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ANÁLISIS<br />

MARTA LAMAS<br />

Sin embargo, el rector que inicia un<br />

nuevo periodo de cuatro años tendrá que<br />

hacer frente, también, a tareas que corresponde<br />

emprender a una universidad como<br />

la UNAM en medio de un crítico panorama<br />

político, económico y social que se está descomponiendo<br />

y nos conduce a la sucesión<br />

presidencial más complicada que hayamos<br />

tenido desde hace décadas, más aún que las<br />

vividas con los descomunales fraudes electorales<br />

en contra de Cuauhtémoc Cárdenas<br />

y de Andrés Manuel López Obrador.<br />

El rector José Narro, junto con un grupo<br />

destacado de académicos, puso el dedo<br />

en la llaga con su iniciativa para enfrentar<br />

la injusticia que ha generado la expansión<br />

del crimen organizado; ha proclamado de<br />

forma directa y fuerte la necesidad de un<br />

cambio de fondo a favor de la educación<br />

y de la apertura radical de oportunidades<br />

para los jóvenes. Ahora tendrá que elevar<br />

su voz y convocar a la participación universitaria<br />

en los peores tiempos que vienen,<br />

hacia los próximos meses.<br />

Nada fuera de los marcos de la legislación<br />

universitaria, ni nada fuera de la gran<br />

responsabilidad que tiene la UNAM frente<br />

a la nación. Pero una voz autorizada tiene<br />

que hacerlo. Se trata de defender la investigación<br />

científica y los conocimientos que<br />

se enseñan y producen en la universidad<br />

como parte de la seguridad nacional, y como<br />

sustento de un nuevo desarrollo con<br />

justicia y equidad. Se trata de defender la<br />

educación pública como un derecho humano<br />

fundamental, la vida en todos sus<br />

sentidos, la creación artística y el bien público,<br />

a la vez que se destaca la vigencia de<br />

una ciudadanía activa.<br />

La UNAM en la sucesión presidencial,<br />

que está ya descarrilada; la UNAM en el<br />

ejercicio crítico desde el que se sustenta<br />

su responsabilidad y legitimidad ante la<br />

sociedad; la UNAM en la construcción de<br />

un proyecto distinto de gobernabilidad y<br />

de democracia… Menudas tareas, internas<br />

y hacia afuera, las que tendrá el rector en<br />

los próximos meses. <br />

El ruido nos mata<br />

en silencio<br />

El atinado artículo Agresión acústica<br />

de Samuel Máynez Champion, publicado<br />

en la edición del 6 de noviembre de este<br />

semanario, pone el dedo en una llaga de<br />

la que se habla poco: la contaminación<br />

ambiental por ruido. El problema que<br />

Máynez señala es gravísimo, y todos estamos<br />

expuestos a niveles de ruido que<br />

deterioran la audición y nuestra calidad<br />

de vida. Sin embargo, pese al considerable<br />

aumento de la preocupación por los<br />

efectos de la contaminación en el medio<br />

ambiente, hay poca conciencia sobre la<br />

que produce el ruido. En su completísimo<br />

libro La contaminación ambiental en México,<br />

Blanca Elena Jiménez Cisneros dice que<br />

el problema menos atendido en nuestro<br />

país es precisamente la contaminación<br />

por ruido. Ella revisa la escasa legislación<br />

que hay al respecto y plantea las medidas<br />

de prevención que habría que tomar<br />

tanto en zonas habitacionales como industriales<br />

y áreas de tráfico.<br />

Hace años José Antonio Peralta, de la<br />

Escuela Superior de Física y Matemáticas<br />

(IPN), publicó un artículo, El ruido en la<br />

Ciudad de México, donde relata los estragos<br />

que causa: no sólo sordera, también<br />

provoca agresividad, contribuye al aislamiento,<br />

produce estrés, genera insensibilidad,<br />

afecta la eficiencia en el trabajo,<br />

interfiere con un buen desempeño de<br />

actividades y perturba el sueño. Peralta<br />

indica que la legislación sólo considera<br />

los daños de tipo auditivo (sordera), y no<br />

los fisiológicos y psicológicos, que lleva<br />

asociados el ambiente ruidoso. Y como<br />

la principal fuente de ruido urbano es<br />

el transporte, este investigador realizó<br />

mediciones mediante un “muestreo” en<br />

ciertas zonas de la Ciudad de México.<br />

Durante una hora registró el nivel de ruido,<br />

con la ventana del conductor abierta,<br />

mientras circulaba por varias avenidas<br />

(Zaragoza, Ermita, Eje Central, Politécnico,<br />

Cuautepec, Consulado, Insurgentes,<br />

Vía Morelos) a mitad de semana, entre<br />

las 12 y las 14 horas, y encontró que permanecía<br />

a unos 80 decibeles. Resulta<br />

que como sólo se regula lo que va más<br />

alto de 90 decibeles, los trabajadores del<br />

volante quedan fuera de la protección.<br />

Peralta se pregunta: “¿Hasta qué punto<br />

la proverbial agresividad e intolerancia<br />

que muestran en general los trabajadores<br />

del volante –bocinazos, cerrones, improperios–<br />

a quien se les ponga enfrente<br />

son inducidos por el ruido en que perpetuamente<br />

están sumergidos?”.<br />

El otro punto que destaca es el relativo<br />

al ruido en ambientes de diversión.<br />

Peralta midió los decibeles en una fiesta<br />

típica en una colonia popular y encontró<br />

un nivel continuo de más del que se permite<br />

para las fábricas. ¿Cómo entender<br />

que en sus momentos de diversión y descanso<br />

las personas se pongan en riesgo?<br />

¿Qué ha ocurrido con sus oídos que tal<br />

volumen no les causa sensaciones de displacer?<br />

Su explicación es la atrofia auditiva,<br />

misma que Máynez consigna como<br />

“hipoacusia”: una reducción de la capacidad<br />

de oír producida por la exposición<br />

prolongada a los sonidos de alta intensidad.<br />

Peralta hizo también un muestreo<br />

en los centros de juegos con maquinitas<br />

y encontró que allí hay el mismo nivel<br />

de ruido que en las industrias. Tanto los<br />

trabajadores como los usuarios en estos<br />

centros de diversión carecen de defensas<br />

contra ese nivel de ruido.<br />

En México la legislación contra el ruido<br />

es tibia, y su aplicación casi inexistente.<br />

Las leyes contra el ruido se hicieron<br />

inicialmente para proteger a los trabajadores<br />

en las fábricas, pero ahora incluyen<br />

a los ciudadanos que circulan por las calles<br />

o que están en sus hogares. La regulación<br />

del fenómeno enfrenta, por un lado,<br />

el problema de los intereses económicos,<br />

especialmente de los industriales, y por<br />

otro, el aspecto difícil de la convivencia<br />

respetuosa. ¿Qué hacer cuando los vecinos<br />

ponen la música muy fuerte? ¿Qué,<br />

cuando alguien ensaya durante horas su<br />

piano? ¿O cuando los del tianguis anuncian<br />

durante toda la mañana sus productos<br />

con altavoces? ¿O con los claxonazos<br />

bajo la ventana? Conciliar los derechos de<br />

todos resulta un ejercicio de negociación<br />

tan complicado como los que se realizan<br />

en Medio Oriente.<br />

El problema del ruido tiene soluciones<br />

legales, políticas y culturales. En<br />

México no se ve ninguna propuesta en las<br />

agendas electorales rumbo a 2012 que encare<br />

la necesidad de controlar y atenuar<br />

el efecto negativo que produce esta dañina<br />

molestia. Eduardo Muscar, de la Universidad<br />

Complutense, escribió: “El ruido<br />

nos mata en silencio”, para denunciar el<br />

desconocimiento de la población acerca<br />

de los efectos perniciosos del ruido sobre<br />

varios aspectos de la salud y las relaciones<br />

humanas, el incumplimiento de las<br />

leyes que regulan los niveles admisibles<br />

del mismo, y la carencia de normas para<br />

situaciones que no están reguladas pero<br />

que producen mucho ruido, con sus nefastas<br />

consecuencias.<br />

Como dice Peralta, el ruido en la ciudad<br />

“nos ha convertido en una masa de<br />

individuos neurasténicos, agresivos, tensos,<br />

fatigados e insensibles y, sobre todo,<br />

incapaces de ver nuestro propio deterioro<br />

provocado por la integración del ruido en<br />

un sistema bárbaro de valores de vida urbana”.<br />

Requerimos más lugares sociales<br />

–cafeterías, restaurantes y salones de baile–<br />

donde se pueda platicar sin tener que<br />

desgañitarse. Pero, sobre todo, tenemos<br />

que dejar de producir ruidos, como esos<br />

claxonazos, que no sirven más que para<br />

molestar a quienes viven cerca . <br />

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