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Perdidos sitios de la felicidad - Casa de las Américas

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en exposición. Algunos cajones, incluso, estaban sobre <strong>la</strong> calle misma, apoyados contra <strong>la</strong> pared yluciendo <strong>la</strong> ma<strong>de</strong>ra silvestre o el forro <strong>de</strong> pana negro, nada <strong>de</strong> lustre, nada <strong>de</strong> brillo, pero eso sí, <strong>de</strong>todos los tamaños. Por <strong>la</strong> cantidad <strong>de</strong> tiendas se ve que había mercado.En eso, mi vieja me agarra <strong>de</strong>l brazo y me dice:–Fijáte que ahora me acuerdo <strong>de</strong> esta calle. Acá fue don<strong>de</strong> te compramos el estuche <strong>de</strong> tu guitarra,con lo bueno que salió, todavía lo tenés, ¿no? –y sonrió–. Es un buen augurio eso.A esa altura yo había <strong>de</strong>jado <strong>de</strong> enten<strong>de</strong>r, sobre todo su sonrisa indulgente que venía como <strong>de</strong> <strong>la</strong>contemp<strong>la</strong>ción <strong>de</strong> un jardín japonés. Me daban ganas <strong>de</strong> gritarle «fijáte dón<strong>de</strong> estamos, mamá, no es unpaseo por el álbum familiar, ¿no ves?». Pero simplemente me salió:–Evi<strong>de</strong>ntemente, mamá, a vos se te piantó un tornillo...La escena <strong>de</strong> <strong>la</strong> tienda fina se repitió en <strong>la</strong> tienda pobre, pero entre el olor a ma<strong>de</strong>ra fresca y aserrínen el piso; <strong>de</strong>trás <strong>de</strong>l cuartito estaba el taller <strong>de</strong> carpintería don<strong>de</strong> fabricaban los cajones. La cho<strong>la</strong>primero nos miró con <strong>de</strong>sconfianza. Nos había visto discutir en <strong>la</strong> vereda, y eso ya era un signo <strong>de</strong>extranjería; a<strong>de</strong>más mi madre entró en <strong>la</strong> tienda sin resquemor, y eso <strong>la</strong> puso en guardia. Yo me quedéafuera <strong>de</strong>cidida a no participar más. En <strong>la</strong> exp<strong>la</strong>nada había varios grupos <strong>de</strong> jóvenes vestidos a <strong>la</strong>moda yanqui NBA: <strong>la</strong> gorrita para atrás, <strong>la</strong> mirada <strong>de</strong>safiante, los pantalones anchos. No hacían nada <strong>de</strong>nada, sólo miraban y tomaban trago, pero era inevitable pensar que todo podía cambiar en cuestión<strong>de</strong> instantes. Era evi<strong>de</strong>nte que ese no era un lugar para extranjeros, ahí empezaba otra ley, unasuerte <strong>de</strong> Bronx andino con nombre <strong>de</strong> santo católico. Yo ya no conocía esa ciudad ni sus costumbresy me quería ir <strong>de</strong> allí <strong>de</strong> una vez por todas. Flor <strong>de</strong> guachos mis hermanos, pensé.Miré hacia el interior <strong>de</strong> <strong>la</strong> tienda: mi madre y <strong>la</strong> cho<strong>la</strong> conversaban animadamente, como dospersonas que se entien<strong>de</strong>n fácilmente a pesar, incluso, <strong>de</strong> <strong>la</strong>s enormes diferencias. Como siempre, <strong>la</strong>muerte y el pasado tendían un puente inmediato; sin duda mi madre ya le habría contado toda <strong>la</strong> historia,y c<strong>la</strong>ro que siempre hay compasión por <strong>la</strong>s personas que vienen a buscar a sus muertos, quién no losabe. Pero no, tampoco el<strong>la</strong> tenía <strong>la</strong> urnita especial, y esta vez ni siquiera propuso el ataudcito. Lacho<strong>la</strong> entendía mejor.Abrevio para no redundar. Salimos <strong>de</strong> allí y <strong>la</strong> búsqueda continuó, pero yo cerré los ojos y los volvía abrir recién en <strong>la</strong> habitación <strong>de</strong>l Hilton. Me había recostado y encendido <strong>la</strong> tele; estaba enojada,fastidiada, harta, y sólo pensaba en lo que vendría, en <strong>la</strong> suerte <strong>de</strong> ca<strong>la</strong>vera yorick que tendríamos enel bolso, tintineando alegremente su canto ancestral. Porque ni cajita teníamos. Ahora sólo sería unafunda, algo simi<strong>la</strong>r a <strong>la</strong> funda <strong>de</strong> una almohada. Sí. Aunque parezca mentira, en el último círculo <strong>de</strong> <strong>la</strong>espiral mi madre había <strong>de</strong>cidido coserle una funda con una te<strong>la</strong> b<strong>la</strong>nca que había conseguido mi<strong>la</strong>grosamenteen una mercería, justo antes <strong>de</strong>l mediodía, <strong>de</strong>talle central puesto que sólo nos quedaban doshoras para resolver <strong>la</strong> cuestión. A mí todo me parecía un remolino <strong>de</strong> locura, y mientras giraba en esevértigo me agarraba a mis argumentos lógicos como a palitos, y los enumeraba mentalmente para versi con ellos podía hacer un buen remo: insalubre, ilegal, incómodo, insoportable, intolerable, ¿cuántosadjetivos con prefijo in podía poner en mi lista?De repente giré y <strong>la</strong> vi. Mi madre estaba sentada en el sillón, <strong>de</strong> espaldas al ventanal que seabría ampliamente sobre <strong>la</strong> ciudad. La mañana había estado nub<strong>la</strong>da y fría, pero ahora el cielose había abierto y un rayo <strong>de</strong> sol entraba en <strong>la</strong> habitación. Quizá fue el sol o los cuadros renacentistasque uno ha visto, no lo sé, pero algo <strong>de</strong> <strong>la</strong> escena me conmovió. La cama don<strong>de</strong> estaba acostada se mevolvió más cálida y el<strong>la</strong> también se acomodó mejor en el sillón, como si recién entonces hubieraencontrado su posición. Cal<strong>la</strong>da y con los anteojos puestos, cosía <strong>de</strong>licadamente <strong>la</strong> funda b<strong>la</strong>nca: con<strong>la</strong> mano izquierda sujetaba <strong>la</strong> te<strong>la</strong>, con <strong>la</strong> <strong>de</strong>recha pasaba <strong>la</strong> aguja. No sé cómo me fijé en sus manos,temb<strong>la</strong>ban. Miento. Sí sé por qué observé sus manos: <strong>de</strong> chica me gustaba observar<strong>la</strong> coser. Sus75

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