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19<br />

Contemplo las llamas, anonadada. Llamaradas centelleantes, anaranjadas<br />

con brotes azul cobalto, que danzan y se entrelazan en la chimenea del apartamento de<br />

Christian. Y, a pesar del calor que irradia el fuego y de la manta que me cubre los<br />

hombros, tengo frío. Un frío que me penetra hasta los huesos.<br />

Oigo vagamente voces que susurran, muchas voces susurrantes. Pero es un<br />

zumbido distante, de fondo. No escucho las palabras. Lo único que oigo, lo único en lo<br />

que soy capaz de concentrarme, es en el tenue siseo del gas que arde en el hogar.<br />

Me pongo a pensar en la casa que vimos ayer y en aquellas enormes<br />

chimeneas: chimeneas de verdad para troncos de leña. Me gustaría hacer el amor con<br />

Christian frente a un fuego de verdad. Me gustaría hacer el amor con Christian frente a<br />

este fuego. Sí, sería divertido. Seguro que a él se le ocurriría algún modo de<br />

convertirlo en memorable, como todas las veces que hemos hecho el amor. Incluso las<br />

veces en que solo hemos follado, me digo con ironía. Sí, esas también fueron bastante<br />

memorables… ¿Dónde está?<br />

Las llamas bailan y parpadean, cautivándome, aturdiéndome. Me concentro<br />

solamente en su belleza brillante y abrasadora. Son hechizantes.<br />

«Eres tú la que me has hechizado, Anastasia.»<br />

Eso fue lo que dijo la primera vez que durmió conmigo en mi cama. Oh,<br />

no…<br />

Me rodeo el cuerpo con los brazos, la realidad se filtra sangrante en mi<br />

conciencia y se me cae el mundo encima. El vacío que se ha apoderado de mis entrañas<br />

se expande un poco más. El Charlie Tango ha desaparecido.<br />

—Ana. Tenga.<br />

La voz de la señora Jones, insistiéndome con delicadeza, me transporta de<br />

nuevo a la habitación, al ahora, a la angustia. Me ofrece una taza de té. Se lo agradezco<br />

y cojo la taza, que repiquetea contra el platito en mis manos temblorosas.<br />

—Gracias —susurro, con la voz quebrada por el llanto reprimido y por el<br />

enorme nudo que tengo en la garganta.<br />

Mia está sentada frente a mí en el inmenso sofá en forma de U cogiendo de<br />

la mano a Grace, que está a su lado. Las dos me miran fijamente con la ansiedad y el<br />

sufrimiento impresos en sus hermosos rostros. Grace parece avejentada: una madre<br />

preocupada por su hijo. Yo parpadeo, sin expresión. No puedo ofrecerles una sonrisa<br />

tranquilizadora, ni una lágrima siquiera: no hay nada, solo palidez y ese creciente<br />

vacío. Observo a Elliot, a José y a Ethan, que están de pie junto a la barra del<br />

desayuno, hablando en voz baja con cara seria. Comentan algo en un tono muy quedo.

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