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A penas sé qué palabras emplear para describirle la sensación de<br />
asco que me producía su mano callosa; estirando, retorciendo,<br />
frotando mi pito con una fruición descomunal. Como un acto<br />
reflejo mis rodillas se replegaron contra mi pecho, luego, arqueé<br />
ligeramente el dorso con mis pies apuntando al rostro de<br />
Esperanza que se hallaba encima mío y, nuevamente, mis rodillas<br />
se desplegaron con tal fuerza, que la negra salió disparada contra<br />
un extremo del carro. Quedé pálido del susto, nunca antes me<br />
había atrevido a levantarle siquiera la voz, siempre me mostraba<br />
en su presencia con una actitud sumisa y obediente. Ella se quedó<br />
inmóvil, con su mirada clavada en la mía, no parpadeaba, solo<br />
miraba con la misma rabia conque miró a Felixberto cuando éste<br />
la arrastraba por el piso como un bulto de papa. Luego, de sus<br />
labios empezó a brotarle una baba espesa color marrón. Yo la<br />
contemplaba en silencio, aterrorizado, sin atreverme a pronunciar<br />
media palabra. Ella permanecía allí, impertérrita, tiesa, como una<br />
gran mole de cemento. De pronto, el bebe dejó de llorar, pensé que<br />
se había quedado dormido pero no, en medio de la tenue oscuridad<br />
que gobernaba los cuatro costados, pude notar que jugueteaba con<br />
sus piecitos y sonreía; ¡Sí, sonreía, se lo aseguro! Y su sonrisa era<br />
un alivio e invadía aquel espacio de madera podrida y latas viejas<br />
de una cierta sensación de tranquilidad.<br />
Era consiente que aquel acto de autodefensa sería castigado con<br />
toda severidad, y en el mejor de los casos terminaría el