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—Está usted muy pálida. ¿Es por culpa de la travesía o de Edward?<br />

—¿Qué sería peor?<br />

Se echó a reír.<br />

Le hice una pequeña señal con la mano a modo de despedida y me dirigí a la entrada.<br />

Edward no advirtió mi llegada. El rostro cerrado, aspiraba su cigarrillo como un loco. Le llamé con<br />

suavidad. Se volvió, me miró fijamente con una expresión indescifrable en el rostro y avanzó hacia<br />

mí. Sin decir palabra, cogió mi bolsa. Yo lo retuve del brazo.<br />

—¿Estás bien?<br />

—¿Y tú? —me preguntó con brusquedad.<br />

—Sí, en fin, eso creo.<br />

—Vámonos.<br />

Esbozó una sonrisa, me cogió de la mano y me llevó al puerto. Cuanto más avanzábamos, más me<br />

acercaba a él. Acabé entrelazando nuestros dedos.<br />

Al llegar al barco, tuvimos que soltarnos para descargar lo que llevábamos. Le seguí hasta el<br />

puente. El viento era tan fuerte que parecía que fuéramos a salir volando. Encendió un cigarrillo y me<br />

lo dio, lo acepté y le observé encender el suyo. Se apoyó en la borda. Fumamos en silencio.<br />

El barco zarpó y se alejó de la isla con nosotros aún en la cubierta.<br />

—Esto se va a mover —me dijo Edward incorporándose.<br />

—¿Te vas a quedar aquí?<br />

—Por ahora sí. Entra tú si quieres.<br />

Me quedé allí y me agarré también a la barandilla. El barco ya empezaba a tambalearse, y el viento<br />

me hacía daño en los oídos, pero por nada del mundo hubiese querido estar en otra parte. De pronto,<br />

dejé de sentirlo. Edward se había instalado a mi espalda, con sus brazos alrededor de mi cuerpo, y sus<br />

manos sobre las mías.<br />

—Avísame si empiezas a encontrarte mal —me dijo al oído.<br />

Su tono de voz denotaba que lo había dicho con ironía, y le di un ligero codazo en las costillas.<br />

Hicimos la travesía entera abrazados el uno al otro y sin decir palabra. Era tan agradable disfrutar<br />

de todo aquello entre dos. Una vez amarrado el barco, Edward fue a recuperar nuestras bolsas de viaje.<br />

Luego me tomó de nuevo de la mano para ir hasta el aparcamiento, y mientras yo montaba en el<br />

coche, él cargó el maletero. Cuando se metió dentro, suspiró profundamente. Debió de sentir que le<br />

observaba, se volvió y me miró directamente a los ojos.<br />

—¿Volvemos a casa?<br />

—Tú conduces.<br />

Durante todo el trayecto nos encerramos cada uno en nuestros pensamientos, acunados por la<br />

música de los Red Hot Chili Peppers, una mezcla de dulzura y brutalidad a imagen de Edward. Sólo se<br />

oía el ruido del encendedor eléctrico. Encadenábamos cigarrillos alternativamente. El paisaje<br />

desfilaba ante nuestros ojos, mientras yo manoseaba mi cadena y mi alianza. No me atrevía a mirar a<br />

Edward. Cuando vi el cartel de Mulranny, me puse tensa. Detuvo el coche frente al cottage y dejó el<br />

motor en marcha.<br />

—Bueno, tengo trabajo.<br />

—No hay problema —respondí precipitadamente mientras bajaba del coche.<br />

Cerré la puerta con más fuerza de la que había deseado. Recogí mis cosas del maletero. Edward no<br />

se movió, pero tampoco se marchó. Frente a la puerta de casa, empecé a buscar la llave. Cuando por<br />

fin la encontré, estaba tan furiosa que no conseguía acertar con la cerradura. Si no tenía nada que<br />

decirme, no tenía más que marcharse.

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