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PARAÍSO<br />
Ignacio González Orozco (Barcelona)<br />
Ayer soñé que mi abuelo y Rayo, su perro perdiguero,<br />
salían a cazar a la <strong>de</strong>hesa. Los vi con el<br />
buen aspecto <strong>de</strong> siempre, al viejo calzando sus<br />
botas <strong>de</strong> montaña, toscas pero fiables; el escopetón<br />
terciado, la boina calada y un pitillo siempre<br />
a medio consumir bailando <strong>de</strong> lado a lado <strong>de</strong> la<br />
boca. El can, belfo flácido y mirada atenta, mantenía<br />
la misma atención inquieta <strong>de</strong> sus mejores<br />
días, antes <strong>de</strong> caer enfermo y morir, hace ya<br />
como dos años.<br />
Raro es que mi abuelo se cansara tan pronto <strong>de</strong>l<br />
trajín <strong>de</strong> la caza, pero en un sueño todo es posible.<br />
De repente se paró bajo la sombra <strong>de</strong> un<br />
acebuche y propuso al perro, como quien somete<br />
una ocurrencia al parecer <strong>de</strong>l amigo, la feliz<br />
resolución <strong>de</strong> encaminarse hacia La Habana, su<br />
ciudad natal, don<strong>de</strong> pasó la niñez, su verda<strong>de</strong>ra<br />
patria (vino <strong>de</strong> allí con diez años, pero un cúmulo<br />
<strong>de</strong> circunstancias adversas le había impedido<br />
regresar al lugar que más amaba: la ruina <strong>de</strong>l pequeño<br />
capital acaudalado por mi bisabuelo, un<br />
trabajo humil<strong>de</strong> en el campo, las enfermeda<strong>de</strong>s<br />
pa<strong>de</strong>cidas, los avatares políticos <strong>de</strong> España y <strong>de</strong><br />
Cuba…).<br />
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