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5 semanas en globo - Biblioteca Virtual Battaletras

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permanecían inmóviles y no se perdían ni un detalle de la populosa ciudad. Desc<strong>en</strong>dieron hasta ses<strong>en</strong>ta piesdel suelo.Entonces el gobernador de Loggum salió de su morada, desplegando su estandarte verde y acompañadode músicos, que soplaban <strong>en</strong> roncos cuernos de búfalo con fuerza sufici<strong>en</strong>te para destrozar los tímpanos. Lamuchedumbre se agolpó a su alrededor y el doctor Fergusson quiso hacerse compr<strong>en</strong>der, pero no pudoconseguirlo.Aquellos indíg<strong>en</strong>as de fr<strong>en</strong>te alta, cabellos <strong>en</strong>sortijados y nariz casi aguileña parecían altivos eintelig<strong>en</strong>tes, pero la pres<strong>en</strong>cia del Victoria les turbaba de manera singular. Se veían jinetes corri<strong>en</strong>do <strong>en</strong>distintas direcciones, y pronto fue evid<strong>en</strong>te que las tropas del gobernador se reunían para combatir a tanextraordinario <strong>en</strong>emigo. En vano desplegó Joe, para calmar la efervesc<strong>en</strong>cia, pañuelos de todos los colores.No obtuvo resultado alguno.El jeque, sin embargo, rodeado de su corte, reclamó sil<strong>en</strong>cio y pronunció un discurso del cual el doctor nopudo <strong>en</strong>t<strong>en</strong>der una palabra; era árabe mezclado con baguirmi. El doctor reconoció, por la l<strong>en</strong>gua universalde los gestos, que se le invitaba a marcharse cuanto antes, cosa que no podía hacer, pese a sus deseos, porfalta de vi<strong>en</strong>to. Su inmovilidad exasperó al gobernador, cuyos cortesanos com<strong>en</strong>zaron a aullar para obligaral monstruo a alejarse de allí.Aquellos cortesanos eran personajes muy singulares. Llevaban la friolera de cinco o seis camisas de difer<strong>en</strong>tescolores y t<strong>en</strong>ían vi<strong>en</strong>tres <strong>en</strong>ormes, algunos de los cuales parecían postizos. El doctor asombró a suscompañeros– al decir que aquélla era su manera de halagar al sultán. La redondez del abdom<strong>en</strong> indicaba laambición de la persona. Aquellos hombres gordos gesticulaban y gritaban, principalm<strong>en</strong>te uno de ellos, queforzosam<strong>en</strong>te había de ser primer ministro, si la obesidad <strong>en</strong>contraba su recomp<strong>en</strong>sa <strong>en</strong> la Tierra. Lamuchedumbre unía sus aullidos a los gritos de los cortesanos, repiti<strong>en</strong>do como monos sus gesticulaciones,lo que producía un movimi<strong>en</strong>to único e instantáneo de diez mil brazos.A estos medios de intimidación, que se juzgaron insufici<strong>en</strong>tes, se añadieron otros más temibles. Soldadosarmados de arcos y flechas formaron <strong>en</strong> ord<strong>en</strong> de batalla, pero el Victoria ya se hinchaba y se ponía tranquilam<strong>en</strong>tefuera de su alcance. El gobernador, cogi<strong>en</strong>do <strong>en</strong>tonces un mosquete, apuntó hacia el <strong>globo</strong>. PeroK<strong>en</strong>nedy le vigilaba y con una bala de su carabina rompió el arma <strong>en</strong> la mano del jeque.A este golpe inesperado sucedió una desbandada g<strong>en</strong>eral. Todos se metieron precipitadam<strong>en</strong>te <strong>en</strong> suscasas y durante el resto del día la ciudad quedó absolutam<strong>en</strong>te desierta.Vino la noche. No hacía nada de vi<strong>en</strong>to. Preciso fue a los viajeros resolverse a permanecer inmóviles atresci<strong>en</strong>tos pies de tierra. Ni una luz brillaba <strong>en</strong> la oscuridad, y reinaba un sil<strong>en</strong>cio sepulcral. El doctorredobló su prud<strong>en</strong>cia, porque aquella calma podía ser muy bi<strong>en</strong> una estratagema.Razón tuvo Fergusson <strong>en</strong> vigilar. Hacia medianoche, toda la ciudad pareció arder. C<strong>en</strong>t<strong>en</strong>ares de líneas defuego se cruzaban como cohetes, formando una red de llamas.-¡Cosa singular! –exclamó el doctor.-Lo más singular es –replicó K<strong>en</strong>nedy– que las llamas sub<strong>en</strong> y se acercan a nosotros.En efecto, acompañada de un griterío espantoso y descargas de mosquetes, aquella masa de fuego subíahacia el Victoria. Joe se preparó para arrojar lastres. Fergusson <strong>en</strong>contró muy pronto la explicación delf<strong>en</strong>óm<strong>en</strong>o.Millares de palomas con la cola provista de materias inflamables habían sido lanzadas contra el Victoria.Asustadas, las pobres aves subían, trazando <strong>en</strong> la atmósfera zigzagues de fuego. K<strong>en</strong>nedy descargó contraellas todas sus armas, pero nada podían contra un ejército tan numeroso. Las palomas ya revoloteabanalrededor de la barquilla y del <strong>globo</strong>, cuyas paredes, reflejando su luz, parecían <strong>en</strong>vueltas <strong>en</strong> una red dellamas.El doctor no vaciló y, arrojando un fragm<strong>en</strong>to de cuarzo, se puso fuera del alcance de tan peligrosas aves.Por espacio de dos horas se las vio desde la barquilla corri<strong>en</strong>do azoradas <strong>en</strong> distintas direcciones, pero pocoa poco fue disminuy<strong>en</strong>do su número y, por último, desaparecieron todas <strong>en</strong>tre las sombras de la noche.-Ahora podemos dormir tranquilos –declaró el doctor.-¡Para ser obra de salvajes –exclamó Joe–, el ardid no es poco ing<strong>en</strong>ioso!-Sí, suel<strong>en</strong> utilizar palomas inc<strong>en</strong>diarias para pr<strong>en</strong>der fuego a las chozas de las aldeas; pero nuestraaldea vuela más alto que sus palomas.-Está visto que un <strong>globo</strong> no ti<strong>en</strong>e <strong>en</strong>emigos que temer –dijo K<strong>en</strong>nedy.-Sí los ti<strong>en</strong>e –replicó el doctor.-¿ Cuáles?-Los imprud<strong>en</strong>tes que lleva <strong>en</strong> su barquilla. Así que, amigos míos, vigilancia y más vigilancia,siempre y por doquier.

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