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6_ROLDE 143-<strong>144</strong><br />

En torno al tercer cuarto del siglo XIX podemos fechar algunos ejemplos de edificios<br />

escolares que han llegado, reutilizados con otras funciones, hasta nuestros días<br />

como los de Agüero, Biscarrués, Mirambel, Piracés o Piedramorrera. Todos ellos son<br />

ejemplos de una primera arquitectura escolar que todavía no tenía conciencia de<br />

serlo, de tal manera que en su aspecto exterior la escuela no se diferenciaba en nada<br />

del modelo popular de casa-bloque propio de cada localidad: un edificio de planta<br />

rectangular con una o dos aulas, vivienda para el maestro, un pequeño aseo y un<br />

cuarto para la leña. Más que de «la escuela» podríamos hablar entonces de «la casa<br />

del maestro».<br />

1869 es el año clave para la primera formalización de un modelo específico de<br />

escuela y es que solo unos meses tras el comienzo del llamado Sexenio Democrático se<br />

promulga un Decreto Ley sobre Construcciones Escolares que constituye un primer<br />

paso para lo que ya se tenía como uno de los grandes impedimentos a la extensión de<br />

la educación primaria en España: la carencia de edificios escolares. A raíz de este<br />

decreto se divulgan varios modelos constructivos que tendrán gran repercusión en nuestro<br />

territorio a juzgar por los documentos y edificios conservados hasta el momento.<br />

Todos ellos carecen de graduación, establecen una rígida separación entre niños y<br />

niñas, y suelen incluir los aseos, la vivienda del maestro o maestra y, por primera vez,<br />

un espacio dedicado a biblioteca. En alguna ocasión podían contar asimismo con un<br />

patio o «campo escolar» de cierta amplitud pero siempre delimitado y dividido en el caso<br />

de escuelas de niños y niñas, e incluso en casos excepcionales comienzan a aparecer<br />

nuevas estancias poco frecuentes como el lavatorio, la galería cubierta, el gimnasio o la<br />

sala de labores. Por aquellos años, en 1884, Francisco Giner de los Ríos escribía desde<br />

la Institución Libre de Enseñanza que «el centro de la escuela ha de ser el campo escolar»,<br />

lo que nos muestra la distancia que muchas veces existe entre las avanzadas tendencias<br />

pedagógicas de cada época y la realidad de los espacios escolares construidos<br />

de manera contemporánea.<br />

Para el estudio de este periodo de la construcción escolar contamos afortunadamente<br />

con el extraordinario fondo documental del Archivo de la Diputación Provincial<br />

de Huesca. Parte de él son más de un centenar de proyectos de construcción de<br />

escuelas, fechados entre 1862 y 1898, y de los cuales muchos no se llegaron a construir.<br />

Por ellos, y por otras fuentes, sabemos que los modelos del Ministerio se adoptaron<br />

con muy pocos cambios excepto en los edificios levantados en cascos urbanos<br />

que debían adaptarse al solar disponible en cada caso.<br />

La arquitectura en general de aquel siglo, el XIX, se caracterizó por aplicar el principio<br />

de que «a cada tipo de edificio le corresponde un estilo particular» y el que se<br />

consideró más apropiado para las construcciones escolares fue el clasicismo o, todo<br />

lo más, el eclecticismo clasicista. La elección de estos estilos perseguía proporcionar<br />

una imagen de prestigio a la institución educativa mediante el uso de los elementos<br />

constructivos propios de la época dorada de la historia de la arquitectura y, por otro,<br />

se amoldaba bastante bien al pragmatismo constructivo que debía presidir la obra

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