Sobre un día de infancia

La Psique
Psicoanálisis
constituye un efecto de aplanamiento de las
irregularidades de la misma confusión, con un
troquel voluntariamente aceptado para evitar
esa soledad fundamental y configurar un sujeto
ceñido a las exigencias establecidas para
salvarlo del desamparo.
Los falsos raseros de nuestra cultura, son
los espejitos seductores que deniegan la posibilidad
del ocaso. Ruinas sofocadas por la civilización
y el progreso, el desarrollo seductor
siempre echado para adelante, puede producir
una experiencia de satisfacción tan fugaz que
requiere de un cúmulo de elementos reemplazables
que ofrecen la sensación de continuidad.
Existe una gran variedad de satisfactores
(¡Cómprelo ya!) El resplandor de la modernidad
oculta el ocaso del sujeto, ocaso que se inscribe
en la leche negra del alma y sofoca un sol
oscuro que irradia desde el malestar, desde el
silencio y el dolor. Esas no son experiencias satisfactorias,
por el contrario.
Así, el potencial deconstructivo de un solo
día de infancia muestra la perturbadora situación
en la cual está ubicada la experiencia
humana. Una denegación moral que inhibe la
sexualidad infantil. Sexualidad que no puede
hablarse, decirse, y que sus gemidos salen desde
la atemorizante sepultura del olvido. Una
voz que viene como gemido deviene y se devela
en palabra. Los días de infancia impregnan
todas las noches. Y en susurros ininteligibles
se medio dicen en el parloteo cotidiano. Quien
le da lugar al fracaso de la cultura, al fracaso
de su identidad, vuelve su atención a un relámpago
en la noche, al rastro de una estela en el
mar, a la huella de sus pasos, y además se encuentra
ante una apertura inabarcable, en una
situación azarosa cuya identidad se traspasa en
horizontes ilimitados, en fracturas de sentido
cotidiano, en las veredas sinuosas de la vida
cercada cuyo dolor resiste a la misma muerte.
La experiencia se desarticula en las distintas
propuestas culturales siempre fracasadas, en
el hartazgo de la circularidad de la experiencia
que va y viene en un eterno retorno aburrido y
cíclico. El otro queda suspendido, en la mitad
oculta de la palabra donde parece esconderse
aquello de la infancia, la imposibilidad misma
que da pie a toda posibilidad. No es un esfuerzo
voluntarioso, ni tampoco es un esclarecimiento
y develación, es una mercancía sin garantía que
mantiene en vilo al sujeto que experimenta su
ocaso. El infans que no dice, se encuentra en el
medio decir furtivo de toda palabra y que suspende
al sujeto en un abismo que lo percibe
de frente. No hay escape ahí, no hay rumbo, ni
Los falsos
raseros de
nuestra cultura,
son los
espejitos
seductores
que deniegan
la posibilidad
del ocaso
Enero - Marzo 2016
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