

(lagartos de diversas especies, por ejemplo) le confundan<br />

el cuerpo (no olvidar que éstas son culebras<br />

arborícolas) con cualquier rama de la planta en que<br />

viven, y la cabeza con una hoja. Así se le acercan<br />

descuidadamente, y son presas de la Uromacer, que<br />

se las engulle.<br />

Y ahora obsérvese lo siguiente: en el caso del<br />

insecto mencionado más arriba, se trata del mimetismo<br />

de la presa para pasar inadvertida ante el<br />

animal de presa que la tiene incluida en su dieta.<br />

En el caso de la culebra, se trata del mimetismo con<br />

que se disfraza el animal de presa para que su víctima<br />

no se dé cuenta del peligro que corre acercándosele<br />

(como si fuera el lobo de la Caperucita<br />

Roja).<br />

En ambos casos de mimetismo (y en otros, pues<br />

son muchos) se trata de uno de los mecanismos de<br />

que se vale la naturaleza para controlar el número<br />

de individuos que compone cada especie y establecer<br />

un cierto equilibrio entre ellas.<br />

Charles Darwin calculó que si tales mecanismos<br />

no existieran, una sola pareja de elefantes tendría<br />

19 millones de descendientes vivos al cabo de 750<br />

millones de años, aún calculando el largo período<br />

de gestación de estos animales y el corto número<br />

de hijos que paren a lo largo de sus vidas.<br />

Por eso al iluso que calcula su hacienda pensando<br />

que de cada una de sus diez gallinas que<br />

pongan diez huevos obtendrá cien pollitos, y que<br />

de éstos, cuando grandes, mil, y luego un millón,<br />

se le para con razón el coche diciéndole que «hay<br />

que contar con el moquillo».<br />

Pues bien: ese «moquillo» (en el sentido general<br />

de mecanismos naturales de control de poblaciones)<br />

es una de las leyes ecológicas que rigen la<br />

naturaleza.<br />

Por no contar con la «ley del moquillo» (para<br />

llamarla de algún modo a la criolla) en 1899, poco<br />

después de haber llegado el gorrión inglés a los<br />

Estados Unidos, se calculó que en diez años la descendencia<br />

de una sola pareja de gorriones podría<br />

pasar de 275 mil millones de gorriones, y que para<br />

1916-1920 habría cerca de 575 de esos pájaros<br />

por cada 40 hectáreas. Pero no fue así: al llegar esos<br />

años, sólo había entre 18 y 26 gorriones por cada<br />

40 hectáreas. Esto es, entre 557 y 549 menos de lo<br />

que se había esperado.<br />

Algo se opone, pues, al crecimiento desmesurado<br />

de las poblaciones de las diversas especies.<br />

80


LA NATURALEZA DOMINICANA • <strong>VARIOS</strong><br />

Dos fuerzas opuestas determinan el número: la<br />

capacidad de reproducirse a un cierto ritmo, lo que<br />

con el tiempo haría crecer hasta el infinito los<br />

individuos de cada especie (potencial biótico), y la<br />

mortalidad (que se opone a ese crecimiento, y que<br />

incluye también las fuerza del ambiente físico y<br />

biológico en que se mueve una especie determinada,<br />

y que recibe el nombre de resistencia del<br />

ambiente).<br />

El mimetismo es una de esas fuerzas, que interviene<br />

en la relación presa-animal de presa, favoreciendo<br />

en unos casos a la presa (ejemplo del<br />

Orthobelus gomez-menori) y en otros al animal de<br />

presa (ejemplo de las culebritas Uromacer). Y como<br />

el mimetismo de estas culebritas influye en la disminución<br />

del número de lagartos, indirectamente<br />

favorece el crecimiento de las poblaciones de insectos<br />

que sirven de alimento a los lagartos.<br />

Son relaciones muy complejas; pero maravillosas.<br />

El mata-cacata es una avispa rojinegra, de tamaño<br />

mayor que las comunes, llamada así porque clava<br />

su ponzoña en esa araña, la inmoviliza, y la convierte<br />

en almacén de comida para los hijos que nacerán<br />

de los huevos que pone sobre la cacata.<br />

El caso de esta avispa (Pepsis rubra) es de un mimetismo<br />

especial, que la defiende no por disimulo,<br />

sino todo lo contrario: publicando su presencia,<br />

haciéndola llamativa, pero con colores que en el<br />

mundo animal anuncian peligro o provocan reacciones<br />

de repugnancia, como es el rojo sobre todo.<br />

Pues bien: un día (esto me lo contó hace poco<br />

José Marcano), cuando él iba a San Juan de la Maguana<br />

y daba clases en la «extensión» de la UNPHU,<br />

un alumno le llevó uno de esos mata-cacata y le<br />

dijo:<br />

—Pero no se preocupe, profesor, que éste no lo<br />

puede picar porque ya yo le saqué el aguijón.<br />

Todavía José se ríe cuando lo cuenta, porque vio<br />

enseguida que el estudiante se había equivocado:<br />

parecía efectivamente un mata-cacata; pero era<br />

solamente una imitación perfecta hecha por la<br />

naturaleza.<br />

Lo que el muchacho confundidamente le llevó<br />

a José era una mariposa, que se disfraza de matacacata,<br />

esto es, que ha tomado toda la apariencia de<br />

esa avispa (los mismos colores y hasta el mismo<br />

olor, además de la forma) porque la tal avispa les<br />

resulta temible por sus rojos agresivos a los animales<br />

de presa que se alimentan de insectos; y con ese<br />

mimetismo (otro de los muchos casos de este fenómeno)<br />

la mariposa, que es inofensiva, se defiende<br />

de ellos. Los ahuyenta.<br />

José no ha podido imaginar cuál aguijón le sacó<br />

el alumno a su «mata-cacata», porque las mariposas<br />

no lo tienen.<br />

«Probablemente, me dijo, lo que hizo fue apretarla<br />

un poco y sacarle parte de sus órganos internos,<br />

creyendo que era el aguijón».<br />

Esta mariposa es la Empyreuma pugione. Una de<br />

las mariposas crepusculares (vuelan a la hora del<br />

crepúsculo).<br />

Y a propósito: sus larvas atacan las hojas de la<br />

adelfa (Nerium oleander), que hoy es la única planta<br />

en que se hospedan. Pero la adelfa no es de aquí,<br />

sino de las costas africanas del Mediterráneo. De<br />

allá la trajeron, o de algún lugar intermedio en que<br />

hizo escala.<br />

Sería interesante averiguar en cuál otra planta<br />

de la familia Apocinácea vivían las larvas de esta<br />

mariposa antes de que la adelfa llegara a nuestra<br />

tierra. (22 sep., 1984, pp. 10-11)<br />

81


FÉLIX SER<strong>VI</strong>O DUCOUDRAY<br />

En primer plano, un yaso (Harrisia divaricata), cactus que se da mayormente en la Línea Noroeste. (Foto tomada en<br />

Villalobos).<br />

82


LA NATURALEZA DOMINICANA • <strong>VARIOS</strong><br />

ADELFAS DEL SUR, MARIPOSAS<br />

Y EL CELAJE DEL SALTAMONTES<br />

La adelfa, aunque venenosa, es planta muy<br />

bella por las flores vistosas.<br />

Con ella (mentándola como huésped de las larvas<br />

de la mariposa que se disfraza de mata-cacata)<br />

acabé el reportaje de la semana pasada; pero no la<br />

solté y sigo ahora con ella, en el comienzo de éste.<br />

En aquél —ése fue el tema de cierre— señalaba<br />

lo siguiente: estas adelfas (Nerium oleander) son<br />

plantas con las que esa mariposa (Empyreuma<br />

pugione) no pudo contar en el pasado para pasar el<br />

primer tramo de su vida en son de larva, ya que no<br />

son plantas nativas, sino traídas, por lo menos<br />

después del Descubrimiento (para ponerle la fecha<br />

más remota posible a la bienvenida que les dio esta<br />

tierra); y cuando éso, ya la Empyreuma llevaba<br />

millares de años en la isla «dando carpeta» con su<br />

diablesco camuflaje rojinegro. La adelfa es oriunda<br />

del Mediterráneo africano y por eso también la<br />

llaman rosa de Berbería (a más de rosa del Perú,<br />

que nada tiene que ver con el origen).<br />

Debió, pues, la mariposa de marras empezar a<br />

vivir en alguna otra planta, necesariamente de las<br />

nuestras.<br />

Después pasó a la adelfa. Y tanto llegó a preferirla,<br />

que dejó la otra y sólo en la nueva planta pone<br />

sus huevos y sólo de ella (inmunes al veneno) se<br />

alimentan sus larvas. Pero no se sabe cuál haya sido<br />

la planta original, ni cuáles las ventajas de este<br />

cambio de casa.<br />

Ahora lo que quiero decir de las adelfas es otra<br />

cosa.<br />

El Suroeste es su recinto magno. En ninguna otra<br />

parte del país tienen más bellas sus flores las adelfas.<br />

Y eso se echa de ver cuando uno viaja por la<br />

carretera de Neiba. En todos los pueblos del camino,<br />

en el pequeño jardín de cada casa, la adelfa erige<br />

su reino de corolas y ella es la reina del jardín.<br />

Nunca se vio su flor más encendida. Como un farol<br />

de fuego o brasa ya a punto de relumbre. Por lo cual,<br />

de esos versos que a uno se le quedan en la mente,<br />

leídos hace tiempo, entendí aquel que dice: «una<br />

bruma distante tapó la luz de las adelfas», porque lo<br />

vivo del color da la impresión de estar a punto de<br />

volverse luz.<br />

Pero eso sólo pasa aquí con las adeIfas del Sur.<br />

Y ahora supe por qué.<br />

Ese Sur donde crecen en jardines es la zona de<br />

nuestro mayor monte espinoso, que empezando<br />

en Tábara Abajo y siguiendo por el costado sur de<br />

la sierra de Neiba, llega hasta el lago Enriquillo. O<br />

dicho de otro modo: una de las zonas más secas de<br />

la patria.<br />

Y resulta que en su lugar de origen la adelfa es<br />

planta de desierto. Esto es, que tuvo que desarrollar<br />

adaptaciones para vivir en la sequía y allí dar su<br />

esplendor. Por ejemplo: los estomas de las hojas<br />

(que son respiraderos por donde sale también vapor<br />

de agua) se hallan metidos en unos como agujeros<br />

y cubiertos de pelos. Con eso se protegen del<br />

calor desmesurado del desierto y evitan la evaporación<br />

excesiva que les agotaría las reservas de<br />

humedad a las adelfas.<br />

83


FÉLIX SER<strong>VI</strong>O DUCOUDRAY<br />

Muchas plantas no están confinadas en una zona<br />

de vida solamente. Siempre menciono el caso<br />

extremo de la enea (Typha domingensis), a la que he<br />

visto en las orillas del lago Enriquillo, próxima a<br />

los manaderos de agua dulce, y asimismo en las<br />

frías lagunas de Valle Nuevo.<br />

Esto significa que se da desde lo más caliente<br />

del país y su punto de menor altura como es el<br />

caso del lago (44 metros por debajo del nivel del<br />

mar) hasta los dos mil doscientos metros de altitud<br />

de Valle Nuevo y sus temperaturas de heladas bajo<br />

cero.<br />

Pero aunque sean tan ubicuas, esas plantas alcanzarán<br />

su estampa más lozana cuando las rodee<br />

el ambiente natural al que especialmente se adaptó<br />

la especie. Y ése es el secreto de las adelfas del Sur:<br />

allí volvieron a encontrar su reseca Berbería natal,<br />

su querencia de clima, su acotejo caliente. Y entonces<br />

en cada flor le estalla el alborozo, no importa si<br />

rosado, blanco o rojo. Ni por brumas que vengan y<br />

la envuelvan: sigue latiendo en cada flor internamente,<br />

como si fuera cada flor el corazón de la neblina.<br />

Y ya no sigo en desvíos. Porque eso fue esto de<br />

pasar del camuflaje de la mariposa a la planta en<br />

que nacen siendo larva. Y ahora regreso al tema<br />

de que me aparté al final del otro reportaje y que<br />

debe seguir siéndolo de éste: el de los disfraces con<br />

que la naturaleza disimula algunas de sus criaturas.<br />

Otras mariposas me servirán de puente en el retorno,<br />

tan sólo con decir que algunas de ellas tienen<br />

el color de las rocas (y aun de las manchas de los<br />

troncos) en que se posan. Y asimismo lagartos.<br />

Los del género Anolis, pongo por caso entre los<br />

nuestros, y que, según la especie, viven en distintas<br />

alturas de un mismo árbol.<br />

Uno de esos lagartos es el Anolis cybotes, prieto<br />

y de cabeza grande.<br />

Ocupa la parte inferior del tronco y se alimenta<br />

mayormente de insectos, que andan en el suelo.<br />

Ese es su nicho. Por lo cual se le ve comúnmente<br />

con la cabeza hacia abajo, mirando al suelo en<br />

acecho de caza.<br />

Este es el más oscuro: color de suelo.<br />

Otro es el Anolis distichus, que tiene su coto de<br />

caza a medio tronco y en ese tramo vive. Por eso es<br />

más claro que el otro, ya que no tiene que bajar al<br />

suelo: su color es el de los manchones de liquen<br />

que recubren los troncos.<br />

El tercero de ellos es el Anolis chlorocyanus, de<br />

color verde y no sin razón: porque es el que vive<br />

en la parte más alta del árbol, entre las hojas, y de<br />

ese modo puede pasar inadvertido.<br />

Así, pues: tres especies de lagartos Anolis, con<br />

comedor de tres pisos. Un piso para cada especie.<br />

Con lo cual, además, les quedan distribuidos los<br />

insectos que cada especie trae prescritos en su dieta,<br />

y no tengan que pelearse ni competir entre sí por<br />

la comida: una manera de que el condumio alcance<br />

para todos.<br />

Dos pájaros de un tiro con este tramerío de lagartos:<br />

protección (color semejante al medio ambiente)<br />

y abasto alimenticio (despensa diferenciada).<br />

¿Verdad que habría que aplaudir a la naturaleza<br />

Otro caso de mimetismo, visto en el monte espinoso<br />

de Tábara Abajo, por la entrada hacia Monte<br />

Grande, fue el de un saltamontes (esperancita, como<br />

le decía Bambán: «La esperancita de esta zona<br />

es un saltamontes»).<br />

Y eso de «visto en el monte espinoso de Tábara<br />

Abajo» es un decir, porque son casi imperceptibles,<br />

84


LA NATURALEZA DOMINICANA • <strong>VARIOS</strong><br />

por la coloración igual a la del suelo en que viven.<br />

Y como allá el suelo es arenoso, y claruzco (igual<br />

que de blanco, blancuzco) derivado de las rocas<br />

de la formación geológica Arroyo Blanco, y por<br />

moverse además este insecto a saltos muy rápidos,<br />

tú lo que ves es un celaje (dicho por Bambán<br />

como advertencia para que yo aguzara la vista<br />

cuando lo buscaba).<br />

Y ahora una advertencia de clasificaciones: aunque<br />

en el hablar corriente puede decirse eso de que<br />

«esta esperancita es un saltamontes», esperanzas<br />

y saltamontes son dos cosas distintas.<br />

Se agrupan —también los grillos— en el orden<br />

Orthoptera; pero Bambán, cuando anda en rigores<br />

de ciencia, los diferencia muy bien y me da la clave<br />

más visible para reconocerlos:<br />

—Las antenas de la esperanza son largas y finas,<br />

de mayor longitud que el cuerpo; las del saltamontes,<br />

en cambio, son gruesas y cortas. Casi nunca<br />

llegan a la mitad del cuerpo.<br />

Y ahora quedémosnos con los saltamontes, ya<br />

que fue uno de ellos el que vimos en Monte Grande.<br />

Su familia es la de los Acrídidos, cuyos miembros<br />

son en su mayoría xerófilos y termófilos (dos palabras<br />

de la jerga científica que respectivamente quieren<br />

decir adaptados a la sequía y adaptados a temperaturas<br />

elevadas).<br />

Por lo cual no ha de extrañar a nadie que también<br />

encontráramos estos saltamontes en el monte<br />

espinoso del Noroeste, en el cactizal de Villalobos.<br />

Pero esta preferencia por la sequía calurosa (soportan<br />

hasta 60 grados centígrados) no significa que<br />

no haya especies (aunque ya no tantas) que anden<br />

también en otros climas. Y eso convierte a los Acrídidos<br />

en los más dispersos por zonas distintas<br />

(bosques, terrenos pelados, montañas, etc. a más<br />

del desierto). Algunos se acercan a los polos. Se han<br />

encontrado también en el Tibet, a 6 mil metros de<br />

altura.<br />

Y aquí en Valle Nuevo —dato de Marcano— vive<br />

un saltamontes, propio de allá arriba, que tiene<br />

un color distinto al de Monte Grande y al de<br />

Villalobos: el de la yerba del piso verde en que<br />

vive. Si viviera sobre el pajón de Valle Nuevo (Danthonia<br />

domingensis), que es de color pajizo, el verdor<br />

del saltamontes de frío resaltaría demasiado y<br />

no lo protegería. Puedes estar casi seguro que si esa<br />

fuera su casa, tendría otro color más conveniente.<br />

Un dato más: en ése de Valle Nuevo el macho<br />

carece de alas, y en los traslados largos, la hembra<br />

se lo lleva encima, volando.<br />

Aunque la fama del saltamontes (que hasta la<br />

trae en el nombre) es el salto, también los hay que<br />

vuelan; pero no pueden emprender el vuelo desde<br />

el suelo: tienen que dar un salto y de ahí siguen.<br />

Abren las alas en el aire.<br />

La mayoría de ellos vive en el suelo, o en matorrales<br />

bajos, y en ese lugar el salto es un medio eficaz<br />

para el traslado.<br />

Pero como algunos viven en los árboles, la naturaleza<br />

les dio a estos mayor capacidad de vuelo.<br />

El mimetismo de los saltamontes consiste en un<br />

tinte muy parecido al color del medio en que viven.<br />

Por eso a este tipo de mimetismo se le llama homocromía<br />

(«igual color»).<br />

Y se sabe que el color que finalmente adquirirá<br />

el insecto ya adulto depende del color del sustrato<br />

sobre el cual haya efectuado la última muda.<br />

En sus larvas esto no es tan acentuado. Pero se<br />

ha comprobado que aquellas que se crían en suelo<br />

oscuro se oscurecen más que aquellas otras que han<br />

sido criadas en suelo blanco.<br />

85


FÉLIX SER<strong>VI</strong>O DUCOUDRAY<br />

Estos insectos son vegetarianos. La voracidad<br />

con que se engullen las plantas ha dado fama (muy<br />

mala fama) a las langostas, que son saltamontes<br />

gregarios. Sobre todo el ser polífagos (que comen<br />

cualquier planta) los hace más dañinos. Los nuestros,<br />

por suerte, son saltamontes solitarios.<br />

Por ese apetito, se hallan dotados de reacciones<br />

instintivas que los encaminan hacia la vegetación.<br />

Los grillos, por ejemplo, al ser estudiados experimentalmente<br />

por Chauvin, resultaron ser más<br />

atraídos por el color verde que por cualquier otro<br />

color.<br />

Y eso no es casual: la sensitividad a ese color los<br />

dirige hacia la vegetación, que es su comida.<br />

(29 sep., 1984, pp. 10-11)<br />

Pareja de los saltamontes<br />

de Villalobos.<br />

Corte transversal de una vara de cayuco en que se puede<br />

ver el interior leñoso del cactus.<br />

Frutos del cayuco piloso.<br />

86


LA NATURALEZA DOMINICANA • <strong>VARIOS</strong><br />

LOS INSECTOS TAMBIÉN SABEN<br />

QUE EL ROJO INDICA PELIGRO<br />

Un insecto oscuro, nocturno únicamente en el<br />

color puesto que sale de día, estaba posado<br />

en la rama, también oscura, de un arbusto, a la orilla<br />

de la carretera nueva que atraviesa, muy cerca ya<br />

de la playa de Bávaro, en el Este del país, uno de<br />

los pocos tramos que sobreviven «de lo que en vida<br />

se llamó» el bosque de Verón, hoy devastado.<br />

Bambán se hallaba cerca de mí, y alzaba la voz<br />

para hablar con el profesor Marcano, que estaba<br />

un poco lejos, al otro lado de la carretera.<br />

El insecto —según me lo presentó Bambán—<br />

era «el muy común Acanthocerus», cuyo nombre<br />

completo es Acanthocerus crucifer, hemíptero de la<br />

familia Coreides, que chupa el jugo de las hojas<br />

para alimentarse, con lo cual causa daño en la guayaba<br />

y en los cítricos, y que no obstante tener afición<br />

por el tomate, planta en la cual se ha encontrado,<br />

no se ha visto que la dañe.<br />

Pues bien: el insecto seguía ahí, tranquilamente<br />

posado.<br />

De pronto pasó algo que realmente me impresionó<br />

por lo inesperado: el Acanthocerus alzó el vuelo<br />

tan repentinamente y con tal celeridad, que me<br />

llevó a pensar en los aviones que despegan verticalmente,<br />

sin tener que echar a correr por la pista<br />

de los aeropuertos.<br />

Y enseguida otra sorpresa: al abrir las alas vibrantes<br />

el insecto dejó al descubierto su cuerpo,<br />

de un color también inesperado: un rojo tan vivo y<br />

tan de golpe, que pareció una clarinada. Como si<br />

de pronto el insecto hubiera encendido una luz.<br />

Ese era el efecto. Para mí hermoso, pero muy posiblemente<br />

alarmante para otros animales que se<br />

alimentan de él. En todo caso algo muy llamativo.<br />

Las dos cosas constituyen mecanismos de defensa,<br />

muy propios de los insectos: el escape veloz,<br />

y el contener o disuadir al «enemigo» con una señal<br />

de peligro que lo asuste.<br />

Tales resguardos son muy necesarios para los<br />

insectos, ya que son muchos los animales que los<br />

incluyen en sus dietas: aves, lagartos, sapos, mamíferos<br />

(caso de los murciélagos, por ejemplo) e<br />

incluso otros insectos.<br />

Es cierto que hay gran número de ellos, tanto<br />

sus larvas como los adultos, que por vivir ocultos<br />

en el suelo o debajo de piedras y de ramas caídas,<br />

así como en los agujeros que barrenan en ramas<br />

y troncos de árboles, no andan tan expuestos como<br />

los otros, aunque esto no quiera decir que la protección<br />

que consiguen con sus hábitos de vida les<br />

resulte completa. Algunas aves, como los carpinteros,<br />

tienen medios para localizar, por ejemplo,<br />

a los insectos: barrenan la madera. Y con la misma<br />

eficacia instrumental de rastreo cuentan otros<br />

insectos (caso de algunos icneumónidos) que necesitan<br />

localizar, para poner sus huevos, ciertas larvas<br />

encuevadas en ramas y troncos.<br />

Pero los que viven más a la vista han tenido que<br />

desarrollar mecanismos defensivos.<br />

Un pellejo duro, por ejemplo, capaz de resistir<br />

fuertes presiones y así impedir que los aplasten. O<br />

los élitros blindados de algunos coleópteros.<br />

87


FÉLIX SER<strong>VI</strong>O DUCOUDRAY<br />

Pero los que no cuentan con estas corazas, deben<br />

diligenciar su propio salvamento —y así lo<br />

hace el Acanthocerus con los esfuerzos y maniobras<br />

de que es capaz según las habilidades que le haya<br />

dejado la selección natural.<br />

La rapidez con que se emprende el vuelo es una<br />

de ellas. Porque de una milésima de segundo puede<br />

depender el que siga vivo o caiga en manos —y<br />

en boca— del animal que se lo engulle. El insecto<br />

percibe el peligro por la vista, el olfato, etc. De la<br />

velocidad con que el aviso llegue a los centros que<br />

ordenan la reacción de escape, depende la celeridad<br />

con que ésta se desencadena. Y como se sabe<br />

que las fibras nerviosas delgadas son lentas, mientras<br />

que las gordas son veloces, nadie ha de extrañar<br />

que la mayoría de los insectos cuenten con<br />

ciertas «fibras gigantes» que les recorren en toda<br />

su longitud el sistema nervioso, y que son capaces<br />

de conducir muy rápidamente la información<br />

que se requiere para que sobrevenga una respuesta<br />

instantánea. Las fibras nerviosas delgadas son<br />

más refinadas, en la información que recogen; pero<br />

la naturaleza ha sacrificado ese refinamiento<br />

en aras de la prontitud de la reacción que se impone<br />

en una situación de sálvese quien pueda.<br />

Y no es cuestión de juego: el tiempo que dura el<br />

golpe de captura lanzado por la mantis religiosa<br />

es la veinteava parte de un segundo. Y ese mismo<br />

es el tiempo con que algunos insectos (las moscas,<br />

por ejemplo) escapan al sentirse amenazados.<br />

Por eso el Acanthocerus crucifer es de vuelo instantáneo.<br />

Constituye, por la rapidez con que le permite<br />

alejarse del peligro, uno de sus mecanismos<br />

de supervivencia.<br />

Pero la naturaleza apela también a otros recursos,<br />

incluso opuestos al descrito.<br />

Hay insectos que, por ejemplo, se hacen los<br />

muertos, se enrollan en sí mismos o se quedan<br />

quietos. Pero si con eso no se detiene el ataque,<br />

entonces «resucitan» abruptamente y buscan resguardo<br />

con la mayor velocidad que puedan.<br />

Otro caso, conocido por todo el que ha ido al<br />

campo a recoger insectos de los que andan por las<br />

plantas, es éste: que muchos de ellos se dejan caer<br />

al suelo en cuanto alguien toca la rama en que se<br />

encuentran. Yo he oído muchas veces al profesor<br />

Marcano pedir a sus acompañantes novatos que<br />

tomen la precaución de no hacerlo, cuando los insectos<br />

buscados son de estos. Porque la planta enseguida<br />

se queda sin uno solo. Es otra manera de<br />

alejarse del peligro.<br />

¿Y aquello de la roja clarinada del Acanthocerus<br />

crucifer<br />

La significación de esta maniobra cromática se<br />

entenderá al leer lo que señaló V.B. Wigglesworth<br />

en su libro The Life of Insects (La vida de los insectos),<br />

acerca de un caso semejante: «Cuando un insecto<br />

bien camuflajeado es descubierto por algún ave<br />

u otro animal de presa, el insecto puede poner en<br />

acción una segunda línea de defensa. Puede súbitamente<br />

extender sus crípticas alas delanteras y<br />

sacar a relucir ante el atacante el brillante color rojo<br />

o amarillo de las alas delanteras que no se veían».<br />

Esos colores tienen ese efecto entre muchos animales:<br />

los alarman anunciándoles peligro o los<br />

disuaden diciéndoles que el bocado será desagradable<br />

o venenoso. Son desencadenantes de una<br />

reacción instintiva que puede contener el ataque.<br />

El color rojo del Acanthocerus puede desempeñar<br />

otro papel como mecanismo protector: al volar<br />

y dar la clarinada roja, se hace más visible, publica<br />

su presencia. Pero al posarse y cerrarse sobre<br />

88


LA NATURALEZA DOMINICANA • <strong>VARIOS</strong><br />

el rojo las alas oscuras que ocultan el color, sobreviene<br />

un cambio tan notable y un contraste tan marcado<br />

con lo que el animal de presa estuvo viendo<br />

hasta ese momento, que es como si el insecto que<br />

perseguía se le esfumara.<br />

Y a propósito de los casos de camuflaje que se<br />

mencionaron más arriba: en otro de los tramos supervivientes<br />

del bosque de Verón, visitado en ese día (11<br />

de noviembre de 1984) observamos uno realmente<br />

notable, ejecutado por una pequeña esperanza.<br />

Fue Bambán quien lo vio y se dio cuenta:<br />

—Venga a ver, profesor Marcano este caso de<br />

mimetismo interesantísimo.<br />

Yo también acudí a verlo:<br />

Lo primero era el color entre gris y cremoso del<br />

insecto, que imitaba el de las manchas de liquen<br />

que aparecen en ramas y troncos.<br />

Pero lo más sorprendente era lo segundo: la esperancita<br />

había hecho un largo socavón estrecho,<br />

a la medida de su cuerpo, en la ramita, y se había<br />

metido en él, acostada, para no sobresalir mucho.<br />

Bajó sus dos antenas y las extendió pegadas a la<br />

corteza de la ramita, e hizo lo mismo con sus patas<br />

traseras. En las fotografías que tomé y que aquí<br />

se publican, la esperancita ya había empezado a<br />

moverse, comenzó a alzar las antenas y a encoger<br />

las patas para impulsarse. Pero antes de eso parecía<br />

ser parte de la planta.<br />

Pertenece a la familia Tettigoniidae, que son las<br />

verdaderas esperanzas.<br />

Otras dos familias del orden Orthoptera son las<br />

siguientes: Grillidas (que incluye los grillos) y Locustidas<br />

o Acrididae (langostas; pero no las de mar,<br />

sino insectos que se llaman así).<br />

Y he aquí finalmente otra maravilla de camuflaje:<br />

cuando el color del insecto imita, por ejemplo,<br />

el color del tronco en que se posa, puede ser reconocido<br />

por la forma del insecto; y es precisamente<br />

en eso en lo que más se fijan para dar con<br />

ellos quienes salen al campo a recogerlos.<br />

La naturaleza halló la forma de subsanar ese<br />

talón de Aquiles de su camuflaje: introdujo el «color<br />

destructor del diseño», presente por ejemplo,<br />

en las rayas blancas y negras que dividen la figura<br />

total en partes separadas sobre un fondo determinado,<br />

y presente también (porque el hombre<br />

a veces sabe aprender de la naturaleza) en las manchas<br />

salteadas de los uniformes militares camuflajeados.<br />

Ese es también el caso de las rayas verdosas y<br />

relucientes de tonalidades amarillas de la mariposa<br />

Heliconius charitonius, que trazadas sobre el negro<br />

de sus alas hasta los bordes, dificultan la percepción<br />

de la forma completa de este insecto, y lo<br />

protegen.<br />

(1º dic., 1984, pp. 10-11)<br />

Huevos de esperanza, puestos sobre una hoja. Están rotos porque ya<br />

nacieron las larvas.<br />

89


FÉLIX SER<strong>VI</strong>O DUCOUDRAY<br />

(Foto sup.)<br />

El «color destructor del diseño»<br />

en la mariposa Heliconius charitonius,<br />

fotografiada cuando ponía huevos<br />

en hojas de chinola.<br />

(Foto inf.)<br />

Esperanza acostada<br />

en el socavón hecho por ella<br />

para tenderse en la rama<br />

y no sobresalir demasiado.<br />

90


LA NATURALEZA DOMINICANA • <strong>VARIOS</strong><br />

EL FUEGO DE LAS SIEMBRAS<br />

Y LA LUZ DE LAS PALABRAS<br />

Hoy me acuerdo de Carlos Illescas, el escritor.<br />

Guatemalteco por nacimiento; pero<br />

mexicano, a causa de las tiranías, por los largos exilios<br />

que le impusieron. Lo conocí en Guatemala,<br />

por los años cincuenta, en uno de esos breves paréntesis<br />

entre dos exilios, en que podía volver a<br />

ser guatemalteco in situ. Recobraba la patria pero<br />

a plazo corto, porque dos o tres años después, en<br />

el 1954, tenía que regresar, entonces por Castillo<br />

Armas, al México de sus destierros. Y allá estará<br />

[1985] si no ha muerto.<br />

Y me acuerdo, más que de sus escritos, de la<br />

chispeante conversación del talentoso Illescas; y de<br />

un juego un tanto culterano en que se entretenía<br />

poniendo a contradecirse palabras que no admitían<br />

conflictos de significación entre ellas, lo cual hacía<br />

cuando quería burlarse de alguien.<br />

Una vez, por ejemplo, al hablar de otro escritor<br />

que no le caía bien, se empeñaba en decir que era<br />

«breve pero conciso». Y entonces soltaba una retahila<br />

de esas contraposiciones inesperadas pero<br />

chocantes, que parecía no iba a parar nunca.<br />

Virtuosismo del ocio. Eso era, sin dudas. Ejercicios<br />

de malabarismo con las palabras. Lo cual<br />

presuponía —en eso tampoco cabían dudas— el<br />

dominio alcanzado sobre ellas hasta el punto de<br />

ponerlas a decir lo que ellas no querían. Con técnica<br />

similar a la del montaje cinematográfico.<br />

Me explico: imagen de un rostro de mujer en<br />

primer plano, con expresión absolutamente neutra.<br />

Digamos que la imagen de ese rostro se había fil-<br />

mado en abril. Y que ahora en mayo se filma otra<br />

imagen: la de un ratoncito inofensivo que asoma<br />

por la puerta. Y aquí viene el asunto: si estas dos<br />

tomas, por arte del montaje, se pasan una tras otra,<br />

y además, después del ratón reaparece la del rostro<br />

femenino, esto obliga al espectador a ver ya en ese<br />

rostro la expresión de miedo al ratón, aunque ese<br />

miedo no haya estado presente en el momento de<br />

filmar el rostro.<br />

Del mismo modo, cuando uno oye el «breve pero<br />

conciso» siente una presión que impulsa a buscarles<br />

significaciones nuevas a esas dos palabras,<br />

a descubrirles alusiones imprevistas por el solo hecho<br />

de estar contrapuestas de manera que a primera<br />

vista nos resulta ilógica, y precisamente para<br />

que a segunda vista acaben conciliadas con la sensatez.<br />

Y todo ello por obra y gracia de ese montaje<br />

verbal tan del gusto de Illescas.<br />

Lo he traído a cuento para contraponerle otra<br />

maestría expresiva, esta vez no de salón ni de tertulia<br />

culta, sino del campo; de la raíz que absorbe<br />

y acumula los jugos de la lengua, sin los cuales no<br />

podrían estallar después las flores.<br />

Esta maestría de la expresión rural hurga en el<br />

fondo verdadero de las cosas, saca a luz sus esencias<br />

pertinentes y es capaz de compendiar en dos<br />

o tres palabras, y muy gráficamente, lo que de otra<br />

manera vendría por rodeos muy dilatados.<br />

Muchas de ellas andan sueltas en el habla campesina<br />

y fogonean su luz —a veces también fuego—<br />

como destello repentino.<br />

91


FÉLIX SER<strong>VI</strong>O DUCOUDRAY<br />

Yo me acuerdo, por ejemplo, de aquel día guatemalteco,<br />

lejano ya, en que un peón de finca pintó<br />

la doblez de alguien que los engañaba haciéndose<br />

pasar por partidario de la causa de ellos cuando en<br />

verdad servía al terrateniente. Esto se expresa comúnmente<br />

en español diciendo que gente así está<br />

«con Dios y con el diablo». Pero el campesino inolvidable<br />

compuso la maravillosa expresión con que<br />

lo dijo sacando la lección más de la tierra que del<br />

cielo: «Ese come a dos cachetes y mama de distintas<br />

leches».<br />

Y ahora del campesino de Guatemala pasemos<br />

al de nuestra tierra.<br />

Para lo cual debo apelar a otro recuerdo, más<br />

lejano todavía. Esto era allá, por los años de la<br />

década del 40, y con Pedro Mir —que lo contó después<br />

en un deleitoso artículo publicado en La<br />

Nación—. Se trataba del poder expresivo del habla<br />

popular. De eso estuvimos conversando largas horas<br />

una noche, casi hasta la madrugada, en la calle<br />

de El Conde. Y él puso tres ejemplos de expresión<br />

popular deslumbradora, de los cuales por desgracia<br />

sólo me acuerdo de dos, en que para caracterizar<br />

y al mismo tiempo diferenciar el canto del búcaro<br />

y el mugido de la vaca, lo explicaban así: el búcaro<br />

etralla y la vaca (¡muuu!) «profundiza».<br />

El que haya oído la restallante corneta del ave<br />

y el pozo de tristeza en el quejido del rumiante sabrá<br />

que nadie podrá nunca describir mejor, con una<br />

sola palabra, la voz de esos dos animales. ¿O habrá<br />

quien se atreva a negar que ese hallazgo expresivo<br />

es casi un milagro de lengua<br />

Y ahora, al grano. Porque todo lo expuesto hasta<br />

aquí ha sido el preámbulo conque a mí se me ocurrió<br />

llegar al tema de estos reportajes (que ha de<br />

ser siempre el de la vida natural y sus achaques).<br />

Lo hice así esta vez, porque los casos de hoy dan<br />

pie para entrar a ellos por sus nombres, que como<br />

ya lo verá usted, confirman con su gracia lo dicho<br />

más arriba. O de otro modo: una manera de coger<br />

al toro, más que por los cuernos, por los nombres<br />

que tenga su armadura.<br />

Una vez que iba yo con Marcano rumbo a San<br />

Juan de la Maguana pasamos por una plantación de<br />

habichuelas que desde la carretera se veía enferma,<br />

y alguien dijo: «Ese frijol se metió a guardia».<br />

Con lo cual identificaba el quebranto. Porque<br />

esa es la manera campesina de decir que a las habichuelas<br />

o al maní les ha caído el mosaico, que es<br />

el nombre que le dan los agrónomos a la enfermedad.<br />

Se trata de una virosis trasmitida por la picada<br />

de un insecto hemíptero de la familia de los<br />

Membrácidos. El membrácido chupa la savia de<br />

las plantas y cuando ha pasado por alguna que está<br />

enferma, deja en las otras con su saliva, al picarla,<br />

el virus que las daña. Cuando les cae el mosaico,<br />

ni la habichuela ni el maní paren.<br />

El ataque de la enfermedad se reconoce a simple<br />

vista porque las plantas se ponen amarillas. Y<br />

es por ese color, similar al de los uniformes militares,<br />

que el campesino dice que se han metido a<br />

guardia. Porque las ve uniformadas.<br />

Y a propósito: no es difícil mantener a raya esta<br />

plaga y evitar el daño.<br />

El secreto estriba en lo siguiente: en darse cuenta<br />

de que el membrácido que la propaga se alimenta<br />

de plantas leguminosas (por eso busca la habichuela<br />

y el maní, que lo son); y que cuando ha pasado<br />

la cosecha y el cultivo se seca, debe de haber<br />

cerca de allí plantas leguminosas silvestres de las<br />

cuales se sigue alimentando al menos una parte de<br />

los insectos. Esos quedan ahí como a la espera de<br />

92


LA NATURALEZA DOMINICANA • <strong>VARIOS</strong><br />

la nueva siembra, para pasarse a ella y multiplicarse<br />

en gran número.<br />

Esto indica cuál puede ser el remedio: mantener<br />

los conucos, cuando no hay cosecha, libres de<br />

toda clase de leguminosas, entre ellas el ajai (Macroptilium<br />

lathyroides) que es una yerba. Con esa precaución<br />

casi desaparecen los membrácidos por falta<br />

de comida y se reduce el ataque, ya que en el<br />

momento de la siembra no habrá muchos de ellos.<br />

Otro caso en que cautelas semejantes salvan una<br />

cosecha se da en el algodón, amenazado por otro<br />

hemíptero, el Dysdercus andreae, que mancha la fibra<br />

con sus excrementos.<br />

El insecto pica la cápsula que encierra la semilla<br />

e impide que se desarrolle normalmente. Y como<br />

vive en toda la mata de algodón, donde encuentra<br />

una cápsula abierta evacua en ella, y mancha la<br />

fibra, que así queda inservible.<br />

Aquí se gastan sumas enormes de dinero en los<br />

insecticidas con que se trata de anular este hemíptero.<br />

Pero inútilmente. Porque el insecto, cuando<br />

termina la cosecha, se pasa a otras plantas de la familia<br />

de las Malváceas que le sirven de alimento<br />

(el algodón es una de ellas) y allí queda al asecho<br />

para atacar de nuevo.<br />

Receta sencilla para evitarlo: eliminar toda<br />

planta de dicha familia en los alrededores de la<br />

plantación, para que la plaga no encuentre sustento<br />

de entretiempo; con lo cual, además, se libra la<br />

comarca de la contaminación tan dañina de los<br />

insecticidas.<br />

Igual procedimiento podría librar de otra plaga<br />

a los cosecheros de uvas de Galván, de Neiba, de<br />

Los Ríos, etc.: de toda la orilla del salado sureño.<br />

Allí es un coleóptero (Disonycha sp.) que causa<br />

estragos mayores en las hojas y las flores, con lo<br />

cual reduce enormemente la producción de uvas,<br />

a veces hasta menos de la mitad.<br />

Cuando, después de cosechada, la uva queda<br />

sin hojas (y, desde luego, sin flores) el coleóptero<br />

pasa a alimentarse y a multiplicarse en el bejuco<br />

caro (Cissus sicyoides) también llamado carito.<br />

Cuando renacen las hojas de la uva, abandona el<br />

bejuco y se pasa al cultivo y lo destroza.<br />

Lo malo esta vez estriba en que los campesinos<br />

del salado se resisten a eliminar el bejuco caro. Ellos<br />

dicen que lo dejan en las cercas del sembrado para<br />

alimentar los chivos, que se lo comen.<br />

Es un bejuco que crece lozanamente en los ambientes<br />

de sequía. Recuerdo haber visto grandes<br />

cactus de la isla Cabritos, en el lago Enriquillo,<br />

totalmente arropados por su verdor.<br />

Pero los cosecheros de uva —así se lo dijo una<br />

vez el profesor Marcano— tienen que escoger: «o<br />

chivos o uva». Y si se deciden por la uva, deben<br />

arrancar todas las plantas del bejuco caro y sobre<br />

todo no seguir dejándolo en las cercas.<br />

Pero regresemos a la gracia de los nombres.<br />

Uno habla a veces del primer guandul; pero<br />

hay una escoba que lo barre y no deja ni ése.<br />

Dicha «escoba» es otra enfermedad, una virosis.<br />

La trasmite el pequeño membrácido Vanduzeea<br />

segmentata, que prefiere vivir en leguminosas,<br />

solanáceas y algunas malezas. Larvas y adultos<br />

están siempre en las axilas de las hojas del cogollo,<br />

protegidos por hormigas caribes a causa de la<br />

sustancia azucarada que segrega.<br />

Cuando el insecto pica el tallo del guandul para<br />

chuparle la savia, le inocula, con la saliva, el virus<br />

que recogió en alguna planta enferma. Tras la<br />

picada, la planta empieza a ramificarse y como<br />

gasta en ello su energía, no produce ni el primer<br />

93


FÉLIX SER<strong>VI</strong>O DUCOUDRAY<br />

guandul. Esa ramificación le da forma de escoba<br />

monstruosa, y por eso a la enfermedad el campesino<br />

le llama «escoba de bruja».<br />

Y ya para cerrar, aunque sin nombre pintoresco,<br />

el caso de la lechosa y su virosis: más arriba del<br />

punto en que el insecto le inocula el micoplasma la<br />

planta se amarillea, no florece ni produce frutas;<br />

pero sí da lechosas por debajo de la picada. Por<br />

eso el campesino le llama a este quebranto «mal<br />

del cogollo».<br />

Y tiene esta creencia falsa: que proviene de algún<br />

pájaro bobo que se asentó en la mata. Y es todo<br />

lo contrario: el pájaro bobo se comería el hemíptero<br />

que ocasiona la enfermedad a la lechosa.<br />

(11 may., 1985, pp. 10-11)<br />

Estas hojas de yagrumo fueron acribilladas por la larva de la mariposa Historis odius.<br />

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LA NATURALEZA DOMINICANA • <strong>VARIOS</strong><br />

CARACOLES QUE MUEREN POR EL CALOR DEL SUELO<br />

Negro plumaje de cuervo y pico rojo.<br />

Colorido tajante.<br />

El corte neto en esta frontera de colores establece<br />

un deslinde: señala dónde empieza el instrumento<br />

con que el ave coge la comida, y dónde lo<br />

demás que aprovecha en vuelos.<br />

Pero este hermoso colorido divisorio no expresa<br />

su tragedia.<br />

Quizás, únicamente, cierta alusión lejana al<br />

hecho de que el pico tiene mucho que ver con que<br />

esta ave de Australia esté casi extinguida. Y en tal<br />

caso habría que ver en ese pico tan rojo y en lo demás<br />

tan negro una división cromática de responsabilidades.<br />

La tragedia proviene de haber salido con picos<br />

diferentes las hembras y los machos de esta especie.<br />

Pero no en el color. Los dos lo tienen rojo. Sino en<br />

la forma.<br />

El macho, de pico grueso y fuerte, perfora la madera<br />

pero con ese pico no puede sacar los insectos<br />

que están dentro de ella. Quien sí puede es la hembra,<br />

de pico largo y fino que lo mete en el agujero<br />

perforado. Y así comen los dos.<br />

A primera vista un caso maravilloso de división<br />

del trabajo, y de perfecta especialización en la forma<br />

del pico para la función que desempeña.<br />

Y como evidentemente es así, parecería que esta<br />

especie se halla insuperablemente dotada para la<br />

supervivencia. Pero no.<br />

Porque también en la naturaleza resulta a veces<br />

que lo mejor es enemigo de lo bueno.<br />

En este caso la especialización de los picos en<br />

cada sexo establece una excesiva dependencia entre<br />

el macho y la hembra. A tal punto, que al morir<br />

uno, muere el otro. De hambre. Porque si queda<br />

vivo el pico grueso y fuerte, no puede sacar su comida<br />

del hoyo que hace en la madera; y si el que<br />

sobrevive es el pico fino y largo, no tendrá quien<br />

le haga el agujero que necesita para alimentarse.<br />

La viudez equivale en esta especie a sentencia<br />

de muerte.<br />

Por eso es un caso de dimorfismo desventajoso.<br />

Del mismo modo que hay otros que no, como el<br />

que se da en el mimetismo de la mariposa Papilio<br />

dardanus. (Dimorfismo quiere decir dos formas).<br />

Pero antes de exponerlo brevemente quiero explicar<br />

de dónde salen los temas del reportaje que<br />

usted está leyendo: de lo que se conversó del último<br />

viaje a Los Haitises, a comienzos de agosto de 1985,<br />

o en las tertulias de ciencia para comentar hallazgos<br />

o verificar datos, efectuadas en casa de Marcano<br />

después de cada viaje.<br />

José, el hijo de Marcano, me dio los datos del<br />

ave australiana; los del Papilio dardanus, Bambán,<br />

que acompañó a Marcano a Los Haitises.<br />

Esta mariposa se mimetiza, esto es, la selección<br />

natural le ha puesto en las alas sobre todo, un color<br />

y un diseño que la confunde con el ambiente en<br />

que vive y así pasa inadvertida para los depredadores<br />

que se la comen.<br />

Pero esto ocurre solamente en las hembras de<br />

esta especie. Los machos no se mimetizan.<br />

95


FÉLIX SER<strong>VI</strong>O DUCOUDRAY<br />

Bambán dio la razón:<br />

—Las hembras no reconocerían a los machos, y<br />

así no podrían aparearse con ellos.<br />

No se saque de aquí la conclusión de que siempre<br />

sea mimético solamente uno de los sexos. Esto<br />

sólo quiere decir que en este caso la naturaleza lo<br />

resolvió así, que éste fue el resultado de la selección<br />

natural. Un estudio más profundo —que no<br />

sé si se ha hecho— podría indicar la razón de que<br />

no hubiera mejor solución para esta mariposa, la<br />

Papilio dardanus.<br />

Lo que sí parece una ley de estos procesos de<br />

disimulo es el que generalmente ocurran en insectos<br />

de bajo potencial reproductivo, esto es, que no<br />

se caractericen por tener poblaciones numerosas,<br />

y entonces la naturaleza los protege con el camuflaje<br />

para que sus depredadores no den con ellos<br />

fácilmente. De esa manera aumenta sus posibilidades<br />

de supervivencia.<br />

Bambán esgrime, para confirmarlo, el caso de<br />

otro insecto: la langosta, que es uno de los saltamontes.<br />

Los biólogos veían dos langostas: una solitaria,<br />

de coloración críptica, esto es, que la ocultaba haciéndola<br />

pasar inadvertida en el ambiente en que<br />

vivía; y otra gregaria, que se reunía por millones y<br />

emigraba convertida en la plaga terrible que en pocas<br />

horas devora kilómetros de vegetación, y que<br />

a diferencia de la otra ostentaba colores llamativos<br />

(naranja y negro), casi escandalosos. Durante mucho<br />

tiempo se creyó que eran dos especies distintas,<br />

hasta que un investigador rumano —ahora no me<br />

viene el nombre a la memoria— puso en claro que<br />

se trataba de dos formas de una misma especie que<br />

cambiaba de apariencia y de hábitos cuando se<br />

reunían muchas de ellas.<br />

La vida gregaria les cambia el color y las lanza<br />

al espeluznante y largo vuelo.<br />

Y esto en verdad confirma la tesis que Bambán<br />

adujo: porque cuando la langosta vive solitariamente<br />

y en escaso número, le conviene la coloración<br />

críptica para que los animales que se la comen<br />

no acaben con ella; pero cuando sus poblaciones<br />

se desbordan y saltan a millones congregados,<br />

ya no necesita tal resguardo y se vuelve<br />

descarada, rojinegra. Siendo tantas, ya no les importa<br />

el riesgo de ponerse en evidencia ante sus<br />

depredadores.<br />

Pero no vaya a creerse que esto de la coloración<br />

críptica sea sólo achaque de insectos.<br />

G. Bergman estudió en 1955 el caso de ciertas<br />

golondrinas del género Hydroprogne y del género<br />

Sterna, y descubrió que el color del plumón de sus<br />

pichones concuerda con el color del piso de las playas<br />

en que estas aves anidan.<br />

Y como no todas las playas son del mismo color,<br />

del mismo modo varía el color de estos pichones.<br />

El valor protector de tales coloraciones crípticas<br />

fue puesto en evidencia por dos caracoles terrestres<br />

de Inglaterra, Cepea memoralis y Cepea hortensis,<br />

estudiados por Sheppard, por Caín y por Goodart<br />

en los años cincuenta.<br />

En primavera, cuando el suelo está cubierto de<br />

verdores, los más abundantes de esos caracoles<br />

son los que tienen en la concha colores amarillentos<br />

y verdosos.<br />

En invierno pasa al revés: hay menos caracoles<br />

amarillentos y verdosos, y abundan más los de<br />

concha rojiza, que es entonces el color que más<br />

concuerda con el suelo duro y desnudo de Cambridgeshire.<br />

96


LA NATURALEZA DOMINICANA • <strong>VARIOS</strong><br />

En los yunques de los tordos de Inglaterra —esto<br />

es, en las piedras en que estas aves destazan a sus<br />

presas— se encontró la explicación de lo que pasaba.<br />

Allí ocurría lo contrario: había más caracoles<br />

rojizos en primavera, y más caracoles amarillentos<br />

y verdes en invierno.<br />

Los tordos veían más fácilmente el color que<br />

contrastaba con el suelo y se comían una mayor<br />

cantidad de esos caracoles. Por eso quedaban menos<br />

de ellos en el campo, según las estaciones.<br />

Pero los recursos que pone en práctica la naturaleza<br />

para asegurar la supervivencia de sus criaturas,<br />

parecen realmente infinitos.<br />

Con otro de ellos no hace otra cosa que imitar a<br />

Proteo, personaje de la mitología griega que podía<br />

variar rápidamente su apariencia. La naturaleza<br />

copia de Proteo, porque los cambios repentinos en<br />

la apariencia de las presas desconciertan o asustan<br />

a los depredadores.<br />

La aparición súbita de brillantes círculos concéntricos<br />

como los muestran muchas mariposas en<br />

las alas, asusta a los pájaros.<br />

Y un insecto que al alzar vuelo se vuelva agresivamente<br />

rojo seguramente tendrá más posibilidades<br />

de vivir que otro que vuele con la misma coloración<br />

inofensiva que tiene cuando está en reposo.<br />

Estos son ejemplos de los despliegues «proteicos»<br />

de que hablaron Chance y Russell en 1959.<br />

Lo cual se manifiesta también en cambios repentinos<br />

de comportamiento, como es el caso de los<br />

movimientos fortuitos que empiezan a ejecutar<br />

las mariposas nocturnas estudiadas por Roeder y<br />

Treat, cuando se dan cuenta de la presencia de murciélagos<br />

cazadores.<br />

Los murciélagos emiten, para orientarse, un<br />

sonido tan agudo que no lo percibe el oído humano.<br />

Cuando ese sonido choca con cualquier objeto que<br />

lo devuelve hacia el murciélago, éste lo recoge con<br />

una suerte de radar y así calcula la distancia y posición<br />

del obstáculo, pero también de la presa.<br />

Estas mariposas nocturnas están dotadas de<br />

receptores que perciben el sonido de alta frecuencia<br />

emitido por el murciélago en vuelo libre, y enseguida<br />

responden a ese estímulo alterando sus patrones<br />

de vuelo para que el radar del murciélago<br />

no las encuentre.<br />

¿Verdad que no se le puede pedir más a una excursión<br />

por Los Haitises<br />

(31 ago., 1985, pp. 10–11)<br />

Tronco de jabilla con bromelia.<br />

97


FÉLIX SER<strong>VI</strong>O DUCOUDRAY<br />

Fotos que muestran el contraste de la vida en Los Haitises. Arriba, el cuido de una casita campestre, en la amable intimidad del bosque.<br />

Abajo, la dureza de las yaguas en el rancho.<br />

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LA NATURALEZA DOMINICANA • <strong>VARIOS</strong><br />

CAYENA, SU MISMA FLOR, PERO SE DA EN EL AGUA<br />

Quien anda con Marcano por el monte aprende<br />

muchas cosas. Sobre todo de lo que no<br />

se aprende en libros.<br />

La naturaleza ha de tenerlo como la persona más<br />

indiscreta del mundo, porque de sus secretos, a<br />

más de descubrírselos, no le guarda ninguno.<br />

Ni siquiera los más comprometedores.<br />

El 31 de agosto de 1985, por ejemplo, andábamos<br />

metidos en un monte del paraje Los Desamparados,<br />

municipio de Jaina, muy cerca del cauce del<br />

Itabo, que a veces lleva agua. Entre los matorrales<br />

nos topamos con el brocal de un viejo pozo abandonado,<br />

llenas ya de helechos las paredes del<br />

cañón. Y asimismo cerca de allí se vieron, al pie de<br />

las jabillas y otros árboles altos, varias plantas de<br />

jengibre amargo o cimarrón (Zingiber cassumunar).<br />

Pozo y jengibre —eso me dijo— eran los restos<br />

y el inicio de la habitación humana que allí hubo,<br />

aunque de la vivienda no quedara nada.<br />

Entendí lo del pozo. ¿Pero por qué el jengibre<br />

—Porque el jengibre cimarrón no es de esas plantas<br />

que los animales propagan comiéndose la semilla<br />

y evacuándola después en otro sitio. Las escasas<br />

semillas son semillas atrofiadas, no viables,<br />

como pasa con el plátano de cultivo, y tiene que<br />

re-producirse por rizomas. De modo que donde<br />

tú lo veas di que fue sembrado. Otra cosa distinta<br />

es que por tener los rizomas muy superficiales,<br />

pase un animal que le arranque un pedazo al<br />

tropezar con el rizoma, y ese pedazo se prenda<br />

cerca, y dé pie para otra planta. Pero se necesita,<br />

para que esté en un sitio, que alguien haya sembrado<br />

el primero.<br />

Este jengibre amargo, oriundo de Malasia —el<br />

rizoma se usaba como condimento— suele verse<br />

hoy sembrado, por sus anchas hojas, en jardines<br />

campestres. Y a lo mejor eso explica la presencia<br />

de los que vimos cerca del pozo abandonado, aunque<br />

hayan durado más que la vivienda.<br />

Más adelante empezaban a crecer juntas dos<br />

maticas de jagua.<br />

—¿Quién las habrá sembrado ¿La misma gente<br />

que sembró el jengibre<br />

—No las sembró nadie. Esas dos maticas de<br />

jagua son silvestres.<br />

—¿Y cómo lo sabe usted<br />

—Porque están demasiado juntas, casi pegadas,<br />

y así no siembra nadie. Las dos semillas —en<br />

este caso sí— quedaron ahí en los excrementos de<br />

algún animal, y de ellas nacieron las dos maticas.<br />

Por el matorral vimos después varias parejas de<br />

estas jaguas silvestres. Siempre muy juntas.<br />

Pero no andábamos en excursión de jaguas ni<br />

jengibres. Con eso nos topamos de camino y de<br />

paso. Buscábamos otra cosa: una cayena que crece<br />

metida en el agua, en las lagunas, hermanita de esa<br />

misma cayena de tierra que usted ha visto en los<br />

jardines tantas veces y a la cual además le dicen,<br />

por ser roja la flor, sangre de Cristo.<br />

De esta cayena de agua estoy seguro que usted<br />

no la había visto. Probablemente ni siquiera sabía<br />

de su existencia, porque no abunda mucho.<br />

99


FÉLIX SER<strong>VI</strong>O DUCOUDRAY<br />

Hasta ahora, que yo sepa, sólo ha sido encontrada<br />

en dos puntos del país, el segundo de los cuales<br />

es la pequeña laguna de Jaina a que me llevó<br />

Marcano, el 31 de agosto de 1985, para que la viera.<br />

Y yo, además de verla y deleitarme con ella, la<br />

fotografié para ustedes. [Ver al final del artículo].<br />

Moscoso la menciona en su Catalogus Florae<br />

Domingensis, pero como planta de Haití.<br />

Los primeros que la encontraron aquí, por los<br />

años de 1970, en Laguna Grande, provincia de<br />

Puerto Plata (lugar que sigue empeñado en usurparle<br />

el nombre a La Isabela), fueron Marcano y el<br />

padre Julio Cicero.<br />

Marcano rememora: Al regreso, de paso por<br />

Santiago, se la enseñamos al doctor José de Jesús<br />

Jiménez, y se entusiasmó tanto por las flores bellísimas,<br />

que nos forzó a hacer otro viaje para que lo<br />

lleváramos a verla en su hábitat natural; y tan<br />

contento se puso que cortó un manojo de ramos<br />

floridos y se hizo retratar con ellos. En esa fotografía<br />

está Jiménez con una gran sonrisa de pozo.<br />

Este doctor Jiménez es el eminente botánico y<br />

taxónomo, ya fallecido, a quien tanto le deben las<br />

ciencias naturales del país. A eso más que a su<br />

sapiencia médica, ha de atribuirse que él y Marcano<br />

hayan sido frecuentes compañeros de excursiones<br />

científicas y tan buenos amigos.<br />

Después Marcano se volvió a topar con esa planta<br />

el año pasado, en su segunda localidad de Los<br />

Desamparados, donde un gran tropel de ella vive<br />

muy lozanamente en la laguna.<br />

Presentamos ahora una parte de su parentela.<br />

La cayena común, la que usted más ha visto, la<br />

sangre de Cristo del jardín, es Hibiscus rosa sinensis<br />

en el latín de ciencias. Oriunda de la región asiática<br />

que incluye a China, lo cual está consignado en el<br />

nombre, ya que rosa sinensis quiere decir rosa de<br />

China.<br />

En ese nombre latino la primera palabra (Hibiscus)<br />

indica el género a que pertenece la planta. La<br />

segunda da la especie. Y hay que decir que de ese<br />

género de Hibiscus hay 19 especies en nuestro país.<br />

Una de ellas, aunque usted no se lo espere, es el<br />

molondrón (Hibiscus esculentus), donde el aprecio<br />

cambia de sitio, ya que ahora es al fruto y no a la<br />

flor.<br />

Otra es la majagua (Hibiscus tiliaceus) también<br />

bella en la flor pero además útil en la corteza por la<br />

fibra que se saca de ella para hacer sogas y que es<br />

muy resistente cuando se moja. Esta majagua tiene<br />

flor amarilla al comienzo, roja después. Y digo<br />

«esta majagua», porque hay otra (Hibiscus elatus),<br />

llamada comúnmente por Cicero majagua de Cuba,<br />

a la cual se le abre la flor en amarillo naranja y se le<br />

pone después de color naranja rojizo. En los dos<br />

casos, bellas y grandes flores. Por lo cual, y por el<br />

hermoso porte de estos árboles, debieron hace<br />

tiempo ser llevados a jardines.<br />

Y ahora el de la laguna: Hibiscus trilobus.<br />

Las otras 14 especies de este género queden sin<br />

nombrar, ya que no podré dar aquí la lista completa.<br />

Pero todas ellas ténganse por hermanas carnales<br />

por ostentar el mismo apellido Hibiscus. Porque<br />

en el nombre de las plantas se da primero el<br />

apellido, igual, por ejemplo, que el nombre de los<br />

alumnos en la escuela: Álvarez, José; Álvarez, Manuel;<br />

Martínez, Joaquín; Martínez, Salvador, etc.<br />

Con esta sola diferencia: que el nombre de pila de<br />

las plantas va siempre en minúsculas; y por eso<br />

no se escribe Hibiscus Trilobus sino trilobus.<br />

Y a propósito: la gente del común a veces olfatea<br />

el parentesco cercano de dos plantas, aunque nada<br />

100


LA NATURALEZA DOMINICANA • <strong>VARIOS</strong><br />

sepan de géneros y menos de latines. Y tanto se lo<br />

vieron a la cayena de lagunas, que en Haití le dicen<br />

molondrón cimarrón. Ambos a dos del género<br />

Hibiscus, según ya se vio: el molondrón Hibiscus<br />

esculentus, y esta cayena Hibiscus trilobus.<br />

A ella buscábamos en este viaje y al dejar el<br />

vehículo en que nos le acercamos y meternos a pie<br />

por el monte, no tardó mucho en que empezaran<br />

a hundirse los zapatos en suelo cenagoso, donde<br />

también crece este Hibiscus, a orillas de la laguna.<br />

Y lo primero fue ver sus varas jóvenes, casi astas<br />

por llevar en el tope la flor como bandera.<br />

Difícilmente hallará usted rosado de mayor<br />

ternura como el de esta flor, por ser lila también y<br />

también luz.<br />

Pero esas varas enhiestas y floridas de la orilla<br />

fueron apenas el avance, la señal, el aviso. Porque<br />

enseguida se llega al agua inmóvil de la laguna,<br />

agua oscura como un vino de sombras, y allí este<br />

inesperado bosquecillo acuático enraizado en el<br />

fondo limoso del estanque, donde el Hibiscus muestra<br />

en sosiego salvaje su hermosura: vertical, pertinente,<br />

como una geometría de mástiles de navíos<br />

sumergidos.<br />

Está aquí y en Jamaica, Puerto Rico, Trinidad y<br />

Guyana Francesa.<br />

Inicialmente lo bautizó como Hibiscus domingensis<br />

el francés Jacquín por haberlo encontrado<br />

en Haití, que era entonces la colonia de Saint Domingue.<br />

Después otro le puso Hibiscus acuaticus<br />

atendiendo al hábitat y a la querencia de la planta.<br />

Y acabó finalmente en lo que es hoy el nombre corregido:<br />

Hibiscus trilobus, quizás más exacto pero<br />

menos bello.<br />

Y no deje usted de ver en las fotografías que se<br />

publican con este reportaje, para conocerlo mejor,<br />

las raíces adventicias que le salen del tronco desde<br />

la altura a que suele llegar el agua en la laguna<br />

y que da la impresión de tener la planta un grueso<br />

pedestal que la sostiene.<br />

(7 sep., 1985, pp. 10–11)<br />

Bella flor de la cayena de agua<br />

(Hibiscus trilobus).<br />

Color rosado lila<br />

con centro de oscura púrpura.<br />

101


FÉLIX SER<strong>VI</strong>O DUCOUDRAY<br />

(Foto izq.)<br />

Fruto del Hibiscus trilobus,<br />

cubierto de pelos rígidos<br />

que pinchan.<br />

(Foto der.)<br />

Engrosamiento en la base<br />

del tronco de la cayena de<br />

agua, formado por las raíces<br />

adventicias que le salen<br />

desde la altura a que llega<br />

el agua cuando la laguna<br />

se llena<br />

.<br />

Bosquecillo de Hibiscus trilobus, la cayena de agua, en una laguna del paraje Los Desamparados, de Jaina.<br />

102


LA NATURALEZA DOMINICANA • <strong>VARIOS</strong><br />

¿QUE NO VAYA AL ITABO: UN RÍO CON HORARIO<br />

Cerca de la laguna de Los Desamparados, situada<br />

en ese paraje de Jaina y asiento de la<br />

cayena de agua (Hibiscus trilobus) y de su bella flor<br />

rosada, corre el Itabo, río que da pena.<br />

El primer intento de la excursión hubo que cancelarlo<br />

porque no daba paso.<br />

Se llenó de aguaceros y creció de golpe.<br />

—Yo tuve que devolverme. Y aquí donde ahora<br />

estamos creo que me tapaba.<br />

Así habló Ludovino cuando nos llevó en su camioneta<br />

Toyota a Marcano y a mí a la semana<br />

siguiente: y ése «aquí donde ahora estamos» era<br />

el lecho del Itabo, completamente seco. Pedregal<br />

de corales. Tan seco que más parecía sendero que<br />

otra cosa. Ni una gota de agua. Se caminaba por<br />

él sin mojarse los pies en absoluto. El único vestigio<br />

de humedad eran las plantas, los árboles enhiestos<br />

y lozanos de la orilla. Pero el río era un fantasma<br />

que se escurría pasado el aguacero.<br />

Por eso daba pena.<br />

Aunque Marcano, que ya había visto cosas que<br />

uno no veía, sacó la conclusión de que eso no era<br />

nuevo ni por daño reciente sino su modo de vida,<br />

su tradición fluvial.<br />

Porque cuando yo, pensando en voz alta, dije que<br />

los desmontes quizás habían secado los manantiales<br />

que podían dar permanencia a la corriente,<br />

él no estuvo muy de acuerdo.<br />

—Parece que este río siempre ha sido así, intermitente,<br />

sin aguas que le tengan lleno el cauce mucho<br />

tiempo.<br />

Cuando Marcano explicó de dónde sacó eso, yo<br />

me acordé del Bellaco, arroyo del Noroeste, de más<br />

allá de Mao, que le entra al río Cana y por el cual<br />

he caminado horas y horas sin encontrar agua<br />

como pasa en el Itabo, pero que tiene señores barrancos,<br />

altos como edificios de varios pisos.<br />

Y eso era la cosa: que el Itabo no los tenía. Muros<br />

en sus orillas apenas un poco más altos que la estatura<br />

de un hombre, y a veces menos.<br />

Resultaba evidente —deducción de Marcano—<br />

que por falta de una corriente de agua permanente<br />

no había podido cavar profundamente su cauce y<br />

así formar altos barrancos.<br />

Quizás no tan altos como los del Bellaco que<br />

lleva en eso muchos millones de años, ya que corre<br />

por terrenos de la formación Cercado, que es del<br />

Mioceno Inferior (20 millones de años atrás poco<br />

más o menos) y el Itabo es río mucho más joven,<br />

sobre todo en esa parte en que lo vimos, donde va<br />

entre las lomas de arena de Jaina, a lo sumo con<br />

millón y pico de años; pero sí cuando menos como<br />

los de otros ríos «de su tiempo», que con edad parecida<br />

los han hecho. Y más si uno piensa en que el<br />

Itabo no corre por terrenos de rocas muy duras,<br />

sino al contrario, y mal consolidadas.<br />

Los aguaceros reviven al Itabo; pero le dura<br />

poco, y sólo le quedan después charquitos en algunos<br />

tramos. Pasa la lluvia y muere.<br />

Río, digamos, con ediciones trimestrales, mensuales<br />

a veces, semanales cuando llueve mucho.<br />

Pero como cada edición se agota pronto, yo digo<br />

103


FÉLIX SER<strong>VI</strong>O DUCOUDRAY<br />

que es río con horario: de nueve de la mañana a<br />

once de la noche por ejemplo, o el tiempo que dure<br />

la creciente. Porque después desaparece por completo,<br />

hasta el aguacero siguiente.<br />

Si esa es su vida, la que le gusta, y no ha llevado<br />

otra, ¡bueno! que entonces no dé pena. Pero no hay<br />

dudas de que le ha tocado una extraña manera de<br />

ser río. Manera natural, quiero decir; aunque no<br />

falten desmontes —¿dónde no— que se la hayan<br />

empeorado.<br />

Lo cual no ha impedido ni cosa parecida que en<br />

sus orillas y más allá —por la humedad del ambiente<br />

y del subsuelo, que hasta inventa lagunas—,<br />

la vegetación tenga vigor y sea copiosa, incluso con<br />

bejucos; ni que a pesar de todo estén allí plantas<br />

que buscan para vivir la cercanía de ríos.<br />

Como el carrizo, por ejemplo, que en el latín de<br />

ciencias es Lasiacis divaricata.<br />

Si usted ha vivido en el campo alguna vez, es<br />

muy posible que la conozca, y habrá visto que la<br />

mandan a traer de las orillas de los ríos para que<br />

algún enfermo beba con ella líquidos, porque sus<br />

entrenudos largos son un calimete perfecto.<br />

Por eso no le parecerá raro que el nombre más<br />

común de esa planta entre nosotros —más común<br />

que carrizo— sea ése: calimete.<br />

Aquí estaba, pues, en su sitio, por encontrarse a<br />

orillas del Itabo.<br />

Por allí andaba también, pero en lo seco, el auyén<br />

(Pachyrrhizus erosus), bejuco de la misma familia<br />

del guandul, que es la de las Papilionáceas.<br />

Merecería ser tan famoso como la flor del sol;<br />

pero ha tenido mala suerte o escasa publicidad.<br />

La fama le viene a la flor del sol por el asombro<br />

de que va girando para que el sol le dé siempre en<br />

la cara, y por eso también la llaman girasol.<br />

En el auyén eso pasa, pero no en la flor sino en<br />

la hoja. O para decirlo exactamente: en los folíolos,<br />

que son subhojas (las hojitas en que se divide<br />

una hoja compuesta).<br />

Tres folíolos tiene la hoja del auyén, y usted podrá<br />

ver (porque eso lo ejecutan en corto tiempo) a<br />

cada folíolo cambiar de posición ante sus ojos, para<br />

que a ellos también el sol les dé siempre en la cara.<br />

Las raíces tuberosas son comestibles. Contienen<br />

gran cantidad de almidón. Pero tenga cuidado<br />

con las semillas, porque son venenosas, aunque no<br />

falta quien se las coma botándoles la primera agua<br />

en que las hierven.<br />

En el Cibao (con el sentido de «no esperes que<br />

te den lo que pides sino cualquier otra cosa sin valor»)<br />

se suele decir: «Vas a comer… ¡raíz de auyén!».<br />

Pero con un pero implícito entre «comer» y «raíz»,<br />

que se expresa con la entonación de la frase. Y ese<br />

«pero» se explica por la dureza de la raíz del auyén.<br />

Al palo blanco, otra de allí (Casearia guianensis),<br />

arbusto tropical de América muy común en la<br />

isla, le dicen también «café de gallina». Café, porque<br />

los frutos (blancos o rojizos) son muy parecidos;<br />

y de gallina, porque es frecuente que cuando<br />

está sembrada en patios estas aves se le encaramen<br />

encima para comérselos.<br />

La semejanza también origina nombres científicos<br />

de plantas. Y esto se vio con el caimito de<br />

perro, presente en Los Desamparados, cuyo bautizo<br />

en latín es Chrysophyllum oliviforme. Porque<br />

eso de oliviforme que contiene la idea de oliva y la<br />

idea de forma, le viene de parecer el fruto una<br />

aceituna (oliva) hasta en el sólo tener una semilla<br />

y del mismo tamaño poco más o menos; pero sin<br />

serlo.<br />

El fruto es comestible y muy sabroso.<br />

104


LA NATURALEZA DOMINICANA • <strong>VARIOS</strong><br />

La madera es dura y flexible. Por eso se cree<br />

que era la que usaban los indios para hacer el arco<br />

con que disparaban sus flechas. Todavía se hacen<br />

de esa madera los arcos que se emplean en el<br />

deporte de tiro al blanco con flechas, lo que parece<br />

confirmar el uso que le daban los indios.<br />

Además es árbol de porte muy hermoso, por<br />

lo que debiera sembrarse en los jardines.<br />

Se encontraron otras plantas de madera útil.<br />

Uno fue el jobobán (Trichilia hirta), que por tener<br />

ramas muy rectas da palos de escoba muy buenos.<br />

Otro, el palo’e leche; uno de ellos (Rauwolfia nitida)<br />

con cuyas orquetas se hacen los mejores tirapiedras,<br />

por la forma perfecta que tienen.<br />

Y dije uno de ellos, porque también se llama así,<br />

palo’e leche, otra planta distinta aunque de la<br />

misma familia de las Apocináceas que crecía allí:<br />

la Tabernæmontana citrifolia.<br />

Este caso reitera la necesidad imprescindible<br />

de los nombres científicos en latín, por ser la única<br />

manera de saber de cuál planta se trata. Sobre todo<br />

que con ese nombre de palo’e leche se conocen<br />

no solamente los dos que encontramos en Los<br />

Desamparados sino otras ocho especies más del<br />

género Rauwolfia, aparte de la Rauwolfia nitida. Esto<br />

es, que son tocayos en el habla corriente. Se llaman<br />

por igual palo’e leche siendo especies distintas<br />

de plantas y la particularidad de los nombres<br />

científicos en latín es precisamente ésta: que no<br />

toleran tocayos. Por ello no pueden dar pie a confusiones<br />

de este tipo. Deslindan. Separan. Clasifican.<br />

¿Imagínese con cuál otra planta nos topamos<br />

Con el caimoní (Wallenia laurifolia), cuyo nombre<br />

—lauri, laurel y folia, hoja— indica que las tiene<br />

parecidas; pero no al laurel de aquí, sino al laurel<br />

europeo, que es el que sirve como condimento y<br />

que es además el que aparece en el escudo dominicano,<br />

no el laurel dominicano, que por más señas<br />

tampoco sirve como condimento.<br />

Y ahora una buena noticia: todavía esta planta<br />

se da con abundancia en nuestros bosques. De<br />

modo que si ya no se encuentra en venta su rojo<br />

fruto globoso, muy rico en vitamina C, no lo atribuya<br />

a desaparición del árbol sino a que por alguna<br />

razón han dejado de recogerlo.<br />

Y un dato de Marcano: «Uno de los caimoníes<br />

más dulces y de fruto más grande (lo cual ha de<br />

tomarse con su granito de sal, porque el caimoní<br />

es diminuto aunque haya diferencia de tamaño)<br />

es el que se da entre El Cercado y Juan Santiago,<br />

cerca de la frontera».<br />

Y antes de que se me olvide: de las Rauvolfias<br />

se extrae una sustancia (Rauvolfina) usada en medicina<br />

para bajar la presión arterial. Pero no se<br />

ponga usted a hacer tisanas con ellas, porque son<br />

todas muy venenosas, al igual que el otro palo’e<br />

leche de Los Desamparados: Tabernæmontana citrifolia.<br />

Igualmente venenosas son las hojas del ya mentado<br />

jobobán. Tanto, que de ellas se saca un fuerte<br />

y venenoso insecticida que se emplea para acabar<br />

con las pulgas y los piojos.<br />

Y desde luego, para mentar algo que no lo sea<br />

sino todo lo contrario (hablo del fruto) estaba allí<br />

también la sabrosa chinola (Passiflora edulis).<br />

Y por último, la uña de gato (Pisonia aculeata),<br />

semitrepadora de espinas encorvadas.<br />

Y así llegamos al final de este recuento.<br />

(28 sep., 1985, pp. 10–11)<br />

105


FÉLIX SER<strong>VI</strong>O DUCOUDRAY<br />

(Foto sup.)<br />

Charcos en ciertos tramos<br />

del cauce del río Itabo,<br />

después del aguacero.<br />

Cauce seco del río Itabo,<br />

como permanece la mayor<br />

parte del tiempo.<br />

106


LA NATURALEZA DOMINICANA • <strong>VARIOS</strong><br />

REPORTAJE DE LILAS CON FINAL DE OSTRAS<br />

Lo leí en estos días: alguien que echaba pestes<br />

contra las lilas de agua porque tapan los canales<br />

de riego. Lo cual es cierto.<br />

Y además canales que no son de riego, como<br />

algunos de los caños del Yuna en el Gran Estero,<br />

tan cubiertos de lilas que impiden que las yolas<br />

avancen, por más fuerte que se reme.<br />

Pero que esto no nos lleve a declarar las lilas<br />

enemigo público y acabar con ellas. Bastará con que<br />

se limpien los canales.<br />

Porque las lilas son plantas beneficiosas.<br />

Aquí hay dos especies: la Eichornia crassipes y la<br />

Eichornia azurea. Ambas a dos ricas en proteínas y<br />

minerales, por lo cual se les saca mucho provecho<br />

dándolas de comer a los cerdos. Han resultado muy<br />

buen alimento.<br />

Pero son sobre todo, principalmente la Eichornia<br />

crassipes, que es la más abundante, plantas que<br />

purifican el agua de los ríos. Entre otras cosas por<br />

tener gran cantidad de raicillas y pelos absorbentes<br />

que, cuando las lilas flotan al hincharse los ríos<br />

crecidos y arrancarlas del fondo, hacen las veces<br />

de filtro minucioso. Y eso pasa más frecuentemente<br />

con la crassipes porque la otra, la Eichornia azurea,<br />

se aferra más tercamente con sus raíces al fondo<br />

de los ríos y es más difícil que suelte y flote.<br />

En tercer lugar aunque no el último en importancia,<br />

porque estas plantas sirven de alimento al<br />

manatí, que es una especie ya casi extinguida y que<br />

debemos preservar, entre otras cosas no quitándole<br />

su comida.<br />

De las dos lilas de agua, la más abundante es la<br />

Eichornia crassipes, porque cuando crecen juntas ésta<br />

vence en la competencia a la Eichornia azurea y la<br />

desaloja.<br />

Por eso ella ha de ser el componente más frecuente<br />

de la lilas flotantes que la creciente del Ozama<br />

saca hacia el mar costero de la capital.<br />

Y no sólo el Ozama. Yo he visto, por ejemplo,<br />

cómo a veces la playa de Guayacanes se llena de<br />

lilas del Higuamo y cómo quedan varadas en la<br />

arena, llevadas por el empuje de las mareas.<br />

Pero ni aún ahí son inútiles.<br />

Porque muchos de los animales que pueblan esa<br />

zona cambiante y maravillosa hasta donde llega la<br />

pleamar pueden utilizarlas no sólo para comer sino<br />

para abrigarse con la humedad de sus ramos y<br />

evitar la desecación a que los deja expuestos el retiro<br />

del mar. (Puntos que nuestros biólogos marinos<br />

—pienso ahora en el CIBIMA, que merece más<br />

apoyo y ayuda de los que recibe— han de esclarecer).<br />

Y a propósito de marea: este fenómeno crea con<br />

sus vaivenes una estrecha y deslumbradora zona<br />

costera de vida, tan cambiante, que a lo largo de<br />

un mismo día es a veces terrestre y marina otras<br />

veces. Según que baje o suba la marea.<br />

Porque al subir, avanza el mar y la cubre; pero<br />

cuando baja, el mar se retira y la deja en seco, expuesta<br />

al aire y al sol.<br />

Uno pensaría que un lugar así ningún animal<br />

lo busca para vivir en él. Porque si es marino ¿cómo<br />

107


FÉLIX SER<strong>VI</strong>O DUCOUDRAY<br />

respira por las agallas cuando se le va el agua Y<br />

si terrestre ¿cómo cuando se inunda<br />

A pesar de lo cual la vida abunda en esa zona<br />

situada entre el límite superior y el límite inferior<br />

de la marea, pobladas por animales y plantas que<br />

allí tienen su hábitat, su casa.<br />

Con esto más: que inmediatamente después de<br />

cada luna llena y de cada luna nueva es mayor el<br />

vaivén de las mareas: avanza más el mar sobre la<br />

costa en la pleamar, y se aleja más de la orilla en<br />

bajamar.<br />

Ahora obsérvese: estas grandes mareas ocurren<br />

solamente dos veces al mes, cada quince días, cuando<br />

la conjunción de la luna con el sol suma la fuerza<br />

de gravedad de los dos astros. Y habiendo como<br />

hay animales marinos que pueblan esos «barrios<br />

marginales» de las mareas ¿cómo se la arreglan<br />

los que viven por ejemplo en la parte donde el<br />

mar solo llega de quince en quince días, para no<br />

morir desecados ya que les falta el agua en ese tiempo,<br />

o asfixiados ya que no respiran el oxígeno del<br />

aire<br />

¿O es que ya no son tan marinos como a primera<br />

vista parece<br />

En las playas la solución más socorrida es hundirse<br />

en la arena (porque en sus capas inferiores<br />

todavía queda agua suficiente para sobrevivir) y<br />

salir del entierro o de las cuevas al volver la marea,<br />

que además les trae comida.<br />

Pero en los farallones de la costa, donde viven<br />

otros, el problema se complica, porque ahí además<br />

tienen que lidiar con la fuerza del oleaje que a veces<br />

revienta con tremenda energía, de dos toneladas<br />

sobre un pie cuadrado de superficie, y que<br />

fácilmente podría aplastarlos o barrer con ellos.<br />

Pero no.<br />

En los percebes, por ejemplo (del género Balanus),<br />

la forma cónica de la concha hace rodar por<br />

ella, escurrida, la fuerza de la ola, que así amaina;<br />

y tiene toda la base fija en la roca por un cemento<br />

natural de extraordinaria fuerza.<br />

Los mejillones están anclados en la roca por finas<br />

cuerdas cuya sustancia es una suerte de seda<br />

natural segregada por una glándula situada en la<br />

base del animal. Estas cuerdas, de gran dureza, salen<br />

en todas direcciones del mejillón hacia las rocas,<br />

pero dispuestas de tal manera que le permiten jugar<br />

con el embiste de la ola y recibirla por la parte más<br />

angosta y así minimizar su fuerza.<br />

La lapa, en cambio, se agarra con una copa de<br />

succión, de tejido carnoso, que se encuentra debajo<br />

de la concha. El golpe de la ola, al aplastar ese<br />

agarre, intensifica la succión y fija con mayor firmeza<br />

al animal.<br />

¿Pero cómo resuelven en la pared vertical del<br />

farallón el problema de no morir resecos ni de<br />

asfixia<br />

La línea general de conducta en ese caso es el<br />

cierre estrictamente hermético de las conchas. De<br />

esa manera reducen la evaporación al máximo y<br />

conservan mojadas las agallas en grado suficiente<br />

para poder respirar con ellas.<br />

Pasan, además, entonces por un período de inactividad,<br />

equivalente a la hibernación, a la espera<br />

del regreso del mar con la marea, momento en el<br />

cual recobran su actividad.<br />

Ese ritmo alterno de actividad y receso queda<br />

impreso en sus vidas, aunque uno los saque del<br />

lugar en que viven.<br />

Un investigador francés llevó a su laboratorio<br />

algunos caracolitos del género Littorina, que también<br />

viven en los farallones expuestos al vaivén de<br />

108


LA NATURALEZA DOMINICANA • <strong>VARIOS</strong><br />

las mareas. Y observó que cuando llegaba el tiempo<br />

de pleamar en la costa lejana de que se los había<br />

llevado, se volvían activos en el laboratorio aunque<br />

no sintieran el avance del mar y se aquietaban en<br />

la bajamar. Esta conducta la conservaron durante<br />

varios meses.<br />

Pero lo más asombroso quizás sea el caso de la<br />

ostra, que es también habitante de zonas litorales,<br />

y que utiliza el movimiento de las mareas con el<br />

fin de alcanzar los puntos que más le convienen<br />

para vivir.<br />

La ostra adulta no vive en mar abierto, plenamente<br />

salado, sino en bahías o estuarios por ejemplo.<br />

En aguas más bien salobres. De ahí que su<br />

estirpe necesite impedir que las ostras que empiezan<br />

a vivir sean arrastradas mar afuera.<br />

Al comienzo, las larvas se mueven pasivamente<br />

a la deriva, dejándose llevar unas veces hacia el<br />

mar, otras veces hacia las aguas interiores de la<br />

bahía o el estuario. Pero cuando llega la gran marea,<br />

la bajamar que se produce podría llevarlas demasiado<br />

lejos, ya que a la fuerza propia de la marea<br />

se suma el empuje de la corriente fluvial que presiona<br />

también hacia afuera. Dos semanas dura el<br />

período larval de las ostras, tiempo suficiente para<br />

que vayan a parar hasta el horizonte o más allá.<br />

Por eso llega un momento en que las larvas de<br />

ostras cambian bruscamente el comportamiento<br />

que llevaban de andar a la deriva, y en vez de eso<br />

se dejan caer al fondo mientras dura el arraste de<br />

la bajamar, que allí es menos fuerte. Y cuando la<br />

marea regresa hacia la costa o río adentro, entonces<br />

suben hasta meterse en la corriente que presiona<br />

aguas arriba, la cual es más fuerte que el<br />

empuje del río.<br />

De esa manera llegan a las partes interiores de<br />

menor salinidad que son las más favorables para<br />

su vida de adulto, y ahí se quedan.<br />

Ostras navegantes. ¿Quién lo duda Hasta con<br />

una carta de marear biológica, sabiamente empleada.<br />

(19 oct., 1985, pp. 10–11)<br />

Playa y pesca<br />

en el más allá de Higüey,<br />

entre Punta Cana<br />

y Juanillo.<br />

109


FÉLIX SER<strong>VI</strong>O DUCOUDRAY<br />

Pescando en Sabana de la Mar.<br />

110


LA NATURALEZA DOMINICANA • <strong>VARIOS</strong><br />

FLOR AZUL EN LA MONTAÑA<br />

AL CABO DE UN LARGO VUELO<br />

Cuando a usted le sirven una tajada de piña,<br />

lo recibe como la cosa más natural del mundo.<br />

Y ni siquiera le pasa por la cabeza ponerse a<br />

considerar de dónde vino la piña, porque usted da<br />

por sentado que esa fruta ha sido dominicana toda<br />

su vida.<br />

Y en cierto modo tendría razón en este caso.<br />

Porque si no francesas ni pan de azúcar, los indios<br />

encontraron aquí piñas silvestres, que es la piñita<br />

que hoy se llama piña cimarrona, la de los montes,<br />

poco más o menos del tamaño de una toronja y tan<br />

agria que al comerla usted cerrará un ojo, pero que<br />

es la que da el mejor refresco y el mejor dulce de<br />

piña.<br />

Aunque ya no será lo mismo con otras frutas: la<br />

naranja, pongo por caso; ni con la caña de azúcar<br />

que fue traída por los españoles, o el café que nos<br />

llegó también del Viejo Mundo.<br />

Pero éstas que he mentado y otras son plantas<br />

traídas por el hombre, por los españoles del Descubrimiento<br />

o de tiempos no tan remotos de nuestro<br />

período colonial. En otros casos, traídas por los<br />

indios que venían de América del Sur, entre ellas<br />

la yuca de que se alimentaban. A lo que habría<br />

que añadir (sin agotar la lista) el algodón silvestre<br />

(Gossypium sp.), también traído por indios, ya que<br />

según Hutchinson, autoridad en la materia, dondequiera<br />

que hay algodón hubo población humana,<br />

que lo trajo; y por lo cual sería, el nuestro, el que se<br />

da en los montes, más que silvestre, asilvestrado,<br />

esto es, que se escapó del cultivo aunque haya sido<br />

cultivo primitivo y se volvió cimarrón. Así se da<br />

hasta en la isla Beata; pero a la vez que lo vi allá,<br />

los investigadores del Museo del Hombre Dominicano<br />

descubrieron los montículos de un poblado<br />

taíno. De modo que la regla de Hutchinson seguía<br />

en pie.<br />

Pero olvidémonos ahora de plantas traídas por<br />

el hombre, ya fuera indio o español. Y pensemos<br />

en la vegetación silvestre que cubría la isla antes<br />

de que habitara en ella el primer ser humano, y<br />

que sigue siendo el grueso de la flora de nuestros<br />

montes.<br />

¿De dónde vino esa vegetación ¿Cómo llegó<br />

La pregunta viene a cuento porque la isla Española<br />

en que vivimos no ha existido desde siempre<br />

ni ha sido siempre igual. Subió por partes del fondo<br />

del mar. Primero las cordilleras, y entonces fue<br />

archipiélago de cinco islas montañosas; después<br />

los valles de estructura (Cibao, San Juan, etc.) que<br />

al quedar entre ellas las soldaron en una sola pieza<br />

y entonces no hubo más que una isla más grande,<br />

en este sitio venturoso. Pero en el extremo de<br />

costas con oleajes, calentamiento solar, brisas y<br />

nubes, no hubo trinos, ninguna flor que perfumara<br />

el aire, ni siquiera un verdor enternecido. Sólo roca<br />

pelada. Eso era todo. Y un mar deslumbrador que<br />

la rodeaba.<br />

Las plantas empezaron a llegar después.<br />

Primero poco a poco y probablemente algas,<br />

hongos, líquenes y musgos, que pueden vivir pegados<br />

de las rocas. Después más rápida y profusa-<br />

111


FÉLIX SER<strong>VI</strong>O DUCOUDRAY<br />

mente, cuando la meteorización de las rocas (rotura,<br />

trituración por obra de cambios de temperatura,<br />

fuerzas mecánicas como la lluvia y disolución<br />

química) más la acumulación de los restos orgánicos<br />

de los pioneros vegetales, fueron formando<br />

los primeros suelos. Y entonces helechos, coníferas<br />

y flores. Hasta que hubo tantas plantas congregadas<br />

en la nueva convivencia, y fueron tan escasos<br />

los nichos disponibles para alojarlas, que amainó<br />

la velocidad e intensidad del poblamiento.<br />

De modo que, en rigor, todas las plantas silvestres<br />

son, también ellas (como tan malamente se dice<br />

ahora por copiar literalmente del inglés), plantas<br />

«introducidas». Sólo que por vía natural, sin intervención<br />

del hombre, y de manera que la naturaleza<br />

pueda decidir cuál suprime y cuál deja de<br />

conformidad con la ley natural de cada sistema ecológico<br />

hasta alcanzar el equilibrio que no debe alterarse.<br />

Y sólo serían nativas aquellas que aquí evolucionaron<br />

para adaptarse mejor al medio ambiente<br />

y así se convirtieron en especies nuevas, nacidas<br />

aquí. De modo, pues, que nuestros montes están<br />

llenos de plantas silvestres que inicialmente llegaron<br />

de otras tierras, mayormente continentales.<br />

¿Pero cómo llegaron<br />

En una carta que Darwin le escribió a Joseph<br />

Hooker en 1859, le contaba lo que había descubierto<br />

Milner en el buche de algunos petreles que anidaban<br />

en la isla escocesa de St. Kilda: semillas de<br />

plantas de las Antillas.<br />

Pero estas semillas no fueron llevadas por los<br />

petreles, sino por la corriente del golfo de México,<br />

que tiene la vieja costumbre de dejar semillas<br />

caribeñas en las playas de Inglaterra. Y de ahí han<br />

de haberlas recogido los petreles para dar de comer<br />

a sus crías.<br />

De modo que el mar es un camino. Los experimentos<br />

llevados a cabo por H.B. Guppy, a comienzos<br />

del siglo XX (1906) demostraron algo que parecía<br />

lógico imaginar: la mayoría de las plantas costeras<br />

han sido dispersadas por el mar. Llegó a esa<br />

conclusión después de pasarse gran parte de su<br />

vida depositando semillas en recipientes llenos de<br />

agua de mar, para ver primero, si flotaban, y luego<br />

cuánto tiempo podían conservar en el mar su poder<br />

de germinación. Así lo demostró.<br />

El mar puede también ayudar a dispersar plantas<br />

de tierra adentro, tal como lo comprobó Guppy<br />

en aquéllas que como el bejuco samo (Entada sp.) y<br />

el bejuco ojo de buey (Mucuna sp.) dejan caer sus<br />

semillas en los ríos. La corriente las sacan al mar y<br />

el mar viaja con ellas largos trechos.<br />

Sherwin Carlquist, biólogo especializado en<br />

estas averiguaciones, vio una vez gran número de<br />

semillas de Mucuna en dos islas arrecifes de Hawai<br />

que habían llegado flotando hasta sus playas. Algunas<br />

estaban germinando, pero no tardaron en<br />

secarse por la exposición al calor directo del sol.<br />

Este caso deja una enseñanza, por ser la Mucuna<br />

planta que únicamente se da bien en los bosques<br />

húmedos. Y la lección es la siguiente: para que la<br />

dispersión a larga distancia resulte viable no basta<br />

con que la semilla encuentre un medio de transporte.<br />

Se necesita además que el lugar de donde proviene<br />

y el lugar a donde llega sean ecológicamente<br />

equivalentes. Si sale de zona húmeda y lo que encuentra<br />

es sequía desértica donde llega, la dispersión<br />

se frustra.<br />

Y ahora preguntémosnos: ¿es únicamente el mar<br />

el que actúa como medio de dispersión de las plantas,<br />

o hay otros<br />

112


LA NATURALEZA DOMINICANA • <strong>VARIOS</strong><br />

Para responder esa pregunta, vayamos a Valle<br />

Nuevo.<br />

«¿Qué dice, la flor, entre la alfombra del musgo»<br />

Una de esas flores sale al paso como relumbre<br />

azul desde antes de llegar: es la flor del miosotis,<br />

oriundo de tierras frías y lejanas.<br />

Y como ella, muchas otras. Cuando <strong>Leon</strong>ard<br />

Ekman, el gran explorador botánico nacido en Suecia,<br />

llegó a Valle Nuevo, quedó asombrado, y dejó<br />

escrito que no llegaba a explicarse —y que probablemente<br />

nunca podría descifrarse el misterio—<br />

cómo era posible encontrar allí, en el trópico, plantas<br />

de géneros propios de las regiones nórdicas<br />

que él estaba cansado de ver entre las nieves de su<br />

nativa Suecia.<br />

Y lo decía no tanto por los pinos (Pinus occidentalis)<br />

que necesitan los 2,200-2,400 metros de<br />

altura de los altiplanos de Valle Nuevo para vivir,<br />

ya que se dan incluso apenas a 600 metros sobre el<br />

nivel del mar, sino por ese pajón alpino del género<br />

Danthonia que alfombra los altiplanos, y por las<br />

muchas especies de arbustos, también alpinos, que<br />

crecen en esos vallecitos, y que son muchos de ellos<br />

especies que evolucionaron aquí, en esos altiplanos,<br />

a partir de los primeros representantes que llegaron<br />

de los géneros nórdicos mentados por Ekman.<br />

Es imposible que esas plantas las trajera el mar,<br />

no sólo porque el mar no alcanza a Valle Nuevo sino<br />

porque esas plantas no aguantan el intenso calor<br />

playero y les habría pasado a sus semillas como a<br />

las de Mucuna que encontró Carlquist en Hawai.<br />

La única explicación son las aves migratorias<br />

procedentes de las regiones nórdicas del Canadá,<br />

como sería el caso de los patos, habida cuenta de<br />

que los altiplanos de Valle Nuevo fueron más fríos<br />

que ahora (nieve en las montañas de la cordillera<br />

Central, y hasta glaciares como el que bajaba por<br />

lo que hoy es Alto Bandera) y que después fueron<br />

lagunas de montañas cuya etapa final se les echa<br />

de ver hoy en el suelo generalmente pantanoso.<br />

En época de lluvia todavía se forman allí pequeñas<br />

lagunas que ocupan una parte de los altiplanos y<br />

esas lagunas explican que allí hicieran escala los<br />

patos canadienses.<br />

¿Pero cómo las aves<br />

Comiendo las frutas, por ejemplo. Vlaming y<br />

Proctor demostraron mediante experimentos que<br />

algunas aves migratorias pueden retener las semillas<br />

en su organismo hasta 120 horas sin evacuarlas.<br />

Y que viajando a velocidades de 80 a 100<br />

kilómetros por hora podrían llevarlas a 8,000 kilómetros<br />

de distancia en vuelo sin escala.<br />

Otra forma: ya Wallace había comprobado en<br />

1895 que semillas encontradas entre las plumas de<br />

las aves y en el lodo que se les pega en las patas,<br />

germinaban perfectamente bien.<br />

Semillas con flecos duros se enganchan perfectamente<br />

en la plumas de las aves, y las semillas<br />

más pequeñas, además de meterse en los intersticios<br />

del plumaje, pueden quedar embebidas en<br />

el lodo de las patas. Bastará con que el ave al llegar<br />

se limpie su plumaje con el pico o simplemente<br />

que camine, para que deje las semillas en el sitio<br />

en que se detenga.<br />

(23 nov., 1985, pp. 10–11)<br />

113


FÉLIX SER<strong>VI</strong>O DUCOUDRAY<br />

(Foto sup.)<br />

Las aves migratorias<br />

han traído semillas de una<br />

flora alpina que se<br />

aquerenció con los<br />

altiplanos<br />

de Valle Nuevo.<br />

(Foto inf.)<br />

Las corrientes marinas han<br />

arrastrado hasta las playas<br />

de nuestra isla semillas de<br />

las más diversas plantas.<br />

114


LA NATURALEZA DOMINICANA • <strong>VARIOS</strong><br />

CADA INSECTO DEL BOSQUE Y CADA FLOR HAN DE <strong>VI</strong><strong>VI</strong>R<br />

Hoy quisiera yo que conversáramos acerca<br />

de algunos problemas básicos de ecología,<br />

relacionados con la interacción que se da entre el<br />

hombre y la naturaleza.<br />

La idea me vino a la mente en el viaje del mes<br />

pasado [agosto de 1986] al bosque de Guanito, cerca<br />

de San Juan de la Maguana.<br />

Si usted observa ese bosque, pero superficialmente<br />

(digamos: si le echa un vistazo desde la<br />

carretera, cuando pasa), sale con la idea de que se<br />

trata de un bosque de baitoas (Phyllostylon brasiliense)<br />

donde los cambrones (Prosopis juliflora) son<br />

escasos. Y efectivamente así lo parece, porque se<br />

ven muchas baitoas añosas, de troncos gruesos y<br />

pleno desarrollo, y en cambio muy pocos cambrones<br />

de ese porte.<br />

Pero mirándolo con más detenimiento se echa<br />

de ver que los dos árboles —dejemos ahora a un<br />

lado los cactus— abundan en Guanito, sólo que<br />

los cambrones están jóvenes, con alzada que apenas<br />

llega a la cintura, o a la cabeza cuando más, y<br />

en tales casos con el tronco fino, que más parece<br />

varilla que otra cosa.<br />

Y eso se explica: es el resultado del desmonte<br />

selectivo de los carboneros, que prefieren el cambrón.<br />

Y no porque dé mejor carbón, según lo tienen<br />

afamado, sino porque la baitoa —explicación del<br />

profesor Marcano— se consume más en el horno y<br />

rinde menos carbón que el horno de Prosopis.<br />

En los años que llevo con estos reportajes semanales<br />

he recorrido casi todo el país, y lo excepcional<br />

es encontrar un bosque que no haya sido perturbado<br />

por el hombre. Y no sólo por el hombre carbonero<br />

sino también —y más— por el hombre<br />

maderero, por el hombre ganadero y otros. Y hay<br />

lugares en que no han dejado ni rastro de las comunidades<br />

de plantas que talaron, como hicieron los<br />

ingenios azucareros en la región oriental, antes<br />

cubierta de bosques y donde hoy usted puede recorrer<br />

kilómetros y kilómetros sin ver otra cosa que<br />

no sean cañaverales.<br />

Y eso es un desastre, una verdadera hecatombe<br />

ecológica, porque los desmontes no solamente acaban<br />

con las plantas sino también con los animales<br />

ya que destruyen el ambiente que necesitan para<br />

vivir.<br />

Los ecosistemas naturales son una suerte de<br />

circuitos cerrados que se regulan por sí mismos<br />

para mantener el equilibrio de clímax alcanzado<br />

por evolución a lo largo de siglos y milenios; y en<br />

cada uno de los cuales existe una determinada comunidad<br />

de especies de plantas (y no otra) y una<br />

determinada comunidad de especies de animales<br />

(y otra) condicionadas, ambas comunidades, por<br />

el ambiente físico (suelo, temperatura, humedad,<br />

etc.). Con la particularidad: que todas esas especies<br />

de plantas y animales que a su vez interactúan con<br />

el ambiente se necesitan mutuamente para poder<br />

seguir viviendo en el lugar.<br />

Una de las maravillas de los ecosistemas —y la<br />

clave central de su equilibrio— estriba en el proceso<br />

de transmisión de la energía de una etapa a otra<br />

115


FÉLIX SER<strong>VI</strong>O DUCOUDRAY<br />

del ecosistema, gracias a lo cual se mantiene la<br />

rotación biológica de la materia.<br />

Esta rotación se inicia en las plantas con el proceso<br />

de la fotosíntesis. Las plantas verdes absorben<br />

el ácido carbónico, el agua y sustancias minerales<br />

y entonces, utilizando la luz del sol (energía lumínica)<br />

forman, con todo eso, hidratos de carbono y<br />

otras muchas sustancias orgánicas que necesitan<br />

para crecer y desarrollarse. Al mismo tiempo, en<br />

ese proceso de fotosíntesis se desprende el oxígeno<br />

libre.<br />

Y a propósito (para decirlo de paso): el oxígeno<br />

está presente en la atmósfera desde hace unos dos<br />

mil millones de años, como resultado únicamente<br />

de la fotosíntesis. Y otro sí: hasta hace poco se creía<br />

que ese oxígeno que las plantas dejan suelto en el<br />

aire mediante la fotosíntesis provenía del oxígeno<br />

del ácido carbónico (que es un gas compuesto de carbono<br />

y oxígeno que las plantas absorben). Ahora<br />

se sabe que proviene del oxígeno y del agua (que<br />

es un líquido compuesto de hidrógeno y oxígeno,<br />

absorbido también por las plantas).<br />

Los vegetales son la producción primaria del ecosistema.<br />

Por eso se les llama productores primarios.<br />

Y su biomasa, a su vez, engendra la producción<br />

secundaria, esto es, la de los animales que se alimentan<br />

de ellas (insectos, aves, mamíferos, etc.) y<br />

que son a su vez alimento de animales carnívoros,<br />

hasta llegar al hombre, que se alimenta de plantas<br />

y animales. Las plantas y animales, cuando mueren,<br />

son descompuestos por la acción de hongos y<br />

bacterias que sí restituyen al suelo, convertidas de<br />

nuevo en minerales, las sustancias orgánicas. Y se<br />

reinicia el ciclo cuando esos minerales son otra vez<br />

absorbidos por las plantas que sustituyen a las<br />

muertas.<br />

Esta rotación biológica de la materia se interrumpe,<br />

por ejemplo, cuando el hombre esparce<br />

descuidadamente (desde un avión, pongamos por<br />

caso) sustancias tóxicas insecticidas y éstas caen<br />

en un bosque. Eso mata entre otras cosas, millones<br />

de insectos que debían alimentarse de plantas<br />

y deja sin comida a muchas aves y reptiles que<br />

se alimentan de ellos, incluidos entre esos reptiles<br />

los que a su vez son alimento de aves, como los<br />

lagartos.<br />

Y si esto lo ocasiona el quitarles comensales a las<br />

plantas, otro tanto provocan los desmontes, que<br />

les quitan plantas a los comensales.<br />

Ello desarticula los ecosistemas que de manera<br />

natural se habían organizado según el principio<br />

de la producción sin desechos, esto es, de tal manera<br />

que los productos de la actividad vital de<br />

unos organismos sean vitalmente necesarios para<br />

otros, y todo se utilice en la gran rotación biológica<br />

que impera en la biosfera, en cada uno de los<br />

ecosistemas.<br />

Al llegar a este punto es necesario señalar lo siguiente:<br />

cuando se habla del problema ecológico,<br />

lo primero en que por lo común piensa la gente es<br />

en la contaminación del ambiente.<br />

Eso, desde luego, tiene mucha importancia; pero<br />

no es lo principal. Y quizás el hecho de ser más visible<br />

explique que suscite preocupación más general.<br />

Lo principal, en opinión de muchos ecólogos<br />

prestigiosos de diversos países y que hablan de «lo<br />

principal» en el sentido de «lo más grave», estriba<br />

en el problema de la desaparición de especies de<br />

plantas y animales a causa de las perturbaciones<br />

que provoca la interferencia irracional del hombre<br />

en los ecosistemas.<br />

116


LA NATURALEZA DOMINICANA • <strong>VARIOS</strong><br />

La extinción, desde luego, es el destino final de<br />

toda especie. Porque la naturaleza no es inmutable,<br />

sino que se halla en continuo desarrollo y cambia<br />

sin cesar.<br />

Por eso las especies de plantas y animales que<br />

hoy pueblan la Tierra no han existido siempre ni<br />

permanecerán en ella hasta el fin de los días. Pero<br />

ocurre que la extinción de especies se ha acelerado<br />

y es ahora considerablemente más rápida que la<br />

reposición de ellas por otras nuevas surgidas de la<br />

evolución natural.<br />

Prueba al canto: de todas las especies de animales<br />

que se sabe han desaparecido en los últimos<br />

dos mil años más de la mitad se han extinguido en<br />

los primeros ochenta años del este siglo XX.<br />

Otro dato que lo corrobora: en los 350 años que<br />

van desde el 1600 hasta el año 1950, desaparecía una<br />

especie o una subespecie animal cada diez años.<br />

Pero ya eso ocurre cada año. Esta constatación<br />

fue hecha por la Unión Internacional para la Conservación<br />

de la Naturaleza, que tiene asiento en<br />

Suiza.<br />

Son miles las especies de plantas y animales las<br />

que actualmente se hallan en peligro de extinción.<br />

Y se ha calculado que por cada especie de planta<br />

que desaparece, se extinguen de 10 a 30 especies,<br />

entre especies de insectos, de animales superiores<br />

y de otras plantas.<br />

Ahora bien: ¿Puede el hombre dejar de influir<br />

en la naturaleza Con el poder que ha puesto en sus<br />

manos el progreso de la técnica y la ciencia, es evidente<br />

que no.<br />

Por eso tengo para mí que están soñando quienes<br />

son partidarios de mantener «el equilibrio natural»<br />

de los procesos de la biosfera mediante la simple<br />

conservación de los mismos, porque ello es<br />

imposible. No sólo por lo ya dicho acerca del poder<br />

de influir en ellos con que cuenta el hombre, sino<br />

porque ni siquiera el mismo equilibro natural es<br />

inmutable. Por eso creo que se asienta en una base<br />

falsa el llamado movimiento conservacionista (entendido<br />

no en el sentido de defender la naturaleza,<br />

sino cuando pretende conservarla sin cambios).<br />

Lo que se necesita es impedir que la influencia<br />

que ejerce el ser humano sobre la naturaleza resulte<br />

perjudicial; para lograr, en cambio, que ella pueda<br />

desarrollarse de conformidad con las demandas<br />

que le plantea la cultura humana.<br />

Descubrir las condiciones de ese equilibrio biológico<br />

es una de las principales tareas que está llamada<br />

a cumplir la ecología, ciencia que hasta ahora<br />

sólo estudiaba los procesos de equilibrio que ya<br />

existían en la naturaleza y que se habían formado<br />

por evolución.<br />

O dicho de otro modo: darle fundamento científico<br />

al ecodesarrollo, entendido como proceso de<br />

transformación (formación) racional del medio<br />

ambiente en interés del hombre, lo cual sólo es<br />

posible si se respetan las leyes que rigen el funcionamiento<br />

y la evolución de la biosfera como sistema<br />

integral autorregulado.<br />

Lo malo es que en países como los nuestros los<br />

programas de ecodesarrollo seguramente se tomarían<br />

de pretexto para nuevos desmanes, del mismo<br />

modo que se piden permisos para sólo tumbar los<br />

árboles quemados en algún incendio forestal y con<br />

ese permiso se llevan también de encuentro los que<br />

no han sido tocados por las llamas.<br />

Y es eso lo que aparentemente da justificación<br />

práctica a los programas conservacionistas, aunque<br />

filosóficamente no la tenga.<br />

(6 sep., 1986, pp. 10–11)<br />

117


FÉLIX SER<strong>VI</strong>O DUCOUDRAY<br />

Candelón con bromelias.<br />

118


LA NATURALEZA DOMINICANA • <strong>VARIOS</strong><br />

DEL PAVO A LA ANACAHUITA PASANDO POR EL NIZAO<br />

En estos días navideños no estaría de más decirlo,<br />

antes de seguir con el viaje que nos llevó<br />

(incluyo aquí a Marcano y a Bambán) desde Ocoa<br />

hasta Rancho Arriba, a la vera del Nizao, por las<br />

montañas de la cordillera Central.<br />

Y es esto: que el pavo de Nochebuena no es ave<br />

de aquí, sino traída, aunque se haya aclimatado y<br />

ahora se críe muy bien entre nosotros. Pero es ave<br />

de América del Norte (que abarca a México), no de<br />

las Antillas, y allá la domesticaron. Sus bandadas<br />

silvestres son migratorias, pero no de vuelo largo.<br />

Y a propósito: el testimonio que he recogido de<br />

capitaleños de mucha edad, nacidos antes de que<br />

empezara el siglo XX, indica que eso de comer pavo<br />

en la cena de Nochebuena es tradición de implantación<br />

relativamente reciente, porque en la capital<br />

lo que siempre se servía en esa ocasión era pierna<br />

de cerdo. Lo del pavo, de conformidad con ese testimonio,<br />

empezó a generalizarse después de la<br />

Ocupación del país por los norteamericanos (1916-<br />

1924). Aunque en el Cibao siempre persistió y persiste<br />

la tradición del cerdo. Y puesto que ahora en<br />

la capital, vuelve cada vez más el cerdo a la mesa<br />

de Nochebuena, ello ha de verse como recuperación<br />

de una antigua costumbre, quizás por influjo<br />

de los muchos cibaeños que han venido a vivir<br />

junto al Ozama.<br />

Y otro dato: en la Línea Noroeste también suele<br />

servirse el chivo horneado en estos días.<br />

Pero tampoco estos dos —el chivo ni el cerdo—<br />

son animales de aquí. Y ni siquiera americanos.<br />

Fueron traídos del Viejo Mundo después del Descubrimiento.<br />

Y asimismo el caballo, el burro, la oveja, la vaca.<br />

De modo que toda nuestra ganadería trabaja con<br />

animales «exóticos» que se han aclimatado.<br />

¿Y entonces qué había aquí cuando los indios<br />

No voy a responder enumerando toda la escala<br />

zoológica, pero había insectos (menos la abeja que<br />

también se trajo), peces, reptiles, aves y algunos mamíferos.<br />

Empezando entre estos, por las jutías. Las de nariz<br />

larga que son dos especies (Solenodon paradoxus<br />

y Solenodon marcanoi), del orden Insectivora, y que<br />

según los cronistas de Indias eran manjar delicioso<br />

servido a los caciques; y las jutías de nariz corta,<br />

que son más de dos especies del género Plagiodontia,<br />

que se cuentan entre los roedores.<br />

Y había además dos tipos de osos perezosos,<br />

hoy extintos: el Parocnus y el Acratocnus. Del primero<br />

se han encontrado huesos en que se han visto<br />

marcas que han llevado a suponer que los indios<br />

los comían.<br />

Algunos de sus restos han aparecido precisamente<br />

en la cordillera Central, que es donde andamos<br />

en estos reportajes, siguiendo aguas arriba el<br />

curso del Nizao por la montaña.<br />

Allí me topé con una extraña flor, de color rojo,<br />

de cuyos pétalos me llamó la atención, la rigidez.<br />

Pero Marcano me advirtió:<br />

—Aunque lo parezca no es flor sino fruto. La<br />

flor es amarilla.<br />

119


FÉLIX SER<strong>VI</strong>O DUCOUDRAY<br />

Por lo cual debo aclarar que no eran pétalos, pues,<br />

los que había visto. Eran una suerte de alas que la<br />

naturaleza pone al fruto para facilitar el transporte<br />

por el aire. Un fruto volador, a fin de cuentas. O<br />

una sámara (fruto alado) como se le llama en los<br />

textos de botánica. Y que es el caso también de la<br />

baitoa (Phyllostylon brasiliense).<br />

Esta que vimos en el viaje (planta de fruto alado)<br />

es la especie Stigmatophyllum lingulatum, llamada<br />

entre nosotros cascarita y también bejuco tumba<br />

gente, ya que siendo enredadera es frecuente,<br />

cuando va por el suelo, que los pies se traben en<br />

ella y uno caiga.<br />

Y como el vuelo del fruto quiere decir también<br />

vuelo de la semilla, esto me lleva a lo siguiente:<br />

¿Cuál podría ser el criterio para juzgar la eficacia<br />

de los diversos métodos que para dispersar las semillas<br />

emplea la naturaleza<br />

A decir verdad, hasta hace poco se pensaba,<br />

mientras más lejos, mejor.<br />

Pero ese criterio no tiene cuenta con circunstancias<br />

como las que aquí anoto, señaladas por<br />

Herbert G. Baker:<br />

«La mayoría de las especies de plantas no se hallan<br />

ahora en fase de colonización (de territorios<br />

nuevos), y el reemplazo de los individuos que mueren<br />

tiene por lo menos tanta importancia como el<br />

radio de expansión. Ahora bien, un asunto importante<br />

para ese reemplazo (al menos en las plantas<br />

leñosas) es el ponerse fuera del alcance de los depredadores<br />

tanto de la semilla como de los brotes<br />

de nuevas plantas. Estos depredadores (por lo común<br />

insectos. FSD) son más frecuentes en las cercanías<br />

de las plantas ya existentes, de modo que la<br />

dispersión de las semillas hasta una moderada distancia<br />

(la que se requiera para eso) puede resultar<br />

importante para conservar la distribución natural<br />

de las plantas, sin hablar ya de que también expande<br />

en cierta medida el área que ocupan».<br />

Y este es el caso, por ejemplo, de los pelos irritantes<br />

que tiene por dentro, no por fuera, el fruto de<br />

la Sterculia apetala, que es la anacahuita.<br />

Eso constituyó un enigma hasta que Janzen no<br />

descubrió, en 1972, el papel de supervivencia que<br />

desempeñaban.<br />

La anacahuita —y éste es otro ejemplo, aunque<br />

ahora de la vegetación— no es planta de aquí ni antillana,<br />

sino de América Central y del Sur. Lo cual<br />

es una de las razones, aunque usted no lo crea, de<br />

que el ciclón David acabara con casi todas ellas en<br />

la capital. Porque no siendo nativa de las Antillas<br />

no es árbol de los bosques de huracanes. Su llegada<br />

relativamente reciente a nuestras tierras no le ha<br />

dado tiempo para desarrollar adaptaciones que la<br />

hagan más resistente a estos fenómenos que periódicamente<br />

y casi cada año nos azotan.<br />

Pero volvamos al grano: ¿por qué resultaban<br />

enigmáticos los pelos irritantes que trae por dentro<br />

el fruto de la anacahuita Porque no se sabía para<br />

qué servían. De haberlos tenido por fuera, ya sería<br />

otra cosa: eso alejaría a los animales que vinieran<br />

a comérselos. ¿Pero por dentro<br />

Para seguir adelante debemos tener cuenta que<br />

en las regiones de que es oriunda la anacahuita hay<br />

monos y ardillas. La planta ha convivido con ellos<br />

a lo largo de millones de años.<br />

Y ahora podremos entender, aunque la demos<br />

aquí en forma compendiada, la solución de Janzen<br />

al enigma: las semillas de la anacahuita son muy<br />

apetecidas por insectos que las destruyen casi totalmente<br />

y que se encuentran en mucha abundancia<br />

en esos árboles. Para que alguna de sus se-<br />

120


LA NATURALEZA DOMINICANA • <strong>VARIOS</strong><br />

millas se salve es imprescindible que un fruto que<br />

todavía no esté abierto (y en el cual, por tanto, las<br />

semillas no se hallen todavía expuestas al ataque<br />

de los insectos) sea llevado a cierta distancia del<br />

árbol por algún animal (que debería tener el tamaño<br />

de la ardilla o del mono). Estos animales abren<br />

el fruto al morderlo para comérselo, y pueden arreglárselas<br />

para comerse una de sus semillas (que ya<br />

están —ellas sí— maduras) o quizás más de una,<br />

antes de que los pelos irritantes provoquen que el<br />

animal arroje al suelo lo que queda del fruto mientras<br />

él se limpia la boca y las garras para quitarse<br />

los pelos que le molestaron. De esa manera las semillas<br />

que no llegó a comerse caen al suelo con el<br />

fruto y así habrán de germinar lejos de los insectos<br />

que las destruyen.<br />

Los pelos irritantes situados en la parte exterior<br />

de cualquier fruto impiden que aquellos animales<br />

que los arrancan para alimentarse, lo hagan cuando<br />

el fruto aún esté verde. Así se asegura que el fruto<br />

se abra de manera natural cuando madure, lo que<br />

resulta ventajoso para las plantas cuyas semillas<br />

son transportadas por el viento (como las del<br />

bejuco tumba gente mentado más arriba); pero en<br />

el caso de la Sterculia apetala (anacahuita) la cosa es<br />

al revés: los tiene adentro. Y ello facilita no sólo<br />

que el fruto sea arrancado cuando todavía no ha<br />

madurado, y que, antes del ataque sea alejado de<br />

los insectos que acaban con las semillas, sino también<br />

que tiren el fruto al suelo antes de que todas las<br />

semillas sean comidas, y así la anacahuita tenga<br />

descendientes.<br />

Y aquí punto final.<br />

Este será el último de mis reportajes que ustedes<br />

lean en este 1986. Por eso aprovecho para desearles,<br />

pero sobre todo a ti que ahora me lees, toda<br />

la dicha del mundo.<br />

Y nada más, porque eso basta.<br />

(27 dic., 1986, pp.10–11)<br />

La carretera de Ocoa<br />

a Rancho Arriba,<br />

va dejando atrás,<br />

mirando hacia el<br />

oeste, la sierra de<br />

El Maniel.<br />

121


FÉLIX SER<strong>VI</strong>O DUCOUDRAY<br />

Desde lo alto de la loma se ve al río Nizao abrirse en caños, cuando va por la cordillera Central.<br />

122


LA NATURALEZA DOMINICANA • <strong>VARIOS</strong><br />

MARA<strong>VI</strong>LLAS DE ARAÑA EN PIEDRAS QUE SON TELARES<br />

Como ese día la capital amaneció con aguaceros,<br />

salimos (7 a.m.) hacia el Sur, buscando<br />

el rumbo del desierto azuano, con la esperanza de<br />

que el bosque seco nos deparara el sol por trecho<br />

largo.<br />

Y así fue por El Número, por el llano de Azua e<br />

incluso en la loma de La Vigía, que es loma solitaria<br />

en la costa del llano.<br />

Pero todavía por Baní, que es la entrada del Sur<br />

al bosque seco, caían intermitencias de lloviznas;<br />

y en uno de sus entreactos, Bambán y Luis de Armas,<br />

aprovecharon para efectuar ese día la primera<br />

recolección en la fauna que vive debajo de las piedras,<br />

sobre todo de arácnidos (alacranes, arañas,<br />

esquizómidos, etc.).<br />

Era el domingo 16 de agosto de 1987. Y el lugar<br />

exacto: el segundo puente con que uno se topa al<br />

salir de Baní hacia el oeste, pero sin río porque va<br />

de piedras. Seco. Aunque a falta de agua tenga<br />

nombre: río Bahía.<br />

—Vamos a pararnos aquí, a ver qué aparece.<br />

Trabajaron debajo del puente y en los alrededores.<br />

Al levantar la primera piedra, Luis detuvo, poniéndole<br />

el dedo encima, un celaje que corría, y le anunció<br />

a Bambán:<br />

—Es una arañita de la familia Selenopidae. Pero<br />

muy pequeña. Muy rara e interesante. Género<br />

Selenops.<br />

Cuando la tuvo ya metida en el tubito de alcohol,<br />

empezó a examinarla con la lupa de naturalista<br />

que siempre lleva colgada al cuello. Hacía girar<br />

entre los dedos el tubito, y la remiraba con el ojo<br />

pegado a la lupa. Y al final:<br />

—Un macho. Y puedes jugártelo al canelo (como<br />

decimos en Cuba) a que es especie nueva.<br />

Con lo cual quería decir: desconocida hasta entonces<br />

en el mundo.<br />

Se sabía que arañas de este género Selenops vivían<br />

entre nosotros. Una se había encontrado fosilizada<br />

en ámbar. Y otras actuales, vivientes (quizás<br />

de dos especies).<br />

Pero ésta que apareció en Baní, junto al Bahía,<br />

no es ninguna de ellas. Es otra especie distinta,<br />

nueva, de la cual no se tenía noticia. Y ésa es la importancia<br />

del hallazgo.<br />

Después de lo cual, buscando más, no quedó<br />

piedras sin alzar en ese sitio.<br />

—No, ésa no es Selenops, es otra cosa… Esta sí<br />

(tras revisarla con la lupa): ésta sí es una Selenops.<br />

Aparecieron otras más de ellas pero juveniles,<br />

todavía no adultas, con las cuales se puede llegar<br />

a determinar el género pero no la especie.<br />

—Mira ¡diablos!… ¿qué cosa es ésta… ¿Es una<br />

Selenops ¿Pero qué está haciendo… ¡Ah! mira:<br />

está comiéndose un grillo. La recoge (y con lupa):<br />

«Adulta no es. Es una hembra juvenil».<br />

Y anotó en su libreta de campo la hora en que se<br />

alimentaba: 9 y 20 minutos de la mañana.<br />

La familia de estas arañas, Selenopidae, se halla<br />

distribuida por casi todo el mundo. Y es familia<br />

de un sólo género, Selenops, con muchas especies.<br />

En la India hay Selenops, en África, ahora no me<br />

123


FÉLIX SER<strong>VI</strong>O DUCOUDRAY<br />

acuerdo si también en Australia, pero es muy<br />

amplia su distribución mundial.<br />

Se han encontrado en todas las Antillas. Viven<br />

también en América Central.<br />

—En Cuba hay seis especies ya descritas; y otras<br />

seis aparecerán en un trabajo de Giraldo Alayón<br />

que está ya en imprenta. Las primeras arañas de<br />

esta familia fueron descritas por norteamericanos:<br />

Elisabeth Bryand, en 1940; y Martin H. Muma, que<br />

hace más de 20 años revisó todas las especies de<br />

América Central y las Antillas correspondientes a<br />

esa familia. Desde entonces no se habían vuelto a<br />

estudiar.<br />

Yo añadí en mi libreta de apuntes, diciéndolo<br />

en voz alta: «Como todas las arañas, comen insectos».<br />

Luis me aclaró:<br />

—Como todas las arañas no. Estas del género<br />

Selenops, sí; se alimentan de insectos. Pero hay arañas<br />

especializadas en comer arañas que no prueban<br />

otro bocado. Otras, que además de arañas comen<br />

insectos. La viuda negra come incluso alacranes,<br />

y puede alimentarse hasta de pequeños vertebrados,<br />

de cualquier lagartija, por ejemplo, que se<br />

le enrede en la tela. Pero las Selenops, como ya te<br />

dije, al igual que la mayoría de las arañas más<br />

evolucionadas, sólo comen insectos.<br />

Seguía el rastreo de piedras levantadas. Bambán<br />

observó y dijo: «¿Sabes lo que está comiendo<br />

esta viuda negra (Latrodectus mactans) Un cicindélido»<br />

(que es insecto).<br />

Y más allá:<br />

—Esta tela ¿es de Latrodectus<br />

—No, es de otra araña… Ahí va, mírala. (Lupa:)<br />

es una Lycosidae, pero juvenil.<br />

El segundo hallazgo interesante debajo del<br />

puente del Bahía fue otra arañita, ínfima en este<br />

caso, de apenas dos milímetros; tan pequeña que<br />

se recoge con pincel humedecido en alcohol. Luis<br />

me la presentó. Aún así es adulta, del género Oecobius,<br />

familia Oecobidae. Aunque la veas tan diminuta,<br />

otras especies lo son todavía más.<br />

Estas arañas son depredadoras de hormigas.<br />

Pero no construyen tela de caza. ¿Y entonces ¿Cómo<br />

diablos las atrapan<br />

Cuando se topan con una hormiga comienzan<br />

a dar vueltas vertiginosas alrededor de ella, construyendo<br />

con velocidad de torbellino, la tela en que<br />

la presa queda envuelta y atrapa. De otro modo,<br />

la hormiga se les escaparía. Por eso han de hacerlo<br />

muy rápidamente. Y cuando la tienen atrapada, la<br />

muerden, le inyectan el veneno y se la chupan.<br />

Porque las arañas realmente no se comen a sus presas.<br />

Les inyectan una sustancia con que se opera<br />

una disolución y semidigestión fuera del cuerpo<br />

de la araña, y finalmente le chupan a la presa los<br />

jugos interiores.<br />

Cuando dije que estas arañas del género Oecobius<br />

no tejen tela de caza, lo dije en el sentido de<br />

que no ponen su tela para esperar que caiga en ella<br />

la presa, sino que casi se la tiran; pero ni siquiera<br />

como el pescador que arroja al agua la tarraya. Sino<br />

como un pescador que pudiera, en viendo el pez,<br />

hacerla tan rápidamente que la urdiera dentro del<br />

agua y alrededor del pez sin dar tiempo a que éste<br />

se le escape. ¿Cree usted que exista un pescador<br />

capaz de tal hazaña de velocidad ¡Claro que no!<br />

Pues bien: esta araña lo hace con su tela y con su<br />

presa.<br />

Hacen otro tipo de tela que no es de caza sino<br />

de refugio. Muy tupida, en forma de sábana, con<br />

la cual tapan el hoyito en que se meten. Debajo de<br />

ese toldo la hembra construye la pequeña ooteca<br />

124


LA NATURALEZA DOMINICANA • <strong>VARIOS</strong><br />

en que pone los huevos. Pero no es tela de caza.<br />

No sirve para eso.<br />

La araña hace primero con hilos la base de la<br />

ooteca, pone los huevos y al cabo, con más hilos, los<br />

cubre y envuelve. Así completa la construcción de<br />

la ooteca, donde quedan los huevos protegidos del<br />

medio externo, esto es, de los peligros de la deshidratación,<br />

del ataque de hongos patógenos, etc.<br />

Y en eso emplea hilos de diversas calidades: los<br />

de afuera, más gruesos e impermeables; los internos,<br />

flexibles, sedosos, acolchados.<br />

Y no se crea: construir la ooteca representa desgaste<br />

y esfuerzos tan grandes, que algunas arañas<br />

mueren después que la han hecho. Otras, en cambio,<br />

construyen varias ootecas a lo largo de sus<br />

vidas.<br />

Otra araña que tampoco pone tela de caza es la<br />

araña mimética de piedras (Scytodes longipes) que<br />

encontramos la semana anterior en Los Conucos<br />

de Guayacanes. Tampoco envuelve a la víctima<br />

en una tela de muerte.<br />

¿Cómo atrapa sus presas, entonces<br />

No las muerde sino que les escupe el veneno y<br />

las paraliza. Por eso no necesita tela de atrape.<br />

La tela que construye es sólo tela de refugio.<br />

Vive debajo de piedras, de cortezas de troncos podridos,<br />

en hoyitos de farallones calizos. Y es araña<br />

de bosques mas bien húmedos.<br />

Todas las arañas de esta familia, Scytodidae,<br />

escupen el veneno y la tela que construyen es del<br />

mismo tipo.<br />

Se cuentan entre las arañas más primitivas, menos<br />

evolucionadas, no obstante lo cual han alcanzado<br />

un alto grado de perfeccionamiento especializado<br />

en eso de escupir el veneno. No hay<br />

dudas de que evolucionaron siguiendo una línea<br />

conductual distinta para la caza.<br />

(22 ago., 1987, pp.10–11)<br />

«Fachada» del bosque seco de Guanito, fotografiado a la orilla de la carretera. Los que parecen nidos en la baitoa de la izquierda,<br />

son bromeliáceas epífitas, del género Tillandsia.<br />

125


FÉLIX SER<strong>VI</strong>O DUCOUDRAY<br />

En primer plano,<br />

uno de los troncos<br />

más gruesos<br />

de cambrón,<br />

en el bosque seco<br />

del Sur.<br />

126


LA NATURALEZA DOMINICANA • <strong>VARIOS</strong><br />

HAY ARAÑAS QUE SABEN FALSIFICAR FRAGANCIAS<br />

Amí se me olvidó decir la vez pasada por qué<br />

Luis de Armas anotó en su libreta de campo<br />

la hora en que la arañita del género Selenops encontrada<br />

en Baní estaba comiendo: 9 y 20 de la<br />

mañana.<br />

Lo hizo porque esas arañas son de hábitos nocturnos.<br />

Cazan de noche; y resultaba interesante<br />

constatar que ésta estuviera haciéndolo de día.<br />

También tejen de noche sus telas. Pero no las<br />

hacen para atrapar las presas. Estas veloces arañas<br />

cazan directamente los insectos de que se alimentan<br />

sin necesidad de que estén enredados en una<br />

tela y no puedan escapar. La tela de la Selenops es<br />

tela de refugio, en forma de sábana tupida, sin los<br />

radios ni circunferencias concéntricas en que enseguida<br />

uno piensa cuando se habla de telas de<br />

arañas; y únicamente le sirve para tapar el hoyito<br />

en que se meten.<br />

Más adelante nos detuvimos ese día (domingo,<br />

16 de agosto de 1987) en la loma de El Número.<br />

De Armas se encaramó por las inclinadas laderas,<br />

llegó a un firme y se perdió de vista. Al regresar<br />

dio el parte: «La colecta mía fueron arañas, un pseudoescorpión<br />

que encontré debajo de piedra, y un<br />

loxosceles».<br />

Pero entre las arañas venían un macho y una<br />

hembra de Selenops, «que deben de ser de la misma<br />

especie de Baní». O dicho de otro modo: encontrada<br />

ya en dos lugares.<br />

Después, en los primeros tramos del ascenso por<br />

otra loma, la de La Vigía, se rebuscó debajo de las<br />

piedras sombreadas por un guayacán, y apareció<br />

otra Selenops. Y Luis que informa tras examinarla<br />

con la lupa: «Un ejemplar juvenil. Pero, bueno,<br />

es otra localidad en que la encontramos».<br />

Estas arañas, como se dijo en el anterior reportaje,<br />

se cuentan entre las arañas primitivas, menos<br />

evolucionadas, que por lo común viven en el suelo,<br />

y no tejen tela orbicular de caza (la ya mentada,<br />

con radios y circunferencias concéntricas) que es<br />

la tela propia de las arañas más evolucionadas.<br />

La viuda negra (Latrodectus mactans) hace tela de<br />

caza, pero no orbicular, sino tela irregular, que da<br />

la impresión de una enrediña de hilos cuando uno<br />

la encuentra debajo de las piedras o de cortezas<br />

semi desprendidas. Parece estar, pues, a medio<br />

camino entre unas y otras.<br />

Pero ha de vérseles también, para saberlo, el grado<br />

de desarrollo de los palpos en los machos, que<br />

presentan estructuras muy complejas en las especies<br />

más evolucionadas.<br />

Los palpos son patas modificadas, que los machos<br />

usan para fecundar las hembras. Meten la<br />

punta del palpo (llamada émbolo) en sus propios<br />

genitales, recogen los espermatozoides cargando<br />

los palpos como se carga una jeringuilla, los introducen<br />

en los genitales de la hembra y la fecunda al<br />

descargarlos en ella.<br />

Como las hembras de muchas especies de arañas<br />

tienen la mala costumbre de comerse los machos<br />

después de la cópula (el banquete nupcial<br />

con que empieza a nutrirse de proteínas la futura<br />

127


FÉLIX SER<strong>VI</strong>O DUCOUDRAY<br />

madre), el macho tiene el instinto de escapar tras<br />

el apareamiento, y en esas prisas se le parte a veces<br />

la punta del palpo y la hembra se queda con él en<br />

su cuerpo toda la vida, ya que no lo bota.<br />

Dicho sea de paso: de ese banquete nupcial le<br />

viene el nombre a la viuda negra, ya que se come<br />

al marido después que la fecunda. En verdad queda<br />

viuda. Y lo de negra es por el color, ya que parece<br />

araña de charol.<br />

Contemos ahora algunos secretos maravillosos<br />

del mundo de esas arañas más evolucionadas que<br />

tejen telas orbiculares de caza.<br />

Usted quizás se ha topado, al caminar por el<br />

campo, con un hilo de araña que en el aire cruza el<br />

camino de lado a lado. Y es muy probable que al<br />

ver eso se haya preguntado cómo lo hizo, ya que<br />

en verdad resulta sorprendente, puesto que las<br />

arañas no vuelan.<br />

Lo que vuela, es el hilo, porque eso lo consigue<br />

la araña de la manera siguiente: sube a la punta de<br />

la hoja de una yerba, por ejemplo, se coloca con el<br />

abdomen hacia arriba, empieza a soltar hilo (realmente<br />

a segregarlo) y el viento lo pone a flotar por<br />

una punta, por la que está suelta, volante, hasta<br />

que, alargándose, toca algo en que se pega. La araña<br />

no puede ver cuando esto ocurre. Para saberlo<br />

hace como el pescador que ha tirado el anzuelo:<br />

con una pata hala el hilo y cuando lo siente tenso<br />

se da cuenta de que ha dejado de flotar, que ya se<br />

pegó y está fijo. Entonces empieza a caminar por<br />

él. Lo usa como medio de traslación. Su riel aéreo.<br />

O, cuando no, se deja caer de la mitad del hilo, pero<br />

soltando más hilos y así va tirando radios y luego<br />

circunferencias espaciadas. Forma de esa manera<br />

el armazón de la tela que al cabo rellena con más<br />

radios y más circunferencias.<br />

¿Oyó usted hablar alguna vez de la lluvia de<br />

arañas<br />

Eso ocurre.<br />

Hay arañitas recién nacidas que pueden elevarse<br />

a varios kilómetros de altura y así viajar a otros<br />

países. Ya cuando adultas, por ser más pesadas<br />

no pueden. Pero incluso una o dos familias de<br />

arañitas muy diminutas pueden hacerlo aún siendo<br />

adultas.<br />

A todas ellas un hilito corto y fino les sirve de<br />

aerostato y les facilita el vuelo al favor de las corrientes<br />

aéreas de convección (ascendentes).<br />

Esto explica la lluvia de arañas, que ocurre cuando<br />

acaba el vuelo, y caen a tierra. A veces decenas<br />

de miles de arañitas.<br />

En Inglaterra hay aracnólogos especializados<br />

en el estudio de estas arañas, y que han podido<br />

descubrir que algunas especies de las que no se<br />

sospechaba que utilizaran este método de traslación,<br />

también lo hacen. Entre ellas incluso algunas<br />

especies de arañas peludas.<br />

Pero no sólo eso: hay arañas que para capturar<br />

sus presas se valen del mismo sistema de cazar con<br />

boleadoras empleado por los gauchos argentinos.<br />

Sólo que con algunas modificaciones.<br />

La boleadora del gaucho, como se sabe, es una<br />

soga que lleva una bola pesada en cada extremo.<br />

Cogida por el centro, el gaucho revolotea la soga y<br />

la arroja a las patas del animal que quiere cazar.<br />

La soga choca con las patas y al quedar así detenida,<br />

las bolas empiezan a dar vueltas en sentido contrario<br />

alrededor de dos de ellas y el animal no puede<br />

moverse. Queda atado a distancia.<br />

La araña boleadora es la Mastophora. De ese género.<br />

Sólo que su boleadora no tiene dos sino una<br />

bola.<br />

128


LA NATURALEZA DOMINICANA • <strong>VARIOS</strong><br />

Esta araña hace con los hilos que segrega una<br />

bolita pegajosa; y sirviéndose de una pata maneja<br />

el hilo suelto en cuya punta está esa bola. Al igual<br />

que el gaucho, la arroja sobre la presa, que queda<br />

pegada en ella.<br />

Esta araña caza de noche. Y la eficacia de su<br />

método de bolear proviene de que el hilo que ella<br />

segrega y que es su tela rudimentaria, contiene una<br />

sustancia que atrae a los machos de ciertas mariposas<br />

nocturnas porque confunden el olor de la<br />

sustancia con el que emana de las hembras de su<br />

especie. No resulta raro que alrededor de una de<br />

estas arañas se vean volar hasta tres y cuatro machos<br />

de tales mariposas nocturnas. Al tenerlos<br />

cerca la Mastophora puede dar en el blanco fácilmente<br />

cuando les lanza la pelotica pegajosa. Luego<br />

recoge el hilo en que viene la presa pegada a la<br />

pelotica, y ya con ella atrapada, la araña al morderla,<br />

le inyecta el veneno que la paraliza y que la<br />

digiere exteriormente, y al cabo se la chupa.<br />

Hay también arañas ladronas, protagonistas<br />

de un parasitismo que, por ser de robo, recibe el<br />

nombre de cleptoparasitismo.<br />

Lo practican ciertas arañitas, casi todas del género<br />

Argyrodes, que viven asociadas a la tela orbicular<br />

de caza de arañas grandes, como la Argiope<br />

trifasciata, la Nephila clavipes, etc.<br />

Hacen telitas elementales (de uno, dos o tres hilitos)<br />

conectadas con la tela de la araña grande. Y<br />

acuden a la tela ajena a comerse las pequeñas presas<br />

que caen en ella (hormigas, dípteros, áfidos<br />

alados) y que la araña grande desprecia.<br />

Yo presencié este caso de clepto-parasitismo en<br />

una tela de Argiope trifasciata. Y acerca de esta araña<br />

apunto lo que sigue: hace su tela al despuntar el<br />

día, desde el primer albor; pero a prima noche (8<br />

p.m. e incluso 9 p.m.) la destruye. O mejor: hace<br />

un amasijo con ella, que incluye las pequeñas<br />

presas que la Argyrodes no tuvo tiempo de comerse,<br />

y se lo traga todo.<br />

Al día siguiente la teje de nuevo. A no ser que<br />

habiendo en ella alguna presa grande que todavía<br />

no se ha comido (abejas o mariposas, por ejemplo)<br />

la deje durar hasta el otro día. Aunque a veces<br />

también bota esas presas y se come la tela.<br />

La otra araña grande que he mentado porque<br />

en su tela merodean las Argyrodes para robar presas<br />

pequeñas, la Nephila clavipes, es una de las arañas<br />

tejedoras más grandes de las Antillas.<br />

Su tela es tan fuerte que a veces incluso atrapa<br />

colibríes y murciélagos muy pequeños. Esa araña,<br />

aunque a uno le parezca que no, los paraliza<br />

con su veneno y se alimenta de ellos.<br />

Pero no es peligrosa para el hombre. Si uno la<br />

coge con la mano, puede picar. Pero su picadura<br />

no duele mucho y da poca hinchazón.<br />

Habita las zonas abiertas del bosque (los bosques<br />

de galería), los que siguen por la orilla el curso<br />

de los ríos y las plantaciones agrícolas (sobre todo<br />

de cítricos, aguacates, anones y mangos).<br />

Dato final: una de las Antillas en que vive es la<br />

nuestra.<br />

(29 ago., 1987, pp.10–11)<br />

129


FÉLIX SER<strong>VI</strong>O DUCOUDRAY<br />

FOTO: JOSÉ ALBERTO OTTENWALDER<br />

FOTO: LEONEL CASTILLO (COLECCIÓN INSTITUTO POLITÉCNICO LOYOLA, SAN CRISTÓBAL, R. D.)<br />

La araña Argiope trifasciata, teje su tela al despuntar el día, en la noche hace un amasijo con ella, se la come y al día siguiente la<br />

teje de nuevo.<br />

FOTO: JOSÉ ALBERTO OTTENWALDER<br />

130


LA NATURALEZA DOMINICANA • <strong>VARIOS</strong><br />

LOS INSECTOS CONOCEN LA QUÍMICA DE LOS ANTÍDOTOS<br />

Esto que voy a contar lo he presenciado muchas<br />

veces: Marcano sale al monte a recoger insectos,<br />

por ejemplo; o muestras de plantas. Y<br />

cuando la gente lo ve, cree que está buscando oro.<br />

E incluso se lo gritan desde las guaguas que pasan:<br />

«¿Hay oro ahí».<br />

No se imaginan otra cosa. Y cuando él les explica<br />

a los que se detienen, que está buscando insectos<br />

o alacranes, por ejemplo, hay que ver la cara<br />

que ponen. No lo entienden. «¿Y para qué sirve<br />

eso».<br />

La pregunta no es tonta; y yo quisiera hoy darle<br />

respuesta. Marcano y los demás investigadores de<br />

la naturaleza que hay en nuestro país —lamentablemente<br />

muy pocos— se pasan no sólo días sino<br />

meses y años averiguando cosas en los montes.<br />

Hace más de diez años, por ejemplo, que él y Luis<br />

de Armas (aracnólogo de la Academia de Ciencias<br />

de Cuba, especialista en alacranes) han estado investigando<br />

la escorpiofauna de nuestro país. Eso<br />

añadido ahora. Porque Marcano se ha pasado realmente<br />

toda su vida detrás de los secretos de nuestra<br />

flora. Y como él y de Armas, hay muchos en el<br />

mundo.<br />

De modo que la pregunta es pertinente: ¿para<br />

qué sirve eso<br />

Empecemos por un ejemplo que usted sabrá<br />

apreciar: el de la papa, ese maravilloso tubérculo<br />

cuyos abuelos primitivos crecen todavía silvestres<br />

en las montañas de los Andes, y que en nada se<br />

parecen a la papa de nuestros días.<br />

Hace mucho, mucho tiempo, unos 6,000 años<br />

antes de nuestra era, los indios peruanos eran todavía<br />

nómadas, carecían de agricultura, y tenían<br />

que ir al monte a ver qué encontraban para comer.<br />

Pero ya conocían una pequeña planta que daba entre<br />

sus raíces unas bolitas muy pequeñas, y ellos<br />

las recogían para alimentarse. Después, a lo largo<br />

de milenios, los incas desarrollaron la agricultura<br />

de la papa, que habían empezado a cultivar desde<br />

tres mil años antes de nuestra era poco más o menos.<br />

Hoy, los campesinos peruanos de los Andes<br />

cultivan tres mil de las cinco mil variedades y razas<br />

de papas que se conocen, pertenecientes a ocho<br />

especies.<br />

El nutritivo tubérculo llegó a Europa en la segunda<br />

mitad del siglo X<strong>VI</strong>, después de la conquista<br />

del Perú por los españoles. Y aunque el imperio<br />

de los incas desapareció y del español sólo queda<br />

el recuerdo, la papa continúa reinando en el mundo.<br />

Se cultiva en 130 de los 167 países independientes<br />

del planeta, y el valor de la cosecha mundial,<br />

que es cada año de 106 mil millones de dólares,<br />

supera el valor de todo el oro y toda la plata que<br />

los españoles sacaron del Nuevo Mundo.<br />

Demos más datos: la calidad nutritiva de la papa<br />

es tan maravillosa, que en Escandinavia un<br />

hombre vivió saludablemente durante 300 días<br />

alimentándose únicamente de papas y el poco de<br />

margarina que les untaba. Un acre de tierra sembrado<br />

de papas produce dos veces más alimento<br />

que si estuviese sembrado de trigo, arroz o cual-<br />

131


FÉLIX SER<strong>VI</strong>O DUCOUDRAY<br />

quier otro grano. Y los especialistas en nutrición<br />

consideran que la proteína de la papa es de mejor<br />

calidad que la de soya. A más de lo cual, una sola<br />

papa le da al hombre la mitad de la cantidad de<br />

vitamina C que necesita cada día. Aparte de que<br />

está casi totalmente libre de grasas: en una papa,<br />

sólo la décima parte del uno por ciento.<br />

Y ahora, finalmente, un episodio de la II Guerra<br />

Mundial, que nos llevará de nuevo a la papa silvestre<br />

y al enorme valor de las investigaciones de<br />

campo: en la Unión Soviética la artillería de Hitler<br />

empezó a destruir las siembras de papas de una<br />

estación experimental situada en Pavlovsk. El último<br />

en salir de allí fue el científico Abrahan Kameraz,<br />

que aún a riesgo de su vida, debajo del bombardeo,<br />

se puso a recoger precipitadamente unos pequeños<br />

tubérculos, apenas del tamaño de habichuelas,<br />

con los cuales llenó un saco.<br />

El hacerlo en esa situación, indica que a cada<br />

uno de esos tubérculos diminutos se les atribuía el<br />

valor de joyas preciosas. Y más al saber que cuando<br />

el saco en que los metieron fue llevado a Leningrado<br />

y guardado en la humedad de un sótano,<br />

los muebles que allí había se convirtieron en astillas<br />

para hacer fuego e impedir que el invierno los<br />

congelara. Los velaron noche y día para impedir<br />

que las ratas se los comieran. Y por más hambre<br />

que pasaban los guardianes, ninguno se atrevió a<br />

coger uno siquiera. Estaban defendiendo un tesoro<br />

nacional.<br />

¿Qué era eso que valía tanto Eran las papas silvestres<br />

de los Andes, cultivadas en Pavlovsk, para<br />

usarlas, mediante cruzamientos, en la revitalización<br />

genética de las variedades modernas, que ya<br />

no son resistentes a las enfermedades ni a las inclemencias<br />

climáticas.<br />

Otra estación similar a la de Pavlovsk funciona<br />

en Huancayo, en los Andes peruanos, donde también<br />

se trata de impedir que desaparezca el tesoro<br />

de las papas silvestres. Sólo una fracción muy pequeña<br />

de la diversidad genética de la papa se halla<br />

fuera de América del Sur. El resto, que es casi la<br />

totalidad, lo atesoran las papas nativas de esas<br />

montañas, pertenecientes a especies como éstas:<br />

Solanum andigena, Solanum phureja y Solanum stenomatum.<br />

Entre sus millares de variedades silvestres<br />

aparecen los genes resistentes a la roya de la<br />

papa, por ejemplo, a los virus X e Y y a otras enfermedades<br />

y plagas —265 en total— que afectan<br />

el cultivo. Hay incluso especies con hojas velludas<br />

que segregan una sustancia pegajosa en la cual<br />

los insectos que las dañan quedan atrapados.<br />

Pues bien: sólo mediante la investigación de las<br />

papas silvestres que se dan en los montes de los<br />

Andes han podido descubrirse todos esos secretos,<br />

que se utilizan hoy para salvar las cosechas de<br />

este tubérculo del cual depende la alimentación de<br />

gran parte del mundo.<br />

Pero la papa es sólo un caso entre un infinito<br />

número de ellos.<br />

¿Sabía usted, por ejemplo, que el material más<br />

flexible conocido hasta hoy es una proteína que los<br />

insectos llevan en la base de las alas Después de<br />

saberlo, se piensa que eso era de esperarse, habida<br />

cuenta de los rápidos movimientos de esas alas<br />

en el vuelo. De todos modos, ahí está. Y ahora, estudiando<br />

las propiedades estructurales de dicha sustancia<br />

es posible crear un material plástico que<br />

tenga la misma estructura interna y, por tanto, igual<br />

flexibilidad.<br />

Porque la naturaleza va cambiando la disposición<br />

molecular de las cosas, o creando estructuras<br />

132


LA NATURALEZA DOMINICANA • <strong>VARIOS</strong><br />

químicas, todo eso a lo largo de milenios y milenios<br />

de evolución, logrando siempre lo que resulta<br />

más útil para los organismos vivos, resolviendo<br />

problemas. Y todo eso está ahí para que el hombre<br />

lo descubra paso a paso y aprenda, él también,<br />

a hacer de la mejor manera muchas de las cosas<br />

que necesita.<br />

Una planta se «inventa» alguna sustancia venenosa<br />

(alcaloide) y la segrega para defenderse de<br />

los insectos que la atacan. Pero los insectos, a su<br />

vez, desarrollan alguna química digestiva que les<br />

permite anular el veneno. ¿No está ahí la clave de<br />

un antídoto Pero no sólo eso: alguno de los alcaloides<br />

venenosos, a más de haber permitido a los<br />

aborígenes de las selvas tropicales aumentar la eficacia<br />

de sus empresas de cacería envenenando las<br />

flechas, han dado también muchas esperanzas a<br />

los investigadores que buscan la cura del cáncer.<br />

De la Rauwolfia, planta silvestre, se obtiene uno<br />

de los remedios más eficaces contra la presión<br />

arterial elevada. De esa matica que usted conoce<br />

con el nombre de «Todo el año», llamada así porque<br />

siempre tiene flores, se saca una sustancia<br />

que sirve para tratar la leucemia. El Dr. Gordon<br />

Cragg, de la Universidad Estatal de Arizona, investiga<br />

los frutos de otra planta, un árbol encontrado<br />

por él en las selvas de Costa Rica, para sacar<br />

de ellos medicinas contra la leucemia y diversos<br />

melanomas. Gordon Cragg y el Dr. George R. Pettit<br />

han logrado aislar un compuesto, el llamado Phyllanthostatin,<br />

que está siendo probado en el Instituto<br />

Nacional del Cáncer de los Estados Unidos.<br />

Otras drogas, obtenidas también de plantas silvestres<br />

de los bosques tropicales, se han empleado<br />

exitosamente en el tratamiento de la enfermedad<br />

de Hodgkin, o de la artritis reumatoidea, así como<br />

para ayudar en las operaciones quirúrgicas, para<br />

producir hormonas sexuales e incluso para hacer<br />

las píldoras anticonceptivas.<br />

No es posible ponerlo todo en el espacio de uno<br />

de estos reportajes, pero creo que con lo dicho basta<br />

para dar respuesta a la pregunta «¿para qué sirve<br />

eso»<br />

Lo cual, como si fuera de paso, sirve también<br />

para fundamentar una de las muchas razones que<br />

se tienen para luchar contra la destrucción de los<br />

bosques, pero particularmente de los bosques tropicales.<br />

En el mundo hay millones de especies de plantas<br />

y animales. ¿Cuántas exactamente Los hombres<br />

de ciencia no se han puesto de acuerdo. Los<br />

cálculos van de cuatro millones a diez millones de<br />

especies.<br />

Ahora bien: las dos terceras partes de todas ellas<br />

viven únicamente en los bosques tropicales, y la<br />

mitad de esa enorme porción se halla solamente<br />

en un tipo de tales bosques: el bosque tropical de<br />

aguaceros.<br />

El bosque más húmedo del mundo es el bosque<br />

del Chocó, en Colombia, donde caen 10 mil milímetros<br />

de lluvia al año. Allí llueve copiosamente todos<br />

los días y a veces (eso es lo menos que llueve) un<br />

día sí y otro no. Los musgos del Chocó, cuando se<br />

exprimen chorrean agua como si fueran esponjas.<br />

Los bosques tropicales lluviosos se caracterizan<br />

por la enorme diversidad de especies vegetales, en<br />

comparación con los de zonas templadas.<br />

En el bosque del Chocó, en un cuarto de acre<br />

hay 208 especies distintas de árboles, mientras<br />

que en igual extensión del estado norteamericano<br />

de Missouri, hay sólo 25; y en New Hampshire,<br />

menos aún.<br />

133


FÉLIX SER<strong>VI</strong>O DUCOUDRAY<br />

Otra manera de medirlo: en todas las islas Británicas<br />

hay 1,450 especies de plantas vasculares (árboles,<br />

arbustos, yerbas); pero en las selvas del Chocó<br />

una cantidad casi igual a ésa (1,100 especies) ha<br />

sido contada en menos de una milla cuadrada.<br />

En estos bosques del trópico, pues, ha concentrado<br />

la naturaleza la más impresionante manifestación<br />

de su capacidad creadora. Su mayor riqueza<br />

de vida y de secretos.<br />

Pero sucede que la mayoría de las especies de<br />

estos bosques no ha sido estudiada todavía. O ni<br />

siquiera descubierta. Cuando el biólogo norteamericano,<br />

Alwyn Gentry, exploró en 1981 la selva<br />

del Chocó, encontraba cada día un promedio de<br />

dos especies nuevas de plantas, desconocidas hasta<br />

entonces.<br />

Y sucede además, que estos son los bosques, entre<br />

todos los del mundo, que más rápidamente<br />

están siendo destruidos; cuando apenas se empieza<br />

a conocer lo que contienen.<br />

Estos bosques tropicales de aguaceros son como<br />

una gran biblioteca que atesora el conocimiento<br />

de todo cuanto la naturaleza ha logrado a lo largo<br />

de millones de años y de lo cual el hombre puede<br />

aprender cómo hacer muchas cosas o remediar muchas<br />

otras.<br />

Por eso se comprende cuánta razón tenía Norman<br />

Myers al decir que quemar estos bosques o<br />

destruirlos de cualquier manera, es una catástrofe<br />

equivalente a lo que fue para el mundo antiguo el<br />

incendio de la biblioteca de Alejandría.<br />

No dejemos que vuelva a pasar eso.<br />

(7 nov., 1987. pp. 11-12)<br />

Bosque muy húmedo, en la sierra de Samaná.<br />

134


LA NATURALEZA DOMINICANA • <strong>VARIOS</strong><br />

DIETA FIJA DEL BOSQUE: ALMIDÓN Y NITRÓGENO<br />

Brillat-Savarin, autor de la famosa Fisiología del<br />

gusto (algo así como biblia de gastrónomos),<br />

puso por delante de su libro este axioma terminante:<br />

«Los animales pastan, el hombre come; sólo<br />

el hombre de talento sabe comer».<br />

Desde entonces los chefs de lujosos restaurantes,<br />

más que trabajar en la cocina parecen oficiar<br />

en ella una misa de saboreos: salsas exquisitas,<br />

sabias combinaciones de ingredientes, meticulosa<br />

exactitud en el punto de cocción e incluso cuido<br />

del color de la comida. Y todo eso para deleite del<br />

cliente que espera sentado a la mesa con el estómago<br />

lleno de impacientes jugos gástricos.<br />

En lo cual, dicho sea de paso, el chef no se diferencia<br />

mucho del torero. Porque cuando presenciamos<br />

una corrida de toros, nos dejamos ganar<br />

por el arte del torero, por la belleza y arrojo de sus<br />

movimientos, envuelto a veces en la capa burlando<br />

el fiero embiste de la bestia, y llegamos a creer<br />

que el torero sale al ruedo sólo para eso: para ofrecer<br />

un espectáculo artístico al borde de la muerte.<br />

Se pierde de vista la ciencia del torero, que va ejerciendo<br />

su eficacia, disimulada en el vuelo impresionante<br />

del capote, y con la cual va minando sabiamente<br />

los bríos del animal hasta dejarlo tan endeble<br />

que ya puede parársele por delante, casi al<br />

descubierto, y clavarle la espada cuando lo tiene<br />

desecho.<br />

Pues lo mismo es el chef: todo arte culinario no<br />

hace más que disfrazar la ciencia con que pone en<br />

el plato de comida, en fin de cuentas, los dos reque-<br />

rimientos básicos de la alimentación animal: proteínas<br />

e hidratos de carbono.<br />

Con lo cual viene a resultar que el hombre de<br />

talento, que tanto sabe comer, no hace otra cosa, en<br />

el fondo, que pastar como los animales.<br />

Esto es, buscar lo que necesita para nutrir su organismo.<br />

Exactamente como los demás animales.<br />

Obsérvese que he dicho «buscar».<br />

Porque a diferencia de otros seres vivos, los animales<br />

tienen que encontrar ya hecho su alimento<br />

en la naturaleza. Las proteínas y los hidratos de<br />

carbono que requiere.<br />

Los demás seres vivos (las plantas y los microorganismos,<br />

entre los cuales también hay plantas<br />

y animales, pero ínfimos y con capacidades de alimentación<br />

que los animales comunes no tienen)<br />

los producen.<br />

Pero vayamos por partes.<br />

Arriba se habló de proteínas e hidratos de carbono<br />

como requerimientos básicos de la nutrición.<br />

Y así es. Porque las proteínas aportan el material<br />

para formar los órganos, tejidos, etc., mientras<br />

los hidratos de carbono dan la energía para que<br />

todo eso funcione.<br />

Primera pregunta que usted quizás se esté haciendo:<br />

¿De dónde le viene a los hidratos de carbono<br />

la capacidad energética, si la fuente de energía<br />

de nuestro planeta es la luz del sol<br />

Eso viene de que los hidratos de carbono son<br />

concreciones de luz solar, resultado de la fotosíntesis<br />

que llevan a cabo las plantas verdes.<br />

135


FÉLIX SER<strong>VI</strong>O DUCOUDRAY<br />

Mediante ese proceso de fotosíntesis las plantas<br />

capturan la energía de la luz solar (en combinación<br />

con agua y el bióxido de carbono que toman del<br />

aire), convierten todo eso en almidones y azúcares<br />

y en esa forma la ponen a disposición de todos los<br />

demás seres vivos que se alimentan de ellas.<br />

O dicho de otro modo: transforman la energía<br />

de la luz solar en materia orgánica.<br />

Las proteínas provienen de otra transformación<br />

semejante, sólo que en ese caso no es la luz solar la<br />

que se convierte en materia orgánica, sino el nitrógeno<br />

del aire. Porque en el fondo ese es el secreto<br />

de las proteínas: son nitrógeno, sólo que llevado,<br />

con un pase de magia biológica, al estado de materia<br />

orgánica.<br />

Lo cual ocurre inicialmente en la naturaleza por<br />

obra y gracia de los microorganismos sobre todo,<br />

que no pueden sacar azúcar ni almidón del bióxido<br />

de carbono, de la luz solar y del agua, como lo hacen<br />

las plantas verdes; pero sí pueden formar sus<br />

proteínas de cualquier sal de amoníaco o de aminoácidos<br />

simples. Los hay incluso que pueden<br />

tomar el nitrógeno directamente del aire y combinarlo<br />

de tal modo (proteínas) que otros organismos,<br />

superiores en comparación con ellos, lo<br />

pueden utilizar para alimentarse.<br />

Con eso los microorganismos desempeñan un<br />

papel de suma importancia, ya que uno de los grandes<br />

factores limitantes para la vida de los organismos<br />

es el nitrógeno. O más exactamente: el<br />

nitrógeno aprovechable en la alimentación. Las<br />

plantas, por ejemplo, deben obtenerlo en forma<br />

de nitratos.<br />

Y ahora podremos entender el ciclo del nitrógeno<br />

en la naturaleza: primero el nitrógeno libre,<br />

luego acción de microorganismos fijadores de<br />

nitrógeno que lo toman del aire del suelo y lo fijan<br />

en los nódulos de las raíces, de ahí pasa a las plantas<br />

en forma de proteínas vegetales, de las plantas a<br />

los animales herbívoros, más tarde la materia<br />

orgánica nitrogenada de plantas y animales muertos<br />

es descompuesta y convertida en sales de amoníaco<br />

por diversas bacterias, las nitrosomonas las<br />

pasan a nitritos, ese nitrito se transforma en nitrato<br />

por obra de diversas nitrobacterias, y ya en estado<br />

de nitrato, como se vio, una parte pasa a las plantas<br />

donde se constituye en proteínas y otra parte a la<br />

atmósfera como nitrógeno libre, y todo el ciclo recomienza:<br />

los animales herbívoros nueva vez lo<br />

toman de las plantas y así se repite la vuelta.<br />

Los hidratos de carbono tienen también su ciclo<br />

en la naturaleza, distinto del ciclo del nitrógeno:<br />

las plantas toman de la atmósfera el bióxido de<br />

carbono y combinándolo con agua mediante la fotosíntesis,<br />

en que interviene la luz solar, elaboran<br />

azúcares o almidones. Luego, al comerse los animales<br />

las plantas, liberan el bióxido de carbono de<br />

los hidratos y así regresa al aire y entra de nuevo<br />

en circulación.<br />

Y ahora veamos un caso interesante: los insectos<br />

comparten, de manera general, las mismas limitaciones<br />

de los demás animales a respecto de estos<br />

grandes ciclos de las sustancias nutritivas básicas,<br />

en el sentido de tener que esperar (permítaseme<br />

decirlo así) el momento del ciclo del nitrógeno y<br />

del ciclo de los hidratos de carbono en que dichas<br />

sustancias pasan a ser aprovechables en la alimentación.<br />

Pero hay muchos insectos que han desarrollado<br />

sistemas mediante los cuales se eximen de<br />

esas restricciones y se hacen ecológicamente independientes<br />

de ellas, lo cual logran asociándose en<br />

forma de simbiosis con microorganismos que se<br />

136


LA NATURALEZA DOMINICANA • <strong>VARIOS</strong><br />

encargan de acortarles el camino saltándose tramos<br />

del ciclo de las sustancias nutritivas ya mencionadas.<br />

Hay hongos, por ejemplo, que pueden aprovechar<br />

directamente en su alimentación los residuos<br />

en descomposición de plantas y animales (sales<br />

amoniacales) antes de pasar a nitritos y los nitritos<br />

a nitratos, y estos hongos ser comidos por insectos.<br />

Así acortan el ciclo del nitrógeno.<br />

Pero todavía más: hay insectos que han invadido<br />

ambientes de celulosa casi pura, en la que no hay<br />

nitrógeno ni bióxido de carbono en estado aprovechable<br />

para la alimentación. Insectos que comen<br />

madera (xilófagos). Esto es, celulosa indigerible.<br />

¿Cómo lo hacen Asociados con microorganismos<br />

que sí pueden digerir la celulosa.<br />

El caso más impresionante es el de las termitas<br />

(comején) que llevan alojados en el intestino los<br />

microorganismos con que viven en simbiosis, tal<br />

como lo demostró Cleveland en sus trabajos de<br />

1923 y 1928.<br />

Cleveland comprobó que en algunos casos la<br />

mitad del peso de una termita adulta podía deberse<br />

a los protozoos que viven en sus intestinos en asociación<br />

simbiótica, y sin los cuales la termita no<br />

podría subsistir.<br />

Las termitas comen madera. Esto es, se alimentan<br />

de celulosa como ya se dijo. Pero según lo demostró<br />

Cleveland experimentalmente, las tales<br />

termitas morían aunque siguieran comiendo madera<br />

si se les sacaban los protozoos simbióticos que<br />

viven dentro de ellas.<br />

Los protozoos simbiontes les fueron sacados de<br />

tres maneras: aplicando alta presión de gases, aplicando<br />

calor y dejándolos morir de hambre. En<br />

todos los casos los resultados fueron los mismos:<br />

las termitas de control, que no fueron privadas de<br />

sus simbiontes y que siguieron alimentándose<br />

de madera, se mantuvieron vivas normalmente.<br />

Pero aquéllas otras a las cuales se les habían sacado<br />

los simbiontes, murieron.<br />

Cleveland averiguó más tarde que todas las<br />

especies de termitas que comen madera llevan<br />

en sus intestinos estos protozoos simbiontes. En<br />

algunas de dichas especies hay castas carentes de<br />

tales simbiontes, y se ven obligadas, para mantenerse,<br />

aunque sigan comiendo madera, a alimentarse<br />

de las secreciones salivares o de los excrementos<br />

de aquellas otras que sí tienen simbiontes.<br />

Resulta indudable, después de las investigaciones<br />

de Cleveland, que los simbiontes digieren<br />

la celulosa y la convierten en materia aprovechable<br />

por las termitas para alimentarse.<br />

En 1927 Heitz estudió una serie numerosa de<br />

otros insectos que también se alimentan de madera,<br />

y constató que en todos ellos había simbiontes<br />

(bacterias o protozoos) que desempeñaban en cada<br />

caso papeles similares a los de las termitas.<br />

Heitz consideró que las bacterias simbióticas pueden<br />

ser las que fijan el nitrógeno del aire y de esa<br />

manera resuelven el problema de la obtención de<br />

proteínas en estos insectos que comen celulosa.<br />

Pero ahí no acaba la cosa: estos simbiontes aparecen<br />

también, cumpliendo las mismas funciones,<br />

en insectos que no se alimentan de madera sino de<br />

otros tejidos vegetales de bajo contenido de nitrógeno<br />

y difíciles de digerir.<br />

Otro grupo de insectos, el de los llamados saprófagos,<br />

se alimentan de materia orgánica en descomposición<br />

y fermentada. Los que viven en palos<br />

podridos, por ejemplo. Pero no vaya usted a creer<br />

137


FÉLIX SER<strong>VI</strong>O DUCOUDRAY<br />

que estos realmente comen madera, aunque sea<br />

descompuesta. Esa madera podrida es el medio en<br />

que viven muchos microorganismos, y es de ellos<br />

que se alimentan estos insectos. E igual ocurre con<br />

las moscas Drosophila que comen frutas o carnes<br />

podridas. El guineo, por ejemplo, es el alimento<br />

normal de ellas. Pero si se crían en guineos esterilizados,<br />

carentes de microorganismos, mueren al<br />

cabo de 28 días.<br />

¿No habría que decir, entonces, después de<br />

haber visto estos recursos —y parodiando burlonamente<br />

a Brillat-Savarin— que sólo la mosca de<br />

talento sabe comer<br />

(5 mar., 1988, pp. 10-11)<br />

Fila de termitas que se encontró<br />

debajo de una piedra. Esta<br />

especie es distinta de la que<br />

vive en las plantas.<br />

Nido de termitas (comején)<br />

en una mata de jobo<br />

(Spondias mombin)<br />

poco después de<br />

San Pedro de Macorís.<br />

138


LA NATURALEZA DOMINICANA • <strong>VARIOS</strong><br />

DEL BUEY APIS EGIPCIO A LOS CHIVOS SIN LEY<br />

En la sequía del Sur o de la Línea Noroeste<br />

todavía andan sueltos los chivos.<br />

Más allá de Mao, por ejemplo, yo los he visto en<br />

ganado numeroso, que duerme recogido en corrales<br />

nocturnos pero de día los sueltan.<br />

Chivos sin ley, a sus anchas.<br />

Así viven todavía entre nosotros y causan mucho<br />

daño, por su reconocida voracidad herbívora<br />

y de ramoneo.<br />

Aunque esto no sea sólo achaque de los chivos,<br />

sino de todo animal de ganadería domesticado por<br />

el hombre al que se le permita ejercicio de pastoreo<br />

excesivo.<br />

Lo cual viene de viejo, por ser historia antigua.<br />

Desde el comienzo.<br />

Porque la ganadería, lo mismo que la agricultura,<br />

es una violación del orden natural, de las leyes<br />

y acotejos que rigen la convivencia de especies vegetales<br />

y animales en la naturaleza. De lo cual toma<br />

nota —y venganza— la naturaleza, porque sus<br />

leyes no pueden ser impunemente violadas.<br />

Eso ya se dijo aquí una vez a respecto de la agricultura.<br />

En el monte las plantas crecen mezcladas y salteadas.<br />

Sobre todo en el trópico, donde viven hasta<br />

más de mil especies de plantas diferentes en pequeños<br />

espacios de bosque.<br />

Pero la agricultura es comúnmente lo contrario:<br />

un cañaveral, por ejemplo, es sólo caña a lo largo<br />

de kilómetros y kilómetros. Y en una plantación<br />

de cítricos hay sólo naranjas o limones. Cuando<br />

no en otros casos, sólo yuca, papa, batata u hortalizas.<br />

Y eso da por resultado que los insectos que<br />

atacan las plantas silvestres y que en el monte viven<br />

dispersos y en menor cantidad por la dispersión<br />

de las plantas de que se alimentan, aquí en la<br />

plantación, por tener comida a mano y concentrada<br />

en abundancia, se conviertan en plaga y maltraten<br />

los cultivos duramente, con lo que además<br />

obligan al gasto de insecticidas que por ser venenos<br />

añaden sus perjuicios a la vida natural, incluida la<br />

humana.<br />

Con la ganadería pasa otro tanto. Porque bien<br />

vistas las cosas, la ganadería es una como «plantación»<br />

de animales: sólo vacas, o sólo ovejas, o sólo<br />

cerdos, etc., que fue lo que el hombre escogió de la<br />

diversidad que predomina en la naturaleza. Y eso<br />

tiene sus bemoles, aunque no siempre se vean a primera<br />

vista.<br />

Pero empecemos por el comienzo.<br />

El hombre domesticó los animales salvajes, del<br />

mismo modo que domesticó las plantas silvestres<br />

cuando inventó la agricultura.<br />

Esto uno lo aprende en la escuela: los gérmenes<br />

de la agricultura aparecieron en los fértiles valles<br />

de los ríos Éufrates y Tigris, en Asia Menor, y del<br />

Nilo en el Antiguo Egipto, varios millares de años<br />

antes de nuestra era.<br />

En ese Antiguo Egipto había también ya animales<br />

domésticos. En las pinturas de entonces que<br />

han llegado a nosotros se ven representaciones de<br />

ganado vacuno, cerdos, cabras, ovejas, asnos y,<br />

139


FÉLIX SER<strong>VI</strong>O DUCOUDRAY<br />

desde luego, camellos. E igualmente en la escultura.<br />

Pero esto no significa —hasta el momento no<br />

hay ninguna prueba de ello, absolutamente ninguna—<br />

que los animales hayan sido domesticados<br />

en el Antiguo Egipto. Lo que reflejan esas representaciones<br />

son las etapas finales de dicho proceso<br />

de domesticación, que había comenzado mucho<br />

tiempo antes, en otros territorios, quizás no muy<br />

alejados del valle del Nilo. Pero no fue obra de<br />

ellos, sino que los egipcios heredaron, en el quinto<br />

milenio anterior a nuestra era, animales que habían<br />

sido ya domesticados por otros pueblos.<br />

¿Por cuáles<br />

Y ya aquí empiezan las lecciones de esta historia.<br />

Porque los datos acumulados en las investigaciones<br />

arqueológicas indican que muy probablemente<br />

algunos animales salvajes fueron domesticados<br />

en el territorio de lo que hoy es el desierto<br />

de Sahara, cuando todavía era región fértil, con<br />

agua y cubierta de bosques. En sus cuevas del Paleolítico<br />

se han encontrado pinturas rupestres con<br />

escenas de cacerías y representaciones de animales<br />

salvajes, lo mismo que en las cuevas de otras partes<br />

del mundo, lo que indica la presencia de la materia<br />

prima de la domesticación, que tras haber sido<br />

tema y objeto de la caza, lo fue de la ganadería.<br />

Dato significativo: todo parece indicar que la<br />

transformación del Sahara en desierto habría que<br />

atribuirla en no escasa medida a los rebaños de animales<br />

domésticos que exterminaron el manto vegetal.<br />

¿Paradoja Eso parece, pero frecuente en la<br />

historia del género humano. Un hecho que se tiene<br />

por conveniente y que sin duda lo es (la domesticación<br />

de animales) origina, por los excesos y los descuidos,<br />

consecuencias catastróficas. Así pasó en<br />

Grecia, donde el vergel antiguo quedó en árida<br />

comarca de rocas peladas y en semidesierto por el<br />

desmedido pastoreo de las cabras que se soltaron<br />

a comer en sus verdores. Y otro tanto en la península<br />

de los Apeninos.<br />

Así, pues, el Sahara, transformado en desierto,<br />

quedó sin animales domésticos casi por completo.<br />

Pero se conservaron en otros lugares porque la humanidad<br />

en desarrollo los necesitaba; poco a poco<br />

se extendieron a todo el planeta (al Nuevo Mundo<br />

llegaron los de Europa traídos por los españoles del<br />

Descubrimiento) y al cabo de siglos de selección<br />

quedaron convertidos en animales de alta productividad<br />

y fácil manejo, muy parecido a sus antepasados<br />

salvajes.<br />

Ahora bien: ¿Ha pensado usted que la ganadería<br />

podía resultar, en determinadas condiciones<br />

(que dicho sea de paso, son las más comunes), actividad<br />

antiecológica, opuesta a las leyes de la naturaleza<br />

Los invito a un viaje imaginario por las sabanas<br />

de la parte oriental de África, donde impera un paisaje<br />

botánico de yerbas y arbustos, situado en una<br />

región de humedad insuficiente.<br />

Lo primero que asombra es la abundancia y la<br />

diversidad de ungulados salvajes, esto es (porque<br />

ungulados viene de «ungula» que significa pezuña),<br />

mamíferos cuyas patas rematan en cascos o pezuñas<br />

y que se alimentan de plantas. En los matorrales<br />

aparece y se oculta enseguida una pareja de<br />

antílopes encorvados. Cerca verá pastar un rebaño<br />

de óryx que también son antílopes, lo mismo que<br />

esos otros, los más pequeños de ellos cinco kilogramos<br />

de peso.<br />

Pasemos del matorral a la llanura cubierta de<br />

yerbas bajas: ese gruñido gangoso lo emiten los<br />

140


LA NATURALEZA DOMINICANA • <strong>VARIOS</strong><br />

ñus azules, que son antílopes grandes (250 kilogramos<br />

de peso), y más allá los antílopes gigantes.<br />

Pero esto no es más que el comienzo. Al fondo<br />

de la sabana nos esperan rebaños enormes, de<br />

miles de cabezas, de otro animal muy gracioso: la<br />

gacela. Gacelas de Grant, con cuernos en forma de<br />

lira, y las gacelas de Thompson, con la característica<br />

franja oscura en el costado. Pastan casi juntas<br />

y al divisar el yip se alejan.<br />

Seguimos el viaje, y al rato empezamos a ver,<br />

en la espesura de los matorrales, los impalas de<br />

color rojizo, que son las gacelas de mayor tamaño.<br />

Y asimismo el kudú, de color azulado. Y más allá<br />

cebras, y otros.<br />

Pero la mayor sorpresa viene ahora: tras esa<br />

colina de suave pendiente y después de bordear<br />

un agrupamiento de acacias que ustedes confundirán<br />

con nuestros aromos azuanos, le sale al paso<br />

una cerca de alambres metálicos, con tres metros<br />

de altura, y tan larga que se pierde de vista en la<br />

lejanía. De uno de los palos de la cerca cuelga este<br />

letrero: «Rancho de animales salvajes, propiedad<br />

del señor…»<br />

¿Una hacienda para criar animales salvajes Eso<br />

mismo. Una nueva forma de economía, surgida<br />

hará unos cuatro decenios a lo sumo, que se<br />

desarrolla rápidamente. En ella, tras la cerca, pacen<br />

las mismas especies de ungulados salvajes que<br />

pacen fuera de ella. Pero ese terreno cercado, y todos<br />

los animales que viven adentro, son propiedad<br />

del señor X. Este señor era criador de ganado<br />

doméstico (vacas, ovejas, etc.) el cual ponía a pastar<br />

en las sabanas de esa parte de África. Pero un día<br />

se dio cuenta de que le resultaba más ventajoso<br />

criar gacelas, óryx, kudús y otros antílopes, recoger<br />

cada año la cosecha sacrificando un determinado<br />

número de dichos animales y vender la carne<br />

que, dicho sea de paso, es exquisita; o permitiendo<br />

la entrada al terreno, por una paga estipulada de<br />

antemano, de cazadores aficionados, lo que también<br />

proporciona buenos ingresos.<br />

Esta forma semilibre de explotar los ungulados<br />

salvajes resulta costosa para algunos. Porque aunque<br />

pueden administrarse mejor los rebaños y protegerlos<br />

de las fieras, necesita la cerca de alambres,<br />

que cuesta un ojo de la cara. Por eso la mayoría<br />

prefiere lo que llaman «cría natural de animales<br />

salvajes». En vez de cercar, custodian el terreno,<br />

y cazan los animales que viven en él.<br />

A fines de los años 60 habían en África no menos<br />

de 3 mil granjas en que se criaban ungulados<br />

salvajes, las que anualmente proporcionan decenas<br />

de miles de toneladas de carne muy apreciada<br />

por los gourmets, y grandes ganancias. Se sabe,<br />

por ejemplo, que el rancho de Henderson, en Kenia,<br />

abarca cerca de 13 mil hectáreas donde el rendimiento<br />

de carne llega casi a 550 quintales métricos,<br />

y con esa crianza el negocio le da una ganancia<br />

anual de 5,500 libras esterlinas.<br />

¿Cuál fue la razón de que estos granjeros cambiaran<br />

las vacas y ovejas, que parecían tan seguras,<br />

por los errantes antílopes Olvidémonos ahora de<br />

perjuicios como el que causó la desertificación del<br />

Sahara, y consideremos lo siguiente: en esa parte<br />

de África hay unas 20 especies de ungulados salvajes<br />

que se alimentan de plantas. En espacios<br />

relativamente pequeños viven, por ejemplo, millares<br />

de antílopes. ¿Cómo se las arreglan para vivir<br />

uno al lado del otro sin que a ninguno le falte la<br />

comida Algunos se alimentan sobre todo de arbustos;<br />

otros, de las ramas de los árboles; los<br />

terceros, de yerbas, y los cuartos, de una mezcla<br />

141


FÉLIX SER<strong>VI</strong>O DUCOUDRAY<br />

de todo. La jirafa, por ejemplo, que es ramoneadora,<br />

come hojas y retoños de árboles, a varios metros<br />

de altura. Esa es su «faja de alimentación»,<br />

que a los demás animales (salvo, quizás, al elefante)<br />

les resulta inaccesible. Pero no come arbustos<br />

ni yerbas bajas, ya que por su estatura, no puede<br />

inclinarse tanto.<br />

Y también tienen preferencias: la gacela de<br />

Thompson se alimenta básicamente de plantas<br />

dicotiledóneas; los ñus y cebras, en cambio, prefieren<br />

las monocotiledóneas. Pero además, la cebra<br />

consume con más frecuencia el piso superior de<br />

las plantas herbáceas, mientras que los ñus se alimentan<br />

de las yerbas de la faja inferior.<br />

Y ahora comparamos: el ganado doméstico es<br />

muy melindroso para comer. Desecha casi por<br />

completo los arbustos y los árboles, salvo los chivos,<br />

desde luego; y de las yerbas, se atiene a un<br />

número relativamente pequeño de especies. Aparte<br />

de eso, los ungulados salvajes tienen (y esto es<br />

muy importante) particularidades en la fisiología<br />

de la digestión que les permitan aprovechar eficazmente<br />

alimentos que son inservibles o poco útiles<br />

para el ganado doméstico.<br />

El hombre empezó domesticando un número de<br />

animales salvajes mayor que aquéllos con los que<br />

se quedó finalmente. Cerró de esa manera el «abanico»<br />

de ofertas que le presentaba la naturaleza.<br />

En uno de los frescos de la pirámide egipcia de<br />

Gizeh, un campesino lleva de las riendas un antílope,<br />

y en otro fresco lo utiliza para arar. Por eso<br />

los ecólogos hablan hoy del «abanico cerrado» de<br />

la ganadería. La sustitución de los animales salvajes<br />

por los domésticos redujo bruscamente la posibilidad<br />

de aprovechar la producción primaria de<br />

la biosfera: la biomesa de las plantas.<br />

Por ejemplo: a finales de los años 50, la biomesa<br />

(su peso en este caso) de elefantes, hipopótamos,<br />

búfalos, distintos antílopes y cerdos salvajes en<br />

el Parque Nacional de Alberto, era de 24,406 kg.<br />

por kilómetro cuadrado. Mientras que en el Congo<br />

los pastos naturales del ganado doméstico no<br />

aguantan la carga cuando el peso total de los animales<br />

puestos a pastar en un área equivalente supera<br />

los 5,500 kg. En lo tocante al incremento anual<br />

de la producción, en las sabanas de África oscila<br />

entre 2,100 y 8,700 kg. para el ganado doméstico,<br />

mientras que entre los ungulados salvajes se halla<br />

entre los 13,100 y los 17,500 kg. lo que indica una<br />

diferencia realmente imponente.<br />

Otro dato: en Kenia, por ejemplo, se obtienen<br />

28 quintales de carne de ganado bovino, como promedio<br />

anual por kilómetro cuadrado; en cambio,<br />

en las sabanas naturales de Tanzania, eso llega, con<br />

los ungulados salvajes, a 65-120 quintales.<br />

Otrosí: los animales salvajes que se alimentan<br />

de plantas son muy resistentes a las adversidades<br />

del tiempo y a muchas enfermedades que diezman<br />

el ganado doméstico. Encima de lo cual (criterio<br />

sustentado por la medicina moderna) se sabe que<br />

el comer la carne de algunos de ellos previene la<br />

arteroesclerosis, y algunas de sus leches tienen el<br />

doble de grasa y de albúminas que la del ganado<br />

doméstico.<br />

¿Debe desaparecer, entonces, la ganadería No<br />

tanto, responden los ecólogos. Porque el hombre<br />

necesita todo el «abanico», no una de sus mitades.<br />

Lo dicho: todo. La crianza de animales salvajes no<br />

contradice la ganadería. Se complementan. Los<br />

rancheros africanos no han abandonado sus vacas<br />

y ovejas totalmente, sino que han reducido considerablemente<br />

las dimensiones de esa crianza. Lo que<br />

142


LA NATURALEZA DOMINICANA • <strong>VARIOS</strong><br />

sí han demostrado los ecólogos es que la ganadería<br />

no es lo mejor ni lo preferible. Además de lo cual y<br />

por lo mismo recomiendan que debe prohibirse en<br />

las zonas semiáridas por lo menos.<br />

(11 jun., 1988, pp. 10-11)<br />

El indio que talló esta piedra<br />

en la cueva de La Arena,<br />

aún no conocía la ganadería.<br />

Los dueños de estos aperos, aunque ya la conocen, no la ejercen porque prefieren dedicarse a la pesca.<br />

143


FÉLIX SER<strong>VI</strong>O DUCOUDRAY<br />

Paisaje pluvial de árboles casi acuáticos metidos en el lecho de Arroyo Frío, que hay que cruzar para llegar a la playa de El Valle,<br />

en la costa norte de la península de Samaná.<br />

144


L A NATURALEZA DOMINICANA • <strong>VARIOS</strong><br />

LA COMIDA FIJA A UN HÁBITAT Y PONE LOS VECINOS<br />

Desde hace tiempo se sabe que la expresión<br />

«libre como los pájaros», que con tanta frecuencia<br />

se repite, es totalmente falsa.<br />

Porque no solamente las aves sino todos los<br />

animales viven atados, entre otras cosas (aunque<br />

no únicamente), a lo que necesitan para alimentarse.<br />

Y eso los fija a un sitio, o a unos pocos sitios.<br />

Quizás uno de los casos extremos sea el del koala,<br />

marsupial trepador que vive en Australia y que<br />

tiene apariencia de osito de felpa.<br />

Cuando es adulto sólo come brotes de eucalipto;<br />

pero no de cualquier eucalipto sino de ciertas<br />

especies. Fuera de eso, no prueba bocado. De manera<br />

que donde no haya ese alimento, tampoco habrá<br />

koala.<br />

En las antípodas del koala se encuentra, por<br />

ejemplo, el alce que incluye en su dieta 300 especies<br />

vegetales.<br />

Pero eso no quiere decir que deba encontrar<br />

siempre las 300 especies o comerlas cada día para<br />

estar bien alimentado. 300 forman la lista de todas<br />

las plantas que los ecólogos han visto comer al alce.<br />

Pero el alce vive en distintos ambientes: en la taigá<br />

boreal, en los bosques de estepas, en valles pantanosos<br />

y en zonas premontañosas, cada uno de los<br />

cuales tiene vegetación diferente y sólo una parte<br />

de las 300 especies. Además, no todas son igualmente<br />

necesarias para el alce. De algunas sólo mordisqueará<br />

una que otra hoja, mientras que hay otras<br />

sin las cuales no podrá vivir.<br />

O dicho de otro modo: come de las 300, pero de<br />

ellas sólo unas pocas le resultan indispensables en<br />

su alimentación y a ésas seguramente les dará preferencia.<br />

Por eso en invierno, sobre todo si hay mucha nieve,<br />

pasa sus apuros. Porque para mantener su bienestar<br />

sólo dispone entonces de muy pocas especies:<br />

el sauce, el álamo temblón y los pinos jóvenes.<br />

Y cuando los recursos alimenticios de estas plantas<br />

se agotan o le resultan inaccesibles por la profundidad<br />

de la nieve, el alce pasa hambre y puede<br />

hasta morir. La lista de 300 plantas compuesta por<br />

los ecólogos no le sirve en ese momento para nada.<br />

Así, pues, en suma: del tipo de alimento que necesiten<br />

los organismos y de los lugares donde se<br />

encuentra, el tal alimento, depende la distribución<br />

geográfica de dichos organismos.<br />

No pueden irse a vivir donde se les antoje.<br />

Lo cual es cierto también para las plantas.<br />

Por eso nuestra palma real (Roystonea hispaniolana)<br />

abunda sobre todo en terrenos de calizas.<br />

Cuando usted sale, pongamos por caso, de Santiago<br />

hacia San José de las Matas, ellas lo van acompañando<br />

por el camino, hasta que cambia la geología<br />

de la zona. Cuando cesa la roca caliza, cesan ellas.<br />

Ahora bien: el alimento, aún siendo decisivo, no<br />

es lo único que influye. La cosa es más compleja, ya<br />

que cada especie necesita además determinadas<br />

condiciones de humedad, de temperatura, etc.,<br />

para poder vivir aunque sea, a veces, entre límites<br />

muy amplios.<br />

145


FÉLIX SER<strong>VI</strong>O DUCOUDRAY<br />

Con la enea (Typha domingensis) se topará usted<br />

tanto junto al lago Enriquillo, que es lugar muy<br />

caluroso y a 40 y pico de metros debajo del nivel<br />

del mar, como en Valle Nuevo, con fríos invernales<br />

inferiores a cero grado, y alturas que sobrepasan<br />

los 2,200 metros; pero siempre, no importa donde<br />

sea, entre el agua, en las orillas pantanosas de charcos<br />

o lagunas.<br />

El espartillo (Uniola virgata), en cambio, no sólo<br />

es de lo seco sino de la sequía, de nuestros semidesiertos,<br />

que es donde mejor prospera, y por lo<br />

cual no le mete el pie —ni la raíz— a las lagunas,<br />

así como tampoco se instala donde el frío imponga<br />

sus rigores. No extrañe entonces que sea tan<br />

abundante y tan lozano por la Línea Noroeste o<br />

por la parte más seca del bosque seco azuano, por<br />

los rumbos de Tábara Abajo, pongamos por caso,<br />

que es ya comarca de monte espinoso.<br />

Cada quien en lo suyo y a lo suyo.<br />

Esa ley los congrega en cada sitio, y determina<br />

que los que viven aquí no estén allá. Según lo que<br />

cada uno necesita.<br />

Me acuerdo del profesor Marcano aquel día en<br />

que andaba buscando, entre Constanza y Valle<br />

Nuevo, la Diabrotica marcanoi que es un insecto<br />

coleóptero, que se alimenta de plantas: sólo se<br />

detenía donde alcanzaba a ver plantas de la familia<br />

de las Solanáceas, porque de ésas come. Así<br />

recogió muchos de tales insectos en El Convento,<br />

a orillas de su río.<br />

Y ésa es la ley que compone los ecosistemas,<br />

donde conviven y se relacionan entre sí unas especies<br />

de plantas y otras de animales que a su vez<br />

se relacionan con el ambiente físico, abiótico (inorgánico)<br />

que las rodea, el cual también es parte del<br />

ecosistema.<br />

Cada especie del ecosistema, ya sea planta o de<br />

animal, forma una población, esto es, el conjunto<br />

de individuos de la misma especie que viven en<br />

ese lugar; ya que las especies no se dan en la naturaleza<br />

en ejemplares aislados, solitarios. Y las<br />

diversas poblaciones del ecosistema forman una<br />

comunidad.<br />

Los componentes de estas comunidades, esto es,<br />

las diversas poblaciones de plantas y animales que<br />

conviven en un determinado ecosistema, tampoco<br />

conviven agrupadas por casualidad, sino porque<br />

todas encuentran en ese hábitat lo que cada una<br />

requiere para existir y reproducirse.<br />

Lo cual determina la diversidad de ecosistemas,<br />

que se manifiesta no solamente en la diferencia de<br />

sus poblaciones, sino también, entre dos poblaciones<br />

de la misma especie, en el mayor o menor número<br />

de individuos que la componen.<br />

Alacranes hay, por ejemplo, e incluso de la misma<br />

especie, en la isla Cabritos del lago Enriquillo<br />

y en otras partes del país, pero las poblaciones de<br />

los alacranes de Cabritos sobresalen por la abundancia<br />

de ejemplares. Nunca he visto tantos como<br />

en esa isla.<br />

Y eso tampoco es casual. Alguna causa debe<br />

explicarlo.<br />

Otra particularidad de la isla Cabritos (hasta el<br />

punto de que cualquier comida que se deje abierta<br />

acaba convertida en pasto de ellas), es la abundancia<br />

de cucarachitas.<br />

Pues bien, ésa es la causa: la abundancia de alimento<br />

que allí tienen los alacranes, suficiente para<br />

sostener una población tan numerosa. Porque esas<br />

cucarachitas —aunque no sea el único insecto de<br />

Cabritos que incluyen en su dieta— se las engullen<br />

los alacranes.<br />

146


L A NATURALEZA DOMINICANA • <strong>VARIOS</strong><br />

Y ya que hemos hablado tanto de alimentos, digamos<br />

lo siguiente: de todos los componentes de<br />

un ecosistema, los únicos que producen alimentos<br />

son las plantas. Los demás son consumidores<br />

de alimentos, ya sea directamente, comiéndose las<br />

plantas o comiéndose los animales que se alimentan<br />

de ellas.<br />

Antes se creía que las plantas recibían de la tierra<br />

(o mejor dicho: extraían de ella), todo lo que necesitaban<br />

para crecer, dar frutos y reproducirse.<br />

¿Para qué tendrían, si no, las raíces<br />

Hasta que en 1630 el flamenco J.B. van Helmont<br />

sembró una semilla de sauce en una maceta, habiendo<br />

previamente pesado la tierra de la maceta.<br />

Al cabo de cinco años pesó de nuevo la tierra y pesó<br />

también el árbol que había crecido en ella. El<br />

sauce había aumentado de peso en 74 kilogramos,<br />

pero la tierra disminuyó tan sólo 57 gramos. Era<br />

evidente que el crecimiento del sauce no provenía<br />

de la tierra de la maceta. Habría que buscarlo en<br />

otra parte.<br />

El químico inglés J. Priestley, demostró siglo y<br />

medio después, que las plantas «corregían» el aire<br />

viciado por una vela encendida. Y en 1771 llevó a<br />

cabo el siguiente experimento: puso dos ratones<br />

en la ventana de su casa, tapados con sendas campanas<br />

de cristal, pasado cierto tiempo, uno de los<br />

ratones había muerto y el otro seguía vivo. Única<br />

diferencia: la ramita de yerba buena puesta dentro<br />

de la campana que tapaba el ratón que seguía vivo.<br />

Pero al repetir el experimento, morían a veces los<br />

dos ratones. En este caso, la hierba había dejado<br />

de purificar el aire.<br />

¿Pero por qué<br />

Se supo diez años después, cuando el suizo<br />

J. Senebier determinó que la causa era la falta de<br />

sol, ya que la yerba buena desprende oxígeno<br />

solamente de día, con la luz solar.<br />

Con otros experimentos Senebier llegó a la conclusión<br />

de que las plantas utilizan determinada<br />

cantidad de aire «viciado» y botan aire «limpio», y<br />

que ése era el secreto de la nutrición de las plantas.<br />

Más adelante J.B. Boussingault y su colega<br />

J. Dumas demostraron que las plantas expuestas<br />

al sol descomponen el anhídrido carbónico (CO2),<br />

y quedándose con el carbono dejan suelto el<br />

oxígeno, que expelen.<br />

Así se llegó a descubrir el secreto maravilloso<br />

de la fotosíntesis, que se opera en las plantas verdes.<br />

Estas plantas tienen clorofila, que es el pigmento<br />

que les da ese color. En contacto con la luz solar,<br />

en la clorofila se produce una reacción química que<br />

descompone el anhídrido carbónico y va formando<br />

la sustancia orgánica de la planta. De cada 6<br />

moléculas de anhídrido carbónico y 6 moléculas<br />

de agua se forma una molécula de hidrato de carbono,<br />

de glucosa, que es una sustancia orgánica.<br />

Después en los microlaboratorios bioquímicos de<br />

las plantas, al recibir las sales minerales disueltas<br />

que las raíces absorben, se sintetizan compuestos<br />

de alto peso molecular, proteínas entre ellos. Y de<br />

esa forma van creando las plantas la materia vegetal<br />

de su raíz, tallo, ramas, hojas, flores, frutos y semillas,<br />

todo lo cual sirve de alimento a los animales<br />

que comen plantas (consumidores primarios) y, por<br />

trasmano, a los animales (consumidores secundarios)<br />

que se alimentan de animales vegetarianos.<br />

Bien vistas las cosas, toda la Tierra se puede considerar<br />

como un enorme acumulador conectado<br />

a una potentísima fuente de energía, que es el sol.<br />

La materia orgánica producida por las plantas<br />

mediante el proceso de la fotosíntesis, acumula<br />

147


FÉLIX SER<strong>VI</strong>O DUCOUDRAY<br />

energía. Mientras que todos los procesos posteriores<br />

que se desarrollan en nuestro planeta no<br />

hacen más que consumirla.<br />

De esa manera entra la energía solar en los ecosistemas<br />

y se acumula en ellos: por la fotosíntesis.<br />

Y convertida en materia orgánica queda a disposición<br />

de los animales.<br />

(25 jun., 1988, pp. 10-11)<br />

(Foto sup.)<br />

Alacrán de la isla Cabritos.<br />

(Foto inf.)<br />

Lomas del ramal sureño<br />

de la cordillera Central,<br />

fotografiadas desde los rumbos<br />

de Valdesia.<br />

FOTO: JOSÉ ALBERTO OTTENWALDER<br />

148


L A NATURALEZA DOMINICANA • <strong>VARIOS</strong><br />

UN CASO EN QUE MATAR AYUDA A PRESERVAR LA <strong>VI</strong>DA<br />

Tomé de un libro esta fotografía para que ustedes<br />

la vieran: la lechuza en el momento de<br />

atrapar con sus garras un ratón.<br />

La pongo aquí porque eso es lo que más hace la<br />

lechuza en su faena de rapiña: matar ratones para<br />

comérselos. [Ver foto al final del artículo].<br />

Es cierto que también puede comerse algunos<br />

pollitos, pero en número incomparablemente menor<br />

que el de ratones. Entre otras cosas porque la<br />

lechuza caza de noche, y a esas horas los pollitos<br />

duermen debajo de las alas de la gallina.<br />

La lechuza es ave nocturna y duerme de día. La<br />

de la especie Tyto alba, que es nuestra lechuza común,<br />

lo hace en las cuevas. La lechuza orejita (Asio<br />

stygius) duerme en los árboles, y la lechuza de<br />

sabana (Asio flammeus), aunque anida en tierra, lo<br />

más probable es que duerma también en árboles<br />

(y digo «probable» porque no ha sido vista en eso<br />

hasta ahora). Ésta, la de sabana, sale a veces de día<br />

(muy de mañana o después de las cuatro de la tarde)<br />

a buscar comida, sobre todo cuando tiene crías,<br />

que son muy voraces, para alimentarlas. La de esta<br />

especie es la que podría, por eso, comerse algún<br />

pollito, pero siempre en pequeño número. Ella,<br />

igual que las otras, lo que más come son ratones.<br />

Las lechuzas regurgitan los restos no asimilados<br />

de su comida en forma de bolas. Examínelas. Y si<br />

no usted, busque a alguien que pueda identificar<br />

lo que hay en ellas. Así comprobará que aparte de<br />

algunas aves pequeñas y lagartijas, su dieta está<br />

compuesta mayormente de ratones.<br />

Cada lechuza mata alrededor de mil ratones al<br />

año, con lo cual salva —dato de Europa—, casi una<br />

tonelada de granos que de otro modo esos ratones<br />

se habrían comido. Y salva también las demás<br />

cosas con que acaban los ratones, entre ellas las<br />

frutas, el cacao, etc. Sin hablar ya de que los ratones<br />

propagan enfermedades, algunas muy peligrosas.<br />

De modo que la lechuza no es ese animal dañino<br />

que nuestros campesinos se empeñan en matar<br />

cada vez que ven una, sino todo lo contrario: un animal<br />

beneficioso que debemos proteger.<br />

Y darnos prisa en ello, porque la reducción que<br />

esa falsa creencia ha causado en el número de lechuzas<br />

(sobre todo de la lechuza orejita, Asio<br />

stygius, y de la Asio flammeus, ha sido tan drástica<br />

que ya quedan muy pocas. De la orejita casi ninguna.<br />

Y no lo piense dos veces: la plaga creciente de<br />

ratones que nos azota en campos y ciudades, mucho<br />

tiene que ver con la disminución de las lechuzas.<br />

Y a propósito: este comer ratones es una adaptación<br />

de las lechuzas a las novedades del Descubrimiento.<br />

Porque el ratón no es animal oriundo del continente<br />

americano. Por eso no existía aquí, en<br />

nuestra isla. Vino del Viejo Mundo en las embarcaciones<br />

de descubridores y conquistadores, y siguió<br />

llegando después en otros barcos.<br />

A la lechuza le resultó bocado apetecible y desde<br />

entonces ceba sus garras en él.<br />

149


FÉLIX SER<strong>VI</strong>O DUCOUDRAY<br />

Y esto plantea un problema de investigación:<br />

¿Qué era lo que más comían las lechuzas antes del<br />

Descubrimiento O dicho de otro modo: ¿Cuál fue<br />

el animal que ellas sustituyeron por el ratón<br />

Debió ser algún animal que saliera de noche, ya<br />

que la lechuza, por ser ave nocturna, sólo caza a<br />

esas horas. De día duerme. Y precisamente esa circunstancia<br />

de nocturnidad fue lo que puso al ratón<br />

en su camino, ya que el ratón también sale de noche.<br />

Así debió ser también el otro animal de su<br />

primera dieta. ¿Quizás, por eso, la jutía, que también<br />

es nocturna<br />

No se sabe.<br />

Ese es otro de los muchos puntos pendientes de<br />

investigación entre nosotros.<br />

Algo parecido pasó con las mariposas del género<br />

Calisto, una de cuyas especies, Calisto pulchella,<br />

se convirtió en plaga de una planta que no se daba<br />

aquí antes del Descubrimiento, la caña de azúcar,<br />

que fue traída por los españoles.<br />

Aunque en este caso la conjetura resultó fácil,<br />

porque la caña brava y otras gramíneas se daban<br />

aquí en los montes antes de que llegara la caña de<br />

azúcar, que también es gramínea; y se conoce la<br />

«naturalidad» con que los insectos se pasan de una<br />

planta silvestre a otra cultivada de la misma familia.<br />

Pero entre los animales no había ninguno de la<br />

misma familia que el ratón. Y por eso no resulta<br />

tan fácil deducir cuál fue en la dieta inicial de las<br />

lechuzas, el animal que ellas sustituyeron por el<br />

ratón.<br />

Quizás logre saberse a ciencia cierta cuando aparezcan<br />

fosilizadas, con siglos o milenios de antigüedad,<br />

algunas de las bolas que ellas regurgitan<br />

con restos de comida.<br />

De todos modos con las lechuzas hemos entrado<br />

al tema de las aves de rapiña y del papel que<br />

desempeñan en la naturaleza.<br />

Digámoslo enseguida: quítese de la cabeza esa<br />

idea de que son una amenaza muy seria para los<br />

pollitos que usted cría, ya que las aves de rapiña<br />

no comen muchas aves.<br />

Los científicos que las estudian han podido<br />

calcular que sólo entre el 10 y el 15 por ciento de lo<br />

que comen está formado por aves canoras y otras<br />

de pequeño porte; y que del 85 al 90 por ciento restante<br />

de la ración alimenticia de las aves de rapiña<br />

está formado por roedores e insectos dañinos.<br />

Esto explica que en muchos países, entre ellos<br />

Bélgica, la República Democrática de Alemania, la<br />

República Federal de Alemania, Holanda e Inglaterra,<br />

esté prohibido matar aves de rapiña.<br />

A Holanda, donde no había halcones, fueron<br />

llevados 40 de ellos y los soltaron para que se multiplicaran,<br />

e incluso se da recompensa económica<br />

a aquellos granjeros en cuyas tierras se instalen a<br />

vivir.<br />

Pero el beneficio de las aves de rapiña no proviene<br />

únicamente de que se coman tantos animales<br />

dañinos sino del papel regulador que ejercen<br />

en la naturaleza todos los animales de presa —no<br />

sólo las aves— y mediante el cual, por paradójico<br />

que parezca, salvan de la muerte a otros muchos<br />

animales.<br />

A fines del siglo pasado, por ejemplo, y comienzos<br />

del actual, se dio muerte, en los bosques de<br />

Bielovezhie y en sólo tres años, a casi un millón de<br />

aves de rapiña. Esto se hizo creyendo que así aumentaría<br />

el número de las aves de caza.<br />

Pero fue al revés: disminuyó considerablemente<br />

el número de ellas.<br />

150


L A NATURALEZA DOMINICANA • <strong>VARIOS</strong><br />

Parece que en Noruega no tuvieron noticia de<br />

esta experiencia, y sin saber lo que había ocasionado<br />

la muerte de tantas aves en los bosques de<br />

Bielovezhie, se pusieron también a matar aves de<br />

rapiña para conseguir que aumentara el número<br />

de las perdices blancas.<br />

Y eso efectivamente ocurrió: se multiplicaron<br />

las perdices blancas.<br />

Pero sólo en los primeros años subsiguientes a<br />

la matanza de aves de rapiña que se las comían.<br />

Porque ya a partir de 1916 el número de estas perdices<br />

fue descendiendo aceleradamente, y al cabo<br />

de pocos años apenas se cazaban anualmente entre<br />

setecientas y ochocientas aves, en vez de las<br />

doce o trece mil que los cazadores cobraban antes.<br />

En 1927 el científico noruego A. Brinkmann demostró<br />

que la gran mortandad que tan considerablemente<br />

había diezmado las poblaciones de perdices<br />

fue causada por el exterminio de las aves de<br />

rapiña.<br />

Hoy se sabe, por ejemplo, que los leones que se<br />

lanzan sobre las manadas de ciervos o gacelas para<br />

alimentarse de ellos, dan muerte en primer lugar a<br />

los animales enfermos. Y no porque los enfermos<br />

les resulten más sabrosos. Atacan a cualquiera. Pero<br />

los animales sanos esquivan mejor el golpe, pueden<br />

correr más rápidamente, actuar con mayor<br />

agilidad, y así escapan más fácilmente de la<br />

persecución que los animales enfermos y débiles.<br />

Eso pasa con todos los carnívoros cuando salen en<br />

busca de sus presas, no sólo con los leones. Y a<br />

causa de ello evitan que los animales enfermos<br />

contagien a los demás. Así preservan la salud del<br />

rebaño e impiden que una gran mortandad les<br />

disminuya el número.<br />

Pues bien: lo mismo ocurre con las aves de rapiña.<br />

Lo cual incluso está contabilizado.<br />

El profesor M. Cladkow, uno de los más notables<br />

ornitólogos de la Unión Soviética, participó en<br />

los trabajos llevados a cabo en Kazajtán para observar<br />

cómo las aves de rapiña cazan a sus presas.<br />

Y él da estos resultados: de 3,441 intentos de captura<br />

de otros animales efectuados por ellas, sólo<br />

tuvieron éxito en 213 intentos, esto es, en el 6.1 por<br />

ciento de los casos. Los animales capturados, mayormente<br />

aves, resultaron ser presas enfermas o<br />

débiles. Los 3,228 que escaparon del ataque eran,<br />

con toda probabilidad, animales sanos, sobre todo<br />

aves.<br />

De modo, pues, que los animales de presa, incluidas<br />

las aves de rapiña, a los que se consideraba<br />

causantes de la muerte de gran número de animales<br />

e incluso del exterminio, a veces, de especies enteras,<br />

desempeñan en la naturaleza un papel totalmente<br />

contrario: son necesarios para salvarlos.<br />

Y por eso también debemos protegerlos.<br />

(2 jul., 1988, pp. 10-11)<br />

Lechuza en vuelo nocturno, en el momento en que se apresta a cazar un<br />

ratón.<br />

FOTO REPRODUCIDA POR F. S. DUCOUDRAY<br />

151


FÉLIX SER<strong>VI</strong>O DUCOUDRAY<br />

Lechuza Tyto alba, especie que llegó a La Española en la primera mitad del siglo XX, procedente de las<br />

islas Bahamas. Más recientemente se ha reportado que algunas de ellas, durante el invierno, vienen<br />

directamente desde América del Norte.<br />

FOTO: JOSÉ ALBERTO OTTENWALDER<br />

152


L A NATURALEZA DOMINICANA • <strong>VARIOS</strong><br />

LAS AVES CUIDAN EL BOSQUE COMIENDO INSECTOS<br />

Hace algunos años cobró fama —creo que se<br />

llamaba Maelstrom —la fantasía cinematográfica<br />

en que los insectos se apoderaban del<br />

mundo.<br />

Eso fue una película.<br />

Pero tal situación podría presentarse en caso de<br />

que desaparecieran las aves.<br />

Porque la gente se equivoca al pensar que lo que<br />

acaba con los insectos son los insecticidas.<br />

Los insecticidas sólo matan la parte de las diversas<br />

poblaciones de insectos que las aves han dejado<br />

viva.<br />

<strong>Grupo</strong>s que quedan en el monte diezmados por<br />

ellas pero que atraídos por los cultivos que el hombre<br />

establece, llegan entonces de todos los alrededores<br />

y se concentran en las plantaciones convertidos<br />

en plagas.<br />

Lo cual ocurre porque la plantación es un ecosistema<br />

artificial que viola las reglas de juego fijadas<br />

por la naturaleza.<br />

Dicho con otras palabras: que viola los equilibrios<br />

numéricos entre los diversos animales y<br />

plantas que viven en los ecosistemas naturales y<br />

que se han alcanzado a lo largo de milenios y milenios<br />

de evolución.<br />

Tal equilibrio natural se basa en la ley de vivir y<br />

dejar vivir; esto es: que a cada especie, para que<br />

viva, le está permitido destruir una parte de aquélla<br />

o aquéllas otras de que se alimenta; pero dejándola<br />

vivir también a ella, para que no se le acabe la comida<br />

y no se muera de hambre.<br />

Pero en la plantación no.<br />

Es tal la cantidad de insectos, que si los dejan<br />

acaban con todo. Y a veces aunque no los dejen.<br />

Fue esa la situación que trajo el invento de los<br />

insecticidas. Que dicho sea de paso: aparte de ser<br />

muy peligrosos, acaban muchas veces por resultar<br />

ineficaces, ya que aparecen generaciones de insectos<br />

resistentes a su ataque.<br />

La verdad es que no hay máquina destructora<br />

de insectos dañinos comparable a las aves.<br />

Por lo cual debemos protegerlas.<br />

Los insectos tienen una asombrosa capacidad<br />

de multiplicación. Una sola pareja de ellos es suficiente<br />

para que en poco tiempo un campo de siembra<br />

quede invadido por la plaga.<br />

Doy este ejemplo entre muchos: una hembra de<br />

áfido bastaría para que a los seis meses haya 31<br />

mil millones de este insecto pequeñito que chupa<br />

los jugos nutritivos de las plantas y a los cuales las<br />

hormigas defienden ya que se alimentan de sus<br />

secreciones azucaradas.<br />

Pero nunca se llega a esas cantidades por el control<br />

que la naturaleza impone. Lagartijas, sapos y<br />

culebras se alimentan de insectos. Y hay también<br />

insectos que comen insectos. Pero no existe animal<br />

que los devore en número más alto que las aves.<br />

Los pájaros consumen inmensas cantidades de<br />

huevos de insectos, de larvas de insectos y de insectos<br />

adultos. Y aun los que mayormente se alimentan<br />

de semillas, de pequeñas frutas o del néctar<br />

de las flores, comen también insectos como com-<br />

153


FÉLIX SER<strong>VI</strong>O DUCOUDRAY<br />

plemento de la dieta; y cuando están mudando las<br />

plumas o tienen crías, se alimentan únicamente de<br />

insectos.<br />

Y hay que ver lo voraz que es cada una de esas<br />

crías: cada polluelo necesita diariamente una cantidad<br />

de insectos equivalente a su peso. Y eso obliga<br />

a los padres a trabajar duro cada día buscando esa<br />

comida.<br />

Se han hecho observaciones con resultados<br />

como los siguientes: una pareja de aves hacía 426<br />

vuelos cada once horas en busca de alimento para<br />

sus polluelos; y otra los cebaba 35 veces cada media<br />

hora.<br />

Esto permitió calcular en otro caso que una pareja<br />

que tenía varios polluelos consumió alrededor<br />

de 400 mil orugas en los 21 días que duró la crianza.<br />

Pero no sólo eso: la naturaleza ha organizado<br />

las cosas de manera tal que no haya especie de insectos<br />

que escape de las aves. Porque éstas no salen<br />

a buscar comida donde se les antoje, como si se<br />

dijera: a tontas y a locas.<br />

No. Los pájaros tienen su coto de caza obligatorio.<br />

Los hay que viven en el suelo o en las ramas más<br />

bajas de los árboles, y que encuentran su alimento<br />

debajo de la hojarasca o entre la yerba o en la misma<br />

tierra. A este grupo pertenece, entre otros, el judío<br />

(Crotophaga ani), que frecuenta potreros, conucos,<br />

campos abiertos y ambientes parecidos, y que se<br />

alimenta sobre todo de insectos como esperanzas,<br />

cucarachas, etc.<br />

Otros pájaros andan por el tronco y las ramas<br />

mayores de los árboles persiguiendo larvas y huevos<br />

de insectos que se encuentran en la corteza o<br />

debajo de ella. Uno de estos es el carpintero (Melanerpes<br />

striatus) del cual se ha comprobado que también<br />

come ciertas frutas (naranjas, cacao, cocos)<br />

aunque no tantas como insectos.<br />

Los que viven en la copa de los árboles, como<br />

los pitirres, cazan los insectos que están escondidos<br />

entre las hojas, y muy rara vez bajan a tierra.<br />

Finalmente hay unas pocas especies, como las<br />

golondrinas, el querebebé y los pitanguás que patrullan<br />

el aire de día o de noche para cazar insectos<br />

al vuelo.<br />

La manera de comprobar lo que llevamos dicho<br />

es la siguiente: abrirles el estómago para ver lo que<br />

han comido y la cantidad que han engullido.<br />

Esto aquí se ha hecho con muy pocas especies.<br />

El caso más conocido es el de los carpinteros. Pero<br />

se ha hecho en otros países; con las mismas especies<br />

que viven entre nosotros o con otras afines que son<br />

del mismo género. Ahora me cayó en las manos<br />

un libro cubano de Esther Prat Guerra, Protejamos<br />

las aves, que trae algunos datos que me ha parecido<br />

interesante dar a conocer.<br />

Los petigres, por ejemplo. En Cuba viven tres<br />

especies del mismo género que los nuestros, Tyranus,<br />

pero especies distintas, una de las cuales es el<br />

Tyranus tyranus. Aquí hay dos: Tyranus dominicensis<br />

y Tyranus cuadrifasciatus.<br />

Los insectos de que se alimentan los petigres son<br />

dañinos en su mayoría, principalmente picudos,<br />

escarabajos, muchos grillos y chicharras. El 11 por<br />

ciento de su dieta son fruticas silvestres de matas<br />

que crecen a la orilla del camino, pero no se tienen<br />

informes de que causen daño a las frutas cultivadas.<br />

Uno de los petigres de Cuba es migratorio. Llega<br />

en verano procedente del Sur, para criar. Y de<br />

dicho petigre escribe la autora del libro: «Se creía<br />

que esta especie era destructora de las abejas, pero<br />

154


L A NATURALEZA DOMINICANA • <strong>VARIOS</strong><br />

no es así. Al examinar el contenido de 665 estómagos,<br />

sólo en 22 se encontraron restos de abejas. En<br />

estos había 65 de esos insectos, de los cuales 51 eran<br />

zánganos, 8 obreras y los 2 restantes no pudieron<br />

ser identificados porque estaban muy deshechos».<br />

Los carpinteros golpean el tronco con el recio<br />

pico. Eso ha llevado a creer que hacen daño. Pero<br />

la observación cuidadosa ha comprobado que sólo<br />

rompen la corteza cuando localizan debajo de ella,<br />

al parecer por el sonido, las galerías que hacen en<br />

la madera algunas larvas, a las que sacan para comérselas.<br />

Comen también enormes cantidades de<br />

hormigas, sobre todo de las que en Cuba destruyen<br />

la madera. En el estómago de uno de los carpinteros<br />

cubanos se contaron 5 mil hormigas. Por eso debemos<br />

verlos como protectores de los bosques, ya<br />

que los defienden del ataque de insectos destructivos.<br />

En Cuba hay cinco especies nativas de carpinteros<br />

y una migratoria. Aquí solo dos nativas (Melanerpes<br />

striatus y Nesoctites micromegas) y una migratoria<br />

(Sphyrapicus varius) que por eso se llama,<br />

en lengua del común, carpintero de paso. Los<br />

otros dos son: el carpintero propiamente dicho<br />

(Melanerpes sp.) y el carpintero de sierra.<br />

Nuestro pájaro bobo (Saurothera longirostris)<br />

tiene un hermano en Cuba, Saurothera merlini, muy<br />

dado a comer orugas, pero que a diferencia de los<br />

demás pájaros, prefiere las que son peludas. A tal<br />

punto que esos pelos le recubren el estómago. En<br />

109 estómagos había 1,865 orugas, peludas en su<br />

inmensa mayoría, 93 coleópteros, 69 chinches, 86<br />

arañas, 42 moscas y 242 de los que en Cuba llaman<br />

saltahojas.<br />

Las golondrinas de cueva (Petrochelidon fulva),<br />

reunidas en bandadas se pasan casi todo el tiempo<br />

volando y cazando al vuelo pequeños insectos en<br />

cantidades increíbles. Los estómagos abiertos han<br />

mostrado que comen sobre todo moscas, mosquitos,<br />

hormigas voladoras, etc.<br />

Otro que caza al vuelo es el querebebé. Aquí hay<br />

dos especies: Chordeiles gundlachii y Chordeiles minor,<br />

que es migratorio. Este último llega también a<br />

Cuba, y allá le han encontrado en el estómago más<br />

de 50 insectos distintos, todos perjudiciales para<br />

las plantas de cultivo (grillos, picudos, chinches,<br />

etc.). Casi la cuarta parte de lo que había comido<br />

eran hormigas voladoras. Caza también mariposas<br />

crepusculares y caballitos del diablo, e igualmente<br />

el mosquito transmisor del paludismo.<br />

Y falta poco para que lleguen, en septiembre,<br />

las cigüitas de frío, migratorias, que vienen de América<br />

del Norte. Todas buscan insectos de manera<br />

incansable.<br />

Una de ellas, Mniotilta varia, registra los troncos<br />

de arriba abajo, hasta el suelo, y saca de la corteza<br />

muchos huevos y larvas.<br />

Otra, la bijirita (Setophaga ruticilla), captura al<br />

vuelo en la copa de los árboles, mariposas y otros<br />

insectos.<br />

La cigüita de palma (Dendroica palmarum), que no<br />

es la cigua palmera (Dulus dominicus), anda siempre<br />

por el suelo y coge en las yerbas o saca de la<br />

tierra las larvas de que se alimenta.<br />

Y así de seguido.<br />

Yo creo que lo expuesto hasta aquí es suficiente<br />

para mostrar el enorme beneficio de las aves. Y de<br />

ahí sacar la conclusión de que, para protegerlas, es<br />

necesario reglamentar la cercanía e impedir que con<br />

la destrucción de los bosques y otros ambientes naturales<br />

se las prive de los hábitats en que deben<br />

vivir. (23 jul., 1988, pp. 10-11)<br />

155


FÉLIX SER<strong>VI</strong>O DUCOUDRAY<br />

FOTO: JOSÉ ALBERTO OTTENWALDER<br />

Pitanguá (Caprimulgus cubanensis ekmani). Habita en los bosques y caza insectos al vuelo.<br />

FOTO: JOSÉ ALBERTO OTTENWALDER<br />

Las aves se albergan en los pinares de la montaña.<br />

156


L A NATURALEZA DOMINICANA • <strong>VARIOS</strong><br />

DEL CHACAL <strong>VI</strong>ENEN LOS PERROS …Y DEL HOMBRE<br />

Un día en que iba yo, hace ya algunos años,<br />

con el profesor Marcano por la carretera que<br />

más allá de Azua, en el cruce del Quince, se desvía<br />

hacia San Juan de la Maguana, nos topamos con<br />

un campesino que venía a pie, con una soga de enlazar<br />

en la mano y un perro a su lado. Era uno de<br />

esos que, por encargo del dueño, van a recoger alguna<br />

de sus reses que andan sueltas en el monte o<br />

que le traen noticias de si ya tal o cual vaca había<br />

parido.<br />

Con su perro al lado.<br />

¿Se ha preguntado usted alguna vez cómo empezó<br />

la amistad entre el perro y el hombre<br />

Los primeros seres humanos, millares de años<br />

atrás, millares y millares, tuvieron que vivir sin perros.<br />

Porque entonces no había perros sino que aparecieron<br />

mucho después como resultado de la ayuda<br />

que el hombre primitivo se dio cuenta que podían<br />

prestarle ciertos animales salvajes y del provecho<br />

que estos sacaban de esa colaboración.<br />

El punto es interesante porque el perro fue el<br />

primer animal domesticado por el hombre, en el<br />

período de la antigua Edad de Piedra (Paleolítico),<br />

cuando todavía era cazador.<br />

El hombre domesticó también otros animales:<br />

vacas, chivos, caballos, aves de corral etc. Pero eso<br />

ocurrió más tarde, en el período Neolítico, cuando<br />

dejó de ser cazador y se dedicó al pastoreo de animales<br />

y fundó la ganadería.<br />

El perro es anterior a todo eso.<br />

Su antepasado salvaje es, como se sabe, el chacal<br />

dorado (Canis aureus), no el lobo nórdico de Europa,<br />

como se creyó antes.<br />

Pero las huellas más lejanas del perro (cráneos<br />

y otros huesos del llamado «perro de las turberas»)<br />

han aparecido en Europa, en la región del Báltico,<br />

cuando los hombres vivían en palafitos y en un<br />

tiempo en que ya no había chacales en esos lugares.<br />

La domesticación del chacal debió comenzar,<br />

pues, en otra parte de la Tierra, fuera de Europa, y<br />

el hombre primitivo viajó con ellos (chacales semidomesticados<br />

o perro ya en fase avanzada de domesticación)<br />

al desplazarse hacia el norte y el oeste.<br />

Sólo un conocedor tan profundo del comportamiento<br />

y de la psicología de los animales como el<br />

sabio austríaco Konrad Lorenz, cuyas investigaciones<br />

en ese terreno lo hicieron merecedor del premio<br />

Nobel, podía realmente intentar la reconstrucción<br />

de ese proceso en que ocurrió o pudo haber<br />

ocurrido —así lo dice con modestia— la domesticación<br />

del chacal, ya que no hay ningún dato que<br />

pueda servir de guía.<br />

Lo que sigue es el compendio de dicha reconstrucción.<br />

Los integrantes de la primitiva horda humana<br />

dormían juntos alrededor de una fogata, escoltados<br />

a cierta distancia por los chacales, que comían de<br />

sus sobras. Los aullidos del chacal daban aviso de<br />

la aproximación de alguna fiera. Servían de centinelas.<br />

Pero cuando cualquiera de ellos se acercaba<br />

demasiado a la hoguera, era ahuyentado a<br />

157


FÉLIX SER<strong>VI</strong>O DUCOUDRAY<br />

pedradas (no con flechas porque ello habría sido<br />

despilfarro). Esas pedradas evidenciaban que aquellos<br />

seres primitivos no eran conscientes del servicio<br />

de vigilancia que los chacales les prestaban.<br />

A veces tribus más fuertes los obligaban a abandonar<br />

su territorio de caza. Lorenz imagina una<br />

horda que, en ese trance, marcha por la estepa hacia<br />

occidente, hacia tierra desconocida. Los más empuñan<br />

lanzas con punta de hueso, algunos, arco y<br />

flecha.<br />

«Aunque en lo físico —escribe Lorenz— recuerdan<br />

a los seres humanos de hoy, su comportamiento<br />

tiene algo de animalesco; sus ojos oscuros<br />

se mueven, inquietos y miedosos, como los de una<br />

alimaña huidiza que se sabe acosada. No son hombres<br />

libres, señores de la tierra, sino criaturas débiles<br />

para las que en cada matorral se esconde un peligro,<br />

una amenaza».<br />

La mayor tortura era la falta de tiempo para descansar<br />

y dormir. Iban extenuados. Pronto sería de<br />

noche y aún no habían dado con un sitio apropiado<br />

para acampar, hacer la fogata y asar en ese fuego<br />

el escaso botín de la jornada: los restos de un jabalí<br />

que un tigre, ya harto, había abandonado.<br />

«De repente, como gamos que husmean el aire,<br />

todos levantan la cabeza y la vuelven instintivamente<br />

en la misma dirección; han oído un ruido, un<br />

ruido que sólo puede proceder de una fiera con recursos<br />

suficientes para defenderse, pues las más<br />

débiles han aprendido muy bien a permanecer inmóviles<br />

a la primera señal de peligro. De nuevo se<br />

deja oír el ruido. Sí, es el aullido de un chacal. Como<br />

movida por extraña sensación la horda se detiene y<br />

presta oídos al saludo, que parece llegado de tiempos<br />

mejores y menos azarosos. Entonces el cabecilla<br />

del grupo, un hombre joven de frente despejada,<br />

empieza a hacer algo que los demás no comprenden:<br />

arranca un trozo de carne del jabalí y lo arroja<br />

al suelo. Es probable que el joven caudillo tampoco<br />

sepa por qué lo hace; a buen seguro se trata de<br />

una medida instintiva con la que pretende que los<br />

chacales se acerquen al grupo. Por eso siguió arrojando<br />

trocitos de carne».<br />

Poco después, cuando al fin pudieron sentarse<br />

en torno a una fogata, volvieron a escuchar el aullido<br />

de los chacales, que habían encontrado los trozos<br />

de carne, y que al seguir el rastro se habían<br />

acercado al campamento. Un miembro de la horda,<br />

al darse cuenta del acierto del jefe, se alejó hasta<br />

donde llegaba el resplandor de la fogata y puso<br />

algunos huesos sobre la tierra.<br />

Oigamos a Lorenz:<br />

«Todo un acontecimiento: por primera vez el<br />

hombre daba de comer a un animal que le es útil».<br />

Se había entendido el valor del servicio de vigilancia<br />

de los chacales, y en lo adelante ya no arrojarían<br />

piedras contra ellos.<br />

Pasa el tiempo. Los chacales se han vuelto mansos<br />

y ya no temen al hombre. Grandes manadas<br />

rodean los lugares en que habitan los hombres primitivos<br />

que, por su parte, son ya capaces de cazar<br />

ciervos y caballos salvajes. Los chacales también<br />

han cambiado sus hábitos: antes cazaban de noche<br />

y de día descansaban. Ahora los más robustos y<br />

más inteligentes se han convertido en animales<br />

diurnos que acompañan al hombre en sus cacerías.<br />

Un día la horda hiere con flecha a una yegua<br />

salvaje, preñada, y que por eso y por quedar herida,<br />

no puede correr mucho. La horda encuentra sus<br />

huellas y la persigue.<br />

La debilitada yegua «recurre a una estratagema<br />

antiquísima, innata a su especie: hace una “re-<br />

158


L A NATURALEZA DOMINICANA • <strong>VARIOS</strong><br />

gresión”, esto es, vuelve sobre sus pasos varios kilómetros<br />

y al llegar a un paraje boscoso tuerce con<br />

decisión a la derecha. Con harta frecuencia este<br />

recurso instintivo ha privado al cazador de su presa.<br />

También ahora los cazadores se detienen perplejos<br />

allí donde, sobre el duro terreno de la estepa,<br />

parecen terminar las huellas».<br />

El chacal sigue al hombre, no a la presa. Y a prudente<br />

distancia. Sus instintos no lo han preparado<br />

para seguir las huellas de animales como una yegua<br />

salvaje a los que no podría alcanzar ni matar.<br />

Pero estos chacales que van tras la horda se han<br />

acostumbrado a devorar trozos de animales grandes<br />

cazados por el hombre. Por este motivo —indica<br />

Lorenz— aquel olor ha terminado por cobrar<br />

para ellos un significado nuevo y muy particular:<br />

los chacales han establecido una rígida conexión<br />

mental entre el fuerte olor a sangre y la perspectiva<br />

inminente de una presa.<br />

El rastro de ese olor (la sangre de la yegua herida)<br />

es el que van siguiendo los chacales. Los cazadores<br />

no: ellos siguen las huellas de las patas de la yegua.<br />

Por eso son los chacales los que primero advierten,<br />

al llegar al punto, que la yegua ha cambiado la<br />

dirección y la siguen.<br />

Cuando los cazadores ven que la yegua se ha<br />

devuelto hacen lo mismo que ella y al llegar al lugar<br />

en que se había desviado oyen los aullidos de los<br />

chacales y descubren las huellas de la jauría en la<br />

yerba de la estepa.<br />

De este modo —dicho por Lorenz— queda establecido,<br />

por primera vez, el orden en que el hombre<br />

y el perro persiguen la presa: primero el perro,<br />

después el cazador.<br />

Los chacales alcanzan a la yegua antes que los<br />

cazadores y empiezan a acosarla en círculo.<br />

Démosle de nuevo la palabra a Lorenz: «Cuando<br />

los perros acosan a un animal salvaje más corpulento,<br />

está claro que desempeña una función especial<br />

el siguiente mecanismo psicológico: el animal<br />

perseguido —sea ciervo, oso o jabalí—, que huye<br />

del hombre pero que sin duda alguna estaría dispuesto<br />

a presentar batalla al perro, olvida a su enemigo<br />

más peligroso, llevado de la rabia que le produce<br />

verse acosado por un enemigo pequeño y atrevido.<br />

El cansado caballo salvaje, que sólo conoce<br />

al chacal como perro, ladrador y cobarde, se apresta,<br />

enfurecido, a la defensa, y trata de golpear con<br />

una pata delantera a todo aquel que osa acercarse<br />

demasiado. Resoplando con fuerza, empieza a girar<br />

en redondo pero no reanuda la huida».<br />

Eso da tiempo a que los cazadores lleguen, guiados<br />

por los aullidos de los chacales, y cerquen la<br />

presa. Cuando ésta cae atravesada por una lanza,<br />

la hembra, que guía la manada de chacales hunde<br />

con saña sus dientes en el cuello de la víctima y sólo<br />

la suelta y se retira hacia atrás cuando el jefe de<br />

la horda se inclina sobre la bestia muerta.<br />

El jefe de la horda abre el vientre de la yegua,<br />

corta un pedazo de intestino «y, sin mirar al chacal<br />

(en un gesto de suprema astucia instintiva) se lo<br />

lanza» a un lado, cerca de la bestia. Pero el chacal<br />

sí ve lo que hace el cazador.<br />

Oigamos a Lorenz narrar esta escena histórica:<br />

«La hembra de pelo grisáceo se aparta asustada,<br />

pero como el hombre no hace ningún movimiento<br />

amenazador y antes bien lanza uno de aquellos rugidos<br />

amistosos que los chacales conocen de sobra<br />

por haberlos oído mil veces en torno a la hoguera<br />

del campamento, se abalanza con avidez sobre el<br />

trozo de tripa. Luego, mientras se aleja, mueve la<br />

cola con rápidos y cortos impulsos laterales, al<br />

159


FÉLIX SER<strong>VI</strong>O DUCOUDRAY<br />

tiempo que va engullendo la presa que atenaza con<br />

los dientes y echa furtivas miradas al hombre. Por<br />

primera vez un chacal ha movido la cola en señal<br />

de agradecimiento a un ser humano; con ello se daba<br />

un paso más hacia la aparición del perro doméstico».<br />

Cuando el hombre, muchos siglos después (en<br />

la fase de transición del Paleolítico al Neolítico) empezó<br />

a construir viviendas, las primeras de las cuales<br />

fueron los palafitos, puestas, por mayor seguridad,<br />

en lagos, ríos e incluso en el mar como se hizo<br />

en la región del Báltico, ya el perro era un animal<br />

doméstico, el pequeño «perro de las turberas».<br />

Y esto se explica. Cuando el hombre construyó<br />

su hábitat sobre estacas clavadas en el agua y construyó<br />

asimismo piraguas, cambiaron las relaciones<br />

entre él y los chacales semidomesticados que<br />

lo seguían. Los chacales ya no podían rodear el hábitat<br />

humano. Pero como el hombre no podía prescindir<br />

de la ayuda del chacal en una actividad como<br />

la caza, de la cual dependía su subsistencia, es lógico<br />

imaginar que decidiera llevárselo con él a su<br />

palafito.<br />

Otra suposición lógica: que escogiera para eso<br />

a los ejemplares de mayor mansedumbre. Quizás<br />

todavía no domesticados por completo, pero que<br />

fueran, además, excelentes cazadores y por ello de<br />

gran valor para él. Así los convirtió en «animales<br />

domésticos» en el verdadero sentido de la palabra,<br />

esto es, animales de su casa.<br />

En esa situación, el menor espacio en que se alojaban<br />

los perros y el menor número de ellos favoreció<br />

la endogamia (cruces entre perros «parientes»)<br />

y, en consecuencia, el predominio de aquellas<br />

mutaciones hereditarias más deseadas y que<br />

dieron origen al perro doméstico que conocemos.<br />

Los perros en que se manifestaban las mutaciones<br />

indeseadas eran desechados, excluidos de los cruces<br />

hogareños.<br />

Dos hechos avalan esta hipótesis:<br />

«a) En primer lugar el perro de las turberas, de<br />

cráneo más redondeado y hocico más romo, es sin<br />

duda una variante domesticada del chacal dorado;<br />

b) En segundo lugar, sólo entre los restos de palafitos<br />

se han encontrado huesos de este tipo, de<br />

estos perros».<br />

Y añade: «Los perros de los hombres que vivían<br />

en palafitos tenían que estar bastante domesticados<br />

como para poder subir a una piragua o atravesar a<br />

nado las aguas que separaban el hábitat humano<br />

de la orilla y trepar luego por una pasarela. Un perro<br />

paria o semisalvaje (de esos que merodean alrededor<br />

de ciertos poblados) nunca se arriesgaría a<br />

hacer una cosa así. Yo mismo tengo que hacer un<br />

auténtico derroche de paciencia para conseguir que<br />

un cachorro criado por mí suba a mi canoa o salte<br />

al estribo de un tren».<br />

Finalmente el hombre acaba por darse cuenta de<br />

que el perro domesticado y buen cazador que vive<br />

en su casa es mucho más útil que los chacales semisalvajes<br />

que todavía merodean por los contornos,<br />

frente al poblado de palafitos.<br />

Esos chacales siguen temiéndole al cazador y se<br />

dan a la fuga cuando debieran frenar y acosar a la<br />

presa, frente a la cual el perro doméstico es más valiente<br />

y decidido, pues viviendo al amparo del hombre<br />

no ha padecido experiencias dolorosas frente a<br />

depredadores de gran corpulencia. Por tal razón el<br />

perro se convierte en favorito del cazador, comparado<br />

con los chacales semi-salvajes de que proviene.<br />

Y el hombre se queda con él.<br />

(6 ago., 1988, pp. 10-11)<br />

160


L A NATURALEZA DOMINICANA • <strong>VARIOS</strong><br />

SIN INSECTOS NO HABRÍA TRINOS EN LOS BOSQUES<br />

El fin de semana pasado salió en la televisión<br />

por un costado novedoso el tema de la búsqueda<br />

de autorización para talar pinos: el alegato<br />

fue esta vez, que los pinos se hallaban atacados por<br />

insectos. Así se consiguió el permiso.<br />

Pero como esto podría dar pie para otros muchos<br />

desmontes, yo quisiera decir algunas cosas.<br />

Se había denunciado desde Jarabacoa que una<br />

señora, propietaria de finca, estaba desmontando<br />

ilegalmente un bosque de pinos. Y lo que salió en<br />

la televisión fue el desmentido: esa señora había<br />

sido autorizada a hacer eso por tratarse de pinos<br />

con ataque de insectos. Dicho por la dirección de<br />

Foresta y por la dirección de la Comisión Técnica<br />

Forestal, que acudieron al programa de televisión<br />

para explicar por qué autorizaron que se cortaran<br />

los pinos.<br />

Sonó la palabra «técnicos», al decirse que fueron<br />

los de esas dos entidades oficiales quienes examinaron<br />

los pinos, comprobaron el ataque de los<br />

insectos y recomendaron que se aprobara el corte<br />

de los pinos dañados.<br />

«Técnicos»: ¿Fitopatólogos ¿Entomólogos forestales<br />

Son pocos en nuestro país, y a mí me quedó<br />

dando vueltas en la cabeza la pregunta de si<br />

alguno de ellos trabaja en la Dirección de Foresta o<br />

en la Comisión Técnica Forestal. Porque los técnicos<br />

en general, sin especificar la especialidad, pueden<br />

ser otra cosa.<br />

Sonó también el nombre del insecto: Ips calligraphus,<br />

al cual le viene el nombre de la remota<br />

semejanza que tiene con la caligrafía el trazo que<br />

deja su daño debajo de la corteza. E incluso en la<br />

pantalla de la televisión fueron mostrados ejemplares<br />

del insecto en los pedazos de corteza de pinos<br />

que se llevaron al programa: un gusanito blanco<br />

y gordito que no se parecía, por el tamaño, al<br />

Ips calligraphus.<br />

Yo me acordé de que años atrás, al hablar con el<br />

profesor Marcano acerca de estos bichitos, él, para;<br />

darme una idea de lo pequeños que son, me decía:<br />

—Imagínate un granito de arroz partido en tres.<br />

Cada pedacito sería un Ips calligraphus. Ese es, poco<br />

más o menos, el tamaño.<br />

Estos de la televisión, de mayor largo y volumen,<br />

más parecían larvas de cerambícidos que otra cosa.<br />

Pero ése no es el punto. Los cerambícidos son<br />

también insectos en los cuales tiene puestos los ojos<br />

la entomología forestal porque andan debajo de la<br />

corteza aunque sin llegar, como tampoco llega el<br />

Ips calligraphus, a la madera propiamente dicha.<br />

Ambos «trabajan» entre la parte interior de la corteza<br />

y el líber. De modo, pues, que cualquiera de<br />

los dos que haya sido, esos pinos lo tenían. Incluso<br />

es probable que aunque no se viera en la televisión,<br />

el Ips calligraphus estuviera allí presente y aun otros<br />

insectos.<br />

Pero ése no es el punto, lo repito, sino éste:<br />

¿Bosques sin insectos ¿Dónde, en cuál lugar del<br />

mundo<br />

Por eso dije que el alegato se presta para conseguir<br />

muchas autorizaciones de desmonte, lo cual,<br />

161


FÉLIX SER<strong>VI</strong>O DUCOUDRAY<br />

en un país como el nuestro al que ya casi no le quedan<br />

bosques, debe evitarse a toda costa.<br />

Lo natural es que los insectos vivan en los bosques,<br />

y que la mayoría de ellos se alimenten de las<br />

plantas: de las hojas, de las flores, de los brotes, de<br />

la savia y también, desde luego, de la madera.<br />

Cada insecto llega al mundo con su dieta prescrita.<br />

Tienen libreto, como las óperas, y no pueden<br />

hacer otra cosa que atenerse al tal libreto.<br />

Andar por el monte y toparse a cada paso con las<br />

troneras que dejan los insectos en las hojas de que<br />

han comido, o con el borde cortado, es el pan de<br />

cada día. Yo he visto yagrumos, por ejemplo, con<br />

varias de sus hojas totalmente acribilladas, a pesar<br />

de lo cual siguen viviendo. Y así mismo se ven las<br />

huellas que dejan, después de haber comido, aquellos<br />

otros insectos a los cuales la naturaleza les prescribió<br />

este menú: madera.<br />

Y no sólo por comer: hay otros a los que les manda<br />

perforar la madera para anidar en ella.<br />

Del mismo modo que al carpintero y a otras aves<br />

les pone el pico necesario para que allí los busquen,<br />

agujereando, y se alimenten de ellos.<br />

La naturaleza es una red intrincada de interdependencias.<br />

Y en ella hasta los turnos de los insectos<br />

están preestablecidos para llegar a la mesa y<br />

sentarse a comer de la comida que tienen asignada.<br />

Los insectos escolítidos, que es el grupo a que<br />

pertenecen los ya mentados Ips calligraphus que<br />

originan estas líneas, y que también se llaman Ips<br />

interstitialis, se caracterizan como plagas secundarias<br />

típicas. Esto es, que no son causantes del<br />

daño inicial. Siempre los precede el debilitamiento<br />

de los árboles ya sea por otra plaga o por desgarramiento,<br />

incendio, sequía, etc. El Ips calligraphus,<br />

pues, no ataca árboles sanos y vigorosos, que tienen<br />

frente a él la protección de las resinas que segregan.<br />

Esto indica que la naturaleza ejerce su propio<br />

método de raleo, por selección natural, en que los<br />

Ips calligraphus operan, cuando intervienen insectos,<br />

como uno de los iniciadores del proceso. Y digo<br />

«cuando intervienen insectos», porque otras veces,<br />

por ejemplo, son ciclones. El huracán David, pongamos<br />

por caso, no tumbó todos los árboles sino los<br />

menos resistentes al embate del viento. Los otros<br />

los dejó en pie, y ya casi ni se nota que ese ciclón pasó<br />

por esta isla.<br />

El trabajo prosigue con otros insectos, según el<br />

turno que corresponde a cada uno.<br />

Tras los Ips vienen las larvas de los cerambícidos,<br />

que operan también debajo de la corteza sin<br />

perforar la madera, y sólo después llegan insectos<br />

como los del género Xyleborus, que sí la taladran<br />

aunque sin entrar mucho.<br />

El insecto que aquí más se ha visto hacerle agujeros<br />

profundos a la madera viva es el Apate monacho,<br />

pero éste no va al pino sino a otras plantas como<br />

el café.<br />

Arriban más tarde los que se alimentan de madera<br />

muerta, como el catarrón y algunos bupréstidos.<br />

Y finalmente los hongos y bacterias que rematan<br />

la tarea de descomponer la materia orgánica<br />

de las plantas en sus elementos minerales más simples<br />

para devolvérselos al suelo de que las raíces<br />

los habían sacado y así pueda recomenzar el ciclo<br />

al pasar a una nueva generación de plantas y el bosque<br />

siga existiendo.<br />

Pero no sin insectos, que son parte integrante del<br />

equilibrio natural que se alcanza entre los diversos<br />

componentes de los ecosistemas, y en los cuales rige<br />

la ley de vivir y dejar vivir.<br />

162


L A NATURALEZA DOMINICANA • <strong>VARIOS</strong><br />

Viven las plantas pero también los insectos que<br />

se alimentan de ellas. Viven los insectos pero también<br />

las aves o los lagartos que comen insectos. Y<br />

así de seguido. Hasta que cada quien muera y vuelva<br />

a convertirse en polvo para recomenzar de nuevo.<br />

De ahí que hablar de «ataque» o de «daño» cuando<br />

un insecto come lo que tiene prescrito, no me<br />

parece enfoque ecológico o científico del problema,<br />

sino enfoque de dueño de plantación, del que<br />

siembra para hacer negocio, que no es precisamente<br />

el caso de que hablamos, ni el caso de la ciencia.<br />

Por eso la palabra «manejo», que sonó también<br />

en el programa de televisión («manejo del bosque»),<br />

no me parece que venga muy al caso. Y menos<br />

en un país como el nuestro que ha sido casi totalmente<br />

desmontado. Aquí los pocos bosques que<br />

aún quedan hay que dejarlos a su ley natural, sobre<br />

todo los de las cuencas de ríos, e intervenir en ellos,<br />

cuando ése sea el asunto, más en faenas de repoblación<br />

que de raleo. Porque la naturaleza no se<br />

hace daño a sí misma. Y dejar el «manejo» más bien<br />

para pinares que hayan sido sembrados y estén en<br />

plantaciones que sean obra del hombre.<br />

Sobre todo por este achaque nuestro: que aquí<br />

se autorizan cortes limitados, y quien recibe la autorización<br />

va más allá y corta lo que le permitieron<br />

cortar y lo que no le han permitido. Sin que los servicios<br />

de foresta cuenten con personal suficiente<br />

como para montar la vigilancia necesaria, permanente,<br />

que evite los desmanes.<br />

Y ahora finalmente abordamos el problema por<br />

otro costado.<br />

¿Desde cuándo ha venido este insecto, el Ips<br />

calligraphus, comiendo de los pinos<br />

Que yo sepa, la primera noticia que dio cuenta<br />

de su presencia en el país data de 1933. Después,<br />

en el 1958, se le reconoció en un aserradero de La<br />

Culata. En el 62 apareció en otro aserradero; y poco<br />

más o menos en 1968 fue encontrado por San José<br />

de Las Matas, en Los Montones y en Rincón de Piedra.<br />

Pero ni por asomo se le ocurre a usted pensar<br />

que su aparición sea de medio siglo atrás, ni en todo<br />

caso del siglo XIX. Están aquí desde hace millones<br />

de años. Desde que hay pinares en nuestras<br />

montañas. Y su «ataque» no impidió que estos hayan<br />

vivido lozanamente.<br />

Con ellos pasa algo parecido que con esos parásitos<br />

vegetales de los pinares, llamados «condes»<br />

por los campesinos y que son plantas de las familias<br />

de las Lorantáceas. Chupan la savia de algunos<br />

pinos. Pero aun esos crecen como si nada. Y en todo<br />

caso el pinar sigue brioso.<br />

La naturaleza buscó y logró el acotejo de los pinos<br />

con esos parásitos, equilibró a unos con otros de<br />

acuerdo con la ya mentada ley de vivir y dejar vivir.<br />

Años atrás se formó aquí gran alboroto a propósito<br />

de los «condes» y del Ips calligraphus, y se metió<br />

alarma y susto diciendo que estaban amenazados<br />

nuestros pinares. Hasta que gente más sensata puso<br />

las cosas en orden y en sosiego al demostrar que el<br />

Ips y las lorantáceas eran casos de convivencia bien<br />

lograda con los pinos y que nada iba a pasar como<br />

no pasó en efecto.<br />

De todos modos lo que no acaba uno de entender<br />

es que si tanta alarma provocó ahora en los técnicos<br />

de la Dirección de Foresta y en los de la Comisión<br />

Técnica Forestal la presencia del insecto en<br />

los pinos de la finca de marras, no se haya ordenado<br />

que los árboles fueran incinerados, que sería la<br />

manera de acabar con la plaga, y se haya autorizado,<br />

en cambio, llevarlos a los aserraderos de la<br />

163


FÉLIX SER<strong>VI</strong>O DUCOUDRAY<br />

Dirección de Foresta para hacer con la madera una<br />

escuela piadosa.<br />

¿No es ésta la prueba de que el insecto no daña<br />

realmente la madera, contrariamente a lo que se<br />

dijo en el programa de televisión<br />

Dato final tomado del libro Protección contra las<br />

plagas forestales de Cuba, de Richard Hochnut y Diego<br />

Milán Manso: en ese país, donde vive el insecto<br />

lo mismo que en el resto de las islas del Caribe y<br />

en América del Norte y América Central, «no se han<br />

producido ataques con carácter de calamidad».<br />

Como en el caso nuestro.<br />

La verdadera calamidad entre nosotros ha sido<br />

el hombre, que desmonta con el hacha o que provoca<br />

incendios en los bosques, y que hasta sabe valerse<br />

de los insectos para que los cortes que perpetra<br />

estén autorizados.<br />

¡Válgame Dios!<br />

(27 ago., 1988, pp. 10-11)<br />

Pinar de Valle Nuevo. (Recuadro) Estampa del Ips calligraphus [reproducida por Félix Servio Ducoudray].<br />

164


L A NATURALEZA DOMINICANA • <strong>VARIOS</strong><br />

COMO A TI EL OLOR LE ABRE EL APETITO AL INSECTO<br />

En la excursión de investigación científica efectuada<br />

el 23 de agosto de 1988 para llegar al<br />

Sur azuano, acompañé a Marcano y a Abraham<br />

Abud. Pero antes de Azua, al salir de Baní, apenas<br />

pasados uno o dos de sus puentes tendidos sobre<br />

lecho seco, nos detuvimos para que yo retratara<br />

una crianza de chivos y ovejas a más del paisaje<br />

con la cordillera al fondo.<br />

Mientras yo estaba en eso, Marcano y Bambán<br />

se les acercaron a las matas de algodón de seda<br />

(Calotropis procera) y me llamaron para que viera.<br />

Habían encontrado en el envés de algunas de<br />

sus hojas muchos áfidos de la especie Aphis asclepiadae,<br />

de color amarillo.<br />

—Así tan amarillos —quien me habla es Bambán—<br />

sólo hay dos especies de áfidos en el país.<br />

La otra, de color un tanto más pálido, es Sipha flava,<br />

que ataca la caña.<br />

Estos insectos chupan la savia de las hojas e<br />

impiden con ello que el follaje se desarrolle normalmente.<br />

Los de la especie Aphis asclepiadae que se encontraron<br />

en las hojas del algodón de seda, andan casi<br />

siempre en plantas de la familia de las Asclepiadáceas,<br />

por lo cual han recibido su nombre,<br />

aunque también se alimenten de plantas Apocináceas,<br />

como la adelfa (Nerium oleander), sobre la<br />

cual no es raro encontrarlos.<br />

Y como esa es la comida de estos áfidos, la madre<br />

pone los huevos en las hojas de plantas que<br />

pertenezcan a cualquiera de esas dos familias.<br />

De lo contrario su descendencia no tendría de<br />

qué alimentarse. Porque todo ese proceso de ingerir<br />

la comida está regido por reacciones instintivas<br />

ante diversos estímulos químicos.<br />

Por ejemplo, el caso del gusano de seda, que se<br />

alimenta de una sola planta, la morera, y no puede<br />

hacerlo en otra aunque sea de la misma familia de<br />

la morera (Moraceae), a diferencia de los áfidos ya<br />

mencionados, que sí pueden.<br />

El olor de las hojas de la morera atrae a corta<br />

distancia las orugas. Ese olor proviene de diversas<br />

sustancias: el citral, el hexenol y el linolol. Ya sobre<br />

la hoja, el gusano de seda la muerde movido por<br />

otros estímulos de sustancias químicas que también<br />

se hallan en dichas hojas: ciertos esteroles (uno de<br />

ellos el sitosterol) y alcoholes de cadena larga. Estas<br />

sustancias que inducen la aprehensión del alimento<br />

son llamadas fagoestimulantes. Pero aún hay otras<br />

en la hoja de la morera que provocan la reacción<br />

de que el gusano de seda se trague lo que tiene en<br />

la boca y siga alimentándose, entre ellas diversos<br />

azúcares (sacarosa, rafinosa) y además el inositol<br />

o el ácido ascórbico.<br />

De todo eso necesita el gusano de seda para que<br />

sus instintos de alimentación funcionen. Porque<br />

el gusano de seda no piensa.<br />

Si el insecto madre se equivocara y pusiera sus<br />

huevos en otra planta, las orugas morirían de hambre.<br />

Por eso la mariposa de la col, Pieris brassicae, deja<br />

los huevos en esa planta, ya que sus larvas se sien-<br />

165


FÉLIX SER<strong>VI</strong>O DUCOUDRAY<br />

ten atraídas por la esencia de mostaza que produce<br />

el repollo.<br />

Se puede asegurar, aunque aquí no se haya estudiado<br />

el caso, que esa misma es la causa de que la<br />

mariposa nocturna Erynnis ello, ponga siempre los<br />

huevos en la yuca, ya sea de plantación o cimarrona,<br />

por lo que se le llama en lengua del común mariposa<br />

de la yuca. El famoso «gusano» de la yuca,<br />

que tantos estragos causa en ese cultivo, no es otra<br />

cosa que la larva de dicha mariposa.<br />

Esta es también la causa de que la Pseudosphenix<br />

tetrio, que se cuenta entre las mariposas nocturnas<br />

de mayor tamaño, ponga sus huevos en plantas<br />

del género Plumeria, que es el género de los alhelíes.<br />

De sus huevos sale esa larva grande, de color negro<br />

y amarillo con la cabeza roja, comúnmente llamada<br />

«gusano del alhelí».<br />

Y ahora regresemos al algodón de seda del inicio.<br />

En sus hojas llenas de áfidos, se encontraron<br />

también larvas de diversas mariquitas, una de ellas<br />

la Cycloneda sanguinea.<br />

Estos insectos son depredadores de áfidos, se<br />

alimentan de ellos, y estaban allí como convidados<br />

a un banquete, lo cual se dice por los muchos áfidos<br />

que había.<br />

Al contemplar la escena se me ocurrió pensar:<br />

éste no es el caso de los insectos que se alimentan<br />

de plantas (fitófagos), en que la madre sabe poner<br />

los huevos donde la larva encontrará seguro su alimento.<br />

¿Cómo puede saber la madre de las mariquitas,<br />

para dejar sus huevos, en cuál de las hojas<br />

de la planta estarán los áfidos, y más cuando hay<br />

plantas de ésas (asclepiadáceas o apocináceas) sin<br />

ataque de áfidos Sobre todo si se tiene cuenta que<br />

las mariquitas son depredadoras de todos los<br />

áfidos, incluidos los que se alimentan de plantas<br />

de otras familias, como la ya mentada Sipha flava<br />

de la caña.<br />

Se lo pregunté a Marcano, que me explicó:<br />

—Las mariquitas hembras ponen los huevos en<br />

las hojas que ya tienen áfidos. De eso se guían para<br />

asegurar la alimentación de la descendencia.<br />

Digamos además lo siguiente antes de continuar:<br />

de los áfidos sólo vuelan las hembras. Porque volando<br />

pueden ir a buscar nuevas plantas de las familias<br />

pertinentes para dejar sus huevos en las hojas.<br />

Ahora bien: en la naturaleza se da también el<br />

caso de cambio de dieta y adaptación a otro huésped,<br />

lo que no constituye rareza entre los insectos<br />

fitófagos que se habían venido alimentando de<br />

plantas que no son las que ahora los sustentan.<br />

En Europa, la vid en estado silvestre tenía pocos<br />

insectos que se alimentaban de ella. Pero en la actualidad,<br />

cuando ha pasado a ser planta de cultivo,<br />

se ve atacada por insectos que antes se alimentaban<br />

de plantas del género Epilobium, del género<br />

Galium y otras más.<br />

La adaptación tras el cambio de dieta puede llegar<br />

a ser tan completa, que se forman razas biológicas<br />

monófagas, que ya sólo comen de su nuevo<br />

huésped y de ninguna otra planta, ni siquiera de<br />

las que se alimentaban antes.<br />

Esto ha pasado en Europa con la Haltica lythri,<br />

que encontraba su comida en plantas de las familias<br />

Litráceas y Onoteráceas, y que actualmente ha desarrollado<br />

la subespecie ampelophaga, que sólo se<br />

alimenta de la vid, que es de la familia de las Vitáceas.<br />

En nuestro país hay almiras, resedás y reinas<br />

del jardín, pertenecientes a la familia de las Litráceas,<br />

que son plantas cultivadas, traídas de fuera.<br />

Pero además las hay también silvestres, de aquí:<br />

166


L A NATURALEZA DOMINICANA • <strong>VARIOS</strong><br />

23 especies distintas en los montes, de las cuales<br />

10 son endémicas, esto es, que no se hallan en<br />

ninguna otra parte del mundo.<br />

Litráceas de nuestros montes son, por ejemplo,<br />

las plantas del género Cuphea, que tienen aquí 9<br />

especies distintas, 5 de las cuales son endémicas.<br />

Una de ellas es la Cuphea ekmanii, nombre que lleva<br />

por Ekman, el explorador botánico que vino de<br />

Suecia a estudiar la flora de Cuba y de la Hispaniola.<br />

Con nuestra Haltica ampelophaga ocurrió exactamente<br />

como en Europa: de alimentarse inicialmente<br />

no sólo de onoteráceas sino también de litráceas<br />

silvestres, pasó a alimentarse únicamente de<br />

la vid que se cultiva en Neiba o del bejuco caro,<br />

Cissus sicyoides (de la misma familia que la uva)<br />

cuando a ésta le faltan hojas nuevas y flores.<br />

De paso diré ahora que de las onoteráceas que<br />

se dan en nuestro país (aparte de las del género<br />

Epilobium y de algunas de las llamadas yerbas de<br />

jicotea) otras son las del género Fucsia de nuestras<br />

montañas, de rojísima flor una de ellas. Y que la mayoría<br />

de onoteráceas y litráceas de aquí son yerbitas,<br />

salvo casos como las del género Fucsia, que<br />

son arbustos, plantas silvestres de las cuales se<br />

alimentan nuestros insectos del género Haltica.<br />

Cuando en Neiba y sus alrededores empezó a cultivarse<br />

la uva, los insectos del género Haltica, que<br />

antes vivían en plantas silvestres de la familia de<br />

las Onoteráceas, se pasaron entonces a la vid.<br />

Nuestra Haltica ampelophaga, que se ha adaptado<br />

a la vid y vive de ella comiéndole hojas y flores,<br />

cuando esta planta pierde el follaje, se pasa al bejuco<br />

caro, y sólo regresa a la vid cuando a ésta le retoñan<br />

sus hojas y flores. O sea que ya no van a las onoteráceas.<br />

De aquí deben sacar una lección los agricultores<br />

sureños que cultivan la uva: no dejar que crezca<br />

el bejuco caro, porque ese bejuco es el criadero silvestre<br />

de los insectos que después hacen daño<br />

a sus viñedos.<br />

Y otra vez de regreso al algodón de seda.<br />

En la hoja de uno de ellos encontró Bambán una<br />

larva de la mariposa monarca (Danaus plexippus),<br />

exactamente la misma que lleva a cabo largas migraciones<br />

desde la parte septentrional de América<br />

del Norte, hasta México, que geográficamente es el<br />

sur de esa América.<br />

Era una larva todavía pequeña —me explicó<br />

Bambán—, en la segunda o tercera fase (instar) de<br />

su desarrollo. Cuando son ya larvas hechas y derechas<br />

resultan muy voraces y acaban totalmente con<br />

las hojas de que se alimentan.<br />

En esta mariposa, la concentración de glicósidos<br />

vegetales procedentes de las plantas que comen,<br />

le da protección contra sus depredadores.<br />

Sus orugas a veces crecen sobre la col, que es<br />

planta crucífera, pero en este caso las aves se las comen.<br />

En cambio, cuando se alimentan de Asclepias<br />

curassavica, que contiene cardenólidos, hacen vomitar<br />

a las aves que se las comen y éstas muy pronto<br />

aprenden por experiencia a evitar ese bocado.<br />

La Asclepias curassavica es una asclepiadácea,<br />

como el algodón de seda, y es muy posible que esta<br />

larva de Danaus encontrada en sus hojas también<br />

reciba de ella protección química al alimentarse.<br />

Pero creo que por hoy ya han sido suficientes<br />

los secretos de la naturaleza revelados.<br />

(10 sep., 1988, pp. 10–11)<br />

167


FÉLIX SER<strong>VI</strong>O DUCOUDRAY<br />

Lomas de desmontes en el ramal<br />

sureño de la cordillera Central,<br />

vistas desde Baní.<br />

(Recuadro)<br />

Oruga de la mariposa monarca<br />

(Danaus plexippus), que ya se fijó<br />

en una rama para pasar al<br />

estado de pupa.<br />

(Foto izq.) Envés de una hoja<br />

de algodón de seda (Calotropis<br />

procera), llena de áfidos de la<br />

especie Aphis asclepiadae.<br />

(Foto der.) Varias especies de<br />

mariquitas, depredadoras de<br />

áfidos, alimentándose de ellos<br />

en una hoja de algodón de seda.<br />

168


L A NATURALEZA DOMINICANA • <strong>VARIOS</strong><br />

LA HORMIGA USA PERFUMES COMO SEÑAL DE TRÁNSITO<br />

De la dieta que trae prescrita cada insecto<br />

hablábamos en el artículo del 10 de septiembre<br />

último.<br />

Y a propósito de ello, hablaremos hoy de otros<br />

secretos de su alimentación y la de otras especies.<br />

Lo primero, para seguir el hilo de lo que veníamos<br />

diciendo, sería responder a la siguiente pregunta:<br />

¿Cuál podría ser la causa de los cambios de<br />

dieta en los insectos<br />

La hipótesis que parece más lógica empieza<br />

por señalar que los diferentes tipos de asociaciones<br />

entre insectos y plantas hospedantes pueden considerarse<br />

como consecuencia de la interacción que<br />

se establece entre esos dos sistemas (plantas e insectos)<br />

que evolucionan independientemente uno del<br />

otro, cada uno por su lado. Dicha hipótesis parte<br />

además de que el valor nutritivo de la planta hospedante<br />

no es lo que determina que el insecto la<br />

escoja para alimentarse.<br />

¿Y entonces Es que hay cambios en el aparato<br />

sensorial de los insectos, por un lado, y, por el otro,<br />

cambios en la estructura química de las plantas; los<br />

cuales ocurren al azar, por mutación.<br />

Cuando sobreviene una de estas mutaciones en<br />

el sistema sensorial del insecto, pongamos por caso<br />

cualquier sustancia química que esté presente en<br />

una determinada especie vegetal que antes no le<br />

llamaba la atención, puede empezar a resultarle<br />

atractiva, fagoestimulante, y entonces la planta será<br />

comida; y por el contrario, si la sustancia que<br />

antes lo atraía empieza a producirle repulsión o<br />

deja de estar en la planta, la especie vegetal que<br />

antes utilizaba para alimentarse será entonces<br />

despreciada por el insecto.<br />

Algo de eso debe de haber ocurrido en el sistema<br />

sensorial de la Haltica ampelophaga, que empezó a<br />

sentir repulsión (o a no ser atraída) por las onoteráceas<br />

y litráceas, y halló en la vid lo que después<br />

de la mutación resultó apetitoso.<br />

La dieta influye en la velocidad del crecimiento.<br />

Y así las larvas xilófagas (que comen madera) de<br />

los insectos coleópteros de familia de los Cerambícidos,<br />

tardan un año en desarrollarse cuando se<br />

alimentan de la albura y el líber, ricos en almidón<br />

y azúcares solubles; pero se dilatan varios años en<br />

el corazón de la madera, que es pobre en hidratos<br />

de carbono fácilmente hidrolizables. En los del<br />

género Lyctus se ha observado (Parkin, 1930) que el<br />

crecimiento de las larvas sólo se lleva a cabo en<br />

maderas que son ricas en almidón, único glúcido<br />

que este insecto puede asimilar. Si se elimina el<br />

almidón (hirviendo la madera) mueren casi todas<br />

las larvas.<br />

La necesidad de un alimento determinado es lo<br />

que determina que en los bosques de coníferas las<br />

lombrices de tierra no consigan adaptarse al manto<br />

de las hojas aciculares de esas plantas que caen al<br />

suelo. Necesitan hojas de especies caducifolias, según<br />

lo constatado por Bachelier en sus trabajos<br />

de 1963.<br />

Un caso diferente del cambio de alimentación es<br />

el de las dietas diversas prescritas para diferentes<br />

169


FÉLIX SER<strong>VI</strong>O DUCOUDRAY<br />

períodos del año. Como pasa, por ejemplo, con el<br />

zorro americano, Vulpus fulva, que en verano y<br />

otoño se alimenta mayormente de frutos e insectos,<br />

y de todo lo que come, sólo la cuarta parte corresponde<br />

a los vertebrados pequeños. Pero en invierno<br />

y en primavera es un devorador feroz de toda<br />

clase de roedores.<br />

El régimen alimenticio varía también en las<br />

diversas etapas de la vida. Los himenópteros parásitos,<br />

cuando todavía son larvas, utilizan más a menudo<br />

que los adultos el néctar de las flores.<br />

También hay casos en que las hembras y machos<br />

llevan dietas diferentes. En los sargos del mar<br />

de Azov las hembras se nutren principalmente del<br />

crustáceo Hyspaniola kowalevski, y los machos del<br />

poliqueto Nereis succinea.<br />

Entre los miembros de cualquier comunidad natural<br />

circulan, provenientes de lo que comen,<br />

sustancias que no tienen valor alimenticio, pero que<br />

trasmiten cierto tipo de información. Son las ecomonas,<br />

que cuando trasmiten la información a<br />

individuos de especies distintas, se llaman alomonas,<br />

y cuando se la comunican a los de la misma<br />

especie, feromonas.<br />

De estas últimas las feromonas sexuales son las<br />

más mencionadas. Desempeñan el papel de atracción<br />

y permiten la aproximación de sexos (o gametos<br />

en el caso de las algas), y a veces actúan a<br />

concentraciones muy débiles. En el insecto Bombyx<br />

mori, la feromona secretada por la hembra es un<br />

alcohol no saturado, el bombicol, que hace reaccionar<br />

al macho con sólo 200 moléculas por litro<br />

de aire.<br />

Otro caso: las hembras de Porthtria dispar pueden,<br />

con aire en calma, atraer al macho desde una<br />

distancia de 4 kilómetros y medio, gracias a la secreción<br />

de glipuro, que es otra feromona sexual.<br />

Las feromonas de alarma dan aviso de peligro.<br />

Las de reconocimiento sirven, entre los insectos<br />

sociales, para vincular a los individuos de una<br />

misma colonia.<br />

Otras feromonas marcan senderos, y con ellas<br />

señalan las hormigas las pistas que recorren. La<br />

hormiga de fuego, Solenopsis saevissima, cuando camina,<br />

va tocando el suelo con su aguijón, de manera<br />

intermitente, para dejar gotas de una feromona<br />

marcadora producida por la glándula de Dufour.<br />

Así va trazando un camino de fragancias que las<br />

hormigas obreras pueden seguir con el olfato aunque<br />

no lo vean.<br />

Y con estas rutas perfumadas nos despedimos<br />

por hoy.<br />

(24 sep., 1988, pp. 10-11)<br />

170


L A NATURALEZA DOMINICANA • <strong>VARIOS</strong><br />

RIGOR DE LOS VEDADOS Y «MUSEOS AL AIRE LIBRE»<br />

El movimiento ecológico, que afortunadamente<br />

ha crecido últimamente entre nosotros,<br />

y que lucha por defender la naturaleza de los<br />

daños que le causa el hombre, coloca entre sus objetivos<br />

el lograr que determinados lugares del país<br />

se conviertan, mediante ley, en vedados, y vela<br />

porque el régimen de protección que se establece<br />

para tales reservas naturales se respete de manera<br />

absoluta.<br />

La gente oye hablar de vedados pero no siempre<br />

sabe lo que eso significa. Comúnmente los confunden<br />

con los parques nacionales, que son también<br />

lugares protegidos, pero de régimen no tan riguroso.<br />

Por ello es necesario repetirlo: los vedados o<br />

reservas naturales son territorios en los cuales a la<br />

naturaleza viva se le asegura la protección más<br />

absoluta, total, completa; lugares donde la naturaleza<br />

conserva la posibilidad de desarrollarse de<br />

conformidad con sus propias leyes, sin permitir la<br />

más mínima intervención del hombre.<br />

Y la primera protección de un territorio vedado<br />

(aunque no sea, desde luego, la única), consiste<br />

en dejar de utilizarlo con fines de provecho económico.<br />

Ello significa que al proteger cualquier zona<br />

estableciendo en ella el régimen de vedado, quedan<br />

de entrada prohibidas la agricultura (incluido el<br />

cultivo de flores) y la ganadería.<br />

Esa es la práctica mundial que aquí lamentablemente<br />

nadie respeta.<br />

Empezando por el Gobierno.<br />

Lo digo porque en Valle Nuevo, que fue convertido<br />

en vedado por el Decreto de 1983 que lo<br />

declaró Reserva Natural Científica, la Secretaría<br />

de Estado de Agricultura ha estado fomentando<br />

siembras de repollos y cultivos de papas para<br />

obtener «semillas».<br />

Pero además del Gobierno, también los empresarios<br />

privados.<br />

Una compañía de capital domínico-europeo<br />

destruyó la vegetación —única en el mundo— de<br />

muchos altiplanos de Valle Nuevo para sembrarlos<br />

de papas. Y ahora los dueños de una importante<br />

productora de pollos, que le compraron alrededor<br />

de 14 mil tareas a estos productores de papas, han<br />

empezado a establecer allí, violando ellos también<br />

la veda agrícola, plantaciones de manzanos. A más<br />

de lo cual proliferan, en ese recinto natural que<br />

debiera ser sagrado, los llamados «jardines» dedicados<br />

al cultivo de flores.<br />

De modo que el Gobierno tiene dos culpas en el<br />

crimen ecológico que se comete contra Valle Nuevo:<br />

la de ejercer allí la agricultura, y la de dejar que<br />

otros lo hagan.<br />

Da el mal ejemplo y hace la vista gorda ante<br />

quienes lo siguen por codicia (o por lo que fuera,<br />

ya que, sin importar los móviles, eso está totalmente<br />

prohibido en una Reserva Natural Científica,<br />

que es lo mismo que decir «vedado»).<br />

En los vedados, por estar prohibido no solamente<br />

el desmonte sino incluso cortarle alguna<br />

171


FÉLIX SER<strong>VI</strong>O DUCOUDRAY<br />

ramita a cualquier árbol, se les protege a los ríos<br />

que nacen en ellos, cuando ése sea el caso, sus cabeceras.<br />

Y ése es precisamente el caso de Valle Nuevo,<br />

de donde bajan, entre otros, el Nizao y el río Las<br />

Cuevas, a más de importantes afluentes de ellos<br />

mismos y del Yaque del Norte.<br />

Pero eso no da, aún siendo mucha, toda la importancia<br />

de los vedados.<br />

Siguen siendo, aunque en ellos no empiece<br />

ningún río, no sólo necesarios sino indispensables.<br />

¿Para qué sirven, entonces<br />

Para algo que a primera vista no se le alcanza a<br />

ver la enorme trascendencia: para que no desaparezca<br />

del todo el mundo natural en que vivimos,<br />

mundo que la acción humana va modificando, perturbando<br />

y destruyendo, y para que en la parte de<br />

él que de ese modo quede reservada e intacta, sea<br />

posible estudiar la vida, la conducta y reacciones<br />

de las plantas y animales, descubrir sus secretos,<br />

determinar las medidas que aminoren el daño que<br />

se causa en la otra parte del mundo y asimismo<br />

conocer todo el provecho (de lo cual sólo sabemos<br />

una pequeña parte) que al hombre le queda por<br />

obtener de la naturaleza.<br />

Examinemos este punto empezando por ver lo<br />

que significa eso del daño que causa en la naturaleza<br />

la intervención del hombre.<br />

Mayormente en lo que va de siglo [XX], el número<br />

de bosques del planeta ha disminuido en más<br />

de la mitad.<br />

Y es mucho lo que la caza ha diezmado las poblaciones<br />

de animales.<br />

Pero imaginemos por un instante que en todo<br />

el mundo cesa por completo la tala de árboles, y<br />

que ya nadie caza.<br />

Eso no significaría que haya cesado la influencia<br />

del hombre en la naturaleza, las perturbaciones<br />

que causa.<br />

Por ejemplo: junto al bosque pasan las carreteras,<br />

que a veces incluso se le meten adentro.<br />

Pues bien: el ruido de los vehículos y los vapores<br />

tóxicos de la gasolina repercuten dañinamente en<br />

el bosque. No sobre todos sus habitantes pero sí sobre<br />

muchos de ellos.<br />

Cerca del bosque se establecen fábricas, y ellas<br />

también los afectan.<br />

Aparte de todo ello, hay que considerar la intervención<br />

directa del hombre en la naturaleza.<br />

¿Cómo vivir sin madera y sin carbón<br />

Se necesitan además yerbas medicinales, silvestres,<br />

y para recogerlas se organizan expediciones.<br />

No tanto para hacer tisanas sino sobre todo para extraerles<br />

las sustancias que contienen y preparar con<br />

ellas las medicinas que se venden en las farmacias.<br />

Se necesitan igualmente pieles, y por eso el<br />

hombre ha de seguir cazando.<br />

El hombre, además, funda ciudades, que ocupan<br />

espacios arrebatados al bosque.<br />

Actividades como éstas y otras similares repercuten<br />

en la composición numérica y en el modo de<br />

vida de plantas y animales.<br />

Un simple ruido, por ejemplo, perturba los procesos<br />

de anidamiento y otras formas de reproducción<br />

de los animales.<br />

Los hombres saben esto, pero no pueden vivir<br />

sin madera, sin pieles, sin yerbas medicinales. Tampoco<br />

pueden dejar de construir o de extender ciudades,<br />

o de hacer carreteras.<br />

De esto se deriva una tarea apremiante: conseguir<br />

que al hacer todo esto no se cause daño a las<br />

plantas ni a los animales.<br />

172


L A NATURALEZA DOMINICANA • <strong>VARIOS</strong><br />

Pero esto es imposible si de antemano no se sabe<br />

cómo afecta la intervención del hombre a la naturaleza.<br />

Pero sabiéndolo de manera concreta; eso<br />

es, qué cosa afecta, y de cuál manera, a cada animal,<br />

cada planta, a cada ecosistema.<br />

Para ello es necesario empezar por estudiar la<br />

conducta de los animales y el estado de las plantas<br />

en las nuevas condiciones que les ha creado el hombre;<br />

y después compararlo con la conducta y la vida<br />

de animales y plantas en que no haya influido<br />

en lo más mínimo la actividad humana.<br />

Y entonces aparece el problema: ¿Dónde encontrar,<br />

en cada país, animales y plantas que vivan<br />

en estado silvestre puro, siendo que el hombre<br />

actúa e influye, en todas partes si lo dejan<br />

De aquí nació la idea de los vedados. Esto es, territorios<br />

reservados que se mantengan intactos<br />

para que sirvan (según la conocida definición de<br />

un científico) como «patrones de la naturaleza».<br />

Territorios donde la vida transcurra exenta por<br />

completo de todo influjo humano. Y que permitan,<br />

por comparación con la vida de plantas y animales<br />

en los demás lugares, determinar qué es lo que más<br />

los afecta y, además, cómo suprimir eso o hacerlo<br />

menos peligroso.<br />

Los vedados sirven igualmente para que se vayan<br />

restableciendo en ellos las especies de plantas<br />

y animales que se están extinguiendo.<br />

Por todo lo dicho hasta aquí se entenderá que<br />

los vedados se convierten en instituciones muy peculiares<br />

dedicadas a la investigación científica de<br />

la naturaleza.<br />

Y se entenderá también que deben establecerse<br />

(para que puedan desempeñar el papel de «patrones<br />

de la naturaleza») en cada zona y subzona geográficas<br />

del país, en todos los paisajes típicos, en<br />

bosques y sabanas, en desiertos de tierras bajas,<br />

en montañas, ríos y lagos, en todos los rincones del<br />

país. Dondequiera que haya un ecosistema irrepetible<br />

que no deba desaparecer.<br />

No quiero decir con esto que todo el país se convierta<br />

en vedado, ni cosa parecida.<br />

Los especialistas han distinguido siempre tres<br />

zonas fundamentales:<br />

a) Los vedados;<br />

b) Los territorios totalmente transformados por<br />

el hombre (ciudades, carreteras, plantaciones, potreros,<br />

etc.);<br />

c) Los territorios que conservan parcialmente el<br />

equilibrio natural (zonas de silvicultura, cinturones<br />

verdes alrededor de las ciudades, etc.).<br />

La clave está en distribuir acertadamente estas<br />

tres zonas en una suerte de mosaico ecológico que<br />

en cierta medida reproduzca entre ellas, pero en<br />

otro plano, el equilibrio natural de los ecosistemas.<br />

Schwartz advierte, por ejemplo, que no se debe<br />

perturbar más de las dos terceras partes del área<br />

ocupada por la vegetación natural.<br />

Lo que pasa entre nosotros es que ese tope máximo<br />

quedó sobrepasado hace tiempo y ya vamos<br />

camino del desastre.<br />

Finalmente otra advertencia: en los vedados no<br />

se permite la visita de turistas ni de excursionistas.<br />

Sólo se autoriza en ellos la presencia de investigadores<br />

científicos.<br />

Para los que desean disfrutar de la naturaleza<br />

silvestre se destinan los parques nacionales.<br />

En ellos rige otro régimen de protección.<br />

Son, como se ha dicho sabiamente, «museos al<br />

aire libre».<br />

Como en todo museo se permite la entrada para<br />

contemplar lo que se exhibe en ellos. Sólo que en<br />

173


FÉLIX SER<strong>VI</strong>O DUCOUDRAY<br />

este caso los cuadros son paisajes botánicos, ríos,<br />

llanuras, etc. Y las esculturas, montañas, barrancones,<br />

farallones, etc.<br />

Pero también, como en todo museo, se cuida estrictamente<br />

cuanto se exhibe en ellos.<br />

Por eso en los parques nacionales, si bien está<br />

permitida la visita de turistas o excursionistas,<br />

se halla al mismo tiempo sujeta a regulaciones que<br />

deben ser observadas rigurosamente para reducir<br />

al mínimo los daños que esa presencia causa en la<br />

naturaleza.<br />

Valle Nuevo no es parque nacional sino vedado,<br />

una Reserva Natural Científica, sometida al más<br />

riguroso entre los diversos regímenes de protección<br />

de la naturaleza aceptados internacionalmente, y<br />

que aquí nadie cumple ni respeta.<br />

Empezando, también lo repetimos, por el Gobierno.<br />

(8 oct., 1988, pp. 10-11)<br />

Quizás se dificulte comprender<br />

la importancia de que incluso<br />

arañitas como la de la fotografía,<br />

deban seguir viviendo<br />

imperturbadas.<br />

Valle Nuevo, declarado Reserva Natural Científica mediante Decreto de 1983, debería estar sometido al más riguroso entre los diversos regímenes de<br />

protección de la naturaleza, aceptados internacionalmente.<br />

174


L A NATURALEZA DOMINICANA • <strong>VARIOS</strong><br />

LLU<strong>VI</strong>A DE SEQUÍA HACE FLORECER LAS PLANTAS<br />

Los que van al pico Duarte saben que la mejor<br />

época del año para esa excursión inolvidable<br />

cae entre Navidad y el Día de Reyes.<br />

En esos días se encuentra uno allá con el padre<br />

Chuco y el centenar de jóvenes que lleva cada<br />

año; con familias enteras del Cibao, que van incluso<br />

con niños a dormir en tiendas de campaña, y<br />

asimismo con investigadores científicos, grupos<br />

ecologistas, o gentes que van desde la capital y<br />

otras partes a disfrutar del frío.<br />

¿Por qué la mejor época<br />

Por ser tiempo de sequía y resultar menos probable<br />

que la lluvia dañe, enlodándolo, el camino<br />

de ascenso, ni el piso de dormir, ni que moje la ropa<br />

que se lleva puesta. Aparte de que aumenta la<br />

transparencia del aire y se disfruta mejor la conmovedora<br />

belleza del paisaje de la cordillera.<br />

Esa breve sequía del pico Duarte es parte de la<br />

sequía de cada año que comenzando en diciembre<br />

dura por lo común hasta marzo. Sólo que en las<br />

cumbres de la cordillera Central, donde llueve con<br />

mucha frecuencia, la sequía no es tan larga, y ésos<br />

que dije son los días más seguros.<br />

De todo lo dicho retengamos lo siguiente: el clima<br />

de nuestro país, se caracteriza, entre otras cosas<br />

por tener un período anual de sequía, que dura<br />

generalmente cuatro meses, y que cae siempre en<br />

los mismos meses: diciembre, enero, febrero y<br />

marzo.<br />

A veces un poco más. A veces un poco menos.<br />

Pero siempre un tramo de sequía en cada año.<br />

Que hasta tiene nombre: la sequía de la Cuaresma,<br />

porque alcanza sus rigores más duros en<br />

esa parte del año.<br />

Pero la dicha sequía no es solamente fenómeno<br />

dominicano, sino de toda la franja subtropical del<br />

planeta, que tiene en eso una de las características<br />

climáticas que la diferencian de la franja del trópico,<br />

más próximo al Ecuador.<br />

En el trópico propiamente dicho el clima es más<br />

parejo a lo largo del año: el calor más fijo, los aguaceros<br />

constantes, la humedad permanente y muy<br />

copiosa.<br />

En el subtrópico no. Porque entre diciembre y<br />

marzo no sólo bajan las temperaturas y se refresca<br />

el ambiente, sino que además (y sobre todo) la cantidad<br />

de lluvia disminuye bruscamente y a veces<br />

pasa hasta un mes y más de un mes sin que caiga<br />

una sola gota de agua. Entonces se desata la sequía<br />

que cuartea los suelos, agota los arroyos y pone<br />

más azul que nunca el cielo del patio de mi casa.<br />

Resulta fácil de entender, entonces, que las plantas<br />

silvestres que se dan en los montes de nuestro<br />

país estén ya adaptadas a ese fenómeno que se ha<br />

venido repitiendo año tras año a lo largo de millones<br />

de años.<br />

Porque aquellas especies vegetales que no lo<br />

resistieron y que mueren de sed en la sequía<br />

estacional, quedaron eliminadas.<br />

Pero entendámonos: hay plantas adaptadas a<br />

vivir el año entero en zonas desérticas, como los<br />

cactus del Sur o de la Línea Noroeste pongamos<br />

175


FÉLIX SER<strong>VI</strong>O DUCOUDRAY<br />

por caso, y asimismo las bayahondas, las baitoas,<br />

el espartillo, etc.<br />

No me refiero a ellas. Hablo de plantas propias,<br />

por ejemplo, del bosque húmedo o del bosque muy<br />

húmedo; plantas acostumbradas a vivir en lugares<br />

que reciben, en el primer caso, dos mil milímetros<br />

de lluvia al año, y hasta cuatro mil en el<br />

segundo. Pero que al llegar diciembre y parar los<br />

aguaceros hasta marzo por lo menos, aguantan ese<br />

cambio brusco en el régimen de lluvias y no solamente<br />

siguen vivas sino que algunas hasta se llenan<br />

de flores en plena sequía.<br />

Uno de los medios de defensa de muchos árboles<br />

estriba en botar las hojas, porque así disminuye<br />

la evaporación y, con ello, la pérdida de<br />

agua.<br />

Eso explica, dicho sea de paso, que la mayoría<br />

de bejucos fructifiquen en los meses finales de la<br />

sequía anual.<br />

¿Por qué<br />

Porque los bejucos tienen semillas livianas que<br />

son dispersadas por el viento; y habiendo en ese<br />

tiempo menos hojas en los árboles, tienen el paso<br />

más libre para llegar más lejos.<br />

En la naturaleza todo tiene su acotejo, y está ordenado<br />

por el rigor inviolable de leyes muy estrictas.<br />

Pero hay gentes que sólo ven en el monte árboles<br />

y matorrales sin concierto. Una maraña caótica<br />

donde se puede dar cualquier cosa al buen<br />

tuntún.<br />

Y no es así.<br />

En la sequía las poblaciones de insectos son menos<br />

numerosas que en la humedad de la estación<br />

lluviosa. Entre otras cosas porque la falta de lluvias<br />

conlleva escasez de comida para muchos de ellos.<br />

Pero en mayo, tras el primer aguacero, la luz de la<br />

mañana se llena con sus vuelos y zumbidos.<br />

Por eso no es casual que hacia el final de la sequía,<br />

cuando están a punto de estallar las lluvias,<br />

los montes se vean llenos de flores: La naturaleza<br />

coordina estos eventos, para que las flores aprovechen<br />

la abundancia de insectos que las polinizan,<br />

y así empiecen a fructificar poco después y las semillas<br />

caigan al suelo cuando todavía está húmedo<br />

y puedan germinar más fácilmente.<br />

Pero hay también otras plantas que dan frutos<br />

hacia el final de la estación lluviosa o cuando la<br />

sequía se halla en sus buenas.<br />

¿Y entonces sus semillas, cómo germinan<br />

Tienen la particularidad de permanecer en estado<br />

de adormecimiento cuando caen al suelo, de mantenerse<br />

viables, sin perder la capacidad de germinación,<br />

a lo largo de los meses de sequía, y por eso<br />

los brotes de las plantas que nacen de ellas, también<br />

aparecen al comienzo de la estación lluviosa.<br />

De esta manera, a lo largo del año hay dos momentos<br />

en que aumenta la dispersión de las semillas:<br />

cuando empiezan las lluvias o poco antes de<br />

eso (entre marzo y junio), y luego entre septiembre<br />

y febrero, cuando las lluvias acaban.<br />

Pero cada año hay un solo momento en que prolifera<br />

la germinación de semillas: siempre al comienzo<br />

de la estación lluviosa.<br />

Lo cual es también una manera de lidiar con ese<br />

fenómeno de la sequía anual, un acotejo de las plantas<br />

que se han adaptado a él.<br />

Y ahora veamos uno de los casos de más perfecta<br />

adaptación a la sequía: el caso del Hybanthus<br />

prunifolia, arbusto de Panamá, estudiado minuciosamente<br />

en Barro Colorado por investigadores<br />

del Smithsonian.<br />

176


L A NATURALEZA DOMINICANA • <strong>VARIOS</strong><br />

Tiene la particularidad de que en el monte no se<br />

da salteado sino agrupado con otros de su misma<br />

especie, que a veces son más de ciento.<br />

Y otra particularidad: sólo florece en el período<br />

anual de sequía.<br />

Ahora bien: cuando no llueve, el común de las<br />

gentes empieza a regar sus plantas para impedir<br />

que se les sequen.<br />

Pero si usted lo hace con el Hybanthus y empieza<br />

a regarlo todos los días, no florece.<br />

Obsérvelo en la naturaleza para descubrir la ley<br />

que rige el secreto de su floración: sólo se la provocan<br />

las lluvias que caen después de un tiempo<br />

relativamente largo de sequía, de cuatro semanas<br />

por lo menos. A veces más.<br />

O dicho de otro modo: si no tiene mucha sed,<br />

la planta no florece.<br />

Y así como la lluvia de sequía la pone a florecer,<br />

cuando empieza el período lluvioso le pueden caer<br />

encima aguaceros y más aguaceros, y no florece<br />

nunca. Porque le falta el «stress» de la sequía, al<br />

que se adaptó en su evolución.<br />

Y ahora usted entenderá por qué no floreció su<br />

Hybanthus cuando lo regaba diariamente en los<br />

meses de sequía.<br />

El polinizador de esta planta es el insecto Melipona<br />

interrupta, una de las abejas propias del Nuevo<br />

Mundo, distinta de las abejas de nuestros apiarios<br />

que fueron traídas de Europa después del Descubrimiento.<br />

La dicha Melipona anda por las copas<br />

de los árboles grandes; pero no desciende si lo que<br />

ha florecido abajo, entre los arbustos, es una sola<br />

mata de Hybanthus.<br />

Se necesita, para atraerlas, que muchas matas<br />

de Hybanthus se llenen de flores al mismo tiempo<br />

y que estén juntas. Porque sólo el despliegue de la<br />

floración simultánea de este arbusto parece resultar<br />

tan espectacular para las Meliponas como la floración<br />

de las copas de los grandes árboles que<br />

techan el bosque.<br />

Por eso no es casual que el Hybanthus viva en<br />

grupos numerosos. Y como el aguacero que les desencadena<br />

la floración en la sequía, moja al mismo<br />

tiempo todas las matas y les humedece el suelo<br />

a todas, eso determina la floración sincronizada<br />

que necesitan para atraer el insecto que las poliniza.<br />

Con esto más: al Hybanthus le cae la larva de un<br />

insecto granívoro que se alimenta de sus semillas.<br />

Si los Hybanthus no florecieran simultáneamente<br />

y agrupados (lo que conlleva que también fructifiquen<br />

al mismo tiempo) esa larva iría acabando,<br />

una por una, con las semillas de cada planta antes<br />

de que pudieran dispersarse y germinar.<br />

El hecho de que las plantas florezcan y fructifiquen<br />

de manera sincronizada y congregadas en<br />

grupos bastante densos, tiene por resultado el que<br />

habiendo tantas semillas, las larvas que se alimentan<br />

de ellas no se las puedan comer todas, ya que<br />

estarán saciadas antes de que se acaben.<br />

Lo dicho, pues: perfecta adaptación de las plantas<br />

del monte a la sequía.<br />

Usted preguntará: ¿Y por qué tanta alarma entonces<br />

cuando llegan, cada año, los meses sin lluvia<br />

o con muy poca<br />

Porque las plantas que cultiva nuestra agricultura<br />

(o al menos muchas de ellas) son importadas,<br />

llegadas aquí desde otras latitudes y que, por lo<br />

mismo, no están adaptadas a este fenómeno climático<br />

de la sequía anual y padecen muchos estragos<br />

por esa causa.<br />

(15 oct., 1988, pp. 10-11)<br />

177


FÉLIX SER<strong>VI</strong>O DUCOUDRAY<br />

Las plantas silvestres de nuestro país ya están adaptadas a la sequía de Cuaresma [diciembre/marzo]. Hacia el final de este período anual, cuando<br />

están a punto de estallar los primeros aguaceros, los montes se ven llenos de flores para aprovechar la abundancia de insectos que las polinizan.<br />

178


L A NATURALEZA DOMINICANA • <strong>VARIOS</strong><br />

HACE MILLARES DE AÑOS EL MAR LLEGABA<br />

HASTA LOS FARALLONES<br />

No, no es igual.<br />

La costa no es igual: ni solamente farallón<br />

alzado, ni solamente playas de tendido blancor<br />

anacarado. El mismo farallón tampoco tiene pareja<br />

elevación en todas partes. A veces se encabrita, saca<br />

el pecho y le opone un alto muro al furor del oleaje.<br />

Otras veces, en cambio, parece acostarse junto al<br />

mar, buscándole el arrullo al chapoteo de su canción<br />

azul llena de peces y voces submarinas.<br />

No, no es igual.<br />

Y es probable que uno no se haya preguntado,<br />

al ver la costa: ¿De dónde viene esto<br />

Y uno no se lo cuestiona porque da la impresión<br />

de que siempre estuvo allí y que siempre fue igual.<br />

Pero no.<br />

Ni siempre en ese sitio, ni con diseño invariable.<br />

Lo que se ve ahora es la línea de la costa actual.<br />

Pero, hubo otras. Al salir de la capital hacia el<br />

este, por la carretera que va pegada al mar, si se<br />

mira al norte se podrá ver la línea de la costa antigua,<br />

que hoy está en seco. Es ese farallón lejano, en<br />

forma de muro el que interrumpe el llano.<br />

E incluso en la misma capital se puede ver en el<br />

paseo del Mirador del Sur, si uno se asoma al borde.<br />

Ese paseo se halla encima de un corte vertical al pie<br />

del cual corre una calle. Por la altura, parece como<br />

un balcón desde el cual se contempla limpiamente<br />

el mar. Precisamente, por eso se llama, «mirador».<br />

Y ese corte vertical, hecho en la roca natural, es un<br />

antiguo farallón a cuyo pie llegaba el mar, millares<br />

y millares de años atrás. Ese farallón marca una<br />

antigua línea de costa, de la que el mar se retiró hasta<br />

la línea de la costa actual.<br />

Las calles que en la capital bajan de la avenida<br />

Mella a la calle Las Mercedes, tienen allí una cuesta.<br />

Algunas de esas cuestas tuvieron nombre, como<br />

la Cuesta del Vidrio, en la calle Duarte. Y son calles<br />

con sus respectivas cuestas, las que suavizan el<br />

descenso brusco, vertical, del farallón que está ahí,<br />

debajo de ellas, hasta la parte llana.<br />

Esa parte llana desde la calle Las Mercedes hasta<br />

el Malecón, estuvo en tiempos remotos cubierta por<br />

el mar. Era fondo marino, que finalmente emergió<br />

y quedó en seco, mucho antes de que llegaran los<br />

que después lo llenaron de casas, le trazaron calles,<br />

le pusieron plazas y trajeron las parejas amorosas<br />

que tuvieron a su cargo el poblamiento.<br />

Pero además no es una sola sino que son varias<br />

las antiguas líneas de costa. Por eso hay varias cuestas<br />

en la calle Doctor Delgado, por ejemplo; y hay<br />

otra cuesta en la Duarte más arriba, que baja del<br />

parque Enriquillo.<br />

Y eso mismo se vería fuera de la ciudad (más<br />

claramente cuando se va hacia el este y se observa el<br />

paisaje con ojos atentos) en forma de sucesivas terrazas<br />

marinas escalonadas que son, cada una, antiguos<br />

fondos marinos que emergieron uno tras<br />

otro, y de los cuales los más antiguos son los más<br />

distantes de la costa actual.<br />

El llano costero Oriental es eso: una sucesión de<br />

antiguos fondos del mar que fueron emergiendo<br />

en forma de terrazas escalonadas.<br />

179


FÉLIX SER<strong>VI</strong>O DUCOUDRAY<br />

La línea de la costa actual es precisamente el<br />

borde de la última de esas terrazas que dejó de estar<br />

cubierta por el mar; ya sea por levantamiento del<br />

fondo marino o por alejamiento del mar.<br />

Y el mar costero de hoy tiene en su fondo, lo que<br />

será en el futuro, cuando emerja, la siguiente terraza<br />

marina, que dejará a espaldas suyas, convertidos<br />

en otra línea antigua de costa, ya en seco,<br />

los farallones y playas de la costa actual.<br />

La roca del farallón costero lo mismo que la roca<br />

de las terrazas marinas escalonadas que componen<br />

el llano costero Oriental, es roca caliza.<br />

Cabría preguntarse:¿cómo se formó esa roca, y<br />

de dónde vino<br />

Esas grandes masas de roca caliza se formaron<br />

(y eso se entiende por lo que llevo dicho) en el<br />

fondo del mar.<br />

¿Y de dónde tiene el mar tanto carbonato de calcio,<br />

componente de esta roca ¿De dónde lo sacó<br />

Estas rocas son corales petrificados, carapachos<br />

de moluscos y de otros animales marinos, también<br />

petrificados, y son mayormente algas petrificadas<br />

(ciertos tipos de algas en cuya estructura predomina<br />

el calcio, lo mismo que son de calcio los corales,<br />

los caracoles, etc.).<br />

El arrecife de coral constituye una de las más<br />

espectaculares acumulaciones de carbonato de<br />

calcio en los mares costeros del trópico y del subtrópico.<br />

Por eso a esta roca caliza se le llama también<br />

caliza arrecifal.<br />

Sobre los corales muertos crecen los corales jóvenes.<br />

Y entre ellos viven las algas, de las cuales<br />

proviene (aún más que de los corales) el carbonato<br />

cálcico de los arrecifes.<br />

El arrecife crece en fondos marinos poco profundos,<br />

ya que los organismos que lo forman no<br />

pueden vivir por debajo de la zona del mar en<br />

que penetra la luz. Desde el fondo el arrecife llega<br />

hasta la superficie del agua, donde se convierte<br />

en barrera que detiene el oleaje.<br />

Pero como los organismos que viven en el arrecife<br />

crecen más rápidamente en aguas movidas y<br />

agitadas por las olas, la parte externa del arrecife<br />

se desarrolla más velozmente. Se halla situado<br />

generalmente a lo largo del límite entre las aguas<br />

de poco calado y las aguas más profundas, porque<br />

de éstas recibe mayor aportación de sustancias nutritivas.<br />

Bastaría con recordar la playa de Boca Chica y<br />

su Reventazón.<br />

Esta Reventazón, a la que se le alcanza a ver, desde<br />

la playa, la cabeza fuera del agua, señala el sitio<br />

del arrecife, donde se detiene el oleaje.<br />

Ello explica el sosiego acuático de la playa.<br />

La parte externa de la Reventazón, la que da<br />

hacia el mar abierto, es la que más se desarrolla.<br />

Por eso la Reventazón no crece hacia la playa,<br />

y por lo tanto no la reduce, sino que crece hacia<br />

afuera.<br />

Esa parte del arrecife, que es su frente, está lleno<br />

de pedazos y bloques arrancados al arrecife por las<br />

tempestades.<br />

La parte situada entre la Reventazón y la playa<br />

forma una laguna arrecifal, de aguas tranquilas<br />

defendidas por el arrecife.<br />

Aquí los sedimentos arrecifales son de otro tipo:<br />

sedimentos de grano fino, que se forman de los<br />

restos de organismos que no podrían sobrevivir en<br />

las aguas agitadas del frente del arrecife, de su parte<br />

exterior.<br />

Ello explica la finura de la arena de Boca Chica,<br />

que es realmente un barro calcáreo lagunar.<br />

180


L A NATURALEZA DOMINICANA • <strong>VARIOS</strong><br />

Y a propósito de las playas: mucha gente se imagina<br />

que desde el fondo hasta arriba son únicamente<br />

arena acumulada. Y no es así.<br />

Si tú escarbas alguna, te encontrarás debajo con<br />

la roca de costa, encima de la cual se acumuló la<br />

arena de la playa.<br />

Y hay sitios de la costa en que todavía este proceso<br />

está a la vista.<br />

Y ahora a propósito de farallones: ¿Por qué no<br />

son todos de la misma altura<br />

O preguntémoslo mejor así: ¿Por qué no muestran<br />

todos el mismo espesor vertical<br />

Eso proviene de que cuando fue fondo marino<br />

tampoco lo tenía. La materia orgánica que se iba<br />

depositando tras la muerte de corales, de moluscos<br />

que dejaban sus carapachos, etc. lo hacía de manera<br />

desigual.<br />

Si el fondo marino estaba situado frente a la salida<br />

de algún río, por ejemplo, o de algún arroyo,<br />

etc., o de alguna corriente subterránea, ese flujo de<br />

aguas se llevaba del sitio, por arrastre, una parte<br />

de los detritos que se iban acumulando en el fondo.<br />

Pero en otros lugares más tranquilos en que no pasaba<br />

eso, la acumulación resultaba mayor. Y esas<br />

desigualdades determinaron la desigual altura de<br />

los farallones.<br />

Aparte de que en algunos puntos el grado de<br />

emergencia pudo ser mayor que en otros, y eso también<br />

desembocaba en diversos niveles de afloramiento.<br />

Y también lo contrario: zonas con cierto grado<br />

de hundimiento que fue menor en otras partes.<br />

Porque el territorio de la isla no debe ser considerado<br />

como si fuese lámina continuada, sino como<br />

articulación de piezas que pueden responder<br />

distintamente a las presiones ejercidas sobre ellas.<br />

Por todo ello la costa no es siempre igual, ni monótona.<br />

Así es mayor el deleite que te ofrece con sus<br />

variaciones, aunque el tema de la variación sea<br />

siempre el mismo.<br />

(22 oct., 1988, pp. 10-11)<br />

Primera terraza emergida,<br />

la más próxima al mar,<br />

que quedó en seco<br />

después de haber sido<br />

fondo marino<br />

durante mucho tiempo.<br />

Fotografía tomada<br />

a la vera de la playa de Salinas,<br />

en la costa Sur del país.<br />

181


FÉLIX SER<strong>VI</strong>O DUCOUDRAY<br />

(Foto sup.)<br />

Poco antes de Guayacanes,<br />

la arena aún no cubre<br />

totalmente<br />

la roca subyacente.<br />

(Foto inf.)<br />

Alto farallón<br />

del extremo occidental<br />

de la playa de Najayo.<br />

182


L A NATURALEZA DOMINICANA • <strong>VARIOS</strong><br />

ÁRBOLES CONMO<strong>VI</strong>DOS CON LOS TRINOS DEL OTOÑO<br />

Ahora [octubre] es el otoño en las zonas templadas<br />

del Hemisferio Norte, la época del año<br />

en que empiezan a llegar a nuestra isla las aves<br />

migratorias.<br />

El lago Enriquillo se llena de flamencos procedentes<br />

de las Bahamas, y aparecen también las cucharetas<br />

y otras aves.<br />

¿Qué cazador no sabe que este es el tiempo en<br />

que ciertos patos que no son de aquí comienzan a<br />

aparecer en las lagunas<br />

Pero no vayamos tan lejos: en los jardines o en<br />

los patios de las casas, lo mismo que en los montes<br />

cercanos a las ciudades en que vivimos, empiezan<br />

a oírse cantos nuevos que no suenan todo el año, o<br />

a verse «cigüitas» de plumaje distinto.<br />

Y alguien, en alguna ventana de su casa, enternecida<br />

por el revuelo inesperado, le deja pedacitos<br />

de frutas para que el ave se acostumbre y no se vaya,<br />

aunque sepa de antemano que no podrá quedarse.<br />

Todas pasan aquí el invierno, pero en llegando<br />

las luces de la primavera no habrá quien las retenga:<br />

alzarán el vuelo para volver a sus casas.<br />

Puntualicemos, empero, lo siguiente: no pocas<br />

de las aves migratorias que vienen a estas tierras<br />

anticipándose al invierno por evadirle su rigor<br />

helado, son oriundas del trópico. De modo que,<br />

bien vistas las cosas, vuelven a sus casas cuando<br />

vienen; no cuando se van. A sus casas ancestrales,<br />

cuando menos.<br />

De las 9,000 especies de aves que pueblan el<br />

planeta, 660 viven en América del Norte. De ellas,<br />

más de las dos terceras partes (más de 440 especies)<br />

son migratorias; y muchas especies de estas aves<br />

errantes provienen de antepasados que vivieron<br />

en las tierras cálidas de América.<br />

¿No estará ese origen en el fondo del irresistible<br />

impulso migratorio que cada año las lleva a poner<br />

rumbo hacia la casa de sus abuelos<br />

Podría ser.<br />

Esa es una de las teorías con que se ha intentado<br />

explicar el asombroso fenómeno de la migración<br />

de las aves, aunque todavía se discuta, como pasa<br />

con todas las explicaciones presentadas hasta<br />

ahora.<br />

Hay, desde luego, otros enfoques.<br />

El de la ecología, por ejemplo, que no se fija mucho<br />

ni en el origen de las aves ni en el rumbo del<br />

vuelo migratorio, y que se empeña en averiguar<br />

cuál es la causa básica que provoca las migraciones<br />

de las aves.<br />

Porque esa mudanza tiene sus bemoles.<br />

A cada lugar que lleguen, la comida estará ya<br />

distribuida, no sólo entre las aves que allí viven<br />

sino también entre otros animales. E igualmente<br />

podrían tener ocupantes los refugios que necesiten<br />

las recién llegadas.<br />

Visto así, el viaje parece una aventura alocada.<br />

Y es muy probable (o casi inevitable) que tuviera<br />

mucho de eso en los comienzos. Sólo que teniendo<br />

como tiene la naturaleza leyes inexorables, de máximo<br />

rigor y cumplimiento inevitable, ocurrieron dos<br />

cosas:<br />

183


FÉLIX SER<strong>VI</strong>O DUCOUDRAY<br />

a) Que aquellas estirpes que se dirigían hacia<br />

lugares donde no encontraban alimento disponible,<br />

quedaban por lo mismo eliminadas, ya que<br />

morían antes del regreso.<br />

b) Que aquellas otras que lo encontraron, pudieron<br />

regresar y siguieron efectuando los vuelos migratorios<br />

hacia el mismo sitio.<br />

Es un método muy duro para descartar a los equivocados,<br />

pero que funciona.<br />

Son famosas las golondrinas que llegan puntualmente<br />

cada año (o que llegaban: quizás sea necesario<br />

empezar a decirlo) a la misión de San Juan<br />

de Capistrano.<br />

Hace algunos años empezaron a escasear, y ahora<br />

llegan sobre todo a otro lugar cercano: a Misión<br />

Viejo.<br />

¿Qué ha pasado<br />

Que las golondrinas se alimentan de insectos que<br />

atrapan al vuelo; pero estos insectos ahora casi han<br />

desaparecido a causa de que las construcciones<br />

acabaron con los montes y praderas que rodeaban<br />

a Capistrano, por lo cual los insectos no encuentran<br />

ya alimento. En pocos años Capistrano pasó de<br />

2,500 habitantes a 16,5<strong>00.</strong><br />

Este crecimiento modificó la migración de<br />

golondrinas. Por muerte de las golondrinas que se<br />

sabían el camino. Han sobrevivido las que iban al<br />

otro lugar: a Misión Viejo.<br />

La misma ley operó, aunque en escala mucho<br />

mayor, en las grandes migraciones de otras aves<br />

(que incluso iban más lejos) para corregir los «errores»<br />

cometidos al escoger el punto en que acababa<br />

el viaje.<br />

Porque hay que saber que no es viaje de unas<br />

cuantas bandadas de decenas de aves, sino de millones.<br />

En la noche del 28 de septiembre de 1977, el Dr.<br />

Sidney Gauthreaux, profesor de la Universidad de<br />

Clemson, estuvo vigilando con radar y telescopio<br />

el paso de las aves migratorias sobre el aeropuerto<br />

de Greenville-Spartanburg, en Carolina del Sur.<br />

Contó, en una línea de paso, 218,700 aves en una<br />

hora y más del millón en seis horas. Gauthreaux<br />

calculó que era posible que 50 millones de aves<br />

estuvieran volando en un frente de cincuenta millas,<br />

lo que sería solamente una pequeña parte de<br />

la migración de otoño.<br />

Mudar de sitio y cambiarles el comedero a miles<br />

de millones de bocas, y asegurarles enseguida<br />

el abastecimiento de alimentos en el lugar a que<br />

lleguen, parece imposible, pero se logra.<br />

Y eso no sólo una vez sino cada año.<br />

Volvamos a la ecología.<br />

Estas migraciones de aves fueron estudiadas<br />

por dos famosos ecólogos franceses: Morel lo hizo<br />

en 1968, y Blondel al año siguiente, en el 1969.<br />

Para ellos el problema esencial era explicar cómo<br />

las aves que en invierno llegan al Mediterráneo desde<br />

la parte septentrional de Europa, o las que salen<br />

de Europa y se instalan en el África tropical, consiguen<br />

superponerse a las avifaunas autóctonas de<br />

esos lugares sin entrar en competencia con ellas<br />

por el alimento.<br />

Ambos autores empezaron por señalar lo siguiente:<br />

para que el comportamiento migratorio<br />

se manifieste en una especie, es preciso que el alimento<br />

se le agote en el otoño y que la región hacia<br />

la cual se ve impulsada a emigrar cuente con suficiente<br />

cantidad de recursos nutritivos.<br />

La interpretación que dan del fenómeno es la<br />

siguiente: Las migraciones contribuyen a saturar<br />

de aves, durante la buena estación del lugar a que<br />

184


L A NATURALEZA DOMINICANA • <strong>VARIOS</strong><br />

llegan, regiones que no se hallan totalmente explotadas<br />

por las especies sedentarias que las ocupan<br />

todo el año (siempre de número bastante escaso,<br />

sobre todo entre las aves paseriformes).<br />

O dicho de otro modo: las aves migratorias se encargan<br />

de explotar recursos alimenticios estacionales<br />

que, al momento de llegar, resultan sobrantes<br />

para las sedentarias por haber exceso de<br />

ellos.<br />

Añaden lo que sigue: las especies autóctonas<br />

(las no migratorias) mantienen una densidad de<br />

población muy pequeña, causada por los períodos<br />

desfavorables del ciclo anual (invierno o sequía estacional,<br />

según los casos), lo cual explica la presencia<br />

de los mencionados excesos o sobras de alimentos.<br />

Oigamos finalmente a Blondel, quien ha escrito:<br />

«Las migraciones no son, de cualquier forma, más<br />

que un medio que permite a las aves esperar a que<br />

los ecosistemas de su verdadera patria vuelvan a<br />

ser de nuevo favorables para la reproducción».<br />

Para que se entienda la última parte de la cita de<br />

Blondel, ha de tenerse cuenta con lo siguiente: las<br />

aves migratorias no anidan en los lugares a que llegan,<br />

sino en los sitios desde los cuales alzaron el<br />

vuelo, al regresar a ellos; lo cual hacen, como ya se<br />

dijo, cuando ha pasado el invierno y empieza a brillar<br />

el sol de primavera.<br />

Demos finalmente otro apunte relacionado con<br />

la presencia de las aves migratorias en las regiones<br />

escogidas por ellas para pasar el invierno.<br />

Aunque la germinación de las semillas ocurre<br />

en mayor o menor grado a lo largo del año, hay un<br />

momento de pico anual en el subtrópico en que la<br />

germinación llega al tope por el número de casos.<br />

Ese momento es el de las primeras semanas de<br />

la estación lluviosa. Incluso los árboles que florecen<br />

y fructifican cuando está a punto de comenzar la<br />

sequía anual, o en el curso de ese período, echan al<br />

suelo semillas que se mantienen como adormecidas,<br />

ya que no mueren sino que se mantienen viables,<br />

y que parecen volver a la vida cuando germinan<br />

con las primeras lluvias.<br />

Esto significa que los árboles están adaptados<br />

al ritmo de nuestros aguaceros.<br />

Pero se ha observado que, en el año se presenta<br />

un segundo momento, aunque en pico de menor<br />

alzada, en que cierto número de especies arbóreas<br />

florecen, fructifican y dejan caer sus semillas: en<br />

otoño.<br />

Aquí se presenta un acotejo distinto: la naturaleza<br />

aprovecha el arribo de las aves migratorias,<br />

que al alimentarse de frutas contribuyen a dispersar<br />

las semillas en ese tramo del año; y hay árboles<br />

que habiéndose acotejado a las aves migratorias,<br />

disponen para esa fecha sus eventos de reproducción.<br />

Considerada a esta luz, la migración se convierte<br />

en un dando y dando: yo te doy comida, pero tú<br />

me ayudas en la multiplicación de las plantas.<br />

(29 oct., 1988, pp. 10-11)<br />

185


FÉLIX SER<strong>VI</strong>O DUCOUDRAY<br />

En octubre, los flamencos<br />

vuelan en bandadas<br />

desde las Bahamas hasta<br />

el lago Enriquillo.<br />

186


L A NATURALEZA DOMINICANA • <strong>VARIOS</strong><br />

EL BESO DERIVA DE UNA ANTIGUA MANERA DE COMER<br />

Cada animal viene al mundo con un patrón<br />

de conducta, que es propio de la especie a<br />

que pertenece.<br />

Los pichones recién nacidos de muchas aves canoras<br />

estiran el cuello y abren desmesuradamente<br />

la boca al sentir la llegada de sus padres al nido<br />

trayendo el alimento.<br />

Y los de ciertas gaviotas picotean el pico del padre<br />

para que regurgite la comida y se la dé en la<br />

boca.<br />

El patrón de conducta de cada animal es tan característico<br />

de la especie a que pertenece como lo<br />

es el tamaño, el color, toda la estructura del cuerpo<br />

(morfología) y el funcionamiento de su organismo<br />

(fisiología).<br />

El ver cualquier especie animal sólo como la integración<br />

de caracteres morfológicos y fisiológicos,<br />

da una visión incompleta de ella.<br />

Para redondear la imagen hay que añadirle su<br />

patrón de conducta.<br />

Y este patrón, al igual que los caracteres del cuerpo<br />

y de la fisiología, vienen en su mayoría determinados<br />

genéticamente. Provienen de mutaciones<br />

(cambios en la estructura de los genes) producidas<br />

al azar y que luego la selección natural se encarga<br />

de mantener o eliminar, según que otorguen ventajas<br />

adaptativas al animal en que aparecen o que<br />

le resulten desventajosas.<br />

El estudio de la conducta de los animales es el<br />

objeto de una ciencia que se ha desarrollado sobre<br />

todo en las últimas décadas, y que tiene dos<br />

vertientes: la etología (estudio biológico y objetivo<br />

de la conducta instintiva) y la zoopsicología<br />

(que analiza los procesos nerviosos superiores, especialmente<br />

el aprendizaje de conductas). La primera<br />

estudia la conducta de los animales en estado<br />

silvestre; la segunda, en experimentos de laboratorio.<br />

Ahora se aproximan las dos vertientes. Pero el<br />

estudioso que se interesa en saber cómo los delfines<br />

aprenden complicados trucos será zoopsicólogo;<br />

mientras que otro que se interese en la conducta<br />

de los delfines que viven libremente en el<br />

mar, será etólogo.<br />

De todos modos, estudio provechoso.<br />

Por ejemplo: se sabe que los animales mantenidos<br />

en cautiverio (caso de muchos parques zoológicos)<br />

por lo común ven alterada su conducta reproductiva,<br />

que se vuelve aberrante (ausencia de<br />

cópula o del cuido de la prole cuando la tienen).<br />

Pero el conocimiento de la conducta de la especie<br />

de que se trate cuando vive libre en el monte<br />

ayuda a resolver estos problemas.<br />

Un caso: el de las aves denominadas paros barbudos.<br />

En cautiverio llegaban a tener pichones, pero los<br />

echaban del nido casi acabados de nacer. La causa<br />

de esta conducta resultó ser la alimentación superabundante<br />

que se les daba.<br />

Los padres podían saciar pronto a sus polluelos,<br />

que ya, por sentirse hartos, no abrían el pico para<br />

pedir más comida.<br />

187


FÉLIX SER<strong>VI</strong>O DUCOUDRAY<br />

Pues bien: resulta que en la vida natural no ocurre<br />

nunca que se sientan saciados. Los padres tienen<br />

que dar muchas vueltas buscándoles comida,<br />

y se la van trayendo poco a poco y nunca en exceso.<br />

Por eso en la vida silvestre el no abrir el pico los<br />

pichones es señal de que están enfermos o muertos<br />

y la reacción de los padres es echarlos del nido. Y<br />

como ésta es una respuesta instintiva, no razonada,<br />

a la señal de que el polluelo no abra el pico,<br />

los padres hacían lo mismo que en el monte al ver<br />

que no lo abrían. No se daban cuenta de que estaban<br />

hartos.<br />

El conocimiento de este patrón de conducta del<br />

paro barbudo en estado natural, permitió resolver<br />

el problema con sólo disminuir la cantidad de<br />

alimento.<br />

Otro caso: cuando la guerra de Vietnam los soldados<br />

del Vietcong acampaban en la selva con sus<br />

crías de gallos y gallinas. ¿Pero cómo arreglárselas<br />

para que el cantío de los gallos no delatara la<br />

presencia de la tropa<br />

Los ayudó en eso la observación de que los gallos<br />

tienen que alzar la cabeza para cantar. Por eso<br />

los encerraban en jaulas de techo muy bajito que<br />

los obligaba a tenerla siempre en posición horizontal.<br />

Desde luego: la conducta de una especie evoluciona,<br />

al igual que su morfología y su fisiología, a<br />

lo largo de siglos y milenios.<br />

Se ha visto, por ejemplo, que en especies estrechamente<br />

relacionadas (especies de un mismo género,<br />

pongamos por caso) de las cuales unas sean,<br />

por sus caracteres morfológicos y fisiológicos,<br />

más primitivas que otras, van cambiando también<br />

los patrones de conducta, que casi siempre son más<br />

complejos en las menos primitivas.<br />

Esto se echa de ver muy claramente en la construcción<br />

del nido de los periquitos de amor del<br />

género Agapornis.<br />

La especie más primitiva, que es el llamado periquito<br />

de Madagascar, pone el nido en el hueco de<br />

un tronco, sin modelarlo y con un almohadillado<br />

de pequeñas tiritas.<br />

La especie intermedia, la del periquito cara de<br />

melocotón, también lo pone en hueco, pero lo modela<br />

y utiliza tiras largas de corteza y hojas.<br />

La especie más reciente, la del periquito de<br />

Fisher, cubre el hueco del tronco en que anida, le<br />

da forma de túnel, y a más de tiras de corteza y hojas<br />

utiliza ramitas.<br />

Hay dos clases de conductas: innatas y aprendidas.<br />

Entre los patrones innatos de conducta se cuentan<br />

el despliegue del cortejo que precede al apareamiento,<br />

la construcción del nido, la manera de<br />

escapar de los animales de presa, etc.<br />

En los perros el movimiento de dar la pata es<br />

una conducta aprendida.<br />

Los patrones de conducta determinados genéticamente<br />

y que son resultado de la selección natural,<br />

tienen valor adaptativo, esto es, sirven para que<br />

el animal se adecúe mejor a su ambiente, de tal manera<br />

que le permite llevar a cabo sus funciones vitales<br />

normalmente y así sobrevivir y reproducirse.<br />

En tales patrones innatos se observan también<br />

ligeras modificaciones por influjo del ambiente.<br />

El mono verde de Kenia delimita su territorio y<br />

determina mediante la lucha la jerarquía social de<br />

los miembros del grupo.<br />

Pero en Uganda la misma especie de mono no<br />

delimita claramente su territorio y en ella las luchas<br />

por el predominio jerárquico son raras.<br />

188


L A NATURALEZA DOMINICANA • <strong>VARIOS</strong><br />

La conducta innata modificada ligeramente para<br />

adaptarse al ambiente equivale a un aprendizaje<br />

de toda la especie. Pero es una adaptación<br />

(o aprendizaje) inconsciente, que resulta de los<br />

mecanismos de mutación y selección natural con<br />

que opera la evolución de las especies y que actúan<br />

independientemente de que los animales lo quieran<br />

o no.<br />

Veamos finalmente otro aspecto de la conducta<br />

animal, que ha sido llamado ritualización.<br />

Usted seguramente ha observado que los gallos<br />

les buscan comida a las gallinas, y las llaman al<br />

encontrarla para que acudan a comer. El gallo escarba<br />

un par de veces con las patas, da un paso atrás,<br />

picotea el suelo y llama a las gallinas con un cacareo<br />

gutural característico.<br />

Pero mire ahora ese gallo: está haciendo lo mismo,<br />

cuando escarba, da el paso atrás, picotea el<br />

suelo, y emite el cacareo gutural aunque no haya<br />

encontrado comida. Incluso levanta con el pico algunas<br />

piedrecitas del suelo como si fueran granos<br />

de comida, e igual que en el otro caso la gallina<br />

acude.<br />

Son los mismos movimientos y sonidos de busca<br />

de alimento aplicados a otro fin. Ahora son parte<br />

del cortejo que el gallo despliega ante la gallina<br />

para atraerla y aparearse con ella.<br />

Ese movimiento de expresión aplicado a otro<br />

objetivo es lo que se llama ritualización, derivada<br />

en este caso de la conducta de búsqueda de alimentos.<br />

Pero el gallo doméstico muestra el nivel menos<br />

ritualizado de esta conducta entre las aves del grupo<br />

de los Faisánidos.<br />

El faisán real aunque está en actitud de cortejo<br />

se inclina ante la hembra con la cola ligeramente<br />

extendida y picotea el suelo vigorosamente. La<br />

hembra se acerca y busca también comida pero<br />

entonces el macho extiende al máximo su cola y<br />

permanece quieto con la cabeza inclinada.<br />

En el pavo real (pajuil entre nosotros) la ritualización<br />

ha avanzado tanto que no se nota claramente<br />

su relación con la alimentación. El macho<br />

abre y alza la cola esplendorosa, la agita con un<br />

temblor intenso y da pasos hacia atrás. Después<br />

inclina y extiende hacia adelante la cola totalmente<br />

abierta y alzada y estira el cuello azul con el pico<br />

apuntando hacia abajo (como si ahí hubiera comida).<br />

La hembra corre hacia él y picotea en el suelo,<br />

en el punto focal marcado por la cola extendida del<br />

macho, que señala una comida imaginaria. En la<br />

ritualización del pavo real no aparecen ya los movimientos<br />

de escarbar ni de picoteo en el suelo. Ha<br />

alcanzado un mayor grado de abstracción, muy<br />

alejada de la ritualización del gallo doméstico,<br />

apegada todavía a todos los movimientos de búsqueda<br />

de comida.<br />

Asimismo está ritualizado el comportamiento<br />

social de limpieza de la piel, que con frecuencia se<br />

observa en los monos. Está ritualizada en el sentido<br />

de que ya no cumple únicamente su función original<br />

de limpieza, sino que en la mayoría de los<br />

monos actuales esa conducta expresa una disposición<br />

para el contacto social.<br />

Y digamos finalmente que en los seres humanos<br />

también hay conductas ritualizadas.<br />

El beso, por ejemplo, que fue originalmente una<br />

conducta de alimentación de boca a boca.<br />

En algunas tribus africanas las madres todavía<br />

alimentan a sus hijos pequeños cortando un trocito<br />

de la comida con la boca y empujándola con la<br />

lengua en la boca del niño.<br />

189


FÉLIX SER<strong>VI</strong>O DUCOUDRAY<br />

Esta conducta se ha ritualizado, ya sin comida,<br />

como parte del comportamiento sexual del ser humano.<br />

En el chimpancé se conoce también la alimentación<br />

de las crías de boca a boca llevada a cabo<br />

por la madre. Entre ellos esta conducta se ha ritualizado<br />

en la forma del beso de saludo que se dan<br />

los chimpancés adultos.<br />

(19 nov., 1988, pp. 10-11)<br />

La limpieza de la piel<br />

en muchas especies de monos<br />

se ha ritualizado<br />

y ahora cumple<br />

una función social.<br />

Evolución en la construcción del nido en los periquitos Agopornis,<br />

de África. De arriba abajo: La especie más primitiva, la intermedia<br />

y la reciente.<br />

Evolución de la ritualización del cortejo de los faisánidos, derivado de la conducta<br />

de atracción para la comida. Hilera de arriba y de izq. a der.: gallo doméstico,<br />

faisán común, faisán real. Al centro el faisán pavo real. Abajo, el pavo real.<br />

DIBUJOS REPRODUCIDOS POR F.S. DUCOUDRAY<br />

190


L A NATURALEZA DOMINICANA • <strong>VARIOS</strong><br />

MI NIETO, EN LA FERIA, LA BASÍLICA DE HIGÜEY<br />

Cuando acaban de salir del cascarón, los pollitos<br />

ya saben hacer cosas que nadie les ha<br />

enseñado: picotean granos de comida, escarban el<br />

suelo, beben, corren hacia la gallina clueca al ver<br />

un ave de rapiña o cualquier otro animal de presa<br />

que se los puede comer, se sacuden cuando se han<br />

mojado y pían con fuerza e insistentemente cuando<br />

han perdido el contacto con su madre.<br />

Los paticos recién nacidos, en cambio, correrán<br />

hacia el agua, nadarán en ella y buscarán en el lodo<br />

que remueven con el pico, nada de lo cual hacen<br />

los pollitos.<br />

Son, en ambos casos, movimientos no aprendidos,<br />

innatos, y tan propios de cada especie animal<br />

como sus caracteres morfológicos y fisiológicos.<br />

Estos movimientos innatos reciben el nombre<br />

de patrones fijos de conducta o movimientos instintivos.<br />

Son movimientos muy constantes que se<br />

repiten de manera igual, y con los cuales vienen al<br />

mundo los pollitos o paticos que nazcan hoy como<br />

los que nazcan de aquí a mil años, lo cual indica<br />

que son heredados, determinados genéticamente.<br />

Y eso mismo ocurre en los otros animales: vienen<br />

al mundo con los patrones fijos de conducta propios<br />

de la especie a que pertenezcan.<br />

Los perros, por ejemplo, darán vueltas antes de<br />

echarse, aunque lo hagan dentro de la casa, sobre<br />

el piso de mosaicos, donde no hay ninguna yerba<br />

que tengan que aplastar.<br />

Todos los gallos cortejarán siempre de la misma<br />

manera estereotipada a las gallinas, y los pavos<br />

reales lo harán de otra manera pero siempre igual<br />

entre ellos.<br />

Instintivo es también, innato, no aprendido,<br />

el canto de las aves, diferente en cada especie, el<br />

modo que tienen los anfibios de capturar sus presas:<br />

dándose vuelta hacia ellas para tenerlas de<br />

frente y lanzándoles después la lengua con que<br />

las atrapan. Y asimismo es instintiva la costumbre<br />

de almacenar alimentos que se ve en las ardillas,<br />

la alimentación de los pichones por las aves y muchos<br />

otros movimientos incluidos en el repertorio<br />

de la conducta de cada especie animal.<br />

Veamos ahora este caso, el de una gansa que está<br />

echada en el nido, cubriendo los huevos. Si algún<br />

huevo se le sale del nido, la gansa lo recupera, y los<br />

movimientos que ejecuta para ello son innatos, estereotipados,<br />

siempre iguales.<br />

¿Pero cómo lo hace<br />

Se queda en el nido y desde allí estira el cuello<br />

hasta poner el pico detrás del huevo, en el borde<br />

que le queda más lejos, y luego, con pequeños movimientos<br />

laterales de balanceo, empieza a empujarlo<br />

hacia ella, con la parte inferior del pico,<br />

hasta que lo trae de nuevo al nido.<br />

Hagamos ahora lo siguiente: cuando la gansa<br />

empiece la recuperación del huevo, quitemos el<br />

huevo. La gansa continuará ejecutando el movimiento<br />

de recuperación en el vacío. El cuello seguirá<br />

moviéndose en línea recta hacia el nido, seguirá<br />

encogiéndose, pero ya sin los movimientos<br />

laterales de balanceo.<br />

191


FÉLIX SER<strong>VI</strong>O DUCOUDRAY<br />

¿Por qué ocurre así<br />

Porque en este caso se dan dos tipos distintos de<br />

movimientos innatos que se han superpuesto: a)<br />

el movimiento del cuello encogiéndose en línea recta<br />

hacia el nido, y b) el movimiento lateral de balanceo,<br />

que es uno de los llamados movimientos<br />

de orientación (que también reciben el nombre de<br />

taxias).<br />

Los dos son innatos; pero el primero es el patrón<br />

fijo de conducta.<br />

La diferencia estriba en lo siguiente: el patrón<br />

fijo de conducta, una vez que ha empezado (o dicho<br />

con mayor precisión: una vez desencadenado)<br />

continúa ejecutándose hasta el final aunque ya no<br />

esté presente el estímulo que lo provoca (en este<br />

caso el huevo fuera del nido). Por eso mismo los<br />

perros cuando han empezado a ejecutar los movimientos<br />

para echarse, dan vueltas aunque no haya<br />

ninguna yerba que deban aplastar. En ellos esto es<br />

un patrón fijo de conducta. En cambio los movimientos<br />

de orientación o taxias requieren la<br />

presencia continua del estímulo. Por eso la gansa<br />

no sigue ejecutando el movimiento lateral de balanceo<br />

cuando se le quita el huevo que había empezado<br />

a recuperar.<br />

No siempre el patrón fijo de conducta se ejecuta<br />

simultáneamente, de manera superpuesta, con el<br />

movimiento de orientación. En la conducta de captura<br />

de presas ejecutada por las ranas, pongamos<br />

por caso, el patrón fijo de conducta y el movimiento<br />

de orientación se ejecutan uno después del otro.<br />

Cuando se dispone a atrapar la presa, la rana orienta<br />

primero su cuerpo hacia dicha presa (movimiento<br />

de orientación o taxia), y después proyecta<br />

hacia ella la lengua con que la caza (patrón fijo de<br />

conducta).<br />

La suma de taxias y patrones fijos de conducta<br />

da como resultado la conducta instintiva.<br />

El carácter innato de los instintos se ha podido<br />

demostrar mediante experimentos que consisten<br />

en privar al animal de la experiencia que le permitiría<br />

aprender los movimientos que se estudian.<br />

Para ello se les cría desde el comienzo totalmente<br />

aislados de otros animales de la misma especie y<br />

de estímulos particulares, de modo que no puedan<br />

aprender nada por imitación.<br />

Con ese fin, por ejemplo, se han criado palomas<br />

recién nacidas, en jaulas estrechas en que no pueden<br />

mover las alas ni ver volar a otras palomas; y<br />

cuando ya han crecido y son sacadas de la jaula,<br />

vuelan a la perfección.<br />

Algo parecido se ha hecho para demostrar que<br />

es innata la conducta de la ardilla cuando almacena<br />

las nueces para alimentarse. Esa conducta está<br />

compuesta por una secuencia completamente estereotipada<br />

de movimientos: los que ejecuta para<br />

abrir el agujero, después para enterrar las nueces<br />

y finalmente los de tapar el agujero.<br />

En el caso de este experimento las ardillas recién<br />

nacidas fueron aisladas en jaulas de rejas, con suelo<br />

desnudo y alimento líquido abundante. De esa<br />

manera se les suprimía las informaciones que necesitan<br />

para aprender la conducta de aprovisionamiento<br />

(escasez de alimento, otros congéneres a los<br />

cuales imitar, etc.); pero aún así, al hacerse adultas<br />

y soltarlas, dominaron desde el primer momento<br />

la conducta de aprovisionamiento y la ejecutaron<br />

de manera perfecta.<br />

Otro tanto se ha hecho para demostrar que es<br />

innato el canto de las aves.<br />

Las currucas que se crían en cámaras totalmente<br />

insonorizadas, en las que no pueden oír nada de<br />

192


L A NATURALEZA DOMINICANA • <strong>VARIOS</strong><br />

afuera, emiten las 25 llamadas y los tres cantos<br />

que son típicos de esa especie. Y las gallinas jóvenes,<br />

a las cuales se les quita desde que nacen el<br />

sentido del oído, dan, a pesar de no haberlo podido<br />

escuchar nunca, el cacareo típico de ellas.<br />

Esto no quiere decir que en todas las especies<br />

de aves sean innatos todos los aspectos del canto.<br />

Hay aves que tienen que aprender algún aspecto<br />

de su canto. Por ejemplo: los pinzones que se crían<br />

en cámaras insonorizadas dan un canto similar<br />

al de la especie en cuanto al número de sílabas y a<br />

su longitud, pero que difiere en la característica<br />

división del canto en tres estrofas. Este aspecto<br />

de la división en estrofas debe ser aprendido.<br />

Veamos ahora este punto: ¿Qué es lo que desata<br />

la ejecución de un patrón fijo de conducta<br />

Cada especie de animal cuenta con diversos patrones<br />

fijos de conducta, pero no los ejecutan a<br />

tontas y a locas, aparentemente sin motivaciones.<br />

Dependen de estímulos o más bien señales que<br />

reciben del exterior.<br />

Se tiene averiguado que desempeñan ese papel<br />

ciertos estímulos altamente específicos.<br />

Y en esto hay que tener cuenta con dos cosas:<br />

la primera es que los animales perciben muchos<br />

estímulos sensoriales (lo que ve, lo que huele, lo que<br />

oye, etc.) pero no todos esos estímulos actúan como<br />

señales desencadenantes de la conducta instintiva.<br />

Y la segunda es que los animales perciben<br />

con los órganos de sus sentidos, sólo una porción<br />

limitada de cuanto les rodea. Algunos ven más que<br />

nosotros (como las abejas que perciben la luz ultravioleta),<br />

u oyen más (como los murciélagos que<br />

escuchan el ultrasonido para el cual el ser humano<br />

es sordo); pero muchos ven menos que nosotros,<br />

por ejemplo (como las aves que no son de rapiña),<br />

y así de seguido. Los animales no ven el mundo<br />

que los rodea igual que los seres humanos. Y por<br />

eso a veces se atienen, para reconocerlo, a ciertos<br />

datos que a nosotros no nos bastarían.<br />

Por ejemplo: un simple penacho hecho con las<br />

plumas rojas que el petirrojo tiene en el pecho y<br />

que se pone en vez del animal completo, en el territorio<br />

defendido por otro petirrojo macho, desencadena<br />

en este petirrojo una intensa conducta<br />

de lucha para expulsar al «intruso». En cambio<br />

ese mismo petirrojo macho no reacciona ante la<br />

presencia de un petirrojo macho disecado, puesto<br />

también en su territorio, pero sin plumas pectorales<br />

rojas.<br />

Las plumas pectorales rojas son el estímuloseñal<br />

equivalente a «presencia de petirrojo intruso»<br />

y que desencadena la conducta instintiva de lucha.<br />

Los pichones de ciertas gaviotas abren el pico<br />

para que la madre los alimente, al percibir el punto<br />

rojo que la gaviota adulta tiene en el pico. Si se<br />

borra o se tapa ese punto los pichones no abren el<br />

pico.<br />

En los pichones de mirlo la señal es distinta: si<br />

se les presentan dos discos de cartón pegados por<br />

los bordes, uno grande, otro pequeño, y de color<br />

oscuro ambos, los pichones abren el pico. Reconocen<br />

el disco pequeño como la cabeza, y la relación<br />

entre el tamaño de la cabeza y la del cuerpo<br />

(el disco más grande) es la señal que equivale a<br />

«presencia de los padres» y que desencadena en el<br />

pichón la conducta de alargar el cuello y abrir la<br />

boca para pedir comida. Eso es el padre para ellos:<br />

la forma relacionada de dos discos oscuros de cartón<br />

de distinto tamaño.<br />

Estos mecanismos de reconocimiento por señales<br />

parciales los tienen también los seres humanos,<br />

193


FÉLIX SER<strong>VI</strong>O DUCOUDRAY<br />

como lo pude comprobar yo en uno de mis nietos,<br />

cuando tenía dos años de edad.<br />

El había ido con frecuencia a Higüey, a donde<br />

sus abuelos maternos, que viven cerca de la basílica.<br />

Por eso él conocía la basílica de Higüey. La había<br />

visto reiteradamente, de cerca y de lejos, y sus<br />

abuelos le habían dicho que «esa es la basílica».<br />

¿Pero qué era para él la basílica<br />

Lo supe una tarde en que bajaba con él en automóvil<br />

por la Winston Churchill, cruzamos la<br />

avenida Independencia y seguimos por el Centro<br />

de los Héroes (antiguamente Feria de la Paz) rumbo<br />

al Malecón. Cuando mi nieto alcanzó a ver la<br />

estructura empinada y en punta del monumento<br />

que se ve al fondo de la feria gritó:<br />

—¡La basílica!<br />

Porque había visto una alta estructura parecida<br />

al arco de la basílica de Higüey, en el cual, sin<br />

dudas, lo reconocía. Y eso era la basílica para mi<br />

nieto: sus arcos en punta y empinados.<br />

(26 nov., 1988, pp. 10-11)<br />

DIBUJOS REPRODUCIDOS POR F.S. DUCOUDRAY<br />

Conductas instintivas en que se pueden analizar sus componentes. (Ilust. izq.) Recuperación de los huevos por la gansa. (Al centro.) Modelo usado<br />

para estudiar los estímulos señales: (izq.), pájaro disecado sin mancha pectoral roja; (der.) penacho de plumas rojas. Sólo este modelo desencadena la conducta<br />

de ataque. (Ilust. der.) Captura de una presa por la rana.<br />

Basílica de Nuestra Señora de La Altagracia, Higüey.<br />

A.J. DUNOYER DE SEGONZAC: BASÍLICA DE NTRA. SRA. DE LA ALTAGRACIA (P: 266)<br />

Entrada sur a la Feria de la Paz y Confraternidad del Mundo<br />

Libre (1955), hoy [1988] Centro de los Héroes, Santo Domingo.<br />

ALBUM DE ORO DE LA FERIA DE LA PAZ… (P. 290)<br />

194


L A NATURALEZA DOMINICANA • <strong>VARIOS</strong><br />

¿HASTA DÓNDE SE PUEDE MODIFICAR LA NATURALEZA<br />

Siempre ha habido acción recíproca entre el<br />

hombre y el mundo natural en que vive; y<br />

nunca dejará de haberla.<br />

Sólo que al comienzo el hombre actuaba en la<br />

naturaleza como uno más de los componentes<br />

naturales del medioambiente.<br />

Recogía frutos para alimentarse, como lo sigue<br />

haciendo cualquier mono, y después empezó a<br />

comer carne, al igual que otros animales.<br />

Pero más adelante, con el empleo de diversas<br />

técnicas, aún las más primitivas (el fuego, el hacha,<br />

el arco y la flecha, etc.) cambió el carácter de la<br />

relación del hombre con la naturaleza y pasó a ser<br />

una relación de dominio, que cada vez más aumentaba<br />

la capacidad que iba adquiriendo para transformar<br />

el mundo natural.<br />

En vez de recoger frutos empezó a cultivarlos<br />

(agricultura). En vez de cazar animales empezó a<br />

criarlos (ganadería). Fundó ciudades, abrió caminos,<br />

etc. Hasta llegar al día de hoy en que con la<br />

agricultura de grandes plantaciones y la gran industria<br />

mecanizada, todo ello en las condiciones<br />

de la revolución científico-técnica que ha potenciado<br />

enormemente su capacidad de transformación<br />

de la naturaleza, se ha llegado a una situación<br />

en que la acción del hombre sobre ella tiene repercusiones<br />

desastrosas no sólo de agotamiento de los<br />

recursos naturales y contaminación del medioambiente,<br />

lo que ya es muy grave, sino también (y<br />

esto es lo peor) de ruptura de los equilibrios naturales,<br />

destrucción de ecosistemas completos,<br />

extinción de especies de plantas y de animales,<br />

y todo eso hasta un grado tal de deterioro de la<br />

naturaleza que en muchos casos sobrepasa la capacidad<br />

que ella tiene de autorregenerarse y de absorber<br />

los desechos tóxicos.<br />

Esta situación provocada por la explotación irracional<br />

y desmedida de los recursos naturales, en<br />

que la codicia no se interesa en calcular las consecuencias,<br />

determinó la aparición de movimientos<br />

que se han propuesto en muchos países, incluídos el<br />

nuestro, la defensa de la naturaleza frente a todas estas<br />

agresiones que ya están poniendo en peligro la propia<br />

vida del hombre y de las sociedades en que vive.<br />

En todas partes crece la conciencia de haber llegado<br />

el momento en que no se puede esperar más<br />

para ponerle coto a este desastre que nos lleva<br />

camino de una hecatombe ecológica.<br />

Pero al abordar esta defensa se manifiestan dos<br />

concepciones opuestas.<br />

Una de ellas es la conservacionista (o, si se quiere,<br />

conservacionista a ultranza). Su punto de partida es<br />

el considerar como extremadamente difícil y hasta<br />

imposible el cálculo de las consecuencias que<br />

puede tener la acción del hombre en el medioambiente<br />

natural, y como, por eso, toda acción de ese<br />

tipo habría de efectuarse, según ellos, a ciegas, no<br />

sólo acaban viendo con malos ojos toda transformación<br />

humana de la naturaleza, todo progreso,<br />

sino que incluso muchos propugnan que el hombre<br />

renuncie a intervenir en ella por lo imprevisible de<br />

las consecuencias.<br />

195


FÉLIX SER<strong>VI</strong>O DUCOUDRAY<br />

Pero eso es imposible e irreal. Porque para respetar<br />

tan estrictamente los equilibrios naturales<br />

habría que volver a las tribus primitivas, que limitaban<br />

el sustento a la recolección de frutos y a la<br />

caza de animales pequeños.<br />

(Hay que decir, aunque sea de paso, que en nuestro<br />

país diversas agrupaciones interesadas en defender<br />

nuestra ecología llevan el nombre de «conservacionistas».<br />

Pero lo llevan sin darse cuenta de que<br />

con ello se adscriben a esta concepción exagerada,<br />

que, por lo que indica su actividad, no comparten).<br />

Es cierto que la actividad antropógena (la de<br />

origen humano) sobre la naturaleza, tiene muchas<br />

consecuencias negativas. Pero no necesariamente<br />

tiene que ser siempre así. El progreso técnico no<br />

es lo que conduce sin falta a la degradación de la<br />

naturaleza. El problema no está en el material<br />

técnico, sino en quiénes lo emplean y cómo lo<br />

emplean.<br />

La codicia no tiene remilgos «conservacionistas»<br />

y se lleva de encuentro todo cuanto pueda<br />

si de ello obtiene riquezas quien la ejerce. ¿Cuántos<br />

de nuestros bosques no han desaparecido de esta<br />

manera para ser llevados a los aserraderos o para<br />

dejarle sitio a potreros<br />

Y otro tanto habría que decir de la miseria. Los<br />

campesinos que han quedado sin tierra y que ven<br />

la tierra agrícola de nuestros llanos acaparada por<br />

grandes propietarios, no tienen más remedio, por<br />

razón —y por fuerza— de supervivencia, para no<br />

morirse de hambre, que tumbar un pedazo de<br />

monte en la montaña para sembrar su conuco. Y<br />

así seguirá siendo hasta que tengan tierra.<br />

La codicia y el hambre: he ahí a los dos enemigos<br />

principales de la ecología, del mundo natural.<br />

Porque ninguna de las dos calcula consecuencias.<br />

Esto indica que quitándole el mando a la codicia<br />

y al hambre la naturaleza puede ser aprovechada<br />

racionalmente por el hombre.<br />

Y esto ha dado pie a la concepción del ecodesarrollo,<br />

que es la otra manera de abordar el<br />

problema de la defensa de la naturaleza, sin paralizar<br />

el progreso. Porque eso es posible.<br />

Conociendo las leyes naturales y sirviéndose<br />

de ellas sin pretender violarlas (porque eso es lo<br />

que trae los desastres ecológicos) el hombre puede<br />

explotar los recursos naturales que necesita, sin<br />

traspasar los límites que impone el requerimiento<br />

de mantener los equilibrios naturales, e incluso de<br />

mejorar en su provecho el medio ambiente.<br />

Sólo que al actuar en esta dirección es imprescindible,<br />

al menos en el estado actual de los conocimientos<br />

científicos, actuar con suma cautela, andar<br />

con pies de plomo.<br />

El hombre está en capacidad, por ejemplo, de<br />

alterar en breve plazo, con sus obras hidrotécnicas,<br />

la estructura de los ríos, con mayor celeridad de lo<br />

que puedan hacerlo los procesos naturales del<br />

cauce a lo largo de milenios.<br />

Pero el calcular y prever todas las consecuencias<br />

de una intervención como ésa en el medio natural<br />

no siempre está en sus manos.<br />

No le costará mucho trabajo, pongamos por<br />

caso, calcular el tiempo en que se llenará un gran<br />

embalse, pero ya resulta mucho más difícil aquilatar<br />

el futuro régimen hidroquímico y las condiciones<br />

que habrán de crearse en el embalse para la<br />

economía pesquera, lo mismo que la erosión de la<br />

orilla por la acción de las olas futuras, o el nivel a<br />

que habrán de elevarse las aguas en un extenso<br />

territorio contiguo y las consecuencias de ello en<br />

la agricultura de las zonas adyacentes.<br />

196


L A NATURALEZA DOMINICANA • <strong>VARIOS</strong><br />

O también: podemos exterminar fácilmente en<br />

un territorio considerable, con ayuda de la química,<br />

las plagas de la agricultura, y a la vez todos los<br />

demás insectos y animales pequeños; pero es difícil<br />

determinar de antemano cuál será el nuevo<br />

equilibrio ecológico que se establecerá en ese mismo<br />

territorio después de haber llevado a cabo el<br />

exterminio, cuándo se establecerá, dicho nuevo<br />

equilibrio, y cómo influirá, en última instancia, en<br />

la planta protegida.<br />

Y esto es así porque a pesar de su indudable<br />

progreso, la ciencia no tiene todavía todas las<br />

respuestas para estos problemas.<br />

A título de prueba voy a traer a colación la advertencia<br />

que un conocido académico de la Unión<br />

Soviética I. Guerasimov, ha hecho al respecto. Y<br />

escojo las palabras de un científico soviético precisamente<br />

por ser de un país en que se defienden y<br />

promueven los planes de transformación de la<br />

naturaleza y ser Guerasimov partidario de esa<br />

concepción, a pesar de lo cual pone por delante<br />

estas cautelas:<br />

«…los complejos problemas relacionados con la<br />

acción recíproca de la sociedad y la naturaleza en<br />

el curso de la actual revolución científico-técnica<br />

aún no han sido estudiados suficientemente en el<br />

plano teórico. Esta constancia puede parecer<br />

infundada prima facie, ya que muchas ciencias naturales<br />

investigan desde hace ya mucho tiempo el<br />

medioambiente en varios aspectos, incluyendo la<br />

influencia que ejerce sobre él la actividad económica<br />

de la sociedad».<br />

Pero enseguida añade:<br />

«Sin embargo, las verdaderas causas de los cambios<br />

adversos en la naturaleza que nos circunda,<br />

la esencia de la acción negativa de los factores<br />

tecnológicos sobre los ecosistemas naturales, aún<br />

no se conocen en grado suficiente. El testimonio<br />

más claro de ello es que la realización de importantes<br />

medidas técnicas (en la minería, la construcción,<br />

la hidrotécnica, etc.) así como los amplios<br />

trabajos de mejoramiento del suelo y la quimización<br />

de la agricultura, necesarios para elevar el<br />

rendimiento de los campos y combatir las plagas,<br />

nos deparan a menudo, junto con grandes efectos<br />

positivos, algunas sorpresas desagradables».<br />

«Así ocurre porque con dichas medidas se busca<br />

el efecto técnico y económico inmediato, sin efectuar<br />

cálculos de largo alcance, sin pronosticar con<br />

amplitud y fiabilidad suficientes las consecuencias<br />

duraderas de la intervención técnica en el medioambiente.<br />

Como resultado de ello, el efecto técnico<br />

y económico real de una medida es con frecuencia<br />

inferior al que se esperaba; además, la contaminación<br />

excesiva del aire y de las aguas, la intensificación<br />

de los procesos naturales espontáneos (desarrollo<br />

de la erosión, salinización y empantanamiento<br />

del suelo), el empeoramiento y desaparición<br />

de bosques y campos de forrajes, las pérdidas<br />

de la economía pesquera y otros muchos cambios<br />

desfavorables del entorno obligan a tomar otras<br />

medidas, no previstas anteriormente. Semejantes<br />

errores de cálculo obedecen las más de las veces a<br />

la dificultad de pronosticar a ciencia cierta las<br />

reacciones inversas del medio natural ante la intervención<br />

antropógena, a la ausencia de métodos<br />

científicamente fundamentados para aquilatar<br />

el grado admisible de esa intervención (todo lo<br />

cual) pone de manifiesto hoy la penuria de conocimientos<br />

científicos sobre las propiedades fundamentales<br />

del medioambiente, las formas y los niveles<br />

de su organización, los mecanismos estruc-<br />

197


FÉLIX SER<strong>VI</strong>O DUCOUDRAY<br />

turales y la esencia física de los procesos naturales,<br />

la dinámica de sus cambios provocados por factores<br />

antropógenos. Tal es la razón de que sean<br />

insuficientes muchos esfuerzos encaminados a<br />

proteger el entorno y a transformarlo de manera<br />

coherente y se imponga la necesidad de llevar a<br />

cabo investigaciones ecológicas fundamentales».<br />

Por eso en nuestro país, donde el personal científico<br />

especializado en asuntos de ecología es muy<br />

escaso y están en pañales todavía las investigaciones<br />

de todo género, no solamente las propiamente<br />

ecológicas, tenemos que ser más cautelosos<br />

aún que en los países desarrollados; sobre todo si<br />

tenemos cuenta con que los privilegios suelen<br />

alcanzar complacencias oficiales para llevar a cabo<br />

desmanes que se saben disfrazar de intención<br />

respetuosa frente a la naturaleza.<br />

(10 dic., 1988, pp. 10-11)<br />

¿Cuántos de nuestros bosques no han desaparecido para ser llevados a los aserraderos o para dejarle sitio a algún potrero<br />

198


L A NATURALEZA DOMINICANA • <strong>VARIOS</strong><br />

LOS ANIMALES INVENTAN LA METEOROLOGÍA CONFIABLE<br />

Si cuando usted va por el monte sólo ve árboles<br />

y matorrales, dicho así para indicar que sólo<br />

vio cosas poco interesantes que no le llamaron la<br />

atención, usted no sabe de las maravillas que se<br />

pierde.<br />

Pero no solamente maravillas de esa vegetación<br />

(árboles y matorrales) en que las plantas despliegan<br />

marrullas tan asombrosas como esa de poner<br />

néctar en las flores para asegurar que ciertos insectos<br />

o aves (caso del zumbador) vayan, libando<br />

ese licor, a polinizarlas. O como aquella otra, yerbita<br />

por más señas, en que después de la flor y ya<br />

en el suelo la espiga enmarañada, aprovecha el frescor<br />

de la primera lluvia para enterrar ella misma<br />

sus semillas en el suelo mojado moviendo las secas<br />

hilachas a que están sujetas.<br />

No sólo, repito, las maravillas vegetales sino<br />

además las de la fauna que vive entre esas plantas.<br />

Las maravillas del comportamiento animal, pongamos<br />

por caso, que a veces siguen siendo enigmas<br />

que el hombre todavía no ha podido descifrar.<br />

Animales, por ejemplo, que presienten los cambios<br />

del tiempo porque se dan cuenta de ciertos<br />

avisos que el ser humano desconoce pero que ellos<br />

perciben.<br />

Por eso las morsas del Ártico sólo aparecen<br />

cuando ya faltan menos de 10 días para romperse<br />

la corteza del hielo polar, y sin lo cual no pueden<br />

ellas empezar a pescar. Y ése es uno de los datos<br />

de que se llevan actualmente los científicos para<br />

pronosticar el deshielo de los mares nórdicos.<br />

Lo que no se ha podido averiguar todavía es<br />

cómo «saben» las morsas que ya está a punto de<br />

comenzar la rotura del hielo.<br />

Y no vayamos muy lejos, porque incluso las vacas<br />

pueden pronosticar el tiempo que se avecina,<br />

lo cual reflejan en la cantidad de leche. Al desplazarse<br />

las altas presiones atmosféricas, empiezan<br />

a dar menos leche desde antes de que sobrevenga<br />

el mal tiempo.<br />

Es indudable que los animales llevan en el cuerpo<br />

un «centro meteorológico» todavía no descubierto,<br />

no encontrado, pero que funciona.<br />

¿Quién no ha oído decir a los campesinos que<br />

ellos pronostican el tiempo por la conducta de tales<br />

o cuales animales<br />

Y aunque poca gente les cree, yo pienso que a<br />

esas afirmaciones de los campesinos se les debe<br />

poner asunto, porque ellos se basan en observaciones<br />

empíricas que vienen de lejos, transmitidas de<br />

generación en generación, y que por lo sabido ya<br />

de morsas, vacas y otros animales, no parecen andar<br />

muy descaminadas y deben ser objeto de investigación<br />

para ver si se confirman o no.<br />

Sobre todo sabiéndose, como ya se sabe, que los<br />

animales tienen una como estación interna de meteorología.<br />

Aparte de los casos de las morsas y las vacas,<br />

entre los ejemplos clásicos se cuentan los siguientes:<br />

El canto de los sapos, que anuncia mal tiempo.<br />

Cuando las golondrinas vuelan bajo, va a llover. Y<br />

199


FÉLIX SER<strong>VI</strong>O DUCOUDRAY<br />

eso mismo presienten los pajuiles cuando dejan oír<br />

un grito penetrante.<br />

En los países fríos, una parte de las aves emigra<br />

al acercarse el invierno. Otra parte se queda. Pero<br />

hay años en que incluso estas aves residentes emprenden<br />

el vuelo migratorio. Lo hacen porque han<br />

presentido (sin que se sepa cómo) que el invierno<br />

va a ser muy crudo.<br />

Otros casos científicamente constatados: las palomas<br />

mensajeras y los patos silvestres se dan<br />

cuenta de las variaciones de la presión atmosférica<br />

(el suyo sería, pues, un barómetro interno). Y como<br />

tales variaciones acarrean cambios del tiempo, dichas<br />

aves lo presienten de ese modo.<br />

Algo parecido pasa con las ranas arborícolas:<br />

cuando sube la presión atmosférica empiezan a<br />

cantar mucho antes que en días normales; y cuando<br />

baja, se entierran rápidamente en el suelo o en otro<br />

sustrato, adelantándose en una hora a la llegada<br />

del descenso de temperatura.<br />

Pero no nos extraviemos: ninguno de estos animales<br />

se da cuenta realmente de lo que va a pasar.<br />

No lo saben. No se enteran. Y la conducta que siguen<br />

no es decidida por ellos.<br />

Son reacciones instintivas, no conscientes. Perciben<br />

una señal estímulo, que desencadena en ellos<br />

una determinada conducta, invariable en cada especie.<br />

Cuando esta señal (sin que sepamos qué es realmente<br />

lo que perciben) llega, siempre seguida del<br />

meteoro físico que la acompaña (ciclón, terremoto,<br />

lluvia, frío, etc.) y de lo cual es anticipo, la conducta<br />

que provoca también vendrá seguida por el<br />

meteoro y por eso lo anuncia. Todo lo cual es resultado<br />

de la selección natural y de la evolución adaptativa.<br />

El instinto es el mecanismo general (aunque no<br />

necesariamente el único) que rige la conducta de<br />

los animales.<br />

Usted podría creer que los animales rumiantes,<br />

que se alimentan de plantas, andan en eso de su<br />

cuenta y cada cual haciendo individualmente lo<br />

que le parece.<br />

Pero no.<br />

El tiempo que pasan caminando en busca del<br />

pasto adecuado, pastando, echados en el suelo,<br />

masticando y rumiando tiene en cada especie una<br />

secuencia fija, cada 24 horas, en cuanto a la frecuencia<br />

de dichas actividades y a la duración de<br />

los períodos dedicados a cada una de ellas, aunque<br />

con variaciones dependientes del sexo, la edad<br />

y tamaño del animal, así como de las condiciones<br />

del pasto, del terreno y del clima.<br />

Esto determina que los grandes herbívoros, como<br />

ciervos, antílopes y vacas, sean de poco dormir.<br />

La razón es la siguiente: en el alimento vegetal la<br />

concentración de sustancias nutritivas es muy baja<br />

en comparación con la carne, y eso los obliga a pasar<br />

gran parte del tiempo comiendo y rumiando,<br />

ya que se ven en la necesidad de ingerir grandes<br />

volúmenes de alimentos. Duermen apenas unas<br />

tres horas al día. Los grandes félidos, en cambio,<br />

como los tigres y leones, que se alimentan de carne,<br />

tienen el sueño más largo que los seres humanos.<br />

En algunos animales fitófagos (que comen<br />

plantas) el instinto les impone la conducta de almacenamiento.<br />

Esto ocurre especialmente en mamíferos<br />

roedores cuando lo que comen no siempre<br />

abunda a lo largo del año. Caso de las ardillas, que<br />

almacenan nueces.<br />

Igualmente instintiva es la conducta de alimentación<br />

(ingestiva) de los carnívoros.<br />

200


L A NATURALEZA DOMINICANA • <strong>VARIOS</strong><br />

Los anfibios (sapos, etc.) son mayormente insectívoros<br />

lo mismo que los saurios (grupo que incluye<br />

las lagartijas).<br />

Pero el método instintivo de cazar es diferente<br />

en cada caso.<br />

Los anfibios capturan insectos que estén moviéndose<br />

ya sea en el aire o en el suelo. Si no se<br />

mueven el instinto no les funciona y les resulta imposible<br />

cazarlos. La rana se muere de hambre si la<br />

comida que usted le pone son moscas inmovilizadas.<br />

Pero si se mueven las captura con la lengua,<br />

larga y pegajosa, que se le dispara a gran velocidad.<br />

Los lagartos y otros saurios los capturan directamente<br />

con la boca. No con la lengua. Esperan a<br />

que les pase cerca algún insecto y entonces con la<br />

velocidad del rayo se abalanzan sobre él.<br />

En ambos grupos son estímulos visuales los que<br />

desencadenan el instinto de captura.<br />

Es el mismo caso de las garzas, que se alimentan<br />

de peces. Metidas en el agua orillera con sus largas<br />

patas, los acechan hasta poder harponearlos con el<br />

largo pico.<br />

Pero algunas de ellas despliegan pericias increíbles.<br />

La llamada garza roja camina muy lentamente<br />

con las alas abiertas para darle sombra al agua.<br />

Los peces acuden a la sombra, lo que en este caso<br />

equivale a meterse en la boca del lobo porque la<br />

garza enseguida los clava con el pico.<br />

La garza azul hace otro tanto, pero en vez de<br />

avanzar caminando lentamente en el agua, gira<br />

sobre sí misma con las alas abiertas que dan sombra<br />

de muerte.<br />

Eso sí: pericia de cazador la del halcón peregrino.<br />

Él ha «descubierto» que el ojo de las aves que<br />

persigue para comérselas tiene una zona ciega,<br />

ya que no ven hacia atrás. Cuando está cazando<br />

con viento en contra, ese halcón entra, cambiando<br />

su trayectoria, por el ángulo ciego de la presa,<br />

desde atrás, para no ser visto. Con viento a favor<br />

la golpea por el cuello o por el ala sin modificar la<br />

trayectoria.<br />

Usted quizás sabía que los murciélagos insectívoros<br />

localizan en vuelo a sus presas cuando les<br />

llega el eco del ultrasonido que emiten y que ha chocado<br />

con ellas. Así cazan al vuelo enormes cantidades<br />

de insectos.<br />

Lo que usted quizás no sabía es lo siguiente: que<br />

algunas especies de polillas han desarrollado la<br />

capacidad de detectar la voz ultrasónica de estos<br />

murciélagos. Y que a la menor señal de ella se tiran<br />

al suelo plegando las alas.<br />

Conductas de este tipo se llaman antipredadoras.<br />

Una de ellas es la defensa de grupo que pone en<br />

práctica el antílope eland de África ante la presencia<br />

de las hienas. En ese caso la manada adopta enseguida<br />

una formación de protección, en la que las<br />

hembras sin hijos se colocan delante, y las que<br />

tienen crías van detrás rodeándolas.<br />

Otro caso de conducta antipredadora: hay una<br />

especie de halcón que captura sus presas en el suelo.<br />

Si algún cuervo lo ve, huye volando. Pero buscará,<br />

en cambio, refugio entre el follaje si la que ve<br />

es otra especie de halcón que caza al vuelo.<br />

No vuelva a decir, si alguna vez lo ha hecho después<br />

de ir al campo, que sólo vio «árboles y matorrales».<br />

(17 dic., 1988, pp. 10-11)<br />

201


FÉLIX SER<strong>VI</strong>O DUCOUDRAY<br />

Cuando vaya al campo, no vea sólo árboles y matorrales.<br />

202


L A NATURALEZA DOMINICANA • <strong>VARIOS</strong><br />

EL SILENCIO DE LA LECHUZA, MANDARINAS Y PALOMAS<br />

Los sapos les temen instintivamente a las culebras.<br />

Al verlas, se ponen en seguida en actitud<br />

defensiva. Y con razón, porque las culebras se<br />

comen a los sapos. Son su principal animal de presa.<br />

Pero al ver una culebra, el sapo no piensa:<br />

«culebra», como pensamos nosotros, los seres<br />

humanos.<br />

Porque «culebra» es un concepto, resultado de<br />

una abstracción mental en la que se generalizan los<br />

rasgos distintivos comunes a todas las culebras, lo<br />

cual viene a ser demasiado complicado para un<br />

sapo.<br />

Esto no quiere decir que el sapo no tenga también<br />

sus generalizaciones «mentales», sólo que<br />

más toscas que las del hombre.<br />

El sapo ve las culebras, percibe la imagen de cada<br />

una de ellas cuando las tiene por delante. Las<br />

reconoce. ¿Pero en qué se basa para identificarlas<br />

como su enemigo mortal, como el animal de presa<br />

del cual debe cuidarse si quiere seguir viviendo<br />

Probablemente la «generalización» mental del<br />

sapo sólo incluya la forma y el tamaño.<br />

Dicho en lenguaje humano: forma cilíndrica,<br />

angosta y alargada.<br />

Por eso asume la actitud defensiva cuando se le<br />

presenta un tubo de goma que tenga más de 23<br />

centímetros de largo, como si estuviera en presencia<br />

de una culebra verdadera.<br />

Los animales no perciben con sus sentidos el<br />

mundo que los rodea tal como los percibimos nosotros;<br />

con lo cual ha de tenerse mucha cuenta al<br />

estudiar la conducta de los animales, sus reacciones<br />

ante los diferentes estímulos que desatan en<br />

ellos respuestas instintivas.<br />

Lo que «piensa» un sapo al ver una culebra, probablemente<br />

sea como esto: «manguerita peligrosa».<br />

Pero entendámosnos: no es que piense realmente,<br />

ni generalice mentalmente ni cosa parecida.<br />

Sino que esa forma de tubo es la señal–estímulo<br />

que, en siendo percibida, desencadena en el sapo<br />

la reacción instintiva de defensa. Por eso se defiende<br />

también de las mangueras.<br />

Percepciones imperfectas de la realidad, parecidas<br />

a ésta en que el concepto «culebra», digámoslo<br />

así, no se ha deslindado del concepto «manguera»,<br />

pueden advertirse a veces en los niños.<br />

Ese día yo había llevado mandarinas a mi casa.<br />

Mi nieto Guillermo, de dos años de edad, las saboreó<br />

con gusto en el almuerzo. Después, al despertar<br />

de la siesta, se le oía corretear por la casa,<br />

bregar con los juguetes o hablar con la mamá. Pero<br />

hubo un momento en que mi nieto se volvió silencio.<br />

Se le dejó de oír. Y como eso suele ser señal de<br />

alarma en mi casa, alguien dijo: «Vayan a ver en<br />

qué anda Guillermo, que hace rato no lo oigo». Y<br />

cuando su mamá preguntó en voz alta: «¿Qué estás<br />

haciendo, Guillermo», él respondió desde el<br />

rincón en que estaba:<br />

«Quitando papel».<br />

Cuando fueron a ver, estaba pelando con las manos<br />

una mandarina.<br />

Para él la cáscara era eso: «papel».<br />

203


FÉLIX SER<strong>VI</strong>O DUCOUDRAY<br />

Y seguramente «papel con que se envuelve<br />

algo», como el papel de regalos, por ejemplo.<br />

Y había que quitar ese «papel» para ver el regalo<br />

que tanto le había gustado en el almuerzo…<br />

Dos conductas: antipredadora, la del sapo;<br />

ingestiva (de alimentación) la de mi nieto.<br />

Y a propósito de conducta ingestiva: la forma<br />

del objeto es el estímulo que la desata instintivamente<br />

en los pollitos.<br />

Prueba experimental que lo confirma: si se les<br />

da a escoger entre objetos pequeños, del tamaño<br />

de municiones, unos de forma redonda y otros de<br />

forma angulosa, los pollitos picarán con más frecuencia<br />

los de forma redonda.<br />

La prueba se ha hecho con pollitos que no tenían<br />

ninguna experiencia visual previa. La preferencia,<br />

pues, es instintiva y tiene que ver con la forma<br />

del grano, que es el alimento natural de los pollitos.<br />

Para ellos esa forma y ese tamaño «significan»<br />

comida.<br />

Forma y tamaño son estímulos visuales. Pero hay<br />

casos en que los estímulos químicos provocan la<br />

conducta de alimentación.<br />

El caso más conocido quizás sea el de los tiburones<br />

y la sangre, ya que atacan con mayor frecuencia<br />

a hombres heridos o a buceadores que lleven<br />

en la punta del arpón un pez sangrante. Lo<br />

que no sabe mucha gente es que deben cuidarse de<br />

orinar cuando están metidos en el mar, porque los<br />

tiburones acuden con igual presteza y voracidad,<br />

atraídos por ese estímulo químico.<br />

Otro caso: pequeños animales insectívoros se<br />

guían por el olfato para saber dónde hay crisálidas<br />

de insectos enterradas, sacarlas y comérselas. E<br />

incluso se dan cuenta de si tienen parásitos o no,<br />

antes de desenterrarlas.<br />

Muchos mamíferos aceptan o rechazan alimentos<br />

llevándose de estímulos químicos que afectan<br />

sus órganos gustativos.<br />

Se ha demostrado mediante experimentos que<br />

los mamíferos, puestos a elegir entre varias, muy a<br />

menudo eligen una dieta bien balanceada.<br />

Igualmente, si se les da comida en la que falte<br />

alguna sustancia nutritiva que necesitan (grasa,<br />

pongamos por caso) mostrarán marcada preferencia<br />

por alimentos que sean ricos en ella.<br />

Las serpientes localizan su presa de otra manera:<br />

mediante órganos situados en la cabeza, con los<br />

cuales perciben el calor emitido por el animal.<br />

Una vez detectada la presa de ese modo, le inyectan<br />

el veneno con una mordida rapidísima seguida<br />

de retraimiento, tras lo cual la rastrean si no ha<br />

muerto enseguida y por último se la comen cuando<br />

ya está totalmente paralizada.<br />

Pero ese mismo calor les sirve para saber cuándo<br />

un animal no está incluido en su dieta, ya que por<br />

el tamaño no podrían engullírselo. Una serpiente<br />

de cascabel que esté ciega, por ejemplo, puede esquivar<br />

objetos que hayan sido calentados a la misma<br />

temperatura corporal de los mamíferos.<br />

¿Y los estímulos auditivos<br />

También.<br />

La lechuza, que es un cazador nocturno, se lleva<br />

de ellos, ya que en la oscuridad es más fácil escuchar,<br />

que ver. Tiene tan desarrollado el oído, que<br />

percibe el menor ruidito que hagan los ratones de<br />

que se alimenta y los captura en la más completa<br />

oscuridad lanzándose certeramente sobre ellos, sin<br />

verlos, habiéndoles localizado sólo con el oído.<br />

Y obsérvese este detalle: la presa, siendo también<br />

animal nocturno, está en la misma situación que el<br />

predator. Oye más de lo que ve. Pero entonces la<br />

204


L A NATURALEZA DOMINICANA • <strong>VARIOS</strong><br />

lechuza tiene el vuelo más silencioso del mundo y<br />

así puede capturar a sus víctimas por sorpresa,<br />

que sólo se dan cuenta del zarpazo cuando lo tienen<br />

encima.<br />

Un silencio que ataca y que puede oír el silencio:<br />

eso es la lechuza.<br />

Las aves carnívoras que cazan de día, como las<br />

águilas, lo hacen de otra manera: persiguen a sus<br />

presas activamente con un vuelo planeado y rápido.<br />

No de sorpresa.<br />

Otra diferencia: despedazan a sus víctimas mientras<br />

que las nocturnas se las tragan enteras.<br />

Y a propósito de diferencias: ¿Se ha dado usted<br />

cuenta de que las palomas y las gallinas no beben<br />

el agua de igual manera<br />

Las gallinas, lo mismo que otras muchas aves,<br />

se llenan el pico de agua y después levantan la cabeza<br />

hacia atrás para que el agua baje hacia el tracto<br />

digestivo.<br />

Las palomas, en cambio, y así mismo las garzas,<br />

meten el pico en el agua y la succionan sin cambiar<br />

de posición.<br />

Otras diferencias en la conducta ingestiva de<br />

algunas aves: el pájaro<br />

carpintero, golpeando<br />

con el pico el tronco de<br />

los árboles se da cuenta,<br />

por la diferencia de<br />

sonido, si la madera ha<br />

sido taladrada internamente<br />

por algún insecto<br />

que la haya ahuecado,<br />

y entonces la perfora<br />

y se lo come. En las<br />

islas Galápagos, en cambio,<br />

entre las diversas<br />

especies de pinzones que las pueblan, hay una que<br />

utiliza instrumentos para cazar: arranca una espina<br />

de cactus y sujetándola con el pico, la mete en el<br />

agujero del tronco y con ella saca el insecto que<br />

está en el fondo.<br />

Los animales no sabrán de abstracciones conceptuales,<br />

pero no hay dudas de que saben arreglárselas<br />

de otro modo para identificar a sus presas y<br />

no morirse de hambre.<br />

(24 dic., 1988, pp. 10-11)<br />

La lechuza cara ceniza Tyto glaucops es una especie endémica<br />

de La Española. Habita mayormente en el sur de la isla y,<br />

en general, se alimenta de roedores, aves, lagartos y sapos.<br />

Lechuza Tyto alba. En invierno, esta ave emigra desde Canadá y Estados Unidos hasta nuestro país, y en primavera,<br />

para reproducirse, regresa a su lugar de origen.<br />

FOTOS: JOSÉ ALBERTO OTTENWALDER<br />

205


FÉLIX SER<strong>VI</strong>O DUCOUDRAY<br />

Los ríos,<br />

que van entre montañas,<br />

son también un mundo<br />

de reacciones instintivas.<br />

206


L A NATURALEZA DOMINICANA • <strong>VARIOS</strong><br />

CANTO MORTAL EN EL CHARCO NUPCIAL DE LAS RANAS<br />

A<br />

mí no se me olvidará nunca aquella noche<br />

de Montecristi en que después de un día lluvioso,<br />

y andando con Sixto Incháustegui y José<br />

Alberto Ottenwalder en viaje de investigación,<br />

detuvimos el yip en un punto de la carretera que<br />

lleva a Dajabón, a la vera de un charco. Y no se me<br />

olvidará porque al salir del yip lo que se oía no era<br />

el canto de dos o tres macos, ni de diez ni de veinte,<br />

sino un coro realmente ensordecedor e incesante<br />

que daba la impresión de que se habían puesto<br />

a cantar en ese charco todos los macos del mundo.<br />

Cuando les llega la época de aparearse, los machos<br />

empiezan a cantar para llamar a las hembras,<br />

y en eso estaban centenares de ellos en el charco, y<br />

otros tantos en los demás charcos de los alrededores.<br />

(Después veremos que de haber sido en México,<br />

en América Central o América del Sur ese coro habría<br />

tenido un director que les indicaría modulaciones<br />

de voz desde el fortísimo al pianísimo, variaciones<br />

melódicas e incluso silencios momentáneos<br />

para hacer oír de nuevo todas las voces al<br />

unísono).<br />

A los herpetólogos, que son los científicos que<br />

estudian la vida de estos animales, les venían intrigando<br />

ciertos comportamientos inexplicables<br />

relacionados con estas llamadas de apareamientos.<br />

Por ejemplo: Stanley Rand, de la Smithsonian<br />

Institution, observó en 1966 que el macho de una<br />

de las especies de macos de Barro Colorado (Panamá),<br />

la rana Physalaemus pustulosus, emplea dos<br />

tipos de estas llamadas, pero que a menudo se<br />

muestra inexplicablemente renuente a emitir la<br />

que resulta más atractiva para las hembras. Esta<br />

llamada que las hembras prefieren, la más compleja<br />

de las dos (un quejido, para decirlo de algún<br />

modo, con varios cloqueos al final) parece ser también<br />

la que más facilita la localización del macho<br />

que las llama. Y sólo se usa cuando muchas ranas<br />

están cerca. Si es una rana solitaria la que canta<br />

emite entonces la llamada más simple, compuesta<br />

de quejido únicamente, sin cloqueo.<br />

¿Por qué esta diferencia<br />

La hipótesis de Rand fue la siguiente: es probable<br />

que haya un desconocido animal de presa que<br />

también prefiera la llamada de más fácil localización<br />

para encontrar al maco que se come.<br />

En la hipótesis de Rand estaba sobreentendido<br />

lo siguiente: la llamada de fácil localización se<br />

emite cuando hay muchas ranas reunidas, porque<br />

si el animal de presa captura una de ellas, quedan<br />

las otras para asegurar la reproducción de la especie.<br />

16 años después, Merlin D. Tuttle, curador de<br />

mamíferos del Museo de Milwaukee, e investigador,<br />

descubrió ese predador pronosticado por<br />

Stanley Rand: un murciélago que se alimenta de<br />

ranas, y que se guía del canto de apareamiento para<br />

encontrarlas en medio de la oscuridad de la noche.<br />

Con un visor nocturno de luz infrarroja que le<br />

permitía ver en la oscuridad, Merlin D. Tuttle observaba<br />

lo que ocurría esa noche en Barro Colo-<br />

207


FÉLIX SER<strong>VI</strong>O DUCOUDRAY<br />

rado, en un charco similar al de Montecristi, donde<br />

se oía otro coro de macos igualmente ensordecedor.<br />

Tuttle lo describe así: «Silenciosamente varios<br />

murciélagos llegaron al charco e instantáneamente<br />

las ranas dejaron de cantar. Los murciélagos estuvieron<br />

colgados de una rama pocos minutos y<br />

después se fueron. Tan pronto el coro empezó de<br />

nuevo, los murciélagos volvieron. Esta vez en vuelo<br />

rasante, casi pegados del suelo, como hacen los<br />

aviones para no ser detectados por el radar enemigo.<br />

De pronto uno de los murciélagos cayó ruidosamente<br />

en el agua y cuando remontó el vuelo<br />

llevaba en la boca una infortunada rana».<br />

Era un murciélago grande, el Trachops cirrhosus.<br />

En un charco pequeño ocupado por 250 ranas<br />

poco más o menos, de la especie Physalaemus pustulosus,<br />

Tuttle vio esos murciélagos cazar un promedio<br />

de más de seis ranas por hora.<br />

¿Cómo las localizan ¿Por el canto de apareamiento<br />

que emiten los machos<br />

Tuttle había observado, con su visor nocturno<br />

que el éxito del murciélago en su cacería depende<br />

de la llamada del maco. Y que en cambio, si el maco<br />

se calla tan pronto llega el murciélago, se salva.<br />

A veces incluso llegó a ver cómo uno de esos murciélagos<br />

pasaba a pocas pulgadas de un maco silencioso,<br />

casi rozándolo, y no se daba cuenta de<br />

que lo tenía cerca. Pero una llamadita de apareamiento,<br />

por débil que fuera, podía costarle la vida.<br />

Tuttle grabó en cinta magnetofónica el canto<br />

de apareamiento de la rana Physalaemus pustulosus<br />

y poniéndolo a sonar en un toca-cintas que<br />

colocaba debajo de una malla extendida, no tardaban<br />

en quedar atrapados los murciélagos que<br />

desde lejos se sentían atraídos. E incluso, cuando<br />

no quedaban presos, bajaban a «comerse» el tocacintas.<br />

Los murciélagos tienen el oído adaptado para<br />

percibir sonidos de muy alta frecuencia, inaudibles<br />

para el oído humano, como es el ultrasonido<br />

que emiten, para orientarse cuando vuelan, con el<br />

eco que produce al chocar con los objetos. ¿Pero cómo<br />

explicar esta audición tan fina del canto de las<br />

ranas, que es lo contrario: de frecuencia muy baja<br />

Los experimentos de audición llevados a cabo<br />

por Tuttle con el murciélago que come ranas descubrieron<br />

algo que se desconocía: ese murciélago<br />

tiene un tope secundario de sensibilidad auditiva,<br />

de baja frecuencia, inferior a 5 kiloherzios, que<br />

es precisamente la frecuencia en que la mayoría<br />

de las ranas emiten sus llamadas más fuertes, y eso<br />

les permite oírlas desde lejos.<br />

Otro problema: hay macos comestibles y otros<br />

que envenenan, de igual tamaño los dos, con la misma<br />

forma y metidos unos y otros en un mismo<br />

charco.<br />

¿Cómo puede diferenciarlos el murciélago que<br />

se alimenta de ranas ¿También por el canto de apareamiento<br />

Para averiguarlo se llevó a cabo el experimento<br />

siguiente: en una caja grande que les permitía volar<br />

como si estuviera al aire libre, fue puesto un murciélago<br />

que había sido, amansado, y al cabo de<br />

varios días de acostumbramiento en la caja fue llevado<br />

a un ángulo de ella, el más lejano. En el ángulo<br />

opuesto se colocó el investigador con las cintas<br />

magnetofónicas, y en cada uno de los ángulos restantes,<br />

a los lados, se pusieron sendas bocinas altoparlantes<br />

conectadas con los toca cintas, de modo<br />

que por una sonara el canto de macos venenosos y<br />

por otra el canto de los comestibles.<br />

208


L A NATURALEZA DOMINICANA • <strong>VARIOS</strong><br />

En cuanto empezaron a sonar las dos bocinas,<br />

el murciélago se encaminó enseguida, sin titubear,<br />

hacia aquélla en que sonaba el canto de la rana comestible.<br />

Más aún: se posó en tierra y trataba de<br />

abrirse paso por la rejilla que protegía la bocina.<br />

Se hizo una segunda prueba en que se cambió<br />

la conexión de las bocinas, de modo que ahora el<br />

canto de la rana comestible y el de la venenosa<br />

sonaran en bocinas invertidas, al revés que antes.<br />

Pero igualmente el murciélago se dirigía hacia el<br />

nuevo sitio en que sonaba el canto de la rana comestible.<br />

Otras pruebas similares dieron por resultado<br />

que estos murciélagos también pueden diferenciar,<br />

por el canto, las ranas que son de tamaño comestible<br />

y aquellas otras que no se podrían comer por<br />

ser muy grandes.<br />

Se sometió a prueba igualmente la preferencia<br />

del murciélago entre cantos que no había podido<br />

oír antes, de ranas comestibles y de sapos venenosos,<br />

e igualmente escogía, aún sin haberlas escuchado<br />

nunca, las ranas comestibles.<br />

Entre los macos del Nuevo Mundo, los sapos y<br />

las ranas son de grupos de especies estrechamente<br />

relacionados, en cuyos cantos aparecen, junto con<br />

las diferencias, ciertas semejanzas sutiles. Hay que<br />

llegar, pues, a la conclusión de que los murciélagos<br />

que se alimentan de ranas (los cuales viven<br />

desde México hasta el sur de Brasil) se hallan genéticamente<br />

programados para no dejarse confundir<br />

por las sutilezas que ponen semejanzas en los cantos<br />

de ambos grupos.<br />

Ahora bien: las ranas comestibles del Nuevo<br />

Mundo tienen un problema sumamente serio. El<br />

canto con que los machos llaman a las hembras para<br />

aparearse con ellas, publica su presencia y los<br />

expone peligrosamente ya que es el mismo canto<br />

con que los murciélagos los localizan para comérselos.<br />

Las técnicas que emplean para defenderse es lo<br />

que induce la conducta aparentemente inexplicable<br />

que intrigaba a Stanley Rand. En aquel tiempo<br />

no se sabía a ciencia cierta cuál era el animal de<br />

presa que se comía las ranas guiándose por el canto<br />

de apareamiento de ellas. Y por eso Rand sólo<br />

podía hacer conjeturas.<br />

Pero Tuttle grabó, también en cinta magnetofónica,<br />

los dos cantos de apareamiento emitidos<br />

por la rana Physalaemus pustulosus: el canto complejo,<br />

fácilmente localizable (quejido con varios<br />

cloqueos al final), y el canto sencillo, difícilmente<br />

localizable (sólo el quejido sin los cloqueos finales).<br />

Puso en el monte dos toca-cintas, cada uno<br />

de ellos con uno de los cantos de la rana, y se vio<br />

claramente que el murciélago acudía a la cinta en<br />

que estaba grabado el canto más complejo y desechaba<br />

la otra. De ese modo se supo que la rana cambiaba<br />

de canto cuando se sentía amenazada por el<br />

murciélago, para seguir llamando a la hembra<br />

con el canto que menos la exponía. Y eso, de paso,<br />

confirmó la hipótesis de Stanley Rand.<br />

Pero no es esa la única defensa.<br />

Si bien hay noches en que al darse cuenta de la<br />

presencia del murciélago las ranas se callan, hay<br />

otras noches en que siguen cantando sin preocupaciones.<br />

¿Pueden ellas realmente detectar la presencia<br />

del murciélago<br />

¿Y si pueden, cómo lo detectan, y por qué sólo<br />

algunas noches<br />

Haciendo volar, sujetos de una cuerda, modelos<br />

de murciélagos sobre el charco, se comprobó lo<br />

209


FÉLIX SER<strong>VI</strong>O DUCOUDRAY<br />

siguiente: en noches claras, de luna llena, las ranas<br />

detectan el murciélago, pero en noches oscuras, no.<br />

Lo detectan, pues, visualmente. Y por eso siguen<br />

cantando las ranas si el murciélago que vuela es<br />

de los insectívoros, bastante más pequeño que el otro.<br />

E inversamente: los macos venenosos o los muy<br />

grandes, ni siquiera se inmutan ante la presencia<br />

del murciélago que come ranas: «saben» que con<br />

ellos no se mete.<br />

Caso asombroso es el de la ranita arborícola Smilisca<br />

sila, por la variedad de tácticas que despliega.<br />

Permanece quieta y silenciosa en las noches<br />

oscuras, en que no puede ver la llegada del predador.<br />

En noches de escasa claridad, emite sólo el<br />

canto sencillo, difícilmente localizable pero espaciándolo<br />

mucho. Y sólo en noches muy claras, de<br />

luna llena (cuando puede ver mejor a su enemigo)<br />

emite el canto que permite encontrarla fácilmente,<br />

e incluso lo hace parada sobre una roca donde<br />

cualquiera puede verla; pero si ve llegar el murciélago,<br />

se zambulle rápidamente o se esconde debajo<br />

de alguna hoja.<br />

Entre macos y murciélagos que se alimentan<br />

de ellos, ha habido una coevolución. Los murciélagos<br />

han evolucionado para diferenciar entre ranas<br />

comestibles y ranas no comestibles. Y las ranas<br />

comestibles han evolucionado hasta tener cantos<br />

apropiados para cada ocasión (según que haya peligro<br />

o no haya) y hasta diferenciar sus cantos según<br />

las claridades de la noche, del mismo modo<br />

que los macos venenosos no tuvieron necesidad<br />

de nada de esto.<br />

(31 dic., 1988, pp. 10-11)<br />

FOTO: MERLIN D.TUTTLE<br />

El dilema de los macos: cantar de noche llamando a su pareja, pero ese es el canto que los expone a ser localizados<br />

por el murciélago que se los come.<br />

210


L A NATURALEZA DOMINICANA • <strong>VARIOS</strong><br />

LA AGRICULTURA FUE INVENTO DE GENTE DE MONTAÑA<br />

Desde luego que sí: usted habrá oído hablar<br />

de la llamada «revolución verde».<br />

Se le ha dado ese nombre a la creación de nuevas<br />

variedades de trigos de alto rendimiento y resistentes<br />

a enfermedades, lo que ha permitido aumentar<br />

en más de siete veces la producción mundial.<br />

Y seguramente conocerá también al líder máximo<br />

de esta revolución: el agrónomo norteamericano<br />

Norman Borlaugh, a quien se le dio en 1970<br />

el Premio Nobel de la Paz por haber obtenido esas<br />

nuevas variedades, cultivadas hoy en más de 70<br />

países de clima moderado, muchos de ellos del<br />

Tercer Mundo.<br />

Pues bien: al crear esas magníficas variedades,<br />

y según lo reconoció él mismo, Borlaugh siguió<br />

los caminos indicados por Vavílov. Utilizó, por<br />

ejemplo, guiándose de los consejos de Vavílov, el<br />

trigo enano japonés «Norin–10» como material de<br />

partida para las hibridaciones que llevó a cabo.<br />

Otro Premio Nobel, el conocido genetista H.<br />

Muller, también norteamericano, escribió lo siguiente:<br />

«Vavílov fue, en verdad, grandioso en las<br />

más variadas manifestaciones: como científico,<br />

como administrador y como hombre».<br />

Y una Comisión Especial de las Naciones Unidas<br />

ha considerado que es necesario, al planificar las<br />

expediciones internacionales en busca de material<br />

genético de los antecesores silvestres de las plantas<br />

cultivadas, guiarse de manera obligatoria por la<br />

teoría de Vavílov sobre los centros de origen de<br />

dichas plantas.<br />

¿Quién fue, pues, ese Vavílov<br />

Nombre completo: Nicolai Ivanovich Vavílov.<br />

Botánico. Interesado sobre todo en la fisiología<br />

y la genética de las plantas.<br />

Lo primero que trató de descubrir fue el secreto<br />

de la inmunidad de las plantas a ciertas enfermedades.<br />

Le intrigaba el hecho de que una misma<br />

especie de planta tuviera variedades que se enfermaban<br />

y otras que no. Pero eso no en todas partes.<br />

A principios del siglo XX, en los comienzos de<br />

su carrera científica, esas preguntas no tenían respuesta.<br />

En los mil lotes de sus primeras parcelas de<br />

cultivos experimentales, sometió a prueba la resistencia<br />

de 50 variedades de trigo y 350 de avena a<br />

enfermedades como la roya y el mal blanco de las<br />

gramíneas. Allí observó que brotes de plantas de<br />

la misma variedad, pero procedentes de lugares<br />

distintos, reaccionaban en forma muy diferente. Y<br />

volvía a la pregunta clave: ¿por qué<br />

Lo guiaba el empeño de obtener, por hibridación,<br />

variedades de alto rendimiento que resistieran<br />

las enfermedades. Pero en ese tiempo la genética<br />

estaba en pañales. Y como en Rusia no había<br />

dónde aprenderla, en 1913 viajó a Inglaterra para<br />

estudiarla en Cambridge y en el laboratorio del<br />

famoso William Bateson. Vavílov llevó consigo semillas<br />

de esa variedad de trigo que la famosa casa<br />

Vilmorin, de Francia, especializada en ese negocio,<br />

tenía catalogada como la N˚ 173 y con el añadido<br />

de este nombre vulgar: «Pérsica». La llevó a<br />

211


FÉLIX SER<strong>VI</strong>O DUCOUDRAY<br />

Inglaterra porque ya tenía comprobado que era<br />

inmune al ataque del mal blanco de las gramíneas<br />

y quería sembrarla en otro clima. Su pequeño cultivo<br />

inglés resultó también inmune.<br />

Desde entonces tuvo la idea de rastrear en los<br />

montes la variedad silvestre que había puesto en<br />

el trigo «pérsico» esa resistencia a las enfermedades.<br />

Y empezó a buscarla en Persia, llevándose<br />

del nombre, y en medio de la Primera Guerra Mundial,<br />

cuando en 1916 lo enviaron a averiguar por<br />

qué las tropas rusas, que combatían en ese país contra<br />

las turcas, se embriagaban al comer el pan.<br />

Tras señalar que eso era causado por la venenosa<br />

cizaña embriagante que infestaba los trigales de<br />

allí, aprovechó la ocasión para explorar el país. Y<br />

aunque no dio con la variedad «pérsica», recogió<br />

muestras de otras muchas.<br />

En las montañas de Persia descubrió que los<br />

campos de trigo otoñal tenían una gran invasión<br />

de mala yerba que resultó ser centeno. Con eso mismo<br />

se topó más tarde en las montañas de Afganistán.<br />

Ello evidenciaba que en la más remota<br />

Antigüedad —fue la conclusión certera a que llegó<br />

Vavílov—, el centeno silvestre se comportaba<br />

como planta adventicia de los campos de trigo.<br />

Y que sólo después pasó a ser planta cultivada,<br />

que se sembró sobre todo en aquellas regiones en<br />

que daba cosechas mayores y más seguras en el<br />

trigo.<br />

Subió también al Pamir, llamado «El Techo del<br />

Mundo». Y de allí y de Persia (pero sobre todo de<br />

Persia) regresó con 800 muestras distintas tan sólo<br />

de trigo blando.<br />

Toda esta riqueza vegetal silvestre era llevada a<br />

sus campos de cultivo experimental y sometida a<br />

prueba.<br />

El resultado de esas investigaciones iniciales lo<br />

expuso Vavílov en su obra Inmunidad de las plantas a<br />

las enfermedades infecciosas, publicado en 1919. Vavílov<br />

fue el primero que al estudiar las plantas no afectadas<br />

por enfermedades lo hizo relacionándolas con<br />

el medio natural y las asociaciones vegetales en<br />

que esas plantas recorrieron un largo camino de desarrollo<br />

que duró milenios. Así demostró que la inmunidad<br />

natural de las plantas silvestres surge,<br />

precisamente, como resultado de la prolongada evolución<br />

conjunta en medio de sus enemigos, los parásitos<br />

y propagadores de las enfermedades.<br />

Dichos enemigos son los que cumplen la función<br />

de «rechazadores» naturales, ya que aniquilan<br />

las plantas débiles, las que no resisten las enfermedades,<br />

y dejan vivas, «seleccionan», aquellas<br />

otras en las cuales, a consecuencia de mutaciones<br />

casuales, surge la inmunidad a determinada enfermedad.<br />

De ello sacó Vavílov la conclusión de que<br />

las variedades resistentes a las diversas enfermedades<br />

había que ir a buscarlas ante todo en la<br />

patria antigua de las plantas que nos interesen.<br />

Al año siguiente, 1920, presentó en la ciudad de<br />

Sarátov, en un congreso de científicos que trabajaban<br />

en la selección artificial de plantas, su famoso<br />

informe «Sobre la ley de las series homólogas en la<br />

variación hereditaria de las plantas».<br />

Pero él ya venía con eso en la cabeza desde antes.<br />

Cuando estuvo en el Pamir se topó allá con un centeno<br />

de espigas enormes, correspondiente a una<br />

variedad que no tenía lígulas, esto es, una como<br />

lengüeta membranosa que aparece en las gramíneas<br />

entre el limbo y la vaina de la hoja. Y a su<br />

guía Kildy, le dijo:<br />

«Aunque sólo sea por esa variedad ya vale la<br />

pena haber venido al Pamir».<br />

212


L A NATURALEZA DOMINICANA • <strong>VARIOS</strong><br />

La explicación de ese entusiasmo la da el descubrimiento<br />

que presentó en su informe ante el congreso.<br />

La idea imperante hasta entonces era ésta: las<br />

mutaciones (variaciones en los genes transmitidas<br />

por herencia) ocurren al azar, en completo desorden.<br />

Pero Vavílov vio otra cosa al cabo de estudiar<br />

millares de tipos y variedades de plantas procedentes<br />

de muchos lugares del planeta: en ese caos<br />

aparente de las mutaciones hay una regularidad,<br />

un determinado sistema.<br />

Su gran hallazgo podríamos compendiarlo así:<br />

aun cuando las mutaciones ocasionan en las plantas<br />

cambios del todo casuales, los nuevos caracteres<br />

que aparecen con ellas no se retienen ni se seleccionan<br />

al buen tun tún, a lo que salga, sino con<br />

severa sujeción a leyes, y son similares en plantas<br />

de diversas especies. La mutación ocurre en ellas<br />

de manera paralela o concordante. En cada especie<br />

de trigo —no importa si blando, duro, etc.— se dan<br />

por igual formas de invierno y formas de primavera,<br />

con espigas blancas y con espigas rojas, con<br />

lígulas y sin ellas. Pero no sólo las distintas especies<br />

de trigo repiten estas formas paralelas sino que<br />

también se encuentran en los demás cereales: centeno,<br />

avena, cebada, etc. Las variedades de todas<br />

las especies de plantas emparentadas conforman,<br />

como si dijéramos, series paralelas de formas similares.<br />

Vavílov propuso dar el nombre de «homólogas»<br />

a estas series, por tener la palabra homología,<br />

de origen griego, la significación de concordancia<br />

en su traducción literal y etimológica.<br />

Antes de Vavílov no se sabía que existiera una<br />

variedad de centeno sin lígulas. Por eso se entusiasmó<br />

tanto al toparse con ella en el Pamir: eso<br />

confirmaba la idea que ya le daba vueltas en la<br />

cabeza. Tampoco se tenía noticia de que hubiera<br />

un trigo duro sin aristas en la espiga. Más aún: los<br />

seleccionadores no lograban obtenerlo por cultivo.<br />

Sólo del trigo blando se conocían formas sin<br />

aristas. El descubrimiento de Vavílov significaba<br />

que en algún lugar del mundo ese trigo vivía, y<br />

que sólo hacía falta encontrarlo.<br />

La ley de las series homólogas era como el<br />

sistema periódico de Dmitri Ivanovich Mendeleyev,<br />

que predecía los elementos aun desconocidos<br />

que podrían descubrir los químicos. Entendiéndolo<br />

enseguida, uno de los asistentes al congreso<br />

en que Vavílov presentó el informe, comentó al escuchar<br />

los aplausos: «Son los biólogos que saludan<br />

a su Mendeleyev».<br />

Después otro de los asistentes, Maisurián, dio<br />

esta valoración al trabajo de Vavílov: «En esencia,<br />

esa fue la primera gran investigación que hizo una<br />

nueva aportación a la obra inmortal de Darwin sobre<br />

el origen de las especies».<br />

El estudio de los materiales que recogió más<br />

tarde en Etiopía enriquecieron la genética con un<br />

nuevo descubrimiento: los genes de las plantas<br />

cultivadas, los que determinan su herencia, no se<br />

distribuyen por el mundo al azar, de manera caótica,<br />

sino supeditados a rigurosas regularidades<br />

que vienen regidas por las condiciones geográficas.<br />

Los genes dominantes someten a los más débiles,<br />

llamados recesivos. Esto es lo que ocurre de ordinario<br />

en los centros de origen de cada planta. Pero<br />

en las regiones vecinas hacia las cuales se desplazan,<br />

ya los genes dominantes no pueden impedir<br />

que los genes recesivos se revelen y, con ellos, otros<br />

muchos caracteres útiles de dichas plantas. Y eso<br />

indica que la búsqueda de variedades silvestres no<br />

213


FÉLIX SER<strong>VI</strong>O DUCOUDRAY<br />

debe limitarse a los centros de origen propiamente<br />

dichos sino extenderse también a las zonas colindantes.<br />

La ley de las series homólogas dice qué buscar,<br />

señala de antemano lo que se puede encontrar.<br />

¿Pero dónde buscarlo<br />

Al descubrir los centros de origen de las plantas<br />

cultivadas, Vavílov responde esa pregunta.<br />

Y hay que decirlo: este es un caso en que la biología<br />

le enmendó la plana a los historiadores.<br />

La idea que imperaba era ésta: la agricultura había<br />

aparecido por primera vez en los amplios valles<br />

de cuatro grandes ríos: el Nilo, de África; el Éufrates<br />

y el Tigris, de Asia Menor, y el Ganges de la India.<br />

Los datos de que disponían los historiadores no<br />

les permitió ir más lejos.<br />

Vavílov demostró que antes de eso la agricultura<br />

había aparecido en los valles de las montañas, que<br />

son más favorables por sus condiciones naturales.<br />

Y el indicio mayor que lo certificaba era la enorme<br />

abundancia de variedades silvestres de las plantas<br />

cultivadas que se encontraban en dichos valles de<br />

montañas. Pero no en todos ellos. En aquellos en<br />

que imperan condiciones naturales demasiado<br />

rigurosas, como ocurre en el valle del Pamir, no se<br />

dio eso. Allí lo que se sembraba fue llevado, y por<br />

eso se encuentran en el Pamir muy pocas variedades<br />

silvestres de plantas cultivadas en comparación<br />

con los valles de montaña que cuentan con<br />

condiciones favorables.<br />

Afganistán es la cuna de los trigos blandos y<br />

del trigo enano. Etiopía la cuna del café y de los trigos<br />

duros. Los valles andinos de América del Sur<br />

la cuna de la papa, con otro centro adicional, diminuto<br />

y autónomo, el de la isla de Chiloé, de donde<br />

proviene la papa que más se propagó inicialmente<br />

por Europa. Y así también un centro de origen<br />

en la India, otro en América Central, otros en<br />

China, el indomalayo, el de México, etc. Todos ellos<br />

llamados «centros de Vavílov» en la literatura científica<br />

mundial.<br />

(7 ene., 1989, pp. 10-11)<br />

El científico ruso<br />

Nikolai Ivanovich<br />

Vavílov, nacido en<br />

Moscú el 25 de<br />

noviembre de 1887.<br />

Después de ocupar las<br />

más altas posiciones en<br />

importantes<br />

instituciones científicas<br />

de su país, falleció en<br />

Saratov (Siberia) el 26<br />

de enero de 1943,<br />

injustamente condenado<br />

por el régimen stalinista.<br />

El bioquímico<br />

norteamericano Norman<br />

Borlaugh, Premio Nobel<br />

de la Paz 1970, nacido<br />

el 25 de marzo de 1914.<br />

Líder de la «revolución<br />

verde» que creó nuevas<br />

variedades de trigo de<br />

alto rendimiento y<br />

resistentes a<br />

enfermedades, lo que<br />

permitió aumentar en<br />

más de siete veces la<br />

producción mundial<br />

de este cereal.<br />

214


L A NATURALEZA DOMINICANA • <strong>VARIOS</strong><br />

O PARAMOS EL DESMONTE,<br />

O NOS QUEDAMOS SIN NADA<br />

La naturaleza silvestre debe ser preservada;<br />

pero esto no quiere decir que toda ella deba<br />

mantenerse intacta, convertida, digamos, en vedados.<br />

El ser humano, para vivir, necesita poner agricultura,<br />

instalar fábricas, fundar ciudades, abrir caminos,<br />

todo lo cual, a más de quitarle espacio a la<br />

naturaleza silvestre, se obtiene de lo que el hombre<br />

saca de la naturaleza.<br />

Pero también es cierto lo contrario: si no es posible<br />

mantener intacta toda la naturaleza silvestre,<br />

convertida en vedados, tampoco es posible (por<br />

la catástrofe ecológica que acarrearía) cubrirla totalmente<br />

de centros productivos, llevar la agricultura<br />

por ejemplo, a todos los rincones de un país.<br />

La diferencia entre estas dos ideas estriba en lo<br />

siguiente: la necesidad de preservar el mundo natural,<br />

aunque gana terreno, todavía no se ha generalizado<br />

entre los dominicanos; en cambio las propuestas<br />

de aprovechar para la producción (el turismo<br />

incluido) hasta la última pulgada de la<br />

superficie del país, encuentra en todas partes partidarios<br />

desmedidos.<br />

Al regresar recientemente de la isla Beata<br />

y narrarle a un viejo amigo mío las maravillas<br />

silvestres que había visto allí, la emocionante<br />

belleza de sus paisajes costeros, la lozanía de su<br />

flora y de su fauna, la única idea que suscitó en él<br />

todo eso al enterarse de que no había agricultura,<br />

fue la que se manifestó en la pregunta que me hizo:<br />

¿Y no es posible aprovechar el terreno de la Beata<br />

para producir algo en ella<br />

Esa actitud consumista frente a la naturaleza,<br />

que es la peor de todas, ha sido la causante de los<br />

mayores destrozos en nuestros ecosistemas, la<br />

que desata ciegas y codiciosas oleadas de exterminio<br />

de los bosques, de los ríos, de toda la vida silvestre<br />

tanto en la tierra como en el agua.<br />

Hace poco, antes de empezar una reunión a la que<br />

yo acudí para conversar acerca de los parques nacionales,<br />

la Dra. Idelisa Bonnelly de Calventi le contaba<br />

al arquitecto Pedro Borrell (que también es<br />

conocido submarinista y excelente fotógrafo) que<br />

un investigador de la vida de los peces, especializado<br />

en estudiar las migraciones y la reproducción<br />

de los meros, vendría al país a presenciar la llegada<br />

de estos peces, por los días de Navidad, al mar de<br />

punta Rusia, en la Costa Norte.<br />

Lo que le dijo Borrell a ese respecto se me quedó<br />

grabado en la mente:<br />

—Los meros llegaban por millares y millares.<br />

Yo iba con frecuencia a ese sitio, para verlos. Eran<br />

cantidades fabulosas. Pero he dejado de ir. Porque<br />

fue tan exagerado el abuso que se cometía pescando<br />

a estos meros que llegaban a aparearse y reproducirse,<br />

que acabaron con ellos, y desde hace unos<br />

cuatro o cinco años ya casi no se ven. No vienen.<br />

¿Y qué decir de los manglares<br />

El mangle es el árbol sagrado del Caribe, de todas<br />

las Antillas y, desde luego, de la nuestra entre<br />

ellas. Porque el bosque costero de mangles, cuyas<br />

raíces aéreas lo sostienen metido entre el agua, es<br />

el mayor criadero natural de peces y crustáceos, a<br />

215


FÉLIX SER<strong>VI</strong>O DUCOUDRAY<br />

los cuales también sirve de refugio. Quitar el manglar<br />

es acabar con la pesca.<br />

Pero lo quitan a pesar de ello.<br />

Un día en que andaba yo cerca de los manglares<br />

de Sánchez, escuché los golpes secos del hacha<br />

cuando los destruía.<br />

El manglar, en su parte trasera, la más terrestre,<br />

es un ecosistema cenagoso en que se reproducen<br />

los mosquitos, de que se alimentan no pocos<br />

habitantes del manglar. Y donde quiera que se<br />

instala algún hotel de playa cerca de un manglar,<br />

en lo primero que piensan los dueños del hotel es<br />

en acabar con el bosque de mangles, incluso sin<br />

pedir permiso porque se creen dueños también de<br />

la naturaleza. Y así acaban no sólo con los mosquitos<br />

sino también con la pesca.<br />

En uno de los proyectos turísticos de la costa<br />

del Este del país, por la playa de Bávaro, se llegó a<br />

más en los planes: se ha pretendido acabar con<br />

una laguna de mangles para construir en su lugar<br />

un campo de golf.<br />

En Higüey se ha desatado una furia de ventas a<br />

empresas turísticas extranjeras que pagan millones<br />

de dólares por esas propiedades.<br />

Parodiando el nombre de «cadenuses» que el pueblo<br />

le ha puesto a los que regresan de Nueva York<br />

enriquecidos, por las cadenas de oro con que hacen<br />

ostentación de sus fortunas, en Higüey le han puesto<br />

el nombre de «arenuses» a los propietarios que han<br />

logrado igual auge repentino por la venta de sus<br />

arenales situados detrás de muchas de las playas.<br />

La misma destrucción desbocada azotó en Los<br />

Haitises, que es un territorio cárstico excepcional,<br />

de alrededor de mil kilómetros cuadrados, antes<br />

cubierto por un frondoso bosque de aguaceros,<br />

muy húmedo, y donde crecen plantas que sólo allí<br />

aparecen, refugio de muchas aves y uno de los<br />

últimos reductos que le ha quedado a nuestra jutía,<br />

animal que es un fósil viviente que no debe desaparecer<br />

pero que se halla a punto de extinción. Ese<br />

gran bosque lo han desbaratado casi totalmente.<br />

Los madereros no han cesado de sacar de allí los<br />

tesoros de maderas preciosas que ese bosque encierra,<br />

pero haciéndolo de manera irracional, en<br />

forma de verdadero saqueo. Ganaderos de los alrededores,<br />

pero también hasta de La Vega, han metido<br />

allí sus vacas. Llegó además el cultivo de yautía<br />

con su desmonte también incesante y el desmonte<br />

de los carboneros. Un solo río atraviesa Los<br />

Haitises, el río Payabo, de sur a norte. Porque el<br />

suelo, en razón de los fenómenos cársticos, se halla<br />

totalmente cribado por furnias y sumideros que se<br />

tragan el agua de los grandes aguaceros que caen<br />

en esa región de mogotes calizos. Todos los demás,<br />

aparte del Payabo, son ríos y arroyos subterráneos.<br />

Una parte de esas corrientes subterráneas corre hacia<br />

el sur y convertida en ríos resurgentes riegan<br />

las tierras y la agricultura de Bayaguana para abajo<br />

en la sabana del Guabatico. Otra parte corre hacia<br />

el norte y desemboca por debajo del mar en la bahía<br />

de Samaná, y es la que, mezclada con el agua salada,<br />

confecciona el agua salobre en que mejor<br />

prosperan los manglares. Por eso la parte marítima<br />

de Los Haitises está cubierta por los bosques<br />

de mangle más espléndidos y robustos que he visto<br />

en el país y por los cuales es tan rica la pesca de la<br />

bahía de Samaná.<br />

Pues bien: si el desmonte de Los Haitises llega a<br />

convertirlo en desierto y a quitarle los copiosos<br />

aguaceros, esa falta de lluvia secaría los ríos y<br />

arroyos subterráneos, y quedarían sin agua la<br />

agricultura de Bayaguana para abajo, y los man-<br />

216


L A NATURALEZA DOMINICANA • <strong>VARIOS</strong><br />

glares de la costa de Los Haitises se verían mermados<br />

y con ellos, de rebote, la pesca.<br />

Pero ese desmonte sigue, sin que nadie lo pare,<br />

movido por la codicia y la actitud consumista frente<br />

a la naturaleza.<br />

Otro tanto ocurrió en las cordilleras. En tiempos<br />

de Trujillo los bosques de montaña eran de él<br />

y de tres conocidas familias trujillistas y adineradas<br />

del Cibao, a las cuales Trujillo les permitía que<br />

talaran para sus negocios madereros. Hicieron mucho<br />

daño entonces. Pero estando esos bosques<br />

rodeados de una codicia contenida que no se<br />

desbocaba por temor a Trujillo, sucedió que a la<br />

muerte del dictador entraron a saco en cuanto fue<br />

pinar silvestre, y se dieron escenas de un verdadero<br />

Oeste maderero, como el de los Estados Unidos con<br />

el oro, en que los aserraderos se tragaron los bosques.<br />

Y con eso y con la extracción de arenas, se han<br />

secado en el país más de cuatrocientos ríos, arroyos<br />

y cañadas.<br />

Por eso usted va hoy [1989] a Jarabacoa o a<br />

Constanza y ve las montañas peladas. Y si viaja de<br />

Constanza a Valle Nuevo ve la misma desolación<br />

por el camino y en todos los altiplanos de Valle<br />

Nuevo, donde además se han metido los cultivos<br />

de papas, de flores, de repollos y ahora de manzanos,<br />

a pesar de que están prohibidos por la ley.<br />

Y si viaja de San José de Ocoa a Valle Nuevo, será<br />

difícil que alcance a ver una montaña de la sierra<br />

de Ocoa, una sola, que no esté desmontada.<br />

En el lago Enriquillo, la isla Cabritos fue protegida<br />

como parque nacional. Desde entonces se puso<br />

de manifiesto el error de haber dejado fuera de<br />

esa protección el lago, en cuyas aguas vive la mayor<br />

concentración mundial de Crocodylus acutus, y<br />

muchedumbre de aves, tanto nativas como migratorias.<br />

Se reclama desde entonces con razón que<br />

toda la zona del lago, no sólo una de sus tres islas,<br />

se convierta en área protegida como parque nacional.<br />

Pero cuando uno lee los planes de pesca de<br />

la Secretaría de Agricultura, ve que se incluye (para<br />

la pesca comercial con redes) precisamente el<br />

lago Enriquillo. Eso indica que en esa Secretaría<br />

están en otra cosa: en aquella idea de no desaprovechar<br />

para explotarla económicamente una<br />

sola pulgada del territorio nacional. Lo digo porque<br />

esa pesca dejaría sin comida a los cocodrilos (que<br />

de esa manera desaparecerían muertos de hambre),<br />

y asimismo a muchas de las aves. Todo el equilibrio<br />

de ese maravilloso ecosistema lacustre se<br />

quebraría, lo cual acarrearía el deterioro de la vida<br />

natural en ese sitio y en sus alrededores.<br />

Podría seguir mencionando otros ejemplos, pero<br />

sería el cuento de nunca acabar.<br />

Quede claro lo siguiente: los expertos más calificados<br />

de todo el mundo consideran que por lo<br />

menos (lo subrayo: por lo menos) la tercera parte de<br />

un territorio debe quedar reservado en calidad de<br />

vedados, esto es, de zonas intocables. De los diversos<br />

ecosistemas y paisajes botánicos hay que<br />

dejar modelos característicos, para que la vida silvestre<br />

se desarrolle en ellos, de manera absoluta,<br />

por el imperio inviolado de las leyes de la naturaleza,<br />

sin la más mínima injerencia humana, y de<br />

ese modo se pueda continuar el estudio científico<br />

de la naturaleza. Y aparte de eso, donde la explotación<br />

económica se permita, aún así ha de llevarse<br />

a cabo regida por las concepciones del ecodesarrollo,<br />

y no pensando que ese permiso equivale<br />

a una patente de corso para que cada quien actúe<br />

sin tener el más mínimo miramiento por la<br />

ecología. De lo contrario, sólo se podrán obtener<br />

217


FÉLIX SER<strong>VI</strong>O DUCOUDRAY<br />

éxitos productivos pasajeros, ya que la naturaleza<br />

acabará tomando venganza de cada violación de<br />

sus preceptos. El ser humano es el amo de la naturaleza.<br />

La somete a su dominio, pero esto sólo<br />

puede hacerlo, no violando sus leyes, sino respetándolas<br />

y poniéndolas a su servicio. Nos falta<br />

mucho para llegar a eso.<br />

(11 feb., 1989, pp. 10-11)<br />

El mangle es el árbol sagrado del Caribe, sus raíces aéreas son el mayor criadero natural de peces y crustáceos,<br />

a los que también sirve de refugio. Destruir el manglar es acabar con la pesca.<br />

218


L A NATURALEZA DOMINICANA • <strong>VARIOS</strong><br />

LOS DIOSES GEOLÓGICOS VOLTEARON LOS ESTRATOS<br />

EN LAS ROCAS DEL SUR<br />

Hoy quiero hablar de varios temas.<br />

De nuestras formaciones geológicas del<br />

Mioceno, por ejemplo.<br />

Los terrenos que las componen empezaron a<br />

sedimentarse en el fondo del mar, hace unos 25<br />

millones de años poco más o menos, sobre todo al<br />

norte y al sur de la cordillera Central, cuando aún<br />

no había valle del Cibao ni valle de San Juan y eso<br />

estaba ocupado todavía por mares no muy profundos.<br />

En nuestro país las tres formaciones clásicas de<br />

ese período geológico, las más extensas, son Bulla<br />

(primera en sedimentarse y por tanto la más antigua),<br />

sobre la cual cayó después la Cercado, y<br />

finalmente la Gurabo.<br />

Estos son los nombres de sus afloramientos<br />

cibaeños, ya que las formaciones equivalentes que<br />

afloran en el Sur del país llevan nombres distintos<br />

porque los geólogos extranjeros que las estudiaron,<br />

las describieron de manera independiente, con<br />

bautizo nuevo, sin relacionarlas con las cibaeñas,<br />

que fueron las primeras en ser descubiertas y<br />

descritas.<br />

Por eso en el Sur se habla de Arroyo Blanco, Arroyo<br />

Seco, etc. Y a la formación Bulla, si mal no recuerdo,<br />

se le llama Arroyo Loro.<br />

En el Cibao la formación Bulla fue encontrada<br />

en un barranco próximo al río Mao; la Cercado, recuerdo<br />

haberla visto asomar en los cortes del arroyo<br />

Bellaco, afluente del Cana, y la Gurabo se llama<br />

así por la manera magnífica en que aflora en los<br />

barrancos del río del mismo nombre; pero no el<br />

río Gurabo de Santiago sino el que corre por el noroeste,<br />

más allá de la ciudad de Mao.<br />

Pero aún siendo contemporáneas las formaciones<br />

miocénicas del Cibao y del Sur, no son absolutamente<br />

iguales.<br />

Cuando los terrenos del Cibao emergieron y<br />

dejaron de ser fondos marinos, por ellos empezaron<br />

a correr los ríos que al excavar sus cursos fueron<br />

dejando al descubierto en sus barrancos los<br />

estratos de las diversas formaciones que se habían<br />

sedimentado en el fondo del mar.<br />

Si usted va a ver esos estratos, salta a la vista lo<br />

siguiente: en su mayoría son estratos horizontales,<br />

y en las contadas excepciones en que no lo son, la<br />

inclinación no es muy grande. Ello indica que el<br />

Mioceno cibaeño se formó en ambientes de sosiego<br />

y que el proceso de elevación que dejó en seco sus<br />

estratos ocurrió sin violentas convulsiones.<br />

Pero la posición que tienen los estratos de las<br />

formaciones del Mioceno en el Sur del país, indica<br />

una historia geológica distinta.<br />

Porque allí no predomina la posición horizontal.<br />

En el Sur, los estratos están «volteados», como<br />

dicen los geólogos. Esto es, con una inclinación<br />

muy fuerte, incluso verticales, y a veces con los estratos<br />

inferiores encaramados sobre los que inicialmente<br />

habían quedado encima de ellos.<br />

Y esto no solamente en las formaciones del<br />

Mioceno. En la formación Abuillot, que es del<br />

Eoceno, anterior al Mioceno, muchas veces los<br />

219


FÉLIX SER<strong>VI</strong>O DUCOUDRAY<br />

estratos se hallan verticalizados, como puede verse<br />

en la loma de El Número, en los cortes de la carretera<br />

vieja sobre todo, o lugares próximos a ella.<br />

Hay que imaginar la potencia del empuje colosal<br />

que al actuar sobre dichos estratos horizontales<br />

los pudo colocar en posición vertical.<br />

Los geólogos lo atribuyen a la presión de la llamada<br />

Beata Ridge, que es un largo y elevado costurón<br />

submarino que se extiende desde la parte sur<br />

del mar Caribe hacia el norte, en dirección a la isla<br />

Beata (de ahí su nombre) y que al encontrarse con<br />

la parte sur de nuestra isla, presiona sobre ella.<br />

En esa parte del país hay también huellas de<br />

cataclismos geológicos.<br />

Por ejemplo la formación que Iván Tavares y el<br />

geólogo francés Villar, que trabajó con él, han llamado<br />

«Eoceno con bloques de Ocoa».<br />

Esto quiere decir poco más o menos lo siguiente,<br />

en lenguaje menos técnico: que en ese período geológico,<br />

cuando los terrenos que lo componen se<br />

sedimentaban en el fondo del mar, cayeron en ellos<br />

grandes bloques de rocas desde la sierra de Ocoa<br />

y quedaron incorporados a dichos terrenos.<br />

Iván Tavares me señaló un día en que pasamos<br />

cerca de ellos, que los famosos cucuruchos de Peravia,<br />

lomas situadas a la entrada de Baní y con<br />

estampa de conos perfectos, son ejemplos de esos<br />

bloques, a los cuales la erosión les dio esa forma.<br />

E igualmente la gran roca de color blanco situada<br />

frente al poblado de Las Tablas, que los lugareños<br />

llaman la roca de Simona. En la carretera de Azua,<br />

cuando se pasa la loma de El Número, cuya edad<br />

geológica es del Eoceno, se pueden ver algunos de<br />

esos bloques de Ocoa incrustados en la parte alta<br />

de los cortes. El arrancar de las lomas de Ocoa<br />

bloques de tanta magnitud y lanzarlos tan lejos,<br />

sólo es concebible que haya podido ser hecho por<br />

sacudimientos y convulsiones geológicas de potencia<br />

excepcional.<br />

Nuestros geólogos tienen pendiente todavía el<br />

dilucidar de manera definitiva y concluyente tales<br />

episodios diferenciados de la historia geológica de<br />

la isla, que se comporta como si estuviera compuesta<br />

de bloques articulados, sobre todo si se añade que<br />

estratos equivalentes a las formaciones sureñas, a<br />

veces también se ven «volteados» en sus afloramientos<br />

de la cordillera Septentrional.<br />

Sobre esta geología floreció la vida. Plantas y<br />

animales empezaron a vivir en montañas y llanuras.<br />

Cielos de esmalte azul y nubes de aguaceros.<br />

Descendieron los ríos de las cumbres. El deslinde<br />

costero se pobló con manglares y peces de cabotaje.<br />

Cada rincón de patria escogió su paisaje pertinente:<br />

las sabanas del Este o de Sabaneta, desiertos<br />

del Suroeste y de la Línea, lagos, cascadas, bosques<br />

lluviosos de Samaná o Los Haitises, secos por El<br />

Guanito, pinar de la montaña y hasta una flora<br />

nórdica en la región de altiplanos de Valle Nuevo.<br />

Pero el afán de riqueza acabó por destruirlo casi<br />

todo, y ahora vamos camino del desierto, apenas<br />

con el 12 por ciento de los bosques que teníamos, y<br />

con cuatrocientos ríos, arroyos y cañadas menos,<br />

que se han secado.<br />

Por eso no me cansaré de hablar del crimen<br />

ecológico que se está cometiendo en Valle Nuevo,<br />

tolerado por el Gobierno.<br />

Un ejemplo: el de la empresa productora de<br />

papas, que destruyó totalmente la vegetación de<br />

muchos de esos altiplanos. La empresa fracasó<br />

por los virus que afectaron la papa, y vendieron<br />

sus 14,000 tareas a los dueños de una granja de<br />

pollos.<br />

220


L A NATURALEZA DOMINICANA • <strong>VARIOS</strong><br />

Un día me llamó un amigo del propietario reciente<br />

de esas tierras. Me invitaban a que los acompañara<br />

un fin de semana en que viajarían en helicóptero a<br />

las nuevas posesiones, para almorzar allá.<br />

El propósito era que yo me convenciera de que<br />

habían comprado esos terrenos para reforestarlos.<br />

Pero veamos lo que ellos entienden por reforestación:<br />

establecer allí plantaciones de manzano.<br />

Les expliqué que Valle Nuevo es una Reserva<br />

Natural Científica, por lo que allí no se puede tocar<br />

la naturaleza. No se debe sacar ni una ramita ni<br />

llevar una sola planta, por pequeña que sea, sobre<br />

todo si resulta extraña a la flora excepcional que allí<br />

crece. Y que como allí nunca se han dado silvestres<br />

los manzanos, está prohibido llevar siquiera sea una<br />

mata de manzanos, mucho menos meter los millares<br />

de las plantaciones que se proponían.<br />

Que eso no sería reforestar sino violar los equilibrios<br />

naturales de ese ecosistema y seguirlo destruyendo:<br />

antes con siembras de papas, ahora con<br />

siembras de manzanos.<br />

No se volvieron a comunicar conmigo; pero han<br />

empezado ya a sembrar manzanos sin que el Gobierno<br />

haya sido capaz de impedir esta violación<br />

del Decreto que convirtió a Valle Nuevo en área<br />

protegida con el régimen de Reserva Natural Científica<br />

y con lo cual esa parte del macizo de la cordillera<br />

Central quedó reservada únicamente para el<br />

estudio científico de la naturaleza.<br />

No sólo, pues, siguen allá, violando ese Decreto,<br />

las residencias de vacaciones, los cultivos de<br />

flores, las siembras de repollos (incluidos los de<br />

la Secretaría de Agricultura), los transmisores de<br />

radio que contaminan el ambiente con los gases<br />

de la gasolina que emplean en sus plantas eléctricas,<br />

la aplicación de pesticidas y otros agroquímicos;<br />

sino que además permiten que estos daños<br />

se acrecienten con el inicio de cultivos nuevos que<br />

nadie parece atreverse a detener.<br />

Y tanto es el despiste y la ignorancia en cuanto<br />

a lo que debe hacerse para proteger a Valle Nuevo,<br />

que incluso los viveros de repoblación de pinos están<br />

instalados no en las proximidades de la región<br />

de Valle Nuevo, como debería ser, sino en uno de<br />

los propios altiplanos intocables. Con esto más,<br />

visto por estos ojos: que en ese vivero de Valle Nuevo<br />

había también siembras de repollo hechas por<br />

empleados de Foresta que lo atienden. Y el único<br />

vivero que se hallaba bien ubicado, al sur del<br />

altiplano de La Pirámide, fuera de lo que propiamente<br />

es Valle Nuevo, quedó abandonado y lo<br />

dejaron perder.<br />

El incremento de las actividades de producción<br />

agrícola ha traído como consecuencia que en Valle<br />

Nuevo no sólo haya oficinas de las diversas empresas<br />

y sus almacenes, sino que hasta pulperías han<br />

comenzado a aparecer allí.<br />

Realmente es demasiado grande el daño causado<br />

en el ecosistema de Valle Nuevo, a lo que debe<br />

añadirse la tala de pinos además de la destrucción<br />

de 52,000 tareas de pinares que provocó el incendio<br />

de 1983, y por esto decimos que hace tiempo que<br />

la Dirección de Foresta y la Dirección de Parques<br />

(pero con el apoyo eficaz del Poder Ejecutivo, porque<br />

sin ello las cosas no caminan en nuestro país)<br />

han debido pasar de las palabras a los hechos imponiendo<br />

el respeto que salve a esa Reserva Natural<br />

Científica que abarca todos los altiplanos de<br />

Valle Nuevo y sacando de allí todo cuanto le cause<br />

daño y exponga a desaparición sus maravillas.<br />

(18 feb., 1989, pp. 10-11)<br />

221


FÉLIX SER<strong>VI</strong>O DUCOUDRAY<br />

Los estratos geológicos<br />

del Cibao son mayormente<br />

horizontales porque el<br />

Mioceno cibaeño ocurrió<br />

sin violentas convulsiones.<br />

En el Sur, los estratos están<br />

«volteados», con una<br />

inclinación muy fuerte y<br />

a veces hasta verticalizados.<br />

Hay que imaginar la colosal<br />

potencia del empuje que fue<br />

capaz de colocar en posición<br />

vertical estos estratos que<br />

originalmente eran<br />

horizontales.<br />

222

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