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en la perdurabilidad o en un mundo regido por leyes darwinistas o tal vez porque en<br />
sus almas anida un espíritu cortesano aún más innoble.<br />
Yo he tenido la desgracia de conocer a varios editores que eran una penalidad incluso<br />
para sus madres y también he tenido la suerte de conocer a varios, unos siete u ocho ,<br />
que eran y son unas personas responsables, algo tristes ( la melancolía es una marca<br />
del gremio), inteligentes y con grandes dosis de audacia o humor, editores empeñados ,<br />
por ejemplo, en publicar autores y libros que de antemano se sabe que se venderán<br />
muy pocos ejemplares.<br />
Hace poco se <strong>entre</strong>gó el premio Targa d´Argento, en su segunda edición, al mejor<br />
editor europeo y lo recibió mi editor, Jorge Herralde, pasando por delante de numerosos<br />
editores, algunos a punto de ser ungidos o ya ungidos por un aura legendaria.<br />
Ahora Herralde publica el libro " Opiniones mohicanas", El Acantilado, 2001, la casa de<br />
otro notable editor y escritor, Jaume Vallcorba. Leer este libro, recopilación de artículos<br />
variados e incluso de pequeñas notas de no más de veinte líneas, es sumergirse en la<br />
historia reciente de la edición barcelonesa y de la edición europea y latinoamericana ,<br />
además de entrar en el círculo de los amigos de Herralde, de sus conflictos como<br />
editor, del cambio político vivido en España desde el fin de la dictadura.<br />
En sus páginas desfila un variadísimo número de escritores. Bukowski, a quien Herralde<br />
y Lali Gubern visitan en California. Patricia Highsmith, con quien cenan en Madrid con el<br />
alcalde Tierno Galván de anfitrión. Carlos Monsiváis, el grandísimo Sergio Pitol, Carlos<br />
Barral, sobre cuyo fantasma aún pesa la marca infamante de haber rechazado " Cien<br />
años de soledad". Soledad Puértolas, Carmen Martín Gaite, Esther Tusquets, Belén<br />
Gopegui, probablemente las cuatro mejores prosistas españolas. Además de una<br />
multitud de escritores británicos, franceses, italianos, norteamericanos, y algunos<br />
latinoamericanos y catalanes.<br />
¿Qué puedo decir yo de Herralde que luego nadie, ni el propio Herralde, me pueda<br />
echar en cara? Podría decir que su prosa es elegante e irónica, como el propio<br />
Herralde. Pero eso es decir muy poco. En realidad lo que tendría que decir es que una<br />
vez, durante un viaje que hice montado en la paranoia más radical, al llegar al país<br />
adonde iba me encontré varios fax de Herralde en mi hotel, en donde éste me decía<br />
que no me preocupara y ponía todos los medios a su disposición para que, en caso de<br />
que mi paranoia se agravase, pudiese salir de aquel país lo antes posible.<br />
También recuerdo otra ocasión, en su oficina, en que, tras yo decirle que no pensaba<br />
acudir a una fiesta a la que me habían invitado por desconocer el uso que debía darles<br />
a los cinco tenedores, seis cucharas y cuatro cuchillos que seguramente harían guardia<br />
junto a mi plato, Herralde, con suma paciencia, me explicó el uso específico de cada<br />
uno de los cubiertos y el tempo de uso y desuso de tales instrumentos. De más está<br />
decir que, mientras Herralde explicaba esto yo lo miraba <strong>entre</strong> perplejo, admirado y<br />
rabioso. En este sentido Herralde es un orgullo de la burguesía catalana. Una burguesía<br />
ilustrada y nada cobarde que desaparece a pasos de gigante.<br />
¿Y qué más puedo decir de él? Pues que la literatura en lengua castellana no sería la<br />
misma si no hubiese existido nunca la editorial Anagrama, y que si algún día me voy<br />
de la editorial ( en donde he publicado siete libros) probablemente echaré de menos ,<br />
más que a Herralde, a Lali Gubern, a Teresa, a Ana Jornet, a Noemí, a Ema, a Marta, a<br />
Izaskun, a la ya jubilada y entrañable María Cortés, <strong>entre</strong> tantas chicas guapas ( e<br />
inteligentes) que trabajan allí, pero que también echaré de menos a Herralde, las tardes<br />
interminables en que discutíamos de anticipos, sus frases cortas y siempre acertadas ,<br />
sus opiniones demoledoras, las comidas en El Tragaluz y las cenas en el Giardinetto ,<br />
más opiniones demoledoras, más recuerdos confrontados desde distintas perspectivas ,<br />
su independencia de jefe de los irreductibles mohicanos.<br />
Conjeturas sobre una frase de Breton<br />
Miércoles 27 de junio de 2001<br />
Hace tiempo, en una <strong>entre</strong>vista que luego perdí, André Breton decía que tal vez había<br />
llegado la hora de que el surrealismo entrara en la clandestinidad. Sólo allí, creía<br />
Breton, podía subsistir y prepararse para los desafíos futuros. Esto lo dijo en los últimos<br />
años de su vida, a principios de la década de los sesenta.<br />
La propuesta, atractiva y equívoca, nunca volvió a ser formulada, ni por Breton en las<br />
múltiples <strong>entre</strong>vistas que concedería después ni por sus discípulos surrealistas, más<br />
ocupados en dirigir pésimas películas o revistas literarias que ya poco o nada tenían<br />
que aportar a la literatura y a la revolución, que Breton y sus compañeros de primera<br />
hora vieron como algo convulsivo e indistinto. La misma cosa informe.