<strong>en</strong> Bornu, <strong>en</strong> el Mandara y <strong>en</strong> las orillas ori<strong>en</strong>tales del lago; durante ese tiempo, el 15 de diciembre de 1823el capitán Clapperton y el doctor Oudney p<strong>en</strong>etraron <strong>en</strong> Sudán hasta Sackatu, muri<strong>en</strong>do Oudney de fatiga yagotami<strong>en</strong>to <strong>en</strong> la ciudad de Murmur.-Según veo –dijo K<strong>en</strong>nedy–, esta parte de África también ha pagado a la ci<strong>en</strong>cia sucorrespondi<strong>en</strong>te tributo de víctimas.-Sí, esta comarca es fatal. Marchamos directam<strong>en</strong>te hacia el reino de Baguirmi, que <strong>en</strong> 1856 Vogelatravesó para p<strong>en</strong>etrar <strong>en</strong> Wadai, donde desapareció. Era un jov<strong>en</strong> de veintitres años, que había sido<strong>en</strong>viado para cooperar <strong>en</strong> los trabajos del doctor Barth; se <strong>en</strong>contraron los dos el 1 de diciembre de 1854;luego Vogel empezó las exploraciones del país y, hacia 1856, anunció <strong>en</strong> sus últimas cartas su int<strong>en</strong>ción dereconocer el reino de Wadai, <strong>en</strong> el cual no había p<strong>en</strong>etrado aún ningún europeo; parece que llegó hastaWara, la capital, donde, según unos, cayó prisionero, y, según otros, fue cond<strong>en</strong>ado a muerte y ejecutadopor haber int<strong>en</strong>tado subir a una montaña sagrada de las inmediaciones. Pero no se debe admitir con ligerezala noticia de la muerte de los viajeros, ya que ello disp<strong>en</strong>sa de buscarlos. ¡Cuántas veces ha circuladooficialm<strong>en</strong>te la noticia del fallecimi<strong>en</strong>to del doctor Barth, cosa que a m<strong>en</strong>udo le ha causado una legítimairritación! Es muy posible, pues, que Vogel se <strong>en</strong>cu<strong>en</strong>tre ret<strong>en</strong>ido por el sultán de Wadai, el cual tal vezexija un rescate. El barón de Nelmans se puso <strong>en</strong> marcha hacia Wadai, pero murió <strong>en</strong> El Cairo <strong>en</strong> 1855.Ahora sabemos que De Heuglin, con la expedición <strong>en</strong>viada de Leipzig, sigue el rastro de Vogel, y es deesperar que pronto conozcamos de una manera positiva el paradero de este jov<strong>en</strong> e interesante viajero.Mosfeya había desaparecido del horizonte hacía tiempo. El Mandara desplegaba bajo las miradas de losaeronautas su asombrosa fertilidad, con sus bosques de acacias, sus árboles de rojas flores y las plantasherbáceas de sus campos de algodón y de índigo. El Chari, que desagua <strong>en</strong> el Chad, och<strong>en</strong>ta millas másalla, corria impetuosam<strong>en</strong>te.El doctor mostró a sus companeros el curso del río <strong>en</strong> los mapas de Barth.-Ya veis –dijo– que los trabajos de este sabio son de una precisión suma. Nosotros marchamos <strong>en</strong>línea recta hacia el distrito de Loggum, tal vez hacia su capital, Kernak, que es donde murió el pobre Toole,jov<strong>en</strong> inglés de veintidós años. Era abanderado <strong>en</strong> el 80 0 regimi<strong>en</strong>to y hacía algunas <strong>semanas</strong> que se habíaunido al mayor D<strong>en</strong>ham <strong>en</strong> África, donde no tardó <strong>en</strong> hallar la muerte. ¡Bi<strong>en</strong> puede llamarse a esta inm<strong>en</strong>sacomarca el cem<strong>en</strong>terio de los europeos!Algunas canoas de cincu<strong>en</strong>ta pies de longitud desc<strong>en</strong>dían el curso del Chari. El Victoria, a mil pies de tierra,llamaba poco la at<strong>en</strong>ción de los indig<strong>en</strong>as; pero el vi<strong>en</strong>to, que hasta <strong>en</strong>tonces había soplado conbastante fuerza, t<strong>en</strong>día a disminuir.-¿Vamos a sufrir otra nueva calma chicha? –preguntó el doctor.-¿Qué nos importa, señor? Ahora no hemos de temer ni la falta de agua ni el desierto.-No, pero hemos de temer a las tribus, que son aún peores.-He aquí –dijo Joe– algo que parece una ciudad.-Es Kernak, a donde nos llevan las últimas bocanadas de vi<strong>en</strong>to. Podremos, si nos convi<strong>en</strong>e, sacarun plano con toda exactitud.-¿No nos acercaremos? –preguntó K<strong>en</strong>nedy.-Nada más fácil, Dick. Estamos justo <strong>en</strong>cima de la ciudad. Permíteme cerrar un poco la espita delsoplete y no tardaremos <strong>en</strong> bajar.Media hora después, el Victoria se mant<strong>en</strong>ía inmóvil a dosci<strong>en</strong>tos pies de tierra.-Más cerca estamos de Kernak –dijo el doctor– que lo estaría de Londres un hombre <strong>en</strong>caramado<strong>en</strong> la esfera que corona la cúpula de San Pablo. Podemos examinar la ciudad a gusto.-¿Qué ruido de mazos es ese que se oye por todas partes?Joe miró con at<strong>en</strong>ción y vio que el ruido era producido por un considerable número de tejedores, que golpeabanal aire libre sus telas ext<strong>en</strong>didas sobre gruesos troncos de árbol.La capital de Loggum se dejaba abarcar toda <strong>en</strong>tera por las miradas de los viajeros, como si fuese unplano. Era una verdadera ciudad, con casas alineadas y calles bastante anchas. En medio de una gran plazahabía un mercado de esclavos que atraía a muchos compradores, pues los mandar<strong>en</strong>ses, de manos y piessumam<strong>en</strong>te pequeños, van muy buscados y se colocan v<strong>en</strong>tajosam<strong>en</strong>te.A la vista del Victoria se produjo el efecto de costumbre. Primero gritos y después un profundo asombro.Se abandonaron los negocios, se susp<strong>en</strong>dieron los trabajos, cesaron todos los ruidos. Los viajeros
permanecían inmóviles y no se perdían ni un detalle de la populosa ciudad. Desc<strong>en</strong>dieron hasta ses<strong>en</strong>ta piesdel suelo.Entonces el gobernador de Loggum salió de su morada, desplegando su estandarte verde y acompañadode músicos, que soplaban <strong>en</strong> roncos cuernos de búfalo con fuerza sufici<strong>en</strong>te para destrozar los tímpanos. Lamuchedumbre se agolpó a su alrededor y el doctor Fergusson quiso hacerse compr<strong>en</strong>der, pero no pudoconseguirlo.Aquellos indíg<strong>en</strong>as de fr<strong>en</strong>te alta, cabellos <strong>en</strong>sortijados y nariz casi aguileña parecían altivos eintelig<strong>en</strong>tes, pero la pres<strong>en</strong>cia del Victoria les turbaba de manera singular. Se veían jinetes corri<strong>en</strong>do <strong>en</strong>distintas direcciones, y pronto fue evid<strong>en</strong>te que las tropas del gobernador se reunían para combatir a tanextraordinario <strong>en</strong>emigo. En vano desplegó Joe, para calmar la efervesc<strong>en</strong>cia, pañuelos de todos los colores.No obtuvo resultado alguno.El jeque, sin embargo, rodeado de su corte, reclamó sil<strong>en</strong>cio y pronunció un discurso del cual el doctor nopudo <strong>en</strong>t<strong>en</strong>der una palabra; era árabe mezclado con baguirmi. El doctor reconoció, por la l<strong>en</strong>gua universalde los gestos, que se le invitaba a marcharse cuanto antes, cosa que no podía hacer, pese a sus deseos, porfalta de vi<strong>en</strong>to. Su inmovilidad exasperó al gobernador, cuyos cortesanos com<strong>en</strong>zaron a aullar para obligaral monstruo a alejarse de allí.Aquellos cortesanos eran personajes muy singulares. Llevaban la friolera de cinco o seis camisas de difer<strong>en</strong>tescolores y t<strong>en</strong>ían vi<strong>en</strong>tres <strong>en</strong>ormes, algunos de los cuales parecían postizos. El doctor asombró a suscompañeros– al decir que aquélla era su manera de halagar al sultán. La redondez del abdom<strong>en</strong> indicaba laambición de la persona. Aquellos hombres gordos gesticulaban y gritaban, principalm<strong>en</strong>te uno de ellos, queforzosam<strong>en</strong>te había de ser primer ministro, si la obesidad <strong>en</strong>contraba su recomp<strong>en</strong>sa <strong>en</strong> la Tierra. Lamuchedumbre unía sus aullidos a los gritos de los cortesanos, repiti<strong>en</strong>do como monos sus gesticulaciones,lo que producía un movimi<strong>en</strong>to único e instantáneo de diez mil brazos.A estos medios de intimidación, que se juzgaron insufici<strong>en</strong>tes, se añadieron otros más temibles. Soldadosarmados de arcos y flechas formaron <strong>en</strong> ord<strong>en</strong> de batalla, pero el Victoria ya se hinchaba y se ponía tranquilam<strong>en</strong>tefuera de su alcance. El gobernador, cogi<strong>en</strong>do <strong>en</strong>tonces un mosquete, apuntó hacia el <strong>globo</strong>. PeroK<strong>en</strong>nedy le vigilaba y con una bala de su carabina rompió el arma <strong>en</strong> la mano del jeque.A este golpe inesperado sucedió una desbandada g<strong>en</strong>eral. Todos se metieron precipitadam<strong>en</strong>te <strong>en</strong> suscasas y durante el resto del día la ciudad quedó absolutam<strong>en</strong>te desierta.Vino la noche. No hacía nada de vi<strong>en</strong>to. Preciso fue a los viajeros resolverse a permanecer inmóviles atresci<strong>en</strong>tos pies de tierra. Ni una luz brillaba <strong>en</strong> la oscuridad, y reinaba un sil<strong>en</strong>cio sepulcral. El doctorredobló su prud<strong>en</strong>cia, porque aquella calma podía ser muy bi<strong>en</strong> una estratagema.Razón tuvo Fergusson <strong>en</strong> vigilar. Hacia medianoche, toda la ciudad pareció arder. C<strong>en</strong>t<strong>en</strong>ares de líneas defuego se cruzaban como cohetes, formando una red de llamas.-¡Cosa singular! –exclamó el doctor.-Lo más singular es –replicó K<strong>en</strong>nedy– que las llamas sub<strong>en</strong> y se acercan a nosotros.En efecto, acompañada de un griterío espantoso y descargas de mosquetes, aquella masa de fuego subíahacia el Victoria. Joe se preparó para arrojar lastres. Fergusson <strong>en</strong>contró muy pronto la explicación delf<strong>en</strong>óm<strong>en</strong>o.Millares de palomas con la cola provista de materias inflamables habían sido lanzadas contra el Victoria.Asustadas, las pobres aves subían, trazando <strong>en</strong> la atmósfera zigzagues de fuego. K<strong>en</strong>nedy descargó contraellas todas sus armas, pero nada podían contra un ejército tan numeroso. Las palomas ya revoloteabanalrededor de la barquilla y del <strong>globo</strong>, cuyas paredes, reflejando su luz, parecían <strong>en</strong>vueltas <strong>en</strong> una red dellamas.El doctor no vaciló y, arrojando un fragm<strong>en</strong>to de cuarzo, se puso fuera del alcance de tan peligrosas aves.Por espacio de dos horas se las vio desde la barquilla corri<strong>en</strong>do azoradas <strong>en</strong> distintas direcciones, pero pocoa poco fue disminuy<strong>en</strong>do su número y, por último, desaparecieron todas <strong>en</strong>tre las sombras de la noche.-Ahora podemos dormir tranquilos –declaró el doctor.-¡Para ser obra de salvajes –exclamó Joe–, el ardid no es poco ing<strong>en</strong>ioso!-Sí, suel<strong>en</strong> utilizar palomas inc<strong>en</strong>diarias para pr<strong>en</strong>der fuego a las chozas de las aldeas; pero nuestraaldea vuela más alto que sus palomas.-Está visto que un <strong>globo</strong> no ti<strong>en</strong>e <strong>en</strong>emigos que temer –dijo K<strong>en</strong>nedy.-Sí los ti<strong>en</strong>e –replicó el doctor.-¿ Cuáles?-Los imprud<strong>en</strong>tes que lleva <strong>en</strong> su barquilla. Así que, amigos míos, vigilancia y más vigilancia,siempre y por doquier.
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Formaba el límite del país de Ugo
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