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segundo-libro-cincuenta-sombras-oscuras

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Arqueo una ceja y él sonríe.<br />

—Vaya, señorita Steele, ¿qué quiere decir?<br />

Al acercarse a mí, se detiene en una mesita empotrada en una de las<br />

estanterías. Alarga la mano y coge una regla de plástico transparente de unos treinta<br />

centímetros. La sujeta por ambos extremos y la dobla, sin apartar los ojos de mí.<br />

Oh, Dios… el arma que ha escogido. Se me seca la boca.<br />

De pronto estoy acalorada y sofocada y húmeda en todas las partes<br />

esperadas. Únicamente Christian puede excitarme solo con mirarme y flexionar una<br />

regla. Se la mete en el bolsillo trasero de sus vaqueros y camina tranquilamente hacia<br />

mí, sus oscuros ojos cargados de expectativas. Sin decir palabra, se arrodilla delante<br />

de mí y empieza a desatarme las Converse, con rapidez y eficacia, y me las quita junto<br />

con los calcetines. Yo me apoyo en el borde de la mesa de billar para no caerme. Al<br />

mirarle durante todo el proceso, me sobrecoge la profundidad del sentimiento que<br />

albergo por este hombre tan hermoso e imperfecto. Le amo.<br />

Me agarra de las caderas, introduce los dedos por la cintura de mis<br />

vaqueros y desabrocha el botón y la cremallera. Me observa a través de sus largas<br />

pestañas, con una sonrisa extremadamente salaz, mientras me despoja poco a poco de<br />

los pantalones. Yo doy un paso a un lado y los dejo en el suelo, encantada de llevar<br />

estas braguitas blancas de encaje tan bonitas, y él me aferra por detrás de mis piernas y<br />

desliza la nariz por el vértice de mis muslos. Estoy a punto de derretirme.<br />

—Me apetece ser brusco contigo, Ana. Tú tendrás que decirme que pare si<br />

me excedo —murmura.<br />

Oh, Dios… Me besa… ahí abajo. Yo gimo suavemente.<br />

—¿Palabra de seguridad? —susurro.<br />

—No, palabra de seguridad, no. Solo dime que pare y pararé. ¿Entendido?<br />

—Vuelve a besarme, sus labios me acarician. Oh, es una sensación tan maravillosa…<br />

Se levanta, con la mirada intensa—. Contesta —ordena con voz de terciopelo.<br />

—Sí, sí, entendido.<br />

Su insistencia me confunde.<br />

—Has estado enviándome mensajes y emitiendo señales contradictorias<br />

durante todo el día, Anastasia —dice—. Me dijiste que te preocupaba que hubiera<br />

perdido nervio. No estoy seguro de qué querías decir con eso, y no sé hasta qué punto<br />

iba en serio, pero ahora lo averiguaremos. No quiero volver al cuarto de juegos<br />

todavía, así que ahora podemos probar esto. Pero si no te gusta, tienes que prometerme<br />

que me lo dirás.<br />

Una ardorosa intensidad, fruto de su ansiedad, sustituye a su anterior<br />

arrogancia.<br />

Oh, no, por favor, no estés ansioso, Christian.<br />

—Te lo diré. Sin palabra de seguridad —repito para tranquilizarle.<br />

—Somos amantes, Anastasia. Los amantes no necesitan palabras de

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