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BEYOND SHARED LANGUAGE - Society for Contemporary Craft

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EL OFICIO DE CONTEMPORANEIZAR<br />

LA ARTESANIA<br />

En 1995, el Salón Nacional de Artes Plásticas de La Habana otorgó el premio de curaduría a un<br />

proyecto titulado ‘‘El oficio del arte’’, de Dannys Montes de Oca. La propuesta se apoyaba en el<br />

hecho de que el arte cubano del momento protagonizaba una ‘‘vuelta al oficio’’, a la producción<br />

de obras cuidadosamente ejecutadas. En otras palabras, constataba el <strong>for</strong>talecimiento de una<br />

tendencia a la producción de objetos bellos, listos para ser comercializados. El contexto estaba<br />

signado por la peor crisis económica y social en Cuba de la que se tenga memoria y la tímida<br />

entrada del mercado de arte, un viejo desconocido para varias generaciones de artistas <strong>for</strong>madas<br />

bajo la égida del socialismo. Este retorno iba a contracorriente de las prácticas conceptuales de<br />

la década anterior (neo-dadaístas o herederas del Fluxus, que rechazaron los estándares prevalecientes<br />

en el arte a través de prácticas culturales antiartísticas), y ahondaba en cierto cinismo<br />

manifiesto en la avidez de los artistas jóvenes por vender su trabajo al mejor postor (apenas dos<br />

años antes, se había realizado la exposición “Cómprame y cuélgame,” en la que participaron<br />

algunos pronto convertidos en estrellas, tales como Kcho y Los Carpinteros). Bajo las nuevas<br />

circunstancias de una economía de mercado (la misma que rige en el resto del mundo), a la cual<br />

no estaban acostumbrados, los artistas jóvenes se vieron <strong>for</strong>zados a convertirse en pequeños<br />

empresarios (“trabajadores por cuenta propia,” según la nomenclatura utilizada por el gobierno).<br />

Era el final de una época, pues hasta entonces las instituciones culturales habían ofrecido<br />

el apoyo necesario. Ahora debían arreglárselas por sí mismos y adiestrarse en la creación de<br />

cosas bellas para generar divisas. El reto era insertar dicha práctica, abiertamente mercantil, en<br />

un discurso que fuera de interés cultural, de manera que las instituciones pudieran promoverlos<br />

sin rubor.<br />

Las respuestas a dicho reto oscilaron desde la conceptualización del ’’rescate’’ de los oficios<br />

artesanales en términos del debate estético postmoderno entre lo cocido y lo crudo -que favorece<br />

la imagen sobre lo narrativo, y lo figurado sobre lo discursivo-, arte culto y arte popular; hasta la<br />

apropiación de los valores histórico-culturales asociados a dichos oficios, que podían ser<br />

aprovechados en función de la crítica social, política o incluso ideológica. Por ejemplo, Los<br />

Carpinteros recuperaron la ebanistería, que combinaron con pintura en esculturas de notas<br />

autobiográficas; fue un ejercicio cínico que culminó en su tesis de grado con la simulación de una<br />

subasta en la que todas sus obras eran vendidas. En cambio, Kcho utilizó el reciclaje de materiales<br />

y la fibra para realizar esculturas en las que imbricaba los símbolos de lo sagrado (religiones<br />

afrocubanas) y lo nacional (la isla, la bandera y la estrella). El subtexto era que las prácticas<br />

religiosas populares habían sido tildadas por el propio Castro como superstición y rezagos del<br />

capitalismo que debían ser eliminados. Otros artistas integraron oficios como la yesería, la<br />

cerámica, el tejido y el bordado, en muchos casos aludiendo a su marginalidad dentro del modelo<br />

económico socialista.<br />

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