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Orillas - antología

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Vamos, Martha. Yo entiendo que su naturaleza sea la<br />

velocidad, porque cuando la conocí el cielo se dividía en<br />

pentagramas y tormentaba la noche como cuando sus manos<br />

sobre el piano, todo fugaz y pantera. Así que no se vaya<br />

todavía, sí, aunque su cabello complete la blancura que le falta<br />

a la tarde de hoy humeante. Tóqueme esa ópera de Chopin,<br />

que dicen que hoy nazco… Mire mi columna ¿no lleva forma de<br />

bastón o de semifusa? Alguna vez en alguna sierra usted tuvo<br />

una cabaña anaranjada, invisible para los buscadores de<br />

ocasos, y su piano alemán instalado bajo el árbol era una<br />

cigarra de metales tornasolados. Yo siempre viví en la ciudad<br />

pero cuando la medianoche y todos dormidos, incluso los<br />

insectos, la ventana y un eco en bemol me coronaba la<br />

distancia, qué hiedra. Así que ahora mismo me sentaré a la<br />

mesa y usted como el viento a la pampa vendrá con su piano a<br />

cuestas a contarme el dolor del ser. Y todo será paisaje de<br />

hombres con lanzas y mujeres deliciosas que bailan y se<br />

contonean de dolor hasta volverse un puntito de carne. Será<br />

una coda.<br />

*

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