K<strong>en</strong>nedy indicó con un gesto a su compañero que callase y se detuviese. Faltaban perros, y la agilidad deJoe, por mucha que fuese, no equivalía al olfato de un pachón o de un pod<strong>en</strong>co.En el lecho de un torr<strong>en</strong>te, <strong>en</strong> el que quedaban algunas aguas estancadas, saciaba su sed un grupo de unosdiez antílopes. Aquellos graciosos animales, olfateando un peligro, parecían inquietos; <strong>en</strong>tre sorbo y sorbode agua, levantaban la cabeza con azorami<strong>en</strong>to, husmeando con sus hocicos las emanaciones de loscazadores.K<strong>en</strong>nedy rodeó unos matorrales, <strong>en</strong> tanto que Joe permanecía inmóvil. Llegó a tiro de los antílopes ydisparó su escopeta. El grupo desapareció rápidam<strong>en</strong>te, quedando sólo un antílope macho que cayó comoherido por un rayo. K<strong>en</strong>nedy se precipitó sobre su víctima.Era un magnífico ejemplar de un azul claro, casi c<strong>en</strong>ici<strong>en</strong>to, con el vi<strong>en</strong>tre y la parte anterior de las patasde una blancura deslumbradora.-¡Bu<strong>en</strong> tiro! –exclamó el cazador–. Es una especie de antilope muy rara, y espero poder prepararsu piel para conservarla.-¿Qué dice, señor Dick?-Lo que oyes. ¡Mira qué pelaje tan espléndido!-Pero el doctor Fergusson no admitirá un exceso de peso.-¡Ti<strong>en</strong>es razón, Joe! Triste cosa es, sin embargo, no aprovechar nada de una pieza tan magnífica.-¿Nada? No, señor Dick; vamos a sacar del animal todas las v<strong>en</strong>tajas nutritivas que posee, y, consu permiso, lo haré ahora mismo pedazos tan bi<strong>en</strong> como pudiera hacerlo el síndico de la ilustre corporaciónde carniceros de Londres.-Pues ya puedes empezar, camarada; aunque debes saber que, a fuer de cazador, me des<strong>en</strong>vuelvotan bi<strong>en</strong> desollando una res como matándola.-Estoy seguro de ello, señor Dick, como lo estoy también de que, <strong>en</strong> m<strong>en</strong>os que canta un gallo, contres piedras armará una parrilla. Leña seca no falta, y sólo le pido unos minutos para utilizar sus ascuas.-La operación no es muy larga –replicó K<strong>en</strong>nedy.Y procedió de inmediato a la construcción de la parrilla, de la que unos instantes después salíannumerosas llamas.Joe sacó del cuerpo del antilope una doc<strong>en</strong>a de chuletas y trozos de lomo, que se convirtieron muy pronto<strong>en</strong> un asado delicioso.-El amigo Samuel –dijo el cazador– se va a chupar los dedos de gusto.-¿Sabe lo que estoy p<strong>en</strong>sando, señor Dick?-¿En qué has de p<strong>en</strong>sar más que <strong>en</strong> lo que estás haci<strong>en</strong>do?-Pues, no, señor. Pi<strong>en</strong>so <strong>en</strong> la cara que pondríamos si no <strong>en</strong>contráramos el <strong>globo</strong>.-¡Vaya una ocurr<strong>en</strong>cia! ¿Había el doctor de abandonarnos?-Pero ¿y si se des<strong>en</strong>ganchara el ancla?-Imposible. Y aunque se des<strong>en</strong>ganchara, ya sabría Samuel bajar con su <strong>globo</strong>.-Pero ¿y si el vi<strong>en</strong>to se lo llevase?-Mala cosa sería; pero, no hagas semejantes suposiciones que nada ti<strong>en</strong><strong>en</strong> de agradable.-No hay nada imposible <strong>en</strong> este mundo, señor, y es por tanto preciso preverlo todo...En aquel mismo mom<strong>en</strong>to se oyó un tiro.-¡Oh! –gritó Joe.-¡Mi carabina! Conozco su detonación.-¡Una señal!-¡Un peligro nos am<strong>en</strong>aza!-¡A él tal vez! –replicó Joe.-¡En marcha!Los cazadores recogieron <strong>en</strong> un mom<strong>en</strong>to la carne que habían asado y empezaron a desandar el camino,guiándose por las ramas que K<strong>en</strong>nedy había esparcido con esa int<strong>en</strong>ción. La espesura de la arboleda lesimpedía ver el Victoria, del cual no podían estar lejos.Se oyó un segundo disparo.-La cosa apremia –dijo Joe.-¡Otro tiro!-Eso ti<strong>en</strong>e trazas de una def<strong>en</strong>sa personal.
-¡Corramos!Y echaron a correr con todo el vigor de sus piernas. Al salir del bosque vieron el Victoria, con el doctor<strong>en</strong> la barquilla.-¿Qué pasa, pues? –preguntó K<strong>en</strong>nedy.-¡Dios del cielo! –exclamó Joe.-¿Qué ves?-¡Mire! ¡Una caterva de negros asaltan el <strong>globo</strong>!En efecto, a dos millas de donde ellos estaban, unos treinta individuos se agolpaban, gesticulando,gritando y brincando, al pie del sicomoro. Algunos, <strong>en</strong>caramándose por el árbol, subían hasta las ramas másaltas. El peligro parecia inmin<strong>en</strong>te.-¡Mi señor está perdido! –exclamó Joe.-¡Calma, Joe, y apunta bi<strong>en</strong>! En nuestras manos t<strong>en</strong>emos la vida de cuatro de esos monigotes.¡Adelante!Habían avanzado una milla con suma rapidez, cuando partió de la barquilla otro tiro que derribó a uno deaquellos demonios que se <strong>en</strong>caramaba por la cuerda del ancla. Un cuerpo sin vida cayó de rama <strong>en</strong> rama yquedó colgado a veinte pies del suelo, con las piernas y los brazos ext<strong>en</strong>didos.-¿Por dónde diablos se sosti<strong>en</strong>e ese bárbaro? –exclamó Joe.-¿Qué nos importa? –respondió K<strong>en</strong>nedy–. ¡Corramos! ¡Corramos!-¡Ah, señor K<strong>en</strong>nedy! –exclamó Joe, sin poder cont<strong>en</strong>er la risa–. ¡Por el rabo! ¡Es un mono! ¡Unasalto de monos!-Mejor, más vale que sean monos que hombres –replicó K<strong>en</strong>nedy, precipitándose hacia el grupovociferante.Era una manada de cinocéfalos bastante temibles, feroces y brutales, con un hocico de perro que les dabaun aspecto repugnante. Sin embargo, unos cuantos tiros bastaron para obligarles a abandonar el campo debatalla, donde dejaron no pocos cadáveres.K<strong>en</strong>nedy se <strong>en</strong>caramó por la escala. Joe subió al sicomoro, des<strong>en</strong>ganchó el ancla y subió a la barquilla sindificultad. Algunos minutos después, el Victoria volvió a remontarse y se dirigía hacia el este a impulsos deun vi<strong>en</strong>to moderado.-¡Vaya un asalto! –exclamó Joe.-Creíamos que estabas rodeado de indíg<strong>en</strong>as.-Afortunadam<strong>en</strong>te, no eran más que monos –respondió el doctor.-De lejos, la difer<strong>en</strong>cia no es grande, amigo Samuel.-Ni de cerca tampoco –replicó Joe.-De cualquier modo –repuso Fergusson–, este ataque de monos podía haber t<strong>en</strong>ido funestasconsecu<strong>en</strong>cias. Si, con sus repetidos tirones llegan a des<strong>en</strong>ganchar el ancla, no sé adónde me hubierallevado el vi<strong>en</strong>to.-¿No se lo decía yo, señor K<strong>en</strong>nedy?-T<strong>en</strong>ías razón, Joe; pero, aun t<strong>en</strong>iéndola, <strong>en</strong> aquel mom<strong>en</strong>to estabas asando unas chuletas deantilope cuya visión me abría el apetito.-Lo creo –respondió el doctor–. La carne de antílope es exquisita.-Ahora la probaremos señor; la mesa está puesta.-En verdad –dijo el cazador– que estas lonchas de v<strong>en</strong>ado echan un humillo montaraz nadadesdeñable.-¡Ya lo creo! –respondió Joe con la boca ll<strong>en</strong>a–. Yo me comprometería a no comer mas queantílope todos los días de mi vida, con tal que no me faltase un bu<strong>en</strong> vaso de grog para digerirlo másfácilm<strong>en</strong>te.Joe preparó la codiciada pócima y los tres la paladearon con recogimi<strong>en</strong>to.-La cosa marcha –dijo.-A pedir de boca –respondió K<strong>en</strong>nedy.-¿Qué tal, señor Dick? ¿Si<strong>en</strong>te habernos acompañado?
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XXXIPartida durante la noche. Los t
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casas altas y aireadas, y al otro l
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Pero Joe ya no podía oírle. El Vi
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“ ¡Aquí está la muerte! -se di
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firme. En el otro extremo de la cue
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que funcionaba con toda la llama, a
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de Sísifo, descendía incesantemen
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A medianoche quedaron felizmente te
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En aquel momento, nuevos gritos lla
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Victoria empezó a recobrar sensibl