mucho para llegar a la meta. - Municipalidad de Ñuñoa

El Ñuñoíno / Entevista 13
Doña María Mercedes Díaz-Quijano Olivares
tiene 106 años. Es decir, es cuatro años
menor que Ñuñoa, que este mes celebra los
110 años de su fundación. Ella es, entonces,
un testigo viviente y muy lúcido de nuestra
historia. Nacida en San Javier de Loncomilla,
conoció también la zona huasa y comprobó
la evolución de Santiago donde, en sus
arrabales, Ñuñoa surgía entre campos de
flores amarillas conocidas como ñuños por
los indígenas. Es por eso que el alcalde
Pedro Sabat la designó “Dama Ilustre de
Ñuñoa” en 1999, cuando cumplió 101 años.
Ahora, cinco años después, volvió a visitarla
oficialmente, para entregarle una silla de
ruedas que le permita desplazarse por su
barrio, ayudada por la “nana” que vive con
ella. Fue un encuentro lleno de picardía, en
que la antigua dama no dejó de lanzarle
bromas a Pedro Sabat, quejándose por estar
tan vieja como para conquistar “a un joven
tan buenmozo”. Es que María Mercedes Díaz
Quijano, aunque pasa mucho tiempo en cama
aquejada de problemas óseos, sigue
demostrando un gran buen humor, alegría
de vivir y muchas ganas de seguir viviendo.
“Soy una mujer que ha vivido en tres siglos
y en dos milenios”, recordando que nació en
el Siglo 19, pasó toda su existencia en el
Siglo 20. Esta señora de las 10 décadas, es
vital y muy lúcida, nadie adivinaría lo que
hay dentro de ese departamento del 2º piso
de uno de los bloques de la Villa Los
Presidentes.
Mil recuerdos
Sus primeros recuerdos son, entonces, de
“mi querido San Javier, con sus hilados y
sus ricos vinos”. Allí nació en junio de 1898.
Pero después, como la Carmela de San
Rosendo, se vino a la “ciudá”. Claro que ella
no era una campesina ingenua, sino una
señorita de la sociedad sanjavierina. De
buena familia, se casó por amor y no por
interés, como cuenta. “Debí haber sido más
calculadora y no estaría pobre como estoy
ahora”, se queja, aunque admite que es feliz
en Ñuñoa, en su departamento de la Villa
Los Presidentes, ahora flamante condominio
gracias a los adelantos realizados por el
municipio en el sector.
Doña María Mercedes está contenta con
lo que le ha tocado vivir, aunque admite que
pudo ser mejor. Tuvo mala suerte en el amor.
En su siglo y un lustro de vida tuvo tres
maridos. Los sobrevivió a todos: “Ya me van
quedando pocos conocidos. Y no dejé
descendencia, así es que no tengo nietos”,
se lamenta. Su primer marido fue su amor
de juventud, allá en San Javier de Loncomilla.
Una dama centenaria
que vive feliz en
Villa Los Presidentes
“La primera vez me casé muy enamorada
-cuenta- Éramos muy jóvenes y estábamos
llenos de proyectos e ilusiones. Pero todo
duró muy poco. A los ocho días Oscar
Gutiérrez (así se llamaba él) se enfermó.
No terminaba la luna de miel y se acabó
nuestra vida en común. Duró 40 días en
cama y en hospitales hasta que murió de
septicemia. La pena no la dejó rehacer su
vida por mucho tiempo. Recién a los 37
años se casó por segunda vez, con un
caballero mayor. Por segunda vez la mala
suerte la golpeó duro: le descubrieron una
diabetes que terminó dejándolo ciego.
Tampoco pudo tener hijos con su esposo,
que la dejó sola por segunda vez. Pasó el
tiempo y reincidió a los 73 años. Vivieron
una década juntos: él murió a los 83, hace
ya más de 20 años.
La vida en Ñuñoa
Pero todo cambió cuando llegó a adulta.
Se las tuvo que arreglar sola al quedar
viuda. Su vida sufrió un vuelco total.
Los cambios que ha sufrido en su vida y
los golpes recibidos no han convertido a
doña María Mercedes en una anciana triste
y amargada. Por el contrario, declara haber
sido feliz en Ñuñoa, en su departamento
de Villa Los Presidentes. “Este es un sector
tranquilo, que me gusta mucho”.
Sin embargo, el aspecto del entorno, allá
por comienzos de los años 70, “era horrible,
dice. El sector de Jorge Monckeberg era pura
tierra, un basural tenebroso”. Recuerda que
desde los 60 años tuvo que empezar a luchar
sola, cuidando hombres enfermos. Comenzó
a trabajar cuando se quedó pobre. Recuerda
que le pidió ayuda al doctor Hernán
Alessandri, que no podía creer que yo fuera
pobre. “Es que estoy arruinada, le dije. Quiero
trabajar y no vivir de limosnas”. Complicado,
el doctor Alessandri, con el aval de Osvaldo
Undurraga y Arturo Blanco le consiguieron
trabajo en el Hospital Salvador. Un día fue a
poner un aviso al diario La Nación y la vio
su director, don Raúl Ferrada, que se
sorprendió al verla. Tampoco creía que una
dama como ella estuviera trabajando. Le dio
trabajo en La Nación por el doble de sueldo:
$60, que al poco tiempo se convirtieron en
$120. Ella debía controlar a los linotipistas,
contar las líneas, medir los tipos, ver los
precios de los avisos…Años después, cuando
escribió al gerente diciéndole que quería
jubilar, le dieron la indemnización completa,
con la cual se pudo comprar el departamento
donde vive en la Villa Los Presidentes.
Está contenta en su barrio: “Es un sector
tranquilo y silencioso, donde vive buena
gente. Yo mantengo muy bonito el jardín de
la entrada, que es la mejor de aquí”.
Agradecida de Pedro Sabat, expresa una
inquietud: “Si Pedro Sabat se va… ¡pobre
Ñuñoa! Es un alcalde muy bueno, que se
preocupa de todo. Díganle que no se vaya
a Santiago. Todos acá cuentan maravillas
de él y yo lo he comprobado. Le escribí
pidiéndole una silla y él vino personalmente
a entregármela. ¡Es estupenda, preciosa!”.
“Aquí realmente he encontrado la paz y la
tranquilidad que no tuve antes. El barrio ha
quedado muy lindo con sus rejas, los edificios
pintados y sus jardines interiores”, concluye.
Finalmente el alcalde Sabat le aseguró
que no se irá de Ñuñoa, lo que la tiene muy
feliz.