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PATRICK ROTHFUSSAl atardecer: Aves y AbejasSin idea alguna de donde podría encontrar a Rike, Bast regresó al árbold<strong>el</strong> r<strong>el</strong>ámpago. Justamente se había sentado en su lugar habitual cuandouna jovencita entró en <strong>el</strong> claro.Ella no se detuvo en la piedra grisácea, en vez de eso recorriórectamente <strong>el</strong> lado de la colina. Era más joven que los otros, seis o siete.Usaba un vestido azul claro y tenía listones violeta intenso entr<strong>el</strong>azadosa través de su cab<strong>el</strong>lo esmeradamente rizado.Ella nunca había ido al árbol d<strong>el</strong> r<strong>el</strong>ámpago antes, pero Bast la habíavisto. Incluso si no lo hubiera hecho, él hubiese adivinado por sus finasvestimentas y <strong>el</strong> olor de agua de rosas que <strong>el</strong>la era Viette, la hija másjoven d<strong>el</strong> alcalde.Subió la baja colina suavemente, llevando algo p<strong>el</strong>udo en la curvatura desu brazo. Cuando llegó a la cima de la colina se detuvo, ligeramenteinquieta, pero en espera todavía.Bast la miró silenciosamente por un momento.—¿Conoces las reglas? —preguntó.Ella se detuvo, listones violetas en su cab<strong>el</strong>lo. Estaba obvia yligeramente asustada, pero su labio inferior sobresalía, desafiante.Asintió.—¿Cuáles son?La jovencita lamio sus labios y empezó a recitar con una voz cantarina.El Árbol d<strong>el</strong> R<strong>el</strong>ámpago Página 37

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